Hacia el Trópico: José Fernández Rodríguez en Guinea Ecuatorial

José Fernández Rodríguez, en su casa de Villacanes, el 26 de julio de 2013

José Fernández Rodríguez, en su casa de Villacanes, el 26 de julio de 2013

Cuentan que los bueyes tiraron tan fuerte que a Mariano Mora, de casa Castán, en el pueblo de Chía, del aragonés valle de Benasque, se le rompió el arado cuando estaba un día labrando la tierra, y agarró tal cabreo que allí dejó bueyes, arado y campo. Se fue a casa y con cuatro trapos hizo un hatillo que colocó en el extremo de un palo para descender la montaña hasta alcanzar Barcelona. Desde allí, con la ayuda de los padres claretianos con los que había estudiado, llegó a la isla de Fernando Poo, en Guinea Ecuatorial, donde se estableció fundando una empresa de cultivo y exportación de cacao y desde donde pronto comenzó a reclamar ayuda de familiares y vecinos ribagorzanos del valle de Benasque, que fueron llegando para trabajar en el cacao y la madera. Mariano Mora, por cierto, se convertiría en el primer representante de una saga, la de la casa Mora-Mallo, propietaria de algunas de las fincas más importantes de la isla y que adquiriría fama dedicándose al cultivo del cacao.

Guinea Ecuatorial fue colonia española hasta 1968, pero a uno le queda tan lejos e ignora tanto de esa tierra que para saber algo de ella acude a la Wikipedia: «Localizada en el Golfo de Guinea se convirtió en la nación independiente de Guinea Ecuatorial. Esta colonia se formó a partir de la Colonia de Río Muni (formada en 1900), la isla de Fernando Poo, la Colonia de Elobey, Annobón y Corisco y otras islas adyacentes. La colonia duró entre 1885 y 1968. Fue reunificada en 1926 convirtiéndose en la Guinea Española». Resumiendo, Guinea tiene una parte continental y otra insular. Al territorio del continente le llamaban Río Muni y su capital era Bata. La más importante de las islas era la de Fernando Poo, que tras la independencia del país en 1968 pasó a llamarse Bioko. Los primeros europeos que llegaron allí fueron los portugueses: los marineros Fernando do Poo, de quien la isla tomó el nombre, y Lope Gonzales. Desde 1778, por el Tratado de El Pardo, pasó a pertenecer a España, que la utilizó para el comercio de esclavos hacia Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico. También la usaron los ingleses, quienes fundaron Port Clarence, que los españoles rebautizaron como Santa Isabel y ahora se llama Malabo. A partir de la segunda mitad del siglo XIX se incrementó la presencia militar, religiosa y comercial española, y se favoreció el establecimiento en la colonia de personas procedentes de España. Desde finales del XIX el motor de la economía de la isla fue el cacao. Esto siguió siendo así hasta la independencia de 1968, tras la cual, con las dictaduras de Francisco Macías y Teodoro Obiang, la presencia española se fue reduciendo cada vez más y el grueso de la economía dejó de ocuparlo el cacao en favor del petróleo.

En el colonialismo, como en cualquier otra forma de dominio, unos explotan y otros son explotados. El sometimiento suele ser militar, político, social, económico y cultural. La realidad es así de cruda y como tal no se puede esperar de ella ningún paño caliente. No hay arabescos ni florituras capaces de distraer esa realidad. Lo cierto es que en la colonización de Guinea Ecuatorial, como en tantas otras, también se benefició a dos estamentos clave: el clero y el ejército. Y pese a que durante la etapa más liberal del franquismo se quiso hacer creer otra cosa, la política española en Guinea fue racista, del mismo modo que lo fue toda política colonial. Evidentemente no tuvo rasgos tan visibles como los del apartheid impuesto por los británicos en Sudáfrica, pero, tal como indica el antropólogo Gustau Nerín, «la gestión franquista en las posesiones africanas fue racista». Se cometieron abusos, y cuando llegó la hora de la independencia los colonos también llegaron a verle las orejas al lobo. Pero ninguna realidad es sencilla, y por eso lo más sensato para tratar de comprender y de aprender es escuchar a quien vivió todo aquello.

Existen unas cuantas aldeas cercanas al río Naviego, en el asturiano concejo de Cangas del Narcea, que enviaron a algunos de sus habitantes a Guinea Ecuatorial. Cabría estudiar, al modo en que lo hicieron los ribagorzanos José Manuel Brunet, José Luis Cosculluela y José María Mur con el valle de Benasque en el libro Guinea en patués (el patués es el dialecto que se habla en ese valle del Pirineo aragonés), cuáles son las causas de que unos cuantos cangueses, predominantemente del Río Naviego, pero no solo, se embarcaran con rumbo a Guinea. ¿Quién, cuándo, cómo y por qué fue el primero o los primeros? No podemos dar respuesta a nada de esto, pero sí hemos hablado con uno de los cangueses que permaneció allí entre principios de los años sesenta y mediados de los setenta del siglo XX, y que vivió tanto los últimos tiempos de la colonia como los primeros del país independiente. José Fernández Rodríguez, natural del pueblo de Regla de Naviego, es un hombre de inteligencia sosegada, mirada viva y agradable conversación, al que queremos agradecer especialmente su hospitalidad y su valentía por legarnos un testimonio acerca de algo de lo que cada vez menos gente puede hablar y de lo que, muchas veces, quienes podrían no están dispuestos a hacerlo. José Fernández Rodríguez, en su casa de Villacanes, el 26 de julio de 2013, nos contó su experiencia en Guinea.


 

Nací en Regla de Naviego en 1937 y ahí estuve hasta que fui a Madrid en 1958 a trabajar en la hostelería, en un restaurante en la calle Alcántara. De allí fui a la mili a Sevilla. Anduve mundo bastante, fue lo que hice, andar. Me tocó el cuerpo de aviación, como tropa, servicio en tierra. Eran voluntarios, pero si no llegaban cogían de los forzosos. Desde que hice la mili volví a Madrid y seguí trabajando de camarero. Primero pensaba marchar a Alemania, pero bueno, nada. Había unas colas tremendas allí en Madrid, en la plaza Cristina Martos, cerca de Plaza España. Era invierno y hacía un frío que pelaba. Yo contacté con un primo mío que ya estaba en Guinea y fui para allá a principios de 1961. Fui, pero tenía que poner un depósito como fianza por si al llegar allí no tenía trabajo y tenía que volver. Así lo hice. Dinero no tenía, pero bueno, ya me las apañé y conseguí el dinero. Por cierto, eran 100.000 pesetas, que entonces era mucho dinero, eh. Me acuerdo cuando embarqué en Gijón que me decían: «Si yo tuviera cien mil pesetas, no iba a Guinea»; y yo decía: «Joder, ni yo tampoco».

Los trámites había que hacer unos papeles en Madrid en la Dirección General de Plazas y Colonias Africanas, que era en la Castellana donde se preparaba todo eso, allí estaban las oficinas. Y bueno, ahí ya preparé toda la cosa: pasé el reconocimiento, pa ir pa aquel país, poner todas las vacunas y esas cosas, y bueno, a partir de ahí ya presenté mi dinero y ya tuve que embarcar en Gijón, en la compañía Transmediterránea, que era la que hacía el trayecto.

Salí el 18 de marzo de 1961 y el viaje fue muy mal de Gijón a Vigo. Te mareabas, el barco se movía para todos lados. En Vigo estuvimos el día de San José entero, tomando algo, ribeiro de ese y algún pincho, y bueno… al día siguiente arrancó a Cádiz. Eran barcos mixtos, que llevaban mercancía y viajeros y echaban un poco de tiempo en cada puerto, mientras recogían y bajaban carga y recogían viajeros también, claro. Y de allí a Las Palmas. Las Palmas fue la misma historia, salimos también mientras hacían la carga y descarga. Después a Tenerife, y lo mismo. Y después ya atracó en Monrovia. Allí fondeó, porque no tenían puerto para atracar y fondeó, no sé si a una milla o así. Nosotros no salimos. Había tráfico de tabaco. Algunos se apearon allí, que iban a trabajar, y nosotros seguimos otros cinco días de viaje hasta Santa Isabel, que era el destino que llevaba desde aquí, pero sin trabajo, a la aventura total.

Cuando llegué allí fue bonito, se veía el puerto, estaba amaneciendo. Era una maravilla. Pero bueno, luego allí dejas el barco y ya empiezas por allí a buscarte la vida. Siempre tenías alguien que conocías y te iban presentando empresas, porque allí íbamos a trabajar en la cosa agrícola, café y cacao, como encargado de fincas, de plantaciones, con trabajadores nigerianos, porque los guineanos tenían más bien destinos como conductores o en las oficinas, pero como decir braceros, no. España tenía un tratado con Nigeria para traer trabajadores a trabajar allí en la isla. Bueno, en la isla y en el continente. Venían con contrato por dos años y allí estaban.

En las plantaciones había de todo. Había plantaciones muy bien organizadas, unas plantaciones pero que bien, todo alineado, con agua por todas partes, que había que sulfatar el cacao; y había otras muy malas, que era todo a base de esclavitud de los braceros, claro. Yo estuve en varias, en algunas peores y en otras muy buenas. Trabajé más con el cacao que con café. Allí estuve cinco años, del 61 a finales del 65, la primera vez, y después volví. Pero en el 65 me puse malo en Madrid y entonces no volví, porque yo quería ir a Australia, quería cambiar de aires, pero exigían mucho y tiré a Suiza con un contrato de un año en septiembre de 1966. Yo quería pasar de Suiza a Australia, y el señor que me arregló los papeles, que trabajaba en un banco, me llevó a la oficina de inmigración, y allí me dijeron que tenía que terminar el contrato porque los convenios internacionales no permitían marchar antes de terminar el contrato, tenías que estar libre, vamos. El caso es que no me dejaban salir a no ser que me diera la carta libre la empresa. Mandé una carta certificada a la empresa diciendo que me quería ir y tal. Cuando la recibieron me llamaron y tuve un enfado bastante fuerte con los dos hermanos que eran dueños del restaurante, un restaurante enorme, en el que trabajaba allí. Estuvimos en la oficina y ya fue calmando y me dijeron que si encontraba a alguno que me sustituyera que me daban la carta. En ese medio tiempo, cambié de puesto, me puso en un puesto bien, vendiendo helados con una máquina italiana. Cuando hacía calor vendía muchísimos, tenía cola; cuando hacía frío, menos ya. Y bueno, así estuvimos, me subieron el sueldo y querían que siguiera, pero yo estaba con la cosa de marchar. Así seguí aguantando a ver si terminaba el año, pero cuando llevaba diez meses ya no esperé más porque el viaje a Australia era un viaje muy largo. Lo tenía todo programado, era salir de allí de Zurich, porque en Berna no había aeropuerto grande, de Zurich tenía que ir a Londres, de Londres a Roma, de Roma iba a no sé… Tenía toda la información del viaje y de Australia y de todo, pero no llegué a hacer el viaje porque en ese medio tiempo me salió para Guinea otra vez algo que me interesaba. Me llamaron y un día preparé la maleta y al día siguiente cogí el avión de Berna a Zurich y de Zurich a Madrid y marché.

Y al día siguiente de llegar ya firmé el contrato. Las empresas que trabajaban allí eran la mayoría españolas. Unas se dedicaban al cultivo del café y el cacao; otras a la madera también, la parte de vascos y navarros se dedicaban mucho a la madera; al café y cacao también, pero más a la madera. Había muchos de Cangas, había empresarios también, de Villaviciosa conocí dos por lo menos, de Santander también había. De aquí había mucha gente, de esta zona del Río Naviego había mucha gente, de Rengos también había alguno.

Esta segunda etapa ya llevaba todo perfectamente, viaje pago, bien atendido, me llevaron a las plantaciones y volví a Santa Isabel. Las empresas se llamaban Pérez Alonso, la primera, que eran canarios, y la otra Mora-Mallo, que es en la que estuve en esta segunda etapa y estuve muy bien. Fueron buenos conmigo. Una gran empresa, unos jefes serios. Hay que trabajar, eso sí.

El día a día allí era así: Te levantabas por la mañana, había que formar a los braceros, pasar lista, contarlos, si están todos, que no hubiera faltas. Algunos se presentaban, sí, pero estaban enfermos, había que darles la baja. Y después distribuir la gente en brigadas de cincuenta braceros más o menos. Y bueno, las plantaciones son grandes, extensiones de terreno muy grandes, no es decir una finca… Aquello ocupa todo esto [hace con la mano un gesto señalando el valle entero], ¿no entiendes? Entonces pues ya los distribuyes, tienes tus capataces negros que son los que los acompañan con un chofer y un camión y bueno, hoy a tal plantación a hacer esto, y la otra brigada a otra plantación a hacer esto, y otra a otra plantación; hoy a chapear, mañana a sulfatar, otro día a picar cacao, otro a romper cacao.

El cacao dura muchos meses. Empiezas a primeros de junio y puede terminar en enero del año siguiente picando cacao, porque eso vas picando el maduro, pero sigue saliendo flor, sigue formando piña, sigue madurando, sigue formando flor… Hay unos pocos meses de descanso desde que se acaba la cosecha, y en esos pocos meses viene la poda. Es cuando hay que podarlos, dejar la finca limpia, en condiciones para la siguiente cosecha.

Al principio, la primera vez que fui, se pasó mal, había que ir al bosque todo el día… Entrabas como un auxiliar y después ya, pasaba un tiempo que ya sabías el pichingle, que era el idioma de la gente, que había que aprenderlo para entenderse con ellos, con los nigerianos. Entre ellos tenían mil dialectos, pero el que entendían todos era el pichinglis, el inglés este que hablaban mal, como aquí el castellano, que también se habla muchas veces mal. Había que entenderse con ellos y eso era a base de tiempo. Tardas más o menos un par de años para manejarte en el trabajo. Yo entré de auxiliar y al poco tiempo quedé de encargao porque estos canarios iban pa Canarias y yo quedé de encargao.

En la segunda etapa estuve siete años, hasta 1974. Aquí ya hacía de encargado. Primero me mandaron a una finca porque… Era una finca que a ellos les dan crédito pa financiar la cosecha y todo el gasto que tiene de nóminas, de sulfatos y todo lo que conlleva de gastos allí. Y a mí ya me mandaron directamente allí y a ver si salvamos todo el dinero que les dimos a esta gente y bueno, a ver si cubrimos. Y si no cubre pues a embargarlo. No pude salvarlo porque cuando yo llegué la cosecha estaba muy avanzada. Yo fui a finales de julio y claro ya empieza en abril. Se hizo lo que se pudo pero no se llegó a cubrir.

Cuando llegas allí el cambio es tremendo. Eso hay que vivirlo y está ahí, el cambio es muy fuerte. Sales de aquí… Empezando por el clima y aquello, bueno, tienes que adaptarte. Es duro, pero bueno, tratas de adaptarte a ver si puedes aguantarte allí porque el viaje no es una broma, y si vas con depósito menos. El depósito una vez que llegas allí ya podías reintegrar la mitad, cincuenta mil pesetas, y luego una vez que tuvieras un contrato en firme, después de pasar los tres meses de prueba, y a los seis meses te volvían a dar el resto, pero siempre reservando un pasaje en tercera clase, por si la cosa no iba bien y tenías que volver. Se ataban todos los cabos, no creas. Y bueno, así quedó la cosa, yo devolví el dinero a quien me lo facilitó, y después ese dinero pues lo volví a sacar el primer viaje que vine aquí a finales del 65.

Al volver en el 74 estuve un poco de tiempo en Madrid, porque yo vine mal, vine fastidiao, enfermo, por una picadura, no sé lo que fue, por una picadura… Yo no sé lo que fue porque el clima me sentaba bien. Yo estuve allí aguantando porque esto ya fue en septiembre y yo hacía mucha falta allí entonces, pero me puse mal y no pudo ser. Entonces aquello ya era todo independiente.

Yo viví colonia, viví cuando le hicieron la autonomía y viví la independencia. Cuando la independencia estaba allí, que fue precisamente Fraga Iribarne a darles la independencia. Las cosas cambiaron mucho con la independencia, muchísimo, aquello ya no fue conocido, porque saliera aquel Macías y aquel era un tío que nada, que lo primero no estaba preparado para presidente, pero lo votaron y salió y fue todo un desastre, todo un desastre. Macías era del continente, y los del continente los bubis no los querían, lo que querían era eliminar, sobre todo a los que sobresalían o tenían estudios pues les tocaba. Entonces eliminó cantidad de ellos. No lo sé, será fuerte pa contarlo, tampoco quiero yo, tampoco quiero entrar en… Fue duro pa todos, porque este como era un loco de estos pues nada, dieron un golpe en Guinea Conakry y a raíz de eso tomolas contra los portugueses y caían… Fue un desastre, saquearon tiendas de comestibles, saquearon todo, incluso la propia Guardia Nacional, y aquello fue un desastre. Metiéronlos presos, llegarían a chapearlos, los trataron mal… Y bueno, claro esto es muy largo, todo no se puede contar porque echamos demasiado tiempo, pero bueno. Luego fue cuando dieron el golpe de Estao aquí España, mal planeao porque hicieron las cosas mal, una chapuza. Entonces era ministro de exteriores un tal Fernando María Castiella y falló el golpe de Estado, fue un fracaso. Entonces el otro se puso como una fiera, ya ves. Los que estábamos allí sufrimos. El clima era antiespañol, algunos estuvieron presos también, tuvieron maltrato. Yo conocía a la Guardia Nacional, que tenía cerca un campamento, y bueno, me llevaba bien con ellos pero fiar tampoco, porque fiar no te puedes fiar de ellos, cambian de una hora pa otra. Llevaron a un chaval gallego, no sé a donde lo llevaron, lo tendrían chapeando por ahí, pero no fue este solo. Hubo otro canario, que tienen su forma de hablar, y un día fueron por allí los de la Guardia Nacional y les dijo:

«Hola, ¿qué desean ustedes, caballeritos?»

Él que les dijo «caballeritos», buena la armó. Les pareció mal: «Usted es un colono y tal. Aquí los colonos hay que acabar con ellos». Lo esposaron, lo metieron en un todo terreno Toyota, lo metieron pa dentro, lo llevaban esposado y no sé adónde pasaron con él, no lo volví a ver. Y paraban allí en un parque en la costa, nosotros estábamos pegaos a la playa mismo. Y al otro lo llevó también. Y bueno, ya te digo, yo iba llevando la cosa, pero pude ser uno más. Yo tenía un poco más de trato con ellos… Y yo qué sé, a este que si nos trató mal (seguro que no, pero bueno), y el otro nos dijo que si éramos unos «caballeritos» y no se puede tratar así a la autoridad, a la Guardia Nacional. A estos no los volví a ver más. Allí me quedé y allí estuve hasta que vino la evacuación en marzo del 69. Tuvo que marchar todo el mundo y nada, pusieron barcos y aviones para evacuar a la gente porque… Yo tuve ocho días incomunicao en la plantación donde estaba, había controles por todas las carreteras. Otros salieron por donde pudieron. Algunos, por el bosque, llegaban a Santa Isabel, donde estaba todavía la Guardia Civil de aquí. La Guardia Civil entonces ya no mandaba nada allí, estaban por si Macías los quería, y allí estaban. Entonces muchos españoles se refugiaron allí, en los campamentos de acuartelamiento de la Guardia Civil fueron muchos a refugiarse; otros estuvimos incomunicados. Yo no me moví de allí, estuve en la finca con la gente. Los boys eran los que hacían la comida y las cosas de la casa. Me encontró un día un compañero gallego y me dijo:

«¿Pero tú que haces aquí?»

«Yo qué quieres que haga, aquí toy bien, aquí de momento toy seguro. Los nigerianos conmigo no se meten ni se van a meter, y aquí toy bien».

«Nada, vamos pa casa, vamos a tomar algo», me dice. Y tuvimos allí en el patio tomando algo. Él marchó, no lo volví a ver más, y yo allí estuve hasta que un día ya la empresa pudo mandar un chofer nativo a sacarme de allí y sí, bien. Dijo:

«Venga coge lo que tengas por ahí, lo imprescindible, deja todo».

Y tuve que salir de allí casi con lo puesto, sí. Y nada, fuimos superando controles, que había varios en la carretera, en lo que era el trayecto ese, hasta llegar a la ciudad. Y bueno, al entrar a la ciudad sí, ahí sí había un control fuerte porque llegamos con la hora pegada, y no sé si pasaban ya unos minutos. No pasé gran miedo, sabía que podía haber problemas, pero miedo no pasé. Entonces él se entendió con el guardia, que hablaban todos el pame, que era el idioma de Guinea continental, de los bata. Y como ya pasaba de la hora, yo decía, estos desgraciaos… Pues nada, venga «ma, ma, ma, ma», yo no entendía ni papa. Hablaban así el dialecto… Son pesaos, tranquilos, y ahí estuvieron machacando machacando… Y digo, pues bueno, hay que dejarlos ahí que ladren hasta que se cansen. Y bueno, pues, oye, al final levantaron la barrera y nos dejaron entrar a la ciudad. Y directamente a casa de la empresa, había sitio bastante para todos. Entramos allí y ya ni movernos en toda la noche. Nos refugiamos allí en un salón que había y ahí tuvimos sin salir a la calle para nada. Había toque de queda y después de las seis ya no podía moverse ni una rata por la calle. Claro, era el problema que teníamos para entrar en la ciudad, que ya no podía moverse nadie, si no igual te… Y bueno, allí pasamos la noche y por la mañana ya prepararon un visado y todo eso y ya pudimos salir yo y algún compañero. Fuimos al aeropuerto y allí nos cachearon todo, solamente les faltaba quitarte los calzoncillos (por cierto, a las mujeres les cacheaban hasta allí). Y bueno, si tenías algo que les apetecía te lo quitaban… Y bueno, llegamos a Madrid a medianoche. Creo que era el 13 de marzo de 1969.

Luego yo volví a Guinea, a la misma finca en la que había estado. Hacia abril volví a entrar allí, con todo cambiado. Los nigerianos ya, al ver lo que había, ya marchaban también.

Nosotros allí teníamos autoridad bastante. Allí, negros sí, pero los había mejores y peores, como aquí, los había que tenían estudios. Pero a partir de entonces hubo muchos problemas porque estaba ahí Macías; Macías fue cuando hizo todas aquellas barbaridades, a partir de la evacuación. A partir de ahí se vio de todo, yo qué sé, esto es una leyenda larga. Desmanes de todo tipo. Había gente que llevaba una muerte terrible, que los llevaban al continente. La información era escasa, era una dictadura y la información era toda afín al gobierno. Todo era hablar mal de España y hablar mal de España. Pero bueno, ahí se vio barbaridades, estabas trabajando y venían y te quitaban el coche, se lo llevaban y ya está. Luego te lo dejaban por ahí tirado en un barranco y nada más.

El trato que yo tenía con los nigerianos no cambió mucho después de la evacuación. Los conocía a todos y el trato era bueno. Siempre me respetaron. Siempre hay alguno que era algo más eso, pero bueno, siempre me llevé bien con ellos porque nosotros la gente la tratábamos bien, y entonces bueno, la gente estaba contenta. Cuando hay buen trato las relaciones son mejores. En todas las plantaciones de esta empresa tenían buenas viviendas, tenían buen trato. Vivían en sus barracones y yo en una casa aparte, en una casa bien acondicionada y en buenas condiciones, casas buenísimas. Tenía de todo, asistentes para hacer la comida, la limpieza, todo. Muchas veces hasta 24 horas trabajabas, había que trabajar, no es que te lo dieran por la cara, pero la empresa, si trabajabas te lo reconocía. A mí me fue muy bien con la empresa, muy bien. Fueron buenos para mí. Yo vine mal y no me llevaron por ahí a un hospital de tercera ni eso, me llevaron a una buena clínica que había entonces en Madrid, la clínica Bernardos. Pagaron todo ellos desde el primer día nada más ingresar. Comes a la carta lo que quieras. Yo venía deshidratado y el trato fue muy bueno. Después ellos tenían mucho peso en el Banco Exterior y me colocaron ahí, que es de donde me jubilé en Cangas [del Narcea]. En el 74 ya vine para aquí y me quedé aquí [Cangas del Narcea]. Querían que volviera, pero no me interesaba a mí volver ni a ellos que volviera allí, porque si la salud… Hombre, la salud me fue bien, lo que pasa que cogí una infección… no sé si fue una picadura… no sé. Los médicos, allí en la clínica en Madrid, me decían que pudo ser incluso de un vaso de agua en malas condiciones. Fíjate, estuve en Guinea quince días con el problema, porque no era fácil reemplazarme y yo no quería dejarlos tirados, pero claro, allí no daban una en el clavo. Estaban poniéndome inyecciones, pero yo cogí una infección que yo estaba ya al final, a punto de morir. Tuvieron que traerme en el avión en camilla, ocupaba cuatro asientos. En Madrid me bajaron los enfermeros y no me podían tocar, tenía dolores por todos lados. Tenía la infección ya extendida. Estaba en las últimas. De allí directamente a la clínica. Allí me sacaron pus, me hicieron cultivos, salieron más de tres litros de pus. A partir de ahí me pusieron un drenaje en la pierna y no acababa de mejorar, así que el cirujano quería volver a operar. Volví a la oficina a hablar con el jefe, y me dijo, pues nada, todo lo que haga falta, el dinero es para eso. No hubo problema ninguno. Yo la verdad, para mí fueron unos padres.

Yo el tiempo que estuve en Guinea estaba soltero. Había también casados, pero a mí aquello no me parecía el ambiente adecuado para casarme. A mí no se me ocurrió casarme para ir para allí. Aquello no es el sitio, por muchas cosas. Hay mucho mosquito, mucha cosa, y luego hay mujeres que se adaptan bien, otras las metes allí en el bosque y se mueren allí de pena. Y se tienen que adaptar, una vez que están allí no se van a tirar al mar, pero que de todo hubo. Y no, yo allí casarme no.

Allí los españoles con las negras de eso siempre hubo bastante, eso nadie lo puede negar. Desde los que estaban muy muy demasiao, ¿no? Y otros, bueno, de esto que… pasajero. Había quien tenía pareja estable y hasta hijos, y ahí quedaban.

El caso mío fue muy normal. Yo no fui de esos que se lían. Yo ataduras nunca quise. Oye, si un día hay algo que ves que sí vale para pasar una… ¿no me entiendes? Pues sí, sí, sí, cómo no. Aquí no hay nadie de hierro ni nada por el estilo, pero bueno, lo normal, lo normal. El que fue allí es difícil que anduviera a secas, está claro. Porque allí no es como aquí, allí era libre completamente, la mentalidad era completamente distinta. Nadie se metía con nadie por cosas de esas. Eso me llamó mucho la atención cuando llegué, porque era muy distinto a lo de aquí.

Allí ocurrieron muchas cosas, lo que pasa que de unas no te acuerdas y de otras te vas acordando… Los últimos años fue duro en el sentido de la política que había allí, otra cosa no. Por lo demás yo estaba bien allí. Tenía mucha autonomía en el trabajo para hacer y deshacer; si uno no me iba bien, este fuera y ya está; una libertad para todo. Tenía unos coches de la empresa para salir y entrar cuando quisiera. Para moverme, para todo. Sobre eso no tenía problema ninguno, era como si estuviera trabajando para mí, sobre eso ningún problema. Hubo que aguantar lo otro. Aquello fue tremendo, aquellas condiciones para trabajar eran muy duras, porque bueno, a mí tienen llegao por la noche, en los últimos años ya, después de la evacuación y todo aquello, pues nada, si no hay problemas se los buscan para chantajearte. Y si tú no eres político ni te metes en nada, «usted es un colono»; bueno, pues… Y te salen con esas. Bueno, a mí no se me dio el caso, la verdad, pero bueno, tienen bajao por allí. Ellos vivían arriba y la playa taba abajo, el campamento teníanlo allí arriba, en el bosque, y a media noche tar durmiendo y bueno, la casa tenía una escalera ancha pa subir y arriba tenía todo una terraza alrededor, una casa preciosa. Y bueno, lo que era la terraza tenía acceso al salón, a las habitaciones y a todo, pero la terraza no estaba cerrada, podía subir el que quisiera y andar de noche por allí si quería, ¿no? Yo siempre dormía tranquilo porque nadie se metía con uno allí. Y una noche pues vinieron por allí, la guardia, y tando yo durmiendo pues, tenía mosquitero de esos pa los mosquitos, y hala, sentí la puerta, pegaron con el fusil, entonces tenían los máuser esos tovía, debieron dáselos por allí pa ellos. Pegaron unos golpes en la puerta y claro, abro la puerta, y nada más abrir la puerta me encañonan. Y digo, bueno, a ver si hay suerte que no aprieten. Y nada, bueno, ya bajaron los fusiles y dejáronme vestime y salí pa’llí pa la terraza con ellos, bueno, dejáronme vestime, y salí pa llí con ellos y saquéles una botella de coñac, y bueno, hablaron, hablaron, tienes que tar aguantándolos, en vez de descansar, y venga blablabla allí unas horas, y nada, la cosa terminó en que tenía que vigilar la costa y cuando pasaran barcos de noche notificárselo inmediatamente. Y digo, «bueno, vale, vale, cuando vea algún barco que eso pues ya lo sabréis». Yo hacía muchos años que conocía a esta gente y siempre sabes manejalos, aunque a veces no valía, pero bueno. Se marcharon y…. Nunca vi barco ninguno, ¿sabes? Si los viera iba a ser pa complicame más…

Y otra vez me pasó en otra finca de la misma empresa también, fue después de la evacuación y todos aquellos problemas también. Tábamos allí, éramos dos blancos allí trabajando y por la noche, aunque el otro vivía un poco más lejos, nos juntábamos. Y nada, pues registraron todos los barracones de los nigerianos, todos, uno por uno, buscando armas y cosas de esas. Estuvieron hasta por la mañana. No había nada, pero bueno. Y después sí, sí, subieron a casa y tocaron la puerta la habitación y a mí mandaronme salir de la habitación pa registrar la habitación. Y nada, salí de la habitación, poco tenían que registrar, válgame dios, pero… Y ya registraron por allí. No sé qué tenía por allí que se lo llevaron, bueno, ye igual, aquello no me importaba, y  nada, se fueron, se fueron, y yo me acosté. Y fueron los encontronazos que tuve con la Guardia Nacional, nada más. En ese sentido tuve suerte, porque hubo otros que tuvieron encerraos. Conocí uno que estuvo seis meses retenido en la policía y ese tuvo que dar seiscientas mil pesetas para librarse. Sí, porque luego chantajeaban, si te movías por allí por la isla había controles y chantajeaban. A estos que ponían en los controles les ponían un arma de madera, como si fuera un fusil, ¿no?, pero era de madera. En una ocasión iba yo con otro que trabajaba en otra finca, íbamos en un Land Rover, un todo terreno, y en uno de esos controles, yo no sé si fue que le fallaron los frenos pero el caso fue que se llevó la barrera por delante. Bueno, «ahora solo falta que nos disparen». Y me dice: «Nada, estos no disparan porque las armas son de madera». Y nos escojonábamos, ¿eh? Pasamos el control y no pasó nada. Y bueno, la cosa era distinta, pero también nos reímos, ¿eh?

Yo después vine aquí y ya trabajé siempre en el Banco Exterior hasta que me jubilé, y siempre viví aquí en Villacanes ya. Ya me casé tarde, con los cuarenta. Esta mujer mía, Tina, Constantina, que es de aquí de las Montañas, de San Cristóbal, debajo del Acebo, estaba viuda y tenía dos chicas, pero bueno, me gustó mucho, me gustó mucho. Total que allá llegamos hasta que nos casamos. Ella tenía dos hijas y tenemos una hija del matrimonio, una hija que vive en León.

Cuando se llega a Guinea se pasa mal: los mosquitos que te ponen la piel negra de tanto picar, luego los paludismos que te pueden atacar de tanta picadura… Bueno, aquello era muy duro, ¿eh?, muy duro. En el bosque empezabas por la mañana, amanece a las seis, oscurece a las seis, pero a lo mejor amanece y viene un tornao, y tas allí preparao y ya sales mojao y tas en el bosque y te mojas y vuelves a secar durante el día. Los primeros meses fueron duros porque no estás todavía preparao. Hay que aprender como todo: lo que es el bosque, lo que es el cacao, saber trabajarlo, saber manejar la gente, que es muy importante, porque si no sabes manejar la gente no tienes más que problemas tolos días. Claro, eso hay que evitalo. Yo procuraba ser razonable con ellos. Al que hace las cosas bien, pues hay también que saber corresponder. Claro, no puedes ir a lo burro y tratalos a todos… Oye. Ahí sí existieron los castigos físicos. Yo no conocí tanto, porque fue más bien antes de ir yo, pero sí, sí. Los que no iban bien, o eso, o eran muy duros, pues bueno, la goma. Con látigo, claro. Pero bueno, cuando yo fui eso estaba en desuso porque entonces ya el cónsul que había allí no era inglés. Desde que tuvieron la independencia, estoy hablando de los nigerianos, desde el sesenta o por ahí, pues ya tenían un cónsul nigeriano, que ya era de los suyos y miraba más por ellos, y entonces había que tratarlos mejor. Pero bueno, allí hubo de todo. Y mucho también es de la forma de tratar la gente porque de aquí fue mucho bárbaro, a lo mejor más bárbaro que los otros, pero bueno, era lo que había. Había muchos problemas, muchos fueron allí macheteaos e incluso a muchos los mataron. Yo fui a entierros de españoles después de la independencia. A un gallego le cortaron el cuello. Y todos estos pues la gente estaba muy acojonada. Había bastante desmoralización.

La motivación mía para ir allí era económica. A mí otra cosa allí no se me perdió. La empresa última tuve mucha suerte y fue muy buena hasta el final. Hubo eso… Podías ser el siguiente. De noche tenías que salir, había secaderos que estaban clasificados, y había que estar pendiente del secado, porque si lo sacas bien secado es de primera, y así vale más dinero, y eso la empresa también lo veía. Y es lo que hay de allí. Aquello no fue todo camino de rosas. Al principio es duro, es duro y el que diga otra cosa miente, y el final pues fue como fue porque después de descolonizar aquello cambió, los tratados con España desaparecieron.

A los nigerianos se les pagaba en chelines, cobraban treinta chelines que se les depositaban en la Delegación de Trabajo de allí de Santa Isabel. Y después se les pagaban 110 pesetas en mano. Luego se les daba una ración de marango, se les daba arroz, aceite de palma, eso todas las semanas, pa que comieran y mantuvieran la familia, los que la tenían. Y la empresa les daba más siempre, no se escatimaba pa nada. Y si había alguno que se salía del carril pues mira, fuera. Nada de andar peleando con él, se le echaba. Nada de andar llevándolo a un campamento donde les daban gomazos.

«A este hay que darle cincuenta gomazos».

Y se los daban. Yo no llegué a eso, pero bueno, existe. La política de la empresa no era esa. Existió, quiero decir. Sí, antes sí. Estuve allí trece años más o menos, es bastante tiempo. Hubo gente que estuvo más y otros bastante menos, con contratos de dos años en dos años. Había de vacaciones seis meses en esos dos años, con el viaje pago de ida y vuelta aquí a la península. Yo de eso nunca hice caso, venía cuando quería venir. Primero tardé en venir cinco años y luego volví a los dos años, y luego ya venía todos los años. Yo de eso nunca hice caso.


1 comentario
  1. jose pedro
    jose pedro Dice:

    me ha extrañado el relato…habla el señor ese con una rusticidad como adrede, y de golpe he caido es todo el relato pura imaginacion basada en el film de guinea «palmeras en la niebla» o untitulo parecido y lo que ha visto en youtube sobre unos de Huesca que estuvieron en guinea en la famosa finca Sampaka, aderezado por un escritos marxista y clasico antiespañol, que malos los españoles etc . Me engaño un poquito al inicio pues tengo interes en la antigua guinea española y pense que proporcionaria algun dato historico desconocido , es todo fantasia del que lo ha escrito, tan falso como la novela «palmeras en la niebla» escrita por una mujer que jamas habia estado en Guinea o el film aun peor

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