Publicación de noticias históricas relacionadas con la historia, el arte, la literatura, etc. de Cangas del Narcea.

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El Orfeón de Cangas de los años 60

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El Orfeón en el Teatro Toreno

La afición por la música coral en Cangas del Narcea no tuvo su primera manifestación en el nacimiento de la actual Coral Polifónica. Con anterioridad, otras agrupaciones, más o menos estables, canalizaron el gusto por el canto con actividades casi siempre ligadas a los actos litúrgicos de la iglesia parroquial.

Así, en La Maniega, Boletín del Tous pa Tous, se recoge en un número del verano de 1927 una actuación del Orfeón durante las fiestas del Carmen. El cronista anónimo, después de destacar su actuación, escribe lo siguiente:

“¿Y qué diríamos del Orfeón? Pues del Orfeón diríamos que su director, don Lorenzo Menéndez, nos presentó un conjunto agradable de voces que cantaron muy bien, teniendo que repetir algunas canciones, y que estaban muy monas las orfeonistas Pilar Castrillón, Carmina Tejón, Esperanza Tejón, Marina Queipo, Remedios Pertierra, Alicia Rodríguez Magadán, Adela Avello, Olvido Rodríguez, Matilde Collar, Victoria Rodríguez, Mercedes Fernández, Carmina Rodríguez, Lucía Rodríguez y Cristina Rodríguez.”

Ahora bien, de entre todas las agrupaciones musicales antecesoras a la actual Coral Polifónica de Cangas del Narcea destaca el Orfeón dirigido por don Juan José Uráin.

El nacimiento de esta agrupación coral está ligado a la llegada a Cangas del Narcea del mencionado don Juan José Uráin Macazaga, un vasco nacido el 5 de enero de 1925 en Deva (Guipúzcoa), que fue destinado a nuestra villa como director de la Banda de Música en 1957. Desde entonces reside entre nosotros.

Juan José Uráin había desarrollado su preparación musical primero bajo la tutela de su padre y con posterioridad en el Conservatorio de San Sebastián, donde completó sus estudios de piano y órgano. Ejerció como director de la Banda hasta febrero de 1968, cuando al desaparecer ésta quedó en situación de excedencia forzosa.

Al poco tiempo de llegar a nuestra villa y por iniciativa de varios cangueses surgió la idea de crear un Orfeón con el fin de dar realce a las fiestas más importantes del año: Semana Santa, el Carmen, la Magdalena y Navidad. Eran tiempos en los que la actividad minera estaba en pleno auge, abundaba el trabajo y el buen ambiente; fue una época de gratos recuerdos para los cangueses que la vivieron.

La vida del Orfeón se prolongó durante los años 60 y su desaparición tuvo lugar en torno a 1969. Las causas del fin de sus actividades fueron las habituales en este tipo de conjuntos: desmotivación, envejecimiento de los componentes, falta de participación de los jóvenes, etc.

El Orfeón estuvo siempre muy ligado a la iglesia parroquial, colaborando con ella desinteresadamente. El repertorio era básicamente de carácter popular y religioso: Misas de Perosi, de Pío X, etc.

El Orfeón nació como una agrupación exclusivamente masculina, ya que se enfocó como una actividad realizada por un grupo de amigos. Más adelante se decidió incorporar voces femeninas. Los ensayos tenían lugar entre las sillas de la iglesia, ya que por aquel entonces no disponía de bancos. En aquella época la silla de la iglesia había que pagarla. Los que tenían reclinatorio propio no echaban el perrón en el cepo, que llevaba un candado para preservar de tentaciones a los monaguillos, pero los demás feligreses debían hacerlo.

Con motivo de la celebración del Corpus, don Dositeo, párroco de Cangas en aquellos años, invitaba a todos los coristas a vermut y pasteles en la Confitería de Milagros, y en época de novenas, a pasteles y vino de misa en la propia sacristía de la iglesia.

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El Orfeón en el Club al principio de la década de los 60.

Un testimonio de cómo en Cangas se dieron siempre la mano música y gastronomía es la reseña periodística de Carlos Graña Valdés en un diario de la época (1960), que al hablar de la celebración de la festividad de Santa Cecilia concluye así: “Finalizaron los actos con una comida de hermandad en una fonda que tiene fama de presentar menús apetitosos y facturas moderadas”. Eran otros tiempos. Tiempos en los que abundaban las cenas en casa Juacona, en casa Benjamín de Corias o en el Club.

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Lorenzo Menéndez Alonso y su grupo musical en 1935

Recuerda don Juan José Uráin la afición que siempre hubo en Cangas por la música de banda y el canto. Destaca especialmente la labor realizada por don Lorenzo Menéndez, cangués, que fue durante muchos años motor del movimiento musical en nuestra localidad.

Cuando el señor Uráin llegó a Cangas existía una Asociación o Congregación de las Hijas de María dirigida por Mari Paz Menéndez, que cantaba por el mes de mayo y en la novena de la Inmaculada Concepción. Mari Paz Menéndez cedió el puesto de organista a Juan José Uráin. Tras los cambios habidos en la Iglesia Católica con motivo del Concilio Vaticano II desapareció la Congregación.

A continuación se formó un pequeño coro de niñas con el objeto de tener un grupo para atender las fiestas parroquiales, que poco después, a medida que las niñas crecieron, dejó de existir. Viendo la necesidad de poder contar con un coro para el realce de las fiestas religiosas se creó otro coro, éste sólo de mujeres, que cantó durante muchos años las novenas del Carmen, la Navidad y todos los entierros de la villa.

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Algunas muestras de la escultura del siglo XVI en el suroccidente de Asturias y su prolongación en el primer cuarto del siglo XVII

Fig. 1 – Crucificado de la iglesia parroquial de Ambres, siglo XVI

En este artículo queremos dar a conocer algunas muestras de la escultura quinientista (siglo XVI) en el suroccidente de Asturias y su prolongación durante el primer cuarto del siglo XVII, sobre todo haciendo hincapié en aquellas conservadas en las iglesias y capillas palaciegas del concejo de Cangas del Narcea. Unas muestras muy poco conocidas y, por qué no decirlo, insuficientemente valoradas frente a las imágenes medievales veneradas en la mayor parte de las parroquias y que han adquirido cierto prestigio.

No son muchas las muestras de escultura de los tres primeros cuartos del siglo XVI conservadas en el suroccidente de Asturias, debido a que los saqueos, deterioros de las piezas y las destrucciones ocasionadas en la Revolución de Octubre y en la Guerra Civil han acabado con gran parte de este más que interesante patrimonio.

Durante los primeros años del siglo XVI, debido a las dificultades que atravesaba nuestra región por la crisis estructural provocada por un aumento notable de población y una producción agraria baja, así como el incendio de Oviedo de 1521, la formación de talleres de artistas locales fue prácticamente inexistente (Javier González Santos, «Escultura del siglo XVI», en El Arte en Asturias a través de sus obras, La Nueva España, 1996, pág. 518). La carencia de estos talleres propició la importación de obras desde otros centros artísticos, que siempre estuvo ligada a las familias nobles con alto poder adquisitivo. En cambio, las piezas de producción local debemos de relacionarlas con la acción de humildes tallistas que tallaban pequeñas imágenes de devoción popular para el ornato de alguna iglesia o capilla. También conviene advertir que estamos en una zona eminentemente rural en donde los núcleos urbanos, idóneos para la formación de talleres, fueron prácticamente inexistentes. Solo las villas de Cangas del Narcea y Pola de Allande contaron con una población de carácter urbano. Aunque, la villa de Cangas tenía una reconocida actividad económica (sede de un feria desde el siglo XIV) no fue ajena a la crisis, y su verdadera importancia llegó hacia 1639 con la fundación de la colegiata de Santa María Magdalena por don Fernando de Valdés Llano, arzobispo de Granada y Presidente del Consejo de Castilla, y la formación de un taller escultórico capitaneado por los hermanos Pedro y Antonio Sánchez de Agrela. Por su parte, la Pola de Allande, como todo el concejo, estaba bajo el señorío de la familia Cienfuegos, bajo cuya financiación se fundó y edificó la iglesia de San Andrés para templo de la familia (proyecto que quedó desestimado en favor de la iglesia de San Tirso el Real de Oviedo donde están sepultados todos los miembros de esta familia) y la dotación de la capilla mayor con un monumental retablo que es una de las piezas más estimables de la escultura quinientista en Asturias (realizado con anterioridad a 1562, se viene atribuyendo al taller del escultor palentino Manuel Álvarez, conocedor del estilo y modelos de Alonso Berruguete, el gran escultor del manierismo castellano).

Fig. 2 – Crucificado de la iglesia de San Salvador en Grandas de Salime, siglo XVI

La escultura local fue en esta época bastante menguada. No obstante, contamos con alguna excepción. La iconografía más demandada fue la del Crucificado y la de la Virgen María. Entre los primeros debemos referirnos al Crucificado de la iglesia parroquial de Santa Eulalia de Ambres (fig. 1). La iglesia fue destruida durante la Guerra Civil, reconstruyéndose en 1983. De toda la imaginería solo se conserva el Crucificado, de tamaño natural, y uno de los mejores ejemplos de la escultura del siglo XVI en la zona. En ella se pierden todos los ecos del patetismo de los Cristos góticos, se suaviza el modelado, se alarga ligeramente el canon y se busca una serenidad propia del clasicismo. El rostro es sereno y apacible, con los ojos cerrados. El paño femoral está resuelto por unos pliegues suaves, poco profundos y tallados de manera suave y curva. Sin duda, se trata de una obra castellana del tercer cuarto del siglo XVI. Lamentablemente, ha perdido la encarnación y la policromía, y le añadieron unas potencias vulgares.

En el retablo pasional de la iglesia de San Salvador en Grandas de Salime se conserva otro Crucificado del siglo XVI (fig. 2) del que sabemos que fue policromado por el pintor lucense Antonio Fernández (doc. 1604-1607), en 1607 (Ramallo, Escultura barroca, pág. 132). Al igual que el de Ambres, es un Cristo muerto, con la lanzada en el costado, y de canon ligeramente alargado que recuerda a los esculpidos por Alonso Berruguete (h. 1490-1561) y sus imitadores, propio del último cuarto del siglo XVI. Su anatomía robusta, sobre todo en la zona abdominal, nos habla de la influencia del romanismo cultivado por Gaspar Becerra (Baeza, Jaén, 1520 – Madrid, 1568) a través de la imaginería del retablo mayor de la Catedral de Astorga realizado entre 1558-1562.

Fig. 3 – Cristo de La Salud, antiguo Cristo del Hospital, en la basílica de Cangas del Narcea, siglo XVI

Finalmente, en una de las capillas de la basílica de Cangas del Narcea hay otro Crucificado del último cuarto del siglo XVI (fig. 3), denominado en la actualidad Cristo de La Salud, antiguo Cristo del Hospital. Esta imagen procede de otra iglesia situada en la calle Mayor y que actualmente se usa como sala polivalente de la parroquia. Fue construida, junto al Hospital, fundación de la familia Omaña, en 1555 por don Ares de Omaña, llamado El Negro. Como los anteriores, este Crucificado esta muerto y se caracteriza por un canon excesivamente alargado. El tratamiento del paño de pureza está resuelto mediante unos pliegues curvos, suaves y poco profundos.

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Fig. 4 – Virgen con el Niño en la iglesia de Celón (Allande), siglo XVI.

De las imágenes marianas llama la atención la Virgen con el Niño (fig. 4) en el retablo mayor de la iglesia de Santa María de Celón (Allande). Es un grupo inexpresivo donde destaca la ausencia de comunicación emocional entre la Madre y el Hijo. Copia o trata de copiar la Virgen de la Luz en la Catedral de Oviedo, realizada por el escultor palentino Manuel Álvarez (Castromocho, Palencia; h. 1517 ? Valladolid, post. 1587) en 1552 (González Santos, «Escultura del siglo XVI», en El Arte en Asturias a través de sus obras, págs. 524-525). Su factura data del último tercio del siglo XVI. Fue restaurada en 1991 por el taller Arte y Oro de Gijón (limpieza, repinte y se añadió el pájaro del Niño).

Fig. 5 – Nuestra Señora con el Niño en la iglesia de Noceda de Rengos, siglo XVI

La imagen de Nuestra Señora con el Niño en la iglesia de San Esteban de Noceda de Rengos (fig. 5) es otro ejemplo de la asimilación por parte de los artistas locales del manierismo castellano. Destaca por el canon alargado y una inestabilidad propia del último cuarto del siglo XVI. Del mismo modo que en la Virgen de Celón, no se desprende ninguna comunicación emocional entre la Madre y el Hijo. Parece que sigue la iconografía de la Virgen de los Ojos Grandes de la Catedral de Lugo.

En el último cuarto del siglo XVI y durante el primer tercio del siguiente se produjo una activación de la práctica escultórica asturiana. A ello contribuyó la mejora de la situación económica de la región como resultado de la extensión del cultivo del maíz, lo que propició un aumento de la población y de las rentas agrarias (González Santos, «Escultura del siglo XVI», en El Arte en Asturias a través de sus obras, pág. 518). En el último cuarto del siglo XVI ya aparecen los primeros escultores asturianos cuya labor se propagó durante el primer cuarto del siglo XVII. El panorama artístico durante los primeros veinte años es bastante oscuro, y es difícil investigar y catalogar las escasas obras que han perdurado al paso de tiempo debido, ante todo, a la escasa documentación que ha llegado hasta nuestros días. Sí hemos de calificar con una palabra la producción en este periodo es la de diversidad, es decir una constante venida de artistas e influencias procedentes de otros ámbitos artísticos: Oviedo, Lugo, Toro, Ponferrada y Astorga. En primer lugar, la ejercida por los maestros asturianos avecindados en Oviedo y centrada en Cangas del Narcea y en la parte oriental del concejo de Tineo. En segundo lugar, la influencia del manierismo leonés que llegó al concejo de Cangas del Narcea a través del puerto de Leitariegos, que lo comunica con las comarcas leonesas de Babia y Laciana. Finalmente, los artistas procedentes de las diócesis de Lugo y Mondoñedo, sobre todo en los concejos más occidentales de la región y más próximos a Galicia, como Ibias, Grandas de Salime y Pesoz.

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Fig. 6 – Retablos colaterales del santuario del Acebo, obra de Juan Menendez del Valle y Juan de Torres, 1598

Los maestros asturianos documentados procedían de Oviedo, no habiendo constancia documental de ninguno natural del concejo de Cangas del Narcea. En los albores del siglo XVII desarrollaron su actividad los denominados por Javier González Santos como los «pintores-tallistas» (Los comienzos de la escultura naturalista en Asturias, 1997, pág. 14) que pintaban ciclos murales en iglesias y falsos retablos, aparte de ello también policromaban imaginería y esta fue la manera de entrar en el mundo de la estatuaria y del retablo. En suma eran los únicos imagineros que había en Asturias en el siglo XVI. Claro ejemplo lo constituye el hecho de que en 1598, los administradores del santuario de Nuestra Señora de El Acebo (Cangas del Narcea) se ajustasen con Juan Menéndez del Valle y Juan de Torres, «pintores» y vecinos de Oviedo, para realizar tres retablos según la traza que se dispuso de antemano (fig. 6).

A Juan Menéndez también le debemos el antiguo retablo mayor del santuario de Nuestra Señora de El Acebo, hoy en día en la iglesia de Linares de El Acebo (ver el artículo en el Tous pa Tous). La actividad de estos maestros se extinguió hacia 1625. En ese momento fueron relegados por otra generación de artistas de la que formaban parte los ensambladores Francisco González Quinzanes (Oviedo, h. 1591-1602 – Oviedo, 1657), Alonso Carreño (doc. 1623-1650) y Pedro García (doc. 1623-1641), contemporáneos de Luis Fernández de la Vega (Llantones, Gijón; 1601 ? Oviedo, 1675), uno de los mejores interpretes de los modelos naturalistas de Gregorio Fernández (1576-1636) en el norte de España. Estos artistas desterraron, de manera definitiva, las formas artificiosas del manierismo castellano a favor del clasicismo herreriano que se inició con el retablo mayor del monasterio benedictino de Santa María la Real de Obona (Tineo), que ellos mismos ensamblaron y esculpieron entre 1622-1623.

Fig. 7 – Sillería del coro de la iglesia del monasterio de Corias, obra de Juan Ducete Díez, 1610

Por su parte, los artistas castellanos procedían de las actuales provincias de León y Zamora. De la primera, de Ponferrada y Astorga. De Ponferrada se documenta la presencia del ensamblador Mateo Flórez (doc. 1622-1674), responsable del desaparecido retablo en la iglesia de San Juan el Degollado de Villaláez, en 1624. De Astorga vino, en 1619, el ensamblador Antonio Ruiz (doc. 1619-1633) para realizar dos retablos para la parroquia de San Vicente en Regla de Naviego. Desde Toro (Zamora) se trasladó a Asturias el arquitecto y escultor Juan Ducete Díez (1549-1613) a trabajar en las fundaciones valdesianas: el retablo mayor de la colegiata de Santa María la Mayor de Salas y el de la capilla de la Universidad de Oviedo, en 1606. Aprovechando su presencia en Asturias y viendo los buenos resultados logrados por Ducete, el monasterio de Corias le encomendó una sillería (fig. 7) para el coro bajo de su templo monasterial cuyo contrato se firmó en el monasterio el 21 de junio de 1610.

Finalmente, en la villa zamorana de Benavente (por entonces de la diócesis de Oviedo) nació el entallador Juan de Medina Cerón (h. 1567-1646), que en 1598 ya se encontraba asentado en Oviedo, quizás avalado por el propio Ducete, donde llegó a ser el escultor más avanzado de su generación y conocedor de las premisas italianizantes del último cuarto del siglo XVI que sin duda conoció durante su aprendizaje en Castilla.

Por su parte, desde las diócesis de Lugo y Mondoñedo se trasladaron el pintor Antonio Fernández (Monforte de Lemos, Lugo, doc. 1604-1607), al que ya mencionamos al hablar del Cristo en la iglesia de Grandas de Salime, y el escultor y pintor Juan de Castro († 1633) que se estableció en Asturias en torno a 1628 para trabajar el retablo mayor de la iglesia de San Salvador de Grandas de Salime, una de las primicias de la retablística del primer tercio del siglo XVII en Asturias, y posteriormente alrededor de 1631 se trasladó a la villa de Cecos (Ibias), avalado por los Ron, para trabajar en el alhajamiento de la iglesia parroquial de Santa María (aún persiste el retablo de Nuestra Señora del Rosario, obra de su taller).

Frente a esto, la escultura local fue bastante pobre, por no decir inexistente. No se ha documentado la actividad de ningún artista oriundo de la zona. Sin duda, existirían meros artesanos, de modesta cualificación artística, cuya labor era atender y satisfacer una demanda orientada a las capillas de las pequeñas aldeas que, debido a sus escasos medios económicos, no podían permitirse el lujo de acudir a los talleres artísticos.

EL MAESTRO JUAN DE MEDINA CERÓN

Fig. 8 – San Mateo en la iglesia de San Vicente de Villategil, obra de Juan de Medina Cerón, 1604.

Fue Juan de Medina Cerón el maestro de mejores dotes en la Asturias del primer cuarto del siglo XVII. Aunque natural de Benavente, apartir de 1598 ya lo encontramos en Oviedo titulado como «imaxinario». Estableció infinidad de mancomunidades (compañías) con otros maestros de su misma generación, como el pintor ovetense Andrés de Muñó con el que trabajó diez largos años desde que se conviniesen en Romadonga (Gozón), en 1602. Fue Muñó quien policromó la mayor parte de los retablos e imágenes realizadas por Cerón. La primera noticia documental de este escultor en la villa de Cangas del Narcea es de 1607, cuando arrendó una casa en la calle del Puente por un año, aunque existe algún trabajo suyo previo, como la imagen de San Mateo en la iglesia de San Vicente de Villategil (fig. 8), realizada en 1604 y encargada por Mateo Meléndez el Mozo según la inscripción pintada en la peana: «este. san. mateo. m / ando. hacer. mateo / melendez el moco 1604».

Fig. 9 – Antiguo retablo mayor en la iglesia de Carceda, obra de Juan de Medina Cerón, 1609.

En 1609 realizó una de sus obras más destacadas: el antiguo retablo mayor (fig. 9) en la iglesia de Santa María de Carceda (hoy día, en la nave de la iglesia). La escritura se firmó en la villa de Cangas del Narcea el 22 de junio. En ella Cerón se ajustó con Francisco Martínez de Castrosín, mayordomo de la parroquia, para realizar un retablo en la capilla mayor, «de talla y pintura», y con una imagen que le ordenase el propio mayordomo, o sino tan solo la parte tocante a la arquitectura. A pesar del clasicismo manifiesto en el empleo de las columnas de orden dórico, con el fuste estriado y con el tercio inferior sin labrar, el frontón triangular del ático y las metopas y triglifos del primer piso, aún mantiene ciertos rasgos del manierismo, como las cabezas de querubines en el segundo friso, la decoración de los laterales del banco y la efigie del Padre Eterno del tímpano del frontón.

Fig. 10 – Retablo de la capilla de los Sierra en la iglesia de Jarceley, obra de Juan de Medina Cerón, 1611.

En 1611 realizó el retablo de la capilla de los Sierra en la iglesia de Santa María de Jarceley (fig. 10), muy influenciado por el de Carceda. Destacan sus esculturas, sobre todo el Calvario que sigue los modelos del escultor palentino Manuel Álvarez (Castromocho, Palencia, h. 1517 ? Valladolid, post. 1587), sobre todo por el Cristo del retablo del lado del evangelio de la iglesia de Villabáñez (Palencia). Seguramente, fue policromado por Andrés de Muñó con el que Cerón tenía establecida mancomunidad.

Fig. 11 – Retablito del Niño Jesús en la iglesia de Tebongo, obra de Juan de Medina Cerón, siglo XVII

Suyo también es el retablito del Niño Jesús en la iglesia de San Mamés de Tebongo (fig. 11), muy similar con lo visto en Jarceley. La imagen del Niño Jesús está ricamente estofada con motivos vegetales, obra del propio Muñó.

Pero la obra más destacada de Medina Cerón en el concejo de Cangas del Narcea es el desaparecido retablo de la capilla del licenciado Labio en la iglesia de Cibuyo, destruido en 1992 (fig 12). Se había realizado en 1612, según se dice en la carta de pago suscrita con el artista el 13 de setiembre de ese año.

Fig. 12 – Antiguo retablo de la capilla del licenciado Labio en la iglesia de Cibuyo, destruido en 1992. Obra de Juan de Medina Cerón, 1612. Fotografía de Germán Ramallo.

Ramallo valoró su buena composición y plasticidad en el tratamiento de los relieves, en consonancia con las premisas italianizantes que se impusieron en España en el último tercio del siglo XVI (Escultura barroca, 1985, págs. 131-132, fig. 9). Las figuras de los relieves están envueltas por unos ropajes trabajados de manera suave y curva. El tratamiento del rostro destaca por la plasticidad de barbas y peinados, buscando los efectos de claroscuro. La policromía seguramente se deba al propio Andrés de Muñó.

OTROS MAESTRO ARTISTAS: ANTONIO RUIZ Y MATEO FLÓREZ

De los artistas foráneos es obligatorio referirse al astorgano Antonio Ruiz, que el 28 de julio de 1619 firmó, en Regla de Naviego, el contrato para realizar dos retablos en la parroquia de San Vicente de dicho lugar. Uno de ellos para colocar en una capilla adscrita a dicha parroquia, donde se veneraría la imagen de San Justo (no conservado).

Fig. 13 – Retablo en la iglesia de Regla de Naviego, obra de Antonio Ruiz, 1619.

El otro (fig. 13) con los relieves de San Antolino y San Bernardino para la iglesia parroquial. La imagen titular (San Antonio) es de factura posterior, del último tercio del siglo XVIII, en relación con la imagen de la misma advocación de la iglesia de San Salvador de Grandas de Salime, labrada por Froilan Basurto París, en 1770. Los apéndices laterales, con los relieves de San Miguel y San Juan Bautista, datan de 1605, según la inscripción grabada en el banco, y los atribuimos al escultor Medina Cerón. La policromía fue realizada por el pintor Pedro García (doc. 1620-1637), natural de León, cuya carta de pago se firmó en Cangas el 24 de mayo de 1620. Este pintor fue el mismo que doró en 1637 el primitivo retablo mayor del santuario de Nuestra Señora de Carrasconte, en el norte de León (Mayán Fernández, «El Santuario de Nuestra Señora de Carrasconte», Archivos Leoneses, nº III, 1949, pág. 41).

Finalmente, el ensamblador ponferradino Mateo Flórez realizó el retablo mayor en la iglesia de San Juan el Degollado o «de las Aguas» de Villaláez en 1624. Flórez fue uno de los máximos representantes de la escultura ponferradina de la primera mitad del siglo XVII, siendo su obra cumbre el retablo mayor de la basílica de la Encina en Ponferrada. El retablo de Villaláez fue vendido en 1974 a don Andrés Alonso Gutiérrez, anticuario, vecino de León, por 200.000 pesetas (Marcos Vallaure, «Un caso escandaloso y ejemplar: Villaláez», en Datos e informes para una política cultural en Asturias, 1980, págs. 272-279).

Con todo ello esperamos haber despertado el interés del lector por un arte, hasta ahora prácticamente desconocido, que ejemplifica la intensa religiosidad de una región sumergida en una profunda crisis económica y estructural.

En próximos artículos hablaremos con detalle sobre alguno de estos maestros y de otros que hemos documentado, y cuyo grado de actividad en esta región fue bastante menor a los aquí mencionados, como sucede con los escultores Juan Ducete y Francisco González, y los pintores Juan de Torres, Baltasar de Torres y Toribio Suárez.

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Propuesta del médico Ambrosio Rodríguez para convertir el Acebo en el Lourdes asturiano, 1910 (II)

Carta de Ambrosio Rodríguez, 14 de agosto de 1910. Archivo del Santuario del Acebo

-Segunda parte-
El proyecto

La propuesta del doctor Ambrosio Rodríguez para impulsar y difundir el Santuario del Acebo aparece en una carta que desde Madrid remite el 14 de agosto de 1910 a Ángel Carrizo Díez, que era el cura de la parroquia de Linares y de aquel santuario desde 1907. Es una larga carta, que se conserva en el Archivo del Santuario y que reproducimos al final, en la que el doctor ofrece muchas ideas y propuestas, así como un modo de obtener el dinero para ejecutarlas. La carta se divide en tres partes.

La primera parte comienza mencionando las dos indulgencias que él mismo había obtenido para el Santuario de los obispos de Astorga y Madrid-Alcalá,  y cuyos títulos había enviado al cura. Las indulgencias se obtenían rezando delante de la imagen de la Virgen del Acebo, y con ellas conseguían los peregrinos la remisión de pecados y gracias divinas.

Después narra brevemente la historia del santuario en el siglo XVI y los muchos milagros que se deben a la Virgen, así como la similitud del Acebo con el santuario francés de Lourdes, que desde 1858 atraía a millones de peregrinos. Se extraña del desconocimiento del Acebo fuera de su territorio:

Tan fecundo y dilatado alcance atribuimos nosotros al Acebo, que no solo se nos hace inconcebible el desconocimiento o la indiferencia por parte de cuantos llevamos el nombre de españoles, sino que nuestra extrañeza llega al pasmo ante olvidos en que vemos incurrir a escritores de nota, que no están disculpados de ignorar hechos culminantes de la historia.

Romería del Acebo, h. 1910. Fotografía de Modesto Morodo. Col. Juaco López Álvarez

A continuación describe la fiesta del Acebo, y se emociona recordando la noche de la víspera con la foguera y los grupos diseminados por el campo, y la celebración del día 8 de septiembre con la procesión, las “filas de devotos”,  los sacerdotes “revestidos de ricos ornamentos”, la imagen de la Virgen, “el fuego graneado de los voladores de Cantarín” (el famoso pirotécnico cangués Raimundo Rodríguez “Cantarín”), la música, los “sagrados cánticos”, el repique de campanas, la misa solemne, etc.

Lógicamente para mejorar y difundir el Santuario del Acebo se necesitaba dinero, y el doctor sabe de donde sacarlo: pidiéndoselo a los que lo tienen. Por eso, la segunda parte de la carta es una extensa relación de personas (con sus direcciones postales) cuya cooperación debiera solicitar el cura para pagar las obras y mejoras del Santuario del Acebo. Hay dos listas: una de religiosos y otra de laicos. En la primera enumera a cuatro autoridades eclesiásticas naturales del concejo de Cangas del Narcea y al rector de los Dominicos de Corias. En la segunda aparecen los nombres de 62 “personas ricas”, la mayoría pertenecientes a la aristocracia española. La primera de la lista es la reina María Cristina. Ambrosio Rodríguez le propone al cura del Acebo “crear una Junta de Señoras devotas con su presidenta, vicepresidenta, secretaria y vocales que trabaje por el santuario”, así como otra de Caballeros. En la lista también aparecen numerosos emigrantes cangueses enriquecidos en Madrid,  la mayor parte naturales del Río Cibea, y otras personas más, como el político Antonio Maura, el escritor asturiano Armando Palacio Valdés, el confesor de la Reina, el también asturiano, José Montaña, etc.

Fin de la carta de Ambrosio Rodríguez, 14 de agosto de 1910.

La tercera parte de la carta es una “lluvia de ideas” que Ambrosio Rodríguez propone al cura del Acebo para llevar a cabo en beneficio y promoción del santuario: un álbum-recuerdo del Acebo; medallas de múltiples metales; rosarios; estampas, platos, jarros de cerámica de Llamas del Mouro, “figuras de recuerdo” con la imagen de la Virgen; obras en la torre de la iglesia, etc.

La carta termina comunicándole al sacerdote el envío de 50 pesetas para “artificios de pirotecnia ó fuegos artificiales” destinados a la fiesta del Acebo, “por la afición de nuestros paisanos a ellos”.

A pesar de la propuesta del doctor Ambrosio Rodríguez en 1910, el Acebo, cien años después, sigue siendo un sitio apacible, cuya tranquilidad solo se altera unas pocas semanas al año alrededor del 8 de septiembre. La “industriosa habilidad” que recomendaba don Ambrosio para gestionar el Acebo llegó muy matizada, y nuestro santuario, ¡gracias a la Virgen!, aún está muy lejos de alcanzar los cerca de seis millones de peregrinos que cada año visitan Lourdes.

CARTA DEL DOCTOR AMBROSIO RODRÍGUEZ

Madrid, 14 de agosto de 1910.

Sr. D. Ángel Carrizo Díez.

    Muy Sr. mío y de mi amistad: mucho celebraré se halle Usted bueno como igualmente su señor padre y hermana.

Concesión de 50 días de indulgencias, otorgada por el Obispo de Madrd-Alcalá por rezar ante la imagen de la Virgen del Acebo, 5 de julio de 1910. Archivo del Santuario del Acebo

Recibí sus dos cartas acusándome recibo de las indulgencias obtenidas para ese famoso santuario, que bien puede considerarse como el Lourdes asturiano, asentado sobre peana colosal en prominente cerro, y del que recordamos haber leído en el P. Carballo (Antigüedades de Asturias, tomo II, página 330) que por los años 1575 existía a una legua de Cangas de Tineo la renombrada ermita de Nuestra Señora del Acebo. Ocurrió allí que la Virgen se mostró y empezó a dispensar su milagrosa acción a una joven llamada María Noceda, conocida después con el nombre de María Santos; propalado el acaecimiento, acudieron al lugar algunos devotos necesitados de remediar sus males con tan valioso auxilio, y, repetidos los milagros, organizaronse peregrinaciones numerosas, en las que con preferencia figuraban cojos y tullidos que solían volver a sus hogares libres de sus antiguos ajes e imperfecciones, con lo cual la fama de la ermita extendió su radio por los pueblos comarcanos. El P. Carballo no solo relata estas cosas, sino que afirma haber presenciado él mismo diferentes milagros operados allí por la mediación y gracia de la Madre de Dios. ¿Y cómo desconocer la correspondencia que se descubre entre la apartada ermita del Acebo, en el último tercio del siglo XVI, y el prestigioso Lourdes del último tercio del siglo XIX? Si este tiene su Bernardette Subirous, aquel tuvo su María de los Santos; si contó aquel con cronistas respetables, que hablan de visu, de visu habla el P. Carballo, que no ha de cederles en respetabilidad; si los peregrinos curados en la piscina de la tierra francesa celebran y publican el beneficio recibido, no la habrán celebrado menos ni habrán dejado de publicarlo (aunque contaran con medios de publicidad menos difusivos) nuestros favorecidos conterráneos de Cangas y sus alrededores. A no diferir tanto los tiempos y la topografía y los medios de comunicación, los cangueses podían tal vez haberse envanecido con una vecindad donde el eco sonoro del prodigio, a la inversa de los ecos que aterraron los muros de Jericó, se hubieran alzados palacios y hoteles de la Unión Católica, y donde la industriosa habilidad se hubiera abierto camino franco y prodigo en rendimientos…

    Pero demos de mano a estas y otras incidencias que van retrasando desmedidamente el termino de nuestra carta, y repitamos que el Acebo le basta y le sobra con lo que fue y con lo que será para agujar el interés de las gentes, bien que abran su corazón al bendito influjo de místicos halagos, bien que amen con filial amor la memoria de los héroes que nos engendraron en la fe y en la gloria, bien que sepan sentir y admirar las bellezas serenas de la naturaleza y del arte, bien que, por su dicha, todo lo sumen, lo anhelen y lo gocen. Tan fecundo y dilatado alcance atribuimos nosotros al Acebo, que no solo se nos hace inconcebible el desconocimiento o la indiferencia por parte de cuantos llevamos el nombre de españoles, sino que nuestra extrañeza llega al pasmo ante olvidos en que vemos incurrir a escritores de nota, que no están disculpados de ignorar hechos culminantes de la historia.

¡Oh patria, cuyos triunfos,
la historia en vano mide!
¡Malhaya quien olvide
tus glorias y tu Dios!

¡Que nunca esta luz pura
no cese su relevo
y aun brille en el Acebo
cuando se apague el sol!

    En esa montaña que, escondiendo su cima entre las nubes, embarga con su horridez y su altura la vista del asombrado espectador, al llegar la noche de la víspera, la foguera que eleva al aire sus lampos rojos, los puntos de luz diseminados por el campo, el movimiento de la muchedumbre confusamente entrevisto, el sordo rumor que sube al espacio estremecido un punto por el característico ijujú, sugieren a la fantasía el espectáculo de un ejercito que vivaquea y se regocija entre las sombras, después de reñido combate. Y a la mañana siguiente, la clásica procesión que se organiza en la Capilla, con sus filas de devotos, no pocos de ellos descalzos y amortajados con el hábito ofrecido en tristes horas de enfermedad; con los sacerdotes revestidos de ricos ornamentos; con la venerada imagen de la Santina ataviada de su traje más precioso y conducida en andas; con el inacabable cortejo donde se confunden hombres, mujeres y niños de todas edades y condiciones, animados de un mismo sentimiento de adoración y gratitud; entre el estruendo del cañón pedrero, que desde la vecina altura hace salvas a la Reina del cielo, y el fuego graneado de los voladores de Cantarín, que estallan por un lado y otro y pueblan el aire de rizos de humo blanquecino y silvatos; entre los acordes de la música, los acentos de sagrados cánticos y el atropellado repique de las campanas, cuyos ecos repiten los montes y se pierden a lo lejos… suspende el animo y despierta emociones inefables, que aun más, si cabe, acrecen, cuando el inmenso concurso se detiene al llegar a la diminuta Capilla del Acebo donde se celebra la solemne Misa, y al aire libre, sin otro techo que el azul del firmamento, se escucha el trinar de las aves, relinchar de los caballos y otros indistintos rumores que son como efluvios de vida de la naturaleza, exhalan los corazones inmensa plegaria que pasa por los labios con siseo suavísimo y con invisible alas se remonta a Dios; y esos mismos corazones que forman un solo corazón, laten presurosos al caer sobre ellos la encendida y elocuente palabra del Pastor de las almas, que desde la improvisada cátedra, también al aire libre erigida, les habla de los favores del cielo, del amor de María y de los históricos milagros consumados allí…

    Por eso conservamos grato recuerdo de nuestras visitas al Acebo, en los días de su renombrada fiesta, libres de los ordinarios cuidados, ganosos de la paz de espíritu y del descanso del cuerpo, fuera del trafago del mundo y de las exigencias sociales, considerándolo día de reparaciones históricas, desvaneciendo errores de hispanofobia, desenterrando pruebas y documentos olvidados, ilustrando puntos y cuestiones particulares a la luz de la historia de este hermoso y antiguo santuario que despertó en mi alma emociones tan vivas y profundas.

Personas cuya cooperación pudiera solicitarse a favor de las obras
y mejora del templo y culto de la Virgen del Acebo.

Autoridades eclesiásticas y residentes ahora en el concejo.

  • Excmo. e Ilmo. Sr. D. Joaquín Rodríguez González, natural de Vega de Meoro y Deán de la Santa Iglesia Catedral de León.
  • Sr. Rector de los Dominicos de Corias, o de los religiosos de la orden de Santo Domingo de Corias.
  • Sr. Dr. D. Francisco Trapiello, hijo de la villa de Cangas de Tineo y canónigo de Palencia.
  • Sr. Dr. D. Pedro Cadenas, hijo de Llamera (Cibea), canónigo doctoral de Toledo, residente en Toledo.
  • Sr. Dr. D. Francisco Gómez Rodríguez, natural de Miravalles, canónigo residente en Valladolid.

Personas ricas cuyo auxilio, ayuda y amparo pecuniario debía solicitarse
 por medio de cartas, circulares u otros medios (señas de ellas).

  • A S. M. la Reina Dª. María Cristina Deseada, Enriqueta, Felicidad Reniero, archiduquesa de Austria, reside ahora en el palacio de Miramar, en Guipúzcoa, San Sebastián, y pasado el verano en el Palacio Real de Madrid.

    […]

  • Excma. e Ilma. Sra. Dª. Rafaela Ríos, condesa viuda de Revillagigedo, calle del Sacramento, nº 1, Madrid.

    […]

  • Excma. e Ilma. Señora Dª. María de Santa Cruz y Navia Osorio, marquesa de Ferrera y marquesa de San Muñoz. Calle de Alcalá Galiano, 8. Madrid.
  • Excma. e Ilma. Señora duquesa viuda de Najera, marquesa de Sierra Bullones, de Montealegre, de Guevara y condesa de Oñate, calle de Alcalá, nº 72, Madrid.
  • Excma. e Ilma. Señora Dª. María del Pilar de León de Gregorio Navarrete y Ayanz de Ureta, marquesa de Squilache. Plaza de las Cortes, nº 4 en Madrid.
  • Excmo. Sr. D. Juan Manuel de Urquijo y Urrutia, marqués de Urquijo. Calle de Alcalá, nº 49 cuadruplicado, Madrid.
  • Excmo. e Ilmo. Sr. marqués de la Torrecilla, mayordomo mayor de S. M. el Rey, Sumiller de Corps y jefe superior de Palacio, vive calle de Peligros, nº 2 en Madrid.
  • Excma. e Ilma. Señora Dª. María Luisa Carvajal Dávalos, duquesa de San carlos, condesa de Castillejo. Calle de San Bernardino, nº 14, Madrid.
  • Excmo. e Ilmo. Sr. D. Álvaro Queipo de Llano Fernández de Córdoba Gayoso de los Cobos y Álvarez de las Asturias Bohorques, conde de Toreno, vive calle de San Bernardino, nº 11, en Madrid.
  • Excma. e Ilma. Señora Dª. María Josefa Argüelles y Díaz, marquesa de Argüelles, vive: Paseo de la Castellana, nº 36, y Serrano, 69, Madrid.
  • Excmo. Sr. D. Cristóbal Colón de la Cerda, duque de Veragua, marqués de la Jamaica. Calle de San Mateo, nos. 7 y 9, Madrid.

    […]

  • Excmo. e Ilmo. Sr. D. Salvador Bermúdez de Castro y O’Lawlor, marqués de Lema, duque de Ripalda, calle de Alamgro, 17. Madrid.
  • Excmo. e Ilmo. Sr. D. Antonio Martín Nebot Murga y Trápaga, marqués de Linares, calle de Velázquez, 55. Madrid.

    […]

  • Excmo. e Ilmo. Sr. D. Emilio Martín González del Valle y Carvajal, marqués de la Vega de Anzo (su residencia en Grado, Oviedo).
  • Excma. e Ilma. Señora Dª. María de la Asunción Ramírez de Haro Crespi Valdaura, condesa de Bornos, marquesa de Villanueva de Duero, condesa de Montenuevo, de Murillo y de Peñarrubias de Villaverde, calle del Pez, nº 18. Madrid.
  • Excmo. e Ilmo. Sr. D. Víctor Dulce de Antón y Garay, conde de Garay, calle de Ferraz, nº 27 hotel. Madrid.
  • Sr. D. Santiago Gancedo y Frade, natural de Sorrodiles (Cibea), reside en dicho pueblo en el verano y el resto del año en Madrid, calle de Villanueva, nº 12.
  • Dª. Elisa Cosmen de Rodríguez, natural de Sonande (Cibea), reside en Vallado en el verano y el resto del año en Madrid, plaza del Rey, nos 4 y 6.
  • D. Juan Cardo, natural de Fuentes de Corbero, reside en este pueblo en el verano y el resto del año en Madrid, calle de Serrano, nº 4.
  • D. Antonio Verano, reside en Fuentes de Corbero.
  • D. Juan Gamoneda, reside en Limés en verano y el resto del año en Madrid, calle de Augusto Figueroa, nº 40.
  • D. Ricardo Trelles y señora, que residen en el Castillo de Ranón, de la parroquia de Soto del Barco, partido judicial de Avilés, en el verano y el resto del año en Madrid, calle de Sagasta, nº 31.
  • Dª. María Rodríguez, viuda de Gómez, reside en Miravalles (madre del canónigo de idem).
  • D. Luis Martínez Kleisser, abogado y concejal, calle de las Infantas, 28 y 30, Madrid.
  • D. Vicente Menguez, agente de bolsa, que reside en Villarino (Cibea) en el verano y el resto del año en Madrid, calle de Alcalá, nº 59.
  • D. Constantino Vicente y Alfonso, natural de Villajur (Naviego), calle de la Paz, 9, Madrid.
  • Asociación General de Empleados del Banco de España.
  • D. Ángel Román Cartavio, gerente del banco Basko-Asturiano del Plata, República Argentina, calle de Maipú 73 y 87 en Buenos Aires.
  • D. Juan Bances, Isla de Cuba, Centro de Asturianos de La Habana.
  • S. A. R. el Infante D. Carlos.
  • Junta Provincial Diocesana para la reparación de templos en Oviedo.
  • Formar y crear una Junta de Señoras devotas con su presidenta, vicepresidenta, secretaria y vocales que trabaje por el santuario. Idem otra Junta de Caballeros con su presidente, etc.
  • D. José López Feito, natural de Regla de Cibea, que vive en la República Argentina, calle 25 de Mayo, Almacén Suizo de López Hermanos en Buenos Aires.
  • D. Domingo García, de Llamera. En Llamera (Cibea).
  • D. Manuel Rodríguez, de Sonande. En Sonande (Cibea).
  • D. Francisco Rodríguez (Manón). En Llamera (Cibea).
  • Dª. María Pérez, viuda de Cosmen. En Genestoso, casa de Teresín.
  • D. José Rodríguez González, hermano del Sr. Deán, que pasa el verano en Trascastro y el Puerto de Leitariegos.
  • Excma. e Ilma. Señora marquesa de Comillas.
  • Excmo. e Ilmo. Sr. Dr. D. José Montaña (confesor de S. M. la Reina).
  • Excmo. e Ilmo. Sr. D. Santiago Stuart y Falcó, duque de Alba. Calle de la Princesa, nº 10 y 12, Madrid.
  • Excmo. Sr. D. Federico Bernardo de Quirós y Mier, marqués de Argüelles, calle de Serrano, 69, Madrid.
  • Excmo. Sr. D. Manuel de Vereterra y Lombán, marqués de Canillejas, en Oviedo, y el resto del año Mayor, 91, Madrid.
  • Excmo. Sr. D. Benigno Chavarri y Salazar, Valmaseda (Vizcaya).
  • Sr. D. Francisco Valle, natural de Cangas de Tineo, y actual Gobernador de Soria, en Soria.

    […]

  • Excmo. e Ilmo. Sr. D. Antonio Maura Montaner, Palma (Baleares), calle de la Lealtad, 18, Madrid.
  • Excmo. e Ilmo. Sr. D. Luis Fernández de Córdoba y Salazar, duque de Medinaceli, calle de Zurbano, nº 34, Madrid.
  • Excmo. e Ilmo. Sr. D. Luis Pidal, marqués de Pidal, calle de Serrano, nº 14, cuarto primero, en Madrid.
  • Sr. D. Armando Palacio Valdés, académico y novelista asturiano, calle de Lista, nº 5, Madrid.
  • Ilmo. Sr. D. Ignacio Montes de Oca, obispo de San Luis de Potosí, Méjico.

*        *        *

Se puede hacer un Álbum-Recuerdo del Acebo, con vistas y datos del santuario y la Imagen veneranda del Acebo ¡ante la qué cuantos pueblos y cuantas generaciones han pasado ante sus plantas!

Se puede hacer o editar una medalla de metal batido o acuñado, ya sea de cobre, bronce, aluminio, calamina, níquel, metal blanco, azófar, latón, aleación, plata y oro, con la figura de la imagen de Nuestra Señora del Acebo y su templo.

Rosarios, estampas, platos con la imagen de la Reina de los Cielos, loza decorada con el mismo asunto, jarros de Llamas del Mouro con la Virgen sin mancilla, y figuras de recuerdo de la devoción a la imagen, que desde los primeros siglos del Cristianismo la representa en la ilustre Diócesis de Oviedo en el Acebo.

Factura de Raimundo Rodríguez -Cantarín- por la venta de 35 docenas de voladores de diferentes clases y “un gigante” al Santuario del Acebo, 8 de septiembre de 1910. Archivo del Santuario del Acebo.

La torre actual si se levanta será cubierta de pizarra clavada, o piezas cocidas de barro negro de Llamas, y acaso necesite pararrayos por su altura; el costado del Norte debe ser protegido contra el basto y humedad por cemento pórtland, losas o pintura impermeable.

Doy a Usted mi más cordial enhorabuena por sus trabajos, y por todo lo que haga en bien del templo y mejoras de la Gloriosa protectora nuestra, que desde lo alto de su gloria inmortal recibe benigna estos homenajes. ¡Adelante!

Para artificios de pirotecnia o fuegos artificiales en los festejos, remito a Usted con esta la cantidad de cincuenta pesetas, que puede destinar a dicho uso por la afición de nuestros paisanos a ellos, o al uso que Usted crea más conveniente al mayor esplendor de nuestra excelsa patrona, festejando su nombre y enalteciendo su sagrada memoria, brindándonos con protección santa.

Sin más por hoy, con cariñosos recuerdos a su señor padre, hermana y para usted, se reitera su afectísimo amigo S.L.Q.B.S.M.

Dr. Ambrosio Rodríguez y Rodríguez

Su casa: calle Núñez de Arce, nº 15 pral. Madrid.

Propuesta del médico Ambrosio Rodríguez para convertir el Acebo en el Lourdes asturiano, 1910 (I)

El médico Ambrosio Rodríguez, en Buenos Aires, 1887. Fotografía de Chute & Brooks.

-Primera parte-
Los milagros del doctor Ambrosio Rodríguez

El doctor Ambrosio Rodríguez Rodríguez fue una de las personalidades más activas que dio el concejo de Cangas del Narcea en el último tercio del siglo XIX y primeras décadas del XX. Nació en La Torre, Sorrodiles (parroquia de Cibea), en 1852   y murió en Madrid en 1927. Estudió y vivió en Madrid, París, Berlín, Buenos Aires y Gijón, y viajó por numerosos países de Europa y América. Fue un profesional muy reconocido, y amigo de eminentes médicos de su tiempo, como su maestro don Federico Rubio y Galí y el mismísimo don Santiago Ramón y Cajal. Nunca dejó de tener relación con su concejo natal, y siempre estuvo preocupado por su estado y porvenir. En la necrológica que le dedicó la revista La Maniega en junio de 1927 se dice: “Difícilmente habrá habido nadie que haya superado al doctor Ambrosio como amante de Cangas; a donde no dejó de ir un solo año, hasta que en 1915 perdió la vista, cuya desgracia le hizo pasar lleno de tristeza los últimos años de su vida”. Fue un asiduo colaborador de los periódicos locales que se editaban en la villa de Cangas del Narcea.

En 1910 envió una larga carta a don Ángel Carrizo Díez,  párroco de Linares del Acebo y administrador del Santuario del Acebo, proponiéndole una serie de medidas para revitalizar este santuario y ponerlo a la altura del afamado Lourdes. Antes de ver ese proyecto nos parece importante dar a conocer dos sucesos en los que Ambrosio Rodríguez participó directamente, y que según su propio parecer tuvieron un final milagroso gracias a la intercesión de la Virgen del Acebo. ¡Sin duda, su fe en la Santa del Acebo era muy grande!

El hecho de que conozcamos estos milagros no es extraño. Por una parte, desde el siglo XVI todos los sucesos milagrosos atribuidos a la Virgen del Acebo se anotaban en un libro que estaba en el Santuario, en el que quedaban registradas las dolencias de los enfermos o tullidos y su curación,  o se enviaban por escrito para que quedase constancia documental del milagro; lamentablemente aquel libro desapareció a fines del siglo XIX, y lo mismo ha sucedido con las relaciones que enviaban las personas beneficiadas con un milagro. Los libros de milagros eran comunes a todos los santuarios, y aun hoy, con otros medios, se siguen haciendo para dar publicidad del poder curativo del santuario; por ejemplo, en Internet puede consultarse la lista de curaciones de Lourdes reconocidas como milagrosas por la Iglesia (www.lourdes-france.org). Por otra parte, es comprensible que en las publicaciones apologéticas dedicadas a la Virgen del Acebo se recojan los testimonios milagrosos de un reputado médico como Ambrosio Rodríguez,  lo que vendría a corroborar todavía más el poder curativo de esta Virgen canguesa.

La relación del primer milagro del doctor Ambrosio Rodríguez está publicada en el folleto La Virgen del Acebo: Descripción histórica de aquel santuario y novena en obsequio de la Virgen que allí se venera, escrito “por un devoto” anónimo y publicado en Luarca en 1894, y la del segundo la publica el dominico Fray Alberto Colunga (1879 – 1962) en su libro: Historia del Santuario de Ntra. Sra. del Acebo y novena en honor de tan excelsa patrona, editado en Madrid en 1909 y reeditado en Salamanca en 1925.

Primer milagro

“Otros muchos milagros se hallan registrados en los documentos que se conservan en el archivo del Acebo; los cuales no insertamos aquí por no hacer voluminoso este trabajo. Debiendo, sin embargo, hacer constar que en estos últimos años se han visto curaciones admirables y múltiples milagros, y entre otros el acaecido a José Gonzalez, natural y vecino de Cerveriz, parroquia de Ab, concejo de Cangas de Tineo. Este individuo que aun vive, y tiene 40 años de edad, refiere así el hecho:

Padecía ataques epilépticos, y no pudiendo obtener mejoría con los medios que la ciencia médica aconseja, se ofreció a la Virgen del Acebo, y a asistir de rodillas a la procesión de la Virgen alrededor de la Iglesia. Hízolo así, y desde aquel día no volvió a padecer más de la referida enfermedad.

Se refiere también otro hecho milagroso acaecido hace pocos años en un viaje que hizo el distinguido medico de Cibea, Cangas de Tineo, Dr. Ambrosio. Navegaba este señor acompañado de otros amigos por el mar del Norte, y habiéndose levantado una tempestad terrible, que puso en peligro inminente al navío y a las personas que llevaba, invocaron y se ofrecieron a la Virgen del Acebo, y de este modo se libraron de una naufragio seguro.”

Segundo milagro

“Una de las más notables curaciones alcanzadas en estos tiempos por intercesión de Nuestra Señora del Acebo es la siguiente, acaecida en 1880. D. Francisco Pérez, vulgarmente llamado el Teresín, natural de Genestoso y gran bolsista de Madrid, tenía un cáncer en uno de los pómulos que, según los médicos, no tenía remedio. Un amigo suyo, D. Ambrosio Rodríguez, doctor y miembro de la Real Academia de Medicina, leyó que el doctor Langenbeck, de Berlín, médico de cámara del Emperador Guillermo I, curaba esa clase de cánceres. Por sí o por no, se lo propuso al paciente, y éste le contestó que si le acompañaba a Berlín iría a probar la ciencia del doctor alemán. Accedió su amigo, fueron a Alemania, se presentaron al celebre médico, que hizo al enfermo una penosa y difícil operación, en la cual le sacó el ojo para bien limpiarle la órbita, y extrajo varios huesos del pómulo. Con esto el enfermo se puso muy grave; atormentado por los dolores y la fiebre comenzó a delirar, tanto, que el doctor Langenbeck dijo que no saldría de aquella noche. En medio de sus males el paciente pudo conocer su estado y comenzó a comunicar a su amigo sus últimas voluntades, para que él las llevara a su familia.

El cirujano alemán Bernhard Rudolf Konrad von Langenbeck (9 de noviembre 1810 – 29 de septiembre 1887)

Hecho esto, vuelve su corazón a la Virgen del Acebo, y lleno de fe, le hace votos para que alcance algún remedio a su mal. Su compañero, abundando en los mismos sentimientos, se postra de rodillas al lado de su cama y se asocia a sus ruegos y oraciones. Así pasaron la noche, y cuando el doctor Langenbeck fue por la mañana a examinar la herida, muy maravillado de que el enfermo no hubiera muerto, se quedó fuera de sí al verle libre de peligro y la herida casi del todo cicatrizada. A los tres días estaba completamente sano, con gran estupefacción de los que le habían dado por muerto. “La fe nos ha salvado”, decía al doctor alemán el español, y en verdad así había sido. El primer cuidado de los dos amigos fue volver a España e ir directamente al Acebo, donde ambos entraron de rodillas hasta el altar y mandaron celebrar misas en acción de gracias por tan singular favor. El enfermo duró aún dieciséis años, muriendo en León de pulmonía”.

Fray Alberto Colunga anota al pie de este texto: “Este hecho lo consignamos la primera vez por escrito según la relación muy detallada que de él nos hizo el mismo Dr. D. Ambrosio Rodríguez”.

El doctor alemán Bernhard von Langenbeck (1810 – 1887) fue un pionero de la cirugía mandibular y de paladar fisurado; un cirujano audaz que practicó métodos nuevos e inventó utensilios quirúrgicos adaptados a estas nuevas intervenciones. Tuvo una gran reputación en todo el mundo gracias a la habilidad y éxito de sus operaciones de cirugía de nariz, paladar y labio, y por su método de operar solo la parte del hueso lesionado o enfermo, sin necesidad de eliminar todo el miembro.  Desde 1848 a 1882 fue director de la Clínica de Cirugía y Oftalmología de la Charité de Berlín, donde se llevó a cabo la “milagrosa” operación de Francisco Pérez “Teresín”.

Continuará

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Por la Asturias de Occidente: El Acebo (1916)

Santuario del Acebo, 1916. Fotografía de Benjamín R. Membiela. Colección: Juaco López Álvarez

Tiempo hacía que deseaba poseer una fotografía del pintoresco lugar del Acebo, de ese pintoresco santuario tan conocido de todos los extremos occidentales de nuestra provincia.

El deseo no era fácil de satisfacer, ni mucho menos. Acaso en el día de la romería no faltaría cualquier aficionado que tuviese la valentía suficiente para subir con la máquina a cumbre tan elevada. Pero no era “eso” lo que yo deseaba. Mi deseo era traer a las páginas de ASTURIAS la reproducción de ese lugar, no en los días de bulliciosa fiesta, sino en los que se halla abandonado de todos, en los de calma, en los de placidez, en los días en que permanece solitario, invitando a la meditación.

Difícil de satisfacer era esa mi pretensión. Mas contra imposibles se opone en estos tiempos la voluntad; y en un día de buen sol conseguí que nuestro incansable fotógrafo Benjamín R. Membiela se decidiese a subir al Acebo, sacando la vista que hoy ofrezco a los lectores; no hecha en día, cual deseaba, de completa calma, ya que en ella se perciben bien claramente, y aparte de unos pastores con sus ganados, los restos de unos puestos de bebidas, los restos de días de juerga, de romería…

El santuario del Acebo se halla situado a mil metros sobre el nivel del mar, y a seiscientos sobre esta villa de Cangas de Tineo. Para hacer el recorrido de seis kilómetros que median entre Cangas y la cumbre de esa montaña se necesitan sus buenas dos y media o tres horas. La pendiente, y sobre todo en su principio, es pronunciadísima, escalonada. Desde su mitad, el camino se halla a grandes trechos cubierto por fino césped, haciendo menos penosa la ascensión, pero muy peligroso para los que se aventuran a subir a caballo, siendo muy frecuentes las caídas de cabalgaduras y jinetes.

Lo penoso de la ascensión queda más que compensado con el soberbio, con el incomparable panorama que desde la cumbre se percibe. Al Norte se ve a Tineo, entre el verdor de sus amigos, con sus blancas casas escalonadas; al Sur, el puerto de Leitariegos, con sus picachos cubiertos de nieve durante la mayor parte del año; al Este, por detrás del santuario, las montañas de Somiedo y de Belmonte; al Oeste, enfrente, las elevadas cumbres del Valledor y de Pola de Allande; y por todas partes, infinidad de aldeas y caseríos.

El Acebo, en sí, lo constituyen el santuario, la casa del cura, deshabitada, y otra casa llamada de “Novenas”, que es en la que buscan albergue y se llenan de miseria los aldeanos que allá se trasladan y allí permanecen los nueve días que preceden al de la fiesta. El frío se siente con intensidad durante todo el año. La planicie es extensa: pero apenas si motivado sin duda por el intenso frío, pueden vivir raquíticamente tres o cuatro árboles. En los meses invernales los lobos se hacen dueños de ese lugar, y hasta tal punto, que, para impedir que invadiesen el santuario, hubo que cerrar los pasos de comunicación con puertas de hierro.

La tradición nos cuenta… Mas dejemos la tradición que con sus deliciosas mentiras siga durmiendo a las almas. Si yo fuera a hablaros de lo que la tradición nos dice respecto a los milagros atribuidos a la Virgen del Acebo –que debe tal nombre a que, según la leyenda, apareció en ese lugar en medio de un acebo o “xardón”, aunque de este arbusto no se ve ninguno en toda la montaña—; si yo fuera a hacerme eco de leyendas, sería el cuento de nunca acabar. Lisiados que en el santuario recobran sus miembros, paralíticos que salen danzando; mujeres con los pechos corroídos por el cáncer, que se curan de repente, adquiriendo las partes enfermas gran exuberancia y derramando líquido vital; mudos que hablan, sordos que oyen… De todo nos habla la tradición, puesta en coplas para ser cantada por ciegos… Dejemos en paz la leyenda; que si en siglos pasados fue el Acebo cuna de fanatismo del Occidente de Asturias, hoy es punto de cita de la alegre juventud.

El exquisito escritor asturiano Álvarez Marrón1 puso en este lugar el epílogo a uno de sus famosos y más sentidos cuentos, premiado en concurso. Consuélese el ilustre tinetense, pues las montañas del Acebo todavía no han sido profanadas por las canallescas notas del piano-manubrio. La gaita de Andulina continúa aquí imperando, acaso como única excepción de romerías famosas, y continuará dueña absoluta de esta montaña, si no por gusto, por las dificultades insuperables para subir desde la villa un piano. ¡Bendigamos en esta ocasión el mal camino, que impide una profanación!

La festividad de la Virgen del Acebo es el 8 de Septiembre, el mismo día en que se festeja a la de Covadonga. La romería es muy típica. La bajada de los romeros a la villa la efectúan en grupos los jóvenes de ambos sexos, cogidos del brazo y cantando sin cesar. Antiguamente asistían a la fiesta muchos vaqueiros, que desaparecieron al confundirse en la vida moderna.

Con frecuencia trepo a lo alto de esta montaña. Es un lugar que me llama, que me atrae, invitándome a recordar días de dolor y de alegría, días de crueles padecimientos y de inefables dichas… Ese nombre de Covadonga trae a mi mente la visión de otra Covadonga, de esa mil veces bendita Covadonga que los asturianos poseemos en Cuba2, que es refugio de cuerpos enfermos y de almas doloridas; y ante mí, cuando estoy en el Acebo, se proyectan en tropel las dependencias de “nuestra” Casa, tal y como la dejé, con sus pabellones, su personal y sus jardines y sus estatuas, y, por encima de todo, elevándose sobre las altas palmeras, la venerable figura del doctor Bango, con un brazo extendido, en ademán de reprenderme por alguna de mis diabluras de rapaz enfermo, voluntarioso y travieso.

    Cangas de Tineo, junio de 1916.

(Asturias, nº 104, La Habana, 23 de julio de 1916)

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1 Se trata de Manuel Álvarez Marrón (Tineo, 1869 – La Habana, 1943), que a los quince años emigró para La Habana, en donde compaginaba su trabajo en un comercio con una intensa dedicación al periodismo y la literatura.

2 Se refiere a la “Quinta de Salud Covadonga”, el hospital que construyó en 1897 el Centro Asturiano de La Habana para sus asociados, en la que estuvo ingresado Borí durante su corta estancia en Cuba.

Documental: El vino de Asturias, 1990

Documental de la Productora de Programas del Principado publicado en 1990.

 

 

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El Escorial asturiano. El monasterio de San Juan de Corias, 1925

Courias / Corias y río Narcea, hacia 1922. Colección del Museo del Pueblo de Asturias (Fondo de El Progreso de Asturias)

El pueblecillo de Corias, en donde radica el aludido convento encuéntrase en la carretera de Ponferrada a La Espina, en la provincia de Oviedo, de cuya capital dista 98 kilómetros, y en el partido judicial y Ayuntamiento de Cangas de Tineo, de cuya capitalidad le separan sólo dos kilómetros, que constituyen delicioso paseo.

Consta de tres barriadas: la principal, o del Convento, como se la llama, situada sobre la carretera comunicándose con ella por el puente romano que figura en una de las fotografías; puente que, a pesar de ser uno  o los innúmeros que en la región abundan, caracterízase por el elegante y sobrio trazado arquitectónico de su arco único, que, sin llegar al atrevimiento del típico de Onís o a la estructura original del de Ambas o Entrambasaguas, en Cangas de Tineo, cuya proyección vertical y desarrollo es en curva, tiene mérito sobrado.

Otras dos barriadas son la del Palomar, situada detrás del convento, y colgada en una ladera, por lo que es bien apropiada su denominación, y la de Regla de Corias, al otro lado del Narcea —río importante en la comarca, muy abundante en truchas, anguilas y salmones—, y en la que radica la parroquia.

Monasterio de San Juan Bautista de Courias / Corias (Cangas del Narcea), hacia 1915. Fotografía de Benjamín R. Membiela. Colección de Juaco López

El partido judicial de Cangas de Tineo, situado en la parte más occidental de Asturias, lindando con León—del que le separa el elevado puerto de Leitariegos o Lazariegos, con su laguna y el pico o cueto de Arbas, desde el que se divisan inmensos territorios — y con Lugo, es harto montañoso y accidentado. Cubre en invierno sus cimas la nieve y llueve abundantemente; pero de abril a noviembre disfruta de clima delicioso, que haría del mismo punto incomparable de veraneo y excursiones turísticas si tuviera mejores vías de comunicación, ya que hoy no cuenta con ferrocarril alguno, suspirando toda la comarca por la pronta realización del proyectado Pravia-Cangas-Villablino, que facilitaría no sólo la vida de relación, sino la económica de la región.

En efecto, numerosos viñedos producen ricos caldos, que en nada desmerecen de los más acreditados de Burdeos, por su delicado «bouquet». Bosques enormes, maderables fácilmente, de calidad excelente, como los de Muniellos. Canteras de mármol, minas de carbón, en suma, productos los más variados, sin contar la gran riqueza ganadera, no pueden explotarse ni encontrar salida fácil ni remuneratoria por falta de vías férreas, ya que el arrastre por carretera es penoso y de gran coste.

De sus bellezas naturales no hemos de hablar; bástenos saber que forma parte de Asturias la incomparable para idearnos sus verdes y jugosos prados, sus castañares y arboledas, los altos picos de las montañas, en que prende la niebla, dejando ver entre sus jirones caseríos y aldeas a los que parece imposible llegar.

Copiaremos sólo lo que un dominico ilustre, el padre Alberto Colunga, dice en su «Historia de Nuestra Señora del Acebo», imagen muy venerada, y cuyo santuario situado en alta montaña, próxima a Cangas y Corias, es visitadísimo en piadosa romería el 8 de septiembre:

«Los manantiales da agua limpia brotan abundantes en toda la sierra de los Acebales, y los habitantes los aprovechan con cuidado para regar sus prados, una de las principales fuentes de la riqueza de la comarca. Cuando los rayos del sol primaveral acaban por derretir las capas de nieve que cubren las montañas, y la tierra comienza a sentir, después de los rigores del invierno, los influjos del calor solar, la hierba crece en abundancia por doquiera, los «vaqueiros» suben de la ribera con tus ganados, y conviértese en algazara y contento la soledad y tristeza  del invierno. Las cumbres y las brañas se llenan de ganados; las chozas medio arruinadas por la furia de los elementos durante los meses de ausencia se reparan y animan, y a la clara luz que ilumina el cielo y a las suaves brisas que templan la atmósfera responden  los esquilones de los ganados, las músicas y cantares de los pastores que guardan sus haciendas.»

Entrada en la fachada principal del monasterio de San Juan Bautista de Courias / Corias (Cangas del Narcea), hacia 1925. Colección de Juaco López Álvarez

Data la fundación del célebre monasterio del siglo XI, en los años 1032 a 1044. Habitando en sus posesiones señoriales —de cuyo torreón o castillo, próximo al convento, apenas quedan vestigios— los condes D. Piñolo Jiménez y doña Aldonza Muñoz, avisados en sueños por celestial visión, determinaron edificar un vasto monasterio, que cedieron a la Orden Benedictina, y que, andando los tiempos, enriquecido por la piedad de sus señores y la hidalga liberalidad de sus reyes, llegó a extender su jurisdicción absoluta en muchas leguas a la redonda, constituyendo la inmensa posesión un verdadero coto cerrado, con total independencia, hasta Felipe II.

El primer abad fue Dom. Arias Gromar, después obispo de Oviedo, y el último, fray Benito Briones, ejerciendo el cargo entre ambos ciento ocho. En 1835 los benedictinos de Corias hubieron de dejar la abadía. En 1860, un Real decreto del Ministerio de Ultramar cedió a la Orden de Predicadores el monasterio de Corias, extendiendo el entonces juez de Cangas de Tineo, D. Álvaro Peláez, acta a favor del procurador general de aquélla de la posesión.

Aun dada la exageración hiperbólica que representa llamar a Corias «el Escorial de Asturias», fuerza es reconocer su relativa importancia y mérito. Constituyendo un cuadrado regular, de unos cien metros de lado, con dos enormes patios centrales, de los que uno es el claustro, en el que está el cementerio de los religiosos; tiene severo y elegante aspecto la construcción, que, por el color de la piedra, semeja mármol rosa. Tiene 865 huecos; tantos como días del año.

La Iglesia, hermosa y bien proporcionada, tiene al lado de la Epístola el enterramiento de sus fundadores, y enfrente, el del rey D. Bermudo y su esposa, doña Osinda. En la parte baja del altar mayor hay dos relieves, que representan: uno, la aparición del cielo a los condes, y otro, el comienzo de los trabajos para la edificación del monasterio, en el que los ángeles desbrozan el terreno.

El coro, con dos magníficos órganos, guarda una preciosa ágata y un Cristo de marfil traído de Filipinas. Espléndidos libros corales sufrieron depredaciones durante las vicisitudes de las órdenes religiosas en el pasado siglo. Una monumental imagen de San Juan Bautista, en piedra, perteneciente antes a la fachada del convento; otra en madera — una Virgen del siglo XIII—y las imágenes de San Pío V y Santo Domingo en marfil, son, juntamente con un bello, retablo en madera policromada, existente en la sacristía, joyas escultóricas de un valor considerable.

Un gran bosque de algunos kilómetros de extensión circunda el monasterio, como resto de sus grandes posesiones antiguas.

En la villa de Cangas citáremos, para terminar, la casa-palacio de los condes de Toreno, entre otras muchas que ostentan en la fachada escudos nobiliarios, y la Colegiata de la Magdalena, fundada en el siglo XVII por el obispo D. Fernando Valdés, presidente que fue del Consejo de Castilla, cuyos restos descansan en el altar mayor, iglesia que es sólida y de buenas proporciones.

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Ramón García Redruello y Cangas del Narcea

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Ambasaguas y el Barrio Nuevo desde El Mercáu, Cangas del Narcea, hacia 1925. Colección de Juaco López Álvarez

En estas últimas semanas hemos podido leer en la web del Tous pa Tous unas crónicas dedicadas a Cangas del Narcea, publicadas en el diario La Voz, de Madrid, en 1925 y firmadas por Ramón García Redruello. Son unas crónicas muy literarias, en las que el autor trasmite sus sentimientos ante el paisaje y los habitantes de esta parte de Asturias, que él descubrió en 1924.

Nuestro cronista nació en San Lorenzo del Escorial (Madrid) el 16 de marzo de 1899. Hijo de Rufino García, procurador de juzgado en esa localidad y María Redruello Hermoso. Es probable que sus padres fuesen oriundos de Asturias; el apellido de su madre es habitual en el concejo de Valdés. Estudió Derecho en la Universidad de Madrid y en 1923 ya tenía el título de doctor. Era un joven muy inquieto con interés por la literatura, la historia, la política y, por supuesto, el derecho. Impartió conferencias en el Ateneo de Madrid, en las que habló sobre “Los Ayuntamientos y su función higiénico social” en 1920 y “La constitución de Méjico” en 1923, y en 1927 publicó un libro, Ensayos jurídicos y sociales (Madrid, 1927), donde recopila una colección de diversos artículos. En el periódico ABC, de Madrid, de 10 de noviembre de ese año, aparece una reseña muy elogiosa de este libro, donde se recoge un fragmento del prólogo escrito por el magistrado Galo Ponte Escartín:

Don Ramón García Redruello ha trabajado en periódicos y revistas, siendo apreciada su labor como muy estimable. Su corta permanencia en la carrera judicial, donde ganó puesto por oposición; su pase espontáneo a la fiscal y su reciente petición de excedencia, cuando estaba próximo al ascenso, indica que le atrae más la misión del escritor que la del funcionario de justicia; y, aunque sus compañeros de este orden, hayamos de dolernos de su alejamiento, bien hará en seguir el derrotero que sus aficiones le marcan, ya que lo ha emprendido con paso firme, y no es aventurado asegurarle en él éxitos importantes.

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Portada del libro Roma y la organización del Derecho, de J. Declareuil, traducido del francés por García Redruello y editado en 1928.

También traduce del francés el libro Roma y la organización del Derecho, de J. Declareuil, profesor de la Universidad de Toulouse, publicado en Paris en 1924, cuya versión española se edita en 1928.

En política, García Redruello militó en el Partido Social Popular, organización muy conservadora y defensora de las ideas católicas fundada en 1919, en el que es elegido secretario del Distrito de la Universidad, en Madrid, en 1923.

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Esquela publicada en el diario ABC de 3 de agosto de 1968

La relación de García Redruello con Cangas del Narcea fue corta. En febrero de 1923 aprueba las oposiciones a la judicatura y el ministerio fiscal, y en abril de 1924 es nombrado juez de primera instancia para el Juzgado de Cangas. Aquí residirá hasta finales de noviembre de 1925 en que se traslada al Juzgado de Barco de Ávila. Su carrera judicial continuará en Córdoba, Guipúzcoa, Tarragona, Huesca, etc. Muere en Tarragona el 7 de junio de 1968.

Durante su estancia en Asturias publicó numerosas colaboraciones literarias. En 1924 apareció  un artículo suyo en el diario El Carbayón, de Oviedo,  sobre “Trajes y bailes asturianos”. Sin embargo, será en el periódico La Voz, de Madrid, donde aparecerán numerosos artículos firmados por él y encabezados con los títulos genéricos de “Crónicas del Noroeste”, “Crónicas de Asturias” o “Crónicas asturianas”. Algunos de estos artículos son de opinión, pero la mayoría son de viajes y literarios, cargados de romanticismo y nostalgia. Sus crónicas están inspiradas en la lectura del escritor francés Pierre Loti (1850-1923), que García Redruello admiraba mucho y para el que solicita en abril de 1927, en el Ateneo de San Sebastián, un monumento, que debía erigirse en la villa de Fuenterrabia/Hondarribia, justo enfrente de Hendaya, la localidad francesa donde murió Loti. El peculiar romanticismo de Loti, que aborrecía el naturalismo de Zola y se distanciaba del realismo de Flaubert, es el que marca el estilo de nuestro juez en las crónicas que envía desde Cangas del Narcea en 1925, y en las que seguirá escribiendo en 1927 y 1928 en Andalucía y que publica en La Tierra, órgano de la Federación de Sindicatos Católico-Agrarios de Córdoba.

Dedicadas a Asturias y escritas en Cangas del Narcea, García Redruello publicó en La Voz, de Madrid, las siguientes crónicas:

Antes de marchar de Asturias con destino al Barco de Ávila, la intención de García Redruello fue editar todas estas crónicas en un libro, y para ello solicitó a fines de octubre de 1925 a la Diputación Provincial de Oviedo una ayuda para “la publicación de un volumen de varios artículos periodísticos relativos á Asturias, de que es autor” (El Noroeste, 30 octubre 1925). Sin embargo, la Diputación desestimó un mes más tarde esta petición.

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La novela de ambiente asturiano una literatura semi olvidada

Existe una literatura semi olvidada de novelas, cuentos, narraciones, etc., locales que es interesante recuperar, pues, si bien su interés literario a veces es dudoso no lo es su valor testimonial.

En Cangas nació en 1882 el sacerdote novelista José María García Aznar cuya obra encuadra perfectamente en ese caso y que ahora, con este artículo, queremos recordar. Se trata básicamente de tres novelas de ambiente asturiano: ¡Allá… junto al mar!, Oviedo 1930, En medio del mar (con portada del pintor asturiano García Sampedro), Oviedo 1932 y Confinado, Oviedo 1934 (cuya acción se desarrolla en el valle de Saliencia del concejo vecino de Somiedo).

 

¡ALLÁ… JUNTO AL MAR! y EN MEDIO DEL MAR

¡Allá… junto al mar!, es una novela de costumbres asturianas, en la que siempre está presente el mar Cantábrico como telón de fondo. En medio del mar, que comienza también en la costa de Asturias, continúa en la isla de Cuba para terminar en una islita cantábrica, en medio del mar, donde se refugia el protagonista para aislarse de los engaños y desengaños humanos.

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Portada de ¡Allá… junto al mar!, primera novela de Jose Mª García Aznar editada en Oviedo en 1930

En ambas novelas se muestra su autor como un literato colorista, hombre que posee una retina sensible para dejarse impresionar por todo espectáculo pintoresco y que cuenta con un ingenio sutil para trasladarlo fielmente al papel. Le ayuda a este último cometido un gran dominio del léxico, que le permite narrar con una prosa amena y llena de matices de claridad y desparpajo.

Tipos castizos de la cantera asturiana, gente de señorío y popular tejen ambas novelas, en las que se urden dos limpios cuentos de amor. Hay en las dos narraciones un deseo de originalidad que se lleva hasta la rotulación de los capítulos. Y en el carácter de la prosa de este escritor cangués hay la misma diafanidad, igual corrección de estilo, enjundioso sin pedantería, brillante sin rebuscamiento que tuvieron otros escritores de análoga raíz étnica que José María García Aznar; tales como Pereda, Leopoldo Alas, Palacio Valdés… Precisamente este último, de estas novelas hizo el siguiente comentario:

«… un léxico escogido y rico, de un selecto y correcto castellano. Una dicción suelta, galana, gaya, elegante; unas escenas donde palpitan llenas de vida, las virtudes y pasiones, querencias odios y amores expuestos con muy finos recatos, sin desparpajos, pero sin ñoñerías. Una trama llevada siempre con acierto… con ingenio, con interés, sin que los protagonistas se salgan ni un instante de su carácter, sin forzar las situaciones…».

 

CONFINADO

Esta novela fue editada en Oviedo en 1934 por el propio autor. Su distribución, según nos cuenta José Manuel Feito, fue tormentosa puesto que al publicar los primeros ejemplares, algunas personas de La Arena (Soto del Barco) se vieron reflejadas en sus páginas, tales como La Sargenta, cuyo mote le venía por ser hija de uno de los carabineros que tenía su puesto allí, posiblemente con el grado de sargento. Marina fue una piadosa anciana que visitaba diariamente el templo y acudía a casa del sucesor de don José María, don David, ya jubilado, a la misa que decía en privado. Falleció en enero de 1998. Aunque finalmente cambió su testamento tenía pensado dejar su casa para la Iglesia, a pesar del trato que el autor le depara en la novela. Don Polonio de Losa, (Nolo de Tosa) es otro de los personajes con existencia real en La Arena el cual también dejó al morir bienes para la Iglesia, para las dos escuelas de la parroquia y para sus ahijados. Es otro de los que no salen bien parados en la novela. Por lo tanto parece que las fobias y filias del autor eran bastante desconcertantes. Lo que sí parece ser que al verse reflejados en sus páginas, algunos de estos supuestos personajes le trajeron problemas al autor aunque nunca de mayor cuantía. De todas formas juzgó prudente retrasar su puesta a la venta, cosa que luego se complicó al llegar la Revolución del 34, y dos años después la Guerra Civil.

El argumento de la obra se basa en uno de tantos confinamientos o destierros que sufrieron muchos dirigentes políticos, entre ellos el economista político Flórez Estrada (1765-1853), natural de Pola de Somiedo. De ahí el título de CONFINADO, o “confiscao” como se les llama en Somiedo, y que equivale a desterrado. En cuanto al protagonista de la novela nos dice José M. Feito que don David Granda que conoció al autor, le afirmó que el protagonista fue un personaje real, un sacerdote desterrado por sus ideas políticas en tiempos de la primera República al Puerto de Leitariegos.

Encontramos en esta novela una de las pocas descripciones de lo que entonces era una cacería del oso en el concejo de Somiedo. Por ello y por lo interesante que resulta “el bable occidental” que usa nuestro novelista, copiamos a continuación una parte de la narración:

 

CONFINADO pp. 181-184

“… Parece que Celipín de Antona era el montero mayor, según que distribuyó la gente por los puestos. Yo temblaba por si me colocaban a mí solo en uno. ¡Cualquiera se avenía a vérselas cara a cara con una fiera de aquellas que íbamos a buscar! Me pusieron al lado de Pedrín de Endría. No sabía los puntos que calzaba en achaques de valor; pero era de la tierra y me aquieté.

Nos colocaron a la salida de un istmo, que unía la relativa planicie en que nos encontrábamos, con una peña voladiza enorme, inasequible por todos los lados, menos por el istmo, y que levantaba su cabezota, como avizorando sobre abismos espantosos que por todos lados había. El istmo era… como pelo de la cabezota aquella, que la ataba a la montaña de nuestra planicie, o como aleta de un monstruo que cayera de las nubes plomizas, en aquel estático mar de piedra. Y a la cresta de aquel monstruo, no se podía llegar más que por el filo de la aleta. Ni los “rebezos” podían irse allí a pastar -pastos buenos y abundantes, según dicen- más que por el camino aquel que empezaba en nosotros, con abismos a ambos lados, de alturas espantables.

La meseta en que yo estaba, era la parte trunca de una pirámide muy obtusa, amplia, descomunal, que afinca en abismos y se levanta  al  cielo…  no  tanto  como  la  mayor  parte  de  montañas, sierras y peñascos que nos circundan. Aquí, por muy alto que te pongas, siempre ves picachos más altos que tú: nunca se sabe cuándo se puede decir que se está en lo más alto: nunca se ve por doquier más que tremebundas oleadas de piedra de mil formas y tamaños y altitudes.

De la meseta en donde estábamos, arrancan tres senderos: uno el istmo ese que te describo, otro a nuestra espalda -que es el que anduvimos para llegar aquí-, y otro  que va a morir a aquel que parece regato, que, como te dije, baña y pule los estribos de la montaña aquella que tenemos enfrente, vestida con mil retazos de verdores obscuros, algo más tupidos que los que visten aquella en la que nosotros tenemos nuestro “puesto de espera”. Al parecer el escenario va a ser la ladera de enfrente, pues por allí “anda la osa” o el oso… o sabe Dios cuántos.

Y te digo que el escenario es amplio, amplio; más que suficiente para ocultar legiones de fieras. Y pido a Dios que no encuentren ninguna. ¿Has visto alguna vez algún cazador con estos deseos?

La vertiente de la meseta en donde nosotros estábamos, no era demasiadamente acentuada; pero tenía una brecha, una escotadura, hacia el famoso istmo, grande y perpendicular a un plano… imaginario, que estaba como a trescientos metros. No creo posible para un hombre bajar por allí. Acaso un rebeco… Y no creas que a humo de pajas pongo estos trazos de paisaje.

Pedrín de Endría me dijo:

-Agora escomienza el ujeu. Mire atchí’n el regatu a Tanasio el Chumbo y Xuan del Puertu con los perros: ya laten y golfatian. Mírelos cómo ‘sguilan monte arriba. Hacia la meta d’aquel ribazu debe tener la cama, sigún Antón de Ulia: hacia aquetchas penas pardas… Y siendo asina y como perros y xente van pa’rriba, escurro que la caza vaiga pa las escopetas del cura y de Tonón, que tan atchí enfrente: ¿nun los véi?

-Y usted ¿ya mató algún oso?

-¿Por qué lo pregunta?

-Por… por nada: para que me diga algo a fin de matar tiempo que tendremos que esperar.

-Nun será muito según veo yo el aire de los perros, y sigún trincan po’l monte arriba aquetchos mozos que siguen a los perros: y tóos etchos van po’l mesmo camín; camín, de las penas pardas: algo barruntan… You matare nun matéi más que uno con una trente; pero me paez que güey va a habere pa toos… si ía verdá que hay más de uno por aquí… Y el sitio es apareao, y las esperas tan bien tomadas. Nun pueden escapare, más que regueiru abaxu, y eso nun ía lu curriente… Asina que vámonos pa tras d’aquel peñasco. Dende allí vemos y no nos ve el oso, u séase la osa u lo que hebia, hasta dar encima de nos.

Y sentimos un ladrar desesperado de los perros y un vocerío fuerte, descompasado de los que jujeaban las piezas.

He observado que los ecos de los ruidos y de voces en estas montañas, en estas soledades, erguidas o acanaladas o truncas o ahondadas, tienen sonoridades breves, secas, pedernalinas, que ruedan y se expanden sin guedejas ni matices blandos de sonido: parece sonido virgen, sin atrofiamientos ni afonías ni oquedades que acolchen el estruendo: es voz de la naturaleza, sana, que clama recio, con lengua de pedernal. Y aquel día me parecieron aquellos ruidos centuplicados; se me figuraba aquella clamorosidad voces de hombres primitivos, con pecho de titán, que jujeaban rebaños de mastodontes, en aquella prístina naturaleza, que protestaba de la holladura de su virginidad, con voces de mar emborrascado. Hasta me parecía que las olas de aquel mar se movían. El miedo obra milagros.

Y Pedrín me dijo:

-Son dos: el macho y la hembra… u visteversa… mírelus… van camín del cura y de Gildo… güenas escopetas… No nos va tocare nada si nun salen outros… Osté escuéndase bien, y nun asome la nariz, ni los caños de la escopeta hasta que you lu avise.

Sí, sí; asomarme… De buena gana me escondía debajo de tierra, después de oír aquellas bramidas espeluznantes, a aquellas fieras descomunales, que subían monte arriba, como regueros brunos, acosados por los perros, y aún más por las voces descompasadas de aquellos bigardos, que jurara que deseaban echarles mano, tal era el aire que llevaban. Y las fieras remando con furia en aquel mar de hayas, brezos y “escobas”, y dejando surco acentuado abierto con sus remos, que cascaban y abatían árboles bastante talludos, y arbustos, con la misma facilidad que un niño cañas de junco. ¡Y aquello se puede venir ¡”encima de nos”…!

Después, dos tiros secos, ahilados, que se fueron redondeando, al engolarse por aquellas gargantas, vinieron a dar en los mismos centros de mi sensibilidad, y… ya no pude ver ni pensar nada serenamente. Y para remachar el clavo, Pedrín me dice:

-Prezpitáronse un pouco pa tirare… Debían esperar una migaína… ¡Vamos, uno caíu…! Y ¡cómo se regüelve el condenao…! ¡Carafio! ¡Tchevantóuse y esfarrapóu el perro de Chumbo! ¡Por vida de la perra de su madre…! ¡Y cómo agulla y estombexa!; pero escurro que tien bastante ‘ncima ‘l alma…! El outro tira pa ‘cá… ¡Ah, puñefla!; de aquí nun ‘scapas-. Y se relamía de gusto el bárbaro; y acariciaba la escopeta, y hería el suelo con la puntera de los pies, tumbado, como estaba en el “observatorio”.


FUENTES UTILIZADAS

  • Diario ABC (Madrid) – 26/04/1933, Página 8
  • José Manuel Feito Álvarez. «EL CONFINADO» o Cristo se detuvo en… (Novela de un valle de Somiedo Asturias)
  • José Manuel Feito Álvarez. LA FIESTA DEL OSO Y EL ESPÍRITU DEL BOSQUE
  • José María García Aznar. CONFINADO, Oviedo 1931, pp. 181-184
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Una biografía de Anselmo González del Valle (1852 – 1911)

[Texto leído por Fidela Uría Líbano en el Homenaje a Anselmo González del Valle, organizado por el Tous pa Tous y el Museo del Vino de Cangas, en el Teatro Toreno, de Cangas del Narcea, el 2 de diciembre de 2011, y en el que interpretó la pianista doña Purita de la Riva varias composiciones musicales del homenajeado, que se mencionan y analizan en este texto. González del Valle tuvo mucha relación con Cangas del Narcea y tiene una calle dedicada a él en la capital del concejo].

Esquela de Anselmo González del Valle publicada en la portada de -El Principado- de 16 de septiembre de 1911

Se celebra este año el centenario de la muerte de Anselmo González del Valle, acaecida el 15 de septiembre de 1911. Silvio Itálico, seudónimo del escritor Benito Álvarez- Buylla, decía en 1924 sobre la grandeza de esta figura como compositor, pianista y erudito que, seguramente, le harían más justicia las generaciones venideras. Tuve la ocasión de profundizar en la vida y en la música de González del Valle, mientras hacía mi tesis doctoral, y puedo afirmar que fue uno de los personajes que más contribuyó al desarrollo de Asturias en la etapa que va de la segunda mitad del XIX a los primeros años del XX; especialmente a nivel cultural, pero también en lo social y lo económico. Es pues casi de justicia este merecido homenaje.

Anselmo González del Valle y González Carvajal nace en la ciudad de La Habana el 26 de octubre de 1852. Su padre, Anselmo González del Valle y Fernández Roces, había emigrado de Oviedo a Cuba en 1840 y allí se establece como empresario, sobre todo a partir de su matrimonio con María Jesús González Carvajal, cuyo padre era propietario de varias empresas y fábricas de tabaco repartidas por toda Cuba.

Según nos relatan sus familiares, Anselmo comenzó los estudios de primaria en el Colegio de Belén de La Habana y, con seis o siete años, se inicia en el arte de la música con un tío materno, Manuel Francisco González Carvajal, al que familiarmente llamaban “tío Pancho”.

Siendo aún muy pequeño los padres de Anselmo se separan, y él y su hermano Emilio Martín quedan al cuidado del padre. Pocos años después los dos hermanos son enviados a vivir a Oviedo, permaneciendo el padre en La Habana al frente de sus numerosos negocios. Anselmo y Emilio Martín se instalan en una amplia casa en la calle Cimadevilla al cuidado de un sacerdote que ejerce como tutor.

En 1863 los dos hermanos comienzan sus estudios de bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Oviedo, donde el compositor se gradúa como Bachiller en Artes en 1869. En aquella época coincidieron en el Instituto de Oviedo con los escritores Leopoldo Alas (Clarín) y Armando Palacio Valdés. Tanto Clarín como Palacio Valdés relatan en sus obras como organizaron en la casa de los González del Valle una especie de ateneo cultural juvenil en el que hablaban de historia, literatura o arte, representaban obras teatrales, etc. Y parece que ya en su adolescencia González del Valle destacaba como pianista, tal como señala Palacio Valdés: “Por fin, uno de los dueños de la casa [se refiere a Anselmo] nos hacía oír en el piano algunas sonatas o trozos de ópera, pues ya entonces era un maravillosos pianista”.

Probablemente, al mismo tiempo que el bachillerato, Anselmo comienza sus estudios musicales con Víctor Sáenz. No puedo dejar de mencionar aquí la inmensa labor de don Víctor Sáenz en Asturias: fue organista de la Catedral de Oviedo, director de varias bandas de música, fundador de la Academia de Música San Salvador de Oviedo, autor de varias composiciones musicales y, sobre todo, gran maestro de varias generaciones de músicos y compositores asturianos.

Anselmo González del Valle se licencia en Derecho Civil y Canónico en 1872 por la Universidad de Oviedo; realiza el primer y último año en Oviedo y los cursos intermedios en Salamanca y Madrid. Parece que Anselmo estudió la carrera para satisfacer a su familia con un título universitario, ya que nunca ejerció la abogacía y, de cualquier forma, tampoco lo necesitaba porque contaba con una gran herencia familiar.

El escritor Constantino Suárez, en su obra Escritores y artistas asturianos, señala que “al mismo tiempo que su preparación universitaria, Anselmo González del Valle realizó estudios musicales con los mejores maestros de Oviedo y Madrid”. Por lo que se refiere a Madrid todo apunta a que la enseñanza que recibió fue de carácter privado; las referencias de su familia señalan que el compositor no hizo estudios oficiales de música, sino que fue una enseñanza libre. Incluso comenzó los estudios de Armonía y Composición en París, pero sin llegar a concluirlos. Probablemente fue el músico Charles Beck uno de los que más influyó en la formación pianística de Anselmo. Beck fue Primer Premio de Piano del Conservatorio de París y se estableció en Madrid desde finales del XIX como profesor de piano, destacando también su actividad como concertista.

En estos primeros años de juventud González del Valle realiza continuos viajes a diversas ciudades de Europa, especialmente a París. Además, empieza a comprar partituras publicadas por las grandes casas editoriales europeas, especialmente de música pianística. Él tocaba todo la música para piano que compraba, con lo cual va adquiriendo paulatinamente el dominio técnico e interpretativo del instrumento que caracterizará sus años de madurez. En sus viajes por ciudades como Madrid o Barcelona, pero también fuera del ámbito nacional (París, Berlín, Leipzig o Roma) Anselmo tocaba como amateur en conciertos de carácter privado. Autores como Antonio García Miñor señalan que “pudo ser en su época uno de los primeros pianistas de Europa, pero despreció los más fabulosos contratos para anclar definitivamente su vida a Oviedo”.

En 1874 el músico contrae matrimonio con María Dolores Sarandeses y Santamarina, que había sido compañera suya en las clases de música con Víctor Sáenz. A partir de entonces finalizan los viajes de Anselmo, y la actividad como concertista se centra en el pequeño círculo de su familia y amistades. Sin embargo, pasa a un primer plano la faceta de compositor.

Anselmo G. Del Valle editó algunas de sus obras en el extranjero, como es el caso de estas Cinco Mazurcas elegíacas, dedicadas -a la memoria de mis padres-, publicadas por Fr. Kistner y cuya cubierta fue realizada por la litografía de C. G. Roder, Leipzig

En 1879 González del Valle es nombrado académico correspondiente de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, cuya sección de música se había creado recientemente. Tenía por entonces 27 años y ya era una de las personas de más relieve en la región, tanto desde el punto de vista social como cultural. A lo largo de su vida González del Valle reúne una biblioteca musical de renombre en su época y que, aún hoy, puede ser considerada de gran valor. Llegó a poseer una colección de más de 20.000 partituras; una parte de esta biblioteca la conservan los nietos del compositor y la otra fue adquirida en 1947 por el Instituto Español de Musicología (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), de Barcelona. La colección cuenta con un amplio repertorio de obras de compositores, que va desde el Renacimiento hasta autores contemporáneos a González del Valle. También hay que mencionar la espléndida colección de cuadros que había heredado de su padre, gran aficionado a la pintura, y que el mismo Anselmo había ido aumentando.

González del Valle mantuvo relación con algunas de las personalidades más relevantes de la cultura española. Conoció a escritores, pintores y músicos como Francisco Asenjo Barbieri, Jesús de Monasterio, Tomás Bretón, Emilio Arrieta o Felipe Pedrell. Con Pedrell, que fue el padre del Nacionalismo musical español, tuvo Anselmo una estrecha relación, y le proporcionó varios temas tradicionales asturianos para su Cancionero Musical Popular Español (1922). Además, fue socio honorario de la Sociedad de Conciertos de Madrid.

Anselmo González del Valle fue uno de los principales promotores de la Escuela Provincial y Elemental de Música de Oviedo, origen del actual conservatorio. La apertura de la Escuela de Música tiene lugar en el año 1884, en el seno de la Academia Provincial de Bellas Artes de Oviedo. En un documento de la Academia leemos: “Un señor académico, artista de corazón y de pensamiento elevado [se refiere a González del Valle], tuvo la feliz idea de establecer bajo la dirección de esta Academia una clase de Música, ofreciéndose al mismo tiempo a costearla…”. Él presidirá la Escuela de Música de Oviedo hasta su muerte y, sin duda alguna, su influencia va a contribuir a crear un excelente clima musical.

Con el despegue de la industrialización van apareciendo en Asturias diversas compañías y sociedades promovidas fundamentalmente por la alta burguesía. González del Valle intervino en la creación en 1887 de la Compañía de Ferrocarriles Económicos de Asturias. También colaboró en el nacimiento de otras empresas como la Sociedad Industrial Santa Bárbara, la fábrica de cervezas El Águila Negra o la Unión Española de Explosivos. Paralelamente a la aparición de sociedades industriales se forman otras de tipo cultural y benéfico destinadas a paliar las necesidades de la nueva clase obrera. González del Valle era miembro de numerosas sociedades benéficas como la Sociedad Económica de Amigos del País, la Junta Provincial de Beneficencia Particular o la Sociedad Santa Bárbara, entre otras.

Un núcleo importantísimo en el desarrollo de la vida musical en Asturias en la segunda mitad del siglo XIX fue -como en tantas otras regiones españolas- el salón de las grandes casas burguesas. En su espléndida mansión de la calle Toreno de Oviedo, Anselmo González del Valle dedicó un enorme salón a la música, donde guardaba una valiosa colección de pianos y, como ya mencioné, una de las mejores bibliotecas musicales de aquella época. Pasaban a menudo por aquella casa los personajes más relevantes del mundo de la música de la región: Saturnino del Fresno, Baldomero Fernández, Víctor Sáenz, Benjamín Orbón, Eduardo Martínez Torner, etc. Pero también estuvieron allí, a su paso por la ciudad, intérpretes como la pianista zaragozana Pilar Bayona o el gran Arturo Rubinstein, que dio un concierto en el Teatro Campomor en 1916. Es posible, aunque no está suficientemente claro, que existiera cierta relación entre Anselmo y el compositor ruso Nikolái Rimsky-Korsakov; el Capricho español de Rimsky es prácticamente un capricho asturiano y algunas investigaciones sugieren que pudo ser González del Valle el qué, de alguna manera, proporcionó los temas asturianos a Rimsky-Korsakov. La leyenda llegó incluso a contar que el músico ruso se había alojado en la casa de González del Valle. Anselmo y su familia se mofaban de esta leyenda con una ironía típicamente asturiana: Tenían un sillón, colocado en un lugar especial de la mansión, y en el que nadie se podía sentar, ya que era el lugar donde Rimsky había descansado en una visita que hizo a Anselmo y estaba reservado para sus próximos viajes a Oviedo.

En 1901 muere, a los cincuenta años, la esposa de Anselmo, víctima de una larga enfermedad. Esto supone un duro golpe para el músico del que ya nunca se repone; queda entonces al cuidado de su numerosa familia, pues el matrimonio tenía trece hijos, algunos de los cuales eran muy pequeños al morir su madre.

El excelente clima musical que vivía a principios del siglo XX la región terminará por cristalizar con la creación de la Sociedad Filarmónica de Oviedo en 1907, a la que seguirán la de Gijón en 1908 y la de Avilés en 1918. González del Valle fue una figura fundamental en el origen de la Sociedad Filarmónica de Oviedo y figuró como Presidente de honor de la misma en sus primeros años.

Al fallecer su mujer la propia salud del compositor se ve afectada y, además, padecía una diabetes desde hacía bastantes años. Para buscar remedio a esta enfermedad acude todos los veranos a tomar las aguas al Balneario de Mondariz, en Pontevedra (Galicia), y realiza algunos viajes al extranjero para consultar a los mejores especialistas europeos. Pero, a pesar de lo precario de su salud, la muerte le coge por sorpresa; el 15 de septiembre de 1911 el músico sufre un repentino ataque al corazón, debilitado por la enfermedad crónica.

La producción musical de González del Valle es una de las más importantes, tanto en calidad como en número, de la segunda mitad del XIX en Asturias; se han catalogado unas setenta composiciones suyas. Además, prácticamente la totalidad de esta música fue publicada, casi siempre por destacadas editoriales europeas y españolas. Constituye un caso bastante peculiar como compositor, ya que toda su obra está escrita para piano, el instrumento que dominaba desde el punto de vista técnico y expresivo. Esta música se puede dividir en tres tipos: el primero con obras basadas en la música tradicional; el segundo formado por obras originales que reflejan la estética del Romanticismo tardío, y el tercer tipo son las composiciones inspiradas en piezas de otros autores.

En cuanto a las obras basadas en música española, compuso seis Rapsodias españolas para piano. El género rapsódico, que no se sujeta a ningún esquema formal, ofrecía al compositor una gran libertad para el tratamiento de los temas tradicionales. Una de las influencias que más pesa sobre estas obras son las Rapsodias del compositor Franz Liszt. Purita de la Riva interpretará la Rapsodia Española, op. 19 de González del Valle. En ella pueden diferenciarse tres secciones: 1ª. Dedicada al folklore musical asturiano; 2ª. Hay un predominio de la música andaluza, y 3ª. Dominada por temas de jotas aragonesas.

Hay un elemento unificador en la Rapsodia que es la aparición a lo largo de la misma del tema de la Marcha real. Los aspectos más destacados de esta obra son: la cita directa y con pocas transformaciones de los temas tradicionales y un virtuosismo pianístico que busca la brillantez y el lucimiento del intérprete.

Por lo que se refiere a las obras de González del Valle basadas en música asturiana Purita de la Riva va a interpretar: la Rapsodia asturiana sobre aires populares para piano, nº 2; las añadas Yes nidia y No llores, no de la obra Rapsodia asturiana para piano, op. 13, y los temas Paxarinos y No la puedo olvidar de la obra Veinte melodías asturianas para piano.

Rapsodia escrita por Anselmo G. del Valle, donde figuran diversos símbolos asturianos: Don Favila contra el oso, un carbayón (roble), la Cruz de la Victoria rematada por la corona real (escudo del Principado), y la catedral de Oviedo.

La Rapsodia asturiana sobre aires populares para piano, nº 2, op.27 fue compuesta alrededor de 1890. Está dedicada “a su amigo don Teodoro Cuesta, músico y poeta asturiano” y va precedida por dos de sus poemas: Asturias y La romería. La Rapsodia se abre con el tema de danza prima La virgen de Covadonga y luego se van desarrollando otras canciones tradicionales como No se va la paloma o Nadie plante su parra. La Rapsodia termina brillantemente, como queriendo imitar el final de una romería asturiana, con un popular y enérgico baile de gaita.

La canción tradicional No la puedo olvidar aparece en otros cancioneros de la época, pero estas versiones no se pueden equiparar al delicado tratamiento que hace González del Valle del tema. Creo que es una de sus mejores composiciones ya que, sin acudir al excesivo virtuosismo pianístico, consigue una gran calidad estética, por ello su carácter es más íntimo y también más personal que el de otras obras.

El tema Yes nidia es una añada y lleva el texto en la parte superior; en él se amenaza al niño con las xanas para que se duerma. El tratamiento que hace el compositor de este tema es de una sencillez exquisita. La melodía se trascribe sin modificaciones, para ser tocada piano y muy ligada, indicaciones muy adecuadas para esta canción de cuna. El acompañamiento de la melodía es sobrio, pero el compositor utiliza con maestría los recursos pianísticos para crear la atmósfera adecuada. El piano es puramente descriptivo, especialmente en las cascadas de arpegios que imitan el sonido del agua de los arroyos en los que viven las xanas.

Para concluir tengo que señalar que la obra de Anselmo González del Valle es equiparable en calidad (en algunos casos sin duda mejor) a la de otros compositores españoles de la segunda mitad del siglo XIX, como Apolinar Brull, Eduardo Ocón, Miguel Capllonch o Teobaldo Power. Como ocurre con estos autores su música representa un nacionalismo sin las aspiraciones más universales de la música de Falla, Albéniz o Granados, en los que el nacionalismo se afina y evoluciona al contacto con las corrientes musicales europeas. La música de González del Valle está determinada por la época en la que vivió, es decir, por el Romanticismo tardío y la búsqueda del virtuosismo instrumental. Pero el tratamiento que hace el compositor de la música asturiana imprime un carácter más personal a sus obras; ya que su acercamiento a la esencia melódica y rítmica de estos temas hace que el lenguaje musical resulte, en cierto modo, innovador y original.


Fidela Uría Líbano
Cangas del Narcea, 2 de diciembre de 2011


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La modernización del vino de Cangas, 1878 – 1901

XIII Exposición de Burdeos, Diploma de Medalla de Plata, 1895 a los vinos de Cangas de Tineo de Anselmo González del Valle

Anselmo González del Valle y Cangas del Narcea

La modernización del vino de Cangas, 1878 – 1901

La relación de Anselmo Gonzalez del Valle y Carbajal (La Habana, 1852 – Oviedo, 1911) con Cangas del Narcea está envuelta en un cierto misterio, basado en el desconocimiento que tenemos de los motivos que impulsaron a este hombre, nacido en Cuba, hijo de un emigrante de Oviedo, rico capitalista, industrial y gran aficionado a la música, a comprar tierras en el concejo de Cangas del Narcea y dedicarse con ahínco al viñedo y la elaboración de vino.

Sus inversiones en Cangas del Narcea comienzan el 18 de septiembre de 1878, cuando González del Valle, que tenía 26 años de edad, compra en Oviedo (ante el notario José Antonio Rodríguez) a Juan Vázquez Camino, comerciante residente en Burdeos, un número elevado de propiedades en los concejos de Cangas del Narcea, Tineo, Ibias, Allande, Valdés y Villayón, por 277.500 pesetas. Todas estas propiedades las había adquirido este comerciante en 1874 a Rafael Uría Riego, hermano y heredero del famoso José Francisco (1819 – 1862), con un pacto de retroventa por un periodo de cuatro años, que el vendedor no llegó a ejercer.

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Cangas del Narcea hacia 1918 (vista parcial) destacamos la bodega construida por Anselmo G. del Valle, el Lagarón.

La gran mayoría de las propiedades adquiridas por González del Valle estaba en el concejo de Cangas del Narcea, en total 198. Había caserías, viñas, prados y tierras localizadas en cortinales de muchos pueblos, así como el dominio de pueblos enteros: Amáu/Amago, El Fuexu/El Fuejo o Pambley, y de brañas: La Linar (Rato), Entrambosríos (Mieldes), Junqueras y Los Cadavales, o de partes importantes de pueblos: Mieldes, Bárzana, Parada la Viecha, San Xuan del Monte, El Valle los Humeiros, Miravalles, Veigamioru, Villager, Piñera, El Pládanu y Berguñu. En la compra se incluían importantes propiedades situadas en la villa de Cangas del Narcea y sus inmediaciones: el palacio de Omaña y la huerta contigua; una casa en la calle Mayor; las Huertas de La Veiguitina; la Huerta del Molino, el Prau del Molino y el molino harinero situado junto al puente de piedra de Ambasaguas; viñas en Barañan; “la posesión llamada de Obanca, parroquia de Santa Marina, compuesta de casa, hórreos, un molino con cuatro molares, tierra, prados, huertas, varios castaños y otros árboles” de una superficie de tres hectáreas, etc.

Bodega de Anselmo G. del Valle, conocida como El Lagarón, construida a fines del siglo XIX en el Pelayo (Cangas del Narcea); detrás todo son viñas, 1935. Fotografía de Elisa Álvarez Castelao.

A estas propiedades Gonzalez del Valle sumó varias viñas en Limés, que compró en 1879 a María Joaquina Gonzalez-Cienfuegos y Navia Osorio (de la casa del conde de Peñalba), y en 1883 a Indalecia García del Valle. Por último, en 1898 adquirió a Casimiro Manso Ochoa la finca de Pelayo, en la villa de Cangas del Narcea, donde construyó una gran bodega de vino, la conocida como El Lagarón, que tenía pozo y bomba de agua.

Las propiedades más estimadas de Gonzalez del Valle fueron sin duda las viñas. En total llegó a poseer 21 hectáreas de viñedo, localizadas en los términos de Pambley, San Cristóbal de Entreviñas, Oubanca, Burracan, Cangas del Narcea y, sobre todo, Limés. En este último lugar era propietario de la viña de Santiago (de ocho hectáreas), la viña Grande (de dos hectáreas), la viña Redonda o Semillana (de más de cuatro hectáreas), la viña Cachiporra (de más de una hectárea) y otras más pequeñas en los formales de San Andrés, Perín y Sumeana. En la viña Redonda había un edificio terreno, cubierto de teja y destinado “exclusivamente a la recolección o deposito del fruto y sarmientos de la finca, custodia de herramientas para trabajarla y demás usos precisos a la misma”. Las viñas de mayor superficie las explotaba directamente Gonzalez del Valle, y las pequeñas las llevaban arrendatarios que a menudo pagaban de renta el tercio o el quinto de “su producción en uva”.

Anselmo González del Valle, 1874. Dibujo de José F. Cuevas.

Anselmo González del Valle ejerció en Cangas del Narcea las actividades siguientes: el altruismo, la explotación de un molino, el cultivo de viñas y la producción de vino. Las dos últimas fueron su principal ocupación. Su domicilio lo tenía en Oviedo. Solía venir a la villa de Cangas casi todos los años, durante unos días, en los meses de octubre y noviembre, coincidiendo con la vendimia y los primeros trabajos de elaboración del vino, y residía en el palacio de Omaña. A veces también venía en julio durante las fiestas del Carmen. En esta villa tenía un administrador que se encargaba de arrendar las fincas, recaudar las rentas, etc. El 23 de octubre de 1882 (ante el escribano Ángel Menendez Reigada) nombró en este puesto a Felipe Francos Flórez y el 14 de julio de 1897 (ante el escribano José Novoa Álvarez) al maestro Genaro González Reguerín.

Gonzalez del Valle era un “hombre generoso y caritativo”, conocido en Oviedo por sus obras benéficas. Cangas del Narcea se benefició de esta generosidad, y en cualquier suscripción que se formaba para recaudar fondos para las fiestas del Carmen, la junta de socorro de los pobres, etc., figura su generosa aportación. También donó terrenos en La Veiguitina para la apertura de una calle. El Ayuntamiento de Cangas del Narcea reconoció este altruismo, dedicándole en la villa una calle nueva que se abrió para comunicar la calle de La Fuente con La Veiguitina.

Molino junto al puente de piedra de Ambasaguas, construido por Anselmo G. del Valle en 1884, Cangas del Narcea, 1935. Fotografía de Elisa Álvarez Castelao.

En la compra de 1878 iba incluido un molino harinero con “ocho piedras molares” y 130 m2, que era el único que había en la villa de Cangas del Narcea. Había pertenecido a la casa de Omaña y estaba pegado a la derecha del puente de piedra de Ambasaguas, entrando por la calle de La Fuente. González del Valle derriba este molino y construye en 1884 uno totalmente nuevo, a la izquierda del puente, para el que aprovecha la presa del molino viejo. Instala tres muelas hidráulicas con una maquinaria moderna que trae de León. Tenía una muela francesa y dos españolas, “que molían más rápido y mejor que las antiguas”, y un ventilador, también movido por la fuerza del agua, que dejaba “el grano perfectamente limpio”. Para un capitalista como González del Valle, que invertía en ferrocarriles o fabricas de explosivos, la inversión en un molino de estas características era un anacronismo. La existencia de un molino de esta clase era algo beneficioso, sobre todo, para los vecinos. El pan seguía siendo el alimento básico de la población y no era lo mismo tener un molino viejo, que se estropeaba con frecuencia y no molía bien, que uno moderno, rápido y eficaz, que permitía tener una harina limpia y bien molida.

La gran actividad de González del Valle en Cangas del Narcea fue el cultivo de viñas y la elaboración de vino, y en esto es donde llega su influencia hasta nuestros días. Para estas labores trajo a técnicos franceses de la zona de Burdeos. La viticultura y la vinicultura francesas eran las más desarrolladas de Europa, y González del Valle no escatimó medios para mejorar y modernizar estas labores en Cangas del Narcea. Su interés le llevó a acudir a Madrid en junio de 1886 al Congreso Nacional de Vinicultores en representación del Consejo Provincial de Agricultura, Industria y Comercio de Oviedo, junto al conde de Toreno. A este congreso también asistieron de Asturias, Víctor Lobo, ingeniero agrónomo provincial, y Rogelio Valledor Ron, que fue en representación del periódico El Occidente de Asturias, de Cangas del Narcea, lo que denota el interés de esta industria para nuestro concejo.

En el viñedo los técnicos franceses introdujeron numerosas mejoras que fueron seguidas por los cangueses, y que favorecieron mucho el cultivo de la vid. Algunas de las más destacadas fueron las siguientes: el azufrado y el sulfatado con “caldo bordelés” (mezcla de sulfato de cobre y cal) para prevenir el oidium y el mildiu, respectivamente, que son dos hongos procedentes de Estados Unidos de América que causaron grandes estragos en los viñedos europeos durante la segunda mitad del siglo XIX; la poda temprana; la colocación de espalderas o hilos de alambre para sujetar las vides, etc.

De algunas de estas mejoras tenemos testimonios contemporáneos gracias al periódico El Occidente de Asturias:

Los viñedos hace años vienen atacados del Oidium, de ese terrible parásito que se desarrolla de una manera admirable; y este año, que los cosecheros, por iniciativa del señor don Anselmo del Valle, habían empezado á utilizar con buen éxito el azufre, parece que los temporales se empeñaron en destrozar una cosecha que constituye el primer elemento de riqueza de esta comarca. Era lo que faltaba á este pobre país […]. (El Occidente de Asturias, 15 de septiembre de 1882)

Al año siguiente el mismo periódico vuelve a recordar los beneficios aportados por estos técnicos franceses que trabajaban para González del Valle:

La vendimia se va haciendo con buen tiempo. La cosecha es desigual, pues al paso que algunas viñas tienen más uva que en el año último, otras tienen menos. Entre las primeras se cuentan las del señor don Anselmo del Valle, debido indudablemente al sistema de poda y otras labores que adoptaron obreros franceses que ha traído, y al azuframiento de las vides. Ténganlo presente los demás viticultores, y adopten el propio sistema si quieren que sus viñas produzcan. El vino promete ser bueno. (El Occidente de Asturias, 19 de octubre de 1883).

En Francia fue donde se desarrolló el empleo de azufre para prevenir el oidium y donde se descubrió la eficacia del sulfato de cobre para combatir el mildiu.

En cuanto al sistema de poda, otra noticia de ese mismo periódico, nos aclara en que consistió el cambio propiciado por los técnicos franceses:

La primera de estas cuestiones es la siguiente: ¿La poda de la vid debe ser temprana ó tardía? Los que sostienen que debe ser temprana, y son muchos, especialmente en Francia, y en España personalidades muy respetables, afirman que la poda que se hace en Diciembre da lugar á la producción de yemas robustas que ofrecen fruto más abundante que el de poda tardía, agregando además que por este medio la cosecha se adelanta, circunstancia que en la provincia de Asturias no debe perderse de vista. En apoyo de esta opinión nosotros podemos citar lo que en la actualidad está practicando, en el viñedo que en los términos de este ayuntamiento tiene el señor D. Anselmo del Valle, un obrero que este trajo de Francia con el único objeto de atender al cultivo y mejoramiento de sus viñas. Sostiene este obrero las ventajas que hemos indicado de la poda temprana, y así es que la está haciendo actualmente. No debemos omitir tampoco que por el mismo tiempo la hizo en el año anterior, y que, ya fuese debido á esto, ó tal vez á la casualidad, lo que no es imposible, es lo cierto que las viñas del Sr. Valle han sido las que dieron en el corriente más abundante cosecha. (El Occidente de Asturias, 7 de diciembre de 1883).

Estas mejoras quedaron grabadas en la memoria de los viticultores cangueses, y en 1987, cien años después de su introducción, Carmen Martínez Rodríguez entrevistó a algún anciano que “aún recordaba con agradecimiento y admiración a los técnicos franceses venidos de Burdeos para enseñarles a injertar, a preparar el caldo bordelés o a utilizar las primeras sulfatadoras. También contaban que estos mismos técnicos trajeron nuevas variedades de vid, como el Cabernet, la Garnacha Tintorera y el Albarín Francés, y que les enseñaron a utilizar nuevos sistemas de poda y conducción (Guyot), que poco a poco irían sustituyendo a otro mucho más antiguo denominado en cepa redonda” (Mª del Carmen Martínez Rodríguez y José Enrique Pérez Fernández, La vid en el occidente del Principado de Asturias, CSIC, Madrid, 1999, pág. 21).

Pero no todos fueron éxitos en las viñas de González del Valle. La modernización y los cambios en el campo llevan a aparejados riesgos. La introducción de nuevas plantas y su aclimatación es una operación problemática, y a veces las cosas no salen todo lo bien que se proyecta. Esto fue lo que le pasó a Gonzalez del Valle con la plantación de nuevas variedades de vid, que introdujo con el fin de mejorar la producción y luchar contra la terrible filoxera, un parasito que procedente también de América asoló los viñedos de toda Europa a fines del siglo XIX, y que en Cangas del Narcea se localizó por primera vez en 1893. Los problemas de González del Valle los conocemos por una carta escrita por Severiano Rodríguez-Peláez desde Cangas del Narcea al conde de Toreno, el 26 de octubre de 1898:

D. Anselmo, que por medio de los franceses empezó a descepar el mejor terreno de la viña, donde no había siquiera asomo de filoxera, hizo cuantiosos gastos para fundirla y despojarla de la piedra, trajo vides injertas de Burdeos que plantaron en la forma que lo hacían allí, y después de tan bien preparado el terreno, le murieron próximamente una mitad, y las que no perecieron llevan un desarrollo muy lento, y según el francés que sigue aquí, parece tienen que volver a replantar, poniendo una cesta de cucho a cada planta, para lo que estuvo este verano acopiando todo el cucho que encontró.

El 23 de noviembre de ese mismo año, Rodríguez-Peláez vuelve a escribir al conde sobre este asunto:

Lo que no se comprende es lo de D. Anselmo, dicen que este año recogió solo unas cien cuepas [3.130 litros], a pesar de tanto cuidado y tantos gastos como viene haciendo en estos años. En el actual tienen que ser mucho mayores porque hace ya cuatro meses que tiene ocupado un carro en llevar abono; acopió todo el de la villa y después se fue a los pueblos de Limés y Ponticiella para hacer otra plantación nueva, y calculan que tal número de plantas ha de dar tanto vino, calculando a dos litros cada una por término medio, lo que estará bien en otros países más apropiados para esta clase de cultivos y en que cuestan menos los gastos ordinarios anuales.

En la elaboración del vino también se hicieron cambios y mejoras importantes, dirigidas por el técnico francés Ernest Dubucq, jefe de la bodega de González del Valle en Cangas del Narcea.

Parece que la manipulación que se está efectuando por un inteligente francés, en el vino que en este concejo cosecha don Anselmo González del Valle, vecino de Oviedo, está dando excelente resultado. Como en la manipulación no entra ninguna materia ni sustancia que pueda quitar al vino su pureza, no podemos menos de aplaudir la determinación del señor Valle, que indudablemente contribuirá mucho á llevar la fama del vino cangués más allá de los confines de Asturias, en donde hasta ahora se halla aprisionada (El Eco de Occidente, 9 de febrero de 1894).

El vino se elaboraba con un sistema moderno en el que la fermentación era cerrada, no abierta como es costumbre en el método tradicional del vino de Cangas. Para ello se tapaban las tinas y se les ponía un tubo de hojalata que desahogaba en un depósito de agua, para no perder el anhídrido carbónico. Esto lograba un vino más resistente a los trasiegos, que duraba mucho más, no estropeándose durante el verano como le sucedía al vino tradicional. Según los vecinos de Cangas en aquel tiempo, este vino tenía el inconveniente de que “se iba mucho a la cabeza”, probablemente debido a que tenía algunos grados más de alcohol que el tradicional.

Otra práctica que introdujo González del Valle fue la mezcla de vinos, tanto del país como de Castilla. Al mezclar el vino de afuera lo que buscaba era subir la graduación y bajar la acidez característica del vino de Cangas, con el objeto de hacer un vino más agradable a los gustos de los potenciales clientes de fuera de Cangas del Narcea. En 1895 compró para este fin toda la producción del vino añejo y de ese año del conde de Toreno.

Sin duda, uno de los meritos de Anselmo González del Valle fue la comercialización y difusión de nuestro vino fuera de su lugar de producción, “más allá de los confines de Asturias”. A fines del siglo XIX, era habitual en la portada del diario El Carbayón, de Oviedo, un anuncio de “Vinos tintos de Cangas de Tineo de D. Anselmo G. del Valle”. El vino se ofrecía en botellas (a 2 pesetas unidad) y media botellas (1,25 pesetas), en cajas de 12 botellas y de 24 medias botellas, en barricas de 225 litros, barriles de 105 litros y cuartos de barricas de 55 litros. González del Valle tenía un depósito de venta propio en el número 40 de la calle Uría, de Oviedo. En el mismo anuncio se mencionan otros puntos de venta en Oviedo, Avilés y Gijón, y también en el número 76 de la calle de Fuencarral, de Madrid.

Botella de vino tinto de Anselmo G. del Valle, cosecha de 1896. Col. Museo del Vino de Cangas.

Las botellas de la cosecha de 1896 llevan una hermosa etiqueta litográfica realizada en el establecimiento de Del Río y Gutiérrez, de Luarca, en la que aparece un dibujo del Rey Pelayo y a los lados, el anverso y el reverso de la medalla de plata obtenida por el vino de Gonzalez del Valle en la Exposición de Burdeos de 1895.

Etiqueta de botella de vino de Anselmo G. del Valle, Cangas de Tineo, 1896. Col. Museo del Vino de Cangas

En 1896, el vino de González del Valle obtuvo otras dos medallas, en este caso de oro: una, en la Exposición Agrícola, Industrial y Artística de Angers, también en Francia, y otra, en la Exposición Regional de Lugo. Asimismo, estuvo presente en la Exposición Regional de Gijón de 1899, que fue una celebración en la que se mostró todo el poder de la industria que se había desarrollado en Asturias desde mediados del siglo XIX. Su stand lo describe el periódico El Noroeste, el 6 de agosto de 1899, con las siguientes palabras:

Elegante y bonita instalación formada por una base de barriles, sobre la que descansa un templete de botellas de vino de Cangas y encima de las botellas un barril que sostiene una cestita con hojas y fruto de la vid. En el templete lleva cuatro escudos pintados, y el conjunto de la instalación es agradable.

¿Cuales fueron las intenciones de Anselmo González del Valle en toda esta empresa? ¿Afición a la agricultura o el vino, búsqueda de rentabilidad económica, favorecer la industria vinícola canguesa, lazos familiares con esta tierra? No lo sabemos.

En su tiempo, y para sus iguales, fue una aventura económica incomprendida. El 30 de noviembre de 1898, el conde de Toreno le escribe desde Madrid a su administrador en Cangas del Narcea:

Hace mucho tiempo que no comprendo lo que se propone D. Anselmo del Valle en todas las operaciones de plantación de cepas y elaboración de vinos, pues, no creo que hasta ahora haya obtenido ningún resultado positivo, después de los considerables desembolsos que viene realizando. Él sabrá lo que se propone, si es que lo sabe.

Exposición Internacional Libre de Angers 1896, Diploma de Medalla de Oro

La diferencia entre el conde de Toreno y González del Valle está clara, es la diferencia entre el noble rentista, miembro de un viejo linaje, y el burgués innovador, hijo de la emigración a América. El conde era otro gran cosechero de vino de Cangas, pero nunca se interesó por mejorar el cultivo de la vid, ni por embotellar el vino, ni por comercializarlo fuera de Cangas del Narcea. En cambio, la labor de González del Valle fue fundamental para traer a Cangas unos adelantos, en algún caso mucho antes que a otras localidades productoras de vino, que favorecieron esta industria, que era la principal del concejo y la que daba trabajo a muchos hombres y mujeres durante buena parte del año.

Don Anselmo se marchó de Cangas del Narcea del mismo modo que había llegado en 1878: precipitadamente. El 6 de noviembre de 1901 vende en Oviedo (ante el notario Secundino de la Torre y Orvíz) todas sus propiedades en el concejo, que eran más de doscientas, a los hermanos Alfredo y Roberto Flórez Gonzalez, por 175.000 pesetas. El precio de la venta fue bastante más bajo que el que había pagado González del Valle por estas propiedades veintitrés años antes, a las que además había que sumar las inversiones en un molino nuevo, una bodega moderna y otras mejoras. Los compradores no eran unos desconocidos para él. Eran nietos de Genaro González Reguerín, administrador suyo en Cangas del Narcea en 1897 y 1898, e hijos de José María Flórez González, al que Gonzalez del Valle tuvo que conocer en Oviedo, porque los dos pertenecían a la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos, y compartían afición por las bellas artes, la música y la enseñanza.

Exposición Regional de Lugo de 1896. Diploma de la Medalla de Oro a los vinos de Cangas de Anselmo González del Valle.

La aventura canguesa de González del Valle concluyó ese día, el 6 de noviembre de 1901, con 49 años de edad. En este caso si conocemos el motivo de este final. En 1901, Gonzalez del Valle cayó en un fuerte desanimo y una gran apatía, debido al fallecimiento de su esposa el 25 de mayo de 1901 y a una diabetes que le diagnosticaron y para la que no encontró remedio.

Pero él no olvidó aquella aventura canguesa, y seis años después, el 4 de enero de 1907, donó al Ayuntamiento de Cangas del Narcea los diplomas de los tres premios que había obtenido con sus vinos en las exposiciones agrícolas de Francia y Lugo. Creo que este gesto es el mejor modo de expresar que la razón de aquella aventura, aunque siga siendo para nosotros una incógnita, tenía más que ver con un beneficio colectivo que con un interés particular.

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José María García Aznar (Cangas del Narcea, 1882 – La Arena, 1942), sacerdote y novelista

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El presbítero cangués José María García Aznar hacia 1932.

Nace en Cangas del Narcea el 29 de mayo de 1882. Su padre, don Higinio García González-Regueral era militar, y su madre, doña Rosita Aznar Martínez procedía de una familia de Luarca y era prima de la mujer de don Severo Ochoa, el Premio Nobel de Medicina. Parece ser que su primera vocación era la castrense, tal como aparece en algunas biografías, y que no pudo seguir debido a una ligera cojera ocasionada por un disparo en la rodilla de un sobrino a quien se le disparó un arma.

Estudia la carrera eclesiástica y parece ser que también hizo estudios de magisterio. Se ordena sacerdote con otros cincuenta y ocho en 1906 (Antonio Viñayo, El Seminario de Oviedo, pág. 235).

En 1907 es destinado como capellán en El Pito (Cudillero) y coadjutor «ad nutum», es decir sin que hubiera plaza. Tres años después, en 1910, es nombrado por el marqués de Muros, de quien su madre era pariente, párroco de Ranón y de su filial de La Arena (Soto del Barco), puesto que era una parroquia de Patronato. Con él vivía una muchacha de servicio llamada Lucinda. Recorría a caballo las parroquias de Naveces, La Corrada y Ranón. Vivía en Ranón en una casa del marqués que él adaptó para rectoral, hoy completamente restaurada, y el coadjutor residía en La Arena, donde está hoy la rectoral. En ella se hacía el samartín o matanza, que curaban en el bajo. Para llevarlo a cabo venía gente de Cangas del Narcea a ayudarles. También colgaban de los pontones, atadas con un hilo, las manzanas de mingán. Tenían una vaca llamada «Perla». Parece ser que durante algún tiempo estuvo encargado de la parroquia de La Corrada. Uno de sus coadjutores fue don Porfirio Gutiérrez, párroco durante muchos años de Pillarno (Castrillón), dos temperamentos que no se llevaban, pero poco antes de morir Aznar lo trasladaron para Escoredo, de modo que ya no estaba allí cuando murió Aznar. Creo que fue poco antes de 1910 cuando la iglesia de La Arena estuvo en entredicho por mala avenencia entre cura y coadjutor, aunque desconozco las razones ni quienes eran éstos.

Fue el promotor del Sanatorio Quirúrgico de San Juan Bautista de La Arena, al frente del cual estuvo el especialista de corazón y pulmón, a la vez que cirujano, don Francisco Torrado, de Oviedo. Había dos ayudantes médicos, uno fue don Francisco Combarro. En este Sanatorio se atendía a los pescadores de Cudillero, San Esteban de Pravia y La Arena, dependiendo del Pósito o Rula de Pescadores de esta localidad del que don José fue durante un tiempo Presidente.

Sobre su odisea durante la persecución religiosa de 1936 da fe el testimonio de su coadjutor don Manuel Fanjul de la Roza, recogido por A. Garralda:

“El párroco de Ranón, don José María García Aznar, y un servidor habíamos estado presos dos meses antes del 18 de julio, seguido del triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero. Primero en la cárcel de Soto del Barco, en donde querían entrar con barras a matarnos; ante el peligro, nos trasladaron a la de Avilés, coincidiendo con don José Arenas, párroco de Riberas de Pravia, donde también nos quiso asaltar la chusma; y finalmente a Gijón, en varios autocares, porque la autoridad preveía el peligro y buscaba nuestra mayor seguridad. Sólo estuvimos diez días en la cárcel. Pero fue una buena experiencia.

Por eso, en cuanto me di cuenta de que en San Esteban de Pravia había huelga general por el levantamiento de África, levanté el vuelo. A sabiendas de lo que nos esperaba huimos por el monte el párroco (J. M. G. Aznar) y yo a Pravia. Si me quedo un día más, me enganchan y me hubieran matado. Oí decir que habían ido hacia los límites con Galicia en busca de ambos, cuando nos tenían bien cerca en Pravia.

Una vez en Pravia nos reunimos José Arenas, Luis Muñiz y Ramón García González, sacerdotes. Les propuse coger un coche y marchar a Portugal. No hubo manera de ponerse de acuerdo. Cada uno fue por su lado…”(Ängel Garralda, La persecución religiosa del clero en Asturias. II. Odiseas, Avilés 1978. págs. 270-271).

Al habla con don Manuel Fanjul me dijo que don José Mª García Aznar quedó escondido en Pravia con el párroco de dicha villa hasta que, meses después, fue liberada la zona, regresando de nuevo a su antigua parroquia de Ranón.

La Iglesia parroquial, de la que aún quedan unos muros, está en ruinas en una pequeña campa propiedad del Obispado.

Acaso debido a la presión psicológica que sufrió durante los años de persecución de la Guerra Civil y el fuerte temperamento que tenía, su carácter se fue haciendo más duro siendo al mismo tiempo víctima de una especie de manía persecutoria que le hizo poner casa en La Arena. Luego no cesó hasta que le nombraron presidente de la Rula de Pescadores. Había en La Arena un médico, apellidado Arana, que influía enormemente sobre la juventud y con quien estaba seriamente enfrentado. Pero el problema que le llevó a la muerte el 18 de junio de 1942, pocos días antes de la fiesta patronal de La Arena, fue que, debiendo enfrentarse por cuestiones de un paso frente a la iglesia, con el alcalde de La Arena, don Nicanor Suárez, no encontró respaldo ni por parte de compañeros, al parecer aquella noche había acudido a la rectoral a ver a don Maximiliano, ni de la jerarquía quienes juzgaban que la cosa no era para tanto. Por lo visto sí lo era…

De su vocación literaria dan fe las diversas colaboraciones en diversos periódicos y revistas, como Las Libertades, de Oviedo, en su primera etapa, Región (Oviedo) y la revista Covadonga. Publicó tres novelas de ambiente asturiano: ¡Allá… junto al mar!, Oviedo 1930; En medio del mar (con portada del pintor García Sampedro), Oviedo 1932 y Confinado, Oviedo 1934. Pero nos consta que dejó inéditas otras: Garras del Vilano -posiblemente la misma que aparece como «Vilanos inmorales (en preparación)» en la novela En medio del mar- y El señor de Muros, en la que atacaba por lo visto a su propia familia. Cerca del mar y Garras de Vilano, que aparecen anunciadas como obras en preparación en las contraportadas de En medio del mar y Confinado, son obras que posiblemente echó al fuego la noche de su muerte, pues su hermana Maruja me dijo que la víspera de su trágico final se había pasado toda la noche quemando papeles en la cocina.

De sus primeras obras hace el escritor Armando Palacio Valdés el siguiente comentario:

«… un léxico escogido y rico, de un selecto y correcto castellano. Una dicción suelta, galana, gaya, elegante; unas escenas donde palpitan llenas de vida, las virtudes y pasiones, querencias odios y amores expuestos con muy finos recatos, sin desparpajos, pero sin ñoñerías. Una trama llevada siempre con acierto… con ingenio, con interés, sin que los protagonistas se salgan ni un instante de su carácter, sin forzar las situaciones…».


Por José Manuel Feito Álvarez


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ENTRE LA NIEVE. La vida invernal en El Puerto de Leitariegos (1903)

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El Puerto de Leitariegos. Octubre de 1977. Fotografía de José Ramón Lueje. Colección: Museo del Pueblo de Asturias (depósito de Pedro Lueje).

Hoy nieva mucho menos que antes. Esto lo puede asegurar cualquiera que tenga más de cuarenta años. Antes las nevadas eran más copiosas y la nieve duraba mucho más tiempo.

El Puerto de Leitariegos es el pueblo más alto del concejo de Cangas del Narcea y de toda Asturias. Está a 1.525 metros de altitud. Allí, en la actualidad, la nieve se ve como algo beneficioso para la práctica del esquí, pero no siempre fue así.

La existencia de este pueblo se explica por el privilegio real que tuvieron sus vecinos desde 1326 a 1879, que los eximía de impuestos y los libraba de servir al ejército con la condición de vivir allí, mantener abierto el paso y ayudar a los viajeros durante el invierno. La razón de este privilegio fue que Leitariegos era una de las rutas más transitadas entre Asturias y León.

Si no hubiera sido por este privilegio, el pueblo de El Puerto no existiría. La vida a esa altura, con inviernos muy largos y sepultados bajo la nieve, era muy dura. Son varios los testimonios de los siglos XIX y XX que mencionan como la nieve cubría totalmente las casas de este lugar, y sus moradores tenían que hacer túneles en la nieve para comunicarse entre ellos. Para subsistir, en un lugar donde la agricultura era casi imposible, los hombres del pueblo se dedicaban a la arriería y las mujeres permanecían en casa cuidando a la familia.

Conozcamos un testimonio escrito por un vecino de El Puerto, que firma D. O., en diciembre de 1903, y publicado en el diario El Noroeste, de Gijón, el 12 de enero de 1904, en el que relata esta vida “entre la nieve”:

ENTRE LA NIEVE

Pueblo sepultado

A continuación publicamos una interesantísima correspondencia que desde Leitariegos nos dirige un suscriptor de El Noroeste.

Llamamos la atención de las autoridades, y especialmente de aquéllas directamente aludidas en la carta, para que vean la manera de remediar lo que nuestro comunicante denuncia.

He aquí ahora las noticias que en ¡diciembre! enviaba nuestro suscriptor:

 

Leitariegos, Diciembre 1903.

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El Cueto de Arbas (2.007 m.) desde el puerto de Leitariegos. Octubre de 1977. Fotografía de José Ramón Lueje. Col: Museo del Pueblo de Asturias (depósito de Pedro Lueje).

En las ciudades y en las villas, allí donde la humanidad vive con más ó menos confort pero amparada y protegida por leyes de policía urbana, no hay idea aproximada de nuestra virtud y de nuestros sacrificios. Leitariegos, pueblo de 80 vecinos, á 1.500 metros de altura sobre el nivel del mar, lleva dos meses de incomunicación con el resto del mundo. No somos ni personas, porque se nos trata como á bestias. Hace 19 años que comenzó un expediente para la construcción de un modesto templo y todavía no se ha resuelto. Por humanidad debiera el señor arquitecto diocesano enviar al ministerio el proyecto que reiteradamente se le ha pedido y que es de suponer no requiera un estudio muy profundo.

Desde el día 20 de Noviembre vivimos aquí, si esto es vivir, sepultados entre la nieve, cuya altura alcanza 5 metros. La Jefatura de Obras Públicas de la provincia no refuerza, en esta época del año, el personal de peones camineros; de donde resulta que para establecer, cuando es posible, la comunicación entre algunas casas nos pasamos el día los vecinos perforando túneles y no siempre logramos nuestro objeto.

En el mes de Agosto ó Septiembre pasa la autoridad requisa de víveres á todas las casas en previsión del forzoso aislamiento del invierno. Los vecinos pobres almacenan patatas, harina, leña y velas de sebo; los más acomodados cuelgan en la cocina algunos jamones, cecina y chorizos. En cuanto empieza á nevar, cada familia se encierra en su habitación, en la agradable compañía de los animales domésticos. Y digo compañía agradable, porque el que tiene la suerte de poseer una vaca de leche y algunas gallinas, ya no se muere de hambre. Pero puede morirse de otras enfermedades y entonces son las escenas trágicas.

Un vecino que falleció el año pasado, durante la incomunicación por la nevada, no pudo ser trasladado al exterior para darle sepultura y el cadáver quedó durante once días acompañando á la viuda y á los huérfanos. ¡Triste compañía ó inhumano espectáculo!

Una vecina, cuyo marido estaba ausente, quedó encerrada en su casa con una niña de dos años y una vaca. Hallábase en estado interesante y dio á luz, sin ningún auxilio, viéndose obligada, durante un mes, á cuidar de sus hijos y de la vaca, no descuidando los quehaceres domésticos ni su salud. ¡En Madrid se reirán de esto!

Una de las cosas que causan extrañeza á los pocos viajeros que se dignan visitarnos, y que admiraron mucho dos gijoneses y un avilesino que aquí estuvieron el año pasado, es la ilustración de nuestras jóvenes. Estas pobres aldeanas tienen, entre otras, la desgracia de no casarse, porque los mozos emigran apenas cumplen con las obligaciones del servicio militar y las dejan solas. ¡Pobres chicas! Pero son de un carácter tan bondadoso, que no exhalan una queja. Ellas cuidan del ganado; ellas trabajan la tierra; ellas atienden solícitamente á todos los deberes de la familia. Y por único esparcimiento y recreo, organizan todos los domingos y fiestas un baile en la casa del pueblo. Pero llega el invierno; llega la nieve y como inmediata consecuencia la encerrona, y entonces, tanto como de los víveres, como del alimento corporal, se preocupan del pasto espiritual: hacen acopio de libros. Lecturas sanas: de geografía; de historia; de viajes.

Esto parecerá una exageración, pero es el evangelio. Lo han comprobado cuantas personas cultas nos han visitado y pongo por testigos de mayor excepción á los gijoneses y al avilesino. ¡Qué sorpresa! Creer hablar con una pobre aldeana y encontrarse con una señorita, instruida, inteligente y modesta.

Si el Sr. Bellido[1] nos hiciera pronto el proyecto para la iglesia y el señor ingeniero jefe nos ayudase á salir del entierro en vida, seriamos dichosos.

Poco pedimos.

D. O.


[1] Se refiere a Luis Bellido González (Logroño, 1869-1955), arquitecto de la Diócesis de Oviedo a fines del siglo XIX e inicios del XX, que construyó las iglesias de Santo Tomás de Cantorbery, de Sabugo (Avilés), y de San Lorenzo, de Gijón. Fue el arquitecto que también hizo el proyecto del Matadero de Madrid (1910).

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Homenaje de Cangas del Narcea a Anselmo González del Valle

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Anselmo González del Valle, 1874. Dibujo de José F. Cuevas.

El pasado día 2 de diciembre de 2011 en el Teatro Toreno, el Tous pa Tous y el Museo del Vino de Cangas celebraron un homenaje a Anselmo González del Valle, con motivo del centenario de su fallecimiento.

Anselmo González del Valle y Carbajal fue un personaje muy importante para Cangas del Narcea y tiene una calle dedicada a él en la villa, en la que figura como “Anselmo del Valle”, que era como se le conocía en su tiempo. Nació en La Habana en 1852, hijo de un emigrante de Oviedo. A los once años vino a esta ciudad a estudiar y aquí residió hasta su muerte el 15 de septiembre de 1911. Poseedor de una gran fortuna, invirtió su dinero en múltiples negocios. Fue un gran aficionado a las bellas artes, en especial a la música, y es uno de los compositores más destacados que tuvo Asturias.

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Etiqueta de botella de vino de Anselmo G. del Valle, Cangas de Tineo, 1896. Col. Museo del Vino de Cangas.

En 1878 adquirió muchas propiedades en el concejo de Cangas del Narcea, al que estaba unido por lazos familiares. Fue un verdadero modernizador de nuestro concejo. En 1884 construyó el molino que todavía existe junto al puente de piedra de Ambasaguas, en la villa de Cangas, al que dotó de la más moderna maquinaria, y sobre todo invirtió gran cantidad de dinero en mejorar y modernizar el cultivo de los viñedos y la elaboración del vino de Cangas. Para ello trajo técnicos franceses que introdujeron importantes cambios en los viñedos, como el empleo de hilos de alambre para apoyar las vides, el uso de sulfatadoras, sistemas de poda e injerto, etc. Construyó en la villa de Cangas del Narcea, en la calle Pelayo, una gran bodega, “montada con todos los adelantos que requiere la industria vinícola moderna”, conocida como El Lagarón, hoy desaparecida. El jefe de la bodega era Ernest Dubucq. Su vino alcanzó una gran calidad, vendiéndose en Oviedo, Gijón, Avilés, Madrid y La Habana, y obteniendo medalla de plata en la exposición vinícola de Burdeos de 1895 y de oro en la de Angers de 1896. En 1901 vendió todas sus propiedades en Cangas del Narcea a los hermanos Alfredo y Roberto Flórez González.

En el acto de homenaje intervino Fidela Uría Líbano, que hizo un breve recorrido por la biografía de Anselmo González del Valle y su aportación a la música; José María González del Valle, catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad de Oviedo y nieto del homenajeado, y Juaco López Álvarez, que habló sobre la relación de González del Valle con Cangas del Narcea. Cerró el acto Purita de la Riva que interpretó al piano algunas composiciones de Anselmo González del Valle.

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El paraíso del silencio (1919)

Crónica estival publicada en el  periódico La Correspondencia de España – Madrid, domingo 7 de septiembre de 1919


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EL PARAÍSO DEL SILENCIO

Camináis con nosotros por una angosta carretera, que envidiosa del río, arrebatóle parte de su cauce para hundirse también en el profundo tajo de la montaña, y desliza su blancura al margen de las aguas, que corren a nuestra vera y salpican con sus retozos las paredes de la enorme brecha. Arriba, de la faz de la meseta herida y a los bordes del abismo, cuelgan las enredaderas silvestres, repletas de campanillas de cobalto que fortalecen su colorido con la luz del Sol; y unos pajarillos de pechuga rojiza y cenicienta, como la roca viva del acantilado, revolotean a nuestro paso, asustados quizá por la presencia de estos huéspedes inesperados.

La mañana, que está espléndida, convida a la expansión campestre, y dilátase el espíritu por estos apacibles rincones de los valles asturianos, escondidos entre los pliegues de las sierras y de las colinas, y no turbada jamás su paz infinita por las luchas humanas, aunque sean épicas las locuras y trágicas las convulsiones. La tranquilidad reina en derredor nuestro. Apoyado en el pretil de un puente, con gesto de tristeza, implora caridad un pobre anciano de blanca melena y luenga barba. A su cuidado va un rebaño de ovejas, que al trepar por los peñascos agitan sus esquilas, y llega apenas a nosotros el tintín; porque al igual de los cantares de otros pastores mozos y lejanos, es rumor moribundo en aras de la distancia.

Pasan las horas con inusitada rapidez, como diluidas en la corriente, y bien pronto nos sorprende el monasterio de San Juan de Corias, con sus interminables filas de ventanas y balcones —tantos como días tiene el año, al decir de las gentes—; con su mole inmensa de mármol y granito, que pesa sobre un área de ocho mil metros cuadrados y da la sensación de una obra de leyenda, adornada con todos los más bellos ritos que haya podido forjar la tradición cristiana.

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Monasterio de San Juan Bautista de Corias (Cangas del Narcea), hacia 1919.

Ciertamente que no caben mayor exuberancia ni prodigalidad en las galas que acumuló la Naturaleza en torno del monumento. Las aguas potables de manantiales y de arroyos, que corren presurosas entre los árboles frutales y los bosques frondosos, y la situación incomparable del edificio, que se yergue en medio de un valle salpicado de viñas y caseríos, de praderías y arbolado, aúnan el más delicioso conjunto que puedan apetecer quienes sepan gozar de la vida del campo y aprecien esos encantos en toda su intensidad.

Chirría la puerta, mientras gira perezosamente sobre su goznes, y nos franquea el paso a los claustros, que están desiertos, pero bañados por torrentes de luz, que penetra también a chorros, como haces de oro y púrpura, por las filigranas de los ventanales para dibujar caprichosas siluetas en las paredes del fondo, donde se alinean las celdas, que aparentan dormir el augusto sueño sepulcral.

Un religioso de cara angulosa, y tan pálido como la blanca estameña de los hábitos que viste, pero afable y culto, nos guía por el laberinto de pasillos, y con palabra dulce, reposada, nos explica una lección de historia local, a la par que conocemos las dependencias del convento con todas las preciadas joyas que atesora.

Fue fundado el monasterio de San Juan de Corias a principios del siglo XI y a expensas de una cuantiosa fortuna legada con tal fin a los monjes benedictinos por los condes doña Aldonza y D. Piñolo de Ximénez, quienes después de perder a todos sus hijos y la esperanza de nuevas sucesiones, hicieron testamento por el año 1044, concediendo todas sus dilatadas heredades y haciendas desde el río Duero hasta el mar Océano, y desde el río Eo hasta el Deva, para que después de la muerte de ambos se llevase a cabo su deseo.

En 1763 un incendio destruyó toda la antigua abadía, y entonces se pensó en levantar el monumental monasterio que hoy contemplamos y que habitan los frailes dominicos. Comenzadas las obras algunos años más tarde por el abad fray Isidoro Estébanez, continuaron sin interrupción hasta el 1809, que se llevaron á feliz término; largo plazo si se cuentan los meses y los años, pero no tan exagerado, si nuestra atención advierte con algún esmero el ímprobo trabajo que representa.

Hubo un día en que las risas infantiles gorjeaban por los claustros como trinos de pájaros. Decían mal con la austera tranquilidad del convento. Acaso por esto los frailes dejaron de educar gente extraña, y ya no moran en este recinto aquellos heraldos de la alegría, que en sus recreos y con su juvenil algazara inundaban de vida los patios, como si el Narcea, que lame de continuo los cimientos del coloso, desbordase sus pacíficas aguas para arrastrar todo lo arcaico y todo lo legendario, y traer en el seno de su corriente las piedras preciosas que cimentaron el orbe donde bulle todo ajetreo mundanal.

Pero en sus amplias galerías, en sus huertos poéticos, en todos sus lugares, tiene el monasterio de Corias la más inefable atracción, y desde este aislamiento, que lejos nos parecería cruel ostracismo, renegamos de la inexorabilidad de nuestro sino, porque muy fácilmente el vivido ideal de un delirio exquisito pretende naturalizarse en el imperio de la consciente realidad. En este paraíso del silencio los ruidos sociales no penetran y no turban su tranquilo bienestar; habla el alma a solas, consigo misma, y no topa otros testigos de su charla que aquellos sentimientos que procura añorar. Nuestra voz resuena en el abismo del ser, y en su místico letargo el espíritu siente nacer un mundo nuevo con imágenes e impresiones de coloración caprichosa, ajenas por completo a las plásticas concepciones del mundo real.

El monasterio de Corias, Escorial asturiano, alcázar de resignados, refugio de solitarios, es hoy paraíso de silencio en esta tierra de potentados, y cuando el quejumbroso tañido de sus campanas rasga los aires, parece estremecerse el espacio en todos los contornos, para salir de las entrañas del bosque legiones de duendes en mágico aquelarre, firmes jinetes en el indomable corcel de los tiempos y ansiosos de desandar la vida para brindarnos las desnudeces de añejas costumbres pésicas.

Todo es misterio. Los profanos visitantes nos sentimos contagiados de la frialdad de los muros, y se extravía nuestra imaginación en vagos soliloquios por la intrincada espesura del pasado, que revive al soplo de estas brisas monacales saturadas de mirra, de incienso, de laurel. Y desfilan ante nosotros las visiones, y recordamos los sueños de Arquíloco cuando dormía en la más elevada meseta de los Alpes y veíase adorado con rítmicas contorsiones por las hijas de Licambo, bajo la influencia de las nómadas…

Y pasa la tarde. Cuando salimos del convento cierra ya la noche. La luz del Sol desfallece en ámbares cloróticos, y en el terciopelo celeste tiemblan como florecillas de hielo las estrellas. Entre los crespones de las sombras se oculta ya el monasterio de Corias, pero todavía perdura en nuestro ánimo largo rato la impresión que os brindamos.

GIRALDO DE RAVIGNAC
Luarca y septiembre de 1919.


 

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Cangas del Narcea en el Museo Arqueológico de Asturias

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Recreación de mujer neardental en el Museo Arqueológico de Asturias

En marzo de 2011 se abrió al público el Museo Arqueológico de Asturias, en Oviedo, después de permanecer cerrado siete años. Se inauguró con una exposición permanente en la que se exponen ocho piezas procedentes del concejo de Cangas del Narcea. Lógicamente, en los almacenes del museo hay muchos más objetos de nuestro concejo, que son el resultado de hallazgos casuales y de dos excavaciones arqueológicas realizadas en el castro de Larón en 1978 y en el monasterio de Corias en los últimos años. De estas excavaciones proceden la mitad de las piezas expuestas. Vamos a enumerarlas, siguiendo un orden cronológico:

1

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Hacha de bronce encontrada en las inmediaciones del castro de Larón, 800 – 700 antes de Cristo.

Hacha de talón y anillas, aparecida en las inmediaciones del castro de Larón. Apareció, junto al fragmento de otra hacha, en los años sesenta del siglo XX, en el talud de la carretera de Degaña. El hacha es de bronce y conserva las rebabas y el muñón de fundición, lo que indica que nunca fue utilizada como instrumento. Es un tipo de hacha muy característico del Bronce Final Atlántico, que aparece entre los años 800 y 700 antes de Cristo, es decir hace unos dos mil ochocientos años. J. L. Maya y M. A. de Blas, “El castro de Larón (Cangas del Narcea, Asturias)”.

2

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Fíbula de bronce hallada en el castro de Larón, siglo II antes de Cristo.

Fíbula simétrica de bronce encontrada en 1978, en la excavación arqueológica del castro de Larón dirigida por José Luis Maya, de la Universidad Autónoma de Barcelona, y Miguel Ángel de Blas, de la Universidad de Oviedo. Una fíbula es un broche que se usaba para sujetar las prendas de vestir. La que apareció en el castro de Larón es un modelo que tiene su origen en la cultura de La Tene, y data del siglo II antes de Cristo. Existe una muy similar aparecida en el concejo de Tineo. Eran objetos muy valiosos, que se usaban durante varias generaciones. J. L. Maya y M. A. de Blas, “El castro de Larón (Cangas del Narcea, Asturias)”.

3

Depósito de monedas romanas aparecido en el pueblo de Bimeda. Se trata de 192 monedas de bronce del siglo IV que aparecieron hacia 1864 en las obras de desmonte para la construcción de la carretera La Espina-Ponferrada. De este hallazgo dio noticia Nicolás Suárez Cantón en La Ilustración Gallega y Asturiana (8 de julio de 1880). Según parece, el “tesoro” estaba formado por muchas más monedas. Las que han llegado al Museo Arqueológico de Asturias fueron acuñadas en Francia e Italia; las más antiguas pertenecen a la época del emperador Constantino I y las más recientes son del mandato del emperador Graciano. El hallazgo de esta clase de depósitos o “tesoros” es relativamente frecuente, por ejemplo, en el pueblo de Trones apareció uno en 1910 con más de mil monedas romanas, y su ocultación se realiza en momentos conflictivos en los que la gente esconde sus bienes. “El probable tesorillo de Bimeda (Cangas del Narcea)”.

4

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Lapida de Lucio Valerio Postumo, hallada en Arnosa, La Viliella.

Lápida sepulcral de Lucio Valerio Postumo. Este fue un romano que seguramente vino a nuestro concejo a trabajar en las explotaciones de oro que se llevaban a cabo en el valle del río Ibias, en la parroquia de Larón. La lápida apareció a fines del siglo XIX en el lugar de Arnosa, cerca del pueblo de La Viliella, y la encontró Felipe Rodríguez, de casa Felipón de este pueblo, que la colocó junto al portón de su casa. El 5 de diciembre de 1951, por iniciativa de Joaquín Manzanares, sus nietos la donaron al Museo Arqueológico de Asturias. En la lápida aparece la inscripción siguiente:

L · VALERIUS
POSTUMUS
VX · AN · L
H · S · EST
S · T · T · L

Que viene a ser: L. Valerius / Postumus / v(i)x(it) an(nos) L. / H(ic) s(itus) est. / S(it) t(ibi) t(erra) l(evis). La traducción al castellano es: “Lucio Valerio Postumo, vivió 50 años. Yace aquí. La tierra te sea ligera”.

5

Lápida de consagración o fundación de la iglesia de Santa María de Castanéu, del año 1166. Es una pizarra que estaba colocada en el muro norte de esta iglesia. Ingresó en el Museo Arqueológico de Asturias por iniciativa de Joaquín Manzanares y Manuel Jorge Aragoneses, el 6 de diciembre de 1951. La inscripción está escrita en latín, pero se ha borrado en su mayor parte, y solo se leen bien las tres primeras líneas, que traducidas dicen: “En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, fue consagrado este templo por el obispo Gonzalo, en la era MC CIIII …”. Don Gonzalo fue obispo de Oviedo entre 1162 y 1175.

6

Espuela o acicate de hierro, bronce y cuero de época medieval, encontrada en la excavación arqueológica del monasterio de Corias dirigida por Alejandro García y con la participación de Francisco F. Riestra. Es una de las espuelas que aparecieron en los enterramientos que había en el interior y en el exterior de la primera iglesia que tuvo el monasterio, que fue construida en el siglo XI y era de estilo románico. En esta iglesia y en su cementerio solo se enterraban los monjes y los nobles que habían hecho donaciones al monasterio. Con las espuelas puestas se enterraba a los caballeros, y eran un símbolo de nobleza y distinción. Datan de los siglos XII y XIII. En estas tumbas también aparecieron monedas, que se colocaban en la boca o entre las manos de los difuntos, y colmillos de jabalí, que los muertos llevaban colgados como signo de su valor en la caza de estos animales.

7

Espuela o acicate de hierro y bronce de época medieval, encontrada en la excavación arqueológica del monasterio de Corias.

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Teja con representación de caballeros (Monasterio de San Juan Bautista, Corias, Cangas del Narcea)

Teja curva del monasterio de Corias de fines de la Edad Media. Tiene inciso el dibujo de dos caballeros armados con espada y lanza. Apareció en el tejado del monasterio y fue encontrada por “Biescas”, trabajador de la empresa que esta realizando la reforma del monasterio para convertirlo en Parador Nacional, que la entregó a los arqueólogos Alejandro García y Francisco F. Riestra.

                                        *   *   *   *   *   *

A continuación podéis descargaros una pequeña guía en formato pdf, realizada por la arqueóloga  Carmen Benéitez González, que os puede ayudar, si visitáis el museo, a localizar estas piezas en la exposición.

icon Cangas del Narcea en el Museo Arqueológico de Asturias (636.93 kB)

Comercios, tabernas, profesionales, industrias, etc. en Cangas del Narcea, 1904

Cangas del Narcea. La calle Mayor a la altura de la plaza de La Refierta (actual, Mario Gómez), hacia 1904

El Anuario Descriptivo de Asturias editado en Gijón en 1904 recoge los nombres de los cargos civiles y religiosos del concejo de Cangas del Narcea, y los de los funcionarios y profesionales, así como los titulares de comercios, industrias, tabernas, etc. El concejo tenía en aquel año 22.426 habitantes, ocho mil más que en la actualidad, y acababa de empezar el siglo XX con unas importantes industrias vinícola y maderera, y una incipiente minería, aunque su principal actividad económica seguía siendo la agricultura y la ganadería. En la villa eran numerosos los comercios de ropa y telas, los abogados y los procuradores (¡siempre fuimos muy pleitistas!), y repartidos por el concejo, en lugares de paso y pueblos grandes, había unos pocos figones y tabernas (Ventanueva, Vallao, Carballo, Besullo, La Regla de Perandones…). El alcalde era el comerciante leonés José Pallarés Nomdedeu, que tenía en la calle Mayor la única ferretería que existía en la villa. Para viajar todavía se empleaba la diligencia. En todo el concejo solo había doce maestros (once hombres y una mujer).

El texto del comienzo tiene unos errores, que notará cualquier lector de Cangas, que son las menciones a “un sepulcro de la condesa de Toreno” en la iglesia parroquial, que no hay tal, y un “convento de Padres Dominicos fundado por don Juan Queipo de Llano”, cuando en realidad se trata del convento de Madres Dominicas que existía en aquella fecha en la calle Mayor.

Anuario descriptivo de Asturias para 1904
– Cangas de Tineo –

Jovellanos en Cangas. Relato de su estancia en Cangas del Narcea en la vendimia de 1796

Retrato de Jovellanos con el arenal de San Lorenzo, al fondo, hacia 1780-1782; Francisco Goya (1746-1828), lienzo, 185 x 110 cm. Oviedo, Museo de Bellas Artes de Asturias.

Contribución de El Tous pa Tous a la conmemoración del bicentenario de la muerte de Gaspar Melchor de Jovellanos (1811 • 2011)

INTRODUCCIÓN

Pocas personalidades hay en España que susciten tan unánime sentimiento de admiración y respeto como la de don Gaspar Melchor de Jovellanos (Gijón, 1744-Puerto de Vega, Navia, 1811). Prototipo de patriota, intelectual y hombre de Estado, Jovellanos es, por muchos conceptos, también el ideador de la Asturias contemporánea. El conocimiento y amor por su tierra le colocan en el origen del asturianismo, del estudio científico de la historia y cultura de Asturias, de la modernización de su economía y promoción de sus primeras grandes infraestructuras de comunicación y transporte, así como de la innovación pedagógica concretada en una de sus más queridas empresas: el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía de Gijón.

Timbre de gloria es para cualquier localidad o concejo de Asturias que Jovellanos se haya fijado en ellos, que los mencione en sus obras y, ni qué decir tiene, que los visitara y recorriera dejando constancia por escrito de sus impresiones, describiendo sus monumentos, historia, paisajes o rasgos de sus gentes, productos industria y costumbres. Todo tiene cabida en su insaciable ansiedad de conocimiento; de todo hace sagaces diagnósticos y son de admirar sus precisos juicios. Consciente como todos los ilustrados de su tiempo de la necesidad de dirigir la transformación de la sociedad, Jovellanos se plantea esta tarea acometiéndola con método y responsabilidad, y por eso, como punto de partida para formar cualquier opinión o juicio se impone el del conocimiento directo, siempre sobre el terreno y en contacto con las personas, sus agentes. Así se entienden muchos de sus frecuentes recorridos por nuestra provincia a lo largo de la última década del siglo XVIII, tanto los realizados para despachar encargos oficiales como los privados.

Hay constancia de dos viajes de Jovellanos a Cangas de Tineo (desde 1927, Cangas del Narcea), aunque quizás pudo haber un tercero, en el verano de 1782, cuando según su biógrafo, secretario y hombre de confianza, Juan Agustín Ceán Bermúdez (Gijón, 1749-Madrid, 1829), «recorrió entonces casi toda la provincia [de Asturias], indagando su población, el estado de su cultivo y de su industria, sus usos y costumbres» (Memorias, págs. 33-34). Fruto de ello fue la redacción del Viaje de Asturias, conjunto de diez cartas cuyo destinatario era su amigo, el ilustrado Antonio Ponz (Bechí, Segorbe, 1725-Madrid, 1792), autor del famoso Viage de España (18 tomos, editados en Madrid entre 1772 y 1794), y con cuya aportación quiso contribuir Jovellanos a esta enciclopédica obra.

Retrato de Joaquín José Queipo de Llano, V conde de Toreno. Óleo de Vicente Arbiol. Real Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo.

Pero los documentados son, como va dicho, dos: el primero, muy breve, verificado a comienzos de la primavera de 1795 (desde el jueves, 26, hasta el sábado, 28 de marzo), en comisión oficial, pues don Gaspar estaba designado por el Consejo de Órdenes Militares y por su amigo el ministro de Marina Antonio de Valdés y Fernández Bazán (Burgos, 1744-Madrid, 1816), para hacer las pruebas de genealogía y limpieza de sangre de Fernando de Valdés (Sevilla, 1754-Madrid, 1819), brigadier del Ejército, coronel del regimiento de caballería de Alcántara y futuro marqués del Apeo Hermoso, hermano del referido ministro, al que recientemente se le había concedido el hábito de caballero de la orden de Alcántara. Estas pruebas obligaron a Jovellanos a viajar, primero por Asturias (Pravia, Candamo, Grado, Salas y Cangas) y, a continuación, hasta La Rioja. De su peregrinar dejó constancia escrita y sus impresiones constituyen lo más destacado del Cuaderno VI del Diario que, sin interrupción, abarca desde el jueves, 12 de marzo de 1795, hasta el sábado, 31 de diciembre de 1796. Los interesados pueden ver la crónica de este viaje a Cangas en la edición crítica preparada por María Teresa Caso y el que suscribe, en 1999 (Obras completas, VII, págs. 114-125). Como resumen de lo acontecido, se pueden reseñar las descripciones del monasterio de Corias, colegiata de Santa María Magdalena y palacio de Toreno (actual sede del Ayuntamiento de Cangas). El conde de Toreno, Joaquín José Queipo de Llano y Valdés, fue su anfitrión y compañero en las visitas, aunque Jovellanos, según él mismo refiere, estuvo hospedado en casa de su administrador, don Ignacio Fernández Flórez, y no en el palacio.

El segundo viaje es el que ahora ofrecemos a los lectores de El Tous pa Tous. Realizado al año siguiente, se extiende desde el miércoles, 5, hasta el viernes, 21 de octubre de 1796, algo más de dos semanas, coincidiendo con la recolección de la uva, de ahí el expresivo título que Julio Somoza le puso: «A una vendimia en Cangas de Tineo», pues Jovellanos no lo destacó en el registro de su Diario.

Cangas, tras Oviedo y las villas costeras del centro de Asturias (Gijón y Avilés), era la siguiente villa en importancia de Asturias. Su estratégica situación en la zona suroccidental, a orillas del Narcea y enclave de caminos y acceso directo al Bierzo (León), su extensión, población, riqueza en materias primas (arbolado y canteras de piedra), su producción agropecuaria y comercio (mercado y ferias ganaderas) están en el origen de ello. Por tanto, la oportunidad de volver a ella de una manera más relajada y por mero ocio no sería desaprovechada. Esta le vino de la mano de su íntimo amigo, Rodrigo Antonio González de Cienfuegos y Velarde (Oviedo, 1745-1813), VI conde de Marcel de Peñalba, con casa, familia e intereses en este concejo. El Conde era hijo de un cuñado de Jovellanos, don Baltasar González de Cienfuegos y Caso Maldonado (muerto en Oviedo, en 1770), predecesor en el título, que había casado en tres ocasiones: la última en 1758, con Benita Antonia de Jovellanos (Gijón, 1733-Oviedo, 1801), la hermana mayor de don Gaspar. Peñalba y Jovellanos, por tanto, no eran parientes, como a veces se dice, sino solo amigos pero la relación entre ambos era tan íntima y cordial que se puede calificar de familiar. A este respecto comenta Jovellanos en el bosquejo interrumpido de sus Memorias familiares (1784) que «muerto el conde don Baltasar, heredó la casa su hijo don Rodrigo quien, sin embargo de haber contraído matrimonio, del cual tiene larga descendencia, no ha querido tomar el gobierno de su casa y rentas, que hoy sigue a cargo de doña Benita, viviendo unidas ambas familias con mucha paz y utilidad recíproca». Rodrigo y Gaspar eran además de la misma edad (Jovellanos, un año mayor que Peñalba) y durante la estancia de Jovellanos en Asturias (1790-1797 y 1798-1801), fueron asiduos contertulios y compañeros de viajes, según vemos en la correspondencia y el Diario.

La ocasión para visitar Cangas no podía ser más propicia, pues coincidió con la época de la vendimia, una de las faenas con que se va dando conclusión al ciclo agrícola anual y tiempo de festejos y regocijos públicos, como leemos en el Diario. ¡Qué pena que no se haya conservado aquella carta que nuestro viajero envió a su amigo Nicolás de Llano Ponte el jueves, 13 de octubre, que contenía «la relación de nuestra vida vendimial», y donde el gijonés también hacía referencia a las «combinaciones de afición que tanta juventud alegre hace entre sí» con este motivo! Sería un precioso documento de valor etnográfico donde, de seguro, Jovellanos describiría con su acostumbrado rigor y detalle las variedades de uva, las labores de recolección y poda, los preseos o herramientas, medios de transporte, faenas en el lagar, y los usos y costumbres derivados.

Retrato de Antonio Uría Queipo de Llano, hacia 1804. Obra del pintor Francisco Xavier Hevia. Colección de Blanca Fernández Rodríguez (Casa de Uría, Santolaya).

Al correr de los apuntes y de las jornadas vemos además lo cerrado y bien trabado que era el círculo de relaciones familiares de la nobleza canguesa, pues los Queipo de Llano, González de Cienfuegos, Uría (de la casa de Santa Eulalia de Cueras), Merás y Flórez, todos entre sí tenían algún vínculo familiar o parentesco más o menos directo. Estrategias de las clases dominantes durante el Antiguo Régimen que se mantuvieron también a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX. Aparte de ello, eran también asiduos a las mismas tertulias, reuniones y fiestas.

Este relato nos descubre asimismo una villa nada anodina, con ciertos pujos capitalinos, estimulada por la concurrencia de dos casas aristocráticas (las condales de Peñalba y Toreno, creadas en 1649 y 1659, respectivamente) que pujaban entre sí en ostentación e influencia. Pero la voz en aquel momento la llevaba Joaquín José Queipo de Llano (1727-1805), el V conde Toreno, que había ido reuniendo bajo su protección y estímulo un pequeño círculo de científicos, mecánicos y literatos entusiastas que elevaron el nivel cultural de la villa durante las dos últimas décadas del siglo XVIII.

Peñalba fue, como decimos, el anfitrión de Jovellanos y en la casa que había construido su bisabuelo, Rodrigo González de Cienfuegos y Estrada, II conde de Marcel de Peñalba, y que todavía erige su elegante y barroca fachada en la calle Mayor de Cangas (la antigua «Fonda Universal»), estuvo alojado todo ese tiempo. El sábado, 15 de octubre de 2011, por iniciativa de El Tous pa Tous, Sociedad Canguesa de Amantes del País, se descubrirá en la fachada de esta casa de Peñalba una placa que recuerda la estancia de Jovellanos en la villa, coincidiendo además con el año en que se conmemora el bicentenario de su fallecimiento (1811-2011). Los pueblos que recuerdan a sus beneméritos paisanos son pueblos inmortales.

LA EDICIÓN

El texto seguido para la publicación de este Viaje a Cangas es el de la edición crítica que preparamos María Teresa Caso y yo mismo en 1999 para la colección de Obras completas de Jovellanos que en 1984 había iniciado el fallecido profesor José Miguel Caso González: Gaspar Melchor de Jovellanos, Obras completas, tomo VII. Diario, 2.º Cuadernos V, conclusión, VI y VII (desde el 1 de setiembre de 1794 hasta el 18 de agosto de 1797), edición crítica, prólogo y notas de María Teresa Caso Machicado y Javier González Santos, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII – Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1999, páginas 575-612. Respecto a esta hay dos diferencias apreciables: la primera es que se han eliminado las variantes textuales derivadas de la confrontación de la copia del manuscrito original de 1811 y de las diferentes ediciones conocidas de este Cuaderno VI del Diario, y la otra es que ahora sale bastante más anotada que entonces; la intención es brindar al lector más exigente y entusiasta el texto original de Jovellanos comentado en todos sus detalles. Como se puede comprobar a primera vista, existen dos tipos de anotaciones: las notas a pie de página son comentarios más o menos extensos a las palabras de Jovellanos, pero también hay otras, sencillamente aclaratorias, que van en el propio texto de Jovellanos, entre corchetes para no interrumpir el curso de la lectura con fastidiosas llamadas a notas, y que sirven para identificar personas, nombres de lugar o accidentes geográficos a los que el viajero gijonés se refiere de modo familiar y abreviado (personas) pero también erróneo o confundido como sucede con algunos topónimos y accidentes geográficos.

JOVELLANOS EN CANGAS
Relato de su estancia en Cangas del Narcea en la vendimia de 1796

AGRADECIMIENTOS

No quiero concluir esta Introducción sin dejar constancia de agradecimiento por su desinteresada colaboración a la doctora doña María Teresa Caso Machicado, amiga y coeditora conmigo de los volúmenes segundo y tercero del Diario de Jovellanos y a quien se debe la fijación crítica del texto. A KRK Ediciones, propietaria de la edición y explotación comercial de las Obras completas de Jovellanos y a su director, nuestro buen y generoso amigo Benito García Noriega, por haberme facilitado el archivo del texto publicado en 1999 y la cesión de los derechos de reproducción del mismo para esta colaboración en El Tous pa Tous. Y por último, al Museo de Bellas Artes de Asturias y a su anterior director, hoy Consejero de Cultura y Deporte del Principado de Asturias, el señor don Emilio Marcos Vallaure, por permitir la reproducción del retrato de Jovellanos, el primero de los dos que le pintó Goya y que constituye una de las joyas artísticas de sus selectas colecciones.

La iglesia parroquial de San Juan Bautista de Vega de Rengos y el patronato de los condes de Toreno

Retablo mayor de la iglesia de San Juan Bautista en Vega de Rengos.

Hace unos días salía en esta web del Tous pa Tous el artículo sobre el retablo de Nuestra Señora del Rosario en la colegiata de Cangas del Narcea, ahora queremos dar a conocer los acomodos (retablos e imágenes) de uno de los templos más ricos del concejo de Cangas del Narcea, merced al patronato que sobre él ejerció una de las casas nobles de mayor prestigio del Principado de Asturias. Se trata de la iglesia de San Juan Bautista de Vega de Rengos y de la familia Queipo de Llano (condes de Toreno), que eran también patronos de la colegiata de Santa María Magdalena en Cangas del Narcea, y de los templos de Santa María de Gedrez y Santa Eulalia de Larón.

La iglesia de Vega de Rengos fue fundada como monasterio («Sancti Ioannis de Veiga») por Rodrigo Alfonso, que vivió en los reinados de Bermudo II (985-999) y Alfonso V (999-1028), y tenía asiento en aquellas zonas de Cangas y en Cerredo (Degaña). Era propietario de grandes haciendas y fundó algunos monasterios e iglesias, entre ellos este de Vega de Rengos (CARBALLO, Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias, 1695, ed. 1988, pág. 295). Esta primera fundación, de la que nada se conserva, dependió del monasterio de San Juan Bautista de Corias hasta 1576, año en el que el patronato pasó a depender de la familia Queipo de Llano, que lo mantuvo hasta finales del siglo XIX (sus armas aparecen en un banco, en el retablo de la Piedad y en las pinturas del presbiterio), con su filial de Santa María de Oballo (construida en 1897, con un retablo de la época y dos imágenes del siglo XIII: San Pablo y la Magdalena). El templo, edificado en el siglo XIV, consta de una nave y presbiterio rectangular, cubiertos con bóveda de cañón apuntado. Al lado de izquierdo de la nave se abre la capilla de Santa Bárbara, edificada en tiempos recientes, y a la izquierda del presbiterio hay una sacristía que comunica con un pórtico cerrado. Aún conserva el pavimento original de pizarra (RAMALLO, «La zona suroccidental asturiana», Liño, n.º 2, 1981, pág. 235). En 1672 se amplió el presbiterio para alojar el retablo mayor, aunque el tipo de cubierta no se alteró, continuando con la característica bóveda de cañón apuntado, como el resto del templo (PÉREZ SUÁREZ, Las empresas arquitectónicas promovidas por los condes de Toreno, 1999, pág. 66).

Retablo de la Piedad.

Consta de cuatro retablos: el mayor y colaterales, de hacia 1677, y el de la Piedad, traído desde la capilla de La Muriella, realizado hacia 1675.

El retablo mayor fue donado por don Fernando Queipo de Llano y Lugo, II conde de Toreno (Caballero de Santiago, corregidor de Burgos y Murcia, y diputado y alférez mayor del Principado de Asturias). La intención de colocar un retablo en la iglesia se expresa en la cesión de un juro de 31.287 maravedíes, otorgado en 1672, en el que se dice: «El tiempo que fuese necesario para hacer un retablo en dicha iglesia en el altar mayor, y dorarle y ponerle con toda forma y después se convierta en la compra de todos los ornamentos que fueren necesarios para el servicio de dicha iglesia, en la forma y como le pareciese al cura que es o fuese della» (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 65). Sin embargo, no fue hasta cinco años más tarde (1677) cuando se empezó a trabajar, con la donación de 4.600 reales que hizo el conde de Toreno para auxiliar a la parroquia (la realización del retablo comenzó ese año ya que en la donación se dice que el dinero es para hacer el retablo, no para proseguirlo ni concluirlo). Lo que se pretendía era modernizar y embellecer el templo por estar indecente e indecoroso. Entre 1677-1679 se vendieron las imágenes de San Roque, San Miguel y la «caja de Nuestra Señora» del antiguo retablo, obteniendo cerca de 420 reales (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 65).

Desconocemos el autor de la traza y el nombre del artista que materializó este retablo, aunque por sus características (estructura y ornamentación) habría que relacionarlo con el arquitecto de retablos lucense Antonio Sánchez de Agrela (doc. 1650-1666), hermano de Pedro Sánchez de Agrela (h. 1610-1661), autor del retablo mayor de la iglesia colegial de Cangas del Narcea y cabeza del denominado «Primer Taller de Cangas del Narcea». Antonio fue uno de los principales colaboradores de su hermano y aunque su maestría estuvo por debajo de la de éste, fue un buen ensamblador y un aceptable imaginero. En 1650 ajustó, junto a su hermano Pedro, el retablo mayor del convento de Santo Domingo de Oviedo (sustituido entre 1758-1761 por otro más moderno, realizado por el arquitecto de la diócesis de Oviedo José Bernardo de la Meana); en 1656 hizo el desaparecido retablo colateral del templo de San Salvador de la villa de Sarria, en Lugo (PÉREZ COSTANTI, Diccionario de artistas que florecieron en Galicia durante los siglos XVI y XVII, 1930, pág. 500); en 1664 el retablo de la capilla de don Tomás Vuelta Lorenzana, en la antigua iglesia de San Miguel de Laciana (hoy día, San Miguel de Villablino); el retablo mayor del santuario de Nuestra Señora en Fonsagrada (Lugo); en 1665 el retablo mayor y un colateral (desaparecido) de la iglesia de Nuestra Señora de Muñalén, en el concejo de Tineo (PÉREZ y PÉREZ, Iglesias, santuarios, capillas y ermitas del cuarto de los Valles, 2007, págs. 69-71.), y en 1666 el retablo mayor de la iglesia de San Juan de Porley (desaparecido). En nuestra opinión también realizó el retablo mayor de la iglesia de Santa María de Borres (Tineo), una imitación del retablo mayor de Muñalén.

Santiago

Este retablo mayor de Vega de Rengos constituye un buen ejemplo de la producción local del último cuarto del siglo XVII. Es un diseño organizado en banco, frontis de cinco hornacinas y ático triple. Los elementos estructurales son columnas corintias de fuste entorchado y pilastras cajeadas de capitel ganchudo (propias del taller de Pedro Sánchez de Agrela). Las columnas apoyan en ménsulas en forma de hoja de alcachofa (similares a las del retablo de Muñalén y Borres). De su ornamentación destacan las rosetas en los paneles del banco (muy similares a las del retablo mayor de Gedrez); los roleos del friso, de talla crespa, ovas y una sucesión cuentas (trasunto de retablos de Muñalén y Borres). Esta estructura fue alterada en 1682 al incorporarle algún elemento del barroco decorativo local (taller de Corias), como el encuadre de la hornacina principal, los colgantes de hojarasca y granadas pinjantes del primer piso, el enmarque de las hornacinas laterales del ático, las ramas de acanto terminadas en cabeza de ave del ático y el remate semicircular. Además se pagaron 100 reales a un «escultor de Corias» por armar el retablo (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 69) que, sin duda, fue el ensamblador Antonio López de la Moneda (Zanfoga, Lugo, doc. 1678-1724) autor del retablo mayor de la iglesia de Nuestra Señora de Regla de Corias, ajustado en 1679 y realizado en 1713. También trabajó el licenciado Antonio Ron (doc. 1685-1704), hermano de Manuel de Ron (ver su biografía en el Tous pa Tous) que «compuso varias piezas del retablo», Juan Collar que compuso los atriles y columnas del retablo, y el pintor local Plácido García de Agüera (1719-1798) que intervino en las columnas del retablo en 1742 (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 69).

Según Ramallo las imágenes son obra de Francisco Quintana Argüelles (doc. 1667-1676), uno de los discípulos más aventajados de Luis Fernández de la Vega (1601-1675). De su obra documentada poco se conoce: cinco imágenes para el retablo mayor de la iglesia de Santa María la Real de Tanes (Caso), que Fernández de la Vega le traspasó en 1670 (desaparecidas), y el retablo mayor de la iglesia de San Juliano de Arbás (Cangas del Narcea), realizado entre 1673-1674 según la traza suministrada por el propio Fernández de la Vega (RAMALLO, Escultura barroca, 1985, pág. 243).

San Juan Bautista.

Las imágenes se comenzaron hacia 1677. Por entonces, Quintana Argüelles ya había concluido su trabajo en el retablo de Arbás y el conde de Toreno le encargó las imágenes, seguramente por la muerte o el traslado de Antonio Sánchez de Agrela a otro centro en donde podría conseguir encargos de mayor prestigio y dotación. Esto propicio que incluso dejase parte del retablo por terminar como lo atestiguan los añadidos que se le hicieron a finales del siglo XVII. De todas las imágenes sólo tres se pueden relacionar con la producción del propio Quintana Argüelles: San Juan Bautista, titular de la parroquia; Santiago el Mayor y San Roque. Para representar a San Juan Bautista empleó el modelo del que Fernández de la Vega se valió para esculpir la imagen de San Juan de la iglesia de San Vicente (hoy, de la Corte) de Oviedo, entre 1638-1641: un hombre joven, en posición de avance y envuelto en unos ropajes trabajados de manera profunda y aristosa. Francisco Quintana talló un San Juan inexpresivo y con un rostro enmarcado por unos cabellos largos y filamentosos de clara reminiscencia naturalista. El tratamiento de los pliegues es un trasunto de los del San Juan de la Corte: en la parte de la izquierda se multiplican y se tallan de manera rígida, formando grandes aristas, mientras que los de la derecha son más suaves y transversales.

San Roque.

San Roque repite el modelo que Luis Fernández de la Vega empleó para la imagen de la Catedral de Oviedo y que fue ejecutada junto a los retablos de Santa Teresa y Nuestra Señora de la Concepción, encargados por el obispo don Bernardo Caballero de Paredes en 1658 (este prelado financió grandes proyectos, como el desaparecido retablo mayor de la ermita de Nuestra Señora de Carrasconte, los retablos colaterales del convento de Agustinas Recoletas en Medina del Campo, ambos realizados por Pedro Sánchez de Agrela y Luis Fernández de la Vega, y la construcción de la capilla de Santa Bárbara en la Catedral de Oviedo). Quintana Argüelles hizo una copia de la imagen de la Catedral, sin la expresividad de aquella (de este mismo modelo también se valió Pedro Sánchez de Agrela, a mediados del siglo XVII, en la imagen de San Roque del monasterio de Corias). Santiago el Mayor se representa como peregrino, con el bordón y el sombrero de ala ancha.

El resto de imágenes del retablo mayor de Vega de Rengos: Inmaculada Concepción, San Fernando, San Antonio de Padua y San Antonio Abad, así como el relieve de La Resurrección, no pertenecen a la producción de Quintana Argüelles, y la Virgen con el Niño, de la calle de la izquierda del piso superior, es de finales del siglo XVI y su modelo y policromía son característicos del gusto renacentista.

Retablo colateral de la Virgen del Rosario

El dorado del retablo es obra de Nicolás del Rosal, vecino de Oviedo, el mismo que policromó el retablo, con sus imágenes, de la iglesia de San Juliano de Arbás y el retablo de Nuestra Señora del Rosario en la colegiata de Cangas del Narcea. En 1682 el conde de Toreno donó algunos panes de oro para sufragar la obra. En las cuentas de 1682 se dice: «[…] Los mas de trece mil panes de oro que dio el señor conde de Toreno que están en el cielo, se gastó en tres mil reales en dinero que los gastos todos de pan y vino y carne que hicieron los maestros mientras lo pintaron […], más trescientos treinta y seis reales que costó el oro que falto para el retablo además del que vino de Madrid que se envió a buscar a Valladolid y a León [….]» (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 69). La policromía es de buena calidad, no solo el oro del retablo sino las estofas y los detalles de las vestimentas de las imágenes efectuados, todos ellos, a punta de pincel. Al propio Nicolás del Rosal se podría deber el escudo pintado sobre la bóveda de la capilla mayor con las armas de la familia Queipo de Llano.

Retablo colateral del apóstol San Bartolomé.

Los retablos colaterales de la iglesia son de la misma época y estilo que el retablo mayor. Se organizan en banco, frontis de única hornacina entre dos pares de columnas corintias de fuste estriado y dos pilastras cajeadas de capitel ganchudo decoradas con medias lunas. En el de la izquierda se venera la imagen del apóstol San Bartolomé, cuya factura también tenemos que relacionar con el propio Francisco Quintana Argüelles, y en el de la derecha una Virgen del Rosario de posterior factura. Fueron dorados por Nicolás del Rosal.

Adosado al muro derecho de la nave se aloja el retablo de la Piedad o Quinta Angustia, trasladado desde la capilla del palacio de La Muriella, próxima a la parroquia y primera residencia de la familia Queipo de Llano (hoy día, nada queda de ella). En el inventario de los ornamentos del 24 de marzo de 1855 se describe el retablo: «un retablo de madera de nogal, de dos cuerpos pintado y en su mayor parte dorado, bastante deteriorado, el cual tiene unas tres varas de alto por otras tantas de ancho. Se hallan colocadas en el mismo cuatro imágenes. En el centro la de la Señora de las Angustias y en el cuerpo o departamento superior la de San Lorenzo, en el medio, y colaterales a éste San Antonio de Padua y San Adriano, todas cuatro imágenes de bulto y de madera bastante carcomida» (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 85).

Al igual que el resto de acomodos fue pagado por don Fernando Queipo de Llano y Lugo, II conde de Toreno (en el banco se representa el escudo de armas de los condes y un alto relieve de San Fernando en alusión al patrono). Es un retablo organizado en banco, frontis de única hornacina y ático simple rematado por un frontón triangular. La transición entre ambos cuerpos se realiza por dos aletones curvos. Este diseño nos habla de un retablo realizado con anterioridad a 1677, ya que en ese año se introdujeron en el suroccidente los diseños barrocos del ensamblador madrileño Pedro de la Torre (h. 1596-1677), con la realización del retablo mayor del monasterio benedictino de San Juan Bautista de Corias (ático simple entre machones, coronado por un florón, y remate semicircular). Se estructura con columnas salomónicas decoradas con los motivos propios de su orden: hojas de vid y racimos de uva, que apoyan en unas ménsulas de acentuado carácter vegetal (de alcachofa, en relación con las del primer taller de Cangas del Narcea).

San Juan Bautista.

De su ornamentación destacan las cabezas de hojarasca y granadas de los intercolumnios, y las cartelas con hojarasca y frutilla del ático. Precisamente, estos motivos recuerdan a los empleados por los discípulos de Luis Fernández de la Vega (1601-1675), como Juan García de Ascucha Galán (natural de Gijón, doc. 1669-1717/1722. Ejerció los oficios de ensamblador, escultor y maestro relojero de la Catedral de Oviedo) y Sebastián García Alas. Precisamente las cabezas con colgantes aparecen en el retablo mayor de la capilla del palacio de La Rozadiella (Tineo), realizado por García de Ascucha en 1678. Asimismo, las cartelas con colgantes del ático son una imitación de las del retablo de Nuestra Señora del Rosario de la iglesia colegial de Cangas del Narcea, ensamblado por García Alas entre 1676-1678.

San Blas.

En él se venera la imagen de la Piedad, una de las pocas representaciones de esta iconografía en el suroccidente de Asturias (también destaca la de la iglesia de Santa María de Carballo y la del santuario del Ecce Homo en Regla de Perandones, en relación con los modelos del escultor ovetense Antonio Borja). La de Vega de Rengos recuerda enormemente el relieve de la misma advocación del retablo mayor de la iglesia de San Pedro de Jomezana, en el concejo de Lena, realizado por García de Ascucha en 1690 (RAMALLO, Escultura barroca, 1985, pág. 246). Es un grupo frío cuyos rostros no reflejen la excitación, el dolor y el patetismo propio de este tipo de representaciones. Los pliegues son acartonados, de clara tradición naturalista. El resto de imágenes son de menor calidad (San Lorenzo en el ático, titular de la capilla de la Muriella, y a sus lados Santiago y San Antonio).

En la capilla de Santa Bárbara se hallan algunas imágenes de marcado carácter popular, entre las que destacan San Juan Bautista, de pequeño tamaño, que sigue el modelo reflexivo de tradición gallega; un San Blas del primer cuarto del siglo XVIII, en relación con los modelos de Antonio López de la Moneda (doc. 1678-1724), caracterizado por unos pliegues duros, de tradición naturalista, y un Santo Obispo de la misma época aunque de concepción más tosca.

Finalmente, otros ornamentos, alhajas y libros donados a la iglesia de Vega de Rengos por lo condes de Toreno, y de los que no conocemos su paradero, son ricos misales, frontales de altar de importación, candelabros, lámparas, y una cruz de plata, que fue donada por don Fernando Queipo de Llano y Lugo, II conde de Toreno, y que costo más de 100 ducados (1.100 reales), realizada en Madrid por Matías Vallejo (Yayoi KAWAMURA, Arte de la platería en Asturias, Oviedo, 1994, págs. 123-124).

Con esto ponemos punto final a este breve artículo sobre el patrocinio de los condes de Toreno en la iglesia de San Juan Bautista en Vega de Rengos, y abrimos la vía a futuros artículos sobre otros templos de su patronato: las iglesias de Santa María de Gedrez y Santa Eulalia de Larón.

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Víctor Bernardino de Sierra y Abello, (Jarceley, Cangas de Tineo 1791) – (Madrid 1877)

Victor de Sierra y Abello (1791-1877), teniente general de los ejercitos nacionales

El teniente general D. Víctor Bernardino de Sierra y Abello pertenecía a esa generación ilustre que tomó parte en los sucesos que conmovieron al mundo a causa de la revolución francesa, y que combatiendo al invasor de nuestro país, formó a la vez el primer Código Constitucional de España. Hijo del diputado constituyente de las Cortes de Cádiz, D. Francisco de Sierra y Llanes, y de Dª María Abello Fuertes de Castrillón, nació D. Víctor en Jarceley, parroquia de San Martín de Sierra, concejo de Cangas de Tineo, provincia de Oviedo, el 6 de Marzo de 1791, de ese año que preparó las sangrientas convulsiones de Francia.

Siguió una carrera literaria en la Universidad de Oviedo; pero en 1807, vencido por su decidida vocación a la milicia, abandonó las aulas que frecuentaron Campomanes y Jovellanos, y con quince años cambió los estudios de teología por la espada de soldado, ingresando como cadete del regimiento de caballería del Rey, a la sazón en Valladolid, e inmediatamente formó parte de la expedición a Dinamarca, mandada por el Marqués de la Romana, tomando parte en los hechos de armas que ocurrieron.

Dos años después, en 1809 cuando la Guerra de la Independencia llamaba en torno de la bandera de la patria a todos sus hijos, el joven oficial combatió denodadamente en Almaraz y Talavera de la Reina recibiendo en esta última batalla, a las órdenes del general Cuesta, gloriosas pero gravísimas heridas al cargar su regimiento a la caballería de M. Villatte que quedó completamente destruida por las lanzas castellanas pero, que a Victor Sierra le obligaron a dejar por breve tiempo los campos de batalla.

Aquel bautismo de sangre, lejos de apagar los bríos del oficial Sierra, que sólo contaba entonces diecisiete años, sirvió por el contrario para enardecerlos más, si esto era posible. Restablecido ya, en 1810 tomó parte en las acciones de Trigueros, Gibraleón y Villarrasa, en la provincia de Huelva a las órdenes de los generales Copons y Ballesteros.

En 1812 alcanzó el grado de teniente de los Húsares de Cantabria, unidad de caballería ligera surgida en el verano de 1808, concurriendo al año siguiente a las batallas de Vitoria y San Marcial, a la toma de Irún, paso del Bidasoa, y conquista de las célebres líneas de Viriato.

En 1814 estuvo en la batalla de Tolosa, y mereció por su conducta y valor ser citado por el general Freire en el parte oficial del combate.

Concluida ya la Guerra de la Independencia Española, en 1816 fue nombrado capitán del depósito de Ultramar, y participó en las guerras de emancipación de Venezuela, Panamá, Nueva Granada y Perú con el brigadier José de Canterac, militar español de origen francés. Allí ardía también el fuego de la guerra y en 1817, capitán ya de la 2ª compañía de lanceros del Rey y mandando un escuadrón, asistió a las acciones de la Asunción (Paraguay), Portachuelo de San Juan y toma del fuerte de Juan Griego (Isla Margarita).

En 1818 participó en el reñido combate de «La Puerta» (tercera batalla de «La Puerta» de la Guerra de Independencia de Venezuela), en el cual, dispersada la vanguardia española, resistió heroicamente con su escuadrón el choque de las fuerzas enemigas, dando lugar a la salvación de tres batallones que ya estaban precticamente hechos prisioneros por los americanos rebeldes. En este combate perdió su caballo y recibió un golpe de lanza, siendo nombrado teniente coronel sobre el campo de batalla.

El 7 de agosto de 1819 sostuvo la retirada de Boyacá (batalla del puente de Boyacá de la Guerra de Independencia de Colombia), siendo la fuerza de su mando la última que abandonó el campo de batalla en aquella desdichadísima jornada que terminó con la derrota del ejercito realista. Hasta 1820, año que regresa a la península ibérica, estuvo presente en la mayor parte de las acciones que se libraron en el Nuevo Reino de Granada.

En 1822 obtuvo la comisión de perseguir a la facción de la Pola de Siero (Provincia de Oviedo), consiguiendo en breve tiempo exterminarla, y en ocho días desempeñó la de pacificar los concejos de Cangas y Tineo, que se habían levantado en masa.

En 1823, destruyó las facciones de Collar y Batanero, copando toda su gente; en Valdearenas (Guadalajara) hizo prisioneros a los jefes de otros dos partidas importantes; persiguió y derrotó en Serón (Almería) y Monteagudo (Murcia) al francés Jorge Bessières, aniquilando su partida; hizo levantar el sitio de Cuenca; destrozó la facción de los García atacándolos en las proximidades de Quintanar de la Orden (Toledo), cogió 70 prisioneros, y dejó tendidos en el campo de batalla a los dos jefes de la partida.

Después de otros heroicos hechos, la entrada de los franceses en Cádiz y el alzamiento de Riego, al que se adhirió, fueron las causas de que le declarasen indefinido. En esta situación, impurificado en 1ª y 2ª instancia, y sin derecho a pensión alimenticia, se retiró a su país (Asturias) hasta el año de 1834.

En Asturias permaneció hasta la muerte de Fernando VII (San Lorenzo de El Escorial, 14 de octubre de 1784 – Madrid, 29 de septiembre de 1833); y cuando estalló la guerra civil en la península, Sierra ofreció sus servicios a la Reina Gobernadora, y dio inicio otra época de penalidades y de glorias.

Victor Bernardino de Sierra y Abello fue ascendido a tenienete general por antigüedad

Mandando el regimiento de caballería del Príncipe, 3º de línea, se incorporó al ejército del Norte en 1835, y formó parte de la expedición del general Peón contra el faccioso general Sanz. Relatar los hechos hasta 1838, que obtuvo el grado de Mariscal de Campo, sería referir la historia de la guerra civil de aquellos años. Destacable de esa época es la memorable acción que le llevó junto al general Iriarte, a atacar con tres escuadrones al rebelde teniente coronel Ignacio de Negri y Mendizábal, conde de Negri, en las inmediaciones de Saelices del Río (León), donde envolvió y arrolló toda la caballería enemiga, aniquilándola por completo cogiéndole tres compañías de cazadores con 16 oficiales, sin contar los muertos y heridos.

Hay que tener en cuenta que nuestro bravo, inteligente y modesto soldado obtuvo todos sus ascensos por acciones de guerra. Fue nombrado brigadier por el paso del vado del Narcea, en Cornellana, y en Mayo de 1938 recibió el nombramiento de ayudante general de Guardias de Corps. Desde este mismo año disfrutaba de la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo. En diciembre de este año pasó del cuartel a su país, hasta 1843, en que recibió el mando de una división en el sitio de Barcelona.

En 1844 obtuvo la credencial de ministro del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, cuyo puesto ocupó hasta 1851, año en el que logró, a petición propia, salir de cuartel para Oviedo y Madrid.

En 1871 por su antigüedad y por sus grandes servicios prestados durante una larga vida de abnegación y trabajos sin cuento, a las nobles causas de la independencia patria, de la integridad nacional y de las instituciones liberales, le fue concedido el grado de teniente general.

Nuestro anciano teniente general falleció en Madrid el 16 de noviembre de 1877, con sentimiento profundo de cuantos tuvieron la fortuna de cultivar su ameno y agradable trato, y de conocer a fondo la sólida instrucción literaria, de la que no hizo jamás alarde alguno, pero que revelaba, sin pretenderlo, hasta en sus más familiares conversaciones.


 Fuentes:

La Ilustración española y americana – Año XV. Núm. 33.- Madrid, 25 de noviembre de 1871
La Ilustración española y americana – Año XXI. Núm. 45.- Madrid, 8 de diciembre de 1877


El retablo de Nuestra Señora del Rosario en la colegiata de Santa María Magdalena de la villa de Cangas del Narcea

Detalle imagen de Nuestra Señora del Rosario del retablo de la iglesia colegiata de Cangas del Narcea, por Sebastián García Alas, 1676-1678.

Lectores del Tous pa Tous, queremos poner en vuestro conocimiento una de las obras más importantes de la retablería en Cangas del Narcea, realizada en el último tercio del siglo XVII, y una muestra significativa del taller del mejor escultor asturiano del periodo barroco (siglos XVII-XVIII): Luis Fernández de la Vega, nacido en la aldea de Llantones, parroquia de Santa María de Leorio (Gijón), en 1601, y sepultado en Oviedo (parroquia de San Isidoro), en 1675. Se trata del retablo de Nuestra Señora del Rosario, en la iglesia colegiata de Cangas del Narcea, realizado entre 1676-1678 por Sebastián García Alas (doc. 1656-1679), natural de Avilés, y uno de los colaboradores de mayor prestigio de Fernández de la Vega.

García Alas fue un artista que trabajó en algunos de los focos más destacados del barroco regional, buscando los encargos necesarios que le permitiesen el sustento suyo y de su familia. Residió en Gijón, Oviedo, Avilés, Cangas del Narcea y, finalmente, en Ponferrada, a donde se trasladó junto a los maestros bercianos (Francisco González y Pedro del Valle) que en 1677 se habían asentado en el monasterio de Corias para realizar varios retablos de su iglesia (ver el artículo sobre el retablo mayor en esta misma web del Tous pa Tous). De su trayectoria artística sabemos que realizó el desaparecido retablo mayor de la iglesia de San Nicolás de Avilés que se ajustó con el escultor avilesino Marcos de Álvarez (doc. 1645-1662), por 13.500 reales, pero que en 1662 debido a su fallecimiento se traspasó a Sebastián García Alas. Seguidamente, labró el desaparecido retablo de Nuestra Señora de la Concepción de la capilla de doña Catalina de Basco en el puerto de Lastres (Colunga), cuya tasación la hizo Luis Fernández de la Vega y Santiago González. En 1667 pactó con doña Ana de la Villa Hevia, abadesa del monasterio benedictino de San Pelayo de Oviedo, y demás congregación, la parte arquitectónica de los retablos colaterales del templo de este monasterio (desaparecidos), por 3.000 reales, para acoger las imágenes de Nuestra Señora y San Benito, y cuya escultura la realizó Fernández de la Vega. Finalmente, en 1673, éste le traspasó junto al escultor Diego Lobo (doc. 1649-1694) el retablo que se había comprometido a realizar para el obispo fray Alonso de Salizanes, en la Catedral de Oviedo (Ramallo, Escultura barroca, Oviedo, 1985, págs. 154, 165, 167, 180, 182, 212, 213, 225, 226, 228, 240, 242 y 277).

El prestigio adquirido por Sebastián García Alas propició que don Manuel Queipo de Llano, caballero de la orden de Santiago, vecino y regidor de la villa de Cangas del Narcea y mayordomo de la cofradía de Nuestra Señora del Rosario, y don Fernando Queipo de Llano y Valdés, II conde de Toreno y patrono de la iglesia colegial, le reclamasen para realizar un retablo en una de las capillas abiertas a la nave de la iglesia. La escritura se firmó en la villa de Cangas el 15 de setiembre de 1676 (Rosalía Pérez Suárez, Las empresas arquitectónicas, promovidas por los condes de Toreno, Memoria de Investigación inédita, 1999, pág. 59).

La causa que propició la realización de este retablo fue que la imagen de Nuestra Señora del Rosario no estaba con la decencia debida, por encontrarse desplazada en el cuerpo de la iglesia. En 1676, se dice que estaría con más devoción si se trasladase a una capilla independiente, de las que poseía el conde de Toreno. Don Manuel Queipo de Llano, patrono de la cofradía del Rosario, donó la imagen para colocar en una capilla cerrada, al lado de la sacristía, donde está la sepultura de don Miguel de Valcarce. La sepultura de Francisco de Pambley se trasladaría dentro de la capilla, con una lápida frente a dicho altar y acompañado de la siguiente inscripción: «Esta capilla donó a Nuestra Señora del Rosario el señor conde de Toreno, patrono desta iglesia, y en ella un nicho al lado del ebangelio a don Miguel de Cangas y Valcarce y una sepultura al lado de la epístola a don Francisco de Pambley, con prohibición que ninguna otra persona se pueda enterrar dentro de dicha capilla sino son los susodichos o los sucesores de sus cassas». Se acordó que cualquier persona podría donar las cantidades que pudiesen para acoger la imagen de Nuestra Señora del Rosario, donar lámparas, hacer unas rejas o cualquier tipo de ornamento para la decencia de la capilla. Asimismo, se convino que no se autorizase a ninguna persona a colocar los escudos de armas en el nuevo retablo, en contra del primitivo retablo donde estaban los escudos de armas de don Miguel de Cangas.

El retablo de Nuestra Señora del Rosario supuso la irrupción del retablo salomónico en el área suroccidental de Asturias. Hasta ahora, debido al tipo de ménsula (elemento donde apoyan las columnas), la forma de la tarjeta (cartela o florón) y el modelo de angelitos desnudos del remate, se venía considerando este retablo como una obra realizada por maestros locales, que repetían las formas desprendidas del taller de Oviedo tras la muerte Luis Fernández de La Vega. De este modo, Javier González Santos lo había propuesto como obra del escultor Manuel de Ron (Pixán, Cangas del Narcea, h. 1645 – Cangas del Narcea, 1732), el artista que diseñó el retablo mayor del santuario de Nuestra Señora de El Acebo (estudiado junto a su biografía en el Tous pa Tous). Hoy sabemos que su autor fue Sebastián García Alas.

García Alas se comprometió a iniciar la obra del retablo a principios de abril de 1677 y ponerlo en la capilla para finales de agosto del mismo año. Todos los materiales eran por cuenta de los patronos, que a su vez pagarían al escultor 2.000 reales: 500 reales al comienzo de la obra y otros 500 reales una vez concluida. Los 1.000 reales restantes se le darían en el plazo de un año, a partir del día que se concluyese la obra. Junto a estas cantidades se le proporcionaría una vaca en cecina, dos lechones, veinte éminas de trigo y dos cargas de vino tinto (su producción era muy habitual en la villa de Cangas durante esta época). A comienzos de 1678 ya estaba terminado y asentado, ya que el 24 de enero de ese año García Alas otorgó a don Miguel Queipo de Llano carta de pago de 2.000 reales y de las especies de alimentos y bebidas dichas.

Retablo de Nuestra Señora del Rosario de la iglesia colegial de Cangas del Narcea, por Sebastián García Alas, 1676-1678.

Se trata de un retablo sencillo, de hornacina única y ático. Los elementos estructurales son cuatro columnas pareadas, de orden salomónico, que enmarcan el cuerpo de gloria en forma de arco de medio punto en donde se venera la imagen de Nuestra Señora del Rosario, titular de la capilla. La decoración es bastante sencilla y toda ella, sin excepción, está vinculada con las formas del taller de Luis Fernández de la Vega: dos ángeles desnudos y jarrones de azucenas de panza con molduras entorchadas, que también aparecen en los retablos del monasterio de San Juan Bautista de Corias, donde el propio artista pudo haber actuado como oficial; el tarjetón del ático, del centro del friso, y las ménsulas de perfil cactiforme muy relacionadas con las del retablo de la capilla de Santa Bárbara de la Catedral de Oviedo, ajustado con Fernández de la Vega en 1660 y con las del tabernáculo de Santa Eulalia de la misma Catedral, obra de los artistas Juan García de Ascucha (doc. 1669-1717/1722) y Domingo Suárez de la Puente (La Rebollada, Laviana, 1648 – Llantones, 6 de abril de 1724), entre 1694-1697.

El dorado del retablo es a pleno oro, sin policromía alguna. No se realizó hasta finales de 1678. Fue obra del artista ovetense Nicolás del Rosal (doc. 1667-1688). El contrato para su realización se firmó en Cangas del Narcea el 16 de octubre (Rosalía Pérez Suárez, Las empresas arquitectónicas, promovidas por los condes de Toreno, Memoria de Investigación inédita, 1999, pág. 60). En la escritura el pintor se comprometía a realizar el dorado para finales del mes de diciembre, por la cantidad de 2.200 reales. Nicolás del Rosal fue el dorador más cualificado del foco ovetense en el último tercio del siglo XVII. Trabajó para el monasterio de San Vicente de Oviedo (hoy día, parroquia de La Corte); en la Catedral de Oviedo; en el retablo mayor de la iglesia de Candás (Carreño); en el retablo mayor de San Julián de Arbás (Cangas del Narcea), y en el mayor y colaterales de la iglesia de San Juan de Vega de Rengos, que junto a Santa Eulalia de Larón y Santa María de Gedrez, estaba bajo el patronato del conde de Toreno. Manuel Queipo de Llano se comprometió a darle todo el oro necesario para finales del mes de diciembre de 1678. Todos los demás materiales, pinturas, trabajo y manos de obra fueron por cuenta de Nicolás el Rosal.

Llegados aquí, ponemos el punto final a esta breve reseña sobre una de las muestras más significativas de la escultura barroca del siglo XVII en el concejo de Cangas del Narcea, esperamos que tras leer este artículo a nadie se le pase por alto acudir durante un instante a la colegiata y observarlo en todo su esplendor.

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El vino de Cangas en la Exposición Provincial Asturiana de 1875

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Cachu de vino de Cangas. Foto: Celso Álvarez Martínez.

En el año 1875 se celebró en Oviedo la primera Exposición Provincial Asturiana. En el espíritu de este certamen estaba el convertirse en la genuina y verdadera expresión de nuestras minas, de nuestras fábricas, de nuestra agricultura, y de cuanto era capaz de hacer y crear el talento y la acción de los hijos del fecundo suelo asturiano. La Exposición se celebró durante las fiestas de San Mateo, entre el 20 y el 30 de septiembre, ambos inclusive, en la planta baja del Hospicio Provincial (hoy, Hotel de La Reconquista).

Eran admitidos en la misma todos los productos de la agricultura, artes e industria procedentes de la provincia de Oviedo, que se presentasen en tiempo oportuno, y fuesen considerados dignos de exhibirse en el concurso, a juicio de una Comisión Calificadora.

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Retrato de Nicolás Suárez Cantón y Álvarez (Burgos, 1815 – Cangas de Tineo, 1878)

Nicolás Suárez Cantón, desde Cangas de Tineo, presentó «Vinos de su cosecha de 1873». La Junta Provincial de Agricultura, Industria y Comercio en la Memoria Narrativa, formada con las actas del jurado, las suyas y los trabajos de la Comisión Calificadora, indicaba que: “el artículo exhibido por el Sr. Cantón merecería que de él se escribiese extensamente, a no tener la Sección que reducirse a los estrechos límites de un informe”. Según se indica en la mencionada Memoria, apenas nadie ignoraba en Asturias que los vinos de Cangas de Tineo reemplazaban en muchas mesas de lujo a los extremadamente famosos de Burdeos, y entendía que no se les concedía tal valor, ni mucho menos, entre nosotros, tal vez por las dos razones siguientes:

Porque es achaque ya viejo, y muy general en España, que no se dé importancia a lo que procede de nuestro favorecido territorio y porque, sin duda, la fabricación del vino en Cangas de Tineo no se hace con todo el esmero y limpieza que debiera.

Por esta segunda razón, la Comisión recomendaba al Sr. Cantón y a otros productores del concejo, elevasen esta industria al alto grado de perfección que merece. No obstante, concretándose la Comisión a los vinos exhibidos, no podía menos que recomendar sus facultades tónicas, su excelente gusto, para que agradasen sobre manera al paladar en las comidas, y ese exceso de tártaro, que indudablemente contenían, en comparación con los vinos ordinarios, circunstancias higiénicas que aconsejaban su uso a las personas debilitadas y enfermas.

Este vino de Suárez Cantón de la cosecha de 1873 era un vino tinto de pasto, procedente de la viña llamada «Santa Catalina y Tercias», que estaba en las inmediaciones de Cangas del Narcea, y obtuvo diploma de primera clase en esta Exposición Provincial Asturiana de 1875. Además, también fue premiado un vino tinto, de la finca denominada «La Zonina» de Domingo Bueno y Canal, con domicilio en la Plaza Mayor núm. 2 de Cangas de Tineo.

Las clases de uva que más se empleaban por aquel entonces son las denominadas moscatel, que era la menos abundante, verdejo, albarín negro, o sea gataperdiz, agudiello, albarín blanco a la que llamaban albulo, negrín y carrasquín.

Un intento para introducir el vino de Cangas en Madrid en 1870

Las cartas son una fuente de información muy importante para conocer los entresijos del pasado. Gracias a una breve correspondencia, mantenida entre abril y diciembre de 1870, entre unos comerciantes de vinos de Madrid y Severiano Rodríguez-Peláez Riego, vamos a poder conocer algunas cosas relacionadas con el vino de Cangas en el siglo XIX y, sobre todo, los problemas que tenía este vino para comercializarse en Madrid. Tenemos la suerte de contar con las cartas escritas por los comerciantes y con los borradores de las cartas que les envió Severiano Rodríguez-Peláez desde la villa de Cangas del Narcea.

Anuncio tomado de El Imparcial, Madrid, 6 de junio de 1869

Los comerciantes eran Pérez y Casariego Hermanos, oriundos de Asturias, probablemente de Tapia de Casariego, que tenían dos tiendas en Madrid: una en el nº 10 de la Puerta del Sol y otra en el nº 1 de la calle Preciados. Comerciaban con “tabacos habanos”, y con vinos y licores nacionales y extranjeros. Se anunciaban en el diario El Imparcial con el reclamo de “abundante surtido de vinos y licores de todas clases […] recomendables por su pureza y esmerada elaboración”. El hecho de anunciarse en este periódico, que se subtitula “Diario liberal de la mañana”, es un signo claro que los hermanos Pérez y Casariego eran liberales, circunstancia que se corrobora con la donación de media pipa de vino que hacen a la “Suscripción para el socorro de los heridos del Ejercito de la Nación en la Guerra contra los carlistas”. Su socio José Pérez y Casariego era miembro en 1874 del Círculo de la Unión Mercantil.

Severiano Rodríguez-Peláez (1830 – 1905) era el administrador de los bienes del conde de Toreno en Cangas del Narcea, y como tal llevaba las viñas del conde y vendía su vino; el conde era uno de los mayores cosecheros de vino del concejo. Fue alcalde en varios mandatos y una persona muy influyente durante toda la segunda mitad del siglo XIX en el concejo de Cangas del Narcea.

Tanto los vinateros de Madrid como el administrador del conde estaban muy interesados en vender este vino en la capital de España, sin embargo el asunto no era facil. Por una parte, estaban los inconvenientes relacionados con el transporte del vino: la escasez de envases (barriles y pipas); el efecto negativo del calor sobre el vino y la lejanía del punto de destino, lo que encarecía considerablemente el porte. El transporte del vino en 1870 tenía que realizarse en carro hasta el puerto de Luarca, aquí se embarcaba el vino hasta Santander y desde esta ciudad se enviaba por tren hasta Madrid; otra alternativa era sacarlo por el puerto de Leitariegos (donde todavía no estaba terminada la carretera) hasta la estación de ferrocarril de Astorga, que se había inaugurado en 1866. Por otra parte, estaban los problemas relacionados con el gusto: los vinateros madrileños querían un vino de Cangas más añejo que el que se consumía habitualmente, con un color más claro y un sabor menos áspero; conseguir esto era difícil, porque los cangueses solo consumían vino del año y sus preferencias se inclinaban por vinos tintos de color muy fuerte. Por último, a los comerciantes madrileños, el precio del vino les resultaba caro ya en origen.

Para solventar alguno de estos problemas, los comerciantes llegaron a sugerir a Rodríguez-Peláez cambios en el modo de elaborar el vino, que consistían en “pisar la uva sin el palo ó escobajo y echar poca parte de casca en la tinaja o cocedero”, para que el color del vino fuese “más claro y cristalino”.

Conozcamos, carta a carta, la historia de este intento de vender vino de Cangas en Madrid en 1870.

En el mes de abril de 1870 Ricardo M. Piedra, de Luarca, primo de los hermanos Pérez y Casariego, escribe a Severiano Peláez y Riego:

Muy Sr. mío: habiendo estado en esta su casa D. José Mª Pérez y Casariego con intención de pasar a Cangas y no habiendo podido detenerse por llamarle con urgencia a Madrid, me dejó el encargo de que yo o persona de mi confianza viese el vino y le mandase una cantidad para conocerlo. He creído mejor dirigirme a Usted para que del mejor haga el favor de llenar y cerrar bien el adjunto barril, ponerme la cuenta al precio que Usted pueda arreglarlo y mandare satisfacer a Usted. Como yo no tengo otro envase a propósito, si Usted tuviese y quisiese, puede llenarlo también y bien cerrado remitirlo a La Espina o Bodenaya [Salas] por el portador.        

23 de abril de 1870, Severiano Peláez le contesta desde Cangas del Narcea lo siguiente:

Muy Sr. mío: por el carretero portador del barril se lo devuelvo lleno de vino de la bodega del Sr. Conde [de Toreno]. No le remito mayor cantidad porque los envases o pipotes que tenía están por Madrid, de donde aún no los devolvieron.

Siento que al Sr. Pérez Casariego no le hayan permitido sus ocupaciones llegar aquí, donde podría enterarse con más exactitud de la calidad y circunstancia del vino de este país, que ya debe conocer porque le remití al Sr. Ibargoitia [administrador del conde de Toreno en Madrid] otros dos […] que se recogió con objeto de que lo ensayase dicho Sr. Esta ya [es] estación poco a propósito para trasladarlo, porque a este vino, se advierte, le desmejora mucho el calor.

Dicho barril llevó 15 canadas y tres cuartillos [60 litros], que al precio de 6 céntimos cuartillo [0,434 litros] que se esta vendiendo, importa 97 reales 14 maravedíes.

 13 de mayo, carta de Pérez y Casariego Hermanos desde Madrid a Severiano Peláez:

Carta de Pérez y Casariego Hermanos fechada en Madrid el 13 de mayo de 1870.

Muy Sr. nuestro: hoy recibimos el barrilito de vino que por mediación de nuestro primo D. Ricardo nos remitió y respecto a su clase nada podemos decirle por ser lo que deseábamos. Lo único, si le diremos, es que su precio es algo exagerado, pues no es lo mismo la venta por arrobas a la venta al detalle y sobre todo cuando el objeto a que se dedique es para la reventa. Por esta razón estimaríamos a Usted nos dijera el precio a que podrá arreglarse lo más bajo, para que en su vista ordenáramos las arrobas que debía remitirnos. Por de pronto, e ínterin Usted se sirve contestarnos, salvando la conveniencia del precio, puede separar unas 60 arrobas [753 litros], pues tan luego como tengamos conocimiento de su precio ordenaremos manden dos pipas para que sea envasado.

[…]

PD. Sírvase Usted decirnos como se llama el terreno que produce el vino o la propiedad.

19 de mayo, carta de Severiano Peláez desde Cangas del Narcea:

Muy señor mío: celebro que el vino de este país les haya gustado y mucho me alegraría se consiguiera buena aceptación. Respecto al precio, no puedo menos de convenir en que no es nada arreglado a los 6 cuartos, atendido lo corto de la medida ordinaria de este país, pero lo cierto es que a este mismo [precio] se esta expendiendo, pudiendo únicamente rebajárselo, llevándolo por mayor, dos maravedíes en cuartillo, que acaso baje más adelante, pero por ahora no me es posible hacerle otra rebaja, pudiendo en todo caso entenderse con el Sr. Ibargoitia de quien depende como administrador subalterno del Exmo. Sr. conde de Toreno.

Siento mucho, que en el caso de convenirles este vino, no hubiesen pasado por aquí, porque hubiéramos hablado de su fabricación, en la que se pudieran introducir muchas mejoras, empezando por dejarle sazonar más, y cuidar en la vendimia y apartar en ella alguno [racimo] verde y podrido, que en algunos años […] mucho. Por lo demás [el vino] no tiene preparación alguna, siendo pura y simplemente el jugo del racimo.

Si la cosecha del próximo año es regular y el tiempo es favorable, merece hacer un viaje, pudiendo asegurarle que generalmente agrada mucho a todos los forasteros como vino de mesa.

No les apruebo el que se hubiesen demorado para la traslación [del vino] para época tan avanzada, pues el calor no lo sufre mucho y fácilmente se les podía perder, siendo en mi concepto la mejor [época para el traslado del vino] luego que se hace o cuando más en marzo.

Las viñas en que se coge se llaman Montesa y S. Tirso (Cangas de Tineo).

Caso de que ustedes se decidan llevar la cantidad que indican, espero me avisen luego para escoger el mejor [vino] y no tocar en él.

19 de agosto, carta de Severiano Peláez a Manuel de Ibargoitia, administrador del conde de Toreno en Madrid:

   Muy Sr. mío y de todo mi aprecio: en mayo pasado recibí una carta de los Hermanos Pérez y Casariego en la que al mismo tiempo que me indicaban haber recibido una pequeña cantidad de vino que les había remitido su primo D. Ricardo Piedra, tomado en esta bodega, me encargaban les separase como unas sesenta arrobas, arreglándoles el precio. Como en aquella ocasión se vendía a seis cuartos, la rebaja que les hacía era la de dos maravedises en cuartillo, más después, en 28 de junio, fue preciso bajarlo en 5 cuartos, a causa de que los demás lo bajaran, y para que continuase la venta se puso también en los 5. Recientemente se ha vuelto a poner a seis cuartos y es posible se sostenga el precio.

   Al contestarles a la dicha carta les indicaba que la época para su traslación no era muy apropósito, a causa de los calores, lo que afectaba mucho a este vino y que fácilmente se les podría perder. Nada me volvieron a escribir sobre el particular y así quisiera se viese Usted con ellos a fin de que digan si se les ha de reservar alguno o si optan a esperar a la próxima cosecha, en cuyo caso sería conveniente lo trasladaran luego que se hiciese.

30 de septiembre, carta de Pérez y Casariego Hermanos, desde Madrid:

   Muy Sr. nuestro: hace ya muchos días encargamos a nuestro primo D. Ricardo pidiese a Usted una pipa de vino como el que nos mandará de muestra. Como vemos que nada dice, suplicamos a Usted compre una pipa de 30 arrobas [376 litros] y la mande llenar, remitiéndola por el próximo carretero que haya. El importe le será entregado a D. Manuel Ibargoita o a quien Usted ordene.

   Si en la presente vendimia pudiese preparar unas 60 o 100 arrobas del modo que le indicamos, desde luego quedarían por nuestra cuenta. El método es pisar la uva sin el palo ó escobajo y echar poca parte de casca en la tinaja o cocedero, para que el color sea más claro y cristalino.

3 de octubre, carta de Severiano Peláez desde Cangas del Narcea:

  

Borrador de una carta de Severiano Peláez fechado en Cangas del Narcea el 3 de octubre de 1870.

Muy Srs. míos: ya no me es posible remitirles la cantidad de vino que me piden de la calidad que desean, pues, en la inseguridad de si Ustedes lo llevarían, puse a la venta el de mejor calidad, mediante a que el más inferior no corría y del que aún me resta que vender bastante cantidad, y en tal caso remitirles cosa que no les servirá sería engañarles.

   Su señor primo D. Ricardo me pidió habrá como cosa de quince días, por medio de otra persona, un barril de unas seis arrobas [75 litros] para remitirles, pero como no se hubiese remitido vasija a propósito, ni se hubiese encontrado aquí, dejé de mandárselo y fue lo que me decidió a despachar el que tenía de buen despacho.

   El vino de la última cosecha está ya recogido hace ya más de doce días y en la semana próxima se trasladará de las tinas donde fermenta a las cubas. Si Ustedes quieren que prepare dos pipas para remitir, lo haré en la seguridad de que el que destine para Ustedes será mejor que el del año anterior, pues de no ser así tampoco lo mandaría, porque yo quiero que se acredite y consiga aceptación fuera de aquí.

   Ya se que cuanto menos escobajo y pellejo lleve a la tina, [el vino] sale más decolorado, cosa que aquí no agrada a los consumidores, pero si Ustedes me lo avisaran oportunamente y aun, a pesar del mayor trabajo que esta operación motiva, habría preparado unas 100 arrobas [1.256 litros] en esta forma.

   Sin más aviso, voy a llenar dos pipas del mejor. Si Ustedes me avisan para que les remita una o las dos lo haré, sino nada se pierde. Caso de que lleven el casco, les advierto que costaron a […] reales, y lo mismo que me costará adquirir otra de igual calidad, para [que] si les parecen caros que lo remitan.

6 de octubre, carta de Pérez y Casariego Hermanos, desde Madrid:

   Muy señor nuestro: a la vista su grata 3 de octubre por la que vemos concluyó el vino añejo bueno, lo que sentimos. Como el vino de este año no podríamos venderlo hasta pasados 6 u ocho meses, quisiéramos suplicarle tratase de proporcionarnos, comprando a algún cosechero de esa, una pipa de buen vino del año anterior, sin perjuicio de que pueda mandar las dos pipas que habla en su citada.

   El vino de esa nos prometemos adquirirá un buen nombre, pero para ello es preciso que sean elaborados en buenas condiciones y que sean vinos hechos. Si, para que un vino sea hecho es preciso que por lo menos tenga dos años. El pequeño barril que mandó se puso a la venta antes de tiempo y sin embargo no dejo de gustar.

   Si el vino añejo lo hallase puede mandarlo por el carretero, pero las dos pipas mándelas a Luarca para que sean embarcadas en dicho puerto para Santander. Si hubiese carros que pudiesen llevar las pipas a la estación más inmediata, por la línea de Astorga a Ponferrada, podrían mandarse por este punto, por el que seria probable se obtuviera alguna ventaja en el transporte.

   Las pipas, si tienen la cabida de 28 a 30 cántaras [por la cántara castellana equivalen de 451 a 484 litros], no son baratas, pero tampoco son caras.

   Creemos que con lo dicho podría hacer lo necesario sin más consulta.

11 de octubre, carta de Severiano Peláez desde Cangas del Narcea:

   Muy señores nuestros: no es posible adquirir pipa alguna de vino viejo, o sea del año anterior, porque no hay ninguno, pues aquí si alguno queda de un año a otro es a causa de no haberlo podido vender (como me sucede a mi) por su mala calidad, y algunos otros con parte del vino de la cosecha del 68 al que no podemos darle salida.

   Únicamente descubrí una pipa que [su propietario] no la cederá por entero y el dueño de ella, según se me explicó, no dará la mitad bajo de ocho cuartos cuartillo [0,434 litros], lo que Ustedes resolverán.

   Este año es muy bueno el vino y si a Ustedes les conviene no tendrán [otro] remedio sino añejarlo por su cuenta, aquí o en esa, porque de otro modo difícilmente pueden contar con hallarlo cuando les convenga, no siendo dentro del año, tropezándose además con el inconveniente de que si la mudanza se efectúa en época de calor se puede fácilmente perder.

14 de octubre, carta de Pérez y Casariego Hermanos desde Madrid:

   Muy Sr. nuestro: contestando a su grata 11 del corriente, le diremos que, si bien es muy caro el vino de que nos habla, como carecemos por completo de él, bueno será que compre la media pipa y la remita por tierra por el punto donde pueda hallarse más economía.

   El vino que debe mandarnos para enero, sería bueno no lo tuviese mucho tiempo con la casca ó pellejo, pues de este modo se conseguirían dos cosas: la 1ª que no fuera tan cubierto de color y la 2ª que sería menos áspero.

Esta carta no tuvo contestación por parte de Severiano Pélaez y el 7 de noviembre de 1870 vuelven a escribirle Pérez y Casariego Hermanos para decirle que como no habían tenido respuesta a su última carta, volvían a reproducírsela por si acaso se había extraviado.

1 de diciembre, carta de Severiano Peláez desde Cangas del Narcea:

   Muy Señores míos: el 24 del último mes salió de aquí para esa la media pipa, que, según aviso de Ustedes, estaba preparada y contenía 22 cantaras próximamente, y por un ordinario de los de aquí, una botella llena del mismo vino que contenía la otra vasija que salió, según me informaron, el 26, pues como haya tenido que ausentarme por algunos días lo dejé todo arreglado a mi salida. Espero, pues, me avisen el haberlas recibido para yo satisfacer su conducción y ponerles la cuenta de su costo.

No sabemos más de esta operación, porque no tenemos más cartas. Es probable que la relación entre el administrador del conde de Toreno y los comerciantes de vino de Madrid no continuase, porque en 1870 las circunstancias del vino de Cangas todavía no favorecían su comercialización tan lejos de su lugar de origen.