José Rodríguez Casín: – Yo di propinas a Onassis
Por José Antonio Alonso Rodríguez – Casa Mingo de Moal; Fotos: Casa Casín de Moal, Cangas del Narcea.
El día 26 de octubre de 1968, un joven periodista llamado Ramón Sánchez-Ocaña a quien acompañaba el fotógrafo José Vélez, como enviados especiales a Moal, publicaban en el periódico “La Nueva España” de Oviedo un reportaje sobre José de Casín, con el sugestivo título que ilustra este artículo. Ramón Sanchez Ocaña hace una amplia interviú con José de Casín como protagonista, en el que narra los avatares que tuvo durante los años mozos, cuando emigró a Argentina en busca de trabajo. Allá, en el hotel donde trabajaba, coincide con quien pasados los años se convirtió en una de las mayores fortunas del mundo: Aristóteles Onassis.
La hoja que ilustraba el documental, si bien fue guardada con esmero por la familia Casín, a quién agradezco el envío de la información y las fotografías, no guarda la calidad necesaria para que pueda ser leída con normalidad, por lo que voy a transcribirla para su mejor lectura.Yo di propinas a Onassis
“Trabajamos en el mismo hotel: él de ascensorista; yo, de cafetero”
El era más hábil “trabajándose” las propinas.
José Rodríguez, de Moal, escribió al potentado proponiéndole un negocio de minas, y Onassis, al mes, respondió que no le interesaba.
Ramón SANCHEZ-OCAÑA y José VELEZ, enviados especiales
– Él, Onassis, estaba de ascensorista. Yo de cafetero. Y más de una vez le di un peso de propina…
Lo que son las cosas. Aristóteles Sócrates Onassis, que desde hace muchos años acapara la atención mundial –y más ahora- recibía propinas de este hombre, José Rodríguez Casín, natural y vecino de Moal en Cangas del Narcea. Cuando llegamos, por tortuoso y embarrado camino, Casín estaba en cama.
– Anda un poco mal del estómago, nos dice su mujer. Pero ahora viene.
Y vino. Y nos apoyamos en el mostrador de su bar. Y desarchivó todos sus recuerdos. Y sacó unas viejas cajas de puros. Y nos enseñó muchas cartas y certificados, y fotografías. Y charlamos.
–Yo llegué a Buenos Aires –nos dice- en el año veintiocho. Al principio todo fue mal. Me tomaron el pelo, me engañaron, y hasta me robaron impunemente la maleta todo lo que llevaba. Quedé con lo puesto. Y gracias a un buen hombre que era de aquí, de Rengos, que me recomendó, entré en el hotel Plaza. Mire, mire –y vuelve a su archivo de recuerdos- esta es la carta en que me comunicaban que tenía trabajo…
Casín es un hombre alto, fuerte, de muy buena facha. Se le proponía entonces un trabajo de “mucamo” -según reza en documentos- y de ayudante de cafetero.
– ¿Y yo que iba a hacer?. Pues a ello.
– ¿Cuántos estaban trabajando allí?.
– No lo sé. Muchos. Porque de la misma empresa eran los cuatro mejores hoteles de Argentina. Y cuando hacíamos falta en uno o en otro sitio, para allá nos mandaban.
Y allí, mientras José Rodríguez se ocupaba de la cafetera, un muchacho de unos veinte, veintidós años, bajito, moreno, enjuto, se ocupaba del ascensor: Aristóteles Sócrates Onassis.
– Yo nunca pensé que podía ser griego, parecía un italiano.
– ¿Cómo se llamaba allí?.
– Nos llamábamos por nuestras ocupaciones, no por nuestros nombres. Allí estábamos de todas las partes del mundo. Y así como puede ser fácil decirme a mi José, decir Aristóteles u otros nombres extranjeros no es cosa tan sencilla. Yo era “el cafetero”. El “el ascensorista”. La verdad es que aquel hombre llamaba la atención. Mientras todos los demás charlaban de fútbol, de carreras de caballos, él estaba a lo suyo. Le interesaba el dinero, las propinas. Era el primero que ponía el ascensor. El más atento de todos. Y como todos andábamos a lo mismo, a mi me gustaba que al servir un café me dieran propina, y a él le gustaba que cuando te hacía un servicio, correspondieras.
Aristóteles Sócrates Onassis entonces no era más que un muchacho con aires italianos.
– Pero era –nos dice Casín- un muchacho que se pasaba, en los ratos que podía, con el pitillo en la boca. Yo creo que si se hiciera un monumento al tabaco, Onassis debería financiarlo, porque debe agradecerle mucho. Si, fumaba constantemente. A él le mandaban tabaco de Grecia. Y nos invitaba en muchas ocasiones. Era muy buen tabaco, esa es la verdad. Se notaba enseguida por el olor. Nos gustaba mucho a todos. Y siempre dijo que si lo vendía podría ganar algún dinero. Pidió más tabaco, compró una maquinilla de hacerlos, y ahí empezó todo.
La historia, con más o menos detalle es sabida. Lo difícil es el comienzo y Onassis que demostró siempre una gran habilidad y un talento natural poco frecuente, comprendió como aquello podía ir a más. Compró alguna máquina. Y empleó en la hechura de los cigarros a los viejos que vendían el tabaco por la calle. Así todos tenían interés en que aquello se venciera.
– Al principio salían sin marca ninguna. Después fue aumentando la fabricación, fue comprando más máquinas y se llamaron “Omega”.
Y pese al nombre, asimilado siempre a un final, aquello fue el principio.
– Onassis había ascendido ya, porque como le digo, era muy trabajador. Y lo pusieron en la central telefónica. De “embornador”. Y allí debió de aprender lo suyo, porque en el hotel estaban los grandes financieros del mundo.
Después se le perdió la pista. Al poco tiempo abandonaba el hotel aquel muchachito que empezaba el gran negocio del tabaco. Las revistas nos cuentan que primero fue un barco, y luego otro, y luego otro. Y así, en progresión hasta ser hoy la tercera riqueza del mundo.
– Casín, ¿y cuándo supo usted que aquel muchacho de cara italiana se había convertido en el hombre fabuloso que hoy es?
– Cuando los periódicos hablaron de él. Yo le vi y me dije: a este hombre lo conozco yo. Lo conozco. Lo conozco, lo conozco. Y entonces leí todo lo que hablaba de él. Y hasta que di con que había trabajado en el hotel Plaza.
– ¿Qué sintió entonces?
– Me alegré muchísimo. Porque llegar a donde está este hombre no es cosa fácil, no.
LE PROPONE UN NEGOCIO
Casín volvió de Buenos Aires, y se quedó en esta aldea de Moal. Aquí tiene su casa y su familia. También su ganado. Aquí ve pasar los días con tranquilidad. Guarda los primeros recortes que hablan de Onassis.
– Hace tres años le escribí. Le felicité por su triunfo en la vida. Le mandé mis papeles del hotel para ayudarle a reconocerme. Y le proponía un buen negocio: que entrara de socio conmigo en la concesión de una mina de antracita que tengo. Tardó un mes en contestar. Me devolvió los papeles y dice que no le interesan.
– ¿y no hubo más correspondencia?.
– Si. La última: la de felicitación de boda. Es sencillo. No le digo más que sea muy feliz, que se lo merece y que siga siendo tan activo como era entonces.
– ¿Qué le parece la boda con Jacqueline?.
– Muy bien. Ella es una gran mujer. El es un gran hombre. Los dos eran famosos. Ahora lo son más. ¿A qué mujer no le apetece contar con la seguridad que da Onassis?. ¿Y a qué hombre le disgusta una mujer como Jacqueline?.
Es curioso. Casín abre una botella de agua mineral. Luego charlamos de caza. Tiene una oreja partida.
– ¿Cazando?.– No, fue un mordisco en una pelea….hace ya años.
Pues si. Lo que es la vida. Este hombre le dio propinas a Onassis, por entonces un activo ascensorista del hotel Plaza de Buenos Aires.
– Muy activo. Y muy correcto. Él se hacía ganar las simpatías y … las propinas.
– Y más de una vez le di un peso, más de una vez.
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