Retrato de Mario Gómez Gómez h. 1900. Col.: Sofía Mateos Peñamaría.
En el contexto de la protección social que el cuerpo de artillería ofrecía a sus empleados, y que puede tener su origen en la Ley de las Siete Partidas de Alfonso X El Sabio (1265), encaminadas a mejorar el bienestar de sus trabajadores, la atención sanitaria ocupaba un lugar principal. Con este objetivo llega a esta fábrica de cañones, allá por el 1897, el médico Mario Gómez Gómez que dejaría su impronta en el ideario popular de este pueblo.
Trubia es un pueblo que siempre ha sabido reconocer a sus bienhechores y ahora cuando se celebra el 150 aniversario de su nacimiento, es de justicia reconocer que a este ilustre personaje le debemos una parte principalísima de nuestro progreso, tanto moral como artístico e intelectual.
El día 11 de enero de 1915 Trubia agasaja a este médico militar con un gran banquete como despedida, para festejar su nombramiento como director del hospital militar de Vigo y como reconocimiento a su labor profesional y humana. Expresaba así su agradecimiento al hombre de ciencia, cultura y bondad que era Mario. No olvidaba el pueblo trubieco que D. Mario «había sabido descender de su aristocracia intelectual» para ponerse al lado de los humildes, poniendo a su disposición sus variadísimos conocimientos a la vez que les prodigaba incesantes cuidados.
A dicho acto asistieron más de sesenta trabajadores de la fábrica, a pesar de celebrarse un lunes, día nada apropósito para un pueblo formado casi en su totalidad por obreros de la Fábrica de Armas donde se trabajaba día y noche, a los que luego se sumaron otros muchos hasta llenar «el espacioso salón» donde se celebraba el homenaje. El festejado ocupó el puesto presidencial y a ambos lados el fiscal de la audiencia de Oviedo, Julio Alesón, y el médico municipal de Trubia, Armando López, así como el director de Cultura e Higiene.
Al final de la cena el entusiasta trubieco Julio Mauri leyó «una sentida» carta de adhesión de Trubia; también el presidente de la juventud trubieca recitó un emotivo saludo en el que testimoniaba el imborrable recuerdo que dejaba en el pueblo. Cuando Mario se disponía a hablar una calurosa ovación resonó en todo el salón, y a pesar de las interrupciones y, dominando su intensa emoción declaraba que «guardaré eternamente en mi alma la ofrenda del inmenso cariño que Trubia me profesa».
Para finalizar los actos, la Comisión Organizadora envía un telegrama al padre de Mario Gómez: «Obreros de Trubia en fraternal banquete abrazan a su hijo Mario, haciendo extensivas las demostraciones de cariño a usted y demás familia».
Había nacido este ilustre personaje en Cangas del Narcea en 1872 y estudiado medicina en la facultad Carlos III de Madrid; terminados sus estudios ingresa en el Cuerpo de Sanidad Militar como médico segundo por oposición, siendo destinado a Melilla en 1897 y, al año siguiente- el 17 de agosto- es trasladado a la Fábrica de Armas de Trubia donde permaneció hasta 1901 para regresar a los pocos años al Regimiento Príncipe de Asturias con guarnición en Gijón, aunque ese mismo año regresa a Trubia donde desarrolla una intensa labor tanto profesional como cultural, impulsando la creación del Sanatorio Obrero de Las Cruces, bajo los auspicios de la Fábrica de Armas, institución que quizás sea la que mejor refleje el espíritu filantrópico de este personaje.
Pero este no sería el único homenaje que Trubia rindió a este insigne doctor, y a tal efecto, una comisión se desplazó, el sábado 22 de octubre de 1927 a Cangas de Tineo, donde se reunieron en el teatro de dicha villa con las autoridades del lugar que demostraron su total disposición a colaborar en el evento.
Placa a Mario Gómez en el Sanatorio Obrero de Las Cruces en Trubia con motivo de su nombramiento como hijo adoptivo de Oviedo.
Los vecinos de Trubia habían solicitado, previamente, al ayuntamiento de Oviedo que fuera recibido como «hijo adoptivo» en honor a su gran interés por el desarrollo de la sanidad en esta localidad, petición esta que es tomada en consideración y aprobada en sesión de la comisión el 22 de julio de 1927. Fundamentan su petición en «los actos filantrópicos y obras de benéficas llevadas a cabo el tiempo que ejerció su humanitaria profesión». Finalmente, el pleno lo ratifica con fecha de 29 de octubre. El acto de reconocimiento estaba previsto para noviembre de ese mismo año.
El día 6 de noviembre de 1927 amanecía nublado en Trubia, pero el barrio de Junigro lucía engalanado para recibir al hijo ausente. A las 10 de la mañana llega Mario Gómez acompañado de su hermano, de Antonio Arce Díaz alcalde de Cangas y demás autoridades a la entrada de la fábrica donde les esperaban la banda de música con el orfeón además de la comisión pro-homenaje. A continuación, en el teatro-casino se celebró un acto en el que tomó la palabra, en primer término, el alcalde de Cangas dando las gracias en nombre del pueblo al que representaba. Cuando Mario tomó la palabra una ovación acalló sus palabras para luego leer un portafolio dedicado a Trubia, que luego sería repartido al público en general y que titulaba así: Al pueblo de Trubia. Un abrazo filial, en el que testimonia su agradecimiento con estas palabras: «esta acogida y esta adopción tan sólo puede explicarse por vuestros propios méritos, que son los que tratáis de atribuirme. Todo, todo lo que en mi celebráis era y es vuestro». Reconociendo el imprescindible apoyo de la fábrica de armas al proyecto más trascendental de la sacrificada clase trabajadora del momento y con «vuestros afanes y suscripciones, hicisteis el Sanatorio Las Cruces, y me vestisteis con el éxito (…) yo era un médico vulgar, sin fama o distinción alguna, y, llenos de fe, os confiabais a mí en vuestras enfermedades».
El orfeón puso el broche final a tan memorable acto trasladándose luego la comitiva al Sanatorio Obrero de Las Cruces. En lo alto de una colina, arropada por pinos y robles con fuente de agua clara, levantaba su blanca silueta esta «casa del dolor» donde quedaba patente la voluntad férrea de un grupo de obreros y la labor humanitaria de este médico insigne. Una firme apuesta por la mejora de la salud del valle y a la vanguardia de la región. Después de descubrir una lápida se ofreció un banquete que fue servido por «la acreditada Casa de Antonio Martínez». A los postres la banda de música amenizó la tarde con música bailable que la gente joven aprovechó para rendir su particular culto a Terpsícore. No podemos olvidar aquí que Mario había impulsado, organizado
y sostenido colectividades artísticas como «La Clave de Trubia», que elevaron significativamente el conocimiento musical e instrumental del pueblo.
La Fábrica cedió el alumbrado, que fue «un derroche de luz» para que esa noche se celebrara una alegre verbena a la que acudieron gentes de todos los pueblos colindantes, guardando todos ellos un grato recuerdo de tan memorable día.
Pero no podemos terminar este recuerdo a Mario Gómez sin hacer mención a su obra como escritor, articulista, corresponsal y fundador de La Maniega, boletín animador de la vida cultural canguesa, cuya primera edición sale a la luz en marzo de 1927. Pero, de toda su obra literaria la más conocida en Trubia quizás sea A Pin el Ajustador, texto formado por 23 cartas de contenido
higienista, publicadas en la revista Cultura e Higiene y que se distribuyó en escuelas y centros obreros. Debido a su amplia demanda -incluida la petición de 1.000 ejemplares para Cuba- fue necesaria una segunda edición en 1919. En ellas pone a Trubia como ejemplo de convivencia: «otra vez voy a poner a Trubia como modelo (…) yo te aseguro que en una sociedad filarmónica que allí formamos, no hubo una sola disputa, ni una mirada de ira (…) éramos más de ciento, y todos nos queríamos como hermanos». O cuando en otro pasaje dice: «a Trubia te llevaría para que vieses como allí todos se mudan y se asean al salir del taller, tiene sus trajes de reserva pulquérrimos (…) y se presentan en los paseos con una distinción y desenvoltura que para sí quisieran los dandis de otras clases sociales».
Entre sus obras de temática profesional cabe desatacar Seiscientos sesenta y cinco reclutas. Estudios físico-psíquicos, (Vitoria, 1903) «la cual fue considerada de importancia» pues el Ministerio de la Guerra le concede recompensa por R.O. del 23 de junio de 1904.
En 1931 solicita el retiro del ejército para regresar a Limés, en su Cangas natal, y dedicarse exclusivamente a sus aficiones literarias donde moriría poco después, el 23 de abril de 1932.
Una vez más, el laborioso pueblo de Trubia, que vivía al amparo de su gran industria y se consagraba al engrandecimiento de la patria por medio de su trabajo, supo testimoniar su agradecimiento a este médico ilustrado y humanista.
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