Publicación de noticias históricas relacionadas con la historia, el arte, la literatura, etc. de Cangas del Narcea.

Exposición Virtual: «MUYERES DE CANGAS DEL NARCEA, 1907-1940. 200 retratos fotográficos de Benjamín R. Membiela»

La Sociedad Canguesa de Amantes del País «Tous pa Tous» y el Museo del Pueblo de Asturias presentan esta exposición virtual cuyas protagonistas son las mujeres del concejo de Cangas del Narcea. En ella se muestra una selección de doscientos retratos fotográficos realizados por Benjamín Rodríguez Membiela entre 1907 y 1940. Las fotografías pueden verse también en el repositorio digital de los museos municipales de Gijón: fondos.gijon.es, junto a otras de este fotógrafo cangués.

Benjamín R. Membiela, fotógrafo

Membiela fue el primer fotógrafo profesional que abrió estudio de modo estable en el concejo de Cangas del Narcea, firmando sus trabajos como «Benjamín R. Membiela». Su amplia labor durante más de treinta años permite conocer un siglo después cómo era el paisaje del concejo y los rostros de quienes lo habitaron y transformaron, y de ahí su valor como testimonio insustituible.

Benjamín Rodríguez Membiela. Autoretrato en la relojería, hacia 1915.

Nació en Llamas del Mouro en 1875 y falleció en Corias, a los 68 años de edad, en 1944. Comenzó muy joven sus estudios en el Monasterio de Corias con la intención de ingresar en la Orden de Santo Domingo; sin embargo, conoce a Sofía Montoto González en Corias, con la que contrae matrimonio en 1898, formando una familia con once hijos. Ya casado, en los primeros años del siglo XX, decide emigrar solo a Cuba. Su estancia en la isla será corta, pero muy útil en su formación y muy provechosa en lo económico. Aprende los oficios de relojero y fotógrafo, y logra ahorrar una cantidad suficiente para a su retorno, entre 1906 y 1907, iniciar la construcción de una casa en Corias, junto a la carretera, que finalizará en 1909. En ella vivirá con su amplia familia e instalará el estudio de fotografía, el taller de relojería y un bar restaurante.

Su actividad profesional como fotógrafo se documenta entre 1907 y 1940, combinando el trabajo de estudio con los paisajes y vistas de las villas y pueblos de los concejos de Cangas del Narcea, Allande y Tineo, extendiendo la producción de este género a otras localidades de Asturias como Pravia, Gijón, Avilés o Mieres. Muchos de estos negativos los positivaba en papeles al gelatino en formato de tarjeta postal, pero nunca los reprodujo con otras técnicas fotomecánicas como hicieron los fotógrafos Modesto Morodo, de Cangas del Narcea, o Enrique Gómez, de Luarca, que sí editaron álbumes de tarjetas postales de Cangas del Narcea. Contribuyó de manera decisiva a la difusión de la imagen de su concejo a través de las revistas de la emigración editadas en La Habana, como Crónica de Asturias, Asturias y El Progreso de Asturias. Su firma fue habitual en la revista La Maniega, de Cangas del Narcea, y aportó también fotografías para ilustrar algunos libros, como Bellezas de Asturias, de Aurelio de Llano, publicado en 1928, que incluye fotografías de Cangas del Narcea, Corias y Celón (Allande) de su autoría.

El retrato como eje

En los orígenes de la fotografía, el genero del retrato será el que atraiga las primeras miradas e intereses de los profesionales. Estos retratos son herederos directos de las miniaturas pintadas, que era accesibles a muy pocos. El retrato fotográfico abrirá múltiples vías de indagación y transformación hasta convertirse en un elemento inexcusable de los modos de civilización de los siglos XIX y XX. La popularización del retrato fue la culminación de un proceso que definió la razón de ser primera de los profesionales de la fotografía, que siempre tuvieron en el retrato el grueso de sus encargos y, en consecuencia, la fuente primera de sus ingresos.

Membiela, como profesional de su tiempo y el primero en un ámbito geográfico extenso como el de su concejo natal, llegaba con la experiencia de su aprendizaje cubano y sabía que acercarse a la hipotética clientela era fundamental. De ahí que su estudio estuviese estratégicamente situado al borde de la misma carretera, lo que explica que todo tipo de transeúntes y medios de locomoción aparezcan en muchas de sus fotografías, pudiendo decirse que Membiela salía al camino con su cámara. Además, también se trasladaba a pueblos del concejo para lo que empleó una bicicleta y más tarde una motocicleta.

Dada su larga trayectoria, en sus fotografías aparece la vida de sus convecinos a través de la efigie de cuatro generaciones, un retablo plagado de rostros que evolucionan al compás del tiempo, desde las primeras luces hasta el ocaso, la vida de quienes, paso a paso, van construyendo una biografía que se nos antoja menos anónima si leemos miradas, gestos o posturas. Actitudes de los que, con una solemnidad no carente de naturalidad, sabían de la trascendencia de esa fotografía, que detenía en un instante su verdad para después hacerla cautiva y al mismo tiempo poder multiplicarla y así llegar a cualquier punto del mundo.

El retrato es el eje sobre el que pivota la impagable entrega del fotógrafo profesional, del que sabe armonizar la atmósfera del estudio con un ambiente referencial. El reducido espacio del estudio se amplía con fondos de paisajes; es un ambiente soñado y noble de telones con patios de añoranzas andaluzas, escalinatas que se abren a jardines, frondosas riberas, vegetaciones del trópico, que en su torpeza artística recreadora dan más empaque a las figuras y las centran en su verdadero marco. El mobiliario, de modesta factura, se reduce a sillas, sillones, macetas con grandes plantas y portamacetas con algún velador de contrapunto. No falta el reclinatorio para los retratos de Primera Comunión, niñas orantes en la inocencia y en la pureza. En sus recorridos por los pueblos, Membiela despliega como fondo único un paño de lienzo blanco; un blanco que siluetea la figura y refuerza los rasgos del rostro.

Muyeres. Un protagonismo inexcusable

La mujer, pese a ser el pilar de la familia en la sociedad rural y urbana de aquel tiempo, vivía en el anonimato de la vida pública, como escribe el antropólogo Adolfo García Martínez. Su papel era primordial para la continuidad y unidad de la familia. Por ello, el Tous pa Tous y el Museo del Pueblo de Asturias se han unido para rescatar y dar a conocer esta amplia galería de fotografías, que constituyen la verdadera imagen de las mujeres de aquel tiempo en Cangas del Narcea, pero que también podría ser la de la mujer en cualquier concejo asturiano en ese primer tercio del siglo XX.

En estas doscientas fotografías aparecen mujeres de todas las edades y condiciones, retratadas individualmente o en grupos de amigas o familiares, pero también con sus familias, maridos, hijos, nietos y amigos. La mayoría son retratos realizados en el estudio de Corias en los que las mujeres muestran la imagen que querían dar y trasladar de sí mismas; otros son retratos hechos al aire libre, delante de un portón o ante ese telón portátil que el fotógrafo utilizaba en sus desplazamientos a los pueblos. Es muy probable que muchas de las retratadas se colocasen por vez primera ante una cámara fotográfica, y de ahí que las contemplemos hieráticas, serias y como esquivando su nerviosismo. Por el contrario, las vecinas de la villa aparecen más distendidas, sonrientes, y adoptando en algún caso posturas desenfadadas y “modernas”.

Este conjunto de retratos encierra todo el poder comunicativo de la fotografía, al plasmar en la plenitud de su verdad el carácter espiritual y el aspecto físico de las personas. Los retratos suman a su valor objetivo como documentos un sinfín de lecturas como imágenes de un tiempo concreto. Muestran la diversidad de la sociedad de aquel tiempo: el mundo rural y el urbano, las clases sociales, y también los cambios que se suceden. Desde las variaciones del vestuario, que parten del atuendo tradicional y muestran las transformaciones introducidas por la influencia de las modas de cada periodo, hasta la diversidad de composiciones, según los acontecimientos que hayan propiciado el retrato: del matrimonio al reencuentro con los ausentes, del grupo familiar amplio en torno a la abuela al retrato individual. Es en las versiones del retrato individual femenino donde es posible apreciar al detalle la calidad técnica y formal de Membiela. En los de cuerpo entero, de pie o sentada, el carácter de la retratada se desenvuelve desde la naturalidad y frescura de la adolescencia y juventud hasta la austeridad gestual de la madurez, y en los retratos de primer plano, de busto o de rostro,  se indaga con seguridad en la personalidad de la retratada, atrayendo la mirada en lo que se nos antoja un descubrimiento.

Sin duda, estos 200 retratos femeninos cautivarán a quienes desde diversas perspectivas se acerquen a ellos, pues son una de las contribuciones más completas de la fotografía asturiana de su época a un universo tan misterioso y complejo como olvidado.


EXPOSICIÓN VIRTUAL

MUYERES DE CANGAS DEL NARCEA, 1907-1940

200 retratos fotográficos de Benjamín R. Membiela



La mujer, un ser paradójico, ambivalente e invisible

Posiblemente habría que remontarse hasta los orígenes de la especie humana y seguir su devenir para poder desvelar todas estas incógnitas, que la mujer encarnó a través de los tiempos. Hoy, todavía y a pesar de los avances, la mujer sigue envuelta en algunas de esas ambivalencias, y es que las ideologías son “cárceles de larga duración”, como gusta decir a algunos historiadores. Además, por qué no decirlo, la estructura de nuestra sociedad se apoya y se nutre muy sutilmente de ellas.

Lipovetsky, en un libro reciente (2013), nos habla de tres mujeres a lo largo de la historia occidental. La primera mujer pervive hasta el Renacimiento y es considerada como mal necesario e inevitable; la segunda, predomina desde el Renacimiento hasta la edad moderna y se la considera como un icono y se la coloca en un pedestal, pero sigue sometida al hombre; la tercera, es la mujer de hoy, mujer sujeto que lucha por la igualdad.

Las raíces de la concepción de la mujer en la sociedad occidental habría que buscarlas en la triple herencia de nuestra cultura: la cultura greco-romana, la cultura judaica y la cultura musulmana, conformada por la Iglesia, la filosofía escolástica y el estado medieval. Bástenos recordar dos trabajos referidos a la Edad Media, uno, de G. Duby (2013), otro, de E. Le Roy Ladurie (1975) y un tercero de carácter general de A. de Riencourt (1977). No obstante, como no podemos tratar aquí el tema con esta amplitud, nos limitaremos a analizar algunos aspectos relativos a la mujer, desde principios del siglo XX hasta el presente.

Como material empírico para estas reflexiones dispongo de una colección de fotografías del cangués Benjamín R. Membiela, que forman parte de la exposición virtual “Muyeres de Cangas del Narcea. 200 retratos fotográficos de Benjamín R. Membiela, 1907-1940”, y de mis propios datos de campo. Muchas de estas fotos, aunque la mayoría están realizadas en el estudio que el fotógrafo tenía en Corias (Cangas del Narcea), corresponden a mujeres rurales, pero como se decía coloquialmente “de casa bien”, pues, por lo demás, ¿quién se hacía entonces una foto? Esta afirmación la hago en base a varios rasgos que se desprenden de las fotos: la timidez que se observa en muchos rostros, la manera de llevar el atuendo, la tiesura de sus caras, las manos, etc. En una palabra, los rostros que aparecen en estas fotos delatan la situación de la mujer en la cultura occidental y sus soportes, como veremos. Sin embargo, y luego diremos por qué, estos rasgos son mucho más visibles en las mujeres jóvenes, las mayores se muestran más seguras; los pocos hombres que aparecen están mucho más inalterables, tienen actitud dominante, etc. Empero, todos los rostros que aparecen en las imágenes revelan la dureza de la vida campesina, que no empezará a mejorar hasta dos o tres décadas más tarde.

Unas son madres o suegras, otras hijas o nueras y otras hijas-nietas. En todos los casos, la mayoría se encuentran incómodas en la foto sabiendo que están saliendo de su invisibilidad, y en su conjunto representan las tres generaciones de mujeres de la familia tradicional canguesa. Efectivamente, en el concejo de Cangas del Narcea, como en los de Tineo, Allande, Salas, Valdés…, o sea, entre los ríos Pigüeña y Eo, la familia era troncal y patrilocal, esto es, estaba formada por tres generaciones y la residencia posmarital era en casa de los padres del marido. A esto hay que añadir además que en la zona mencionada existía la norma del mayorazgo: el primer hijo varón se casaba en casa y heredaba dos tercios de la casería y la parte alícuota del tercio restante. En este contexto, es fácil imaginar cuál era la situación de la mujer, especialmente de la nuera que cambiaba al casarse a padres y hermanos por suegros y cuñados; eso sí, avalada por la dote y por sus supuestas capacidades reproductivas. Cabe destacar analizando las fotografías que la joven esposa se muestra más segura cuando aparece con un hijo en brazos; sin embargo, en aquellos casos en que también está la suegra, el niño lo tiene ésta. No se olvide que la nuera era “la otra o la extraña dentro” (aún no era de casa) y, en consecuencia, la educación de sus hijos era tarea de la abuela.

Dicho esto, para contextualizar someramente las imágenes que tenemos delante, quiero aprovechar para desvelar algunos de los principios sobre los que se basa y de los que se nutre el dominio secular que sufrió la mujer en la cultura occidental, reducida al espacio doméstico y a las tareas reproductivas e invisibles. La casa y la explotación agraria familiar es uno de los mejores escenarios para estudiar lo que se ha denominado “invisibilidad” del trabajo de la mujer.

Resulta difícil, no obstante, precisar algunas ideas debido a la gran cantidad de publicaciones existentes.  En este momento me limitaré a analizar algunos aspectos referidos a la mujer: ambivalencia, invisibilidad y carencia de espacio público, sexo-género, el concepto de igualdad, etc. En estas notas trataré de desvelar algunos de los factores que rodean a la mujer y de los que se nutre su situación en nuestra cultura.

1.- Bases de la dominación masculina.

Bourdieu, en La dominación masculina (2000), expone con claridad cuáles son los pilares de la situación de sometimiento de la mujer: la Iglesia, inculcando una moral profamiliar dominada por los valores patriarcales; la escuela, como transmisora, y el Estado, ratificando esta visión. Pero el tema no termina ahí: la familia administra y transmite esta ideología, y la mujer es el principal agente de enculturación en este proceso.

Para la Iglesia, la mujer era un “menor” (no podía ir a determinados lugares, no podía salir de noche, etc.), al igual que para el Estado; recuérdese que en España se aprobó el voto femenino en la Constitución de 1931, aprobada por la Cortes Constituyentes en diciembre de ese mismo año. La primera vez que la mujer votó fue en las elecciones municipales de 1933.

2.- El franquismo

La posición franquista en torno a la mujer se basa en el discurso de género; es decir, el papel de la mujer se reduce al de esposa y madre. El propósito del franquismo es subyugar a la mujer a sus tareas domésticas, recuperación de la familia patriarcal y subordinarla a un orden androcéntrico. Gregorio Marañón defendió, por estas mismas fechas, que la suprema misión de la mujer es la perpetuación de la especie, y cualquier otra actividad es accesoria; el matrimonio se hizo para crear (engendrar y educar) hijos.

No obstante, el franquismo durante el desarrollismo (años 60 y 70) cambia su modelo de mujer y crea una legislación para incorporarla como fuerza de trabajo más barata que la masculina. El franquismo, como la sociedad en todas sus épocas, utiliza a la mujer como “una reserva”.

3.- La mujer, un ser ambivalente

Son muchos los factores que avalan este hecho. Para analizarlos será útil servirse de la familia troncal y patrilocal ya mencionada, predominante en el medio rural.

  1. La mujer, autora de dos vidas. En la familia troncal había dos mujeres y cada una asumía una función determinante para la supervivencia de la misma: la mujer de más edad daba vida social y la joven esposa daba vida biológica. No obstante, podía no suceder así, como de hecho ocurrió en nuestra sociedad rural a partir de los años sesenta del pasado siglo: las madres (nueras o hijas) se “negaron” al llegar el momento de dar vida social y ello derivó en una crisis de vida biológica. Es decir, fueron forjando para sus hijas un nuevo modelo de mujer y de familia inverosímil en el medio rural. Esto alejó a muchas jóvenes casaderas de los pueblos.
  2. Estatus de las mujeres. La mujer casada de más edad tenía en la familia troncal un estatus muy fuerte, y esto queda patente en muchos de los rasgos faciales, sobre todo, de las mujeres que aparecen en estas fotos. Esto se debía a varios factores.

En primer lugar, administraba los recursos alimenticios de la casa y transmitía el capital social de la familia, asegurando así su continuidad, y en segundo lugar, la menopausia la liberaba del sexo y de la procreación, y con ello ganaba seguridad frente al hombre. La mujer adquiere poder y respetabilidad desde que deja de ser objeto sexual. La menopausia es multiplicadora de poder y así la mujer traspasa el muro de la discriminación masculina, subraya Le Roy Ladurie en la obra citada. Con la menopausia la mujer se convierte en un ser plenamente cultural, equiparándose así socialmente al hombre y rompiendo de ese modo con los nexos que la unían a la naturaleza. El hombre, dice McDowell (2000), se identifica con la cultura, que es un intento de dominar la naturaleza, y la mujer joven, por su cercanía con la naturaleza, deberá ser igualmente dominada. La mujer menopaúsica es el nexo y el único puente seguro entre la naturaleza y la cultura, y así controla mejor que nadie esos fenómenos simbólicos que implican vida-muerte, estabilidad-cambio, etc., así como el campo de la brujería. La joven esposa, por el contrario, al ser imprescindible para la reproducción es débil, pues es controlada por los hombres en beneficio de la casa. La mujer mientras es fértil es “menor” y está dominada por el hombre. La nuera cataliza y asume sobre sí los papeles más duros de la familia troncal: la sumisión, la “muerte” a su familia de origen, la marginación y el silencio. Es la “víctima estructural” de la familia troncal, cuyo objetivo es la casa. Esta situación emerge en el rostro y en el gesto de muchas de las jóvenes de las fotografías de Benjamín R. Membiela.

4.- Sexo-género. La biología no es destino

El descubrimiento de que “la mujer no nace, sino que se hace” y la distinción entre sexo y género supusieron, según Stolcke (2000), un gran avance para el teórico y para el político.

La Antropología cultural hace ya muchos años que sostiene esta idea, fundamental por otro lado, para desmontar la teoría de que el hombre asume las tareas productivas y la mujer las reproductivas. Fue Margaret Mead la primera en desarrollar esta tesis en sus estudios de campo en Samoa (1973 y 1975). A partir de aquí, se ha publicado mucho sobre el tema sexo-género referido sobre todo a la mujer. Narotzky, por mencionar un caso (1995), señala que el género (el genre) es una construcción social y cultural. El sexo tiene un núcleo biológico irrecusable, que es la sexualidad reproductiva de la especie. El género, por el contrario, está ligado en su totalidad a la reproducción social. El concepto analítico de género trata de cuestionar el enunciado esencialista de que “la biología es destino”. Es decir, transciende el reduccionismo biológico al interpretar las relaciones hombre/mujer como construcciones culturales. Así, aunque erradamente, la mujer mientras es fértil se coliga más fácilmente con el sexo, mientras que la mujer menopaúsica se asocia con el género.

Hoy ya casi nadie duda de que la mujer no nace, se hace, y la biología no es destino, sino el proceso de enculturación; esto mismo se puede decir también del hombre. La sociedad actual ha hecho avances para llevar a la práctica esta idea. No obstante, en el medio rural, especialmente, aún no existe una clara demarcación, en el caso de la mujer, entre la esfera reproductiva y la productiva, y esto contribuye a la infravaloración y consiguiente invisibilidad de una buena parte del trabajo productivo de la mujer.

5.- La geografía de los géneros

La geografía de los géneros ilustra con claridad la reclusión de la mujer au foyer. La Geografía no consideró las diferencias profundas que se dan entre hombre y mujer en la utilización del espacio: las mujeres fueron invisibles. La Geografía humana ha presentado, como señalan A. Sabaté, J. María Rodríguez y A. María Díaz (2010), una sociedad fundamentalmente masculina donde las mujeres solo aparecen al tratar temas de reproducción. Actualmente, la Geografía, como otras ciencias sociales, también trata de hacer visible a la otra mitad del género humano.

Tradicionalmente, el hombre era el responsable de los espacios públicos y la mujer de los privados ya que, como señala Bourdieu (2008), el hombre está dominado por una orientación centrífuga y la mujer por una disposición centrípeta consistente en la organización del espacio doméstico. En este sentido, el espacio masculino se identifica con el espacio total, dentro del cual está el espacio femenino, afirma Rogers (1979). Pero, y de nuevo emerge una de las paradojas que envuelven a la mujer, cuando ésta se niega a asumir ese papel de invisible la sociedad no funciona. La conquista de un espacio propio frente al del hombre, como constitutivos del espacio global, es uno de los principales objetivos de la lucha de la mujer en la sociedad moderna.

6.- Sobre el concepto de igualdad

El concepto de igualdad, tal como se quiere aplicar al tema de la mujer, es totalmente engañoso y erróneo. El objetivo de la lucha de la mujer no debe estar en conseguir ser como el hombre, sino en que se creen, como señala J. Ortega (2007), las condiciones de posibilidad culturales para que la mujer se pueda pensar y sentir desde sí misma, y no desde los valores masculinos.

Pero, en tanto que la sociedad capitalista siga asignando a la mujer funciones reproductivas y al hombre productivas qua natura o nacimiento, nuestra sociedad, señala U. Beck (1998), sigue teniendo base feudal. Las esencias del hombre y de la mujer, consideradas como eternidades, se forjaron gracias a una alianza entre filosofía, religión y ciencia.

Todo parece indicar que el viejo binomio sexo-género se ha roto definitivamente y hoy ya casi todo el mundo admite que sexo y género son dos cuestiones distintas: sexo hace referencia a la biología y género es el resultado de un proceso social. Sin embargo, existe, como subrayan J. Contreras y E. Expeixt (2002), una presión sobre la mujer para que se integre laboralmente y, al mismo tiempo, que no deje de ocuparse del hogar, de niños y ancianos, lo cual provoca que, aquellas que pueden, subarrienden estas tareas a inmigrantes. Las tareas asumidas por la mujer, reproducción de la vida, asistencia a personas y cuidado del hogar, no tienen aún visibilidad social ni reconocimiento expreso, subraya Dolors Comas (1995). Justamente y en esta misma línea, la misma Comas (1998 y 2000) insiste en que en España el estado de bienestar, que no se llegó a desarrollar plenamente, resultó barato porque descansa en el trabajo invisible y gratuito de la mujer en el hogar.

A pesar de todo lo dicho, aflora una nueva paradoja. En nuestra sociedad actual al tener que contratar a personas -cada vez con más frecuencia por innumerables razones que no puedo comentar aquí- para los trabajos reproductivos y pagar por ello, estos pasan a formar parte integral del sistema capitalista. Esta y otras contradicciones son una señal de que la sociedad no quiere “liberar” definitivamente a la mujer de su suprema misión de esposa y madre.

7.- Cuestionamiento actual de la situación

Desde hace algunas décadas, se cuestiona desde diferentes frentes la situación secular en la que vivió la mujer. Varios son los hechos en los que se apoya esta lucha: acceso de la mujer a la enseñanza superior, incorporación al trabajo asalariado y a la esfera pública, el distanciamiento de las tareas domésticas, la programación de la natalidad, el divorcio, la soltería, etc., sobre todo en las capas más favorecidas. Con todo, no se ha superado totalmente el viejo modelo de enculturación basado en los cuatro pilares: Iglesia, Estado, escuela y familia en la que la mujer fue durante generaciones el instrumento más idóneo para transmitir un modelo de familia de claro signo masculino, que la convertía en víctima estructural del mismo.

8.- Obstáculos

A pesar de los avances, que desde hace algunas décadas se están haciendo en este terreno, aún queda mucho camino por recorrer, máxime en el medio rural.

Son muchos los analistas, entre los que me incluyo, que manifiestan que el poder masculino en el medio rural se simboliza por la tecnología, especialmente por el tractor, como señala Saugers (2002), reforzando las ideologías patriarcales. L. A. Camarero (1993), por su parte, insiste en que la mecanización de la agricultura y el control de la máquina por parte del hombre relegan aún más a la mujer a actividades de segundo orden. Finalmente, M.ª D. García Ramón y M. Baylina (2000) insisten en la misma idea, esto es, la innovación tecnológica en la agricultura incide en los roles de género y no ayuda a superar la división sexual del trabajo, sino que la consolida aún más.

Caminando por los pueblos de Asturias se observa con claridad esto que estamos diciendo. La maquinaria, sobre todo la más moderna, siempre está en manos del hombre y de hombres jóvenes, mientras que si una mujer utiliza alguna ya no son de última generación y además se trata de situaciones muy puntuales.

9.- Perspectivas de futuro en el medio rural

Hay un hecho claro en el que insisten todos los analistas. No cabe plantear un desarrollo rural sin la presencia de la mujer y de la mujer joven, especialmente. Pero dicha presencia en el medio rural, como recalca B. García Sanz (2004), está muy ligada a la búsqueda de alternativas laborales. La mujer debe arrogarse un protagonismo social que tradicionalmente acaparaba exclusivamente el hombre. Ortega Valcárcel (1989 y 2004) desde la Geografía afirma que el factor clave para el sostén y progreso de los espacios rurales, sobre todo de montaña, es la posibilidad de acceder a mercados de trabajo diversificados, que permitan la incorporación a ellos de población joven y especialmente femenina. La vía por la que la mujer joven va a decidir quedarse en el medio rural es si tiene proyección pública visible, productiva, etc., y si ello ocurre será ella quien transforme y revitalice los pueblos, la misma que en su día, hace medio siglo, fue causa principal de la crisis.

Como he señalado en otro lugar (2017 y 2021), el turismo rural está jugando un papel dinamizador en la recuperación de los pueblos, sin olvidar los peligros que conlleva si no se plantea bien. El turismo tiene al menos dos lecturas en relación a la mujer. Una, no deja de ser, en muchas situaciones, una prolongación del trabajo doméstico. Otra, en opinión de M. Villarino y G. Cánoves (2000), la compensación económica lo convierte en un trabajo visible. El turismo, en este sentido, puede lograr dos objetivos en uno: recuperar los pueblos y su patrimonio por medio de la incorporación de la mujer al campo productivo. Algunas voces críticas al respecto señalan que, en el turismo rural, como en las tareas de cuidados de viejos y dependientes, la mujer sigue haciendo tareas tradicionalmente reproductivas. Es cierto, pero en este caso cobra por ellas, lo cual las visibiliza y las cambia sustancialmente.

La mujer se está adjudicando progresivamente roles productivos, incluso ya en el medio rural (turismo, empresas agroalimentarias que crean valor añadido, cuidados de personas, etc.) y esto va a conducir a un nuevo modelo de sociedad en el que la mujer no va a ser ya ese ser invisible y sometido. Pese a todo, desde mi punto de vista la independencia económica no es suficiente para la liberación de la mujer (2004) mientras los fundamentos de la discriminación, es decir las ideologías, aún pervivan, aunque cada vez más de manera subliminar, en instancias tan determinantes como la Iglesia, el Estado, la escuela y hasta en la familia portadora, como señala R. Montesinos (2002), de la tradición que tiene que garantizar la reproducción de las viejas costumbres que adquieren forma en la vida cotidiana. Pero la mujer está ocupando, cada vez más, espacios hasta hace pocas décadas “prohibidos” para ella, y esto está provocando cambios profundos en la familia y en la sociedad, más aún se puede hablar hoy de permanencia y revolución de lo femenino.

Para concluir con estas reflexiones sobre la mujer, incitadas por las fotografías de la exposición “Muyeres de Cangas del Narcea, 1907-1940. 200 retratos fotográficos de Benjamín R. Membiela”, quiero señalar dos cosas. La primera, si el fotógrafo volviese hoy con su cámara al concejo de Cangas del Narcea, rápidamente observaría dos hechos: uno, que hay muy pocas mujeres, sobre todo de la segunda y de la tercera generación; otro, se daría cuenta también al revelar sus fotos que las mujeres se sienten mucho menos cohibidas y hieráticas. Ambas cuestiones son dos ejemplos del cambio acaecido en los pueblos de Asturias, un cambio con dos signos distintos.

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Odón Meléndez de Arvas – Artículos periodísticos (1903-1917)

Portada del libro ‘Odón Meléndez de Arvas. Artículos periodísticos (1903-1917)”

El Tous pa Tous publica los artículos periodísticos de Odón Meléndez de Arvas (Carballo, 1851 – Cibuyo, 1923), que se suman a las Crónicas canguesas y al libro Alrededor de mi casa. Crónicas canguesas (1910-1928), de su gran amigo y correligionario político Gumersindo Díaz Morodo «Borí» (Cangas del Narcea, 1886- Salsigne, Francia, 1944), que también pueden consultarse en esta web. Sigue, de este modo, el Tous pa Tous ofreciendo información sobre la historia de la prensa en el concejo de Cangas del Narcea, que es, al fin, una fuente imprescindible para conocer la historia del concejo y las vicisitudes de sus habitantes.

Odón Meléndez de Arvas fue un maestro de Cangas del Narcea que vivió en el pueblo de Cibuyo y ejerció en la escuela de La Regla de Perandones. Pero, además, fue un activo periodista que colaboró en la prensa que se editaba en Cangas del Narcea y en otras localidades asturianas. En este libro están todos sus artículos, escritos entre 1903 y 1917, que su bisnieta Ángeles Martínez ha encontrado publicados en La Verdad, El Narcea, El Distrito Cangués, del que fue jefe de redacción, y La Voz de Cangas, editados en Cangas del Narcea, y en La Justicia de Grado. Odón era una persona de arraigadas ideas republicanas, que escribió numerosos artículos costumbristas sobre la vida rural y de opinión, siempre defendiendo sus dos grandes intereses y preocupaciones: la instrucción pública y los campesinos. Fue presidente de la Asociación de Maestros de Primera Enseñanza de Cangas del Narcea. En la prensa mantuvo diversas polémicas que también se recogen en esta obra.



 

LA MANIEGA (1981-2016). 36 años y 216 números como referente de la prensa local

Primer número [nº 0] de ‘La Maniega’, la revista canguesa que vio la luz en su segunda etapa en abril de 1981 bajo el epígrafe de «Informativo del concejo»

José María Azcárate
[abril, 2021]

 

En las primeras semanas de enero de 1981, coincidiendo simbólicamente con las turbulencias golpistas que llevaron a la toma del Congreso de Diputados, dio sus primeros pasos el embrión que a primeros de marzo vio la luz en forma de número cero de LA MANIEGA. Era el segundo parto de esta cabecera, o el tercero, si contamos la singular existencia años antes de La Maniega2.

La gestación tuvo lugar bajo los auspicios de la Asociación Cultural «Pintor Luís Álvarez», entidad que por aquel entonces gozaba de gran predicamento y actividad entre la sociedad canguesa. Fueron tiempos de gran dinamismo social y cultural tras cuatro décadas de letargo, prohibiciones e imposiciones fruto de un régimen autoritario.

Portada del número 1 de la revista canguesa “La Maniega” de mayo de 1981

Los antecedentes de la difusión escrita de noticias en nuestro concejo se remontan a 1882. Desde entonces, con el paréntesis de la dictadura franquista, la prensa de carácter local fue bastante prolífica aunque los fines y objetivos no fueran siempre coincidentes. Según se puede comprobar en la rica hemeroteca del Tous pa Tous, unos nacían para defender fines partidistas, mientras otros germinaban con la voluntad fraternal de ser cauce donde confluyeran los múltiples anhelos de miles de cangueses, tanto los que habitaban en su tierra natal, como los que tuvieron que coger el camino de la emigración. Un sentimiento de solidaridad, basado en una meta e interés común, que amasara los lazos sociales de todos los cangueses allá donde estuvieran.

De esta forma la revista LA MANIEGA, además de informar a los cangueses de todo lo que sucedía en su ámbito y ser ellos los auténticos protagonistas, se convirtió en un punto de unión que permitió a miles de cangueses de la diáspora mantener un vínculo con el concejo de manera periódica. Fue en este ámbito donde, sin duda, LA MANIEGA, en sus dos etapas, alcanzó gran importancia, convirtiéndose con el paso de los años en todo un referente de la prensa canguesa.

Porta de ‘La Maniega’ anunciando la inauguración del Hospital de Cangas en junio de 1986

Es difícil trazar paralelismos entre la revista de los años veinte y principios de los treinta y la que vio la luz a finales del siglo XX y principios del presente. Resulta obvio resaltar que entre una y otra los cambios sociales fueron de gran envergadura, lo que por sí mismo queda reflejado en sus páginas, como también los avances y nuevas tecnologías que fueron apareciendo durante su existencia. Sin embargo, coinciden, y su aventura discurre en paralelo, con la historia de dos épocas muy destacadas para el devenir del concejo, siempre al servicio de los ciudadanos y siendo testigos de los acontecimientos más señeros acaecidos durante más de cuatro décadas, sumadas las dos revistas.

Por otro lado, resulta difícil resumir los treinta y seis años de vida de LA MANIEGA aparecida en 1981. Durante todo este tiempo nunca faltó a su cita bimestral con las comunidades canguesas repartidas por todo el mundo, donde gozó de amplia presencia, al mismo tiempo que se convertía en un impacto en el alma de muchos cangueses, más fuerte cuanto más alejados se encontraban de su tierra natal.

Portada del nº 47 de noviembre-diciembre de 1988

A lo largo de estos años han sido numerosos los cangueses que han mostrado sus inquietudes en sus páginas, empeñados en dar a conocer la historia del concejo, su vida cultural, social y política, y divulgar todo aquello que forma parte de nuestra idiosincrasia, bajo el epígrafe de «Informativo del concejo». Un enunciado al que además se podrían añadir otros dos conceptos: libre y plural.

LA MANIEGA siempre estuvo abierta a cualquier opinión, poniendo un especial empeño en la defensa del bienestar de los cangueses, de sus vidas e inquietudes, con la mira puesta en el beneficio del concejo.

La portada del nº 72 corresponde a enero-febrero de 1993, año que tocó en Cangas el gordo del sorteo de la lotería del Niño.

Echando la vista atrás a estos 36 años de periodismo, resultan un sinfín de recuerdos, imágenes y palabras, que recorren una gran parte de la apasionante historia local, contada paso a paso, día a día, que, como la vida misma, ha estado jalonada de importantes acontecimientos, como también de tristes sucesos, sin olvidar los grandes momentos de alegría, fiestas y celebraciones públicas y populares. Un capítulo valioso de nuestra intrahistoria local, de nuestra vida cotidiana, en un viaje en defensa de los valores que nos han hecho ser los que somos, todo ello a pesar de los constantes y permanentes nubarrones y al olvido que han azotado a estas tierras.

Hablar de firmas se nos haría eterno. Sin todas las personas que han colaborado en la revista, esta aventura hubiera sido inviable. A todas ellas reconocimiento y gratitud. El leyente del Tous pa Tous podrá conocer su identidad una vez que todos los números de LA MANIEGA estén a su disposición en esta web.

Portada último número [215] de ‘La Maniega’ noviembre-diciembre de 2016

El paso de los años fue inevitable. Ahora se podrá ver esta existencia en el espejo de esta nueva plataforma y aceptarlo todo, lo bueno y menos bueno, con perfecta integridad.

Cuando muere una revista de estas características, algo nuestro se nos va, ya que al final en las noticas locales se profundiza más, se valora lo más cercano y los propios vecinos son los únicos, verdaderos y talentosos protagonistas.

Si a esta vetustez añadimos que la información de proximidad y cercanía en soporte de papel, en cualquiera de sus periodicidades, no pasa por sus mejores momentos, ya que en gran parte ha sido absorbida por la inmediatez que hoy ofrecen las nuevas tecnologías, nos encontramos con algunas de las respuestas por donde camina la información presente y de futuro.

Al rescate de las últimas palabras, recapitular que el paso de los años, con luces y sombras, sus aciertos y errores, se puede convenir que ha valido la pena y que, a pesar de todo, LA MANIEGA sigue siendo un valor preciado y recordado.

Cooperativismo y Sindicalismo Agrario en el Suroccidente Asturiano. Época de la Transición

Mercado de ganados en el Recinto Ferial de La Imera, Cangas del Narcea.

Los concejos de Cangas del Narcea, principalmente, y Tineo son los protagonistas de este trabajo fin de grado (calif. 10) de nuestro socio Adrián Rodríguez Álvarez (Sta. Eulalia de Cueras, Cangas del Narcea, 1997), realizado bajo la tutela de Jorge Uría González, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo.

En el presente estudio monográfico el autor analiza una serie de procesos de índole cooperativista y sindical agrarios focalizados en el suroccidente de Asturias, que derivaron en una red de colaboración entre campesinos, la cual adquirió una notable importancia y trascendencia. El germen de un sindicato articulado por toda la Comunidad Autónoma aun hoy vigente; la formación de candidaturas políticas independientes de campesinos para las alcaldías municipales; la instauración de regímenes cooperativistas transformadores de los medios de producción en una determinada aldea, son algunos de los hitos que este movimiento cooperativo-sindical logró fraguar.

Una parte esencial de este trabajo son las fuentes orales. En el siguiente vídeo se reproducen entrevistas con personajes destacados de este proceso, sobre todo sindicalistas de primera hora, que daban un modelaje directo de todo lo que fueron sus vivencias y actividades.


 

La Virgen del Acebo. Descripción histórica de aquel santuario y novena en obsequio de la Virgen que allí se venera

Incorporamos a la Biblioteca Digital del Tous pa Tous un curioso documento publicado en 1894 de autor desconocido pero muy devoto de la Virgen del Acebo y promotor de su culto y devoción.

El objeto de esta publicación según su autor era dar a conocer este célebre Santuario y relatar los numerosos milagros allí efectuados por la mediación de la Virgen del Acebo. Como apéndice incluye la novena que como obsequio a la Virgen se rezaba en el referido Santuario en los primeros días de septiembre.

El librito fue editado como queda dicho a finales del siglo XIX, en Luarca por la Imprenta de Rollán y Compañía.


 

Hacha de la Edad del Bronce procedente de Cangas del Narcea

El 6 de noviembre de 1867 se publicó una Real Orden Circular, con un llamamiento de la reina Isabel II para incrementar los fondos del Museo Arqueológico Nacional de España. Como respuesta a esta petición, se registra el ingreso de un buen número de materiales procedentes de colecciones particulares, entre los que se encuentra un hacha de talón con dos anillas y cono de fundición donada por el magistrado, amén de coleccionista y miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia, don Remigio Salomón.

Según la documentación aportada por el propio donante esta pieza de la Edad del Bronce, fue hallada cerca de Cangas de Tineo (hoy Cangas del Narcea), en 1864.

Esta pieza perteneciente a la colección del Museo Arqueológico Nacional está catalogada con el nº 11, bajo el nº de inventario 10153 y su documentación se recoge en el Expte. 1868/45.


El inventario de escrituras de Juan González de Celón, escribano de la villa y concejo de Cangas de Tineo: una fuente de genealogía canguesa del siglo XVI (I)

Testamento de doña María Arias Osorio de Pambley
(AHA, caja 13390, prot. 1589, f. 141, núm. 177 del Inventario)

El presente artículo es la transcripción del índice de todas las escrituras que pasaron ante uno de los escribanos más importantes de la villa y concejo de Cangas de Tineo de finales del siglo XVI: Juan González de Celón. No solo es un instrumento que permite el rápido hallazgo de personas, lugares o acontecimientos, sino que ofrece, en muchas ocasiones, las referencias a escrituras que ya no existen. Además de la transcripción, el artículo proporciona un resumen de todos los testamentos que pasaron ante dicho escribano. El presente escrito, por tanto, se convierte en una fuente principal para el estudio de la genealogía asturiana y, en especial, del concejo de Cangas del Narcea.

Autor: ROBERTO LÓPEZ-CAMPILLO Y MONTERO
Universidad Pontificia Comillas
Académico de Número de la de Genealogía y Heráldica de Asturias

Conviene señalar que, debido a la extensión de este índice, el autor ha tenido que desdoblar su publicación en dos artículos. El presente recoge las escrituras desde 1588 a 1595 inclusive y está ya disponible en la Biblioteca Digital del Tous pa Tous para consulta y descarga en el siguiente link.

 

Brañas del concejo de Cangas del Narcea

Braña La Feltrosa con el Pico Caniechas enfrente. Foto JM Collar

Comenzamos hoy la publicación de una lista de brañas del concejo de Cangas del Narcea hecha por José Manuel Collar Álvarez. Hemos localizado 217, pero es probable que haya más. A lo largo de los próximos meses iremos publicando aquí sucesivas listas por ríos o valles, hasta completar todo el concejo. El objetivo de este trabajo es sentar las bases para realizar un inventario en el que se consignen su localización exacta, altitud, propiedad, número y tipo de cabañas, fechas de ocupación, usos y costumbres que se practicaban en la braña, etc. Se trata de conocer en profundidad uno de los espacios más importantes del territorio montañoso y de la actividad económica del concejo de Cangas del Narcea. La cría de ganado no se puede entender sin estos asentamientos de ocupación estival. Fueron, además, espacios que marcaron la vida de los campesinos del concejo y son también lugares de gran belleza paisajística.

En la actualidad, las brañas siguen siendo espacios muy utilizados por los ganaderos, pero el manejo del ganado ha cambiado considerablemente y en la mayor parte de ellas las cabañas están abandonadas y en ruinas.

A estas brañas, antiguamente, junto a los vecinos del concejo, también subían sus ganados los vaqueiros de alzada, procedentes de los concejos de Tineo, Navia, Villayón, Salas y, sobre todo, Valdés, que pasaban en ellas cuatro o cinco meses, y pastores de ovejas merinas que llegaban de Castilla y Extremadura.

Para completar esta lista, así como para recabar información y fotografías de las brañas del concejo de Cangas del Narcea, solicitamos la ayuda de todos los cangueses, que pueden enviar los datos que consideren útiles a través del siguiente enlace: Contacto

  1. PARROQUIAS DE LA CUENCA ALTA DEL RÍO NARCEA Y LARÓN
  2. PARROQUIAS DEL RÍO NAVIEGO
  3. PARROQUIAS DEL RÍO CIBEA
  4. PARROQUIAS DEL PARTIDO DE SIERRA
  5. PARROQUIAS DEL RÍO DEL COUTO
  6. PARROQUIAS DE BESULLO, LAS MONTAÑAS Y TRONES
  7. PARROQUIAS DEL RÍO NARCEA

 

 

Castelao: la materialización de un pensamiento

Estado original de la fachada del aulario de la facultad de Geológicas de Oviedo. Fotografía del libro “50 años de Geología
en la Universidad de Oviedo”

Hacia mediados del siglo XX, al igual que estaba ocurriendo en el resto de Europa, comienza a reaparecer tímidamente en la arquitectura asturiana el movimiento moderno, cuyo germen había comenzado a brotar en los años previos a la guerra.

De entre todos los arquitectos que centraron su labor en el Principado de Asturias, hay uno que destaca por su estilo vanguardista como impulsor de esta nueva arquitectura. Este no es otro, que el poco reconocido, Ignacio Álvarez Castelao (Cangas del Narcea, 1910 – Oviedo 1984). Tal vez su afinidad de ideas y relación con el finlandés Alvar Aalto fue la que consiguió traer parte de esa estética y destreza constructiva hasta el norte de España.

Ya desde sus obras iniciales, se observa una preocupación por el lugar y la adaptación del edificio al entorno, rompiendo con las herméticas construcciones historicistas que se estaban imponiendo en la España del momento.

Comienzan así a aparecer pequeños guiños a un nuevo pensamiento que tiene como base el dominio de la geometría y su movimiento organicista, plasmado en ejemplos como las fachadas de los edificios del Serrucho y Alsa, o la facultad de Ciencias Geológicas y Biológicas de Oviedo, donde consigue una magistral oposición entre dos mundos, lo orgánico y lo mineral.

Su obra abarca desde interesantes edificios dotacionales en ámbitos urbanos, hasta la concepción de grandes edificios e infraestructuras industriales, pasando por el estudio de diferentes tipos de arquitectura residencial, como los poblados vinculados a nuevas industrias (los cuales constituyen verdaderas experiencias habitacionales). En todos ellos pone en práctica una magistral habilidad para adaptar el edificio a las preexistencias, tanto urbanas como a las impuestas por la naturaleza.

En la obra de Castelao, vemos además reforzada su idea generadora a través del elemento construido, la cual se percibe intensificada con gran maestría a través de los materiales, acabados y sistemas constructivos, estableciendo una especial relación entre idea y la materialización. Adopta, y hace suyo, el principio de que los materiales y requerimientos funcionales determinan el resultado, regalando a la sociedad el conocimiento y los valores que enriquecieron sus obras.

La comunicación propuesta reflexionará sobre los criterios proyectuales y fundamentos teóricos que, como hilo conductor de toda su obra, fueron materializados magistralmente con independencia de la tipología edificatoria, obteniendo como resultado edificios en los que se ofrece a los usuarios algo más que una mera funcionalidad en la generación de espacios y recorridos.

 

Disponible en la Biblioteca Digital del Tous pa Tous este artículo completo de las Actas Digitales de las Comunicaciones aceptadas al I Congreso Pioneros de la Arquitectura Moderna Española: Vigencia de su pensamiento y obra. Autores: Marta Alonso Rodríguez (Departamento de Urbanismo y Representación de la Arquitectura. E.T.S. Arquitectura Valladolid) y Valentín Arrieta Berdasco (E.T.S. Arquitectura Valladolid).

En las mismas actas de este Congreso coordinado por la arquitecta coruñesa Teresa Couceiro Núñez, experta en arquitectura moderna y vivienda y desde el año 2001 directora de la Fundación Alejandro de la Sota,  se publica otro interesante artículo sobre la obra del arquitecto cangués Ignacio Álvarez Castelao que también subimos a nuestra biblioteca. El autor de este segundo artículo es Pablo Fernández Cueto (Universidad Politécnica de Madrid, Miembro invitado grupo de investigación Análisis e Intervención en Patrimonio Arquitectónico (AIPA), Departamento Construcción y Tecnología Arquitectónicas, Escuela Técnica Superior de Arquitectura (ETSAM), Madrid).

En un lugar intersección de tensiones, abandonado a su suerte, un prisma otea el horizonte. Atado al paisaje por un cilindro de hormigón que se desvanece entre la vegetación que lo coloniza, una fachada prefabricada llama nuestra atención. Es muy parecida a la utilizada por Ignacio Álvarez Castelao en la Facultad de Geológicas de Oviedo, quien la describe como «Edificio estático y de expresión neutra». Y nos preguntamos ¿cómo se hubiera referido a aquel otro de menores dimensiones?


 

Algunas cartas entre Alejandro Casona y Félix Gordón Ordás: meditaciones sobre los reflejos fragmentarios de dos vidas en el exilio

Portada de la revista “Anales de la literatura española contemporánea”
Vol. 41, No. 2

El objetivo de este artículo es analizar y editar ocho cartas intercambiadas por Alejandro Casona y Félix Gordon Ordás entre 1957 y 1958. Estas cartas forman parte actualmente del fondo documental de Félix Gordón Ordás conservado en el Archivo del Gobierno de la II República Española en el Exilio, ubicado en la Fundación Universitaria Española. La teoría de la literatura epistolar, junto con los estudios sobre las relaciones problemáticas entre ficción e historicidad, constituyen el marco del análisis. A través de la mencionada correspondencia entre el dramaturgo y el político republicano, ambos exiliados en ese momento, y con el apoyo de fuentes complementarias para contextualizar las alusiones socio-históricas y personales, este artículo explora el proceso de construcción de la identidad, así como sus efectos en el ámbito de la representación.

Ha sido publicado en la revista Anales de la literatura española contemporánea Vol. 41, No. 2, Drama / Theatre (2016) , págs.297-331, que promueve la Sociedad de Estudios Españoles e Hispanoamericanos y se puede consultar y descargar en la Biblioteca Digital del Tous pa Tous en el siguiente enlace:

Sobre la autora: Dra. Mª del Carmen Alfonso García

Breve currículum

María del Carmen Alfonso García es doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo y profesora titular de Literatura Española en el Departamento de Filología Española de la misma universidad. Es miembro del grupo de investigación  “Intersecciones: Literaturas, culturas y teorías contemporáneas”, de la Universidad de Oviedo, dirigido por la Dra. Isabel Carrera Suárez, Catedrática de Filología Inglesa, y, en la actualidad, coordina el Máster Universitario en Género y Diversidad.

Sus líneas de investigación tienen que ver con la literatura española contemporánea, con especial incidencia en los siguientes aspectos:el imaginario de finales del siglo XIX y su intertextualidad, la perspectiva de género (literatura, identidad nacional y género; género y representación; discursos de la autorrepresentación; literatura, espacio y género), las relaciones prensa–literatura y la literatura del exilio español republicano (con atención a Alejandro Casona). Una selección de sus publicaciones en este último aspecto incluiría las siguientes:

—Alfonso García, María del Carmen. 2016. “Algunas cartas entre Alejandro Casona y Félix Gordón Ordás. Meditaciones sobre los reflejos fragmentarios de dos vidas en el exilio”. Anales de la literatura española contemporánea (ALEC):41.2. 5-39.

—Alfonso García, María del Carmen. 2015. “A la sombra de una muchacha muerta en flor: la huella de Mariana Pineda en Cartas de Doña Nadie a Don Nadie (1998), de Matilde Cantos”. En Las escritoras españolas en el exilio mexicano: estrategias constructivas de una identidad femenina. Eds. Eugenia Houvenaghel y FlorienSerlet. México: Porrúa. 207-222.

—Alfonso García, María del Carmen. 2010. “Sobre la adaptación casoniana de El anzuelo de Fenisa: texto y espectáculo”. En Setenta años después. El exilio literario español de 1939. Actas del Congreso Internacional celebrado en la Facultad de Filología de la Universidad de Oviedo. Oviedo, 17 al 19 de diciembre de 2009. Eds. Antonio Fernández Insuela, Mª del Carmen Alfonso García, María Martínez-Cachero Rojo y Miguel Ramos Corrada. Oviedo: KRK Ediciones.

—Alfonso García, María del Carmen. 2008. “Revelar y revelarse: Los textos autobiográficos de Carmen Conde”. En En un pozo de lumbre. Estudios sobre Carmen Conde.  Ed. Javier Díez de Revenga y Mariano de Paco. Murcia: Fundación CajaMurcia. 9–32.

—Alfonso García, María del Carmen. 2007. “Con voz de mujer: Memorias de exiliadas republicanas (Al fondo, Aurora de Albornoz)”. En Palabras reunidas para Aurora de Albornoz. Ed. Begoña CamblorPandiella, José Antonio Pérez Sánchez y Leopoldo Sánchez Torre. Oviedo: Universidad de Oviedo/Ayuntamiento de Valdés. 13–38.

—Alfonso García, María del Carmen. 2004. “La literatura y la crítica literaria en las colaboraciones periodísticas de Alejandro Casona”. En Actas del “Homenaje a Alejandro Casona (1903–1965)”. Congreso Internacional en el centenario de su nacimiento. Eds. Antonio Fernández Insuela, Mª del Carmen Alfonso García, María Martínez–Cachero Rojo, María Crespo Iglesias y Miguel Ramos Corrada. Oviedo: Ediciones Nobel y Universidad de Oviedo. 581−599.

Inteligencia y documentación sobre una labra de Cangas del Narcea: las armas de don Fernando Osorio Valdés

Armas de don Fernando Osorio de Valdés (1586)
Señor de Salas y Valdunquillo
provenientes de su Casa en la villa de Cangas del Narcea.
Fotografía de Juaco López Álvarez.

El presente artículo, disponible desde hoy en la Biblioteca Digital del Tous pa Tous, expone la interpretación de una de las labras heráldicas más significativas de la villa de Cangas del Narcea de la que no existía aún un correcto entendimiento. Para ello se publica la escritura de hechura de dicho escudo, fechada en 1586, y se revela la historia de la Casa en que estaba colocado. La asignación de dichas armas a don Fernando Osorio de Valdés, señor de Salas y Valdunquillo, confirma la aproximación eminentemente personal de los escudos de los concejos asturianos.

Eugenia Astur, una mujer entre dos mundos

Enriqueta García Infanzón, conocida por el seudónimo Eugenia Astur nació en la villa Tineo el 10 de marzo de 1888, y allí falleció el 10 de enero de 1947

Enriqueta García Infanzón (Tineo, 1888-1947), que firmaba con el seudónimo de Eugenia Astur, escribió siempre desde una orilla propia que a un tiempo la mantenía al margen de los entresijos del mundo y le permitía calibrarlos e interactuar con ellos. Criada en el seno de una familia hidalga entre Tineo y Luarca, dos importantes villas del occidente asturiano, su ocupación fundamental fue la de cualquier muchacha con las mismas circunstancias en aquel tiempo: imbuirse de una buena educación católica y prepararse para el matrimonio. Enriqueta, que mostró interés por las artes plásticas y la literatura desde la infancia —en su estudio sobre el general Riego, confiesa que desde los tiempos en que era una chiquilla “con la imaginación presa aún en la quimera de hadas y dragones”, se nutría de las lecturas de la biblioteca de su abuelo—, pertenecía a la misma generación que autores como José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón o Ramón Pérez de Ayala, y, lo que seguramente es más importante, que autoras como Elena Fortún, Carmen Baroja o Matilde Ras.

Durante los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, cuando Enriqueta G. Infanzón empieza a tener cierta proyección pública con sus primeras novelas, comienzan también a vislumbrarse las demandas largamente postergadas de los movimientos en favor de la emancipación femenina. Los peinados a lo garzón, los vestidos ceñidos o la sustitución del corsé por el sujetador eran conquistas estéticas que traslucían un cambio de mentalidad en una parte de la sociedad. En España, un grupo de escritoras que amalgamaba varias generaciones, desde las que como Isabel Oyarzábal Smith eran más o menos coetáneas de la Generación del 98 hasta las más jóvenes Concha Méndez, Magda Donato, María Teresa León o Constancia de la Mora, pertenecientes a la del 27, publicaban en los periódicos y participaban en las actividades del Lyceum Club de Madrid, alumbrado y  presidido por María de Maeztu en aquellos años veinte. Sin duda, por sensibilidad, Enriqueta García Infanzón podía haber pertenecido a ese mundo, un mundo que, sin embargo, miró desde su apartada orilla en la villa de Tineo y con el que no llegó a estar de acuerdo al no sentirlo propio, pero un mundo también hacia el que se sentiría atraída, como deja entrever la lectura de su entrada biográfica en Escritores y artistas asturianos, obra que pergeñó el destajista de la cultura Constantino Suárez, Españolito. En esta entrada, como muchas otras escrita por la propia interesada —José Maldonado, quien fuera el último presidente de la Segunda República en el exilio, buen conocedor de Enriqueta por ser también tinetense, indica que la entrada sobre ella en Españolito es “inconfundiblemente autobiográfica” —, se dice que había una enconada “resistencia familiar” a que Enriqueta escribiera para el público, lo que la llevaría a editar sus obras cuando ya había sobrepasado los 30 años y bajo el seudónimo de Eugenia Astur.

Publica su primer cuento en 1917, en La lectura dominical, y su primera novela corta, significativamente titulada Memorias de una solterona, en 1919. Su firma se puede encontrar poco después en revistas de la emigración, como Asturias, de La Habana, y en periódicos como el ovetense Región o el gijonés La Prensa, pero no será hasta finales de los años veinte y principios de los treinta, coincidiendo con ese momento de esplendor intelectual que cuaja en la Segunda República, cuando su proyección intelectual llegue al máximo reconocimiento que alcanzó. Durante esta etapa publica en los diarios madrileños del tándem progresista José María Urgoiti — José Ortega y Gasset, tanto en el matinal El Sol como en el vespertino La Voz, pero en un momento en que esa impronta progresista había dado un giro tras perder Urgoiti la propiedad de ambos. Será también durante estos años cuando al fin saque a la luz una obra que llevaba realizando desde mediada la década de 1920, pero que no se publicará, debido a la situación política, hasta 1933. Esta obra se hizo realidad gracias a los papeles y cartas personales de Rafael del Riego encontrados en un archivo familiar, fue sufragada por la Diputación de Oviedo  y alabada mucho antes de su publicación por personajes de la talla intelectual de Fermín Canella o Álvaro de Albornoz. Se tituló Riego (Estudio histórico-político de la Revolución del año veinte), y por el aporte de fuentes primarias sigue siendo un libro de referencia para el análisis de ese periodo histórico. El 12 de octubre de 1935, durante la Fiesta de la Raza recibe en Oviedo el premio asignado al tema “Fermín Canella, su vida y sus obras”, que ganó junto con Benito Álvarez Buylla. Sin embargo, el leve refulgir pasa pronto, porque llegaron luego la guerra civil y los tristes años de posguerra, que supusieron para Enriqueta un largo silencio. Desde entonces, publica poco y cuando le ofrecen colaboraciones —lo hace por amistad Jesús Evaristo Casariego, durante los años de posguerra director del diario El Alcázar en Madrid— da largas o declina amablemente.

No publicará ninguna otra obra en vida. Póstumamente, en 1949 aparece editado por La Nueva España y bajo el impulso de la hermana de la autora, Milagros García Infanzón, el drama teatral La Roca Tarpeya, que ya desde el título —hace referencia al lugar que en la Roma republicana se utilizaba para ajusticiar a asesinos y traidores— tiene una clara intención política. Se trata de una obra en tres actos, bien estructurada y que se lee actualmente como curiosidad histórica por la carga anticomunista que contiene. La acción se desarrolla en su parte fundamental en un país llamado Eslavia, fácilmente identificable con la Unión Soviética estalinista. La trama consiste en el viaje que una joven, llamada Alejandra, pretende realizar a ese país en compañía de su maestro Segismundo. Un viaje al que se opone Román, el pretendiente de Alejandra. El viaje se lleva a cabo, pero únicamente en el sueño que Alejandra tiene la misma tarde en que debe partir. En aquel país, Alejandra se desencanta por completo del sistema político-social del que estaba prendada. Y será víctima de los excesos del estalinismo, que la encasilla como una española “que con sus coqueterías de mujer meridional consigue excitar a estudiantes y profesores”. Además, en 1991 la editorial Azucel reúne, con prólogo de Jesús Evaristo Casariego y un ilustrativo epílogo de Rafael Lorenzo sobre el entorno familiar y social que rodeó a Eugenia Astur en Tineo, lo esencial de su obra breve: el cuento Rosina y las novelas cortas Memorias de una sol­terona y La mancha de la mora —recopiladas por primera vez en volumen en 1921—. En el año 1998, con una presentación de Cecilia Meléndez de Arvas, se editó el trabajo que le habían premiado en Oviedo en 1935: Fermín Canella, su vida y sus obras. Y en el año 2000, de nuevo Cecilia Meléndez de Arvas, edita Epistolario de Eugenia Astur. Por otra parte, en la Biblioteca de Astu­rias, adquirida al médico luarqués Fernando Landeira, se conserva parte de la correspondencia de Enriqueta García Infanzón, entre los años 1921 y 1938, que con­tiene cartas del egregio Armando Palacio Valdés, del li­terato valdesano Casimiro Cienfuegos, del político José Maldonado o de Carlos Canella Muñiz. De esta correspondencia merecen especial atención las cartas entre Casimiro Cienfuegos y Eugenia Astur, que desvelan un amor clandestino en el que lo literario y lo personal se fueron mezclando para terminar en ruptura. Y en las últimas décadas se han ocupado de glosar la figura de Enriqueta G. Infanzón autores como Senén González Ramírez o Manuel Fernández de la Cera.

Portada de la novela de Eugenia Astur, “Dos mujeres”

Pero habíamos dejado a Enriqueta G. Infanzón escuchando desde su orilla, con cierto distanciamiento, el rumor de ese riachuelo del feminismo que comenzó a asomar en España tras la Primera Guerra Mundial. Pertenece por edad a una generación que sale a Europa y tiene en Ortega su vigía intelectual, que introduce las vanguardias y comienza, por tanto, a remozar la literatura y el arte de las generaciones anteriores, aquellos ya viejos estandartes del Modernismo y el Noventayocho. Sin embargo, Eugenia Astur, tanto a nivel estético como estilístico parece más próxima a esas generaciones precedentes que a la suya. El lector de la novela Dos mujeres, se verá al punto envuelto por un estilo en ocasiones un tanto arcaizante, que bebe de los clásicos españoles —con ese uso y abuso de la posposición del pronombre personal a la forma verbal, como “hacíale”, “servíale”, de los reflexivos, etc.— y también bebe de la sonoridad propia de la lengua asturiana e, ineludiblemente, de la fuente de la novela galante al más puro estilo Eduardo Zamacois. Pero no solo, porque en la novela Dos mujeres, más allá de la carcasa puramente argumental, en la que el joven ingeniero Javier Nadal se debate entre dos amores —excitante, inteligente, oscuro y felino el uno; candoroso, tierno y virginal el otro—, en la reconstrucción del trasfondo histórico, que abarca desde la Dictadura de Miguel Primo de Rivera hasta la Revolución de Octubre de 1934, la autora se muestra muy informada de lo que sucedía en cada uno de aquellos momentos que vivió directamente. Era muy consciente de lo que se hablaba en las tertulias de los cafés madrileños, de lo que pensaban algunos destacados políticos y de por dónde iban las tendencias artísticas. Y todo lo ve con ese distanciamiento un tanto british, una pizca altanero y tendente al conservadurismo, que le proporciona la mirada desde su orilla. En este sentido hay una mezcla de personajes, reales unos —el dibujante Bagaría, el periodista Félix Lorenzo, el escritor Gabriel Alomar—, imaginarios otros y ocultos bajo nombres en clave algunos que son claramente identificables —como ese Pepe Ruiz Pérez que es sin duda José Díaz Fernández, autor de las novelas El blocao y La venus mecánica, al que muy probablemente conocía la autora; o Alvarado, tras el que se encuentra Álvaro de Albornoz, ministro de Fomento durante la Segunda República y fundador junto a Marcelino Domingo del Partido Republicano Radical Socialista—. A estos últimos se los muestra con distanciado cariño y hay para con ellos como una reconvención de maestra enfurruñada con lo que están haciendo sus alumnos. Una impresión que seguramente se hace palpable porque la novela está escrita una vez pasados los acontecimientos.

Tan contradictoria como todo ser humano, Enriqueta G. Infanzón fue una mujer moderna y de su tiempo, que luchó por su independencia intelectual y consiguió tenerla, pero a la vez, su educación sentimental la ancló a un mundo en que la mujer que tenía un fracaso amoroso se quedaba para vestir santos o solterona, según las expresiones que un tanto despectivamente se utilizaban entonces para designar esa situación civil. El fracaso amoroso se trasluce en una de sus primeras novelas cortas: Memorias de una solterona, en cuyo aviso “al lector” Eugenia Astur confiesa no ser capaz de enfrentarse al público con su propio nombre, seguramente, entre otras razones que arguye, por la carga autobiográfica de la novela, en la que entre los amoríos de una rica señorita de la villa de Arganda (sin duda, Tineo) y un sentimental joven madrileño, se interpone la hija, a la sazón mas bien fea, de un indiano con posibles. Al decir de quien la conoció bien, es decir, de nuevo José Maldonado, que le escribe al editor José Antonio Mases en 1984 para excusarse de no hacer el prólogo solicitado para la reedición facsímil del libro sobre Riego, algo así pudo ocurrirle a Enriqueta: “Podría haber contado que un fracaso sentimental —que no hay por qué ocultar a estas alturas— cambió brusca y radicalmente el rumbo de quien había centrado sus aspiraciones en la plácida o monótona existencia de un matrimonio burgués; porque, en efecto, esa peripecia no sólo no amilanó a quien sufría sus consecuencias, sino que hizo surgir de ella un derivativo que le dio un nuevo sentido a su vida, el de dedicarse en serio a la creación literaria, actividad que, hasta entonces, sólo había constituido para ella un pasatiempo”.

Estamos ante una autora que desde su orilla se debatió entre el conservadurismo propio de su entorno familiar y un liberalismo de corte democrático que acabaría por desencantarla. Alguien que desde su orilla consiguió independencia intelectual sin dejar nunca atrás el mundo familiar que la marcó desde la cuna, que escribió alejada del bullicio y el éxito rotundo, inmersa en su vida de pequeña villa interior, con sus cotilleos, sus convenciones y su figurar socialmente, pero siempre con un ojo puesto en aquello que la llevaba mas allá de esas constreñidas fronteras y la conectaba con la ancha realidad exterior, dedicándole esfuerzos a algo para lo que estaba indudablemente dotada y le ayudaba a ver el mundo de otra manera: la literatura. Estamos ante una autora entre dos mundos que, inmóvil, observó siempre la realidad desde la orilla del río, haciéndose cargo del discurrir imparable del torrente de aguas que renuevan incansablemente el mundo para que jamás se bañe nadie dos veces en el mismo río. Estamos ante una autora muy consciente de que la escritura es ese sentir solitario, ese estar solos en la orilla contemplando un universo propio que nadie mas puede ver. Estamos, en fin, ante una autora que comenzó a publicar tardíamente, no puso demasiado empeño en una carrera que pudo ser más exitosa y dejó varias obras inéditas —entre ellas, al parecer, las novelas La cruz de la victoria, Casamolín y El último hidalgo; las obras de teatro El secreto de Budha y Amoríos reales; o el ensayo Palacio Valdés y las mujeres de sus novelas—. Una de esas obras inéditas, no mencionada ni por la información editorial que solían traer los libros sobre la obra de los autores en esos años veinte y treinta, ni por quienes se han ocupado hasta el momento de Enriqueta G. Infanzón, es la novela Dos mujeres, que acaba de ver la luz.

A la memoria de Agustín Jesús Barreiro Martínez (1865-1937), naturalista, antropólogo e historiador de la Ciencia de la Naturaleza

Agustín J. Barreiro con el birrete de doctor en 1909.

La biografía de este hijo de la desaparecida Casa Barreiro, de Cibuyu (Cangas del Narcea), que fue una autoridad en el estudio de la historia de la ciencia española, puede leerse en varias publicaciones, tanto en papel como en internet. Sobre él escribieron personalidades como Ignacio Bolivar (1850-1944), catedrático de Entomología y director del Museo de Ciencias Naturales, en su contestación al discurso de ingreso de Barreiro en la Real Academia de Ciencias en 1928; Constantino Suárez (1890-1941) en Escritores y artistas asturianos (Madrid, 1936), en donde además enumera todas sus publicaciones hasta 1934; Ignacio Acebal que escribió “La obra científica del P. Agustín Barreiro” en la revista Archeion, 22 (1940); Jesús Álvarez Fernández OSA que redactó su biografía y enumeró sus obras para el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia, y Eduardo Hernández Pacheco (1872-1965), catedrático de Geología de la Universidad de Madrid, y Emiliano Aguirre, catedrático de Paleontología, en sendos prólogos a la historia de El Museo Nacional de Ciencias Naturales (1711-1935) que escribió Barreiro. Nosotros vamos a hacer un breve resumen de su biografía.

Agustín Jesús Barreiro nació en 1865. Sus padres fueron Manuel Barreiro  y Josefa Martínez. Fue el mayor de cinco hermanos: dos emigraron a Argentina (uno trabajó de cocinero en un ballenero) y otros dos se quedaron en el pueblo. Él, después de estudiar en la escuela de Cibuyu, marchó con 15 años a Valladolid al Colegio de Agustinos Filipinos donde se ordenó en 1882. No fue el primer religioso de la familia: tenía una tía monja y un tío canónigo. Después continuó sus estudios teológicos en La Vid (Burgos) y El Escorial. El 16 de septiembre de 1889 está en Barcelona, camino de Filipinas, y desde allí escribe a su casa:

El día 20 del presente embarcaremos con dirección a Manila 24 compañeros y connovicios agustinos, acompañados de religiosos recoletos y franciscanos. […] El buque en donde haremos el viaje se llama “San Ignacio”. Si desea algún encargo para fray Antonio Fuertes o para mi tío me lo hace presente por carta al convento de San Pablo de Manila Agustinos Filipinos.

En Filipinas estuvo cinco años, que fueron determinantes para este joven de Cibuyu. El descubrimiento de la exuberante naturaleza de aquellas islas, y el contacto con una cultura tan diferentes a la que dejaba atrás, hizo que se aficionase al estudio de las ciencias naturales y la antropología. Aprendió la lengua nativa  y fue destinado a la provincia de Pampanga, al norte de Manila. El 29 de junio de 1891 escribe a su casa desde Lubao:

[…] desde aquí adelante en lugar de Lubao escribirán a Floridablanca, que es un pueblecito inmediato a este, a donde supongo pasaré como párroco dentro de unos días. En este pueblo de Floridablanca no hay convento o casa parroquial, como en los demás pueblos, aunque sin embargo se dispone de una casita de madera cubierta con tejido de vipa, que es una hoja con que suelen cubrir los indios sus casas después de colocarla en forma conveniente para que no gotee cuando llueve. En cuanto a los sirvientes, suelen escogerse muchachos indios que después de educados sirven regularmente. La comida, sobre poco más o menos, es la que se da en nuestros colegios de España, pues aquí se puede disponer de pan, carne y pescado bueno o por lo menos regular. Tengo una ventaja en ese pueblo y es que a corta distancia del mismo se hallan el padre con quien he aprendido idioma, y un compañero y condiscípulo mío con quien puedo pasar el rato casi todos los días.

De Floridablanca pasó a las parroquias de Candaba, San Luis, San Fernando y San Simón. En 1894 regresó a España y se dedicó a la enseñanza de las ciencias naturales en colegios de agustinos. Como carecía de título universitario, estudió el bachillerato en el instituto de Valladolid y la carrera de Ciencias Físico-Naturales en la Universidad de Salamanca, obteniendo la licenciatura en la Universidad Central de Madrid en 1902 y doctorándose en esta misma universidad en 1909 con la tesis: “Estudio psicológico y antropológico de la raza malayo-filipina desde el punto de vista de su lenguaje”. Impartió clases en la Universidad de Valladolid como auxiliar de cátedra. En 1914, por problemas de salud, abandonó la enseñanza y se trasladó a Madrid, donde se dedicará plenamente a la investigación.

Se especializó en el estudio de la zoología de invertebrados y la antropología, pero a partir de los años veinte se centró en el estudio de la historia de las ciencias de la naturaleza en España, reivindicando el papel que habían tenido los estudiosos en esta materia y las expediciones científicas españolas en América, Extremo Oriente y África, sobre todo en los siglos XVIII y XIX. Lamentablemente parte de las colecciones de estas expediciones se había perdido por abandono y los resultados, en la mayoría de los casos, nunca se habían publicado. Como escribió Ignacio Bolivar en 1928: “Podría decirse en verdad que ningún otro país gastó más ni contribuyó menos a la bibliografía científica. […] ¡Cuánta labor, cuánta inteligencia y cuánto dinero malgastados inútilmente!”. El mérito de Barreiro fue dar a conocer los trabajos de estos investigadores olvidados y relegados. Buscó la información, que estaba dispersa en archivos, museos o el Jardín Botánico, así como en las familias de los investigadores. Su gran obra en este ámbito fue la Historia de la Comisión Científica del Pacífico (1862 a 1865), editada por el Museo Nacional de Ciencias Naturales y la Junta para Ampliación de Estudios de Investigaciones Científicas en 1926, y la publicación en 1928 del diario de esta expedición escrito por Marcos Jiménez de la Espada.

Otra de sus grandes aportaciones fue la Historia del Museo Nacional de Ciencias Naturales, fundado en 1771, al que él llamaba “nuestra casa solariega”. El libro se publicó póstumamente en 1944, con un extenso prólogo de Eduardo Hernández Pacheco, y se reeditó aumentado en 1992, con una larga introducción de Emiliano Aguirre. Es una obra que todavía hoy sigue siendo imprescindible para conocer el devenir de esta institución hasta 1935, así como el desarrollo de las ciencias naturales en España, pues desde el siglo XVIII su estudio estuvo muy ligado a este museo.

Barreiro será uno de los pocos historiadores españoles en este campo. En 1932, el historiador de las ideas científicas Francisco Vera (1888-1967), “republicano, masón y teósofo”, en un artículo sobre “La enseñanza de la historia de las ciencias en España” destaca solo a cinco personas:

En este orden de ideas quiero destacar cinco nombres: José A. Sánchez Pérez, profesor del Instituto-Escuela de Madrid, y los catedráticos universitarios José M. Millás Vallicrosa y Francisco Cantera, de Madrid y Salamanca, respectivamente, en las ciencias exactas y físico-químicas, y el académico P. Agustín Barreiro y el profesor Francisco de las Barras en las naturales, quienes allegan meritísimos materiales para el conocimiento de la historia de la Ciencia española (Archeion, XIV, págs. 91-93)¹

Agustín J. Barreiro, 1923. Fotografía de ‘El Adelanto’, 24 de junio de 1923.

Además de dedicarse a la investigación, Barreiro realizó una ingente labor para difundir el olvidado trabajo de aquellos naturalistas españoles que él estudiaba. Dio muchas conferencias en ciudades españolas y asistió a numerosos congresos de Ciencias (Sevilla, Valladolid, Bilbao, Barcelona, Oporto, Coimbra, Lisboa, Salamanca). En una noticia sobre el Congreso de las Ciencias de Salamanca que publicó El Adelanto, el 24 de junio de 1923, se dice sobre Barreiro:

El padre Barreiro tiene su mejor cualidad en el ardor y entusiasmo por comunicar a todos su ciencia. Es un misionero de la ciencia, pues expone por ella su vida, sacrificando más de una vez su salud.

Su trabajo fue reconocido por la Real Academia de las Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, que lo eligió como miembro de número en 1927. Su elección fue una noticia destacada en la prensa, pues era el primer religioso que entraba en esta academia fundada en 1847. Su discurso de ingreso trató sobre su amada Filipinas y el papel de los españoles en su conocimiento: “Características de la fauna y de la flora filipinas y labor española en el estudio de las mismas”.

Esa labor de divulgación y promoción de las ciencias también la hizo en otras sociedades científicas, a las que perteneció y en las que participaba activamente. Fue socio fundador de la Sociedad Española de Antropología, Prehistoria y Etnografía, creada en 1921, en la que fue elegido presidente en 1926; miembro de la Real Sociedad Geográfica Española y de la Sociedad Española de Historia Natural, y fundador y presidente de la Asociación de Historiadores de la Ciencia Española, fundada en 1934.

Fue una persona muy respetada. Los que lo conocieron dijeron de él que era modesto, asequible y de trato amable. Eduardo Hernández-Pacheco lo calificó como “hombre sabio y bueno” y el diario El Adelanto lo definió como de “carácter comunicativo y sencillo, afable y simpático en extremo, vive en relación y amistad con los más sabios de España, estimado y ponderado aun por lo que en religión tienen ideas opuestas” (24 de junio de 1923). En Región, de Oviedo, con motivo de su entrada en la Real Academia de Ciencias, escribieron lo siguiente:

En España, el mérito extraordinario del P. Barreiro está para los científicos muy por encima de cualquier otra consideración, cuando militan en campo opuesto al suyo. […] y han sido principalmente figuras de las izquierdas las que ahora le han llevado a la Academia, dispensándole un honor que se concede por primera vez a un sacerdote.

Mantuvo estrecha relación con Asturias y con Cangas del Narcea. Fue socio del “Tous pa Tous. Sociedad Canguesa de Amantes del País” desde su fundación en 1926 y hasta su disolución en 1932, y en el boletín de esta asociación, La Maniega (1926–1932), se informaba puntualmente de sus éxitos y publicaciones. Enviaba todos sus libros a la biblioteca del colegio de segunda enseñanza de Cangas del Narcea, al que también donó varias colecciones de ciencias naturales. Asimismo, ayudaba a los cangueses emigrados en Madrid, que no eran pocos. La Maniega da noticia de todo ello en 1927, con motivo de su nombramiento como académico:

Cuando el padre Barreiro se ve más asistido por el éxito en sus publicaciones jamás se olvida de que en la escuela de Cibuyo aprendió a leer, y de todas aquéllas manda ejemplares dedicados a nuestro Colegio de segunda enseñanza [de Cangas del Narcea]. El Tratado de Historia Natural, el de Higiene Humana, el estudio comparativo de la raza malayo-filipina, el del origen de la raza de las Islas Carolinas, el comparativo de las lenguas aborígenes, polinesias y americanas, la Historia de la Comisión científica al Pacífico, están, pues, al alcance de los cangueses. A nuestro Colegio ha donado algunas colecciones mineralógicas y raros ejemplares madrepóricos.

De la vida religiosa de nuestro eximio paisano sólo sabemos que ha ejercido en la Orden los más delicados cargos. Su gran virtud, su claro don de consejo, su abnegación asistiendo a los enfermos trascienden en los más dilatados contornos de [iglesia del] Beato Orozco en los barrios de Salamanca y Pardiñas, y son muchos los cangueses en Madrid que a él acuden cuando se ven agobiados por sus cuitas, sus problemas o su desamparo. Las penas de los cangueses, la cultura canguesa, el bienestar cangués le merecen atención preferente, y justo es, por eso, que el concejo conozca y dedique loores al hijo que tanto vale y tanto le ama. (La Maniega, núm. 9 , agosto de 1927, 10-11).

El padre Barreiro falleció en Madrid el 25 de marzo de 1937, durante la Guerra Civil, refugiado en la embajada de Chile. Tenía 72 años de edad.

Ahora, el 12 de julio de 2020, casi cien años después de publicarse aquellas palabras en La Maniega, un nuevo Tous pa Tous va a colocar una placa a su memoria en el pórtico de la iglesia parroquial de Cibuyu para que sus vecinos y los que se acerquen hasta allí conozcan y recuerden quién fue Agustín Jesús Barreiro Martínez, un hijo de Casa Barreiro de Cibuyu (Cangas del Narcea), naturalista, antropólogo y, sobre todo, historiador de las ciencias de la naturaleza.


¹ Citado por José M. Cobos Bueno, “La Asociación Española de Historiadores de la Ciencia: Francisco Vera Fernández de Córdoba”, Llull, 26 (2003), 57-81.


La calle Dos Amigos de Cangas del Narcea. Historia y vivencias

De pie, Cesar García Otero, Marta Muñiz y Maite Muñiz. Sentados, Alejo Rodriguez Peña, Jesús y Victorino Linde, y José Manuel Aller, en la calle Dos Amigos, h. 1970.

Varios antiguos vecinos de la calle Dos Amigos, de Cangas del Narcea, han reconstruido la historia de esta calle y recordado sus vivencias en ella. Todos han nacido en la calle, unos en los años cuarenta y los más jóvenes a finales de los sesenta del siglo XX. Juaco López escribe sobre los inicios de la calle en 1930, que fue promovida por los “amigos” Alfredo Ron y José Flórez; Manuel Flórez, nieto de uno de los promotores, relata la construcción de los edificios de la calle y los negocios que había en ella; Asun Rodríguez recuerda la edificación de su casa, la número 7, levantada por su abuelo el carpintero Lin de Peña, y María José López y Maite Muñiz, así como Francisco Redondo, recuerdan sus vivencias en aquella calle en la que transcurrió su infancia y primera juventud.

ENLACES:

  1. Historia de la calle Dos Amigos de Cangas del Narcea, por Juaco López Álvarez.
  2. Calle Dos Amigos de Cangas del Narcea. Edificios y establecimientos, por Manuel Flórez González.
  3. Recuerdos de la calle Dos Amigos. El número 7, por Asun Rodríguez Fernández.
  4. La calle Dos Amigos. Al Alimón, por Mª José López y Maite Muñiz.
  5. “La calle”, por Francisco Jesús Redondo Losada

Historia de la calle Dos Amigos de Cangas del Narcea

Izda.: Casa de Trapiello desde la calle de La Fuente, 1930. Fotografía de José Luis Ferreiro. Dcha.: Calle Dos Amigos vista desde la calle de La Fuente en la actualidad.

Los inicios de la calle

La historia de esta calle comienza en el mes de marzo de 1930 con el derribo de una casona del siglo XVI. Situada en la calle de la Iglesia (hoy, calle Rafael Fernández Uría), en aquel tiempo era conocida como la casa de Trapiello por el apellido de sus últimos propietarios. Gracias a Roberto López-Campillo sabemos que fue construida por Fernando Osorio de Valdés, señor de Salas y sobrino-nieto del famoso arzobispo de Sevilla Fernando de Valdés y Salas, y levantada por el cantero Pedro Pérez de la Agüera, vecino de Güemes, en Trasmiera (Cantabria), que contrató la obra en 1582. En su fachada figuraba un gran escudo que hoy se conserva en el portal de la casa de Ferreiro, en el n.º 1 de la plaza del notario Rafael Rodríguez.

El derribo de esta casa va a  suponer un cambio muy significativo en la villa, tanto para la trama urbana como desde el punto de vista social. Mario Gómez describe estos cambios en la revista La Maniega (n.º 25, marzo-abril de 1930):

              Ya han empezado los derribos de lo que veníamos llamando casa de Trapiello. […] Está desapareciendo el que fue palacio de los condes de Miranda, el que más tarde legó D. José Fernández Flórez a su doméstica Pachina, y que pasó luego a manos de los Trapiello. Con el recio arco de sillería, con el típico patio de espacios corredores, se va de Cangas algo muy característico de sus tiempos señoriales; se va la pátina que dejaron unos siglos del mayor poderío cangués. Las piedras heráldicas, orgullo y blasón de unas generaciones, dejan sitio para airosos balcones y alegres miradores; de aquellas carcomas, y de aquellos sentires estrechos y tradicionalistas, surge una nueva vida, más rica, más activa, más sociable y más culta e igualitaria y de miras amplias y mundiales.

Izda.: Casa de Trapiello derribada en 1930. Dcha.: Entrada a la calle Dos Amigos con la casa levantada por Luis González “Silvela” en 1950. Fotografía de Alarde, hacia 1960.

Los promotores del derribo fueron dos vecinos de Cangas del Narcea: Alfredo Ron González y José Flórez García “Pachón”, que tenían el proyecto de abrir una nueva calle en el solar de la casa y en su huerta, parcelar el terreno y venderlo para la construcción de viviendas. Desde el siglo XVI esta casa tenía en su trasera una gran huerta con una puerta que daba acceso a La Vega.

La apertura de esta calle va a permitir que la calle de la Iglesia se comunique con La Vega y el barrio de El Caleal. Se traza en línea recta,  paralela a la calle Mayor, y al final, ante la imposibilidad de seguir de frente, la calle da un quiebro de noventa grados para bajar a La Vega por una pronunciada cuesta.

Travesía Dos Amigos o cuesta de Las Güertonas

La calle se bautiza con el nombre de “Dos Amigos” y en la placa figuraran los nombres de los dos promotores que la abrieron. Por su parte, la cuesta se llamará “Travesía de Dos Amigos”, aunque durante muchos años se conocerá como cuesta del Aldeano o cuesta de La Güertona.

Los “dos amigos” eran personas muy conocidas en Cangas del Narcea. Alfredo Ron era hijo de Estanislao Ron Bailira, natural de Pesoz, y de Saturnina González Pardo, de Villar de Vildas. En 1930 tenía 63 años de edad, estaba soltero y vivía en la calle de La Fuente en compañía de dos hermanas y un sobrino, en una casa construida por él y cuya fachada da a la calle de la Iglesia. Su profesión, según el padrón de ese año, es “propietario”. Pero era mucho más. En 1915, el periódico Narcea lo define como “recaudador de contribuciones, propietario, cosechero de vino, fabricante, prestamista”. Y en efecto, fue el recaudador de las contribuciones de la Zona de Cangas del Narcea (Degaña, Ibias, Leitariegos y Cangas) desde 1894 a los años cuarenta. Poseía viñas en Oubanca. También explotó madera de roble en el curso alto del río Ibias y construyó una serrería con un salto de agua y una turbina de 68 caballos en La Viliella, y en 1942 estaba extrayendo antracita en mina “Rufina”, en San Martín de Eiros, para lo que solicita instalar un cable aéreo con el fin de transportar el carbón desde la explotación a la carretera de Ventanueva-Puente de Corbón; autorización que se le concede en diciembre de aquel mismo año. Es decir, Alfredo Ron fue un inversor en todo lo que daba dinero en Cangas y una de sus inversiones va ser esta nueva urbanización en el centro de la villa.

Placas calle Dos Amigos

Su socio y amigo, José Flórez García, de casa Pachón de Ambasaguas, tenía 47 años en 1930 y vivía en el barrio de El Corral. Era propietario de una sierra de madera y de un importante taller de carpintería en El Reguerón; también construía edificios por encargo. Estaba casado con Amalia Manso Alonso y tenían once hijos. Los mayores, Julio y Joselín, ya trabajan en la carpintería y poco después les seguirán Manuel y Ramón. Fabricaban muebles de calidad (dormitorios completos, armarios, mesas, sillas) y toda clase de carpinterías para casas, empleando maderas del país, sobre todo castaño.

Cangas del Narcea en 1915; en rojo el trazado de la calle Dos Amigos abierta en 1930 con el derribo de la casa de Trapiello. Fotografía de Benjamín R. Membiela.

Esta operación urbanística de la calle Dos Amigos coincidió en el tiempo con otra de gran importancia, también en el centro de la villa. Fue el derribo del convento de dominicas, situado en la calle Mayor, y que supondrá la apertura de la calle Maestro Don Ibo y la puesta en el mercado de muchas parcelas para construir.

El ambiente y las expectativas de negocio que existían en Cangas del Narcea en aquel tiempo para este negocio los conocemos a través de un diario de la vida local que escribió en 1930 el médico Manuel Gómez Gómez. Así lo cuenta:

[31 de marzo de 1930]

Hoy empezó el derribo de la casa de Trapiello que, según se dice, compraron en sociedad D. Alfredo Ron y Pachoncín. No sé sabe que piensan hacer, pero en la villa el comienzo de las obras fue muy bien recibido porque, bajo el punto de vista artístico y aun histórico, se pierde un caserón muy antiguo con un gran escudo de la Casa de Alba, pero resultan unos cuantos solares que están haciendo mucha falta y es como una promesa de muchos jornales, cosa importante, porque este invierno escasearon mucho. Además, era [una casa] muy antihigiénica, porque el patio, muy destartalado, estaba siempre sumamente sucio y con estiércol y aguas estancadas.

La creencia general es que para Alfredo Ron y Pachoncín será un mal negocio, porque desde el momento en que se resolvió el derribo del convento de las monjas los que piensan comprar solar, y acaso comprasen de los de la casa de Trapiello, esperaran porque los del convento son mucho más céntricos.

Cuando hace un año se empezaron por Alfredo las negociaciones para la compra de dicha casa surgió un incidente que hizo creer en un ruidoso pleito. Parece ser que un antepasado de María Argüelles había dejado en herencia dicha casa a un antepasado de los Trapiello, pero con la condición de que si alguna vez se dividía volvería la propiedad a su familia. Se dividió entre los Trapiello de Tineo y los de Cangas, y fundados en eso sostenían algunos que tenía María Argüelles probabilidad de ganar el asunto. Las monjas consultaron fuera el asunto, porque como es monja María Luisa Trapiello a ellas pertenece la parte correspondiente a los Trapiello de Cangas. Es de suponer que los de Tineo también habrán consultado y, según se dijo como cosa cierta, en virtud de esas consultas la propiedad es de los Trapiello. Lo cierto es que la gente cesó de hablar de este asunto y cuando ahora se dijo que había hecho la compra Alfredo Ron, en sociedad con Pachoncín, apenas se mencionó el asunto de María Argüelles.

[28 de noviembre de 1930]

La calle que Alfredo Ron y Pachón están construyendo de la Plaza al sitio de la Vega llamado El Caleal ya une los dos puntos, y en cuanto a explanación solo falta ensancharla. Por ahora, no puede utilizarse porque es un barrizal intransitable.

Esta calle la hacen para transformar en solares la huerta de Trapiello que compraron con la casa. Hasta ahora no se sabe que hayan vendido ni un palmo de terreno, ni siquiera que haya nadie tratado de comprar nada, pues si bien dicen que los de Alfonso preguntaron por el precio de la huerta lindante de su casa, desistieron de comprar en vista de lo caro.

Se dijo que don Marcelino Peláez había preguntado el precio de la casa de la Caruja, que es donde las dominicas tienen el colegio, pero que no se habían puesto de acuerdo. También se habló de otros compradores de solares en lo que hoy es convento, pero públicamente no se sabe nada de fijo. La gran abundancia de solares, por estar a un tiempo en venta todos los de la casa y huerta de Trapiello y todos los del convento, hace que se retraigan los compradores, que no pueden ser muchos porque aquí no hay americanos ricos; los ricos de Cibea y San Juliano no tienen afición a la villa y los comerciantes –únicos que necesitan locales en el centro y que tienen algún dinero- no tienen bastante para inmovilizar veintitantos mil duros que se calculan necesarios para una casa que esté en consonancia con los cuatro a seis mil duros que costaría el solar.

Una prueba de que en Cangas no hay capitales que permitan adquirir casas de ese precio, es que la casa llamada de la Fonda en La Refierta estuvo en venta bastante tiempo y al fin se vendió en 17 ó 18 mil duros porque la compró Calamina, de Vega de Rengos, para alquilarla, y la posesión de La Cortina, que es lo mejor que hay aquí para pasar el verano, estuvo también en venta mucho tiempo y al fin la compró un indiano de Allande en otros 17 á 18 mil duros.

Es verdad que la viuda de don Joaquín Rodríguez (de Nardo) vendió en la carretera [calle Uría] una casa sumamente antihigiénica en 20 mil pesetas a un aldeano que vive en Madrid, pero eso demuestra que aquí y de aquí hay muchos capitalistas, muchas personas, que de camareros, serenos, etc. hicieron una pequeña fortuna que les permite retirarse a su pueblo o, mejor dicho, a la capital de su ayuntamiento, pero no hay más que eso. Los pocos que tienen más de 20 mil duros o tienen casa o necesitan el dinero para su comercio. Algunos pocos tienen más de ese capital en fincas de aldea.

Calle Dos Amigos en 1970

Las previsiones de Manuel Gómez no iban descaminadas y, además, la guerra civil no favoreció mucho las cosas. Hasta los años cuarenta no se levantaron los primeros edificios en la calle Dos Amigos y algunos solares tardaron más de cincuenta años en ser edificados, como sucedió con el solar del n.º 1, depósito de carbones de Alfredo Ron hasta su venta a mediados de los años cincuenta al panadero Francisco Álvarez del Otero “El Astorgano”, o con los solares del fondo de la calle, un espacio conocido como La Güertona, que no se construirán hasta los años noventa.

La ocupación de los solares comenzó a mediados de los años cuarenta y fue intensa en los años cincuenta. La mayor parte son casas de cuatro pisos con grandes ventanas a la calle, carpinterías de castaño y cocinas de carbón; todas ellas carentes de calefacción central y ascensores. La población y la minería comenzaban a crecer y con ellas la necesidad de viviendas. Además, una nueva generación de profesionales y técnicos demandaba un tipo de viviendas que en Cangas en aquel tiempo no abundaba. En los años cincuenta fue una calle de alquileres caros. A fines de 1951, el médico Rafael Fernández Uría ocupó el primer piso de la casa del n.º 2, pagando una renta de 700 pesetas al mes; el alquiler de vivienda más elevado en Cangas en aquel tiempo.

Portales números 4 y 8 de la calle Dos Amigos.

Los dos promotores, según nos cuenta Manuel Flórez González, nieto de José Flórez García, dividieron la calle en dos partes: la margen izquierda para Alfredo Ron y la derecha para José Flórez. El primero vendió los solares, pero el segundo, construyó él mismo casi toda la margen derecha, desde el n.º 4 al 10. En este último levantó su propia casa, un chalé unifamiliar. El edificio del n.º 2 fue construido por Luis González Perdiz “Silvela” en 1950. Del n.º 10 en adelante, no se construyeron más edificios en la calle, porque esos terrenos no eran propiedad de la casa de Trapiello, sino huertas traseras que pertenecían a tres casas de la calle Mayor. La relación de todas las casas de la calle Dos Amigos y de los establecimientos comerciales que había en sus bajos, nos ha sido proporcionada por Manuel Flórez González, y a ella les remitimos.

 

Los años sesenta

Chalet de José Flórez, construido en 1944

Entre los años cincuenta y mediados de los setenta del pasado siglo fue una calle muy poblada y con mucha actividad. En ella nacimos muchos. En la calle y aledaños pasamos gran parte de nuestra infancia. Jugábamos en la misma calle, en el solar de La Astorgana y en La Güertona, se hacían “campamentos”, tómbolas con tebeos y juguetes viejos, se jugaba a las chapas en las aceras; al gua en La Güertona, que estaba de tierra; a la comba, la goma, el cascayu, el fútbol e incluso al tenis, a “cuchi, teje, ojo” y hasta se hacía teatro en los portales o unos modestos juegos olímpicos cuyos premios eran unos caramelos que daba Lucia Pachón. No circulaban coches. Los únicos vehículos aparcados en la calle eran el Land Rover de Correos y la Vespa del cartero. Por el día había mucho movimiento de gente, sobre todo, a la oficina de Correos (que durante mucho tiempo identificó a esta calle, conocida por la mayoría como “la calle Correos”), al Bar Royalty, regentado por Manolo (natural de Llano) y Fuencisla, y a la Sastrería Linde, de Victorino Linde y Delia Menéndez, a la que acudían numerosos clientes, viajantes de pañería y también vecinos de los pueblos de El Puelo y Villavaser (Allande), de donde ellos eran originarios, que usaban la sastrería como punto de encuentro; en este local, situado en el centro de la calle, con un gran ventanal, caliente en invierno y con olor a eucalipto, se hacían tertulias y a su alrededor giraba gran parte de la vida de la calle gracias al buen carácter de sus propietarios. Por la noche, en especial los fines de semana, los clientes del Club eran los que animaban la vía.

A principios de los años setenta, en el bajo de la casa de Silvela, en el n.º 2 de la calle, se instaló una sala de juegos con billares, futbolines, máquina de discos y máquinas recreativas; esta sala remplazó a la tienda de ultramarinos y panadería de esta familia, y en ella pasamos bastantes horas los jóvenes de aquel tiempo, que íbamos poco a poco abandonando el juego en la calle.

Portales números 3 y 7 de la calle Dos Amigos

Era una calle en la que vivían profesionales (médicos, dentistas, abogados, fotógrafos), comerciantes (Muñiz), carniceras (Concha), sastres, técnicos de minas, camioneros (Domingo, Redondo, Queipo, Vallinas) y, sobre todo, carpinteros, como cuentan en sus relatos Francisco Redondo, Manuel Flórez y Asun Rodríguez. El ramo de la madera era el predominante. Por una parte, estaban la mueblería de los hermanos Flórez Manso, regentada por Lucía, en el n.º 6; la Carpintería de Lin en el n.º 7 con varios obreros y maquinaria moderna que se oía desde el exterior, y el taller de Celesto en el n.º 9, en el que solo trabajaba él y que menudo sacaba a la calle para su venta vacías de la matanza, bancas y banquetas, que eran su principal producción. Por otra parte, en la calle residían todos los dueños de esos negocios y otros carpinteros, como los Araniego, que eran dueños del edificio del n. 3, varios hermanos Flórez Manso (los Pachón) y Pepe Gancedo, que trabajaba en la sierra y carpintería de Cuervo en el barrio de Santa Catalina.

De pie, Cesar García Otero, Marta Muñiz y Maite Muñiz. Sentados, Alejo Rodriguez Peña, Jesús y Victorino Linde, y Manuel Aller, en la calle Dos Amigos, h. 1970.

Pero en aquel tiempo, entre los años sesenta y primeros de los setenta, los niños no éramos conscientes de esas cosas y para nosotros la calle solo era un espacio familiar y un lugar de juego en el que pasábamos muchas horas con otros vecinos de nuestra misma edad.  El grupo al que yo pertenecía estaba  formado por los nacidos entre 1958 y 1963, muchos habíamos nacido en la misma calle: César García Otero, María José y Rafael Ron Fernández, Alejo Rodríguez Peña, María y Manuel Aller Fernández-Baldor, Jesús y Victorino Linde Menéndez, María Victoria y Gilberto Guerrero, Mario Queipo Rodríguez, Luis Roberto y Ana Domínguez González, Charo y Elisa Espina Fernández y mi hermano Pedro López Álvarez. Lógicamente, en la calle vivían otros jóvenes más mayores y otros más pequeños, pero esos pertenecían a otros grupos.

 

El presente

Pisos con grandes ventanas en calle Dos Amigos.

Hoy, la calle Dos Amigos, noventa años después de abrirse, es una sombra de lo que fue. La mayor parte de sus viviendas están vacías, aquellos piso tan deseados en los años cincuenta y sesenta, están desocupados y muchos en venta. La mayor parte de los bajos están también vacíos y los talleres de carpintería cerrados. En el Club hace tiempo que no se pone música.  Su historia y su presente son un buen testigo del devenir de la villa de Cangas del Narcea desde 1930 a la actualidad.

Calle Dos Amigos, de Cangas del Narcea. Edificios y establecimientos

Placa de la calle Dos Amigos

La calle Dos Amigos se abre en el año 1930, mediante  la adquisición del palacio de Trapiello por parte de don Alfredo de  Ron y don José Flórez García (Pachón). Estos dos señores derriban el edificio existente y se reparten la calle: la margen derecha para José Flórez y la izquierda para Alfredo de Ron.

Una vez hecho el reparto comienzan las edificaciones. José Flórez García construyó la primera casa hacia el año 1940. Es el edificio del n.º 4, con bajo y  cinco alturas (cuatro pisos y una buhardilla); en el cuarto piso instala su domicilio el mismo constructor y en el bajo se establece la oficina de Correos de Cangas del Narcea. A continuación,  entre 1943 y 1944, edifica  su casa, un chalet de dos plantas, en el n.º 10. Hacia el año 1952, él mismo comienza las obras del n.º 6 y, antes de finalizar éstas, las del n.º 8; los dos edificios son iguales y tienen bajo,  cuatro plantas y buhardilla. Por otra parte, en 1950 se levanta el edificio del n.º 2.

Chalet de José Flórez, en el n.º 10 de la calle, construido en 1944.

Siguiendo en la margen derecha de la calle, después del n.º 10, no hay edificaciones, existen dos huertas y, al final, hay un edificio en cuyo bajo está la Sidrería Narcea, abierta hace unos veinte años. Pero si nos remontamos a los años cincuenta del pasado siglo, lo que había al final de la calle eran dos barracones de madera: el derecho,  junto con una huerta, era propiedad de José Flórez García y en él se guardaba el camión de su taller de carpintería,  y el izquierdo, propiedad de Vicentón Alfonso,  era una carbonería que regentaba Pelayo, que hacía el reparto con maniegos al hombro.

Margen izquierdo de la calle Dos Amigos.

En cuanto a la margen izquierda de la calle, el n.º 1, hasta 1980, fue el solar de La Astorgana (la de la panadería), espacio muy conocido y apreciado por todos los niños que vivimos en la calle y, también, por los de la Plaza de la Iglesia. En el n.º 3 Marcelo el Araniego construyó, hacia 1955, un edificio de cinco alturas. Seguido a este, en el n.º 5, había un garaje mecánico propiedad de la familia Silvino, que lo tenía alquilado a el Catalán, que duró poco tiempo; alrededor de 1957, los propietarios lo derribaron e hicieron el  Club, sala de fiestas y cafetería (que aún existe hoy día). En el n.º 7, a finales de los años cuarenta, se edificó la casa de Lin con carpintería en el bajo y dos pisos para vivienda. Por último, en el  n.º 9 está la casa de Celesto (Celestino), natural de Villarino de Limés, de bajo y dos alturas, construida alrededor de 1955.

Lo que hoy es Travesía de la Calle Dos Amigos, que termina en la Vega, se llamaba entonces la Cuesta del Aldeano,  y en ella había solo tres casas a la izquierda: la continuación de la casa del n.º 9;  la casa de Pepe Gancedo y Pilar, de planta baja y dos pisos, y la casa levantada por el constructor Emilio Espina.

Antes de urbanizar la calle, con aceras y asfalto, era de tierra; en los años cincuenta solamente había una acera que hizo José Flórez García, desde el n.º 4 al 6, donde jugábamos los niños a las chapas y al cascayo.

En aquellos años cincuenta había muchos niños viviendo en la calle, también en los sesenta, pero ya menos. Jugábamos principalmente en el solar de La Astorgana, donde desarrollamos nuestra imaginación, haciendo carreteras, transportando “carbón” de las minas Matiella y Perfectas a Soto del Barco,  hacíamos túneles en los montones de arena que algunas veces depositaban para obras en la zona, etc. El recuerdo es muy grato, no se puede olvidar, pues nuestras mentes siempre estaban inventando algo a que jugar: las bolas, pídola, “cuchi, teje, ojo”, etc.

En Cangas hubo una gran tradición en el trabajo de la madera, había muchos carpinteros y la calle Dos Amigos fue un lugar central de este oficio. En ella vivían José Flórez García y sus hijos, que tenían su taller de carpintería en El Reguerón; Marcelo el Araniego, que lo tenía a la salida de Cangas; Lin en la misma calle; Celesto, que hacía en su casa pequeños trabajos, y Julio Gancedo, que trabajaba en la carpintería de Cuervo, en Santa Catalina.

Fue una calle donde vivió gente de muchas profesiones: jueces, notarios, registradores, abogados, médicos, dentistas, veterinarios, comerciantes, carpinteros, ebanistas, profesionales de la minería, transportistas, etc..

En los años 50 y 60 del siglo pasado, principalmente, la calle Dos Amigos tenía mucha vida. Todos los edificios estaban ocupados y en casi todos, por no decir en todos, había niños.

Margen derecho de la calle, donde casi todas las casas fueron construidas por José Flórez.

Hubo distintas actividades comerciales que, como digo, daban mucho ambiente a la calle. En la margen derecha estaban los establecimientos siguientes: en el n.º 2, la panadería de Silvela, hoy tienda de ropa de Lucía;  en el n.º 4, la Oficina de Correos, siendo su administrador Pepe, natural de Corias, cuyo local está hoy vacío;  en el n.º 6 estaba la mueblería del Taller de carpintería Flórez (los hijos de José Flórez García: José, Manolín y Ramón), hoy en día es una floristería; en el bajo del n.º 8, la Sastrería Linde, que permaneció abierta hasta hace unos ocho años y hoy día está cerrada, y a continuación, en el bajo del n.º 10, estaba el dentista Mario Rodríguez, que durante muchos años tuvo allí su consulta y al dejar la actividad quedó el local cerrado. Al fondo de la calle, a la izquierda, estaba la mencionada carbonería de Pelayo, que estuvo abierta hasta que derribaron el barracón, y a la derecha, en la actualidad, está la Sidrería Narcea regentada por Javi y su mujer.

Pasamos a la margen izquierda. Lo primero, el solar de La Astorgana, en el n.º 1, centro neurálgico para los niños hasta que se cerró con un muro infranqueable; desde los años ochenta hay un edificio, de Valentín, con un comercio de ropa en el bajo. En el n.º 3, el Bar Restaurante Royalti, también pensión, regentado por Jerónimo, que funcionó durante muchos años y era un establecimiento muy concurrido, a él acudían numerosos clientes de la villa  y los viajantes de comercio que venían a vender a Cangas; hoy día está cerrado. En el n.º 5, como ya comenté, estaba la Sala de Fiestas Club, que  hoy  está cerrada, y en el n.º 7 la carpintería Lin, regentada por Manolín y su hijo y dos o tres empleados, que hoy también está cerrada.

Recuerdos de la calle Dos Amigos. El número 7

El número 7 de la calle Dos Amigos.

Como dice Sabina, “vivo en el número 7”, no de la calle Melancolía, sino de la calle Dos Amigos, en Cangas del Narcea, en la casa en la que nací y que siempre perteneció a mi familia. Corría el año 1949 cuando mis abuelos, Lin de Peña, de la familia Peña de Santa Catalina, y Asunción, hija del cartero y tratante de Limés, Emilio “Fortugo”, un hombre emprendedor y muy trabajador, compraron este solar. En aquel entonces había varios solares libres en la calle, solo estaban construidas las casas de Pachón, la del Araniego y la de Correos, y el edificio que más tarde fue El Club, donde tenía el horno la panadería de Silvino y posteriormente fue el garaje del Catalán. Sin embargo, mi abuelo lo quería para montar un taller de carpintería y le pareció mejor este del número 7. Trabajaba en el taller de Cuervo y ganaba tres pesetas a la semana, por eso, cuando Alfredo Ron le pidió diez mil pesetas por él, le pareció mucho; tiempo después le pidió quince y tampoco se decidió, pero él quería el solar y volvió a intentarlo de nuevo, entonces le pidió veinticinco mil pesetas y Lin dijo: ”Pues de aquí no pasa”.  Construyó un tendejón en el que montó su taller al tiempo que construía parte de lo que ahora es la casa, junto con su hijo, mi padre, que por aquel entonces tenía catorce años, y sus cuatro obreros: Pisco, Tano el carpintero, Sindo el del Cascarín y Robustiano el de Pancilla. Tardaron casi dos años en levantar el edificio que da a la calle Dos Amigos: una planta baja con sótano, el primer piso y un desván. El bajo funcionó como taller de carpintería desde 1950 hasta 1997, año en el que se jubiló mi padre, quien había heredado  del suyo tanto el oficio como el negocio

Construcción de la casa. De izquierda a derecha, arriba: Antón de Moína, Rancaño, Lin de Peña, Pepe el de Joselón, Francisco el mampostero, el hermano de Sindo el del Cascarín y Antón el de Pancilla. Abajo, Sindo el del Cascarín, Manuel, mi padre (Lin de Peña), Pisco y Robustiano el de Magadán.

Tiempo más tarde, mis abuelos decidieron  construir dos viviendas que dan a la calle Tres Peces y a la terraza del edificio. En una de ellas, recién terminada, pues en aquella época había pocas viviendas de alquiler en Cangas, se instalaron en 1964 Celestino Queipo y su mujer, Nieves, con su hijo Pepín, que tenía dos años.  Un año después vinieron a vivir a la otra, Mario Queipo, el Perchas, y su mujer Carmina, con su hijo mayor, Mario. En 1966 se casaron mis padres y rehabilitaron la segunda planta de la casa que da a la calle Dos Amigos, donde nací y pasé una infancia muy feliz, rodeada de niños, todos varones: Javier y Jorge Queipa, y José Ramón, hijo del Perchas, siendo la consentida del edificio por ser niña.

La calle fue el otro  gran paraíso de mi infancia, una calle repleta de niños con los que jugar, además de mis vecinos de casa, recuerdo con enorme cariño a los hermanos Redondo, a Paz la del otorrino, Grisel la del Araniego y su hermano Domingo, Fuencisla y Ana las del Royalti, Adela la de Pozo, Alejandro el de La Astorgana… Pero esta parte de la historia ya la ha contado de manera brillante mi amigo Francisco Redondo, con el que comparto infancia y recuerdos.


Asun Rodríguez Fernández, hija y nieta de Lin de Peña


La calle Dos Amigos. Al alimón.

Mi hermano Joaquín, para recordar la vida en la calle donde nacimos, quiere una visión femenina, pero mis recuerdos me llevan a la vida dentro de la casa. Otros hablarán de los comercios que rodeaban nuestra vivienda: Lucía y su mueblería, donde mi hermano Pedro pasaba mucho tiempo; Delia y Victorino en la sastrería, siempre trabajando y siempre con una palabra amable para todos; la oficina de Correos; la sala de juegos de la esquina; la consulta del dentista Mario Rodríguez; el bar Royalty; el Club; la carpintería de Lin… todos estos sitios formaban parte de nuestro mundo, aunque Cangas para nosotros tenía pocos límites y los juegos nos llevaban a recorrer el pueblo al grito de “tres marinos a la mar” o a la Plaza, donde jugábamos al cascayo o a la comba.

Vivir en la casa donde se nace era normal en aquella época, a mí me hacia ilusión. Viví en esa casa y en esa calle hasta que termine COU en 1973.  Bajar a la calle a jugar era suficiente explicación para cualquier momento del día. ¡Qué felicidad!

El n.º 8 de la calle Dos Amigos

Una escalera de sesenta peldaños llevaba desde el portal oscuro, el n.º 8 de la calle, a mi casa, en el tercer piso. En el primero vivía una planchadora con su familia, a los que se les veía poco. En el segundo piso vivía la familia de Maite Muñiz, mi amiga hasta hoy, de la que no recuerdo cuándo nos conocimos. Los pisos superiores eran terreno poco explorado, los hijos del cuarto piso, Manolín y Marisa, eran mayores que nosotros y eso a esas edades suponía una limitación.

Cuantas veces salimos y entramos de aquel portal, idéntico al de al lado, el n.º 6, con el que nos comunicábamos por el patio interior.

Generalmente, la vida en la calle era con las amigas, no salíamos con los mayores. Nuestra calle era nueva, a diferencia de otras del pueblo, y ahí vivíamos familias con niños y niñas de mi misma edad, así que las fotos que conservamos de aquella época son celebraciones de cumpleaños en otras casas o las fiestas de disfraces en el Club.

Disfraces en el Club, hacia 1966

Hay que reconocer que era una calle fría, poco soleada. Por la noche se oía el río y cuando abría el Club, la música. Por la mañana nos despertaba el gallo del gallinero que había en las huertas que quedaban entre nuestra casa y las casas de la calle Mayor.

Con las amigas de la calle íbamos mucho a jugar a la Plaza de la iglesia. Recuerdo una época en la que organizamos un teatro con niños más pequeños en un portal al final de la calle. Es el portal del n.º 9, que hace esquina y que tiene un rellano amplio que hacía de escenario.

En aquella época, los niños, si teníamos la suerte de tener hermanos, como era mi caso, jugábamos también mucho dentro de casa. Los sábados por la mañana jugábamos a la guerra con los soldados o al oeste americano, y yo intentaba jugar a las familias que se quedaban en el fuerte. En el pasillo, una baldosa rota servía para jugar al guá.

Para terminar, una anécdota de nuestra escalera, ahora muy de actualidad. Durante unos días un murciélago se colocó en el techo delante de la puerta del segundo piso, para mi era horrible subir y bajar por la escalera con aquella cosa negra colgada; me daba la impresión de que a los demás no les molestaba mucho, y se fue como vino.

En la calle el tiempo no contaba.

La calle estaba llena de vida.

En la calle había sitio para todos.

‘La Calle’

El número 9 de la calle Dos Amigos

Nací el 30 de marzo de 1968 en el número nueve de la calle Dos Amigos de Cangas del Narcea. La casa la habían levantado a finales de los años cincuenta Celesto y María, originarios del concejo de Cangas. Los dos habían marchado para Madrid, él era carpintero, ella había enviudado y tenía un niño, también llamado Celestino, que todos los cangueses conocerán con el tiempo como “Tino el fotógrafo”. Cuando regresaron construyeron esta casa de vecinos, de planta baja, piso y buhardilla, en total cinco viviendas. Es un edificio grande que hace esquina, ocupando el final de la calle y el principio de “la cuesta” o “cuesta del Aldeano” que baja a La Vega; toda su trasera da a la calle Tres Peces.

Soy la única persona que nació en ese edificio; mi hermano Juan, mayor que yo, nació en Oviedo y llegó a Cangas siete días después. Desde el día de mi nacimiento, la casa dejó su huella en mí. De madrugada, a la vez que mi madre rompía aguas, la casa también lo hizo: reventó la tubería del agua caliente inundando el piso. Según me contaron, mi padre salió a buscar a Cundo “el fontanero” y mi tía a Marisol “la comadrona”, amiga de juventud de mi madre por tierras de Laciana; pero ésta había salido esa noche a atender otro parto en un pueblo del concejo y al final fue “Cabezas el practicante” el que me “cogió”. Antes de que nadie llegara, mi madre y yo, hicimos el trabajo solos, ella me tuvo y yo nací. Según contaba fui como un “pedín” y salí sin darse cuenta.

Cuando yo era un crío, las cinco viviendas de la casa estaban habitadas. En la planta baja vivían mis apreciados Ana Amor y Marcos Verano (el bisabuelo de la saga); para mí Ana fue también un poco abuela. En el primero derecha vivían los propietarios de la casa: María (todo un carácter) y Celesto, y a la izquierda, la familia Redondo: mis padres Manolito y Mercedes, mi querido hermano Juan y yo. Los pisos de encima eran abuhardillados. En el segundo izquierda vivían Carmina y Eduardo Villamil, y cuando éstos se fueron llegaron Adela Jacón, su marido Luis Pozo y su nieta Adela; la abuela fue la última persona que vivió de continuo en el edificio. En la buhardilla de la derecha, Pili y Tino el fotógrafo, que tenían en la misma planta un salón que utilizaban como estudio de fotografía, que antes había utilizado otro fotógrafo, Enrique, casado con Carmina la peluquera. En ese mismo piso habitó la familia Baragaño (su hijo José vivió en él desde sus primeros días de vida, pero había nacido en Mieres), y también vivieron en el edificio Los Vascos, cuyo padre era camionero, y Pin Moreno el taxista; todos ellos antes de llegar mi familia.

Nuestra vivienda tenía tres habitaciones, salón, una buena cocina con despensa y baño. Durante muchos años una de las habitaciones se utilizaba de salita y desde su ventana fui descubriendo el mundo. La ventana daba a “la cuesta”, a “el prao” o “la huertona” y a “la huerta”. Tengo todavía muy presente el recuerdo de estar apoyado en el cristal de la ventana, viendo pasar los días, las estaciones, los vecinos, el mercado de ganado de todos los sábados, cuando “el prao” se llenaba de vacas y caballos, aquellas “nevadonas” que cubrían nuestro “territorio” de un manto blanco listo para jugar…

En el bajo de la casa estaba el taller de carpintería de Celesto, que era un carpintero “estacional” y vivía básicamente de hacer vacías para la matanza y banquetas de madera; no tenía herramienta moderna y trabajaba con maestría el saber antiguo, empleando sierras, serruchos, viejos sargentos de todos los tamaños, cepillos de varias clases, berbiquís… ¡qué bien entendía la madera!

Esquina del número 9 de la calle Dos Amigos.

La casa tiene varios bajos, que en aquel tiempo se empleaban para varias cosas. A la calle Dos Amigos da un bajo con tres portones, que se utilizaba como cochera y que también servía, en la temporada de matanza, como exposición y venta de las vacías que hacía Celesto. En la cuesta hay otro portón que daba acceso a una especie de bodega (para mí siempre fue un misterio) y que años después se utilizó como almacén de fruta. Y, por último, en la parte trasera del edificio, con fachada a la calle Tres Peces, hay un pequeño patio donde estaba la carpintería y encima de ésta una terraza donde se apilaban los tablones de madera.

En el portal, debajo de las escaleras, hay una carbonera, con un pasillo que se empleaba para aparcar las bicicletas, y la puerta de la vivienda de Ana Amor. La puerta de entrada es grande y esta insertada en esa fachada esquinera tan singular, que tiene un poyete de piedra donde pasábamos en aquellos años horas y horas sentados. Y de ahí, al paraíso, a “la calle”.

Cuando era muy pequeño la calle estaba llena de chicos grandes, algunos ya hombrecitos, recuerdo a: Juaco y Pedro los de Pepita, Jesús y Víctor Linde, Alejo el de Mario el dentista, Mario Perchas, María y Kiko los del otorrino, Celso el de Angelines, Luis Robustiano y su hermana Ana, Gilberto y María Victoria los de Esperanza, Pepín Queipo, los Morodo (que vivían en La Vega)…

Después ya llegaron los míos. Crecí rodeado de muchos niños, que eran “los amigos”: Paz la del otorrino, Cova (la nena) y mi apreciado Cundín los de Teresa y Cundo, Alejandro el de Pepita, José Ramón “Perchas”, Inma la de Silvela, Dolores la de Loli, Grisel y Domingo los de Esperanza, Adela Jacón, Asún la de Lin, Javi el de Espina, Javi y Jorge Queipo, Raulín y Guillermo los de la discoteca, Pablo y Eugenia los de Pepita, mi quinto y querido Dioni y su hermano Evaristo Morodo. Muchos otros fueron llegando: los Solana, Fuencisla y Ana del Royalty, Patri y Ángel del Molinón, Los Gemelos, los hermanos Dupont… Y otros que iban y venían, Amaya y las gemelas de los Araniegos, Santiago de los de Pachón, Humberto Ron, las nietas de Pila y Pepe Gancedo…

En aquel paraíso que se extendía desde El Caleal, pasando por La huerta con su pozo, El prao, La cuesta, La calle, La acera, Los portales, hasta llegar al paraíso dentro del paraíso, el solar de La Astorgana con montones de pilas de leña donde, durante años, construimos nuestros campamentos.

La calle abierta por los dos amigos en 1930 fue ocupada en su gran mayoría por el gremio de la madera: los Pachón, Araniegos, Lin, Celesto y Pepe Gancedo. Con los años también la ocupó el gremio de los transportista: Guerrero, Perchas, Queipo, Marcos Verano, El Vasco, Redondo…

En 2015, gané el Certamen Nacional de Arte de Luarca con “Espacio Amueblado”, una escultura que, de alguna manera, rinde un homenaje a aquel mundo de madera tan presente en mi niñez. Contar con tanto estímulo visual y material, como era el hierro del taller de Robustiano, la madera de “El solar” y el buen oficio de los carpinteros, fue fundamental para desarrollar mi capacidad creadora.

Podría contar cientos de recuerdos, pero creo que el más importante es el de la felicidad y el cariño que guardo de esos lugares y de esas gentes, fue un placer y no lo olvidaré nunca.

Úrsula, una osa de Monasterio de Hermo en la Guerra Civil

Fuente: ‘Diario de la Guerra Civil. La Aventura de la Historia. Unidad Editorial Revistas. Suplemento nº 5’

Esta es una historia de supervivencia y libertad que empieza en los montes de Cangas y casi termina en Sobradiel muy cerca de Zaragoza. La Guerra Civil marcó el destino de esta osa, que cruzó los verdes valles y escarpados montes de su Asturias natal hasta llegar a las vastas llanuras aragonesas camino del mar Mediterráneo y el fin de la contienda.

La osa Úrsula fue capturada en plena Guerra Civil en Cangas del Narcea, concretamente en los montes de Monasterio de Hermo. Algunos miembros del Cuerpo del Ejército de Galicia se hicieron con Úrsula, entonces una osezna de apenas dos meses de vida, y la convirtieron en su mascota.

Con aquella Unidad militar recorrería Úrsula la península en guerra, desde Asturias hasta Levante. Pero la osezna se fue transformando en osa por el camino. Creció y empezó a hacerse incómoda como mascota. Hasta que el general Aranda, al mando del Ejército de Galicia, decidió donarla al parque de atracciones del Monte Igueldo en San Sebastián, a donde llegó el 25 de mayo de 1938 para empezar a dar vueltas en su enjaulado recinto. Allí sería la reina de las miradas infantiles durante más de veinte años y protagonista de las más diversas “leyendas urbanas”.

De mascota militar pasó a ser emblema del parque donostiarra hasta que en 1959 los protectores de animales la llevaron al zoo de Barcelona para proporcionarle las comodidades que no le daba Igueldo pero,… murió a los pocos días.

Triste final para una osita que vivía con su familia en los montes de Cangas del Narcea cuando, en plena guerra civil, fue encontrada por unos soldados que iban monte a través camina que te caminarás.

Una osa con dos oseznos se acercaron al campamento donde dormía la tropa a la que tanto asustaron que terminaron por dispararles… La madre y una de las crías escaparon pero la otra trepó a uno de los árboles. Capturada por los militares la criaron como si de su mascota se tratara y como era osa la llamaron Úrsula. Y la llevaban de aquí para allá hasta que un día, estando en las llanuras aragonesas, decidieron que Úrsula no se acostumbraba al ruido de las bombas y que era un incordio para el personal. Los aviones de la República habían bombardeado el pueblo de Sobradiel donde los nacionales habían instalado su cuartel general y Úrsula, temiendo lo peor,  con un leve tirón se deshizo de las cadenas que la mantenían prisionera y asustadísima empezó a recorrer el pueblo. El general Aranda que mandaba la Unidad conocía al gobernador de la provincia de Guipúzcoa y le llamó por teléfono… ¿quieres una osa?… ¡Ahí te la mando!… Y uno de sus capturadores, el alférez Luis de Armiñán, con el teniente Pérez Cinto la llevaron al Monte Igueldo en un camión desde las proximidades de Zaragoza. San Sebastián era entonces la ciudad mimada de la zona nacional.

Parece ser que el viaje de la osa desde Sobradiel hasta San Sebastián generó más curiosidad, e incluso más temor, que la batalla de Teruel,  la mayor ofensiva del Ejército Popular de la República y con ella, la batalla más cruenta del conflicto (Teruel, una posición en teoría insignificante, iba a decidir la Guerra Civil). Pero Úrsula no fue culpable. Había perdido su libertad, intentó romper sus cadenas y lo hizo en mala hora pues le llevó a ser encerrada en una jaula, y dedicada a la humillante exhibición de su cautiverio.

Fue primero mascota para los soldados, después juguete y regalo de los niños, espejo de los mayores y mala conciencia de muchos. Pasó por el monte Igueldo como una sombra, sin que nadie la recuerde, sin una fotografía, sin una placa y mucho menos sin una estatua como la del oso anónimo de la Puerta del Sol de Madrid. Úrsula perdió a su familia en Cangas del Narcea, perdió la libertad en Sobradiel y a sus amigos en tierras aragonesas: sin un mal gesto, sin retorcer el hocico, sin un solo rugido. Por mucho menos otros tienen nombres de calles.



Real Privilegio del vino de Cangas, 1542 – 1834

REAL PRIVILEGIO DEL VINO DE CANGAS
Por el cual estaba prohibido vender vino forastero en Cangas del Narcea mientras no se acabase la cosecha de vino del país, 1542 – 1834

Juaco López Álvarez

 

“Bodega del conde” en el patio del palacio del conde de Toreno, Cangas del Narcea, mayo de 1925, donde se vendía el vino del conde, que era uno de los grandes cosecheros de vino de Cangas. Fotografía de Ruth M. Anderson. Col. Hispanic Society of America.

Hasta la primera mitad del siglo XVIII el viñedo se extendía por gran parte de Asturias. En esa centuria comenzó a reducirse y en poco tiempo solo hubo viñas en los concejos de Las Regueras y Candamo, y en el occidente de Asturias. En esta última zona, fue en el concejo de Cangas del Narcea donde el viñedo y la producción de vino tuvieron una mayor importancia. Hasta los años treinta del siglo XX, el vino era la principal industria de este concejo, y los grandes y medianos cosecheros daban trabajo a numerosas personas en las labores del viñedo y la producción del vino. En 1932, según Juan G. Cosmen, “más de la mitad de la población de la villa y sus contornos viven de la viñas” (Región, 28 de octubre de 1932).  El vino que se producía era “relativamente caro”,  sobre todo en comparación con el de otros de áreas vinícolas próximas (El Bierzo, León y Castilla) con un cultivo más fácil, mejores condiciones climáticas y una producción mucho más alta. De este modo, en 1892 en el mercado de Oviedo se vendía el hectolitro de vino de Tafalla (Navarra) a 58,50 pesetas y el de Cangas de 110 a 115 pesetas, vino, que como escribe un cronista, era “muy estimado en toda la provincia”, pero cuyo precio “le pone fuera del alcance de los consumidores menos acomodados”.

¿Por qué en Cangas no decayó el cultivo del viñedo y la producción de vino en los siglos XVIII y XIX cuando a Asturias estaban llegando por tierra y mar vinos de León, Castilla y Galicia a un precio más barato que el del vino del país? A menudo, en la historia, la respuesta a este tipo de situaciones hay que buscarla en la política, es decir, en decisiones políticas que dirigen la vida de los pueblos. En este caso, la decisión se tomó en el siglo XVI y consistió en un real privilegio que fue muy beneficioso para los intereses de los cosecheros de vino de Cangas.

El privilegio lo otorgó en 1542 el emperador Carlos V. El texto original no lo conocemos, pero aparece mencionado en varias Reales Provisiones de los siglos XVIII y XIX. Ordenaba que en el contorno de una legua (5,5 km) de los lugares de la villa, concejo y cotos de Cangas del Narcea donde hubiese viñedo no podía introducirse ni venderse vino alguno de León, Castilla, el Bierzo, Galicia, ni procedente de puerto de mar, ni otras partes, mientras hubiese vino del país. Una vez vendido el vino producido en Cangas podía entrar el “vino forastero”, que, por supuesto, tenía que pagar sus impuestos.

El que obtuvo este privilegio para el vino de Cangas fue, como suele ser frecuente en esta clase de asuntos, una persona influyente y próxima al poder político. En este caso fue Suero Queipo de Llano y Cangas, “persona principal” de la villa de Cangas en la primera mitad del siglo XVI y miembro de la ya poderosa casa de los Queipo, cuyo mayorazgo recibirá en la centuria siguiente el título de conde de Toreno. Nuestro hombre, según la genealogía de los Queipo formada por Simón Miguel Vigil en 1822, “sirvió a los Reyes Católicos y a Carlos V contra los Comuneros desde el año 1519 hasta derrotarlos en Villalar en el abril de 1521. Fue personero de Cangas año de 1527, y también en 30 de junio de 1539 y mayo de 1541, y juez de la expresada villa en mayo de 1538”. Estuvo casado con María Alfonso de Cangas y Pambley, con la que fundó un mayorazgo el 4 de enero de 1526 al que vinculan numerosos bienes que no podían ser vendidos: las casas de Cangas y La Muriella, los pueblos de Veiga de Rengos, El Pueblo, Los Eiros, Moncóu, Xedré,  Vidal, Riotorno, La Cuitada, Gillón y San Martino; las propiedades que tenían en otros muchos pueblos, la mayoría pertenecientes al Rio de Rengos; los montes de Muniellos y Tejedo; las brañas de Cueto, Braniella y Rozadiella, etc.; entre todos estos bienes estaban las “viñas de so el camino de Santa Catalina, las de Moure, Riofavar, el Vallado, sobre Santirso, Marañan [Barañan]”, todas localizadas en la villa de Cangas o sus alrededores.

El matrimonio tuvo nueve hijos:  Juan, Gerónimo, Aldonza, Lope, María, Magdalena, Mencía, Victoriano y Silva. Suero Queipo de Llano murió hacia 1549 y María Alfonso hacia 1556.

Según la genealogía mencionada, este Suero Queipo de Llano fue el que “en 30 de julio de 1527 ganó del Emperador confirmación de las ordenanzas de Cangas sobre el vino”; prebenda que no sería ajena al apoyo prestado a Carlos V. Las ordenanzas se ratificaron el 11 de enero de 1542.

Esta clase de privilegios proteccionistas a favor del vino no fueron raros en la España de los siglos XV y XVI. Lo tuvieron muchas villas y ciudades que los conseguían de los reyes con el fin de proteger su industria vinícola y sus mercados. Lógicamente, los más interesados en obtener y mantener estos monopolios locales eran los grandes cosecheros, que así no tenían competencia en la venta de sus caldos. Para velar por el cumplimiento de estos privilegios se organizaron hermandades o gremios de cosecheros.

En Cangas del Narcea se creó un “Gremio de cosecheros de vino” que agrupaba a grandes productores, pertenecientes a la nobleza local (conde de Toreno, conde de Marcel de Peñalba, Velarde, Miramontes, etc.), y “cosecheros menores”, que en 1805 eran, al menos, 57 personas.

En los siglos XVIII y XIX este gremio tuvo mucho trabajo para hacer cumplir el privilegio, pues numerosos taberneros y comerciantes introducían y vendían vino de afuera antes de que se terminase la cosecha del vino de Cangas. En la documentación que hemos manejado no se dicen los motivos de este incumplimiento, pero tratándose de vino es casi seguro que fuese porque el vino forastero era más barato o de más calidad; además, como entraba clandestinamente no pagaba ningún impuesto. Para perseguir a los “contraventores de este privilegio” y para otros cometidos, el gremio nombraba dos celadores todos los años.

Este incumplimiento de la ordenanza provocó que en 1766 Fernando Ignacio Queipo de Llano, conde de Toreno, alférez mayor del Principado de Asturias; Juan Antonio de Ayala, regidor perpetuo de la villa de Cangas,  y José Alfonso Pertierra, de la casa de Miramontes, procurador síndico general del concejo, “por si y en nombre de la Justicia, Regimiento y común de vecinos cosecheros de vino” de Cangas del Narcea, presentasen ante el Real Consejo de Hacienda una solicitud para que se cumpliese la ordenanza del vino de 1542.

Las razones que aducían para reivindicar este privilegio histórico eran dos: una, “el notorio y grave perjuicio [que la entrada de vino forastero] ocasiona a dicha villa y sus cosecheros, pues quedaría invendible el de la abundante cosecha de ese país”,  y dos, la imposibilidad de pagar impuestos al Rey,  en concreto los 12.257 reales y 17 maravedíes que le correspondían anualmente al concejo, “que la mayor parte pagaban dichos cosecheros”. En su solicitud exponen lo siguiente:

“Que con motivo de que en dicha villa de Cangas, su concejo y lugares de su jurisdicción había muchas viñas en las cuales se cogía mucho vino con el cual todos sus vecinos se mantenían y sustentaban, recibiendo en ello mucha utilidad y beneficio, y con ello pagaban las Reales contribuciones, y haber empezado a experimentar que algunos vecinos de dicha villa, concejo y lugares, y otras personas de fuera aparte, se habían propasado a entrometer y traer a los dichos lugares, donde había las dichas viñas, vino blanco y tinto así de la provincia del Bierzo como del reino de León, Castilla y de los puertos de mar, en lo que recibían mucho daño y perjuicio, pues a dichos vecinos se les imposibilitaba el vender los vinos que cogían de sus propias viñas, ni aprovecharse de ellos, por lo que las viñas se perdían, y vendrían a despoblarse absolutamente, ni podrían pagar los derechos Reales que entonces eran en cada un año más de quinientos ducados de vellón, por lo cual en 11 de enero de 1542 establecieron y formaron sobre dicho asunto sus ordenanzas, por las que prohibieron el que ninguna persona pueda vender ni venda vino blanco ni tinto de la provincia del Bierzo ni del reino de León, Castilla, ni de los puertos de mar, ni por menudo ni cañadas, ni en los otros lugares de la jurisdicción de dicha villa y concejo donde hubiese viñas, pública ni secretamente, no pudiéndose vender dichos vinos de fuera en dicha villa y lugares donde hubiere viñas y una legua alrededor, cuyas ordenanzas fueron aprobadas por los Gobernadores de aquel Principado.

[…]

y mediante que a dicha villa de Cangas, su concejo y vecinos cosecheros de vino se les están causando gravísimos daños y perjuicios en la venta de vino blanco, tinto y otros licores del reino de León, Castilla, Galicia, provincia del Bierzo y de sobre mar, y de otras provincias, pues si esto se permite se les imposibilitará a dichos vecinos su subsistencia y mantención, que depende de la venta de los vinos de sus propias cosechas, y la paga y satisfacción de derechos Reales que al presente pagan doce mil doscientos cincuenta y siete reales y diez y siete maravedíes, cargados la mayor parte de estos al gremio de cosecheros, los que no tienen más salida para venta que el consumo que hacen de dichos vinos los mismos naturales del país, de forma que si [se] tolerase la introducción de unos [vinos] forasteros, y otros cualesquiera licores, cesaría forzosamente el consumo del vino del país y se imposibilitarían de poder pagar las Reales contribuciones y sería forzoso hacer repartimientos entre los vecinos, y no siendo justo se de lugar a que experimenten tantos daños y perjuicios. 

Por tanto a V. A. suplico se sirva librar su Real Provisión mandando que el vuestro Intendente de León, y las Justicias de la dicha villa de Cangas de Tineo, su concejo y demás de dicho Principado de Asturias hagan observar, guardar y cumplir dichas ordenanzas de 11 de enero del año de 1542, según y como en ellas se contiene, declarando que en las parroquias de dicha villa de Cangas de Tineo, su concejo y pueblos de su jurisdicción donde haya cosechas de vinos no se permita introducir vinos algunos forasteros, ni otros licores de los reinos de Castilla, León, Galicia, provincia del Bierzo, puertos sobre mar, ni de otras partes, con ningún motivo ni pretexto que pueda impedir o minorar la venta de vinos del país, imponiendo para su cumplimiento las multas y apercibimientos que sean del agrado del Consejo”.

La solicitud de los cosecheros de vino de Cangas fue estimada y el Consejo de Hacienda dictó una Real Provisión en 5 de noviembre de 1766 en el que ratificaba la prohibición de vender vino forastero en el contorno de una legua de las viñas de Cangas del Narcea hasta que se acabase la cosecha de vino del país.

En aquel año de 1766, la competencia del vino de Cangas no solo provenía del vino forastero sino también del aguardiente que venía de afuera. Los cosecheros de Cangas del Narcea intentaron que este licor tuviera la misma consideración que el vino forastero y presentaron ese mismo año un testimonio dado por tres escribanos de Cangas del Narcea “por el que resultaba que jamás se había establecido ni habido en ese país el licor de aguardiente”, solicitando que se impidiese su venta. Sin embargo, esta pretensión fue rechazada por el Consejo de Hacienda, que consideró que la prohibición de venta de aguardiente no estaba contemplada en la ordenanza de 11 de enero de 1542. Pero la cosa no acabo ahí y sobre la venta de aguardiente en Cangas del Narcea habrá un pleito a fines del siglo XVIII en la que la parte contraria será el regente de la Audiencia de Oviedo, interesado en la venta de esta bebida pues con su gravamen se sostenía el Hospicio de Oviedo, del cual él era responsable y protector.

A pesar de la ordenanza del siglo XVI y de la Real Provisión de 1766, en los primeros años del siglo XIX seguía introduciéndose en Cangas del Narcea vino de afuera sin ningún control, con dos graves perjuicios: uno, para los cosecheros de vino de Cangas y otro, para el arrendatario del impuesto que pagaba el vino forastero que se vendía en Cangas cuando se acababa la cosecha propia; como el vino entraba ilegalmente no pagaba impuestos y esto era muy perjudicial para el arrendatario y el Ayuntamiento, que tenía en el impuesto al vino forastero una de sus fuentes de ingresos.

“Provisión del Consejo de Hacienda para no vender vino alguno ínterin dure el de cosecha en todo el distrito de viñedo del concejo de Cangas de Tineo, 3 de octubre de 1804”

Ante esta situación, en 1804, José Marcelino Queipo de Llano, vizconde de Matarrosa y primogénito del conde de Toreno, “como protector del Gremio de cosecheros de vino de la villa de Cangas de Tineo en el Principado de Asturias y apoderado de Manuel de la Villa y Cañal, arrendatario del arbitrio del Millón impuesto sobre el vino forastero”,  presentó una solicitud ante el Consejo de Hacienda exponiendo lo siguiente:

“Digo que con motivo de ser abundantísima la cosecha de vino que se coge en Cangas a causa de la grande extensión que tienen los plantíos de viñedo de su jurisdicción, y conociendo la villa ocasionaría grandes perjuicios a los cosecheros la introducción de vino de otros pueblos y provincias, teniendo aquellos más de lo que se necesitaba para el surtido del público, cuya venta la proporcionaba la mayor facilidad en el pago de Reales Contribuciones, formó sobre este particular en el año de 1542 las ordenanzas que estimó oportunas, por las cuales prohibió a toda clase de personas el que pudiesen introducir vino alguno de León, Castilla, puertos de mar u otras partes, ni venderlo por menor ni por cañadas en Cangas ni demás lugares de su jurisdicción donde hubiese viñas, ni una legua alrededor. Estas ordenanzas fueron aprobadas por los Gobernadores del Principado, y con testimonio de ellas el conde de Toreno, alférez mayor del Principado de Asturias, don Juan Antonio Ayala, regidor perpetuo de Cangas, y don José Alfonso Pertierra, procurador sindico, por si mismo y a nombre de los cosecheros concurrieron a esta superioridad con la solicitud de que mandasen guardar y cumplir que para su mayor observancia se previniese a la Justicia no permitiera la introducción de vinos forasteros de cualesquiera reinos con ningún motivo ni pretexto, a fin de cortar de este modo se pudiese disminuir la venta de los del país, y el Consejo [de Hacienda] en virtud de todo, por su decreto de 17 de octubre de 1766, tuvo a bien acceder enteramente a dicha pretensión, mandando librar la correspondiente Provisión, la que en efecto se libró en 5 de noviembre siguiente.

Además, en Cangas hay un arbitrio impuesto sobre la venta del vino forastero para la franquicia de la carretera y dotación de cátedras de la Universidad de Oviedo, y para conciliar este extremo con el privilegio de los cosecheros se subasta anualmente aquel ramo, de modo que, consumido el vino del país, solo el arrendatario tiene la facultad, en fuerza de su obligación, de surtir [de vino forastero] al común, y el gremio no padece menor quebranto porque así no se contraviene  a las ordenanzas, bajo cuyos seguros datos hizo postura Manuel de la Villa y se remató a su favor el arrendamiento del arbitrio como el mejor postor.

Supuestos estos antecedentes es bien fácil conocer los respectivos intereses  de los cosecheros y [del] arrendatario, aquellos por su privilegio tienen un derecho indisputable para estorbar que durante se consume el vino de sus cosechas se pueda vender, y este lo tiene igualmente en virtud de un contrato público y obligación solemne otorgada con la villa para vender de su cuenta todo el vino forastero que se necesite en Cangas luego que se haya consumido el del país, de donde se infiere que, permitiéndose la introducción [de vino forastero] que prohíbe la ordenanza, el gremio no venderá el fruto de su cosecha o dejará de hacerlo con estimación, y el obligado [Manuel de la Villa] no podrá hacer uso de la facultad o prerrogativa que compró, pues, siendo el número de consumidores el mismo, cuanto más vino forastero se introduzca tanto más durará la venta de los cosecheros, y todo este tiempo estará privado el arrendatario de las utilidades que debe percibir o quizá no llegará el caso de que tenga efecto el contrato, como sucederá siempre que las cosechas sean abundantes.

[…]

sin embargo, son ya intolerables  las contravenciones y desordenes que se cometen en perjuicio del gremio [de cosecheros de vino de Cangas]. El millonero, persuadido de que en breve se realizaran aquellos males que la frecuencia con que se introducían bien los [vinos] forasteros, hizo algunas gestiones para contenerlos, pero sin fruto, de suerte que a no mediar la respetable autoridad del Consejo está muy próxima la ruina de aquel ramo de agricultura en Cangas por el escándalo con que se cometen dichos abusos, que no pueden mirarse con indiferencia estando ya prohibidos desde antiguo por esta superioridad.

Por tanto a V. A. suplico […] se sirva mandar se guarden, cumplan y ejecuten en todas sus partes las ordenanzas del año de 1542, según lo tiene acordado esta superioridad en Real Provisión de 5 de noviembre de 1766, y en su consecuencia que se libre el despacho correspondiente cometido a la Justicia de la villa de Cangas para que con ningún motivo ni pretexto permita se introduzca ni venda por menor vino forastero mientras dure el de los cosecheros, y consumido este solo pueda vender aquel el arrendatario del arbitrio en cumplimiento de la subasta, por ser así conforme a justicia”.

El acuerdo del Consejo de Hacienda, dado en Madrid el 3 de octubre de 1804, fue ratificar el privilegio de 1542 y establecer “la pena de 50 ducados a los contraventores”.

Sin embargo, los “taberneros transgresores” no estaban dispuestos a cumplir estas normas, y el “Gremio de cosecheros de vino de Cangas y parroquia de Ambasaguas” tuvo numerosos conflictos con ellos en las primeras décadas del siglo XIX. En el Libro de acuerdos del Ayuntamiento de Cangas del Narcea, 1816-1839 hay numerosos testimonios de esta confrontación. En un pleno de 18 de julio de 1816 se recuerda a Juan Rodríguez Marrón, tabernero de Oubanca, que en la parroquia de Santa Marina “y demás parroquias de la legua en contorno, con arreglo a dicho Real Privilegio, no se puede vender vino forastero durante el de cosecha de la villa”, y le deja muy claro y le advierte a este tabernero lo siguiente:

“que la Provisión del Sr. Intendente manda seguir como hasta aquí en la venta de vinos, y que en el presente año ninguno vendió [vino] forastero sin oposición y providencia de la Justicia, que lo embargó en el mes de abril en que también intentó igual venta. Acordaron dichos señores que, en cumplimiento de lo proveído por dicho Sr. Intendente y del Real Privilegio, se guarde, cumpla y ejecute este en todas sus partes y por consiguiente en la parroquia de Santa Marina, como comprendida en la legua del contorno, y en todas las demás que lo estén, inclusa la villa, si se intentase contravenir se eleve a noticia del Sr. Intendente”.

Ese mismo día, 18 de julio de 1816, también se acordó en las casas consistoriales de Cangas del Narcea:

“Que para la observancia de dicho privilegio se fije edicto comprendiendo en él todas las parroquias de la legua en contorno de cosecha de vino, a fin de que no se venda vino forastero ínterin no se consuma el de cosecheros, y para que tenga más cumplido efecto, y oiga y determine las quejas que ocurran sobre el particular, comisionan al caballero regidor D. José Fernández Flórez”.

El privilegio que beneficiaba a unos vecinos perjudicaba a otros. Habían pasado casi tres siglos del otorgamiento de esta prebenda al vino de Cangas y los tiempos estaban cambiando. El 20 de septiembre de 1833 será la última vez que en un pleno del Ayuntamiento de Cangas del Narcea se acuerde la obligación de observar este privilegio del vino:

“Habiendo también manifestado el Sr. Presidente una providencia de 15 del corriente del Sr. Intendente de Rentas de esta provincia, ganada a solicitud de D. Manuel Fernández de la Vimera, para que se prohíba la venta del vino forastero en todas las parroquias de este concejo donde hay de cosecha del país, mientras esta dure, con arreglo al Real Privilegio, y que se observe este en los nuevos remates [de tabernas] que se celebren por el Ayuntamiento”.

Real Decreto que dejó enteramente libre el comercio de vino en España (Gaceta de Madrid, 27 de febrero de 1834).

La muerte de Fernando VII el 29 de septiembre de 1833 y la llegada al poder de los liberales con su política de libre comercio traerán consigo el fin de todos estos privilegios.  Los del vino se abolirán el 25 de febrero de 1834 tras la publicación de un Real Decreto que dejó enteramente libre el comercio de vino en España (Gaceta de Madrid, 27 de febrero de 1834).  Los dos primeros artículos de este decreto son muy elocuentes de los nuevos tiempos que llegan con Isabel II:

1.º Quedan extinguidas las hermandades, gremios y montes píos de viñeros en todo el reino, y en plena libertad la circulación, compra y venta de vinos de cualquiera clase que sean por mayor y menor, pagando los derechos legítimamente establecidos.

2.º En consecuencia, los cosecheros y tratantes son absolutamente libres de estipular en dichas compras y ventas lo que más les convenga, en orden al tiempo, precio, modo, cantidad y demás circunstancias de sus contratos, cualesquiera que sean los usos, costumbres y ordenanzas que lo impidan, las cuales quedan abolidas desde la publicación de la presente ley.

Pero, el Estado moderno y liberal no traerá, ni mucho menos, el fin de las prebendas a algunos productos e industrias a los que la nueva administración aplicará una política proteccionista, gravando con aranceles la importación de productos extranjeros y, también, con impuestos municipales la entrada de productos forasteros. De este modo, cien años después de abolirse aquel privilegio, el Ayuntamiento de Cangas del Narcea estableció en marzo de 1933, con un gobierno de mayoría republicana presidido por Mario de Llano, un impuesto para gravar la introducción del vino de afuera con el objeto de proteger al de Cangas, que había sufrido una catastrófica cosecha de uva en octubre del año anterior: “muchos cosecheros no empezarán la vendimia porque no tienen cosa alguna que vendimiar, han perdido absolutamente toda la cosecha del año; otros cogerán un quinto o un cuarto de lo normal, y alguno, muy raro, puede que alcance la mitad a fuerza de gastos extraordinarios” (Región, 29 de octubre de 1932).

La noticia de esta medida proteccionista aprobada por el ayuntamiento de Cangas del Narcea apareció en el diario Región, el 31 de marzo de 1933, con un comentario poco optimista por parte del corresponsal anónimo:

[El presupuesto municipal para el corriente ejercicio] también establece un nuevo impuesto de inspección que grava con diez céntimos cada litro de vino que entre en el concejo; y como se venían pagando cinco para el Ayuntamiento y diez de arbitrios provinciales: ahora tributaran los vinos forasteros veinticinco céntimos en litro, que para caldos como los del Bierzo (la zona vinícola más próxima a nosotros) viene a resultar algo así como el ciento por ciento de su coste de origen.

Esta pesada carga no gravita, claro está, sobre el vino de Cangas, ejemplo de política proteccionista […]. Pero es de advertir que el Ayuntamiento tomó este acuerdo en un año como el presente, en que la cosecha local se perdió casi toda y apenas hay vino del país; lo cual pudiera desvirtuar el carácter de protección que a primera vista ofrece la dura medida fiscal, convirtiéndola en mero refuerzo de ingresos; y bajo este aspecto le auguramos el más rotundo fracaso, porque la percepción del impuesto y vigilancia eficaz del contrabando en un concejo de setecientos kilómetros cuadrados, que linda con provincias y concejos desgravados, ha de costar mucho más que lo que rinda la recaudación.


FUENTES DOCUMENTALES

  • Fundación de Suero Queipo y María Alonso, su mujer, vecinos de la villa de Cangas de Tineo, de mayorazgo y vínculo de bienes, a testimonio de Álvaro Alonso de Cangas, escribano y notario público, en 4 de enero de 1526, colección particular.
  • Libro de acuerdos del Ayuntamiento de Cangas de Tineo, 1816-1839, copia digital, Archivo Municipal de Cangas del Narcea.
  • Línea y descendencia de los señores Queipos de Llano de Cangas de Tineo, conde de Toreno, formada por don Simón Miguel Vigil, vecino de la ciudad de Oviedo, año de 1822, colección particular.
  • Provisión del Consejo de Hacienda para no vender vino alguno ínterin dure el de cosecha en todo el distrito de viñedo del concejo de Cangas de Tineo, 3 de octubre de 1804 (incluye la Real Provisión de 1766), Archivo de la casa de Miramontes, colección particular.

Guía artística de Cangas del Narcea. Palacios y casonas

Portada

El objetivo de esta segunda Guía artística de Cangas del Narcea es dar a conocer sus casonas y palacios más significativos de los siglos XVI al XVIII, de gran valor en alguna de sus creaciones, como el palacio del conde de Toreno en la villa de Cangas del Narcea, uno de los más monumentales y bellos de Asturias y equiparable a los mejores ejemplos asturianos.

Este trabajo es la continuación de la Guía artística de Cangas del Narcea. Iglesias, monasterios y capillas, editada en 2018 por el Tous pa Tous. Sociedad Canguesa de Amantes del País y el Ayuntamiento de Cangas del Narcea.

Los palacios y casonas que se incluyen en esta guía, contextualizados en las diferentes coordenadas históricas y artísticas, ya habían sido objeto de atención en inventarios y obras de conjunto sobre la arquitectura civil asturiana, pero ahora se enriquecen y actualizan con nuevas aportaciones sacadas de la documentación histórica de los monumentos y de un conocimiento preciso de sus estructuras originales y de los restos conservados. El esfuerzo realizado en la búsqueda de la documentación en diferentes archivos (principalmente, el Archivo Histórico de Asturias y el Archivo del conde de Toreno en la Universidad de Oviedo), se ha visto recompensado con el hallazgo de importantes documentos inéditos que permiten fijar el origen de los monumentos y concretar aspectos tan importantes como el promotor, la fecha de construcción y la autoría de la obra.

El planteamiento globalizador de esta Guía incluye la referencia a todos los palacios o casonas del concejo construidos durante el Antiguo Régimen. De ahí que se den algunas pinceladas sobre edificios desaparecidos de los que existe una constancia documental. Los que se han conservado son solo una parte de la riqueza patrimonial que existió en Cangas del Narcea durante los siglos XVI-XVIII, fundada en una sólida economía y la existencia de casas nobles de origen medieval con importantes mayorazgos y privilegios.

Esta nobleza, con algunos de los apellidos más destacados de Asturias (Queipo de Llano, Omaña, Sierra, Flórez Valdés, Uría, etc.), también jugó un papel determinante en las mejoras del urbanismo de la villa de Cangas (apertura de nuevas calles y plazas) y de las comunicaciones (caminos y reforma de puentes), así como en la explotación a finales del siglo XVIII de importantes recursos naturales, como las canteras de mármol de Rengos, la madera del monte de Muniellos y otros. Precisamente, uno de estos linajes alcanzó en 1659 un título de Castilla en la persona de Álvaro Queipo de Llano (1599-1662), primer conde de Toreno. La rama Queipo de Llano de Ardaliz ingresó en la orden de Santiago en 1639 con Rodrigo Queipo de Llano y Valdés. De esta familia era el licenciado Diego García de Tineo y Llano, fundador de esta casa en 1604; o Suero Queipo de Llano, fundador en la segunda mitad del siglo XVI de la casa de San Pedro de Arbas, en la que nació Juan Queipo de Llano y Flórez Sierra (1584-1647), obispo de Pamplona y Jaén y fundador del antiguo convento de la Encarnación de Madres Dominicas en la villa de Cangas.

La Guía se inicia con una breve introducción sobre Cangas del Narcea, sus palacios y los linajes de este concejo. La primera parte trata de una exposición de los elementos más significativos de los palacios y casonas (capillas, escudos, palomares, etc.) y una evolución del palacio desde el siglo XVI a finales del siglo XVIII.

En la segunda parte se incluyen los palacios y casonas de la villa de Cangas del Narcea siguiendo este recorrido: plaza de Toreno, calle Mayor, plaza de la Iglesia, calle de La Fuente y barrio de Ambasaguas. La tercera es un catálogo con las construcciones más significativas del concejo y la cuarta es una enumeración de casonas menos relevantes. La Guía concluye con unas breves biografías de los principales arquitectos, canteros, escultores y carpinteros que intervinieron en la construcción de los palacios y casonas, como Domingo de Argos, Pedro Sánchez de Agrela, Domingo y Francisco de Palacios, Juan García de la Barrera, Francisco Pruneda, José Bernardo de la Meana o Manuel Reguera González. Finalmente, se publica un repertorio bibliográfico y de recursos web.

Contraportada

No quiero concluir sin manifestar mi agradecimiento a todas las personas que han colaborado en este trabajo, en especial a Juaco López Álvarez, director del Museo del Pueblo de Asturias, que me ha transmitido sus conocimientos sobre este tema y ha supervisado este trabajo; a los profesores Javier González Santos, de la Universidad de Oviedo, Roberto López-Campillo, de la Universidad Pontificia de Comillas, y Mercedes Pérez Rodríguez, del Instituto de Cangas del Narcea, por la corrección de esta Guía; a Emilio Marcos Vallaure por sus sugerencias e informaciones; a José Manuel Collar, de Gedrez, por acompañarme durante el trabajo de campo y hacer posible la visita de algunos palacios y casonas; a Gema Villanueva Fernández por su incondicional apoyo; a José Ramón Puerto y Avelino García Arias que han facilitado gran parte de las fotografías que ilustran esta Guía; a los propietarios de los palacios y casonas: Rafael Ron del palacio de Uría de Santa Eulalia; Carmina Rodríguez y José Calvo del palacio de Ardaliz; Manuel Martínez Rodríguez del palacio de Miravalles, y a los dueños de los palacios de Carballo, Jarceley y Llamas del Mouro, y de casa del Indiano en Gedrez.

También quiero mostrar mi agradecimiento al Tous pa Tous. Sociedad Canguesa de Amantes del País al confiar en mí por segunda vez encargándome este trabajo.

Pelayo Fernández Fernández


Mario Gómez en el Ejército

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Mario Gómez Gómez en Cádiz, 1915. Fotografía de M. Iglesias. Colección familia Álvarez Pereda.

Al pasar por Cangas nuestro consocio y secretario de la facina de Madrid, D. Sandalio Menéndez, cumplido ya un piadoso y triste deber filial que le trajo al Concejo, me encargó reiteradamente que escribiese para LA MANIEGA algo sobre la vida militar de Mario. Y pensaba yo, a este respecto, que lo más sencillo, verídico y hasta elocuente sería copiar literalmente la hoja de servicios, en la que, con laconismo oficial, se enumeran y relacionan todos los hechos salientes, vicisitudes y recompensas de la carrera médicocastrense de tan distinguido jefe, en la que destacan a porfía las virtudes militares del soldado heroico con la competencia científica del facultativo benéfico; pero la cosa no había de ser tan fácil como a primera vista parece, no sólo por las dificultades para obtener la copia, sino porque, obtenida, resultaría un escrito demasiado extenso para las proporciones habituales del periódico y más aún para la parte de él que como colaborador asiduo pueda corresponderme. Y por eso, ante la imposibilidad de seguir a nuestro buen caballero a través de campamentos, cuarteles, fábricas militares, comisiones y hospitales de mar y tierra, desde su primera salida por campos de Melilla, allá por el año 1898, hasta su reciente y breve retiro de Limés, dejando en todas partes muchedumbre de amigos y admiradores, me limitaré a recordar algunos episodios y épocas que conserva mejor mi memoria por la parte que en ellos hubo de corresponderme.

Mario Gómez, con grado de capitán, con unos soldados del cuerpo de Sanidad Militar, hacia 1908. Colección Gómez Marcos.

Allá por el año 1908, o cosa así, estaba Mario Gómez destinado como capitán médico en la fábrica de Artillería de Trubia, donde, entre otras obras sociales, desplegaba su prodigiosa actividad en organizar y dar impulso a una numerosísima agrupación artísticomusical y masa coral, formada por obreros de aquel centro militar y elementos diversos de la industriosa villa, que repetidas veces manifestó a Mario su entusiasta adhesión y agradecimiento; y en los Carnavales de uno de esos años, estando en León, además del que esto escribe, un oficial de Intendencia Militar, casi cangués, Segismundo Pérez, recibimos aviso de nuestro hombre para que preparásemos posada, público, popularidad y pesetas a «La Clave» (nombre de la agrupación), que de momento (como solía hacer las cosas Mario), llegaría a dar conciertos, trabajar en el teatro y pasar un par de días alegres si los leoneses respondían a tan halagüeños propósitos, y aunque es verdad que nosotros no nos dormimos, en el León de entonces no había ambiente para estas cosas: acababan de fracasar dos estudiantinas, y a «La Clave» se la creía una más, con la agravante de ser falsificada, es decir, no constituida por verdaderos estudiantes; pero Mario venció todas las resistencias, y aquello fue el exitazo más formidable que recuerdan las crónicas del Carnaval de la vieja ciudad, plenamente conquistada por el arte de los trubiecos y la simpatía de aquel a quien consideraban su jefe.

Mario Gómez y Gómez durante la campaña de África de 1909.

En el mes de julio de 1909, días después de la muerte alevosa de obreros españoles que trabajaban en el ferrocarril de las Minas del Rif, primera agresión de los moros y momento inicial de una lucha casi continua que duró dieciocho años, desembarcaba por segunda vez en Melilla, destinado a uno de los batallones de la brigada de Cazadores de Cataluña el entonces médico primero D. Mario Gómez y Gómez. El general Marina, ante unas circunstancias que no dejaban lugar a opción, había ocupado con las escasas tropas de la guarnición de la plaza una serie de posiciones que jalonaban el camino de Nador, centro de concentración de la jarca; posiciones dominadas por las crestas y laderas del Gürugú, difícilmente accesibles por el lado del mar, que era el nuestro, y muy fáciles en cambio para las cabilas del interior, desde las cuales hostilizaban impunemente nuestros campamentos con un constante «paqueo» que agotaba la resistencia física y moral de nuestros soldados; lanzándose a veces al ataque en masa, como en Sidi Hamet, Sidi Musa, Barranco del Lobo, etc.

Encerrado en esos campamentos, donde toda incomodidad y toda privación tenían su asiento, empezando por la penosísima del agua, curando centenares de enfermos bajo la acción muchas veces eficaz de las balas enemigas, deambulando de unas a otras posiciones en convoyes siempre atacados, para multiplicar su asistencia médica y extender los beneficios de su labor humanitaria, cumpliendo, en fin, con su penoso deber, con un deber para el cual el Mario cangués, el de las «Xácaras» y «Chilindrinas», El Cuntapeiru, no admitía atenuaciones, ni titubeos, ni bromas, pues médico y militar, su salud y su vida se inmolaban por la vida y la salud de los soldados de España. En esto, la austeridad más rigurosa era la norma de su ejercicio profesional.

Mario Gómez (sentado en el centro) con varios soldados de Cangas del Narcea en Marruecos, hacia 1910. Colección Gómez Marcos.

Yo conocía de vez en cuando sus andanzas, y estuve tan cerca de él, que es fácil que las granadas del grupo artillero donde prestaba mis servicios hayan pasado a veces por encima de su cabeza; pero iniciado el avance general, no pude verlo hasta la entrada del invierno, que regresando a Melilla con una fuerte columna, de la que me separé más de lo prudente acuciado por el deseo de encontrarlo, pude al fin darle un abrazo en la posición llamada Segunda Caseta, una de las más insistentes y eficazmente atacada por el enemigo. Estaba mal trajeado, flaco y negro; no en vano había hecho íntegra y en los sitios de más rigor la durísima campaña de aquel memorable verano, a pesar de lo cual su espíritu jovial se mantenía inalterable.

Marruecos, territorio de Larache; Mario Gómez tocando la gaita en la posición de Zoco el T’Zenin en 1912.

Tres años más tarde tuvimos otro encuentro en África, a donde habíamos vuelto, él por tercera y yo por segunda vez; fue en el territorio de Larache, en la elevada posición de Zoco el T’Zenin, que por su emplazamiento y las condiciones en que se desenvolvían entonces las operaciones, permitía cierta holgura al personal. Allí era digna de ver la actividad multiforme e inagotable de Mario. En su tienda, compartida con el primer jefe del batallón, una gaita y algún «desperdicio de gochu», disputaban el sitio a gran montón de libros y periódicos; los objetos marroquíes y los recuerdos de Asturias estaban mezclados con borradores de versos, de artículos para la Prensa y de cuartillas para uno de sus libros, no recuerdo cuál de ellos; luego, tabaco, cerveza, bicarbonato…, todo en «orden de barullo». Y en una ladera próxima, aprovechando el agua de la fuente del Morabito (uno de los pocos afloramientos de agua que se encuentran en toda la zona), tenía una huerta. ¡Una señora huerta!, roturada y cultivada por él.

Como hice allí noche con mi columna, no hay que decir que vivimos unas amables horas de Cangas: buena mesa y mejor sobremesa: gaita, unas canciones de la tierra, prosa y versos suyos inéditos, y la charla amena sobre proyectos, alguno de los cuales llegó a ver realizados.

Mario Gómez, con el grado de teniente coronel, junto a otros oficiales y soldados en el vapor Sevilla, hacia 1920. Colección Gómez Marcos.

Tiempo después lo visité en el Ministerio, en la Sección de Sanidad. Ya era teniente coronel y el destino fijo en Madrid, sin enfermos, y de cómodo servicio, resultaba envidiable para un señor encanecido en la clínica de cuarteles, campamentos y hospitales; pero el alma aventurera de Mario Gómez, le llevó al nuevo estrépito de la última campaña, se fue a la querencia, y cambió la poltrona de su negociado por la dirección del buque-hospital «Castilla», pisando por cuarta vez las costas de Marruecos, en cuyas aguas, como ya saben los lectores de LA MANIEGA, estuvo a punto de perder su vida cuando el naufragio de dicho barco.

De esa vida que Dios quiso conservar entonces, para que pudiese extinguirse cristiana y tranquilamente entre los suyos. Y aún ciñéndonos a la parte militar de ella, podrían escribirse resmas de cuartillas; pero ya dije al amigo Menéndez que me limitaría a recordar algunos episodios, y cumplido esto, creo que no debo ocupar ni otro renglón de nuestra Revista.


Por Francisco Cosmen y Meléndez
Publicado en LA MANIEGA. Boletín del Tous pa Tous [julio-agosto 1932]