Publicación de noticias históricas relacionadas con la historia, el arte, la literatura, etc. de Cangas del Narcea.

Un reguero de pólvora

NOTICIA DE LOS TALLERES PIROTÉCNICOS EN CANGAS DEL NARCEA

Miembros de la Peña El Arbolín en el Lagarón. Julio de 1954.

Se lamentaba Juan de Llano Ponte (conocido como “Juan de las Carreteras”), a mediados del siglo XIX, del gusto desmedido de los asturianos por los voladores y fuegos de artificio, mientras el país, en plena fiebre minera e industrial, debía pugnar por modernizar sus infraestructuras. “En vez de gastar tanta pólvora en fiestas, deberían las autoridades y el pueblo llano emplearla en abrir las entrañas de la tierra para nuevas minas y, sobre todo, para hacer caminos de los que tan necesitados estamos”, clamaba Llano Ponte en una época de transición en la que lo viejo se resistía a morir y lo nuevo luchaba por ser para crecer. No se engañaba aquel moderno visionario sobre la encrucijada asturiana en la que quería hacerse oír: el país y sus naturales eran dados a manifestarse explosivamente en sus festejos y era difícil que renunciasen a esa nada extraña personalidad colectiva para empujar un progreso que les parecía ajeno o, cuando menos, de lejanos y minoritarios beneficios. Así que todo siguió como en siglos precedentes, y en algunos lugares, como en la villa de Cangas del Narcea, las nubes de pólvora y el estruendo se convirtieron en una seña de identidad que hoy va multiplicándose en fama y aplauso.

La mecha, 1924. 60 x 39 cm. Cartel para Unión Española de Explosivos. Col. Unión Explosivos Rio Tinto, S.A. Madrid.

Cuando Llano Ponte daba sus consejos sobre el uso rentable de las materias explosivas, nacía este sector industrial a gran escala en Asturias, llamado a tener una sólida reputación en el ámbito español. Será sobre todo la demanda del sector minero, los distintos ramos del ejército y, en menor medida, las obras públicas, las que permitan que antes de iniciarse el siglo XX contase Asturias con tres importantes industrias de explosivos.

No cabe duda que la implantación y desarrollo de este sector influyó en la aparición de una tupida red de talleres pirotécnicos en toda la región, cuya producción artesanal se destinaba al consumo interno en su vertiente eminentemente festiva. Lógicamente, Cangas del Narcea, con esa tradición tan asentada en voladores y fuegos, no podía estar al margen de este fenómeno pirotécnico y fue así como se crearon distintos talleres, de los que hoy, en la renovación anual del ciclo festivo, queremos dar noticia.

Conviene señalar, sin embargo, que el comercio de materias explosivas en el concejo se había introducido desde que, en fecha que no podemos determinar, se había instalado en la villa una de las seis administraciones subalternas, dependientes de la central de Oviedo, de la Administración de la Hacienda Pública de la Provincia y, en concreto, de la Dirección General de Rentas Estancadas y Loterías, que controlaban la venta de materias explosivas. En el caso de Cangas del Narcea, el comercio era únicamente de pólvora de mina, y en 1868 almacenaba un total de 500 kilos. Como consecuencia de la Revolución de ese año, se va a producir la supresión de la Dirección General de Rentas Estancadas, con lo que la producción y comercialización de la pólvora y otras materias explosivas se va a liberalizar, desapareciendo en 1870 la administración subalterna de Cangas.

La prolija legislación que regula el sector irá acomodándose a una realidad cada vez más compleja, que en lo que atañe a lo estrictamente festivo será cada vez más restrictiva, tal como revela la Real Orden de 7 de octubre de 1886 que señalaba que: “Nadie podrá quemar fuegos artificiales, disparar cohetes o petardos o hacer cualquier uso público de sustancias explosivas sin permiso escrito del Alcalde de la localidad. En ningún caso podrá esto hacerse dentro de poblado, en caminos y lugares de tránsito o de numerosa concurrencia, ni en épocas o sitios en que puedan ocasionarse incendios en las mieses o pastos u otros daños semejantes”.

La razón de las autoridades para aplicar esta normativa en Asturias estaba en “la costumbre inveterada que existe en esta provincia de amenizar toda función como procesiones, romerías, bodas, bautizos, etc. disparando cohetes con el distintivo en su clase de bomba real, palenque y otros de gran detonación”, lo que hacía que se utilizasen materias prohibidas como la dinamita o la adición de clorato de potasa a la pólvora para potenciar su efectividad. Esto los hacía sumamente peligrosos, provocando graves sucesos en fiestas de toda la región.

En el punto de mira de las autoridades se hallaban los pirotécnicos, a los que se tildaba de “ignorantes o poco escrupulosos” a la hora de fabricar los productos que producían estos accidentes, pero el colectivo artesanal se defendía protestando que los artefactos por ellos construidos eran “inofensivos” y que eran “personas extrañas o malos compradores” los que manipulaban la composición, por ejemplo, de las bombas de detonación.

En las primeras décadas del siglo XX las normas para intentar corregir los continuos accidentes serán la Real orden citada de 1884 y las posteriores de 9 de noviembre de 1893 y 22 de noviembre de 1913, que intentan un mayor control de todo lo que afecta a los explosivos en su aplicación festiva. No será hasta la promulgación del Reglamento de Explosivos de 1920 cuando la regulación alcance de modo expreso a los talleres de pirotecnia o fábricas de fuegos artificiales, que funcionaban sin autorización, incumpliendo con ello la legalidad.

Gracias a la rigurosa aplicación de esta norma a lo largo de la década de los años veinte, y de modo particular durante la Dictadura de Primo de Rivera, conocemos documentalmente las características de las instalaciones y las reformas que realizaron dos talleres pirotécnicos de Cangas del Narcea, fundados con anterioridad, pero que se transforman a fines de este periodo para adecuarse a las condiciones exigidas por la ley.

El primero es el promovido por la vecina de la villa María Blanco Menéndez, quien solicita autorización en 1928 para instalar un taller de pirotecnia para fabricar a mano cohetes y fuegos artificiales elaborados con pólvora corriente y cloratada, no empleando más de diez kilos de estos productos por jornada laboral. El taller se instalaría en una finca, propiedad de la Comunidad de Dominicas, situada en el kilómetro 41 de la carretera de Ponferrada a La Espina, y distante más de trescientos metros de la villa. Los edificios más próximos al taller distaban a 30 metros, y el edificio -“caseta”-, tendría 3´80 metros de frente por 2´80 de fondo, siendo construido con tabiques de armazón de madera rellenos de rajuela, mientras que la cubierta sería en parte de teja plana y el resto de latón. El ingeniero comisionado por la Dirección General de Minas y Combustibles informará que la localización del taller es aceptable, pero para su autorización definitiva pondrá diversas condiciones: el taller debe cercarse con alambrado, valla o empalizada, poniéndose en los cuatro ángulos un aviso en el que se señale que dicho taller de pirotecnia está autorizado por la Real orden precisa. El recinto tendrá una sola entrada, exclusiva para el personal y con puerta de apertura hacia fuera, colocándose un rótulo que diga: “Prohibida la entrada”.

La fabricación debía comprender únicamente “los productos de la pirotecnia y fuegos artificiales de la clase corriente del país”, que eran cohetes o voladores, petardos, luces de bengala, y otros, teniendo todos la correspondiente mecha. Se prohibía la utilización de dinamita en todos los productos. Los morteros debían ser de cobre o bronce, siendo las mazas del mismo metal o aleación, y también de madera o piedra. Las agujas atacadoras y demás artefactos serían igualmente de cobre, bronce y madera.

Los toneles de trituración y mezcla no deberían tener ninguna partícula de hierro, y si el eje fuese de ese metal, debería recubrirse de madera y ésta, a su vez, de cuero cosido con cáñamo. Los balines que se empleasen debían ser también de bronce o madera. La elaboración con materias cloratadas debía hacerse al aire libre, en cobertizos o en departamentos a propósito. Tanto las materias primas como los productos elaborados debían tener el correcto almacenaje.

Por último, el taller pasaba a estar bajo la inspección de la Jefatura Provincial de Minas. La promotora lograba la aprobación de su taller por Real orden de 11 de junio de 1929. Pero debieron surgir problemas, pues en 1930 María Blanco solicita una nueva licencia para instalar un taller de pirotecnia, ahora en el lugar conocido como “Huertas del Pelayo”, distante 50 metros del edificio más cercano que es un establo, y otro tanto de la vía de comunicación más cercana. El edificio para la manufactura sería una construcción completa de ladrillo con una planta de 5 metros de frente por 4 de fondo.

Tampoco ahora parece ser éste el taller definitivo, pues cuatro años después, en julio de 1934, una nueva solicitud documenta la petición de autorización para un taller “sito en las afueras de la villa” y a 65 metros del edificio más cercano y a 72 metros de la vía más próxima. Ahora, el edificio del taller sería de 20 metros cuadrados de planta, con una altura de muros de 2´70 metros, construidos en ladrillo. El piso sería de hormigón y la cubierta de teja, señalando la promotora que: “Sólo se fabricarán cohetes en sus clases más corrientes”.

Los Nogales, 1930. En el centro taller pirotécnico de Raimundo Rodríguez (Cantarín). Detalle de fotografía de Ubaldo Menéndez Morodo

Estrictamente contemporáneo del primer proyecto de María Blanco es el promovido también en 1928 por el vecino de la villa Raimundo Rodríguez “Cantarín”. En su solicitud señala que el taller de pirotecnia se situaba en las inmediaciones del río Narcea y a unos 32 metros de la carretera de Cangas a Ventanueva. El edificio más cercano se hallaba a 37 metros. El taller -“una caseta”- tendría 1´90 metros de ancho por 4´40 de fondo y se construiría con tabiques de armazón de madera cubiertos de piedra menuda, siendo la cubierta de teja plana. En su petición señalaba que el objeto del taller era “la fabricación a mano de cohetes y fuegos artificiales con pólvora corriente y cloratada”, trabajando menos de diez kilos diarios.

Ante las condiciones enumeradas, se le deben señalar algunos cambios por las autoridades competentes, pues meses después la localización del taller es en un terreno de su propiedad situado en el barrio de El Fuejo, a 137 metros de la carretera de Cangas a Ouviaño, y las características técnicas del edificio también varían: la planta será de 3 metros de ancho por 2´20 metros de fondo. Los muros serán de armazón de madera con relleno de sarmiento y revocados con cal tanto en el interior como en el exterior. El informe del ingeniero será negativo, basándose en la inexistencia de una defensa natural que proteja tanto la carretera como, sobre todo, los edificios y viviendas de los barrios del Fuejo y Ambasaguas, siendo denegada la autorización por Real orden de 12 de abril de 1930.

Para autorizarlo, la Dirección General de Minas exigirá además del taller de fabricación, la construcción de un edificio almacén con toda clase de seguridades, recinto cerrado con anuncios de la existencia del taller, una sola puerta de entrada con rotulación de la prohibición de acceso de persona ajena, así como todas las demás condiciones impuestas a la otra promotora local. Por fin, el taller promovido por Raimundo Rodríguez será definitivamente autorizado por Real orden de 17 de junio de 1930.

Casi todas las revisiones e informes para autorizar talleres y polvorines en toda la geografía asturiana a lo largo de los años veinte y treinta serán efectuados, en calidad de comisionado, por el ingeniero de minas Celso Rodríguez-Arango Méndez-Castrillón, de oriundez canguesa y probablemente pariente de Gregoria Rodríguez-Arango Fernández-Argüelles, quien en 1928 solicitará autorización para establecer un polvorín en el lugar de Obanca, en Cangas del Narcea, y en 1935 una expendería de explosivos también en la villa, en la calle de Galán y García Hernández (hoy, calle de Rafael Fernández Uría).

“Desfaciendo” equívocos: a propósito de la imagen titular de la capilla de San Tirso (“San Tiso”), en Cangas del Narcea

Capilla de San Tirso o San Tiso, en el barrio de su nombre, Cangas del Narcea

El pasado domingo, 12 de junio de 2011, estaba en Cangas del Narcea con mis anfitriones Juaco López y Sofía Díaz, y nuestros comunes amigos Emilio Marcos Vallaure, director del Museo de Bellas Artes de Asturias, y Ana Fernández Verdes. La jornada la iniciamos con una visita al Museo del Vino de Cangas y a continuación, con Antonio Menéndez, encargado de este museo, pasamos a visitar la capilla de San Tirso o San Tiso. A pesar de las veces que estuve en Cangas, nunca había entrado en ella y solo la conocía por fuera. Tras el primer vistazo al interior, fijé mi atención en la imagen del retablo, confiado en que fuera la del titular, y en otra que hay sobre una peana, al lado izquierdo de la nave, y de inmediato me di cuenta de algo extraño que no casaba con los requerimientos de la iconografía de san Tirso. Para confusión de todos advertí que la imagen principal de la capilla, la que recibe veneración en el retablo del altar, no es la de san Tirso sino la de un santo Obispo, y que la de san Tirso es, en cambio, la que se encuentra en la peana de la nave de la capilla. Pero ustedes se preguntarán en qué me baso.

La identidad de las figuras y de los asuntos religiosos representados en pinturas, estatuas, relieves o estampas grabadas no es caprichosa: es el resultado de una estudiada y sistemática caracterización de los gestos, atributos y símbolos ideada en un momento concreto, fijada por el uso y la tradición o, más cercanamente, a partir del siglo XVI y de la época de la Contrarreforma, por eruditos (eclesiásticos, definidores, teólogos, representantes de órdenes religiosas, artistas incluso) que diseñan el modo preciso, el prototipo o modelo cómo tiene que ser figurada una imagen sagrada o qué asuntos de su vida y milagros deben ser representados. Esto mismo sucede también con los temas profanos (históricos, legendarios o literarios) y la mitología, que es la representación de los asuntos de las religiones de la Antigüedad, no judía ni cristiana. La disciplina que estudia e identifica las imágenes se llama iconografía, que es un término erudito tomado del griego y que significa precisamente esto, «descripción de imágenes» (como leemos en el Diccionario de la lengua española) y es, por tanto, una herramienta imprescindible para los historiadores del Arte.

Antonio de Borja (atribución), San Tirso, mártir, hacia 1700-1710; bulto redondo; madera tallada y policromada, 80 cm. de altura

Pues bien, el modelo de san Tirso no es el de la imagen que hoy preside el altar de su capilla; en cambio, sí responde a él el de la otra figura colocada en un lateral de la nave de esta capilla. La advertencia del error se explica por el conocimiento de la vida e iconografía de este santo. Tirso era un cristiano griego que fue martirizado en el año 251 durante las persecuciones del emperador romano Decio (249-251) en Apolonia o Sozópolis (Anatolia, Turquía), por orden del tribuno Cumbricio, junto a sus compañeros Leucio y Callínicos (Leukios y Kallinikos). Se dice que era un atleta y que los verdugos lo sometieron al suplicio de partir su cuerpo en dos con una sierra. Su culto fue traído a la península Ibérica por los griegos durante la época visigoda y se difundió a partir de la ciudad de Mérida. Su extensión contribuyó a que fuera nacionalizado y a que tuviera capilla en la catedral de Toledo con culto propio en el Breviario mozárabe, pero su hispanidad es legendaria. No así su popularidad en el reino de Asturias durante la Alta Edad Media (Asturias, León, Zamora), y el hecho de que la parroquia más antigua de Oviedo, fundada por Alfonso II el Casto, esté consagrada a San Tirso, es muy elocuente. Su imaginería, en cambio, no es muy abundante pero, al margen de las escenas de su martirio, se lo representa vestido a la antigua, con túnica y, más a menudo, como soldado romano (como sucede en la citada iglesia de Oviedo), con loriga (coraza), espada envainada al cinto, faldellín, grebas (armadura para la parte anterior de las piernas) y envuelto en una clámide (capa), y la palma, símbolo de los mártires. Se habla también de otro mártir Tirso, soldado de la legión Tebana que, al mando de san Mauricio, fue diezmada en el 285 (o 302, para otros) por orden del emperador romano Maximiano (285-305). La festividad de san Tirso se celebra el 28 de enero y es una de las primeras del calendario litúrgico católico.

Santo Obispo, siglo XIII (bulto redondo madera tallada, 92 cm de altura; policromía y repintes moderno), en el retablo mayor de la capilla de San Tiso, de hacia 1700-1710

La imagen que ocupa el retablo del altar de la capilla es la de un Santo Obispo (bulto redondo, madera tallada y policromada; 92 cm de altura), sentado en su cátedra, con un evangeliario bajo el brazo y con la mano derecha levantada, reproduciendo el conocido gesto de la bendición, con los dedos índice y corazón unidos. Es una imagen medieval, del siglo XIII, de estética románica tardía y excelente calidad, aunque una reciente restauración nos ha privado de contemplar su policromía, si no original, al menos antigua. La ausencia de emblemas o atributos característicos dificulta su identificación porque los colores de la indumentaria que viste, tras su restauración, no permiten interpretación alguna. Que se trata de un obispo lo proclaman los ornamentos pontificales. Aunque repintada, con colores arbitrarios y no originales que podrían despistar, viste alba (túnica blanca) ceñida con cíngulo o cinturón atado al frente, y figura envuelto en manto coral ceñido con un broche a la altura del pecho; la mitra y las dos ínfulas que caen de ella por su espalda, el evangeliario y el solio, son igualmente distintivos de la dignidad episcopal.

Santo Obispo, detalle de la silla curul o cátedra, ejemplo de mobiliario románico.

Muy ilustrativo e interesante en este caso es el solio, una silla curul o de tijera, sin respaldo, con extremos rematados en cabezas de león y patas en forma de garras, cuyo modelo remite a ejemplos conocidos del siglo XII, como el de la Silla de san Ramón, de la catedral de Roda de Isábena (Huesca), tristemente mutilada en 1979 por el ladrón Eric el Belga.

Interior de la capilla de San Tirso. A la izquierda esta la imagen de San Tirso y en el retablo del altar la de un Santo Obispo

El retablo de la capilla, aunque sin documentar, recuerda otros conocidos del denominado «Taller de Corias», como nos comenta Pelayo Fernández, conocido colaborador de esta sección y máxima autoridad en lo que a retablos e imaginería barroca canguesa toca, y para él podría ser obra de Manuel de Ron (Pixán, Limés, hacia 1645-Cangas, 1732) o si no, de Antonio López de Lamoneda (nacido en Piedrafita do Cebreiro, Lugo; asentado en Corias desde 1678) y datar de la primera década del siglo XVIII (hacia 1701-1710). Es barroco, con columnas salomónicas y cuerpo único, hecho ex professo para esta capilla y, según parece, para la imagen de San Tirso que hoy está en la nave. La carencia de libros de fábrica de esta capilla (parroquia matriz y luego ayuda de parroquia aneja a la de Santa María de la Cabeza de Entrambasaguas al menos hasta el siglo XVIII) no permiten mayor precisión en esto.

La legítima de San Tirso (madera tallada y policromada, 80 cm; o sea, alrededor de una vara castellana de altura) es otra bella y elegante imagen, de estilo barroco, contemporánea del retablo pero de distinta y mejor factura, que muestra todos los rasgos iconográficos descritos anteriormente para este mártir griego. A la vista de otras obras conocidas, nos parece obra (y de las buenas) del escultor Antonio de Borja, el mejor representante de este estilo en Asturias a lo largo del primer tercio del siglo XVIII.

Antonio de Borja Palencia (Sigüenza, Guadalajara, hacia 1661-Oviedo, 1730) se formó en Madrid, probablemente con el escultor Miguel de Rubiales (1647-1713), alcarreño como Borja y uno de los mejores representantes del barroco escultórico madrileño a finales del siglo XVII. Antonio Borja vino a Asturias en 1680, como oficial del escultor vallisoletano Alonso de Rozas Fernández (hacia 1625-1681), ya fallecido Luis Fernández de la Vega († 1675), con lo que Borja no tardó en convertirse en su sucesor y en el mejor escultor de Asturias de finales del siglo XVII y primer tercio del XVIII, innovando el panorama de la plástica regional con los aportes del estilo barroco (movimiento, gestualidad, pictoricidad en los pliegues y siluetas) y una mayor riqueza compositiva. La producción mejor documentada de Borja es la del periodo comprendido entre 1700-1730 (al que corresponde esta imagen de San Tirso) y en que destaca el retablo de la capilla de Nuestra Señora del Rey Casto, en la Catedral de Oviedo (1716-1719), uno de los monumentos clave del barroco asturiano. Como dato interesante para esta noticia, Borja es asimismo el autor de la grandiosa estatua de San Tirso, del templo parroquial de Oviedo, documentada en 1719 y que presidió su altar mayor.

Silla de san Ramón, siglo XII. Catedral de Roda de Isábena (Huesca)

Queda por concretar cuándo y por qué se produjo el cambio de las imágenes de esta capilla y la confusión de su identidad. Acaso durante la segunda mitad del siglo XIX, como consecuencia del desarrollo de la erudición histórica, en el que se generaliza el desprecio por las manifestaciones del arte barroco y se revaloriza el arte medieval. Hay que tener en cuenta que el monasterio de San Tirso de Cangas se fundó a comienzos del siglo XI, por un Rodríguez, como comenta el padre Luis Alfonso de Carvallo (Antigüedades y cosas memorables del principado de Asturias, 1695, pág. 295), que figura como filial del de Corias al tiempo de su fundación en 1031, y que en 1086 fue donado a la catedral de Oviedo por el testamento de Bermudo Gutiérrez (Ciriaco Miguel Vigil, Asturias monumental, 1887, págs. 81 y 322). De aquel momento, solo de entonces, provendrá la conocida letrilla de una jota escrita a finales del siglo XIX por Pablo Martínez Cavero y musicada por Emilio Rodríguez que recitaban las mozas casaderas de Cangas:

«-Niña que vas a San Tirso,
por qué te bajen el dedo,
mirar que en el mundo hay lobos
que tienen piel de cordero.
 
-Madrecita mía,
déjame ir allá,
que si viene el lobo
ya se amansará.»

La fama de casamentero que tenía San Tiso en Cangas (suplantando al popular y más universal san Antonio de Padua) también la documenta la encuesta realizada en 1901 por el Ateneo de Madrid sobre los ritos de Nacimiento, matrimonio y muerte en España (véase Juaco López Álvarez y José M.ª González Azcárate, La explosión de la fiesta. Los festejos del Carmen en la villa de Cangas del Narcea, 1997, págs. 31-33) y todavía la podemos ver reflejada en la crónica «Cangas: recuerdos de antaño, VIII», firmada por Amader (pseudónimo de Ángel Martínez de Ron) en agosto de 1930, publicada en La Maniega (año V, núm. 27, julio-agosto de 1930, págs. 12-13) y que el interesado puede consultar en el portal del TOUS PA TOUS.

Espero que a partir de ahora las mozas casaderas dirijan sus preces al santo verdadero que aunque no tiene los dedos levantados como el obispo del altar, sí puede agitar la palma en señal de asentimiento y complacencia por las nuevas maridadas. Y si hay caso, no duden en comunicármelo que yo también me regocijaré.

El vino de Cangas en 1902

Maniega con uvas blanca extra y albarín negra de una vendimia en Cangas del Narcea.

En 1902 se publicó en Gijón un libro que constituye una fuente de información imprescindible para conocer la actividad industrial de Asturias en aquella fecha y en todos los ámbitos: minería, siderurgia, explosivos, cerámica, alimentación, textil, etc. Su autor era Rafael Fuertes Arias (Oviedo, 1861), hijo del gran estudioso asturianista Máximo Fuertes Acevedo y militar de profesión.

El libro se titula Asturias industrial. Estudio descriptivo del estado actual de la industria asturiana en todas sus manifestaciones, y en su tiempo ya recibió grandes elogios. En 1936, Constantino Suárez “Españolito” escribió sobre esta obra lo siguiente:

“una de las obras de carácter económico más importantes en la bibliografía asturiana, en la que se estudia el desarrollo de esa fuente de riqueza regional en todos sus aspectos. Ha sido traducida al alemán. La Cámara de Comercio de Oviedo, reconocida la utilidad de este estudio, solicitó y obtuvo para el autor la Cruz de Alfonso XII”.

La obra tiene un capítulo dedicado a “Fábricas de sidra, vino, kirs y cerveza” y dentro de él la “Industria vinícola” ocupa tres páginas. En 1902 se cosechaba vino en los concejos de Candamo y Tineo, y en los partidos judiciales de Castropol, donde había viñedos en los concejos de Pesoz, Illano y Grandas de Salime, y de Cangas del Narcea, en el que había viñas en Allande, Ibias y Cangas. Este último concejo era el mayor productor de vino y casi el único en el que había grandes cosecheros que envasaban y vendían su vino fuera.

En 1902 la industria vinícola de Cangas del Narcea estaba totalmente influenciada por las inversiones que desde los años ochenta del siglo XIX había efectuado Anselmo González del Valle. Este capitalista había adquirido muchas propiedades en el concejo y había dedicado mucho esfuerzo y dinero a la producción de vino: construyó una bodega en Cangas y trajo técnicos franceses que transformaron el cultivo del viñedo y mejoraron considerablemente la elaboración de vino. El resultado fue que el vino de Cangas, por primera vez en su historia, se exportó fuera de España, según Fuertes Arias llegaba a Argentina, Cuba, Méjico o Puerto Rico, y obtuvo premios en exposiciones vinícolas de Francia. En 1902, Gonzalez del Valle ya había abandonado toda esta actividad y vendido su bodega y 21 hectáreas de viñedo a la sociedad Flórez, Llano y Díaz. Esta compañía estaba integrado por los hermanos Alfredo y Roberto Flórez González, José de Llano Valdés y José María Díaz López “Penedela”, todos ellos relacionados entre si por lazos familiares.

Los primeros años del siglo XX es la época en la que el vino de Cangas se convierte en una verdadera industria, con grandes cosecheros que embotellan y etiquetan su vino, y venden bastante de la producción fuera del concejo, como son José Gómez López-Braña, Manuel Rodríguez González, Manuel García Velasco, etc.

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Diario de un viticultor de Cangas del Narcea, 1902–1907, de José Gómez López-Braña

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José Gómez López-Braña (a la derecha) con su mujer Manuela y sus hijos María, Mario y Manuel, Cangas del Narcea, 1905.

El testimonio que presentamos hoy en la web del «TOUS PA TOUS» es excepcional en la historia de la viticultura asturiana e incluso española. Es un diario escrito, entre el 10 de agosto de 1902 y el 1 de junio de 1907, por José Gómez López-Braña, en el que anota todas las vicisitudes del cultivo de sus viñas y de la elaboración y venta de vino. Es un documento muy rico para conocer en todos sus detalles las labores y preocupaciones de un viticultor en esas fechas. El diario es propiedad de la familia Álvarez Pereda, de Cangas del Narcea, y está escrito en un cuaderno que lleva el número 13, es decir, nuestro diarista había comenzado a escribir sus notas bastantes años antes, seguramente alrededor de 1880.

José Gómez López-Braña nació el 12 de junio de 1850 en el pueblo de L’Enxertal, parroquia de San Martín del Valledor (Allande). Su padre era José Gómez Álvarez (L’Enxertal, 1819), “cirujano” que había obtenido el título en 1841 en el Colegio de Medicina y Cirugía de San Carlos de Madrid. Con 14 años, Gómez López-Braña ya vivía en la villa de Cangas del Narcea con su tío Benito Gómez Álvarez y la hija de éste Manuela Gómez Arteaga. Su tío fue una persona muy importante en su vida. Benito Gómez (1817 – 1891) había nacido también en L’Enxertal, era médico y desde 1858 residía en Cangas del Narcea.

José Gómez estudió medicina en Madrid y al finalizar la carrera en 1874 volvió a Cangas del Narcea. Se casó con su prima Manuela y tuvo cuatro hijos: Mario (fundador del «TOUS PA TOUS» y de la revista La Maniega), Manuel, María y Benito, que murió en 1894 con 13 años de edad. A fines del siglo XIX, Manuela Gómez era una asidua de las veladas musicales que realizaban aficionados de la villa, en la que sobresalía por su voz. En una crónica publicada en El Occidente de Asturias, el 23 de julio de 1886, dice:

En el entreacto ha cantado la señora Dª. Manuela Gómez el «Aria Final de Sonámbula» acompañada perfectamente al piano por la Srta. Lola Arango. Cantó la señora de Gómez, no como pudiera hacerlo una aficionada, sino con la seguridad y la escuela de una artista. Su voz es fresca, dulce, de bastante extensión y agradable timbre. El público lo ha reconocido así, aplaudiéndola con entusiasmo.

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Busto de José Gómez López-Braña. Firmado: José Alejandro, 1923

José Gómez obtuvo en 1886 la plaza de médico titular del Ayuntamiento de Cangas del Narcea, que conservó hasta 1906. Tenía una buena biblioteca de medicina, agricultura, historia, etc. En política era liberal, partidario del diputado del distrito de Cangas del Narcea Félix Suárez-Inclán, y como tal sufrió el ataque de sus opositores, los conservadores de Luis Martínez Kleiser, que en su periódico El Narcea, de 13 de marzo de 1914, llegaron a escribir lo siguiente sobre Gómez y sus correligionarios:

El partido en que figuran como jefes o primeras cabezas don Nicolás de Ron, don Francisco García del Valle, don José Gómez L. Braña, don Luis González y Pérez, don Alfredo de Ron, don Justo Castaño y otras personas por el estilo, silva estrepitosamente a los sacerdotes que pasean por nuestras calles o se dirigen a su iglesia. ¡Es asombroso! ¡Es estupendo!

Aparte de su profesión de medico, ejerció otras actividades. Hacia 1880 abrió una tienda en la planta baja de su casa de la plaza de La Refierta (actual plaza de Mario Gómez), el conocido como Comercio del Médico. En él se vendían toda clase novedades, genero de fantasía, puntillas, encajes, rasos, terciopelos… El alma de la empresa era su mujer, que era la que atendía el negocio. Fue uno de los primeros comercios de la villa.

altFue profesor de agricultura en un Colegio de Segunda Enseñanza que existió en la villa a fines del siglo XIX, y sobre todo dedicó su tiempo a la viña y el vino, que eran labores muy familiares para él, porque las había conocido desde la infancia en su casa de L’Enxertal. Era propietario de varias viñas: la viña de Gamones, en términos del pueblo de Moral, parroquia de Limés, que heredó de su tío y suegro, y que este había comprado en 1885 a Ceferino García del Valle Nera; la viña de Valdemarea, cerca de Santiso; una viña en Las Escolinas, y la viña que él bautizó como La Manuela, en la Vega del Obispo, en Limés, con una superficie de 28 hombres de cava y mil cien plantas, que compró en septiembre de 1904 a Antonio Álvarez Agudín. Tenía dos bodegas: una en Santiso y otra en la villa de Cangas, en la casa de don Lorenzo de Llano, en la calle de La Fuente, y en 1907 estaba construyendo una bodega en Limés. A fines del siglo XIX era uno de los principales cosecheros de vino de Cangas y embotellaba con la marca “Bodega del Médico”. En 1893 fue la primera persona que detectó la presencia de la filoxera en los viñedos del concejo, plaga que en 1894 ya estará completamente extendida, y fue él el que anunció públicamente su existencia. También fue el primero que estableció en Asturias un vivero de cepas americanas, que eran resistentes a la filoxera.

El diario de José Gómez constituye un extraordinario documento sobre la viticultura de Cangas del Narcea en los primeros años del siglo XX, de gran interés no solo para Asturias. Lo que aquí se narra es una historia vivida por muchos viticultores europeos tras la llegada de la filoxera, pero que muy pocos tuvieron la magnífica idea de dejarla plasmada por escrito. En sus páginas, el autor describe con todo detalle las condiciones climáticas que se van produciendo a lo largo del ciclo vegetativo de la planta. Cuenta como esto afecta a las distintas variedades, tanto a nuestras viejas variedades tradicionales (Albarín blanco, Carrasquín…) como a las que en aquella época estaban siendo introducidas en la zona (Alicante, Cabernet…). Describe así mismo los injertos, las podas, los abonados, el modo en el que se llevaba a cabo la reconstitución del viñedo tras la Filoxera, la desconfianza que mostraban algunos viticultores al principio y como poco a poco iban siguiendo el ejemplo. Podrá descubrir quién lo lea, que la viticultura de Cangas estaba en aquella época tan avanzada como podía estarlo la de Rioja o la de cualquiera de las zonas vitícolas más importantes de España o del resto de Europa.

La lectura de estas páginas nos permite además asomarnos a la vida cotidiana, al carácter y a las preocupaciones de su autor. Podemos, por ejemplo, llegar a percibir la inquietud que siente porque el día señalado para vendimiar comienza a llover por la mañana y durante varias jornadas seguidas se ve obligado a anotar en su diario, cada vez con mayor preocupación por el deterioro de la cosecha, “continúa lloviendo”. También es patente el gran disgusto que supuso para él una fuerte helada que arrasó los viñedos la noche del 18 de mayo de 1903, o la alegría con la que anotaba a veces en su diario: “hermoso día”, “espléndido, soleado” o el orgullo que sentía por la perfección con la que acababa de ser plantada alguna de sus viñas, a pesar del elevado coste. Podemos incluso imaginar que lo acompañamos en alguna de sus muchas visitas a los viñedos, y que escuchamos las interesantísimas descripciones botánicas que recoge en su diario sobre la flor de la vid, o ser testigos de cómo selecciona las mejores y primeras uvas maduras de su viña para enviar como regalo a alguno de sus más preciados amigos, reconocer entre las personas que cita a alguno de nuestros antepasado, o ser partícipes de felices acontecimientos familiares, como el ascenso de uno de sus hijos, el nacimiento de algún sobrino, etc.

El diario es una muestra del conocimiento que tenía José Gómez de la viticultura y la vinicultura, como resultado de sus lecturas, observaciones y experiencias prácticas. En el siguiente enlace se puede consultar y descargar en formato pdf:

El vino de Cangas en 1788

Retrato de Joaquín José Queipo de Llano y Valdés, V conde de Toreno. Lienzo del pintor ovetense Francisco Reiter.

En el siglo XVIII el viñedo y su cultivo en Cangas del Narcea era diferente a lo que hoy conocemos. Las vides no se sujetaban con alambres, técnica que introdujeron viticultores franceses en los últimos años del siglo XIX, y tampoco se azufraban ni sulfataban para luchar contra el oidium y el mildium, respectivamente, pues estas plagas llegaron más tarde, en el siglo XIX, procedentes de Norteamérica. Las labores anuales que se llevaban a cabo en aquel siglo eran las siguientes: enterrar las cepas o renuevos de ellas en el mes de enero; podar en marzo; cavar en abril y junio; levantar los racimos para favorecer su maduración en septiembre, y vendimiar y elaborar el vino utilizando tinas de fermentación y lagares para exprimir el orujo.  El vino se vendía casi en su totalidad en tabernas y al por menor.

El principal enemigo de los grandes cosecheros cangueses del siglo XVIII no eran las enfermedades del viñedo, sino los impuestos y el libre comercio de “aguardientes y vinos forasteros”. Contra esto van a levantar su voz en 1766 y 1788, intentando evitar la subida de impuestos y la entrada de vinos de Castilla. Una de estas voces fue la del quinto conde de Toreno, Joaquín José Queipo de Llano y Valdés (Cangas del Narcea, 1727 – 1805), que era miembro de la Junta General del Principado de Asturias y uno de los mayores propietarios del concejo de Cangas del Narcea.

El 13 de febrero de 1788 presentó un escrito, redactado en la villa de Cangas del Narcea y dirigido al rey Carlos III, en el que manifiesta su oposición a una Real Orden para el establecimiento de nuevos impuestos de rentas provinciales. Esta Real Orden establecía un impuesto del 5% sobre “todos los frutos que produce el país”. El conde solicitaba que se suprimiese o redujese este impuesto en Asturias, y justificaba sus pretensiones en la pobreza de sus habitantes y en la dificultad que suponía en esta región el cultivo de la tierra y la cría de ganado, a causa de “lo fragoso de su áspero terreno, yelos y nieves”. Según el conde, estas circunstancias no se daban en otras regiones, donde el trabajo era más fácil y más rentable, y por eso él consideraba razonable y justa su petición. Como no podía ser de otra manera, pues el conde era dueño de un numeroso viñedo, entre las cosechas importantes y trabajosas de Asturias incluye el vino. Su relato sobre este producto es el siguiente:

[…] Me veo igualmente precisado a exponer a V. S. que siendo el ramo de mayor consideración en algunos concejos de este Principado la cosecha de vino, se experimentarían gravísimos perjuicios con el libre comercio que permite la Real Orden si llegase a establecerse la venta franca de aguardiente y otros vinos forasteros, por cuyo motivo en el año pasado de 1766 ocurrió a S. M. la villa de Cangas de Tineo, representando los perjuicios que se la seguía de haber pretendido introducir en ella y su concejo, la venta de dichos vino y aguardiente, y enterada la Real Piedad de su justa pretensión se digno expedir una Real Orden con fecha de 5 de noviembre del mismo año, que existe en el archivo de aquel Ayuntamiento, por la que se prohíbe y manda que ni en aquella villa, ni en una legua en contorno de ella, se pueda introducir ni vender ningún vino forastero, ni aguardiente, la que se halla en observancia, habiéndosela dado el más exacto cumplimiento. Asimismo, se debe tener también presente para la contribución del nuevo impuesto sobre el vino, los muchos trabajos y labores que en Asturias se lleva el cultivo de las viñas, muy diversos de otras provincias, porque sino se beneficiasen del modo que se expresará, siendo como es la tierra floja, peñascosa y estéril, apenas se cogiera vino en ella, por lo que se hace preciso en el mes de enero gastar muchos jornales en enterrar las cepas o renuevos de ellas. En el mes de marzo se podan aquellas. En el de abril se cavan las viñas, lo que se vuelve a ejecutar en el de julio. En el de septiembre se levantan de la tierra todos los racimos, poniéndoles horquillas para que el sol los madure, y no los pudran las lluvias. Después de todo esto, restan los jornales de la vendimia, estrujar el vino en una cubas grandes, llamadas en asturiano tinas, en donde pisan los racimos hombres con sus pies, con mucho trabajo y fatiga. Después se extrae el orujo en los lagares y se conduce el vino a las bodegas y cubas, siguiéndose sucesivamente los muchos salarios que se consumen en venderlo por menor en las tabernas, por ser muy rara la ocasión en que se despacha alguna corta cantidad por mayor, de modo, que echada la cuenta prudencialmente en años de cosechas abundantes (que son pocos), solo podrá quedar al dueño de ganancia una tercera parte, compensados los gastos del cultivo, porque en años escasos no los cubre, añadiéndose a todo lo expuesto ser indispensable cerrar las viñas con cierro de pared o de madera muy fuertes, siendo preciso renovarlos muchas veces y no descontándose estos dispendios para la contribución del cinco por ciento, se verían los dueños en la indispensable necesidad de desamparar las viñas enteramente. […]

El escrito del conde de Toreno se conserva en el Archivo Histórico de Asturias, Fondo de la Junta General del Principado de Asturias, Libro de Actas de 1787 a 1790, nº 116.

Portada del primer número de la revista La Maniega realizada por el arquitecto cangués José Gómez del Collado

“La Maniega” (1926 – 1932) en la web del Tous pa Tous

Portada del primer número de la revista La Maniega realizada por el arquitecto cangués José Gómez del ColladoEn el mes de marzo de 1926 se publicaba el número 1 de la revista La Maniega. Boletín del Tous pa Tous. Sociedad Canguesa de Amantes del País. En la portada aparecía una fotografía del Santuario del Acebo y sus primeras palabras eran las siguientes:

Cangueses:

En los tiempos actuales se impone la ayuda mutua. Hoy sólo progresan los pueblos o regiones cuyos vecinos saben asociarse. Sean cualesquiera los honrados fines que se persigan, si la cooperación es nutrida y entusiasta, el éxito es indudable.

Así comenzaba una aventura editorial que terminaría siete años más tarde, en los últimos meses de 1932, con la aparición del número 41 de la revista. La muerte de su fundador y alma, Mario Gómez Gómez, el 26 de abril de ese año, fue sin duda la causante de este final.

La Maniega fue una revista muy importante para los cangueses. Se convirtió desde el primer número en un medio de relación entre los vecinos del concejo y los ausentes, y sus páginas sirvieron para informarse, para recordar, para reírse, para recibir consuelo o consejo, en definitiva para no perder el vínculo entre todos ellos.

Los contenidos de la revista eran muy amplios, siempre relacionados con Cangas del Narcea. Sus páginas están llenas de noticias de actualidad, artículos de historia y de costumbres de Cangas, así como de biografías de cangueses. Lleva muchas fotografías, hechas por fotógrafos profesionales, como Benjamín R. Membiela o Modesto Morodo, y aficionados, como Bueno Cosmen, Elisa Álvarez Castelao, Mario Gómez o Ubaldo Menéndez Morodo. La revista se imprimía en Madrid.

Recibo anual de socio del Tous pa Tous cuyo pago daba derecho a recibir la revista La Maniega.

La Maniega es, sin duda, uno de los mayores hitos de las publicaciones periódicas canguesas. Siempre fue una revista muy apreciada por los cangueses. Aunque no son raras, tampoco son frecuentes las colecciones completas que se conservan de esta revista. En 1982, la Editorial Ayalga publicó una edición facsímil, que se agotó rápidamente. La Hemeroteca Digital de Gijón tiene La Maniega disponible en su web y de ahí la habíamos capturado nosotros para la web del Tous pa Tous. Pero esta edición digital nunca nos convenció, porque algunos de los números originales empleados son fotocopias y en general, las fotografías aparecen muy oscuras. Nosotros deseábamos una mayor calidad para La Maniega digital. En consecuencia, hemos hecho una nueva edición digital, que hoy ponemos a disposición de todo el mundo.

La digitalización se ha hecho con una colección de la revista propiedad de la familia Alcalá Arce, que está en un excelente estado de conservación, y ha sido sufragada por el Grupo Canastur, S. L., de Veiga de Rengos (Cangas del Narcea).


DESCARGA PDF: icon La Maniega (1926 – 1932)


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Padre Luis Alfonso de Carballo, 1571 (Entrambasaguas, Cangas del Narcea) – 1635 (Villagarcía de Campos, Valladolid)

Ambasaguas, hacia 1910, barrio natal de Luis Alfonso de Carballo. Foto de Enrique Gómez. Col. Martín Carrasco Marqués.

Su nombre era Luis y sus apellidos Alfonso de Carballo, aunque todo el mundo lo conocía como padre Carballo. Nació en 1571 en el barrio de Entrambasaguas, en Cangas del Narcea, donde pasó su infancia y juventud. En esta villa trabajó como maestro, enseñando a leer e impartiendo clases de Humanidades, y también se aficionó a la literatura. Estudio para eclesiástico, seguramente en el monasterio de Corias, y se ordenó sacerdote en 1595; al parecer, su primera misa la dio en el Santuario del Acebo. En 1601 es clérigo rector de Villarrodrigo de Ordás, un pequeño pueblo situado al norte de la ciudad de León, y unos años más tarde se traslada a Oviedo. En 1613 es rector del Colegio de San Gregorio de esta ciudad, dedicado al estudio de Gramática y Latinidad, y profesor de Humanidades en la Universidad de Oviedo, que acababa de fundarse en 1608. En 1616, a los 45 años, ingresa en Monforte de Lemos (Lugo) en la Compañía de Jesús. A partir de entonces residió en varios colegios de esta orden religiosa, siempre impartiendo clase de Humanidades: Monterrey (Orense), Logroño, León, Segovia y Villagarcía de Campos (Valladolid), donde muere en 1635.

En vida solamente publicó el libro titulado Cisne de Apolo, de las excelencias y dignidad y todo lo que al Arte Poética y versificatoria pertenece, que se editó en Medina del Campo en 1602, y es, según el investigador Alberto Porqueras, el tratado sobre el arte de escribir poesía más importante del siglo XVII español. Este estudio, como señala el mismo Porqueras, fue concebido y escrito por Carballo en su villa natal. Puede consultarse en Internet el estudio preliminar de este investigador a la edición de Cisne de Apolo (1997).

Junto a su afición a la literatura esta su interés por la historia y la genealogía. Realizó las genealogías de algunos de los grandes linajes asturianos, muy vinculados a Cangas del Narcea, como los Valdés y los Omaña, y sobre todo escribió la esplendida obra Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias. Para documentar estas Antigüedades empleó información tomada de muchos archivos de monasterios, iglesias, catedrales y particulares de Asturias, León y Galicia. La obra estaba concluida en 1613, pero no irá a la imprenta hasta 1695, cuarenta años después de fallecer su autor. El motivo de no publicarse en vida del padre Carballo fue, según el citado Alberto Porqueras, la negativa que obtuvo del padre general de la Compañía de Jesús, que consideró que este estudio podía molestar a miembros de la nobleza, clase muy preocupada en aquellos tiempos por sus orígenes y sus genealogías, que eran los principales benefactores y protectores de los jesuitas.

Según Máximo Fuertes Acevedo, la obra se editó en Madrid en 1695 “gracias a la solicitud y amor a la provincia de Asturias” del jesuita Álvaro Cienfuegos y Sierra, cuya publicación “dispuso y dirigió” él personalmente. Este jesuita, que llegó a ser cardenal, había nacido en Agüerina (concejo de Miranda) en 1657 e ingresó en la Compañía de Jesús en 1692. Falleció en Roma en 1739. La primera edición de Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias puede verse a continuación. También puede descargarse de nuestra Bibloteca Digital, una digitalización de este ejemplar que se custodia en la Biblioteca Estatal de Baviera, en Munich.

Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias

La obra de Luis Alfonso de Carballo fue la primera historia general de Asturias que se publicó y no volverá a repetirse un esfuerza similar hasta varios siglos después. Su Historia sigue los principios del Humanismo italiano en boga en aquel tiempo, movimiento cultural que trataba de hacer una historia rigurosa y alejada de la fábula. Para Isabel Torrente, el padre Carballo es un historiador asturiano por sus orígenes y querencias, a la par que plenamente europeo por su línea intelectual.

Firma original de Luis Alfonso de Carballo. Con esta prueba se despeja cualquier duda sobre si su segundo apellido debe escribirse con B o con V

Otro estudio histórico del padre Carballo, que permaneció inédito hasta 1878, fue su “Discurso sobre la merindad de Asturias”. En esa fecha, Fuertes Acevedo lo publicó, con unas notas y una reseña biográfica de Carballo, en la Revista de Asturias, números 23 (15 de junio de 1878), 24 (25 de junio de 1878) y 25 (5 de julio de 1878). En nuestra Biblioteca Digital pueden consultarse los números mencionados de esta revista.

Hasta las investigaciones del profesor Alberto Porqueras, de la Universidad de Illinois (EE. UU de América), era muy poco lo que se sabía del padre Carballo. De su infancia y juventud todavía hoy lo desconocemos casi todo. Sin embargo, siempre se supo que era natural de Cangas del Narcea, porque él, en las dos obras principales que escribió, se encargó de expresarlo con claridad. En el prólogo de Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias escribe:

“Confieso que soy natural de este Principado, nacido en Entrambasaguas, arrabal de la villa de Cangas de Tineo, y codicioso de la honra de mi patria; pero no será esto parte para que deje de escribir con la mayor fidelidad y verdad que me sea posible. Y si yo alcanzase todas las verdades que la podían honrar, ningunos hechos se podían imaginar más glorioso, antes el ser natural me pone en mayor obligación de escribir con toda verdad y poner en averiguarla mayor cuidado”.

La presencia de Cangas del Narcea en la obra de Luis Alfonso de Carballo es muy grande. Cualquier circunstancia es buena para mencionar su lugar de origen. Por ejemplo, cuando escribe sobre el reinado de Alfonso X el Sabio y menciona las cartas de población que este rey otorgó en Asturias (que fueron muchas: Grado, Lena, Siero, Luarca, Somiedo, Navia, etc.), sólo menciona la de Cangas. Carballo es el único historiador conocido que tuvo en sus manos la carta puebla de nuestra villa, hoy perdida, que fue otorgada en la era de 1293, que corresponde al año de 1255. Dice el padre Carballo:

Población de la Pobla de Cangas

“Moravan por este tiempo las personas principales de Asturias derramadas por sus lugares y solares, con que estaban las cabezas de concejos y villas, que entonces llamaban poblas, yermas y sin gente, por lo cual este Rey hizo muchas mercedes y otorgó algunos privilegios a los pobladores de las tales villas, como parece por sus cartas reales. Y la villa de Cangas tiene una, confirmada por el Rey Don Enrique el Tercero, por la cual el Rey Don Alfonso el Sabio hace merced a los pobladores de la su villa de Cangas de Sierra (que así se llama) de todas las heredades que en aquel concejo tenía de su realengo, con que le han de pagar por todas ellas cada año mil maravedís de Leoneses, u ocho soldos, y un ajantar cuando fuere cada año, o quince maravedís por ajantar, e al su Ricohome que por él tuviere la tierra, e al su Merino Mayor, cuando y fueren, y con ésto les da una copiosa carta de amparo, para que sean pobladores: es su fecha en Burgos a veinte de febrero, era de 1293. Y es de notar, que siempre que nombra a Cangas, dice de Sierra, y la nombra muchas veces, y en ninguna la nombra de Tineo, como en nuestros tiempos se dice, a diferencia de Cangas de Onís”

(Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias, pág. 368)

Asimismo, las últimas páginas del libro están dedicadas al Santuario de Nuestra Señora del Acebo, donde comenta el impulso de esta devoción a partir de 1575, durante el reinado de Felipe II y la Contrarreforma, y enumera una relación de milagros que sucedieron en aquel tiempo, a algunos de cuyos protagonistas conoció él personalmente.

Para las personas que quieran saber más sobre el padre Carballo les recomendamos la lectura del libro de Alberto Porqueras Mayo, Estudios sobre la vida y obra de Luis Alfonso de Carvallo (1571-1635), editado en 1996 por el Real Instituto de Estudios Asturianos.

En la villa de Cangas del Narcea, la Biblioteca Pública y una pequeña calle en el barrio de La Veiga llevan el nombre de Luis Alfonso de Carballo. A partir de ahora, gracias a la placa que el Tous pa Tous colocará en Entrambasaguas, todos cuantos pasen o deambulen por este barrio sabrán que allí nació uno de los primeros historiadores de Asturias, y podrán recordar sus desvelos por desentrañar nuestro pasado en una época tan temprana.

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Placas a la memoria de Genaro G. Reguerín (1918) y José Mª Flórez (1915)

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José Mª Flórez, hacia 1885. Fotografía de Ribot, Oviedo. Col. José Ramón Flórez Areces.

El sábado 11 de junio de 2011, a las 20:30 h., el «Tous pa Tous» descubrió una placa de bronce dedicada a la memoria de Luis Alfonso de Carballo en el barrio de Ambasaguas. Con motivo de este acontecimiento nos propusimos dar cuenta en nuestra web de las lápidas y placas que existen en la villa de Cangas del Narcea en recuerdo de algunos cangueses. En esta noticia vamos a tratar de las dedicadas a los maestros Genaro González Reguerín y José María Flórez y González, que están colocadas a la entrada de las Escuelas Públicas. Estas dos placas de bronce estuvieron hasta fines de los años sesenta del siglo XX en la escuela que estaba en la calle Mayor, y al derribarse este edificio se trasladaron a su ubicación actual. Lamentablemente se colocaron en un sitio poco adecuado: no están protegidas de la lluvia, y en consecuencia han comenzando a corroerse, y están medio tapadas por unos arbustos. Creo que alguien, en la Escuela o en el Ayuntamiento, debería hacer algo para favorecer su conservación y la memoria de estos dos maestros.

Reguerín y Flórez tuvieron varias cosas en común: fueron maestros buenos y respetados, publicaron libros escolares, eran republicanos federales y acabaron siendo familia, pues una hija del primero, Maria Teresa, se casó con el segundo.

: Genaro G. Reguerín y su esposa, hacia 1890. Fotografía de Fernando del Fresno, Oviedo. Col. José Ramón Flórez Areces.

Genaro G. Reguerín nació en Cangas del Narcea en 1817 y murió en 1898. No sabemos mucho sobre su vida. Comenzó a trabajar de maestro en la villa de Cangas en 1839 y se jubiló en 1889. En octubre de 1868 es vocal de la Junta Revolucionaria que se constituye en la localidad con motivo de la Revolución de Septiembre de 1868 y el 6 de julio de 1869 firma, junto a José Mª Flórez, el manifiesto de constitución del comité asturiano del Partido Republicano Federal, como delegado de Cangas del Narcea (puede leerse en el periódico madrileño La Discusión, de 16 de julio de 1869).

Placa dedicada a Genaro González Reguerín, 1918. Obra de Alfredo Flórez.

La iniciativa de dedicarle una placa partió de Mario Gómez Gómez, fundador del Tous pa Tous, que fue alumno suyo. La idea fue muy bien acogida por otros discípulos que sufragaron la placa de bronce. El diseño lo realizó Alfredo Flórez González, nieto de Genaro González Reguerín, que era médico y artista aficionado, y su firma aparece en la misma placa. La obra se fundió en Madrid. En ella aparece el busto del homenajeado elevado sobre unos libros y junto a él dos genios, uno de los cuales sujeta una corona de laurel sobre la cabeza, como símbolo de su triunfo en el magisterio. Todos los elementos que aparecen en la placa hacen alusión al saber, a la enseñanza y al homenaje perpetuo. Tiene la inscripción: AL GRAN MAESTRO E INSIGNE CIUDADANO / D. GENARO G. REGUERÍN. 1817 – 1898. SUS DISCIPULOS. 1918.

Placa de bronce dedicada a José Mª Florez, 1915. Obra de Pedro Estany

De más calidad artística y mayor tamaño es la placa dedicada a José María Flórez. Este maestro nació en Cangas del Narcea hacia 1830 y murió en Oviedo en 1890. Hijo de maestro, estudió en Madrid, enseñó en Bujalance (Córdoba) y fue profesor de la Escuela Normal de Oviedo, en la que ocupó el puesto de director desde 1879 hasta su fallecimiento. Fue un activo miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País de Asturias y de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos, y como tal realizó la primera excavación arqueológica del castro de Coaña. También fue un destacado poeta en asturiano occidental, lengua que en el siglo XIX contó con muy pocos escritores. Sus poemas se recopilaron en 1883 en el libro titulado Composiciones en dialecto vaquero, y constituyen una joya literaria y costumbrista en esta lengua. Durante toda su vida su vinculación a Cangas del Narcea fue permanente y en la villa pasaba gran parte del verano, participando en veladas literarias y musicales en las que también intervenían sus dos hijos: Alfredo y Roberto.

Descubrimiento de la placa dedicada a José María Flórez González en las escuelas públicas de la calle Mayor, en Cangas del Narcea, en 1915.

La placa para perpetuar la memoria de Flórez se sufragó con una suscripción popular. La iniciativa partió del periódico El Distrito Cangués y los donativos se recogían en su redacción. La suscripción se realizó entre junio y octubre de 1914, y en sus páginas se publicaban los nombres y las aportaciones de los donantes. En total se recaudaron 206,50 pesetas. El destino inicial de la placa era el lavadero que, junto al puente de piedra de Ambasaguas, estaba construyendo Alfredo Flórez, hijo de Jose María, con el fin de regalarlo al pueblo de Cangas. El lavadero se inauguró el 25 de octubre de 1914, pero la colación de la placa tuvo que aplazarse “para cuando el artista, a quien se ha encargado ese trabajo, la tenga terminada”.

Placa dedicada a José Mª Flórez (detalle de la firma del escultor Pedro Estany)

El artista, cuya firma aparece en la parte inferior izquierda de la placa, era Pedro Estany Capella, escultor nacido en 1865 en Castelló de Ampurias (Gerona) y establecido en Madrid, que en aquellos años gozaba de bastante prestigio en su profesión. Se había formado en la Escuela de Bellas Artes de San Jorge (Barcelona) y a partir de 1885 había completado sus estudios en París. En 1904 ingresó como profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid y después obtuvo la plaza de Modelado y Composición Decorativa en la Escuela Profesional de la Mujer. Fue uno de los escultores que participó en el monumento a Alfonso XII en el parque del Retiro (Madrid); también en esta misma ciudad hizo el mausoleo del político Ríos Rosas, levantado en 1905 en el Panteón de Hombres Ilustres (Basílica de Atocha), el monumento a Federico Chueca en la Rosaleda del parque del Retiro y el erigido al doctor José María Esquerdo (1915). Otras obras suyas son un monumento al mismo Esquerdo en Villajoyosa (Alicante) y una estatua dedicada al músico Jesús de Monasterio (1906) en Potes (Cantabria). Murió en Madrid en 1923.

Placa dedicada a José Mª Flórez (detalle de la inscripción)

En la placa de bronce dedicada a José Mª Flórez aparece en primer plano y a gran tamaño el homenajeado, sentado sobre una piedra, y en segundo plano se ve a una multitud de vaqueiros que están celebrando una fiesta junto a una capilla. Tiene la inscripción siguiente: AL CANTOR DE LAS BRAÑAS Y EXIMIO MAESTRO D. JOSÉ Mª FLÓREZ. POR SUSCRIPCIÓN POPULAR. 1915. La placa fue fundida en unos talleres madrileños.

La existencia de estas dos placas, y la calidad de la dedicada a José Mª Flórez, no son fruto de la casualidad, sino la muestra de una época y de una sociedad canguesa proclive a reconocer el valor de la instrucción pública, la educación y la cultura como elementos imprescindibles para el progreso de los pueblos.

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Vistas aéreas de Cangas del Narcea en el verano de 1971

Son cuatro fotografías aéreas en blanco y negro que muestran la villa de Cangas del Narcea por sus cuatro costados. Son un testimonio muy revelador de un periodo de transición entre la vieja urbe decimonónica, de tradición medieval, caracterizada por unas pocas calles y un caserío formado por unas casas de poca altura, unos pocos edificios de pisos y media docena de palacios, y la Cangas actual, que ha crecido de una manera desordenada tanto en superficie como en alturas.

En las fotografías aparecen edificios recién terminados, algunos de ellos muy significativos para la villa, como los bloques de casas de El Fuejo, el Instituto de Enseñanza Media o el chalet del arquitecto Pepe Gómez, y sobre todo muchas casas de pisos, situadas en el centro de la villa, en la calle Uría o en el Barrio Nuevo, y proyectadas en la mayor parte de los casos por el mencionado Pepe Gómez. Llama la atención, el número tan alto de casas que estaban en construcción.

En 1971 aún no se habían edificado casas de cinco alturas en el barrio de El Corral, ni en las afueras de la villa, y La Cogolla y la carretera de El Acebo eran espacios totalmente despoblados. Tampoco existía el puente colgante que comenzará a levantarse al año siguiente. Todo esto cambiará muy poco tiempo después, con el inicio de un crecimiento urbanístico que causará el derribo de muchas casas, la ocupación de todos los solares libres del centro urbano y la extensión de la villa en todas las direcciones posibles.

Estas fotos, que nos retrotraen a medio siglo atrás, además de ser un testimonio histórico, son una fuente de recuerdos y nostalgias para los nacidos antes de la década de los años sesenta. En ellas aparecen espacios, ya desaparecidos, en los que transcurrieron las andanzas de muchos cangueses y que ahora, gracias a estas fotos, podemos contemplar desde el cielo de Cangas.

 

Vistas aéreas de Cangas del Narcea en el verano de 1971


La Revolución de Octubre de 1934 en Asturias. Su incidencia en Cangas del Narcea

Este trabajo que ahora reproducimos revisado, fue publicado en la revista La Maniega, nº 41 de julio-agosto de 2004. Su autora, la canguesa Mercedes Pérez Rodríguez, es doctora en Historia por la Universidad de Oviedo, con una tesis sobre José Francisco Uría y las obras públicas en Asturias a mediados del siglo XIX, que leyó en 2005, y profesora del IES de Cangas del Narcea.

NOTA DE LA AUTORA: Este artículo procede de un trabajo universitario realizado en el curso 1983-1984. Entonces conté con la colaboración de tres vecinos de Cangas del Narcea: don Victorino López, entrañable vecino y gran conocedor de la historia canguesa; don José Ríos, que amablemente me recibió en casa de su hija en Gijón y cuyos escritos autobiográficos espero que lleguen a publicarse algún día, y don Luis Pérez Frade, “Luis Camposín”, que conservaba una excelente memoria de los hechos; los tres ya han fallecido. Siempre agradeceré su colaboración y a título póstumo les dedico este artículo, apuntando que los errores que pueda tener son debidos a mí, nunca a ellos.


La revista “Narcea” (1935 – 1936) en la web del Tous p@ Tous

  La revista Narcea tuvo una vida corta. Comenzó a publicarse en mayo de 1935 y terminó en julio de 1936. La Guerra Civil fue la culpable de esta breve existencia. Se editaba en Madrid, era mensual y en total salieron a la calle catorce números. Era el órgano del Club Narcea, que habían fundado en 1931 emigrantes del concejo de Cangas del Narcea en la Corte, con el fin de “estrechar en una unión común a todos los coterraneos que residen en Madrid”. En su junta directiva había un delegado de bolos, otro de baile y otro de fútbol, hecho que manifiesta tres de las principales actividades que llevaba a cabo el Club. Francisco Rodríguez Rodríguez, natural de la Regla de Perandones, fue su presidente en 1935 y 1936.

Narcea fue una continuadora de la revista La Maniega, órgano de la Sociedad Tous pa Tous, que había dejado de publicarse en 1932. Era una publicación más pequeña, nunca pasó de las 14 páginas, mientras que La Maniega tenía 28, pero su estilo y su contenido eran muy similares. Narcea era una revista apolítica, que trataba asuntos del Club y cuestiones que afectasen al concejo cangués, especialmente materias relacionadas con la ganadería, la agricultura y las escuelas.

Sus promotores eran fieles admiradores de la persona de Mario Gómez y Gómez, fundador del Tous pa Tous y La Maniega, y de sus ideas. Su reconocimiento en las páginas de la revista será constante, con artículos dedicados a él y la convocatoria de una suscripción popular para erigir un busto a su memoria.

Las tres personas que hicieron posible la revista Narcea fueron Benjamín Rodríguez Gómez, maestro de Bimeda y antiguo colaborador del periódico Narcea, editado en Cangas del Narcea; Manuel Pérez Rodríguez y, sobre todo, José Menéndez Rodríguez. Colaboradores habituales eran Manuel Pérez Rodríguez, Eduardo Jaquete, Francisco Cosmen e Irene de Miraflores, que escribía las noticias de Cangas del Narcea en la “Crónica de sociedad”. La mayor parte de las fotografías las aportaba José Bueno Cosmen, fotógrafo aficionado que ya había colaborado con La Maniega.

Para el que quiera saber más sobre esta revista, el espíritu que animaba a sus redactores y el esfuerzo que suponía su publicación, les recomendamos que lean el artículo que José Menendez Rodríguez escribió en el número 12 (1 de mayo de 1936) para conmemorar el primer aniversario de la revista.

Con la desaparición de Narcea en 1936 nuestro concejo cerraba una etapa que había comenzado en 1882 con la publicación de El Occidente de Asturias. Hasta 1980, con la aparición de Entrambasaguas, Cangas del Narcea no volverá a tener un medio de expresión propio.

Los originales de la revista Narcea que hemos digitalizado pertenecen a la familia Alcalá Arce y el coste ha sido sufragado por el Tous pa Tous.

José Avello Flórez (Cangas del Narcea, 1943 – Madrid, 2015), escritor

Pepe Avello, en su domicilio de Madrid, durante la entrevista con La Nueva España

Nacido en Cangas del Narcea en 1943, el escritor y profesor José Avello Flórez, «Pepe Avello» o «Pin Estela», descubrió en Oviedo a comienzos de los años sesenta un mundo universitario y cultural propio de «una ciudad muy atractiva y abierta a las iniciativas de cualquiera». Antes de llegar a la capital del Principado, Avello había pasado su infancia y adolescencia en Cangas y Gijón, donde estudió en el Colegio Corazón de María bajo un intenso programa religioso que lo conduciría, mediante discusiones con sus amigos cangueses, al «interés por entender». Con ese ánimo, aunque cursó Derecho, asistió en Oviedo a las clases del filósofo Gustavo Bueno, a la vez que realizaba numerosas actividades de teatro o poesía. También militó en la FUDE (Federación Universitaria Democrática Española), un sindicato clandestino de estudiantes, e ingresó después en el Partido Comunista. Sin embargo, algunas decepciones y la percepción de que «la política no solucionaba los problemas de la gente» lo llevaron a abandonar el partido. «La dictadura no podía tragarse, pero dejé la militancia», evoca Pepe Avello en estas «Memorias» para La Nueva España.

Antes del abandono de la militancia, un aviso del Gobierno Civil de que iba a ser detenido lo obliga a marchar a Madrid, donde continúa Derecho en la Complutense. Después, «entró África en mi vida de un modo en principio colateral». Avello hizo la mili «en el desierto, en El Aaiún», y al volver en 1968 a Madrid tiene la oportunidad de incorporarse como gerente en Guinea Ecuatorial de una empresa francesa de obras públicas. Guinea acaba de obtener la independencia de España y el asturiano vive los conflictos de la época: «La locura de Macías o la huida de los españoles después de que la Guardia Civil ocupase el país por un conflicto con la bandera española». Avello recuerda de aquella etapa que «fue el resultado de la peor política que podía haber llevado España, que estaba en la inopia».

A principios de 1971, Avello, su mujer, Matilde Gonzalvo, y su hijo Jasón regresan a España. Él trabaja entonces de directivo en una empresa de producción industrial, pero «me veía a mí mismo como escritor y hacia 1975 decidí que me iba a dedicar a la literatura; me despedí y me senté a escribir, pero no escribía nada». Desarrolla entonces otras actividades en las editoriales Alianza y Akal y frecuenta la vida cultural madrileña. «Hice muchos amigos, gente del cine, sobre todo, como Marisa Paredes, Carlos Rodríguez Sanz, Álvaro del Amo o Augusto Martínez Torres». Al mismo tiempo, «tenía una idea confusa de lo que quería escribir, pero pensaba que tenía que ser la mejor obra; me salieron más de 1.000 páginas».

Pasaron después «ocho o nueve años, hasta que renuncié a hacer una obra maestra». Una vez depurada, la novela se tituló «La subversión de Beti García» y fue finalista del premio «Nadal» de novela en 1983.

Una «casualidad completa» lo condujo entre tanto a la Universidad. «Ramón Akal me dio un libro para que lo corrigiera, y era “La mediación social”, de Manuel Martín Serrano, al que yo ya conocía porque había sido compañero de colegio de mi primo José Manuel Álvarez Flórez». Martín Serrano acababa de obtener la plaza de agregado universitario y le ofrece a Avello «venir de profesor a Ciencias de la Información en la Universidad Complutense». El escritor asturiano será durante diez años profesor de Teoría de la Comunicación y, después, de Sociología de la Cultura en la Facultad de Bellas Artes. Por el medio funda la revista literaria «Estaciones», en la que comparecen numerosos autores argentinos que había tratado durante un viaje a ese país en 1973. De la docencia se retiró el pasado septiembre, pero con la condición de emérito sigue dirigiendo tesis doctorales en la Complutense. En 2002 obtuvo el premio «Villa de Madrid» de narrativa con la novela «Jugadores de billar», ambientada en los años noventa en un ficticio café Mercurio de la calle Mon de Oviedo, la ciudad que tanto lo marcó de joven.

Entre el Juzgado y América

Pepe Avello, en su domicilio de Madrid, durante la entrevista con La Nueva España

«Nací en Cangas del Narcea en 1943. No conocí a ninguno de mis cuatro abuelos, que habían muerto antes, pero sí a una bisabuela, Concha Azcárate. Mi abuelo Manuel Avello fue secretario del Juzgado municipal de Cangas. Hace poco que pude consultar una crónica de un periódico de la época, el “Asturias”, que se editaba en La Habana. En él el periodista Gumersindo Morodo, que firmaba como «Borí», escribe en 1917 que mi abuelo había aprobado las oposiciones en Madrid. Los Avello son una familia de Cangas desde hace muchos años. En una ocasión, el periodista Manuel Avello, que no tenía parentesco conmigo, me explicó que los Avello de Asturias provenían de una misma zona, entre Barcia y Luarca, y que él había localizado una casa solariega antigua de donde provenía el apellido. Mis abuelos maternos, los Flórez López-Azcárate también son nacidos en algunos pueblos del entorno de Cangas. Estos Flórez fueron emigrantes, como tantísimos asturianos emigrantes. Se fueron a América y, de hecho, mi madre nació en Santo Domingo. Mi tío Gil estuvo en México y a mi tío Pepe, por el que yo llevo el nombre, lo llamaban “El Habanero”, aunque no había nacido en La Habana, sino también en Santo Domingo. Mi abuelo materno, Joaquín Flórez, parece que fue un hombre que se enriqueció y arruinó varias veces con negocios en América, y de él también hay una noticia en estas crónicas del periódico “Asturias” en la que se cuenta que en 1917 o 1918 hace un embarque de frutos secos, castañas, avellanas, desde el puerto de Gijón con destino a La Habana. Un cargamento que le debió de salir muy mal porque parece que los frutos secos se estropearon y pudrieron en el barco. La familia se estableció más tarde en México, donde todavía se vivía el final de la revolución mexicana. Mi abuelo se dedicaba a viajar y en la familia cuentan una historia, quizás idealizada, de que él estaba fuera, en Veracruz. Mientras, su esposa, mi abuela, Mercedes López Azcárate, estaba acompañada por una hermana suya, de 19 años, que la ayudaba, y por sus cinco o seis hijos pequeños. Mi abuela se pinchó con una planta y contrajo una septicemia, de la que murió con 27 años. Entonces aquella chica de 19 años, mi tía abuela Lola, tuvo que pedir la repatriación con toda la familia y vuelve a Cangas, donde mi madre y todos sus hermanos son criados por la bisabuela Concha, que los acoge como huérfanos en su casa. De mi abuelo apenas se volvió a tener noticia: volvió del viaje, se encontró con que su esposa había muerto y la familia estaba de regreso en España. Parece que escribió algunas cartas y murió al poco tiempo».

Cangas: protección y aventura

«La bisabuela Concha era la dueña de la casa y de las fincas porque con el dinero que mandaba la familia desde América había comprado bienes, entre ellos esa casa de Cangas, al lado del Ayuntamiento, donde después pusieron una fonda. El edificio todavía existe. Pasé en Cangas toda la infancia, hasta los 12 años. Mis padres eran Benigno Avello y Estela Flórez, y a mí me conocía mucha gente como Pin de Estela. Ella tenía un estanco en el centro del pueblo, en la calle Mayor. Una de las cosas que me marcó el carácter son esos años infantiles, en los que aprendes lo que es la lealtad, la amistad con tus iguales, que son todos los del pueblo. En esos años cuarenta, primeros cincuenta, el pueblo entero era una especie de extensión de la casa, es decir, que andabas con una cierta seguridad por el pueblo o por los montes de alrededor. Los juegos infantiles eran a veces las batallas a pedradas, pero sobre todo eran juegos de competición, cuando tocaba la época de las chapas, de las bolas o de jugar a las espadas. Todo ello producía una sensación de universo completo, de que ahí se acababa el mundo. Por otro lado, era una experiencia muy enriquecedora y toda la gente de mi generación, los que fueron a la escuela pública conmigo, los amigos de la primera infancia, siguieron siendo amigos toda la vida. Los amigos eran una especie de extensión de la familia, que en sí misma era muy grande. Tenía montones de primos, tanto por los Avello, que eran nueve o diez hermanos de mi padre, como por los Flórez, siete u ocho hermanos, de modo que yo tenía 30 o 40 primos de mi edad más o menos. Yo, que era el pequeño, tenía además a mis dos hermanos mayores y una hermana. El clan familiar te daba una sensación de protección, de seguridad y, al mismo tiempo, de aventura; y la aventura eran los otros, era que había que jugar a las bolas y ganar y aprender los valores fundamentales. De mi infancia puedo decir que fue muy feliz, pero más que feliz yo diría que la infancia es ese período de intensidad emocional en el que los amigos, sean por los aprecios o los menosprecios, tienen un grandísimo valor».

No transmitir el trauma

«La Guerra Civil había dejado huella en la familia. La parte de mi padre quedó muy machacada. Mi padre, como mi abuelo, era secretario del Juzgado de Cangas, y sus hermanos César y Noé también eran oficiales del Juzgado, el primero en Oviedo y el segundo en la misma Cangas. En la guerra, a otro tío mío, Manolín, lo fusilaron en los primeros meses sólo por ser funcionario. Otros dos hermanos de mi padre, Abel y Moisés, fueron a la guerra. Abel se mató en el frente, en una moto, y Moisés estuvo exiliado en Francia toda la vida. Por los Flórez, mis tíos Joaquín y Pepe «El Habanero» estuvieron en la cárcel y salieron después de la guerra. Era gente más o menos liberal. Sin embargo, la guerra no era algo de lo que se hablase en casa, es decir, que mi padre nunca la mencionó. Creo que eso fue muy general en toda España y en Asturias: no transmitir ese trauma fortísimo que fue la Guerra Civil a las otras generaciones, pero luego te vas enterando de ello a medida que pasan los años. El silencio sobre la guerra se nota sobre todo en los pueblos, porque queda muy marcada la gente: quiénes estuvieron, quiénes denunciaron, quiénes hicieron qué».

Gasóleo y malas carreteras

«En Cangas no había instituto de enseñanza, pero sí una academia que llevaba un maestro, don Alberto Andreoloti, junto con sus hijas María Isabel y Finita, que estaban recién tituladas como maestras. Los pocos chavales que continuábamos con los estudios éramos los de esta academia o los que se habían ido al Colegio de los Dominicos o a los Jesuitas de Gijón. Estudié así los dos primeros años de Bachillerato e íbamos a examinarnos al Instituto de Oviedo, en aquellos Alsas que empleaban en el viaje cuatro horas y media o cinco. El viaje era terrible y te mareabas por aquellas carreteras, con el olor a gasóleo además. Recuerdo la primera vez que fui a Oviedo, que debió de ser a una boda o algo así, y luego me llevaron a Gijón, a ver el mar. Debía de tener yo unos 7 años y lo que me impactó de Oviedo al llegar fue el olor, un olor que yo no sabía cómo identificar, como de hollín. Tal vez todavía existía el alumbrado de gas, que dejaba un olor que la gente de la ciudad no distinguía y que, sin embargo, al llegar de un pueblo de fuera, del aire limpio, era muy impactante. Me impresionó tanto aquello que después tuve identificado a Oviedo por ese olor. Cuando acabé segundo curso de Bachillerato en Cangas fui a examinarme en septiembre de una asignatura que me quedaba y en ese momento nos dieron la noticia de que se había muerto el pobre de don Alberto, el profesor de la academia. Entonces me buscaron colegio y fui al Corazón de María en Gijón, porque una prima mía mayor vivía allí cerca del Colegio de los Claretianos. A esta prima, Zita Avello, la quise muchísimo y es una especie de matriarca de los Avello, la mayor que queda de aquella generación».

Discusiones sobre religión

«En el Corazón de María pasé la adolescencia, hasta sexto de Bachillerato, durante cuatro cursos. También es una época que toda la vida he recordado y hasta hace poco podía reproducir los nombres de mis compañeros de clase y cómo estábamos sentados en el aula. Es un sentimiento emocionalmente muy gratificante y muy fuerte, pese a que no volví a coincidir después con ellos, excepto con Mariano Antolín Rato o algún otro compañero que estudió Químicas en Oviedo. Fueron años muy intensos de adolescencia, con la crisis religiosa que se iba mezclando con las vacaciones en Cangas, donde tenía discusiones sobre religión con los amigos y, sobre todo, con mi primo Cote Álvarez Flórez, dos años mayor que yo. A mi primo siempre lo he admirado, pero en esos años lo hice con una intensidad especial porque a sus 13 o 14 años ya era un artista completo: era un dibujante magnífico, hacía tallas de madera o dibujaba cómics con una gran facilidad. Y además era un extraordinario poeta. De hecho, yo siempre supe de memoria más poemas suyos que míos. José Manuel Álvarez Flórez vive en Barcelona y ha publicado libros que son una combinación entre novela y relato fantástico, en una prosa con mucha fuerza. Y también publicó relatos sobre lo que denominó los “astures celestes”, muy interesantes. Leíamos los Evangelios y discutía sobre religión con Cote, con Umberto o con otros amigos. El poso que quedaba de aquellas discusiones era el interés por entender, algo que se produjo un poco antes de que llegara yo a la Universidad. En el Corazón de María de Gijón había tenido mucha presión religiosa, en el sentido de presencia única de la religión, sobre todo durante los dos primeros años, en los que yo fui muy místico, de comunión diaria. Recuerdo haber hecho cálculos en un diario que llevaba en aquella época de colegio y muchísimos días los internos escuchábamos dos misas, más el rosario. Comíamos y cenábamos en silencio y se leían libros sagrados o alguna novela en el refectorio. O sea, que teníamos una especie de disciplina monacal. Ya digo que era interno, y en una época en la que había que llevar el colchón de casa, con las sábanas, y los cubiertos. La situación era penosa, aunque luego el colegio fue mejorando y ya ponía los colchones. Fueron tiempos de mucha disciplina, de cantar el “Prietas la filas”, de acudir al izado de la bandera y de la imagen de un cura con el brazo levantado, que a mí se me hizo chocante. Y la religiosidad estaba muy cosificada, muy ritualizada, de forma que en seguida, con un poco de espíritu que tuvieras, te ibas a rebelar contra aquello. Eran años inquietos y ya digo que discutíamos sobre religión en Cangas, con Cote o con Paco “Chichapan”, Francisco Prieto, amigo de toda la vida. Chichapan era el apodo de la familia por ser panaderos desde su bisabuelo. También discutíamos de política y de poesía. Paco era un gran lector de Neruda y yo pasaba mucho tiempo escribiendo poemas, muchos ripios, y casi me salía el pensamiento en sonetos. Más tarde, en el primer o segundo año en la Universidad de Oviedo gané un premio de poesía».

Derecho y Filosofía

«Había estudiado el Bachillerato de Letras, pero cuando llegué al Preuniversitario en el Corazón de María no había profesor de Griego, asignatura que hasta entonces nos había dado el profesor de Latín, más o menos a trancas y a barrancas. Y como sólo éramos tres de Letras suprimieron el PREU de Letras y ese curso me fui a estudiar a los Dominicos de Oviedo, donde estaba el padre Basilio, que era de Cangas y me facilitó poder entrar allí. Por las Letras me había inclinado desde cuarto de Bachillerato, pero decidí hacer Derecho, sobre todo, por entender un poco el mundo de la política y el mundo de la sociedad. De todas formas, asistí por libre durante dos cursos a las asignaturas de Filosofía de Gustavo Bueno. Mariano Antolín Rato estudiaba Filosofía y como éramos muy amigos yo hice los cursos con Bueno, con quien entablamos una cierta relación y entramos en un mundo de pensamiento distinto. En la Universidad también tuve desde muy pronto mucha actividad.

Poesía pura contra social

«En aquellos comienzos de los años sesenta había también inquietud política, que era verdaderamente una inquietud crítica a causa de un sentimiento de falta de libertad. A mí lo que verdaderamente me interesaba era la literatura, el teatro, la poesía, pero lo político estaba presente en todo el ambiente cultural, de manera que la poesía o era poesía social o parecía que no era nada. Le teníamos manía a Juan Ramón Jiménez, pero a la vez había otros que estaban más en ese lado de la defensa de la poesía por sí misma, de la poesía pura. Yo no sabía quién era Borges y hay una conversación con Andrés de la Fuente que no se me olvida. Discutíamos en una ocasión en el patio de la Universidad acerca de poesía y de poesía social y me dijo: “El verdadero poeta es Borges”, cosa que yo apunté muy bien para enterarme. Andrés de la Fuente se hizo abogado y se casó con la escritora Carmen Gómez Ojea, y era un buen poeta entonces; escribía y no sé si siguió haciéndolo porque yo le perdí la pista. Era un buen poeta y desde luego no estaba para nada con los de la poesía social, mientras que en eso yo era bastante militante. Pero, aunque esto de la política era bastante ingenuo, me dediqué mucho a ello en medio de todas las actividades que realizaba».

Bienvenida en el teatro

«Empecé haciendo teatro y recitales de poesía y conocí a gente entonces muy interesante para mí. Fue el descubrimiento de todo un mundo. En aquellos años la Universidad de Oviedo tenía aquel espacio que compartíamos Derecho y Filosofía, en el edificio de la calle de San Francisco. Un espacio impagable en que te encontrabas también con gente de otros cursos. Allí conocimos a Juan Cueto, con quien entramos en contacto y creamos la FUDE en Oviedo, la Federación Universitaria Democrática Española, que era una especie de sindicato de estudiantes. En una ocasión vino a vernos a Oviedo Nacho Quintana, que era íntimo amigo de Juan y estudiaba en Madrid, donde ya estaba militando en la FUDE y en el “Felipe” (Frente de Liberación Popular). Juan Cueto me lo presentó y fue el contacto para fundar la FUDE en Oviedo. Después del “Felipe”, Nacho Quintana estuvo en el Partido Comunista y en el movimiento de barrios de Madrid. Pero en la Universidad había mucho más. Estaba Carlos Álvarez Novoa, el actor, que era director del TEU (Teatro Español Universitario); o Luis Fernando Amor, el pintor, que ahora vive en Santo Domingo. A Mariano y a mí en seguida nos dan la bienvenida al TEU. Allí estaba Chus Quirós, o Celso García. Lo recuerdo porque en el primer año de Universidad fui al Colegio Mayor San Gregorio, del que era director Zulayca, con el que tenía una relación porque él estaba casado en Cangas. En el colegio traté de hacer una revista que se iba a llamar “Novilunio”, Luna nueva. Luego la cosa no fue adelante, pero me acuerdo de que entré en contacto con Celso García, que era de Navelgas y un magnífico escritor de cuentos. Al escribir él solía decir: “Es que se me sube la fiebre”. También andábamos con Juan Cueto, su esposa, Rosa Corugedo, y el hermano de ésta, Fernando Corugedo. Desde el punto de vista literario, yo creo que Fernando era el más preparado. Igualmente, con los años siempre me he dado cuenta, aunque ya entonces lo percibía, que de aquella época el que tenía más fundamento, el que más había leído era Juan Cueto, y también Vidal Peña, que era un pelín mayor. Quedé admirado cuando Juan y Rosa volvieron de Argelia y estuve viendo en su casa la biblioteca, que tenía precisamente aquello que yo trataba de buscar para leerlo. Era lo más al día que se podía estar en semiótica, en análisis del cine, etcétera».

Recitales llenos

«Oviedo en sí misma era una ciudad muy atractiva, con actividad cultural intensa y, sobre todo, porque estaba abierta a iniciativas que cualquiera pudiera emprender. Por ejemplo, algo que me pregunto es cómo pude llegar a ser vicesecretario del Ateneo de Oviedo. Y fue porque tenía iniciativas y quería hacer teatro. En el Ateneo organizamos un aula de teatro, un aula de cine, que la llevaba Juan Cueto, y un aula de poesía, que la llevaba yo para hacer recitales, y teníamos unos llenos impresionantes, por ejemplo, en un recital sobre Lorca y Miguel Hernández. En el Ateneo hubo unas personas a las que yo no volví a ver, pero que me parecen dignas de encomio: el secretario era Ricardo Balbín, que creo que era funcionario del Ayuntamiento de Oviedo, y el presidente era el doctor Estrada. También era vocal de la junta directiva y venía a las reuniones don Pedro Masaveu, siempre vestido de una manera impecable. Yo tenía 20 años y asistía a esas reuniones; te aceptaban las propuestas y así me nombraron vicesecretario. Hacíamos teatro y recorríamos Asturias. Estaba Linos Fidalgo, locutora de Radio Asturias y entonces novia de Carlos Álvarez Novoa; y con Carlos Rodríguez, también locutor, y Mari Carmen Manzanal. Y actuaba Pedro Civera, el actor que ahora tiene una compañía de teatro».

Artes de enredo

«La mucha actividad daba lugar a que tenías muchos contactos y de ellos siempre salían cosas muy gratificantes. Recuerdo algunas noches en las que estábamos en el Tívoli un rato, jugando a los dados, y luego subíamos hasta La Nueva España, para pasar un rato de tertulia en la redacción. Allí estaba Juan Ramón Pérez Las Clotas, que respaldaba a todos los que tuvieran alguna iniciativa cultural. Y también estaba Chano García, uno de los periodistas de la generación joven de la época. Y, además de todo aquello, estaba la actividad política en la FUDE. Pero llevé una enorme decepción porque terminé entrando en el Partido Comunista. No había leído a Marx, ni tenía idea de la teoría de plusvalía, ni nada semejante, y la entrada en el PC era sólo por un sentimiento de libertad, porque uno sentía un poco el régimen como humillante: todo estaba prohibido. Mariano Antolín Rato vino a estudiar a Madrid en tercer curso y yo me quedé estudiando en Oviedo. En una ocasión me llamó: “Ven a Madrid que queremos decirte algo”. Me vine y me presentó a Santiago González Noriega, una de las personas más brillantes que he conocido, muy culto, un filósofo. Noriega me enredó literalmente para entrar en el PC, y digo que me enredó porque lo hizo utilizando artes como la de preguntarme: “¿Tú lo que quieres es ser notario?”. Así, mi entrada en el PC fue una cosa más personal que ideológica. Yo no era marxista en absoluto; es más, a las pocas semanas, Santiago González Noriega se salió del PC escindiéndose con una facción todavía más de extrema izquierda».

Desconexión humillante

Pepe Avello, en su domicilio de Madrid, durante la entrevista con La Nueva España

«Después del viaje a Madrid volví a Oviedo y le conté a Juan Cueto o a Roberto Merino que había entrado en el PCE. En Madrid me había dicho que un enlace se pondría en contacto conmigo y ese enlace resultó ser Feito. Seguimos en la FUDE, pero éramos también del PCE. Y sucedió una cosa muy decepcionante: hubo una de las huelgas de mineros e hicimos una recolecta de dinero en la Universidad, pero el partido nos desconectó completamente a los estudiantes de todo lo que estaba pasando. Nos dijeron que entregásemos el dinero a alguien de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) o de la JOC (Juventud Obrera Católica), porque parece que el PCE había entrado en esas organizaciones. A mí me pareció bastante humillante porque desconectarnos significaba que nosotros con la rama obrera y con el tronco principal del partido no teníamos ningún tipo de relación. Un buen día de 1964, hacia marzo, se presentan de repente mi padre y mi hermano Jorge en Oviedo, sin avisar (mi padre nunca se movía de Cangas), y me dicen que algún conocido del Gobierno Civil les había dado un aviso: que me iban a detener. Al saberlo, mi padre se había comprometido con quien le había contado aquello a que yo dejaba Oviedo. «Vas a Salamanca o Madrid», me dijo. No sé muy bien por qué podían detenerme y mi padre ni sabía si yo militaba o no militaba, aunque sospechaba. Pero ésa fue la razón de venirme a Madrid a continuar la carrera de Derecho».

En el sorteo de África

«Mientras tanto, todos los veranos salía al extranjero. En sexto de Bachillerato ya había ido a un campo de trabajo en Inglaterra y después pasé varios veranos en París y en Suecia. Hacía autoestop por toda Europa, de manera que me movía bastante, veía a gente, y en París, sobre todo, a gente de izquierdas o del PCE. En Madrid ya estaba mi amigo Mariano Antolín Rato, que había venido el año anterior, y nos fuimos a vivir a una pensión. Para mí fue un cambio importante con el estilo de vida de la gran ciudad. La Universidad la frecuentaba más bien poco, nada más que para exámenes. Fueron años de conocer a gente, de entrar en otro tipo de valores y, sobre todo, de abandono completo de la política. Hubo un momento en el que me pareció que la acción política no solucionaba los problemas vitales de la gente y entonces yo ya no era un adolescente, sino que tenía 21 años. Salí del partido. Por supuesto, la dictadura no se podía tragar, pero dejé la militancia. Traté más con Santiago Noriega y con Mariano Antolín, y con viejos amigos de Cangas que vivían en Madrid. Fueron dos años de transición hasta que me pasó una cosa: que entró África en mi vida de una manera, en principio, colateral. Había renunciado a las milicias universitarias porque me habían informado mal: que no me admitirían debido a las fichas policiales. Luego resultó que personas muchísimo más comprometidas que yo hizo las milicias e incluso salieron de oficiales. Entré en el sorteo puro de la mili y me tocó el Sahara, en el desierto del Aaiún, durante año y medio. Regresé en 1968 a Madrid y un amigo, Francisco Cortina, nos consiguió a Mariano y a mí un trabajo en Salvat, de tres o cuatro horas por las tardes. Sacaba un dinero y la verdad es que la cosa del dinero siempre la tuve bastante resuelta. Cortina me volvería a ayudar tiempo después. Quico Cortina siempre fue una solución».

La peor política

«Ese año, por una pura casualidad, una conocida de una amiga me puso en contacto con una empresa francesa de obras públicas que iba a construir el puerto de Guinea Ecuatorial. El país había obtenido la independencia de España y al gerente de esa empresa, un español, lo habían expulsado. Vi aquello como una nueva aventura en África y me presenté a una entrevista con el director francés. Buscaban a un español que supiera bien francés, y el Derecho también ayudaba al perfil. Yo no había llevado nunca una gerencia, pero aquel francés debió de confiar más bien en el aplomo personal. Un mes después, en noviembre, estaba en Guinea. Al llegar, reclamé que mi novia, Milagros Gonzalvo, que acababa de terminar Económicas, se viniera conmigo; pero las leyes de la colonia prohibían la entrada de mujeres solteras, así que nos tuvimos que casar por poderes y ella llegó a Guinea en enero. Nos tocó todo el problema de Macías, la ruptura con Madrid y la huida de los españoles. No podía haber sido peor la política del Gobierno franquista con Guinea. Estaba en la inopia. Al ser independiente, Guinea tenía que pasar a depender de Asuntos Exteriores, pero Carrero Blanco, que tenía intereses personales, la mantuvo también en Presidencia, en plazas y provincias africanas… o sea, que dependía de Carrero y de Castiella. Primero organizan partidos políticos, que en España estaban prohibidos; después una Constitución, que aquí no había. Todo de cara a la ONU, pero encima les sale mal porque organizan unas elecciones y las gana el candidato que les es contrario, Macías, que era un hombre medio loco. Nada más había que escucharle en los discursos que daba en la plaza: repetía y repetía las frases; hablaba contra los madereros, luego de los madereros españoles y a continuación de los madereros españoles y blancos. Era una tensión brutal».

Pánico en Bata

«Y hubo el incidente estúpido de la bandera que Macías quiso retirar del consulado, de las dos de España que había. El cónsul, un poco zoquete, dijo que era una cuestión de honor de la patria y Macías mandó unos soldados y la quitaron, así que la Guardia Civil salió del cuartel y tomó la ciudad de Bata dejando a la Guardia Nacional guineana encerrada en su propio cuartel. A las dos horas llaman de Madrid y preguntan qué es aquello, porque se suponía que la Guardia Civil estaba allí para enseñar a los guardias locales y proteger la población. Entonces la Guardia Civil se retira, pero se produce una oleada de pánico en la ciudad y los blancos, los españoles, huyen a refugiarse en el cuartel de la Guardia Civil, por miedo a las represalias. Estaba todavía fresco lo del Congo belga y los mau mau, con los cadáveres de occidentales bajando por el río Congo. Pero en Guinea no sucedió eso, aunque la gente pasó muchísimo miedo. De 3.000 blancos permanecimos sólo 37 en Bata, y Milagros fue la única mujer blanca que se quedó. Así estuvimos dos o tres meses y la flota española vino a recoger a los huidos, que permanecieron cercados en la playa de Bata. Los sacaron con barcazas. Mientras, a los que habíamos quedado, Macías nos garantizaba que no nos pasaría nada. Pero fue una ruina y el país se quedó sin comercio. De repente, uno ve que una colonia es un lugar en el que no hay cerillas, donde no hay jabón, donde se acaban las aspirinas?, es dependiente en todo. De hecho, por no producir, no producían ni café; de los secaderos pasaba el café en bruto al exterior y en los bares se tomaba Nescafé. En esos dos años, uno de los trabajos que tuve que hacer como director de una sucursal de obras públicas fue buscar canteras en la selva para los rellenos del puerto. Las localizábamos y venía un ingeniero de París para hacer los sondeos. La selva es un lugar verdaderamente inhóspito, más aún que el desierto. Un lugar espeluznante, una selva tropical densísima donde apenas se puede respirar, donde casi no hay luz porque es muy sombría, y donde es todo igual. Das un paso mal y te pierdes. Llevábamos un guía y un machetero. «Si le pasa algo al guía, aquí nos quedamos», pensaba yo. Era la idea de naturaleza, que es por otro lado un concepto inventado en el siglo XVIII, que se hizo casi sinónimo de lo sagrado, del ello; es terrorífica».

Ejecutivo o escritor

«Volvimos a España a comienzos de 1971. En Guinea habíamos tenido a nuestro hijo Jasón. Aquella etapa fue para mí una experiencia personal muy importante y además tuve bastantes ingresos y tenía mucha capacidad de ahorro. Nada más llegar a España nos fuimos a vivir unos meses a Torremolinos, para la aclimatación del calor del que veníamos, y luego estuvimos por Cangas otro tiempo. Eran unos años completamente diferentes de éstos de la tragedia del paro. Nos dijimos: «En enero nos ponemos a trabajar» y así fue. Mandabas currículum o ponías un anuncio en la prensa y lo encontrabas. Estuve los años siguientes trabajando en una empresa de producción industrial, de adjunto al director general. Ganaba también mucho dinero, pero tuve que empezar a replantearme qué quería hacer. Siempre me había visto a mí mismo como escritor y estaba malgastando el dinero como ejecutivo y llevando un tipo de vida que no conducía a ningún sitio. Para colmo, después de madrugar durante la semana, llegaba el sábado y me dolía la cabeza, o sea, el justo castigo a mi perversidad».

Una novela con ambición

Portada de la novela «La subversión de Beti García», de José Avello Flórez, finalista Premio Nadal 1983

«Hacia 1975 decidí que me iba a dedicar a la literatura. Me despedí de la empresa y me senté a escribir. Y no escribía. Aunque la constancia es fundamental, no sirve de tanto la voluntad. A través de Quico Cortina empecé a hacer trabajos para Alianza, de corrector de estilo, y también para Ramón Akal. Aquello no estaba mal, pero hice otros muchos trabajos. También veía a mucha gente y me hice con amigos que conservo, gente del cine, sobre todo: Marisa Paredes, Carlos Rodríguez Sanz, Álvaro del Amo, Augusto Martínez Torres. Salía todas las noches e íbamos al Dickens, al Libertad, a la Fábrica de Pan, locales de la época donde se reunían escritores o gente de la cultura y del cine. La novela “La subversión de Beti García” empiezo a pergeñarla en esos años. Fue finalista del “Nadal” en 1983 y se publicó en 1984. Era una enorme ambición la que tenía; lo que yo pensaba es que, o haces la mejor obra o no vale la pena. Beti García llegó a tener más de 1.000 páginas. Por esos años le dejé una de esas versiones a Ignacio Gracia Noriega porque me comentó un día, o lo escribió en algún sitio, que yo había imaginado una ciudad subterránea debajo de Oviedo, que conectaba Gijón, Avilés y Oviedo, y a la que se accedía a través de los estancos, que como su propio nombre indica tenían puertas estancas. Había una doble realidad que era la que estaba sustentando todo lo que ocurría encima. Bueno, era una cosa bastante paranoica, con un detective y todo eso, y lo quité de hecho de la novela definitiva. Estuve ocho o nueve años con esa novela hasta que renuncié a hacer una obra maestra y me dije: “Esto es lo que puedo hacer y esto es lo que voy a publicar”».

Pop cross y Universidad

«Mientras tanto, hice muchas otras cosas. Por ejemplo, tuve un negocio de vacas, como socio de José Luis Somoano, que era de Cangas de Onís, pero había sido alcalde de Cangas del Narcea cuando estuvo allí de director de la Caja Rural. Me propuso invertir un dinero en comprar 60 vacas en primavera, cuando bajaban de la sierra de la ribera a Somao, al lado de Cangas de Onís, y alquilar una vega cerca de Leitariegos, una sierra de verano, para engordarlas y venderlas en otoño. Funcionó bien el primer año, pero el segundo, menos, porque nevó muy pronto, en septiembre. Tuve otro negocio curioso, que fue la concesión con dos amigos de Cangas del servicio de bares para las carreras de pop cross de Citroën. Íbamos por toda España y había que montar grandes toldos con las neveras de refrescos y bocadillos. Estuvimos en Oviedo, Granada, Barcelona, Valencia, por todo el país. Lo que me ocurrió después fue una casualidad completa. Ramón Akal me dio un libro, “La mediación social”, el primero de Manuel Martín Serrano, a quien yo conocía por haber sido compañero de colegio de mi primo José Manuel Álvarez Flórez. Hice la corrección del libro y con tal motivo me encontré con Martín Serrano. Ese año él había sacado la oposición de agregado en la Facultad de Ciencias de la Información. “¿Quieres venir de profesor?”, me preguntó. “Encantado”. Tuve que hacer el examen de grado y empezar a pensar en la tesis doctoral. Estuve 10 años en Ciencias de la Información, de 1977 a 1986, como profesor de Teoría de la Comunicación. Al comenzar en la Universidad hice un curso de semiótica en Italia y empecé a leer ciertas materias de una manera más sistemática. Hice la tesis sobre “Comunicación y sociabilidad en Rousseau”. Como yo era licenciado en Derecho tuve que buscar una tesis que tuviese que ver con la sociología de la comunicación y, al mismo tiempo, leerla en la Facultad de Derecho. Lo hice en 1985 y a continuación saqué la plaza en Bellas Artes y elaboré el programa de Sociología de la Cultura».

Revista y novela

Portada de la novela «Jugadores de billar», de José Avello, Premio «Villa de Madrid» de Narrativa 2002 y Premio de la Crítica de Asturias

«Por el medio fundamos una revista de literatura, “Estaciones”, que financiaba un amigo mío, Carlos Benítez. La hacíamos con dos escritores argentinos, Héctor Tizón y Santiago Sylvester, maravillosos escritores a los que yo había conocido en 1973, cuando Milagros y yo hicimos un viaje a Argentina. Conocimos a muchos escritores y me echó una mano Marcos Ricardo Barnatán, amigo ya en Madrid, que me proporcionó direcciones. Estuvimos viajando de ciudad en ciudad, de escritor en escritor, de poeta en poeta. Muchos de esos escritores se tuvieron que venir a España cuando comienza la dictadura en Argentina, y con ellos ya en Madrid es cuando nace “Estaciones”. La Universidad significó para mí un paréntesis de seis o siete años sin escribir literatura, dedicado a la tesis o a los artículos y publicaciones académicas. Pero después escribí “Jugadores de billar” que es por así decirlo un cierre de lo que había comenzado con Beti García, que comienza a finales del siglo XIX con un emigrante que retorna de Argentina y termina con la Revolución de Asturias y la Guerra Civil. El presente de “Jugadores de billar” transcurre en los años 90 en Oviedo, con unos personajes que también sufren las consecuencias de esa Guerra Civil. Me gustan las novelas de personajes, pero yo creo que en ésta el protagonista central es la ciudad de Oviedo, el estilo de vida de la ciudad, las distintas clases sociales, que están todas entremezcladas y van apareciendo con sus personajes. Además del premio “Villa de Madrid” de 2002, la novela gano el Premio de la Crítica de Asturias, que agradecí especialmente».

Contradicciones culturales

«Respecto a la labor de investigación académica, en Bellas Artes vi que los estudiantes tenían que proyectar una mirada sobre los valores, los argumentos, que hay detrás de la cultura. Por eso orienté la materia hacia el análisis cultural: ¿por qué hay épocas culturales? ¿Qué es una actitud ilustrada frente a la cultura popular, frente a la superstición? ¿Qué es una creencia? Realizamos una investigación en la que sirvió de base mi experiencia de Guinea, sobre el lenguaje político. La lengua política en Guinea es el español, ya que con las lenguas autóctonas no se entienden entre ellos. Ahora bien, el problema es cómo funcionan las categorías políticas (Estado, democracia, libertad, etcétera) de una lengua moderna y desarrollada, como el español, al ser traducidas desde unos esquemas lingüísticos de pensamiento autóctono que carecen por completo de esos términos. Por ejemplo no tienen la palabra libertad, sólo “hombre libre”. Tomamos los discursos políticos generados en el país desde antes de la independencia y descubrimos que a los pobres guineanos se les había caído el Estado encima, un Estado que para ellos eran coches, edificios, pero no instituciones en el sentido de cómo funciona un Estado moderno y un sistema de leyes. Y el problema cultural en África en general es que el valor superior de un africano es la solidaridad tribal, la solidaridad clánica: eres algo en tanto que perteneces a un clan, a una familia o a una tribu. Si tú eres ministro, ¿cómo no nombrar a un hermanito funcionario del Ministerio? ¿Qué significa la palabra corrupción? De este tipo de contradicciones procede una enorme cantidad de conflictos en África».

Crueldad y bondad

«En septiembre de 2010 me acogí a la posibilidad de la jubilación a los 65 en la Complutense y a continuar como profesor emérito hasta los 70. Tras entrar de profesor en la Universidad casi por casualidad, descubrí que la docencia me resultaba una actividad apasionante, pues básicamente consiste en investigar sobre la realidad social y cultural, leer y reunir información de forma sistemática y transmitirla luego a los estudiantes bajo un orden que facilite su entendimiento, es decir, consistía en leer y narrar, cosas que he hecho durante toda mi vida de forma espontánea. Así, en los años ochenta y noventa participé en la fundación, como profesor, del Centro Superior de Diseño de Moda de Madrid, cuya área teórica diseñé junto a los arquitectos y profesores Javier Seguí y Juanjo Torrenova. También, más tarde, fui profesor en la Universidad de Nueva York en Madrid, donde sustituí a José Hierro cuando se jubiló, impartiendo cursos sobre cultura española y literatura. Mi vida universitaria ha sido bastante apacible y muy gratificante. Durante los últimos 20 años participo activamente en una tertulia de buenos amigos en la que nos reunimos para leer a los clásicos y comentarlos: Homero, Cervantes, Montaigne, Dante, Heródoto, un autor cada año; ahora estamos leyendo a Plutarco, y resulta fascinante comprobar cómo a los antiguos les preocupaban básicamente los mismos problemas que a nosotros y con qué prudencia y sabiduría los abordaron. Pero también tenían vicios y pasiones: como ahora, la crueldad y la bondad siguen en combate en la vida de los hombres y de las sociedades casi de la misma forma. A menudo suelo recordar lo que tantas veces le oí decir a Rompelosas, de las Escolinas, en mi juventud canguesa. Cuando alguien le reprochaba lo que bebía, Rompelosas solía contestar: “Todos los pajarinos comen trigo y sólo pagan los gorriones”. Describe bastante bien lo que nos pasa. Pero nunca llovió que no escampara».


Por Javier Morán


La Biblioteca Femenina Circulante de Cangas de Tineo, 1925 – 1931

Jóvenes canguesas delante de la puerta de la iglesia de Ambasaguas, hacia 1930; algunas de ellas eran asiduas lectoras de la Biblioteca Femenina Circulante.

La biblioteca pública fue una conquista social del siglo XX, que facilitó el acceso a los libros y, en definitiva, favoreció la difusión del conocimiento. Esta situación que hoy es completamente normal, fue hasta ese siglo algo muy difícil de alcanzar para la mayor parte de la población, porque solo había bibliotecas en monasterios, conventos, seminarios y en algunas casas rectorales, así como en los palacios de los nobles o en viviendas de profesionales liberales.

En Cangas del Narcea la aspiración de tener una biblioteca ya existía desde el siglo XIX. En 1873, durante la Primera República Española, el Ayuntamiento aprobó la formación de una “biblioteca popular” asociada a la escuela de la villa y más adelante el mismo asunto volverá a aparecer en las actas municipales, pero estas buenas intenciones nunca pasaron de ser un proyecto. La primera biblioteca pública del concejo la establece en 1952 el Centro Coordinador de Bibliotecas de Asturias, en un local de la casa consistorial que en esa fecha acababa de instalarse en el palacio de los condes de Toreno: es la Biblioteca Padre Luis Alfonso de Carballo. El Centro Coordinador dependía de la Diputación Provincial, se había fundado en 1939 y desde 1944 estaba dirigido por Lorenzo Rodríguez-Castellano, natural del pueblo de Besullo. Gracias a él se fundaron en Asturias gran número de bibliotecas.

Antes de que la Administración Pública tomara la iniciativa en esta materia, hubo en Asturias otras bibliotecas que se crearon entre 1904 y 1936 por iniciativa de ateneos, sociedades culturales y sindicatos. Estas bibliotecas tenían el objetivo de fomentar la lectura y aumentar el nivel cultural de las clases populares. Una de las primeras y mejor dotadas fue la del Ateneo Obrero de Gijón, fundada en 1904. Asimismo, la creación de las Misiones Pedagógicas en 1931 favoreció la creación de pequeñas bibliotecas que se beneficiaban de los lotes de libros que donaba este organismo creado por el Gobierno de la II República. Junto a estas bibliotecas también existieron en ese mismo tiempo otras creadas por personas independientes. El mejor ejemplo de estas fue la Biblioteca Popular Circulante de Castropol, fundada en 1922 por un grupo de jóvenes de este concejo.

A ese ambiente cultural de los años veinte y treinta del siglo XX corresponde la creación en nuestro concejo de la “Biblioteca Femenina Circulante de Cangas de Tineo”, que se fundó en 1925, y del “Centro de Recreo y Cultura”, de Besullo, que se creó en 1935 y que tenía entre sus fines la constitución de una biblioteca circulante.

No sabemos mucho de la Biblioteca Femenina canguesa, ni de esta clase de bibliotecas en Asturias. Su existencia es casi seguro que se debe a una recomendación de la Iglesia Católica para dirigir la lectura de las mujeres, que eran las principales usuarias de las bibliotecas. Con estas bibliotecas se trataba de evitar lecturas “heterodoxas”. Su promotora en la villa de Cangas del Narcea fue María del Collado de Llano, hija del magistrado Grato del Collado Alea y de Luscinda de Llano Valdés, que pertenecía a la familia de los Llano que en el primer tercio del siglo XX controló el poder político local. María permaneció toda su vida soltera. Era una mujer religiosa y conservadora. Entre 1924 y 1927, durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera, fue concejala del Ayuntamiento de Cangas del Narcea. No fue la única mujer en esa corporación presidida por Porfirio Ordás, pues cuatro más tuvieron este cargo, siendo las primeras concejalas de la historia del concejo.

La Biblioteca Femenina estaba en la misma casa de María del Collado, que vivía en el palacio de los Llano, en la calle de La Fuente. Era una biblioteca únicamente circulante, es decir, no tenía sala de lectura y los libros solo eran para llevar a casa. Su reglamento era muy sencillo. Podían beneficiarse de ella todas las mujeres residentes en Cangas del Narcea. Los libros se prestaban por un periodo de una semana y por cada préstamo había que abonar cinco céntimos. La biblioteca abría todos los domingos de tres a cuatro de la tarde.

Reglamento de la Biblioteca Femenina Circulante de Cangas de Tineo, 1925.

Los libros de esta biblioteca eran fundamentalmente novelas, sobre todo novelas amorosas o “rosas”, costumbristas e históricas. Muchos pertenecían a las colecciones “La novela rosa” de la Editorial Juventud, “Biblioteca amena” de El Mensajero del Corazón de Jesús y biografías de “Mujeres ilustres”. Abundaban las obras escritas por mujeres y las de autores de moda en aquellos años. Lógicamente el fondo de la biblioteca estaba en relación con las ideas de la promotora, y en él no estaban representados escritores muy leídos en su tiempo, pero mal vistos por la Iglesia; de este modo no había libros de Blasco Ibáñez, Pérez Galdós, Baroja, Zola o Balzac.

Algunos de los títulos más solicitados en la Biblioteca Femenina de Cangas de Tineo eran los siguientes: La casa de la Troya, Currito de la Cruz y La Virgen del Rocío ya entró en Triana, de Alejandro Pérez Lugín; Peñas arriba y Don Gonzalo González de la Gonzalera, de José Mª de Pereda; El sombrero de tres picos y El niño de la bola, de Pedro Antonio de Alarcón; Jeromín, Pequeñeces y La reina mártir, del padre Luis Coloma; La esfinge maragata, Trozos de vida y La niña de Luzmela, de Concha Espina; Los últimos días de Pompeya, de Edgard Bulwer Lytton; La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne; Amor y llanto, El alma enferma, Un nido de palomas y Narraciones del hogar, de Mª del Pilar Sinués; La casa de los solteros, de Alberto Insúa; Doña Blanca de Navarra, de Francisco Navarro Villoslada, Quo vadis, de Henryk Sienkiewicz; El crisol del matrimonio, de Concordia Merrel; El triste amor de Mauricio, de Matilde Muñoz, y otras novelas y biografías de las colecciones ya mencionadas. Desconocemos el número total de libros de esta biblioteca, aunque suponemos que estaría entre cien y ciento cincuenta volúmenes.

Las usuarias de la Biblioteca Femenina Circulante de Cangas de Tineo eran algo más de medio centenar de mujeres, la mayoría adolescentes y jóvenes. Eran hijas de comerciantes, profesionales (médicos, abogados, procuradores), propietarios rentistas, jueces, notarios, confiteros, farmacéuticos, funcionarios, relojeros, etc. La Biblioteca funcionó hasta fines de 1931.

Cangas del Narcea en la tarjeta postal, 3. “Vistas del colegio de PP. Dominicos de Corias” (1930)

Estuche de la colección de postales: Vistas del Colegio de PP. Dominicos de Corias, 1930.

La última colección de tarjetas postales dedicada exclusivamente al concejo de Cangas del Narcea que se editó antes de la Guerra Civil, fue la que hicieron los Padres Dominicos del convento de Corias en 1930. Se títula “Vistas del Colegio de Padres Dominicos de Corias” y está formada por diez postales en las que aparecen las fotografías de varias dependencias e imágenes religiosas de este monasterio, que ocupaban los dominicos desde 1860. Las tarjetas fueron realizadas por la casa Huecograbado Mumbrú, de Barcelona, y se vendían dentro de un estuche. En el número 27 de la revista La Maniega, de agosto-septiembre de 1930, se publica una noticia sobre la edición de estas postales, en la que se dice que “son una maravilla; no se puede pedir mayor perfección”. Por esta noticia sabemos que se vendían “en la portería del convento al precio de una peseta”. La publicación de esta colección demuestra que en aquellas fechas el monasterio ya comenzaba a recibir turistas, que demandaban un recuerdo o “souvenir” de su visita.

Las tarjetas postales son las siguientes:

  1. PP. Dominicos. Corias. Vista del Colegio y río Narcea.
  2. Colegio de PP. Dominicos. Corias. Cangas del Narcea.
  3. PP. Dominicos. Corias. Interior del claustro.
  4. PP. Dominicos. Corias. Biblioteca.
  5. PP. Dominicos. Corias. Costado derecho y retablo de la Sacristía.
  6. PP. Dominicos. Corias. Moisés, serpiente de metal y hebreos mordidos por las serpientes en el desierto. Alto relieve
  7. PP. Dominicos. Corias. Tentación de San Benito abad. Alto relieve
  8. PP. Dominicos. Corias. El Señor bautizado por San Juan. Alto relieve
  9. PP. Dominicos. Corias. Claustro principal del Colegio.
  10. PP. Dominicos. Corias. Imagen del siglo XIII.

De estas imágenes hay dos que ya no podemos ver en la actualidad en Corias: la biblioteca y la talla de la Virgen con el Niño de la segunda mitad del siglo XIII. La primera, formada por los dominicos con libros procedentes de conventos desamortizados, fue trasladada al convento de San Esteban de Salamanca después de la venta del edificio al Gobierno del Principado de Asturias en 2002, y la bella imagen de estilo gótico, que habían traído los dominicos a Corias, se la llevaron en 1957 al convento de la Virgen del Camino, en León, cuando se trasladó allí la Escuela Apostólica.


2ª Semana Cultural de Cangas del Narcea, 1985

Cartel de la 2ª Semana Cultural de Cangas del Narcea, 1985.

Autora: Mar Sabater.

El cartel no tiene pie de imprenta, ni número de Depósito Legal, pero sabemos que fue tirado en la Imprenta Mercantil, de Gijón. Pertenece a la colección del Museo del Pueblo de Asturias.

 


Los vinos de Cangas (1972), por Alfonso Rueda

Por su interés y curiosidad ofrecemos a continuación la referencia hecha a los vinos de Cangas en la ponencia presentada por don Alfonso Rueda Rodríguez-Arango sobre «Turismo», en el Consejo Comarcal Sindical de Cangas del Narcea, el jueves 2 de noviembre de 1972.

 

La familia Ríos, de Cangas del Narcea, camino de la vendimia, en El Corral, 4 de octubre de 1959.

LOS VINOS DE CANGAS

Con toda probabilidad en el siglo XI los benedictinos introdujeron el cultivo de la vid en Cangas del Narcea, extendiéndose también a Ibias y Grandas de Salime. Posteriormente también se cultivó en Candamo. Los monjes del monasterio de Corias eran propietarios de grandes extensiones de viñedos que eran trabajadas por familias de «quinteros», o sea colonos que entregaban el «quinto» al convento. Desde el año 1169 al 1195, siendo abad del monasterio de San Juan de Corias, fray Pedro Pelayo, hizo plantaciones de gran importancia. Más tarde también plantaron los señores Omaña, Alba, Pimentel, Adanero, Sierra Pambley y Sierra Jarceley, Miramontes, Colón, Toreno y otros. Dato curioso, que tal vez se remonta al tiempo de los benedictinos, es el hecho de que en la cabecera del río del Coto hay un pueblo que se llama Monasterio del Coto, probablemente feudo benedictino y en la parroquia, Vegalagar (Vega del Lagar), existe un pueblo por nombre La Viña.

En el año 1895, al empezar la filoxera, había plantadas unos 55.000 hombres de cava, equivalente a unas 1.000 hectáreas con unos 5.500.000 de cepas. Hubo que sustituir todas las cepas por plantas americanas, gracias en particular a don Félix Duero, que consiguió se pusiese un vivero en Corias, donde se facilitaban a precios muy bajos, la estaquilla o patrones en grandes cantidades. La mayor parte quedó repoblada en los diez primeros años de este siglo, aunque en la actualidad no rebasan los 2.200.000 plantas. En Madrid los vinos del señor conde de Toreno adquirieron preponderancia.

Etiqueta de vino de Cangas Los Viñales, embotellado por Manuel García Velasco, hacia 1920. Litografía Muñiz, Gijón. Col. Museo del Pueblo de Asturias.

Don José Francisco Uría y don Nicolás Suarez Cantón obtuvieron premios en Madrid y Oviedo los años 1857, 1873 y 1875. Don Anselmo González del Valle obtuvo medallas de oro y plata en las Exposiciones de Burdeos, Angers y Rouen en 1895 y 1896. La producción de nuestras vides llegó por el año 1920 a los tres millones de litros. Don Jenaro Flórez llegó a cosechar después de la guerra civil 71.000 litros. El vino de entonces era embotellado con distintas marcas: don Anselmo González del Valle con la marca «Don Pelayo» enviaba vino embotellado a México. Don Jenaro Flórez mandó vino embotellado y en barricas a Cuba con la marca «Príncipe de Asturias», entre 1926 al 1932. Don Marcial Arango con la marca «Don Piñolo» (fundador del convento de Corias) también enviaba al extranjero. Don Manuel García Velasco, alias Omaña (administrador de la casa de Omaña), con la marca «Los Viñales» enviaba a Oviedo y Gijón. Don Antonio Jiménez era un gran cosechero pero sólo a granel.

Vendimia en Cangas del Narcea, hacia 1987. Foto: José Vallina.

En opinión de don Pablo Pacottet, jefe de investigaciones vitícolas del Instituto Nacional de Francia, en su obra Viticultura (1918), «Los vinos de Cangas, poco alcohólicos por lo general, son vivos de color, frescos y finos, con cualidades semejantes a los de Burdeos. Creo que con algún empeño, los vinos de Cangas podrían constituir por su finura y aromas marcas rivales de las más famosas».

Los dueños de las viñas daban meriendas invitando a parientes y amigos, que festejaban con cánticos y bailes en la misma viña en ocasión de la vendimia, costumbre que todavía perdura. Durante las hechuras, al prensar el vino, se les daba la cena a los obreros, consistente en «batallón»: patatas con carne guisada o bacalao. En las bodegas todos bebían el vino por el mismo «cacho», un recipiente cóncavo de madera, que generalmente era de nogal o de abedul, de origen antiquísimo. El cacho, para que esté en sazón, se mete en la tinaja cuando cuece el vino. También había las llamadas  «zapicas», jarras de madera que se usaban para el vino y la leche. En las casas donde se vendía el vino se colocaba un ramo de hiedra para indicarlo y anunciarlo, costumbre tal vez pagana que puede encontrar un parecido con el tirso que acompañaba las imágenes de Baco. En Tebongo, desde hace algunos años, el domingo que concluye la vendimia se celebra una misa entre las bodegas del Campo de Villar, donde el cáliz, en esta ocasión, es el «cacho» por el cual todos comulgan.

Capilla de San Antón, Carbaéu / Carballedo (parroquia de Santa Marina, Cangas del Narcea)

Patrimonio en peligro. La capilla del Santo Cristo de Xedré

Capilla de San Antón, Carbaéu / Carballedo (parroquia de Santa Marina, Cangas del Narcea)

El patrimonio religioso del concejo de Cangas del Narcea es muy variado y abarca desde el monasterio de San Juan de Courias o la iglesia de Santa María Magdalena de Cangas del Narcea hasta las capillas de San Antón y Santa Bárbara del pueblo de Carbaéu / Carballedo (parroquia de Santa Marina). La multitud de capillas que existen en nuestro concejo, repartidas por pueblos o parajes solitarios, son, sin duda, una de las mayores riquezas culturales que tenemos.

En general, las capillas tienen una arquitectura muy sencilla y un mobiliario sobrio y a menudo muy popular. Todas tienen una historia, una fiesta, una devoción alrededor de ellas e incluso, en algunos casos, una leyenda. Es decir, todas tienen un pasado y una actividad, que son necesarios estudiar y recopilar. En la actualidad algunas de estas capillas están abandonadas y su estado es penoso.

Inscripción en la fachada de la capilla del Cristo, Xedré. Dice: Esta obra se / hizo el ano de mil / sietecientos nobe / nta i cinco siendo / cura Dn Manuel Fdz Flórez.

Desde el Tous pa Tous vamos a ir dando a conocer estas capillas del concejo de Cangas del Narcea, contando su historia, mostrando fotografías de su arquitectura, retablos e imágenes, y llamando la atención sobre su estado de conservación. La primera que vamos a tratar es la capilla del Santo Cristo de Xedré.

Esta capilla, debido a su lujosa fachada de mármol blanco, es una de las de mayor calidad arquitectónica del concejo. Su fachada tiene una elegante traza de estilo neoclásico y, como señala una inscripción, fue construida en 1795 por iniciativa del párroco de Xedré, Manuel Fernández Flórez. Este cura era natural de la villa de Cangas del Narcea y en 1787 aparece empadronado en aquella parroquia como “hijodalgo notorio de armas pintar”. La fachada de la capilla remataba en una monumental espadaña, hoy derruida en parte, en la que cuelga una campana que fue hecha en Palencia en 1916. Junto al campanario hay un reloj de sol.

Parte posterior del campanario, donde pueden verse los daños que causó un rayo en 2006.

El empleo del mármol no es casual y responde a un momento histórico muy determinado. Este material (que en realidad es una caliza liásica) procede de canteras de Rengos, que habían sido descubiertas y publicadas hacía muy poco tiempo por Joaquín José Queipo de Llano, conde de Toreno (Cangas del Narcea, 1727 – 1805).

El conde las había promocionado mucho en Oviedo y en la Corte, y como resultado de su entusiasmo consiguió que el arquitecto italiano Francesco Sabatini (Palermo, 1722 – Madrid, 1797), llevase a Madrid, entre 1782 y 1786, sesenta y seis piezas de este mármol blanco de Rengos para utilizarlas en la ampliación del Palacio Real. La explotación de estas canteras, localizadas en El Pueblo de Rengos y Moncóu, se consideró en aquel momento que podría ser el inicio de una actividad industrial muy beneficiosa para el concejo, pero el asunto no pasó de proyecto. Sabiendo todo esto no es extraño que en 1795 el cura de la parroquia, seguramente con el apoyo del mismo conde de Toreno, utilizase este mármol para ennoblecer la capilla.

El lujo de la capilla del Cristo de Xedré no pasaba inadvertido. En el artículo dedicado a Xedré / Gedrez del Diccionario Geográfico Histórico de España, de Pascual Madoz, publicado en 1845-1850, se dice: “La iglesia parroquial (Santa María) está servida por un 1 cura de ingreso y patronato laical. También hay 3 ermitas, 1 de ellas titulada el Santo Cristo de Murias en el lugar de Gedrez con una hermosa fachada de mármol y buena torre; otra dedicada a San Cristóbal en Piedrafita, y la tercera en Jalón, las cuales nada de particular ofrecen”.

Imagen del Santo Cristo, Xedré.

El interior de la capilla de Xedré está dividido en dos espacios por un arco: la nave  y el presbiterio. Estos dos espacios son de épocas diferentes. Mientras que la fachada y la nave de la capilla son de 1795, el presbiterio es anterior. También son anteriores el retablo, seguramente de 1760 o 1770, y las imágenes, que datan de la primera mitad del siglo XVII.

El retablo es barroco con motivos de rocalla y probablemente, según Pelayo Fernández, es una obra del escultor Gregorio de Lago, vecino de Corias. Las imágenes son tres: el Santo Cristo en el centro, la Dolorosa a  la izquierda y San Luis de Toulouse a la derecha. La capilla tiene una tribuna a los pies.

El campanario de esta capilla necesita una urgente reparación. El 14 de julio de 2006  un rayo destruyó el remate de la espadaña.

Varios bloques de cantería cayeron al suelo y hoy están guardados dentro de la capilla.

Desde entonces, el campanario está en muy mal estado e incluso es un peligro para las personas o vehículos que pasan por delante de la capilla. Es posible que la reparación necesite de la participación de varias instituciones (Iglesia, Ayuntamiento, Consejería de Cultura, Parque Natural), que corran con los gastos. Es una obra que no puede posponerse por más tiempo. Además, también le vendría muy bien a esta capilla una limpieza de la fachada, para que luciese con toda su viveza aquel mármol de Rengos que en el siglo XVIII levantó tantas esperanzas para nuestro concejo.

Cartel para anunciar los partidos del Narcea F. C. en el Campo de La Vega, 1963

Este cartel fue tirado en la Litografía Luba, de Gijón, en 1963. En él aparece el nombre del Narcea F.C. y están vacíos el día y la hora del encuentro, y el nombre del equipo rival, datos que se escribían a mano.

El cartel pertenece al fondo del Depósito Legal que conserva la Biblioteca de Asturias “Ramón Pérez de Ayala”, de Oviedo.

Alejandro Casona (Besullo, Cangas del Narcea, 1903 – Madrid, 1965)

Alejandro Casona en 1962. Colección del Museo del Pueblo de Asturias.

Alfonso López Alfonso ha escrito para el Tous pa Tous una breve y muy personal biografía de Alejandro Rodríguez Álvarez (Bisuyu / Besullo, Cangas del Narcea, 1903 – Madrid, 1965), conocido para el mundo como Alejandro Casona. Casona es, sin duda, el escritor más universal que dio esta tierra. A partir de ahora su vida podrá leerse en nuestra sección de Biografías.

 

Gabino Rodríguez con sus hijos Matutina y Alejandro, 1908. Col. Luis Rodríguez.

ALEJANDRO CASONA

Alfonso López Alfonso

Alejandro Rodríguez Álvarez nació el 23 de marzo de 1903 en Besullo (Cangas del Narcea, Asturias), era hijo de maestros. Su madre, Faustina Álvarez, natural de León, ejercía en Besullo y Alejandro nació allí un poco por casualidad. Sus hermanas mayores, Teresa y Matutina, habían nacido en Canales (León), pero él asomó al mundo en el pueblo de su padre, Gabino Rodríguez, que por entonces estaba destinado en Barcia (Valdés). El trabajo de sus padres le hará patear desde muy pronto las tierras que alcanzó a imaginar desde la castañalona donde jugó durante sus primeros cinco años de vida, que transcurrieron al abrigo de La Casona donde estaba la escuela y que años después tomaría como apellido. Su siguiente destino es Villaviciosa –con visitas a Miranda, donde había llevado la profesión a su madre- y el próximo, con unos diez años, Gijón, donde vio su primera obra de teatro. Vendrán luego Palencia y sobre todo Murcia. Allí nace como escritor al publicar en 1920 el romance “La empresa del Ave María” en la revista Polytechnicum, premiado en los Juegos Florales de Zamora. En Murcia se forma poética y teatralmente y conoce también el trabajo manual en una carpintería; allí es joven, y vive, como le recuerda en carta escrita desde Buenos Aires en 1947 a su amigo de aquellos años Antonio Martínez Ferrer -que extraigo de José Rodríguez Richart en las Actas del homenaje que con motivo del centenario de su nacimiento la Universidad de Oviedo le rindió a Casona en 2003-: “Fui actor contigo. ¿Recuerdas aquellas giras de domingo a Espinardo, Jabalí Viejo, La Ñora, Zaraiche? ¿Y aquella escapatoria con dos actrices gordas con flemones, y aquel hambre con calor y sin techo en San Pedro del Pinatar? ¡Era la educación para poner a prueba una vocación, “la legua”, donde empieza la historia del teatro español!” También amigo de Murcia es Julio Reyes, con el que retomará relación epistolar ya en el exilio –se pueden ver todas sus cartas a Reyes en la recopilación de artículos casonianos Un asturiano universal, de Rodríguez Richart-. Significativas de la importancia de los años de Murcia son estas declaraciones de Casona extraídas de una entrevista que le hizo Ernesto Nieto con motivo de la obtención del Premio Lope de Vega y que se publicó el 12 de diciembre de 1933 en el periódico Luz:

“Despertó en mí [la afición por el teatro] estando en Murcia. Acompañaba yo todas las tardes a algunos amigos al Conservatorio de aquella ciudad, donde, a manera de ejercicios se daban representaciones teatrales, y un día, faltando intérpretes sin duda, al verme llegar con mis habituales contertulios, me ofrecieron un papel en una obra de los hermanos Quintero, papel que yo acepté y que tras él vinieron otros y la afición a mí, al punto de que me matriculé en una clase de Declamación durante tres años consecutivos… Y de este regusto que sacaba al teatro nació mi primera obra escrita para la escena”.

En 1922 ingresa en la Escuela Superior de Magisterio de Madrid, termina la carrera en 1926 y obtiene el título de Inspector de Primera Enseñanza, presentando la memoria de trabajo El Diablo (su valor literario, principalmente en España). Ese mismo año de 1926 publica en la editorial Mundo Latino, que dirige su amigo Alfonso Hernández-Catá, su primer libro, El peregrino de la barba florida, “leyenda milagrosa” con reconocible influencia valleinclanesca que lleva un laude de Eduardo Marquina y una salmodia final del citado Hernández-Catá. En Madrid entrará Alejandro Rodríguez Álvarez en contacto con la vida literaria de la capital, con autores reconocidos, y siempre tendrá por determinante la influencia de Antonio Machado y Valle-Inclán. En Madrid, en una pensión de la calle Toledo escribiría en colaboración con Salvador Ferrer Colubert su primera pieza teatral –de la que no se tiene más noticia que el testimonio del coautor recogido por Rodríguez Richart en 1961-. La obra en cuestión, de un solo acto, se titulaba El otro crimen. Asiste el joven Alejandro a las tertulias del Pombo y Platerías, se relaciona con otros escritores y frecuenta las sesiones de teatro organizadas por los Baroja –“El mirlo blanco”- o Valle –“El cántaro roto”-. También empieza en este momento su labor como traductor del francés, vertiendo autores como Thomas de Quincey o Voltaire. En agosto de 1928 lo destinan al pueblo de Lés, del Valle de Arán, en los Pirineos, y en octubre de ese año se casa en San Sebastián con Rosalía Martín Bravo, compañera de estudios en Madrid. En Lés permanece hasta febrero de 1931. Durante este tiempo adapta El crimen de Lord Arturo, estrenado en 1929 en Zaragoza por la compañía de Rafael Rivelles y María Fernanda Ladrón de Guevara, primera vez que aparece en cartel el seudónimo A. Casona; escribe la biografía Vida de Francisco Pizarro, y en 1930 nace en Lés su única hija, Marta Isabel, casi al tiempo que autoedita el libro de poemas La flauta del sapo, estreno en libro del seudónimo Alejandro Casona. También este año aparecerá en el número del 7 de octubre de 1930 de la revista Estampa su cuento Bernadetto; y desde Lés enviará al empresario teatral Adrià Gual su primera obra realmente importante: La sirena varada; éste se la pondrá en las manos a Margarita Xirgu, quien la estrenará, aunque años más tarde y después de que Casona gane el prestigiosos premio teatral Lope de Vega en diciembre de 1933. La obra no se dará al público hasta la temporada de 1934.

Cerrada en falso la dictadura de Miguel Primo de Rivera con la dictablanda de Berenguer, llega el 14 de abril de 1931 y para Alejandro Casona, como para muchos otros españoles ilusionados con la II República, se abre una época de trabajo febril al ser nombrado director del Teatro del Pueblo de las Misiones Pedagógicas creadas por Manuel Bartolomé Cossío. Saldrá entonces a los pueblos recónditos de España portando en carros y coches mucho teatro, cine, bibliotecas y lo que haga falta, como se deja ver en sus actuaciones en las aldeas de Sanabria o las del occidente asturiano. “A semejanza de la Carreta de Angulo el Malo –dejó escrito en la “Nota preliminar” a su Retablo jovial-, que atraviesa con su bullicio colorista las páginas del Quijote, el teatro estudiantil de las Misiones era una farándula ambulante, sobria de decorados y ropajes, saludable de aire libre, primitiva y jovial de repertorio. Formado por estudiantes y consagrado a auditorios sin letras, no podía ser de otra manera […] Durante los cinco años en que tuve la fortuna de dirigir aquella muchachada estudiante, más de trescientos pueblos- en aspa desde Sanabria a la Mancha y desde Aragón a Extremadura, con su centro en la paramera castellana- nos vieron llegar a sus ejidos, sus plazas o sus porches, levantar nuestros bártulos al aire libre y representar el sazonado repertorio ante el feliz asombro de la aldea. Si alguna obra bella puedo enorgullecerme de haber hecho en mi vida, fue aquella; si algo serio he aprendido sobre pueblo y teatro, fue allí donde lo aprendí. Trescientas actuaciones al frente de un cuadro estudiantil y ante públicos de sabiduría, emoción y lenguaje primitivos son una educadora experiencia”.

En 1932, Alejandro Casona se alza con el Premio Nacional de Literatura por su compendio de lecturas para jóvenes Flor de leyendas, libro ilustrado por Rivero Gil, quien estuvo después de la guerra exiliado en México y aparece retratado en uno de los libros más repletos de jovialidad y rico en anécdotas que ha dado el exilio español en México: La librería de Arana, de Otaola. Desde entonces empezó para Casona una época dorada que, como dramaturgo, ya no le abandonaría y le llevó a estrenar La sirena varada, saltando con esta obra a la primera fila de dramaturgos renovadores del teatro nacional. El 12 de enero de 1935 estrena sin mucho éxito en el Teatro Ruzafa de Valencia la adaptación del cuento de Hernández-Catá El misterio de María Celeste. En abril la Xirgu pone en escena Otra vez el diablo. Para noviembre de ese mismo año la compañía de Pepita Díaz y Manuel Collado estrenará en Barcelona la obra que hará de Casona un abanderado de la II República: Nuestra Natacha, ni por asomo su mejor obra, pero sí la más moralizante –otros dirán pedagógica- y la más a tono con los tiempos. En febrero del año siguiente, el emblemático 1936, la misma compañía estrena Nuestra Natacha en Madrid. Ese mes se celebran las elecciones generales a las que las izquierdas, habiendo escarmentado del fiasco de 1933, llevan bien aprendidas las ventajas de la ley electoral y concurren unidas, por lo que triunfa el Frente Popular.

Para cubrir estas elecciones el diario argentino Noticias Gráficas envió a Madrid a Pablo Suero, un periodista nacido en Gijón y emigrado de niño. Suero, tras su regreso a Buenos Aires da a la estampa el libro España levanta el puño, en el que reúne todas las entrevistas que durante esos días de febrero hizo en España y por las que pasa toda la plana mayor de la política y la cultura nacional: Azaña, Gil Robles, Calvo-Sotelo, José Antonio Primo de Rivera, Dolores Ibárruri, Largo Caballero o Indalecio Prieto; Jacinto Benavente, Carlos Arniches, Pío Baroja, los hermanos Machado, Antonio de Hoyos y Vinent, Juan Ramón Jiménez, Eduardo Zamacois, Ramón Gómez de la Serna, o los más jóvenes Federico García Lorca, Rafael Alberti y Alejandro Casona. El domingo 16 de febrero de 1936 Suero y Casona coinciden en la redacción del periódico La Voz, que dirigía Paulino Masip, y, nos cuenta Suero, ambos deseaban el triunfo del Frente Popular. Pocos días después de las elecciones Suero entrevista a Casona en el café La Granja del Henar –que había sido centro de operaciones del ceceante Valle-Inclán-. Hablan de teatro, del reciente estreno de Nuestra Natacha y del éxito que ya había tenido el dramaturgo en Buenos Aires un par de temporadas atrás con La sirena varada. Casona expone el respeto que siente por autores como Benavente, los Quintero o Arniches, sin que esto impida ciertas críticas por la verdadera necesidad que existe de renovar la escena española, de potenciar la cantera de actores y dejar de lado el divismo femenino de Benavente, que tanto favorece los papeles para heroínas. Preguntado Casona acerca de la nueva generación de autores teatrales, contesta: “Desde luego, a la cabeza García Lorca, que está haciendo cosas muy interesantes; Valentín Andrés Álvarez, autor de Tararí, que es una pena esté hoy ausente del teatro; López Rubio y Ugarte, autores de De la noche a la mañana, bellísima comedia. El primero se prepara a estrenar ahora Celos del aire, que conozco y es admirable”. Y con olfato muy fino añade a los citados a Jardiel Poncela. Habla finalmente de sus ilusionados proyectos, unos proyectos que, como bien se sabe, truncará la guerra alejándolo de España durante un cuarto de siglo.

De la salida de España de Alejandro Casona se han ocupado diversos autores, entre ellos, sin ir más lejos, Federico Carlos Sáinz de Robles en su prólogo a las Obras Completas publicadas en Aguilar –a las que se fueron añadiendo piezas en las sucesivas ediciones, siendo la más completa la de 1966- o el egregio casonista Rodríguez Richart; también lo hizo, de manera algo despistada y aplicándole el prisma deformante del chiste cruel que tan bien sabe utilizar, Andrés Trapiello en Las armas y las letras –libro, por encima de las imprecisiones objetivas, de envidiable estilo literario, inusual soltura ensayística y no demasiado frecuente acumulación de conocimientos-, a cuyas salidas de tono contestó con la minuciosidad, seriedad y rigor propios del ejemplar profesor universitario Antonio Fernández Insuela en el artículo “A propósito de Alejandro Casona y la Guerra Civil”, trabajo en el que rebate el siguiente párrafo de la obra de Trapiello:

“Peor fortuna [que Benavente] como autor teatral, tuvo Alejandro Casona, que antes de la guerra se había revelado como renovador del teatro social. Le sorprendió la sublevación en Oviedo, donde tenía en cartel su revolucionaria Nuestra Natacha. El ruido de las bombas y el silbido de las balas, sin embargo, según testimonios fidedignos, le asustaron de tal manera, que huyó de la ciudad y pasó a Santander, donde tomó el primer barco que pudo, camino de Villadiego, en América del Sur”.

Matiza con razón Fernández Insuela que Casona fue un renovador del teatro, sí, pero nunca hizo teatro esencialmente social, es decir, ese tipo de teatro que busca un punto de encuentro dramático en la confrontación de clases. Saca a Trapiello del error de bulto que supone confundir Oviedo con Gijón, puesto que Nuestra Natacha se estaba representando en el por entonces Teatro Dindurra de Gijón y no en Oviedo, e ilustra con entrevistas en revistas, investigaciones de los especialistas en Casona y testimonios de éste y amigos próximos que conocieron su trayectoria, el periplo que siguió el dramaturgo hasta su salida de España en febrero de 1937, vía Francia, con la compañía de Pepita Díaz y Manuel Collado. Así que ni salió Casona desde Santander ni cogió el primer barco que pudo, pues aún estuvo en un hospital de Madrid montando representaciones para heridos de guerra con el Teatro del Pueblo y dando alguna conferencia sobre teatro en Valencia antes de dejar definitivamente España. Asustado, claro, estaría como el que más.

Alejandro Casona (segundo por la izquierda en la primera fila) junto a un grupo de escritores venezolanos, en Caracas, abril de 1938. Foto de L. F. Toro. Col. Luis Rodríguez.

Desde su salida de España comienza un periplo americano que se extenderá largos años. Le lleva a fondear por un día en La Habana, donde pasa escasas horas, pero deja algún rastro en la prensa. Vendrá después un largo peregrinar que incluye México, Costa Rica, Venezuela, Perú, Colombia, México y Cuba de nuevo, hasta que se asienta finalmente en Buenos Aires en 1939. En el exilio irá tejiendo lo más maduro y mejor de su producción teatral: Prohibido suicidarse en primavera, La dama del alba, La barca sin pescador, Los árboles mueren de pie, La tercera palabra o La casa de los siete balcones, por citar sólo las mejores de una larga lista.

Durante estos años de exilio daría pruebas de su firme compromiso con la II República y, por extensión, con causas que consideraba justas o progresistas, dignas de su actitud comedida, alejada siempre del panfleto, pero sólida, como han dejado claro Fernández Insuela e Isabel Jardón en sus respectivos trabajos “Sobre política y periodismo en Alejandro Casona” y “Una mirada a la figura de Alejandro Casona a través de su correspondencia con Joaquín Maurín Juliá”. Durante mucho tiempo no dejó estrenar sus obras en España y puso por escrito, en la íntima confidencialidad que acompaña a la carta privada -que no se escribe pensando en el público, aunque sí se puede escribir pensando en la posteridad-, las impresiones que le producían el desarrollo de la guerra civil española y la política internacional. Buen ejemplo de esto es toda la correspondencia del autor que ha ido saliendo a la luz, y muy especialmente la que mantuvo con otro escritor asturiano exiliado: Luis Amado Blanco, que conocemos gracias al trabajo de Roger González Martell recogido en las citadas Actas del congreso de 2003.

El 1 de junio de 1937 le escribe Casona a Amado Blanco desde México:

“De España no sé que decirte; tengo fe en el triunfo final sí, a pesar de esta bárbara actitud alemana, que indica cómo el fascismo está dispuesto a todo. De todos modos, nuestra amable vida de allá ha terminado; me imagino un futuro Madrid de vida dura, áspera; un Madrid de volver a empezar. Y nosotros, jóvenes para nuestra vida de entonces somos ya viejos para eso. Nos han destrozado irremediablemente. Pero otra vida; la nuestra, ya pasó. ¡Y qué bonita era!, ¿te acuerdas? Para el futuro, teatro de combate, cine de combate, organización en masa, disciplina. Para los hijos, todo el horizonte; para nosotros, recordar un poco ¡ya! Y esfuerzo de adaptación. Sólo el consuelo de pensar que lo otro sería tan cien veces peor que ni podríamos respirarlo. Desde que empezó esto dedico media hora diaria a cagarme en Dios, y no me basta. ¿Con cuántas vidas podría pagarnos Franco lo que nos ha hecho? El resto de las horas se lo dedico a él”.

En esta correspondencia se ve al intelectual de altura y al hombre abatido, superado por la locura colectiva, al Casona más de a pie, para entendernos, que dedica algún espacio a los rumores que le llegan y a examinar la conducta de sus compañeros de oficio, que no siempre salen bien parados, aunque en su momento hayan sido maestros admirados como Marquina. El 18 de julio de 1937, justo un año después del inicio de la guerra le escribe a Amado Blanco, otra vez desde México, lo que sigue:

“Se ha vuelto loco el padre de García Lorca en Bruselas y ha muerto allí mismo la madre. ¡Trágico destino de una familia! Los hermanos han retirado su repertorio a Lola Membrives, que lo utilizaba para hacer homenaje a las tropas “salvadoras de la civilización y el catolicismo”. –Marquina cerdea en Buenos Aires: no ha visitado siquiera a la Xirgu, que ha estrenado la mitad de su producción. –Arniches, no tanto, pero nada a dos aguas. –Baroja escribe contra el Gobierno, insultando de paso a los otros: anarquismo mental muy pasado y desde luego imperdonable. –Azorín juega a “la tercera bandera”; no está del todo mal, pero tiene compromisos económicos con March. –La Heredia y los Guerrero-Mendoza, fascistas. Casimiro Ortas también, pero eso lo tienen merecido. –Benavente, cada vez más antifachista y útil. –Los Quintero, discretamente bien. –Por aquí, haciendo buena campaña, Pijoan y Moreno Villa. ¿Qué tal en La Habana Menéndez Pidal?”.

El 7 de agosto de 1938, esta vez desde Bogotá, enseña su irreductible optimismo, su desasosegante interés por lo que pasaba en España y su generosidad y desprendimiento para con los amigos, entre ellos los asturianos Constantino Suárez o Eduardo Martínez Torner:

“[En tu carta me das] una descripción terrible de la represión en Asturias, que he leído a varios amigos, y que me espanta siempre que la releo como una pesadilla imposible de sevicia, de sadismo monstruoso, de borrachera criminal enraizada en un profundo miedo a la justicia que indudablemente ha de venir un día. ¿Está ya en camino? Las últimas noticias de España me tienen nerviosamente ilusionado; no puedo dormir esperando cada día los periódicos del siguiente. La ofensiva del Ebro no parece una cosa inorgánica, de osadía desesperada; creo que inicia un golpe seguro y decisivo sobre la retaguardia franquista. Gandesa, Albarracín, carretera de Teruel, pueden ser una magnifica tumba inesperada para esos lobos de Asturias. […]

A nuestros amigos les escribo a menudo y les voy ayudando en cuanto puedo. Desde Caracas empecé el envío sistemático de víveres, por conducto de la Cámara de Comercio, en paquetes de quince y veinte kilos; ya he tenido aviso de la llegada de cuatro envíos. ¡Y con qué ilusión los reciben! Tienen hambre, Luis; así, sencillamente: hambre”.

Por momentos duros pasa Casona a lo largo de estos años de guerra en los que está fuera y las cosas de la compañía de Pepita Díaz y Manuel Collado empiezan a andar no muy bien, hasta el punto de que prescinde de él y se ve ahogado económicamente, como le hace saber a Luis Amado Blanco en carta del 26 de enero de 1939. El 11 de abril de ese año, recién terminada la guerra, Casona escribe de nuevo a Amado Blanco, seriamente preocupado por la suerte de los amigos que ha dejado en España:

“Por Constantino sufro como tú. Estoy seguro que ha aguardado impávidamente su suerte en Madrid, acaso sin buscar refugio alguno. Tiene una fe extraordinaria en la limpieza de su conciencia y de su conducta; y no se da cuenta de que en esto, como en el automovilismo, el peligro no está en el que conduce sino en le que viene contra nosotros. ¡Ojalá esté tranquilo, aunque tenga el alma deshecha!”.

Poco a poco las cosas se van calmando y, tras asentarse en Buenos Aires, Casona entra en una dinámica de trabajo que lo va acomodando en una vida de sosiego más o menos burgués retomada después de un largo peregrinar por los teatros latinoamericanos. Sin embargo, como se ve en la correspondencia con Maurín mencionada más arriba, no porque su vida sea más cómoda, disponga de casa de verano en Uruguay y viva más tranquilo se olvida de los problemas del mundo. La relación con Joaquín Maurín Juliá se dilata una década, desde 1955 hasta 1965, y es más profesional que personal. En realidad las cartas son entre Alejandro Casona y J. M. Juliá, director de la agencia literaria ALA (American Literary Agency, luego llamada Agencia Latinoamericana) afincada en Nueva York y encargada de colocar en los más diversos periódicos –fundamentalmente latinoamericanos, pero también de Nueva York, de Miami o de España- los artículos de Casona, quien enviaba lo escrito y a vuelta de correo recibía de Maurín una carta y un cheque. Esa era su relación, porque parece que Casona nunca llegó a saber que J. M. Juliá era en realidad Joaquín Maurín Juliá, el mismo que en 1930 había fundado el BOC (Bloque Obrero y Campesino), fusionado años después con otro partido de izquierdas dirigido por Andreu Nin, unión que daría como resultado la formación de corte trotskista Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), sobre cuya aniquilación durante la guerra –encarnada muy gráficamente en el martirio de su máximo dirigente, Andreu Nin- todavía tiene mucho que explicar el Partido Comunista de España. Maurín se había pasado once años en las cárceles franquistas –de 1936 a 1947- pero nunca se identificó con claridad ante Casona, lo que quizá influyera algo en la polémica decisión del dramaturgo de no firmar un Manifiesto en apoyo a Hungría que Maurín le envía a finales de 1956. Casona se niega a incluir su firma en el Manifiesto aduciendo una cuestión semántica, pues le parece que la petición de justicia y libertad que se hace para Hungría debe ser extensiva a todos los “Gobiernos totalitarios que, en el Viejo y el Nuevo Mundo, niegan a sus ciudadanos las libertades básicas.” –Cito por el artículo de Fernández Insuela en las Actas del centenario-. Esta negativa hace enfadar bastante a Ramón J. Sender, que situado en una posición trotskista, en su correspondencia con Maurín carga contra Casona y le acusa de stalinista.

En Buenos Aires trabaja Casona escribiendo teatro, guiones de cine y televisión, programas de radio y artículos de prensa. Trabaja, viaja por América y Europa, tiene éxito. En su obra el compromiso no está tan vinculado a la realidad como en su vida. Su obra es un espacio reservado para el amor y la dignidad humana. Gran parte de su producción gira en torno a una idea fundamental: evadirse o salvarse a través del arte. En el teatro de Casona la realidad suele vencer a la postre, pero es tan bella la fantasía mientras dura… En teatro, a esa idea pueden dársele muy buenas soluciones dramáticas, como en La sirena varada o como en Prohibido suicidarse en primavera, pero en la vida es más difícil.

Alejandro Casona en Oviedo, 1963. Col. Museo del Pueblo de Asturias.

En 1962 Alejandro Casona vino a España para asistir al estreno en el Teatro Bellas Artes de Madrid de su obra La dama del alba. José Tamayo lo había invitado y él aceptó que por primera vez desde 1936 se estrenara una obra suya en los escenarios españoles. En 1963, tras un periodo de gestiones y dudas, volvió a España. Como les hizo ver a dos asturianos que lo entrevistaron largamente, Juan José Plans y Marino Gómez Santos, la nostalgia de España ya no le dejaba vivir fuera. Además estaban los problemas de salud y la necesidad de estar cerca de la familia. La crítica, como es sobradamente conocido, lo recibió con una de cal y otra de arena. Su arte, como había sucedido en 1936, se politizó y mientras para unos tenía un valor incuestionable para otros –como Ricardo Doménech o Ángel Fernández Santos- el teatro de Casona era anestesia edulcorante, un lenitivo amansador que estaba muy lejos del teatro comprometido socialmente que ya se estaba haciendo en España. ¿Quién tenía razón? Puede que a su manera todos. ¿Claudicó Casona? Sí, claro que claudicó. Permitió que sus obras se estrenaran bajo un régimen personificado en quien durante las horas difíciles de la Guerra Civil se había cagado casi tanto como en Dios. Casona, el hombre, claudicó, ¿y qué? ¿Quién puede juzgarlo? ¿Quién tiene derecho? ¿Quién ha aguantado 25 años fuera de casa en una impecable actitud de dignidad, de decencia? Casona no era un político. Era un escritor y no se representaba más que a sí mismo y a su obra, una obra, por cierto, que como todas las grandes obras estará siempre ahí, ajena a la vida de su autor, por encima del hombre que fue, por encima, y sin embargo al alcance, de todos nosotros. ¿Claudicó Casona? Bueno, pero no olvidemos que para juzgar a un hombre hay que caminar siete lunas con sus zapatillas. Casona claudicó y supo hacerlo como lo hacía todo, con elegancia y dignidad. Murió en Madrid el 17 de septiembre de 1965. Vino a morir a casa, que es donde queremos morir todos los que al abrir por primera vez los ojos a este mundo vimos las hayas, los robles y los castaños, las montañas altas y los prados verdes; y escuchamos su lenguaje como una cadencia dulce que se fue alojando en la conciencia para grabarnos en la memoria la profecía de que antes de morir tenemos que ovillarnos como un feto y volver al origen, porque la vida es más de quien sabe morir arropado por el manto caliente de la tierra que le enseñó el primer lenguaje, el del paisaje, que entra por los ojos y los oídos y no entiende de significantes y significados y es tan universal que cada hombre tiene el suyo propio, que de quienes viven peligrosamente y mueren como héroes, porque ya sabemos que los héroes gastan almas de poetas e inician siempre todas las guerras, pero quienes las sufren son los que no tienen más que su condición de hombres.

Alejandro Casona y Luis Bagaría unidos por “La Sirena Varada”

Caricatura de Alejandro Casona realizada por Luis Bagaría (Barcelona, 1882 – La Habana, 1940)

El 23 de marzo de 1934 Alejandro Casona cumplía treinta y un años. Para algunos todavía seguía siendo Alejandro Rodríguez Álvarez, pero empezaba a estar claro que aquel joven nacido en Besullo (Cangas del Narcea, Asturias) sería muy pronto y para todos uno de los autores llamados a revolucionar el teatro español de su tiempo. Hijo de maestros, maestro él mismo, había hecho sus pinitos como poeta, había traducido algunos libros del francés y se encontraba a gusto en las tertulias literarias de Madrid. Un par de años atrás le habían concedido el Premio Nacional de Literatura por Flor de leyendas -adaptación de clásicos universales para jóvenes lectores- y para entonces ya era el director del Teatro del Pueblo de las Misiones Pedagógicas, que, como él mismo diría años después, eran “una farándula ambulante, sobria de decorados y ropajes, saludable de aire libre, primitiva y jovial de repertorio”.

Y añadiría en la “Nota preliminar” a su Retablo jovial: “Si alguna obra bella puedo enorgullecerme de haber hecho en mi vida, fue aquella; si algo serio he aprendido sobre pueblo y teatro, fue allí donde lo aprendí. Trescientas actuaciones al frente de un cuadro estudiantil y ante públicos de sabiduría, emoción y lenguaje primitivos son una educadora experiencia”. Los que contaban con experiencia y visión de futuro, como el fundador de las Misiones Pedagógicas Manuel Bartolomé Cossío, los que sabían, tenían claro que la España que estaba naciendo con la II República debía tener gente como Alejandro Casona para llevar la batuta, pero lo cierto es que por aquellas fechas en que cumplía treinta y un años Casona todavía no había hecho prácticamente nada en teatro y para el gran público era un desconocido. Hasta entonces el único estreno que tenía en su haber era la más bien fallida adaptación de El crimen de Lord Arturo, puesta en escena en Zaragoza en 1929. Sin embargo, antes de ganar el Premio Lope de Vega del Ayuntamiento de Madrid por La sirena varada en diciembre de 1933, la gente del medio ya sabía algo de este joven prometedor. De hecho, Margarita Xirgu, que sería la encargada de estrenar la obra en el teatro Español en marzo de 1934, ya tenía noticias del joven autor y de la obra desde tres o cuatro años atrás, pues después de escribirla en el Valle de Arán, donde estuvo destinado como maestro desde 1928, Casona se la había enviado al empresario teatral Adriá Gual y éste se la había puesto en las manos a la Xirgu.

El Tous pa Tous ofrece ahora una entrevista publicada en el diario Luz, de Madrid, aquel 23 de marzo de 1934 en que Alejandro Casona cumplía 31 años. El periódico fue uno de los que junto con El Sol y La Voz formó lo que se conoció como el trust azañista, orquestado por el empresario catalán Luis Miquel y el abogado y escritor mexicano Martín Luis Guzmán y nacido de las migajas que había dejado el desplome del grupo de El Sol, ideado en su momento por José María Urgoiti y José Ortega y Gasset. Para dar una idea del éxito que tuvo esta operación, basada, como todo lo que atañe al bienio progresista, en un elevado idealismo que se reveló poco operante, baste decir que Luz, aparecido por primera vez en enero de 1931, fue un periódico que duró menos de cuatro años, concretamente hasta el 7 de septiembre de 1934. Por su dirección pasó muy brevemente Félix Lorenzo y, desde septiembre de 1931, el periodista y escritor Luis Bello, muy vinculado a Manuel Azaña.

La entrevista se la hacían a Casona por el éxito que La sirena varada estaba manteniendo en el Teatro Español y tiene gran interés fundamentalmente por dos razones: la primera es que Mariano Esquivel, el periodista que entrevista al dramaturgo, deja que éste explique al público quién es y de dónde viene; y la segunda porque está ilustrada con una caricatura del gran dibujante Luis Bagaría (Barcelona, 1882 – La Habana, 1940), republicano por los cuatro costados que con sus retratos supo captar el alma más que el cuerpo de todos los políticos, escritores y artistas de su tiempo. Fue todo un personaje, definido con mucha sorna por el crítico Juan de la Encina: “Es varón de rara ignorancia; pero de una intuición, de una perspicacia y una vista que maravillan. Él, como saber, lo que se llama saber, no sabe gran cosa, y, sin embargo, lo sabe todo. Ya podéis echarle doctores sapientísimos. Conversará con ellos con el mismo aplomo y agudeza sobre todo lo humano y lo divino como si él fuera más sapientísimo doctor que todos ellos. Hay quien sospecha que Bagaría no ha cursado siquiera las primeras letras. Esto es algo exagerado. Porque si bien es cierto que no ha cursado siquiera las primeras letras castellanas, también es rigurosamente verdad que en letras catalanas, o extranjeras traducidas al catalán, él ha debido, a no dudarlo, hacer algunos estudios, pues muy a menudo se le ve citar autores de tanta monta como Sófocles, Ibsen, Joan  Maragall y hasta el Dr. Turró…” Feliz coincidencia esta que hizo converger en un periódico republicano a dos intelectuales convencidos de la bondad del nuevo régimen político que había venido a sustituir a la caduca monarquía. No fue esta la primera vez que Casona apareció en Luz con motivo de La sirena varada: el 12 de diciembre de 1933 se le hacía una entrevista en el mismo periódico con motivo de la concesión del Premio Lope de Vega; y pocos días antes de que se publicara la que nos ocupa ahora, el 19 de marzo de 1934, el crítico Juan Chabás había hecho la reseña del estreno de la obra. No era, por tanto, la primera vez que se hablaba de Casona y su sirena en Luz,  pero la entrevista es rara y valiosa y en ella podemos leer las palabras del joven Casona haciéndonos un favor a todos los cangueses al exagerar un poco su permanencia en el concejo. “He pasado mi niñez hasta los 15 años en Cangas del Narcea”, le dice al periodista, cuando lo cierto es que únicamente estuvo en Besullo hasta los cinco años. Luego vendrían Villaviciosa y Gijón, y antes de Murcia todavía Palencia. No es que en la entrevista se diga nada que no sepamos de Casona, pero esta página une a dos figuras muy relevantes dentro de la intelectualidad de la II República, como se sabe la nómina de intelectuales con mayor proyección y mejor producción de todo el siglo XX español. Aquí están, para que podamos leer las palabras de uno y ver el trabajo del otro, Casona y Bagaría, Bagaría y Casona, cuando todavía no podían sospechar ni de lejos que a la vuelta de poco más de dos años la Guerra Civil vendría a hacerlos coincidir en una experiencia en la que los acompañarían miles de españoles: el exilio.

icon 02 – LUZ, marzo 1934: Entrevista a Alejandro Casona

Monseñor Atilano Rodríguez (Trascastro, Cangas del Narcea, 1946)

Monseñor Atilano Rodríguez Martínez, natural de Trascastro (Cangas del Narcea). Foto: Cesar A. Catalán

Monseñor Atilano Rodríguez Martínez nació el 25 octubre de 1946 en Trascastro, pueblo de la parroquia de Leitariegos (concejo de Cangas del Narcea, Asturias). Cursó estudios eclesiásticos en el seminario de Oviedo, recibiendo la ordenación sacerdotal en su parroquia natal de manos de monseñor Gabino Díaz Merchán, arzobispo de Oviedo, el 15 de agosto de 1970. Está licenciado en Teología Dogmática por la Universidad Pontificia de Salamanca.

Desde octubre de 1970 y hasta agosto de 1973, desempeñó su primera tarea en el ministerio sacerdotal como ecónomo de Santa María de Berducedo y su filial de Santa María Magdalena de Mesa (Allande), encargándose al mismo tiempo de las parroquias de Santa María de Lago y San Emiliano en el mismo concejo allandés. Desde el 20 de agosto de 1973 y hasta el 30 de junio de 1977 es formador del seminario menor de Oviedo.

Solicitado por el arzobispo de Zaragoza, monseñor Elías Yanes Álvarez, que fue obispo de Oviedo de 1970 a 1978, pasa a dirigir la secretaría particular del prelado zaragozano en aquella diócesis, desde el 1 de julio de 1977 hasta el 30 de noviembre de 1992, en que, retornado a su diócesis natal, recibe el nombramiento de moderador del equipo sacerdotal de la parroquia de El Buen Pastor de Gijón, cargo que desempeñaba en el momento de ser nombrado obispo auxiliar de Oviedo.

Atilano Rodríguez Martínez fue arcipreste de Gijón-Sur (06-06-94), miembro del consejo presbiteral, elegido por los sacerdotes de la vicaría norte (07-06-94), y miembro del colegio de consultores de la archidiócesis ovetense (13-11-95).

Fue nombrado obispo auxiliar de Oviedo y titular de Horea por el Papa Juan Pablo II el día 5 de enero de 1996. Su consagración episcopal tuvo lugar en la catedral de Oviedo el 18 de febrero de 1996, actuando como primer consagrante el arzobispo de Oviedo, Díaz Merchán, y como co-consagrantes el arzobispo de Zaragoza, Elías Yanes, y el obispo de Sigüenza-Guadalajara, José Sánchez González, que en su día desempeñaron el ministerio episcopal como auxiliares de Díaz Merchán en la archidiócesis de Oviedo. En la ceremonia de su ordenación episcopal participaron catorce obispos y trescientos sacerdotes.

La 66 Asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal (noviembre de 1996), lo adscribió a la Comisión Episcopal de Migraciones, encomendándole la atención pastoral de las misiones españolas en Francia. La 71 Asamblea plenaria (marzo de 1999) lo adscribe a las Comisiones Episcopales de Pastoral Social y Migraciones, ocupándose de la Pastoral Penitenciaria. La 78 asamblea plenaria (febrero de 2002) lo adscribe a la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar y es elegido obispo consiliario nacional de la Acción Católica Española, cargo en el que permanece.

El 26 de febrero de 2003 fue obispo de Ciudad Rodrigo, en tierras de la provincia de Salamanca y diócesis de la que originario monseñor Sánchez. Tomó posesión de la diócesis de Ciudad Rodrigo el 6 de abril de 2003.

El Papa Benedicto XVI lo nombra obispo de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara el 2 de febrero de 2011 y su toma de posesión, en la catedral seguntina, se celebró el sábado 2 de abril de 2011.

La obra arquitectónica de José Gómez del Collado

Casa Morodo en 1965. Primer trabajo en Cangas de Gómez del Collado en el año 1958 cuya fachada imita una radio antigua

En 2010, coincidiendo con el centenario de su nacimiento se celebró en la Casa de Cultura de Cangas del Narcea una exposición sobre la obra arquitectónica de José Gómez del Collado (Cangas del Narcea, 1910 – 1995). Sus obras se pueden ver hoy en localidades como Tapia, Navia, Tineo, Allande o Cangas del Narcea, lugares a los que Gómez del Collado mostró otra forma de entender la arquitectura.

Fue en Cangas del Narcea donde desplegó todo su catálogo creativo en decenas de edificios, y a sus inspiraciones vanguardistas sumó también sus experiencias. En los años 40 trabajó en la oficina de Regiones Devastadas restaurando emisoras de radio y un aparato de radio fue lo que inspiró la fachada de su primer trabajo en Cangas: la casa de Morodo. Pero si una obra llama la atención es su puente colgante, inaugurado en 1973. Su construcción anticipa varios años el uso de materiales que  posteriormente tratarán arquitectos de renombre internacional, como es el caso de la malla de gallinero.

Para conocer y valorar mejor la obra de José Gómez del Collado podéis descargar el artículo que sobre él ha escrito su paisano y colega José Ramón Puerto.


VÍDEO

Cartel de las Fiestas del Carmen de Cangas del Narcea, 1960

Cartel realizado en la imprenta TAGRAT de Tineo.

Pertenece a la colección de la Biblioteca de Asturias “Ramón Pérez de Ayala”, Oviedo. Ubicada muy cerca de la Plaza del Fontán, en el edificio histórico de La Casa de Comedias (o Teatro del Fontán), del que solo se ha conservado la fachada.

Esta biblioteca  pone a la disposición de la comunidad, la más selecta y más grande colección bibliográfica dentro del Sistema Regional de Bibliotecas.

En ella se recogen y conservan las colecciones asturianas de materiales especiales, tales como: grabaciones sonoras y videograbaciones, mapas, material gráfico,… así como también los materiales bibliográficos y documentales editados y producidos en la región, que constituyen el Depósito Legal.

Encabezamientos comerciales de Cangas del Narcea 1900 -1930

Impreso realizado en 1908 en la Imprenta Moderna de Cangas de Tineo propiedad de Santiago García del Valle.

La Historia no sólo se escribe consultando el Boletín Oficial o documentos administrativos, existen otras fuentes de información que no se custodian en archivos oficiales y que son muy importantes para conocer nuestro pasado. Mucha de esta documentación se halla en archivos particulares, comerciales o empresariales, que, como no se han valorado en su justa medida, han terminado en casi todos los casos en la basura o en el fuego. El resultado de esta manera de proceder es el vacío que supone para el conocimiento histórico, de modo que muchas de las actividades de nuestro pasado jamás podremos conocerlas.

Unos documentos muy interesantes para la Historia, por la información que ofrecen y por su calidad estética, son los impresos de comercios e industrias, es decir, el papel de cartas y las facturas que utilizaban estos establecimientos para su correspondencia y facturación. Los impresos de esta clase comenzaron a hacerse en Cangas del Narcea en los últimos años del siglo XIX y sobre todo en las primeras décadas del XX, que es la época en la que se instalan industrias nuevas, relacionadas con el vino y con la explotación y la transformación de la madera (carpinterías, mueblerías), y, sobre todo, es el momento en el que se establecen los primeros comercios de la villa, pues con anterioridad a 1850 solo había tabernas y estancos.

No será hasta 1882 cuando se instale en la villa de Cangas del Narcea la primera imprenta. En esta comenzarán a realizarse aquella clase de trabajos tipográficos, que se generalizarán en el siglo XX con la apertura de la Imprenta Moderna, propiedad de Santiago García del Valle, en la que se hicieron la mayoría de los impresos que presentamos en esta noticia. De este modo, los “comercios modernos” y las nuevas empresas que se establecen en la villa en ese periodo prestigiarán su actividad con unos impresos publicitarios, que eran los que exigía el gusto de la época.

En Cangas del Narcea no vamos a encontrar los lujosos encabezamientos comerciales que se hacían en las empresas litográficas de Gijón, Oviedo o Luarca, y que a veces se acompañaban con dibujos del comercio o la fábrica, alegorías, etc. En nuestro caso son impresos sencillos, en los que predomina la tipografía y en el que el repertorio de motivos gráficos es pequeño; además, no es raro que un mismo motivo se emplee para diferentes comercios. Son, de todas maneras, unos documentos imprescindibles para conocer las artes gráficas, así como la actividad comercial e industrial de nuestro concejo.