Publicación de noticias históricas relacionadas con la historia, el arte, la literatura, etc. de Cangas del Narcea.

Jovellanos en Cangas. Relato de su estancia en Cangas del Narcea en la vendimia de 1796

Retrato de Jovellanos con el arenal de San Lorenzo, al fondo, hacia 1780-1782; Francisco Goya (1746-1828), lienzo, 185 x 110 cm. Oviedo, Museo de Bellas Artes de Asturias.

Contribución de El Tous pa Tous a la conmemoración del bicentenario de la muerte de Gaspar Melchor de Jovellanos (1811 • 2011)

INTRODUCCIÓN

Pocas personalidades hay en España que susciten tan unánime sentimiento de admiración y respeto como la de don Gaspar Melchor de Jovellanos (Gijón, 1744-Puerto de Vega, Navia, 1811). Prototipo de patriota, intelectual y hombre de Estado, Jovellanos es, por muchos conceptos, también el ideador de la Asturias contemporánea. El conocimiento y amor por su tierra le colocan en el origen del asturianismo, del estudio científico de la historia y cultura de Asturias, de la modernización de su economía y promoción de sus primeras grandes infraestructuras de comunicación y transporte, así como de la innovación pedagógica concretada en una de sus más queridas empresas: el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía de Gijón.

Timbre de gloria es para cualquier localidad o concejo de Asturias que Jovellanos se haya fijado en ellos, que los mencione en sus obras y, ni qué decir tiene, que los visitara y recorriera dejando constancia por escrito de sus impresiones, describiendo sus monumentos, historia, paisajes o rasgos de sus gentes, productos industria y costumbres. Todo tiene cabida en su insaciable ansiedad de conocimiento; de todo hace sagaces diagnósticos y son de admirar sus precisos juicios. Consciente como todos los ilustrados de su tiempo de la necesidad de dirigir la transformación de la sociedad, Jovellanos se plantea esta tarea acometiéndola con método y responsabilidad, y por eso, como punto de partida para formar cualquier opinión o juicio se impone el del conocimiento directo, siempre sobre el terreno y en contacto con las personas, sus agentes. Así se entienden muchos de sus frecuentes recorridos por nuestra provincia a lo largo de la última década del siglo XVIII, tanto los realizados para despachar encargos oficiales como los privados.

Hay constancia de dos viajes de Jovellanos a Cangas de Tineo (desde 1927, Cangas del Narcea), aunque quizás pudo haber un tercero, en el verano de 1782, cuando según su biógrafo, secretario y hombre de confianza, Juan Agustín Ceán Bermúdez (Gijón, 1749-Madrid, 1829), «recorrió entonces casi toda la provincia [de Asturias], indagando su población, el estado de su cultivo y de su industria, sus usos y costumbres» (Memorias, págs. 33-34). Fruto de ello fue la redacción del Viaje de Asturias, conjunto de diez cartas cuyo destinatario era su amigo, el ilustrado Antonio Ponz (Bechí, Segorbe, 1725-Madrid, 1792), autor del famoso Viage de España (18 tomos, editados en Madrid entre 1772 y 1794), y con cuya aportación quiso contribuir Jovellanos a esta enciclopédica obra.

Retrato de Joaquín José Queipo de Llano, V conde de Toreno. Óleo de Vicente Arbiol. Real Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo.

Pero los documentados son, como va dicho, dos: el primero, muy breve, verificado a comienzos de la primavera de 1795 (desde el jueves, 26, hasta el sábado, 28 de marzo), en comisión oficial, pues don Gaspar estaba designado por el Consejo de Órdenes Militares y por su amigo el ministro de Marina Antonio de Valdés y Fernández Bazán (Burgos, 1744-Madrid, 1816), para hacer las pruebas de genealogía y limpieza de sangre de Fernando de Valdés (Sevilla, 1754-Madrid, 1819), brigadier del Ejército, coronel del regimiento de caballería de Alcántara y futuro marqués del Apeo Hermoso, hermano del referido ministro, al que recientemente se le había concedido el hábito de caballero de la orden de Alcántara. Estas pruebas obligaron a Jovellanos a viajar, primero por Asturias (Pravia, Candamo, Grado, Salas y Cangas) y, a continuación, hasta La Rioja. De su peregrinar dejó constancia escrita y sus impresiones constituyen lo más destacado del Cuaderno VI del Diario que, sin interrupción, abarca desde el jueves, 12 de marzo de 1795, hasta el sábado, 31 de diciembre de 1796. Los interesados pueden ver la crónica de este viaje a Cangas en la edición crítica preparada por María Teresa Caso y el que suscribe, en 1999 (Obras completas, VII, págs. 114-125). Como resumen de lo acontecido, se pueden reseñar las descripciones del monasterio de Corias, colegiata de Santa María Magdalena y palacio de Toreno (actual sede del Ayuntamiento de Cangas). El conde de Toreno, Joaquín José Queipo de Llano y Valdés, fue su anfitrión y compañero en las visitas, aunque Jovellanos, según él mismo refiere, estuvo hospedado en casa de su administrador, don Ignacio Fernández Flórez, y no en el palacio.

El segundo viaje es el que ahora ofrecemos a los lectores de El Tous pa Tous. Realizado al año siguiente, se extiende desde el miércoles, 5, hasta el viernes, 21 de octubre de 1796, algo más de dos semanas, coincidiendo con la recolección de la uva, de ahí el expresivo título que Julio Somoza le puso: «A una vendimia en Cangas de Tineo», pues Jovellanos no lo destacó en el registro de su Diario.

Cangas, tras Oviedo y las villas costeras del centro de Asturias (Gijón y Avilés), era la siguiente villa en importancia de Asturias. Su estratégica situación en la zona suroccidental, a orillas del Narcea y enclave de caminos y acceso directo al Bierzo (León), su extensión, población, riqueza en materias primas (arbolado y canteras de piedra), su producción agropecuaria y comercio (mercado y ferias ganaderas) están en el origen de ello. Por tanto, la oportunidad de volver a ella de una manera más relajada y por mero ocio no sería desaprovechada. Esta le vino de la mano de su íntimo amigo, Rodrigo Antonio González de Cienfuegos y Velarde (Oviedo, 1745-1813), VI conde de Marcel de Peñalba, con casa, familia e intereses en este concejo. El Conde era hijo de un cuñado de Jovellanos, don Baltasar González de Cienfuegos y Caso Maldonado (muerto en Oviedo, en 1770), predecesor en el título, que había casado en tres ocasiones: la última en 1758, con Benita Antonia de Jovellanos (Gijón, 1733-Oviedo, 1801), la hermana mayor de don Gaspar. Peñalba y Jovellanos, por tanto, no eran parientes, como a veces se dice, sino solo amigos pero la relación entre ambos era tan íntima y cordial que se puede calificar de familiar. A este respecto comenta Jovellanos en el bosquejo interrumpido de sus Memorias familiares (1784) que «muerto el conde don Baltasar, heredó la casa su hijo don Rodrigo quien, sin embargo de haber contraído matrimonio, del cual tiene larga descendencia, no ha querido tomar el gobierno de su casa y rentas, que hoy sigue a cargo de doña Benita, viviendo unidas ambas familias con mucha paz y utilidad recíproca». Rodrigo y Gaspar eran además de la misma edad (Jovellanos, un año mayor que Peñalba) y durante la estancia de Jovellanos en Asturias (1790-1797 y 1798-1801), fueron asiduos contertulios y compañeros de viajes, según vemos en la correspondencia y el Diario.

La ocasión para visitar Cangas no podía ser más propicia, pues coincidió con la época de la vendimia, una de las faenas con que se va dando conclusión al ciclo agrícola anual y tiempo de festejos y regocijos públicos, como leemos en el Diario. ¡Qué pena que no se haya conservado aquella carta que nuestro viajero envió a su amigo Nicolás de Llano Ponte el jueves, 13 de octubre, que contenía «la relación de nuestra vida vendimial», y donde el gijonés también hacía referencia a las «combinaciones de afición que tanta juventud alegre hace entre sí» con este motivo! Sería un precioso documento de valor etnográfico donde, de seguro, Jovellanos describiría con su acostumbrado rigor y detalle las variedades de uva, las labores de recolección y poda, los preseos o herramientas, medios de transporte, faenas en el lagar, y los usos y costumbres derivados.

Retrato de Antonio Uría Queipo de Llano, hacia 1804. Obra del pintor Francisco Xavier Hevia. Colección de Blanca Fernández Rodríguez (Casa de Uría, Santolaya).

Al correr de los apuntes y de las jornadas vemos además lo cerrado y bien trabado que era el círculo de relaciones familiares de la nobleza canguesa, pues los Queipo de Llano, González de Cienfuegos, Uría (de la casa de Santa Eulalia de Cueras), Merás y Flórez, todos entre sí tenían algún vínculo familiar o parentesco más o menos directo. Estrategias de las clases dominantes durante el Antiguo Régimen que se mantuvieron también a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX. Aparte de ello, eran también asiduos a las mismas tertulias, reuniones y fiestas.

Este relato nos descubre asimismo una villa nada anodina, con ciertos pujos capitalinos, estimulada por la concurrencia de dos casas aristocráticas (las condales de Peñalba y Toreno, creadas en 1649 y 1659, respectivamente) que pujaban entre sí en ostentación e influencia. Pero la voz en aquel momento la llevaba Joaquín José Queipo de Llano (1727-1805), el V conde Toreno, que había ido reuniendo bajo su protección y estímulo un pequeño círculo de científicos, mecánicos y literatos entusiastas que elevaron el nivel cultural de la villa durante las dos últimas décadas del siglo XVIII.

Peñalba fue, como decimos, el anfitrión de Jovellanos y en la casa que había construido su bisabuelo, Rodrigo González de Cienfuegos y Estrada, II conde de Marcel de Peñalba, y que todavía erige su elegante y barroca fachada en la calle Mayor de Cangas (la antigua «Fonda Universal»), estuvo alojado todo ese tiempo. El sábado, 15 de octubre de 2011, por iniciativa de El Tous pa Tous, Sociedad Canguesa de Amantes del País, se descubrirá en la fachada de esta casa de Peñalba una placa que recuerda la estancia de Jovellanos en la villa, coincidiendo además con el año en que se conmemora el bicentenario de su fallecimiento (1811-2011). Los pueblos que recuerdan a sus beneméritos paisanos son pueblos inmortales.

LA EDICIÓN

El texto seguido para la publicación de este Viaje a Cangas es el de la edición crítica que preparamos María Teresa Caso y yo mismo en 1999 para la colección de Obras completas de Jovellanos que en 1984 había iniciado el fallecido profesor José Miguel Caso González: Gaspar Melchor de Jovellanos, Obras completas, tomo VII. Diario, 2.º Cuadernos V, conclusión, VI y VII (desde el 1 de setiembre de 1794 hasta el 18 de agosto de 1797), edición crítica, prólogo y notas de María Teresa Caso Machicado y Javier González Santos, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII – Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1999, páginas 575-612. Respecto a esta hay dos diferencias apreciables: la primera es que se han eliminado las variantes textuales derivadas de la confrontación de la copia del manuscrito original de 1811 y de las diferentes ediciones conocidas de este Cuaderno VI del Diario, y la otra es que ahora sale bastante más anotada que entonces; la intención es brindar al lector más exigente y entusiasta el texto original de Jovellanos comentado en todos sus detalles. Como se puede comprobar a primera vista, existen dos tipos de anotaciones: las notas a pie de página son comentarios más o menos extensos a las palabras de Jovellanos, pero también hay otras, sencillamente aclaratorias, que van en el propio texto de Jovellanos, entre corchetes para no interrumpir el curso de la lectura con fastidiosas llamadas a notas, y que sirven para identificar personas, nombres de lugar o accidentes geográficos a los que el viajero gijonés se refiere de modo familiar y abreviado (personas) pero también erróneo o confundido como sucede con algunos topónimos y accidentes geográficos.

JOVELLANOS EN CANGAS
Relato de su estancia en Cangas del Narcea en la vendimia de 1796

AGRADECIMIENTOS

No quiero concluir esta Introducción sin dejar constancia de agradecimiento por su desinteresada colaboración a la doctora doña María Teresa Caso Machicado, amiga y coeditora conmigo de los volúmenes segundo y tercero del Diario de Jovellanos y a quien se debe la fijación crítica del texto. A KRK Ediciones, propietaria de la edición y explotación comercial de las Obras completas de Jovellanos y a su director, nuestro buen y generoso amigo Benito García Noriega, por haberme facilitado el archivo del texto publicado en 1999 y la cesión de los derechos de reproducción del mismo para esta colaboración en El Tous pa Tous. Y por último, al Museo de Bellas Artes de Asturias y a su anterior director, hoy Consejero de Cultura y Deporte del Principado de Asturias, el señor don Emilio Marcos Vallaure, por permitir la reproducción del retrato de Jovellanos, el primero de los dos que le pintó Goya y que constituye una de las joyas artísticas de sus selectas colecciones.

La iglesia parroquial de San Juan Bautista de Vega de Rengos y el patronato de los condes de Toreno

Retablo mayor de la iglesia de San Juan Bautista en Vega de Rengos.

Hace unos días salía en esta web del Tous pa Tous el artículo sobre el retablo de Nuestra Señora del Rosario en la colegiata de Cangas del Narcea, ahora queremos dar a conocer los acomodos (retablos e imágenes) de uno de los templos más ricos del concejo de Cangas del Narcea, merced al patronato que sobre él ejerció una de las casas nobles de mayor prestigio del Principado de Asturias. Se trata de la iglesia de San Juan Bautista de Vega de Rengos y de la familia Queipo de Llano (condes de Toreno), que eran también patronos de la colegiata de Santa María Magdalena en Cangas del Narcea, y de los templos de Santa María de Gedrez y Santa Eulalia de Larón.

La iglesia de Vega de Rengos fue fundada como monasterio («Sancti Ioannis de Veiga») por Rodrigo Alfonso, que vivió en los reinados de Bermudo II (985-999) y Alfonso V (999-1028), y tenía asiento en aquellas zonas de Cangas y en Cerredo (Degaña). Era propietario de grandes haciendas y fundó algunos monasterios e iglesias, entre ellos este de Vega de Rengos (CARBALLO, Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias, 1695, ed. 1988, pág. 295). Esta primera fundación, de la que nada se conserva, dependió del monasterio de San Juan Bautista de Corias hasta 1576, año en el que el patronato pasó a depender de la familia Queipo de Llano, que lo mantuvo hasta finales del siglo XIX (sus armas aparecen en un banco, en el retablo de la Piedad y en las pinturas del presbiterio), con su filial de Santa María de Oballo (construida en 1897, con un retablo de la época y dos imágenes del siglo XIII: San Pablo y la Magdalena). El templo, edificado en el siglo XIV, consta de una nave y presbiterio rectangular, cubiertos con bóveda de cañón apuntado. Al lado de izquierdo de la nave se abre la capilla de Santa Bárbara, edificada en tiempos recientes, y a la izquierda del presbiterio hay una sacristía que comunica con un pórtico cerrado. Aún conserva el pavimento original de pizarra (RAMALLO, «La zona suroccidental asturiana», Liño, n.º 2, 1981, pág. 235). En 1672 se amplió el presbiterio para alojar el retablo mayor, aunque el tipo de cubierta no se alteró, continuando con la característica bóveda de cañón apuntado, como el resto del templo (PÉREZ SUÁREZ, Las empresas arquitectónicas promovidas por los condes de Toreno, 1999, pág. 66).

Retablo de la Piedad.

Consta de cuatro retablos: el mayor y colaterales, de hacia 1677, y el de la Piedad, traído desde la capilla de La Muriella, realizado hacia 1675.

El retablo mayor fue donado por don Fernando Queipo de Llano y Lugo, II conde de Toreno (Caballero de Santiago, corregidor de Burgos y Murcia, y diputado y alférez mayor del Principado de Asturias). La intención de colocar un retablo en la iglesia se expresa en la cesión de un juro de 31.287 maravedíes, otorgado en 1672, en el que se dice: «El tiempo que fuese necesario para hacer un retablo en dicha iglesia en el altar mayor, y dorarle y ponerle con toda forma y después se convierta en la compra de todos los ornamentos que fueren necesarios para el servicio de dicha iglesia, en la forma y como le pareciese al cura que es o fuese della» (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 65). Sin embargo, no fue hasta cinco años más tarde (1677) cuando se empezó a trabajar, con la donación de 4.600 reales que hizo el conde de Toreno para auxiliar a la parroquia (la realización del retablo comenzó ese año ya que en la donación se dice que el dinero es para hacer el retablo, no para proseguirlo ni concluirlo). Lo que se pretendía era modernizar y embellecer el templo por estar indecente e indecoroso. Entre 1677-1679 se vendieron las imágenes de San Roque, San Miguel y la «caja de Nuestra Señora» del antiguo retablo, obteniendo cerca de 420 reales (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 65).

Desconocemos el autor de la traza y el nombre del artista que materializó este retablo, aunque por sus características (estructura y ornamentación) habría que relacionarlo con el arquitecto de retablos lucense Antonio Sánchez de Agrela (doc. 1650-1666), hermano de Pedro Sánchez de Agrela (h. 1610-1661), autor del retablo mayor de la iglesia colegial de Cangas del Narcea y cabeza del denominado «Primer Taller de Cangas del Narcea». Antonio fue uno de los principales colaboradores de su hermano y aunque su maestría estuvo por debajo de la de éste, fue un buen ensamblador y un aceptable imaginero. En 1650 ajustó, junto a su hermano Pedro, el retablo mayor del convento de Santo Domingo de Oviedo (sustituido entre 1758-1761 por otro más moderno, realizado por el arquitecto de la diócesis de Oviedo José Bernardo de la Meana); en 1656 hizo el desaparecido retablo colateral del templo de San Salvador de la villa de Sarria, en Lugo (PÉREZ COSTANTI, Diccionario de artistas que florecieron en Galicia durante los siglos XVI y XVII, 1930, pág. 500); en 1664 el retablo de la capilla de don Tomás Vuelta Lorenzana, en la antigua iglesia de San Miguel de Laciana (hoy día, San Miguel de Villablino); el retablo mayor del santuario de Nuestra Señora en Fonsagrada (Lugo); en 1665 el retablo mayor y un colateral (desaparecido) de la iglesia de Nuestra Señora de Muñalén, en el concejo de Tineo (PÉREZ y PÉREZ, Iglesias, santuarios, capillas y ermitas del cuarto de los Valles, 2007, págs. 69-71.), y en 1666 el retablo mayor de la iglesia de San Juan de Porley (desaparecido). En nuestra opinión también realizó el retablo mayor de la iglesia de Santa María de Borres (Tineo), una imitación del retablo mayor de Muñalén.

Santiago

Este retablo mayor de Vega de Rengos constituye un buen ejemplo de la producción local del último cuarto del siglo XVII. Es un diseño organizado en banco, frontis de cinco hornacinas y ático triple. Los elementos estructurales son columnas corintias de fuste entorchado y pilastras cajeadas de capitel ganchudo (propias del taller de Pedro Sánchez de Agrela). Las columnas apoyan en ménsulas en forma de hoja de alcachofa (similares a las del retablo de Muñalén y Borres). De su ornamentación destacan las rosetas en los paneles del banco (muy similares a las del retablo mayor de Gedrez); los roleos del friso, de talla crespa, ovas y una sucesión cuentas (trasunto de retablos de Muñalén y Borres). Esta estructura fue alterada en 1682 al incorporarle algún elemento del barroco decorativo local (taller de Corias), como el encuadre de la hornacina principal, los colgantes de hojarasca y granadas pinjantes del primer piso, el enmarque de las hornacinas laterales del ático, las ramas de acanto terminadas en cabeza de ave del ático y el remate semicircular. Además se pagaron 100 reales a un «escultor de Corias» por armar el retablo (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 69) que, sin duda, fue el ensamblador Antonio López de la Moneda (Zanfoga, Lugo, doc. 1678-1724) autor del retablo mayor de la iglesia de Nuestra Señora de Regla de Corias, ajustado en 1679 y realizado en 1713. También trabajó el licenciado Antonio Ron (doc. 1685-1704), hermano de Manuel de Ron (ver su biografía en el Tous pa Tous) que «compuso varias piezas del retablo», Juan Collar que compuso los atriles y columnas del retablo, y el pintor local Plácido García de Agüera (1719-1798) que intervino en las columnas del retablo en 1742 (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 69).

Según Ramallo las imágenes son obra de Francisco Quintana Argüelles (doc. 1667-1676), uno de los discípulos más aventajados de Luis Fernández de la Vega (1601-1675). De su obra documentada poco se conoce: cinco imágenes para el retablo mayor de la iglesia de Santa María la Real de Tanes (Caso), que Fernández de la Vega le traspasó en 1670 (desaparecidas), y el retablo mayor de la iglesia de San Juliano de Arbás (Cangas del Narcea), realizado entre 1673-1674 según la traza suministrada por el propio Fernández de la Vega (RAMALLO, Escultura barroca, 1985, pág. 243).

San Juan Bautista.

Las imágenes se comenzaron hacia 1677. Por entonces, Quintana Argüelles ya había concluido su trabajo en el retablo de Arbás y el conde de Toreno le encargó las imágenes, seguramente por la muerte o el traslado de Antonio Sánchez de Agrela a otro centro en donde podría conseguir encargos de mayor prestigio y dotación. Esto propicio que incluso dejase parte del retablo por terminar como lo atestiguan los añadidos que se le hicieron a finales del siglo XVII. De todas las imágenes sólo tres se pueden relacionar con la producción del propio Quintana Argüelles: San Juan Bautista, titular de la parroquia; Santiago el Mayor y San Roque. Para representar a San Juan Bautista empleó el modelo del que Fernández de la Vega se valió para esculpir la imagen de San Juan de la iglesia de San Vicente (hoy, de la Corte) de Oviedo, entre 1638-1641: un hombre joven, en posición de avance y envuelto en unos ropajes trabajados de manera profunda y aristosa. Francisco Quintana talló un San Juan inexpresivo y con un rostro enmarcado por unos cabellos largos y filamentosos de clara reminiscencia naturalista. El tratamiento de los pliegues es un trasunto de los del San Juan de la Corte: en la parte de la izquierda se multiplican y se tallan de manera rígida, formando grandes aristas, mientras que los de la derecha son más suaves y transversales.

San Roque.

San Roque repite el modelo que Luis Fernández de la Vega empleó para la imagen de la Catedral de Oviedo y que fue ejecutada junto a los retablos de Santa Teresa y Nuestra Señora de la Concepción, encargados por el obispo don Bernardo Caballero de Paredes en 1658 (este prelado financió grandes proyectos, como el desaparecido retablo mayor de la ermita de Nuestra Señora de Carrasconte, los retablos colaterales del convento de Agustinas Recoletas en Medina del Campo, ambos realizados por Pedro Sánchez de Agrela y Luis Fernández de la Vega, y la construcción de la capilla de Santa Bárbara en la Catedral de Oviedo). Quintana Argüelles hizo una copia de la imagen de la Catedral, sin la expresividad de aquella (de este mismo modelo también se valió Pedro Sánchez de Agrela, a mediados del siglo XVII, en la imagen de San Roque del monasterio de Corias). Santiago el Mayor se representa como peregrino, con el bordón y el sombrero de ala ancha.

El resto de imágenes del retablo mayor de Vega de Rengos: Inmaculada Concepción, San Fernando, San Antonio de Padua y San Antonio Abad, así como el relieve de La Resurrección, no pertenecen a la producción de Quintana Argüelles, y la Virgen con el Niño, de la calle de la izquierda del piso superior, es de finales del siglo XVI y su modelo y policromía son característicos del gusto renacentista.

Retablo colateral de la Virgen del Rosario

El dorado del retablo es obra de Nicolás del Rosal, vecino de Oviedo, el mismo que policromó el retablo, con sus imágenes, de la iglesia de San Juliano de Arbás y el retablo de Nuestra Señora del Rosario en la colegiata de Cangas del Narcea. En 1682 el conde de Toreno donó algunos panes de oro para sufragar la obra. En las cuentas de 1682 se dice: «[…] Los mas de trece mil panes de oro que dio el señor conde de Toreno que están en el cielo, se gastó en tres mil reales en dinero que los gastos todos de pan y vino y carne que hicieron los maestros mientras lo pintaron […], más trescientos treinta y seis reales que costó el oro que falto para el retablo además del que vino de Madrid que se envió a buscar a Valladolid y a León [….]» (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 69). La policromía es de buena calidad, no solo el oro del retablo sino las estofas y los detalles de las vestimentas de las imágenes efectuados, todos ellos, a punta de pincel. Al propio Nicolás del Rosal se podría deber el escudo pintado sobre la bóveda de la capilla mayor con las armas de la familia Queipo de Llano.

Retablo colateral del apóstol San Bartolomé.

Los retablos colaterales de la iglesia son de la misma época y estilo que el retablo mayor. Se organizan en banco, frontis de única hornacina entre dos pares de columnas corintias de fuste estriado y dos pilastras cajeadas de capitel ganchudo decoradas con medias lunas. En el de la izquierda se venera la imagen del apóstol San Bartolomé, cuya factura también tenemos que relacionar con el propio Francisco Quintana Argüelles, y en el de la derecha una Virgen del Rosario de posterior factura. Fueron dorados por Nicolás del Rosal.

Adosado al muro derecho de la nave se aloja el retablo de la Piedad o Quinta Angustia, trasladado desde la capilla del palacio de La Muriella, próxima a la parroquia y primera residencia de la familia Queipo de Llano (hoy día, nada queda de ella). En el inventario de los ornamentos del 24 de marzo de 1855 se describe el retablo: «un retablo de madera de nogal, de dos cuerpos pintado y en su mayor parte dorado, bastante deteriorado, el cual tiene unas tres varas de alto por otras tantas de ancho. Se hallan colocadas en el mismo cuatro imágenes. En el centro la de la Señora de las Angustias y en el cuerpo o departamento superior la de San Lorenzo, en el medio, y colaterales a éste San Antonio de Padua y San Adriano, todas cuatro imágenes de bulto y de madera bastante carcomida» (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 85).

Al igual que el resto de acomodos fue pagado por don Fernando Queipo de Llano y Lugo, II conde de Toreno (en el banco se representa el escudo de armas de los condes y un alto relieve de San Fernando en alusión al patrono). Es un retablo organizado en banco, frontis de única hornacina y ático simple rematado por un frontón triangular. La transición entre ambos cuerpos se realiza por dos aletones curvos. Este diseño nos habla de un retablo realizado con anterioridad a 1677, ya que en ese año se introdujeron en el suroccidente los diseños barrocos del ensamblador madrileño Pedro de la Torre (h. 1596-1677), con la realización del retablo mayor del monasterio benedictino de San Juan Bautista de Corias (ático simple entre machones, coronado por un florón, y remate semicircular). Se estructura con columnas salomónicas decoradas con los motivos propios de su orden: hojas de vid y racimos de uva, que apoyan en unas ménsulas de acentuado carácter vegetal (de alcachofa, en relación con las del primer taller de Cangas del Narcea).

San Juan Bautista.

De su ornamentación destacan las cabezas de hojarasca y granadas de los intercolumnios, y las cartelas con hojarasca y frutilla del ático. Precisamente, estos motivos recuerdan a los empleados por los discípulos de Luis Fernández de la Vega (1601-1675), como Juan García de Ascucha Galán (natural de Gijón, doc. 1669-1717/1722. Ejerció los oficios de ensamblador, escultor y maestro relojero de la Catedral de Oviedo) y Sebastián García Alas. Precisamente las cabezas con colgantes aparecen en el retablo mayor de la capilla del palacio de La Rozadiella (Tineo), realizado por García de Ascucha en 1678. Asimismo, las cartelas con colgantes del ático son una imitación de las del retablo de Nuestra Señora del Rosario de la iglesia colegial de Cangas del Narcea, ensamblado por García Alas entre 1676-1678.

San Blas.

En él se venera la imagen de la Piedad, una de las pocas representaciones de esta iconografía en el suroccidente de Asturias (también destaca la de la iglesia de Santa María de Carballo y la del santuario del Ecce Homo en Regla de Perandones, en relación con los modelos del escultor ovetense Antonio Borja). La de Vega de Rengos recuerda enormemente el relieve de la misma advocación del retablo mayor de la iglesia de San Pedro de Jomezana, en el concejo de Lena, realizado por García de Ascucha en 1690 (RAMALLO, Escultura barroca, 1985, pág. 246). Es un grupo frío cuyos rostros no reflejen la excitación, el dolor y el patetismo propio de este tipo de representaciones. Los pliegues son acartonados, de clara tradición naturalista. El resto de imágenes son de menor calidad (San Lorenzo en el ático, titular de la capilla de la Muriella, y a sus lados Santiago y San Antonio).

En la capilla de Santa Bárbara se hallan algunas imágenes de marcado carácter popular, entre las que destacan San Juan Bautista, de pequeño tamaño, que sigue el modelo reflexivo de tradición gallega; un San Blas del primer cuarto del siglo XVIII, en relación con los modelos de Antonio López de la Moneda (doc. 1678-1724), caracterizado por unos pliegues duros, de tradición naturalista, y un Santo Obispo de la misma época aunque de concepción más tosca.

Finalmente, otros ornamentos, alhajas y libros donados a la iglesia de Vega de Rengos por lo condes de Toreno, y de los que no conocemos su paradero, son ricos misales, frontales de altar de importación, candelabros, lámparas, y una cruz de plata, que fue donada por don Fernando Queipo de Llano y Lugo, II conde de Toreno, y que costo más de 100 ducados (1.100 reales), realizada en Madrid por Matías Vallejo (Yayoi KAWAMURA, Arte de la platería en Asturias, Oviedo, 1994, págs. 123-124).

Con esto ponemos punto final a este breve artículo sobre el patrocinio de los condes de Toreno en la iglesia de San Juan Bautista en Vega de Rengos, y abrimos la vía a futuros artículos sobre otros templos de su patronato: las iglesias de Santa María de Gedrez y Santa Eulalia de Larón.

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Víctor Bernardino de Sierra y Abello, (Jarceley, Cangas de Tineo 1791) – (Madrid 1877)

Victor de Sierra y Abello (1791-1877), teniente general de los ejercitos nacionales

El teniente general D. Víctor Bernardino de Sierra y Abello pertenecía a esa generación ilustre que tomó parte en los sucesos que conmovieron al mundo a causa de la revolución francesa, y que combatiendo al invasor de nuestro país, formó a la vez el primer Código Constitucional de España. Hijo del diputado constituyente de las Cortes de Cádiz, D. Francisco de Sierra y Llanes, y de Dª María Abello Fuertes de Castrillón, nació D. Víctor en Jarceley, parroquia de San Martín de Sierra, concejo de Cangas de Tineo, provincia de Oviedo, el 6 de Marzo de 1791, de ese año que preparó las sangrientas convulsiones de Francia.

Siguió una carrera literaria en la Universidad de Oviedo; pero en 1807, vencido por su decidida vocación a la milicia, abandonó las aulas que frecuentaron Campomanes y Jovellanos, y con quince años cambió los estudios de teología por la espada de soldado, ingresando como cadete del regimiento de caballería del Rey, a la sazón en Valladolid, e inmediatamente formó parte de la expedición a Dinamarca, mandada por el Marqués de la Romana, tomando parte en los hechos de armas que ocurrieron.

Dos años después, en 1809 cuando la Guerra de la Independencia llamaba en torno de la bandera de la patria a todos sus hijos, el joven oficial combatió denodadamente en Almaraz y Talavera de la Reina recibiendo en esta última batalla, a las órdenes del general Cuesta, gloriosas pero gravísimas heridas al cargar su regimiento a la caballería de M. Villatte que quedó completamente destruida por las lanzas castellanas pero, que a Victor Sierra le obligaron a dejar por breve tiempo los campos de batalla.

Aquel bautismo de sangre, lejos de apagar los bríos del oficial Sierra, que sólo contaba entonces diecisiete años, sirvió por el contrario para enardecerlos más, si esto era posible. Restablecido ya, en 1810 tomó parte en las acciones de Trigueros, Gibraleón y Villarrasa, en la provincia de Huelva a las órdenes de los generales Copons y Ballesteros.

En 1812 alcanzó el grado de teniente de los Húsares de Cantabria, unidad de caballería ligera surgida en el verano de 1808, concurriendo al año siguiente a las batallas de Vitoria y San Marcial, a la toma de Irún, paso del Bidasoa, y conquista de las célebres líneas de Viriato.

En 1814 estuvo en la batalla de Tolosa, y mereció por su conducta y valor ser citado por el general Freire en el parte oficial del combate.

Concluida ya la Guerra de la Independencia Española, en 1816 fue nombrado capitán del depósito de Ultramar, y participó en las guerras de emancipación de Venezuela, Panamá, Nueva Granada y Perú con el brigadier José de Canterac, militar español de origen francés. Allí ardía también el fuego de la guerra y en 1817, capitán ya de la 2ª compañía de lanceros del Rey y mandando un escuadrón, asistió a las acciones de la Asunción (Paraguay), Portachuelo de San Juan y toma del fuerte de Juan Griego (Isla Margarita).

En 1818 participó en el reñido combate de «La Puerta» (tercera batalla de «La Puerta» de la Guerra de Independencia de Venezuela), en el cual, dispersada la vanguardia española, resistió heroicamente con su escuadrón el choque de las fuerzas enemigas, dando lugar a la salvación de tres batallones que ya estaban precticamente hechos prisioneros por los americanos rebeldes. En este combate perdió su caballo y recibió un golpe de lanza, siendo nombrado teniente coronel sobre el campo de batalla.

El 7 de agosto de 1819 sostuvo la retirada de Boyacá (batalla del puente de Boyacá de la Guerra de Independencia de Colombia), siendo la fuerza de su mando la última que abandonó el campo de batalla en aquella desdichadísima jornada que terminó con la derrota del ejercito realista. Hasta 1820, año que regresa a la península ibérica, estuvo presente en la mayor parte de las acciones que se libraron en el Nuevo Reino de Granada.

En 1822 obtuvo la comisión de perseguir a la facción de la Pola de Siero (Provincia de Oviedo), consiguiendo en breve tiempo exterminarla, y en ocho días desempeñó la de pacificar los concejos de Cangas y Tineo, que se habían levantado en masa.

En 1823, destruyó las facciones de Collar y Batanero, copando toda su gente; en Valdearenas (Guadalajara) hizo prisioneros a los jefes de otros dos partidas importantes; persiguió y derrotó en Serón (Almería) y Monteagudo (Murcia) al francés Jorge Bessières, aniquilando su partida; hizo levantar el sitio de Cuenca; destrozó la facción de los García atacándolos en las proximidades de Quintanar de la Orden (Toledo), cogió 70 prisioneros, y dejó tendidos en el campo de batalla a los dos jefes de la partida.

Después de otros heroicos hechos, la entrada de los franceses en Cádiz y el alzamiento de Riego, al que se adhirió, fueron las causas de que le declarasen indefinido. En esta situación, impurificado en 1ª y 2ª instancia, y sin derecho a pensión alimenticia, se retiró a su país (Asturias) hasta el año de 1834.

En Asturias permaneció hasta la muerte de Fernando VII (San Lorenzo de El Escorial, 14 de octubre de 1784 – Madrid, 29 de septiembre de 1833); y cuando estalló la guerra civil en la península, Sierra ofreció sus servicios a la Reina Gobernadora, y dio inicio otra época de penalidades y de glorias.

Victor Bernardino de Sierra y Abello fue ascendido a tenienete general por antigüedad

Mandando el regimiento de caballería del Príncipe, 3º de línea, se incorporó al ejército del Norte en 1835, y formó parte de la expedición del general Peón contra el faccioso general Sanz. Relatar los hechos hasta 1838, que obtuvo el grado de Mariscal de Campo, sería referir la historia de la guerra civil de aquellos años. Destacable de esa época es la memorable acción que le llevó junto al general Iriarte, a atacar con tres escuadrones al rebelde teniente coronel Ignacio de Negri y Mendizábal, conde de Negri, en las inmediaciones de Saelices del Río (León), donde envolvió y arrolló toda la caballería enemiga, aniquilándola por completo cogiéndole tres compañías de cazadores con 16 oficiales, sin contar los muertos y heridos.

Hay que tener en cuenta que nuestro bravo, inteligente y modesto soldado obtuvo todos sus ascensos por acciones de guerra. Fue nombrado brigadier por el paso del vado del Narcea, en Cornellana, y en Mayo de 1938 recibió el nombramiento de ayudante general de Guardias de Corps. Desde este mismo año disfrutaba de la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo. En diciembre de este año pasó del cuartel a su país, hasta 1843, en que recibió el mando de una división en el sitio de Barcelona.

En 1844 obtuvo la credencial de ministro del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, cuyo puesto ocupó hasta 1851, año en el que logró, a petición propia, salir de cuartel para Oviedo y Madrid.

En 1871 por su antigüedad y por sus grandes servicios prestados durante una larga vida de abnegación y trabajos sin cuento, a las nobles causas de la independencia patria, de la integridad nacional y de las instituciones liberales, le fue concedido el grado de teniente general.

Nuestro anciano teniente general falleció en Madrid el 16 de noviembre de 1877, con sentimiento profundo de cuantos tuvieron la fortuna de cultivar su ameno y agradable trato, y de conocer a fondo la sólida instrucción literaria, de la que no hizo jamás alarde alguno, pero que revelaba, sin pretenderlo, hasta en sus más familiares conversaciones.


 Fuentes:

La Ilustración española y americana – Año XV. Núm. 33.- Madrid, 25 de noviembre de 1871
La Ilustración española y americana – Año XXI. Núm. 45.- Madrid, 8 de diciembre de 1877


El retablo de Nuestra Señora del Rosario en la colegiata de Santa María Magdalena de la villa de Cangas del Narcea

Detalle imagen de Nuestra Señora del Rosario del retablo de la iglesia colegiata de Cangas del Narcea, por Sebastián García Alas, 1676-1678.

Lectores del Tous pa Tous, queremos poner en vuestro conocimiento una de las obras más importantes de la retablería en Cangas del Narcea, realizada en el último tercio del siglo XVII, y una muestra significativa del taller del mejor escultor asturiano del periodo barroco (siglos XVII-XVIII): Luis Fernández de la Vega, nacido en la aldea de Llantones, parroquia de Santa María de Leorio (Gijón), en 1601, y sepultado en Oviedo (parroquia de San Isidoro), en 1675. Se trata del retablo de Nuestra Señora del Rosario, en la iglesia colegiata de Cangas del Narcea, realizado entre 1676-1678 por Sebastián García Alas (doc. 1656-1679), natural de Avilés, y uno de los colaboradores de mayor prestigio de Fernández de la Vega.

García Alas fue un artista que trabajó en algunos de los focos más destacados del barroco regional, buscando los encargos necesarios que le permitiesen el sustento suyo y de su familia. Residió en Gijón, Oviedo, Avilés, Cangas del Narcea y, finalmente, en Ponferrada, a donde se trasladó junto a los maestros bercianos (Francisco González y Pedro del Valle) que en 1677 se habían asentado en el monasterio de Corias para realizar varios retablos de su iglesia (ver el artículo sobre el retablo mayor en esta misma web del Tous pa Tous). De su trayectoria artística sabemos que realizó el desaparecido retablo mayor de la iglesia de San Nicolás de Avilés que se ajustó con el escultor avilesino Marcos de Álvarez (doc. 1645-1662), por 13.500 reales, pero que en 1662 debido a su fallecimiento se traspasó a Sebastián García Alas. Seguidamente, labró el desaparecido retablo de Nuestra Señora de la Concepción de la capilla de doña Catalina de Basco en el puerto de Lastres (Colunga), cuya tasación la hizo Luis Fernández de la Vega y Santiago González. En 1667 pactó con doña Ana de la Villa Hevia, abadesa del monasterio benedictino de San Pelayo de Oviedo, y demás congregación, la parte arquitectónica de los retablos colaterales del templo de este monasterio (desaparecidos), por 3.000 reales, para acoger las imágenes de Nuestra Señora y San Benito, y cuya escultura la realizó Fernández de la Vega. Finalmente, en 1673, éste le traspasó junto al escultor Diego Lobo (doc. 1649-1694) el retablo que se había comprometido a realizar para el obispo fray Alonso de Salizanes, en la Catedral de Oviedo (Ramallo, Escultura barroca, Oviedo, 1985, págs. 154, 165, 167, 180, 182, 212, 213, 225, 226, 228, 240, 242 y 277).

El prestigio adquirido por Sebastián García Alas propició que don Manuel Queipo de Llano, caballero de la orden de Santiago, vecino y regidor de la villa de Cangas del Narcea y mayordomo de la cofradía de Nuestra Señora del Rosario, y don Fernando Queipo de Llano y Valdés, II conde de Toreno y patrono de la iglesia colegial, le reclamasen para realizar un retablo en una de las capillas abiertas a la nave de la iglesia. La escritura se firmó en la villa de Cangas el 15 de setiembre de 1676 (Rosalía Pérez Suárez, Las empresas arquitectónicas, promovidas por los condes de Toreno, Memoria de Investigación inédita, 1999, pág. 59).

La causa que propició la realización de este retablo fue que la imagen de Nuestra Señora del Rosario no estaba con la decencia debida, por encontrarse desplazada en el cuerpo de la iglesia. En 1676, se dice que estaría con más devoción si se trasladase a una capilla independiente, de las que poseía el conde de Toreno. Don Manuel Queipo de Llano, patrono de la cofradía del Rosario, donó la imagen para colocar en una capilla cerrada, al lado de la sacristía, donde está la sepultura de don Miguel de Valcarce. La sepultura de Francisco de Pambley se trasladaría dentro de la capilla, con una lápida frente a dicho altar y acompañado de la siguiente inscripción: «Esta capilla donó a Nuestra Señora del Rosario el señor conde de Toreno, patrono desta iglesia, y en ella un nicho al lado del ebangelio a don Miguel de Cangas y Valcarce y una sepultura al lado de la epístola a don Francisco de Pambley, con prohibición que ninguna otra persona se pueda enterrar dentro de dicha capilla sino son los susodichos o los sucesores de sus cassas». Se acordó que cualquier persona podría donar las cantidades que pudiesen para acoger la imagen de Nuestra Señora del Rosario, donar lámparas, hacer unas rejas o cualquier tipo de ornamento para la decencia de la capilla. Asimismo, se convino que no se autorizase a ninguna persona a colocar los escudos de armas en el nuevo retablo, en contra del primitivo retablo donde estaban los escudos de armas de don Miguel de Cangas.

El retablo de Nuestra Señora del Rosario supuso la irrupción del retablo salomónico en el área suroccidental de Asturias. Hasta ahora, debido al tipo de ménsula (elemento donde apoyan las columnas), la forma de la tarjeta (cartela o florón) y el modelo de angelitos desnudos del remate, se venía considerando este retablo como una obra realizada por maestros locales, que repetían las formas desprendidas del taller de Oviedo tras la muerte Luis Fernández de La Vega. De este modo, Javier González Santos lo había propuesto como obra del escultor Manuel de Ron (Pixán, Cangas del Narcea, h. 1645 – Cangas del Narcea, 1732), el artista que diseñó el retablo mayor del santuario de Nuestra Señora de El Acebo (estudiado junto a su biografía en el Tous pa Tous). Hoy sabemos que su autor fue Sebastián García Alas.

García Alas se comprometió a iniciar la obra del retablo a principios de abril de 1677 y ponerlo en la capilla para finales de agosto del mismo año. Todos los materiales eran por cuenta de los patronos, que a su vez pagarían al escultor 2.000 reales: 500 reales al comienzo de la obra y otros 500 reales una vez concluida. Los 1.000 reales restantes se le darían en el plazo de un año, a partir del día que se concluyese la obra. Junto a estas cantidades se le proporcionaría una vaca en cecina, dos lechones, veinte éminas de trigo y dos cargas de vino tinto (su producción era muy habitual en la villa de Cangas durante esta época). A comienzos de 1678 ya estaba terminado y asentado, ya que el 24 de enero de ese año García Alas otorgó a don Miguel Queipo de Llano carta de pago de 2.000 reales y de las especies de alimentos y bebidas dichas.

Retablo de Nuestra Señora del Rosario de la iglesia colegial de Cangas del Narcea, por Sebastián García Alas, 1676-1678.

Se trata de un retablo sencillo, de hornacina única y ático. Los elementos estructurales son cuatro columnas pareadas, de orden salomónico, que enmarcan el cuerpo de gloria en forma de arco de medio punto en donde se venera la imagen de Nuestra Señora del Rosario, titular de la capilla. La decoración es bastante sencilla y toda ella, sin excepción, está vinculada con las formas del taller de Luis Fernández de la Vega: dos ángeles desnudos y jarrones de azucenas de panza con molduras entorchadas, que también aparecen en los retablos del monasterio de San Juan Bautista de Corias, donde el propio artista pudo haber actuado como oficial; el tarjetón del ático, del centro del friso, y las ménsulas de perfil cactiforme muy relacionadas con las del retablo de la capilla de Santa Bárbara de la Catedral de Oviedo, ajustado con Fernández de la Vega en 1660 y con las del tabernáculo de Santa Eulalia de la misma Catedral, obra de los artistas Juan García de Ascucha (doc. 1669-1717/1722) y Domingo Suárez de la Puente (La Rebollada, Laviana, 1648 – Llantones, 6 de abril de 1724), entre 1694-1697.

El dorado del retablo es a pleno oro, sin policromía alguna. No se realizó hasta finales de 1678. Fue obra del artista ovetense Nicolás del Rosal (doc. 1667-1688). El contrato para su realización se firmó en Cangas del Narcea el 16 de octubre (Rosalía Pérez Suárez, Las empresas arquitectónicas, promovidas por los condes de Toreno, Memoria de Investigación inédita, 1999, pág. 60). En la escritura el pintor se comprometía a realizar el dorado para finales del mes de diciembre, por la cantidad de 2.200 reales. Nicolás del Rosal fue el dorador más cualificado del foco ovetense en el último tercio del siglo XVII. Trabajó para el monasterio de San Vicente de Oviedo (hoy día, parroquia de La Corte); en la Catedral de Oviedo; en el retablo mayor de la iglesia de Candás (Carreño); en el retablo mayor de San Julián de Arbás (Cangas del Narcea), y en el mayor y colaterales de la iglesia de San Juan de Vega de Rengos, que junto a Santa Eulalia de Larón y Santa María de Gedrez, estaba bajo el patronato del conde de Toreno. Manuel Queipo de Llano se comprometió a darle todo el oro necesario para finales del mes de diciembre de 1678. Todos los demás materiales, pinturas, trabajo y manos de obra fueron por cuenta de Nicolás el Rosal.

Llegados aquí, ponemos el punto final a esta breve reseña sobre una de las muestras más significativas de la escultura barroca del siglo XVII en el concejo de Cangas del Narcea, esperamos que tras leer este artículo a nadie se le pase por alto acudir durante un instante a la colegiata y observarlo en todo su esplendor.

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El vino de Cangas en la Exposición Provincial Asturiana de 1875

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Cachu de vino de Cangas. Foto: Celso Álvarez Martínez.

En el año 1875 se celebró en Oviedo la primera Exposición Provincial Asturiana. En el espíritu de este certamen estaba el convertirse en la genuina y verdadera expresión de nuestras minas, de nuestras fábricas, de nuestra agricultura, y de cuanto era capaz de hacer y crear el talento y la acción de los hijos del fecundo suelo asturiano. La Exposición se celebró durante las fiestas de San Mateo, entre el 20 y el 30 de septiembre, ambos inclusive, en la planta baja del Hospicio Provincial (hoy, Hotel de La Reconquista).

Eran admitidos en la misma todos los productos de la agricultura, artes e industria procedentes de la provincia de Oviedo, que se presentasen en tiempo oportuno, y fuesen considerados dignos de exhibirse en el concurso, a juicio de una Comisión Calificadora.

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Retrato de Nicolás Suárez Cantón y Álvarez (Burgos, 1815 – Cangas de Tineo, 1878)

Nicolás Suárez Cantón, desde Cangas de Tineo, presentó «Vinos de su cosecha de 1873». La Junta Provincial de Agricultura, Industria y Comercio en la Memoria Narrativa, formada con las actas del jurado, las suyas y los trabajos de la Comisión Calificadora, indicaba que: “el artículo exhibido por el Sr. Cantón merecería que de él se escribiese extensamente, a no tener la Sección que reducirse a los estrechos límites de un informe”. Según se indica en la mencionada Memoria, apenas nadie ignoraba en Asturias que los vinos de Cangas de Tineo reemplazaban en muchas mesas de lujo a los extremadamente famosos de Burdeos, y entendía que no se les concedía tal valor, ni mucho menos, entre nosotros, tal vez por las dos razones siguientes:

Porque es achaque ya viejo, y muy general en España, que no se dé importancia a lo que procede de nuestro favorecido territorio y porque, sin duda, la fabricación del vino en Cangas de Tineo no se hace con todo el esmero y limpieza que debiera.

Por esta segunda razón, la Comisión recomendaba al Sr. Cantón y a otros productores del concejo, elevasen esta industria al alto grado de perfección que merece. No obstante, concretándose la Comisión a los vinos exhibidos, no podía menos que recomendar sus facultades tónicas, su excelente gusto, para que agradasen sobre manera al paladar en las comidas, y ese exceso de tártaro, que indudablemente contenían, en comparación con los vinos ordinarios, circunstancias higiénicas que aconsejaban su uso a las personas debilitadas y enfermas.

Este vino de Suárez Cantón de la cosecha de 1873 era un vino tinto de pasto, procedente de la viña llamada «Santa Catalina y Tercias», que estaba en las inmediaciones de Cangas del Narcea, y obtuvo diploma de primera clase en esta Exposición Provincial Asturiana de 1875. Además, también fue premiado un vino tinto, de la finca denominada «La Zonina» de Domingo Bueno y Canal, con domicilio en la Plaza Mayor núm. 2 de Cangas de Tineo.

Las clases de uva que más se empleaban por aquel entonces son las denominadas moscatel, que era la menos abundante, verdejo, albarín negro, o sea gataperdiz, agudiello, albarín blanco a la que llamaban albulo, negrín y carrasquín.

Un intento para introducir el vino de Cangas en Madrid en 1870

Las cartas son una fuente de información muy importante para conocer los entresijos del pasado. Gracias a una breve correspondencia, mantenida entre abril y diciembre de 1870, entre unos comerciantes de vinos de Madrid y Severiano Rodríguez-Peláez Riego, vamos a poder conocer algunas cosas relacionadas con el vino de Cangas en el siglo XIX y, sobre todo, los problemas que tenía este vino para comercializarse en Madrid. Tenemos la suerte de contar con las cartas escritas por los comerciantes y con los borradores de las cartas que les envió Severiano Rodríguez-Peláez desde la villa de Cangas del Narcea.

Anuncio tomado de El Imparcial, Madrid, 6 de junio de 1869

Los comerciantes eran Pérez y Casariego Hermanos, oriundos de Asturias, probablemente de Tapia de Casariego, que tenían dos tiendas en Madrid: una en el nº 10 de la Puerta del Sol y otra en el nº 1 de la calle Preciados. Comerciaban con “tabacos habanos”, y con vinos y licores nacionales y extranjeros. Se anunciaban en el diario El Imparcial con el reclamo de “abundante surtido de vinos y licores de todas clases […] recomendables por su pureza y esmerada elaboración”. El hecho de anunciarse en este periódico, que se subtitula “Diario liberal de la mañana”, es un signo claro que los hermanos Pérez y Casariego eran liberales, circunstancia que se corrobora con la donación de media pipa de vino que hacen a la “Suscripción para el socorro de los heridos del Ejercito de la Nación en la Guerra contra los carlistas”. Su socio José Pérez y Casariego era miembro en 1874 del Círculo de la Unión Mercantil.

Severiano Rodríguez-Peláez (1830 – 1905) era el administrador de los bienes del conde de Toreno en Cangas del Narcea, y como tal llevaba las viñas del conde y vendía su vino; el conde era uno de los mayores cosecheros de vino del concejo. Fue alcalde en varios mandatos y una persona muy influyente durante toda la segunda mitad del siglo XIX en el concejo de Cangas del Narcea.

Tanto los vinateros de Madrid como el administrador del conde estaban muy interesados en vender este vino en la capital de España, sin embargo el asunto no era facil. Por una parte, estaban los inconvenientes relacionados con el transporte del vino: la escasez de envases (barriles y pipas); el efecto negativo del calor sobre el vino y la lejanía del punto de destino, lo que encarecía considerablemente el porte. El transporte del vino en 1870 tenía que realizarse en carro hasta el puerto de Luarca, aquí se embarcaba el vino hasta Santander y desde esta ciudad se enviaba por tren hasta Madrid; otra alternativa era sacarlo por el puerto de Leitariegos (donde todavía no estaba terminada la carretera) hasta la estación de ferrocarril de Astorga, que se había inaugurado en 1866. Por otra parte, estaban los problemas relacionados con el gusto: los vinateros madrileños querían un vino de Cangas más añejo que el que se consumía habitualmente, con un color más claro y un sabor menos áspero; conseguir esto era difícil, porque los cangueses solo consumían vino del año y sus preferencias se inclinaban por vinos tintos de color muy fuerte. Por último, a los comerciantes madrileños, el precio del vino les resultaba caro ya en origen.

Para solventar alguno de estos problemas, los comerciantes llegaron a sugerir a Rodríguez-Peláez cambios en el modo de elaborar el vino, que consistían en “pisar la uva sin el palo ó escobajo y echar poca parte de casca en la tinaja o cocedero”, para que el color del vino fuese “más claro y cristalino”.

Conozcamos, carta a carta, la historia de este intento de vender vino de Cangas en Madrid en 1870.

En el mes de abril de 1870 Ricardo M. Piedra, de Luarca, primo de los hermanos Pérez y Casariego, escribe a Severiano Peláez y Riego:

Muy Sr. mío: habiendo estado en esta su casa D. José Mª Pérez y Casariego con intención de pasar a Cangas y no habiendo podido detenerse por llamarle con urgencia a Madrid, me dejó el encargo de que yo o persona de mi confianza viese el vino y le mandase una cantidad para conocerlo. He creído mejor dirigirme a Usted para que del mejor haga el favor de llenar y cerrar bien el adjunto barril, ponerme la cuenta al precio que Usted pueda arreglarlo y mandare satisfacer a Usted. Como yo no tengo otro envase a propósito, si Usted tuviese y quisiese, puede llenarlo también y bien cerrado remitirlo a La Espina o Bodenaya [Salas] por el portador.        

23 de abril de 1870, Severiano Peláez le contesta desde Cangas del Narcea lo siguiente:

Muy Sr. mío: por el carretero portador del barril se lo devuelvo lleno de vino de la bodega del Sr. Conde [de Toreno]. No le remito mayor cantidad porque los envases o pipotes que tenía están por Madrid, de donde aún no los devolvieron.

Siento que al Sr. Pérez Casariego no le hayan permitido sus ocupaciones llegar aquí, donde podría enterarse con más exactitud de la calidad y circunstancia del vino de este país, que ya debe conocer porque le remití al Sr. Ibargoitia [administrador del conde de Toreno en Madrid] otros dos […] que se recogió con objeto de que lo ensayase dicho Sr. Esta ya [es] estación poco a propósito para trasladarlo, porque a este vino, se advierte, le desmejora mucho el calor.

Dicho barril llevó 15 canadas y tres cuartillos [60 litros], que al precio de 6 céntimos cuartillo [0,434 litros] que se esta vendiendo, importa 97 reales 14 maravedíes.

 13 de mayo, carta de Pérez y Casariego Hermanos desde Madrid a Severiano Peláez:

Carta de Pérez y Casariego Hermanos fechada en Madrid el 13 de mayo de 1870.

Muy Sr. nuestro: hoy recibimos el barrilito de vino que por mediación de nuestro primo D. Ricardo nos remitió y respecto a su clase nada podemos decirle por ser lo que deseábamos. Lo único, si le diremos, es que su precio es algo exagerado, pues no es lo mismo la venta por arrobas a la venta al detalle y sobre todo cuando el objeto a que se dedique es para la reventa. Por esta razón estimaríamos a Usted nos dijera el precio a que podrá arreglarse lo más bajo, para que en su vista ordenáramos las arrobas que debía remitirnos. Por de pronto, e ínterin Usted se sirve contestarnos, salvando la conveniencia del precio, puede separar unas 60 arrobas [753 litros], pues tan luego como tengamos conocimiento de su precio ordenaremos manden dos pipas para que sea envasado.

[…]

PD. Sírvase Usted decirnos como se llama el terreno que produce el vino o la propiedad.

19 de mayo, carta de Severiano Peláez desde Cangas del Narcea:

Muy señor mío: celebro que el vino de este país les haya gustado y mucho me alegraría se consiguiera buena aceptación. Respecto al precio, no puedo menos de convenir en que no es nada arreglado a los 6 cuartos, atendido lo corto de la medida ordinaria de este país, pero lo cierto es que a este mismo [precio] se esta expendiendo, pudiendo únicamente rebajárselo, llevándolo por mayor, dos maravedíes en cuartillo, que acaso baje más adelante, pero por ahora no me es posible hacerle otra rebaja, pudiendo en todo caso entenderse con el Sr. Ibargoitia de quien depende como administrador subalterno del Exmo. Sr. conde de Toreno.

Siento mucho, que en el caso de convenirles este vino, no hubiesen pasado por aquí, porque hubiéramos hablado de su fabricación, en la que se pudieran introducir muchas mejoras, empezando por dejarle sazonar más, y cuidar en la vendimia y apartar en ella alguno [racimo] verde y podrido, que en algunos años […] mucho. Por lo demás [el vino] no tiene preparación alguna, siendo pura y simplemente el jugo del racimo.

Si la cosecha del próximo año es regular y el tiempo es favorable, merece hacer un viaje, pudiendo asegurarle que generalmente agrada mucho a todos los forasteros como vino de mesa.

No les apruebo el que se hubiesen demorado para la traslación [del vino] para época tan avanzada, pues el calor no lo sufre mucho y fácilmente se les podía perder, siendo en mi concepto la mejor [época para el traslado del vino] luego que se hace o cuando más en marzo.

Las viñas en que se coge se llaman Montesa y S. Tirso (Cangas de Tineo).

Caso de que ustedes se decidan llevar la cantidad que indican, espero me avisen luego para escoger el mejor [vino] y no tocar en él.

19 de agosto, carta de Severiano Peláez a Manuel de Ibargoitia, administrador del conde de Toreno en Madrid:

   Muy Sr. mío y de todo mi aprecio: en mayo pasado recibí una carta de los Hermanos Pérez y Casariego en la que al mismo tiempo que me indicaban haber recibido una pequeña cantidad de vino que les había remitido su primo D. Ricardo Piedra, tomado en esta bodega, me encargaban les separase como unas sesenta arrobas, arreglándoles el precio. Como en aquella ocasión se vendía a seis cuartos, la rebaja que les hacía era la de dos maravedises en cuartillo, más después, en 28 de junio, fue preciso bajarlo en 5 cuartos, a causa de que los demás lo bajaran, y para que continuase la venta se puso también en los 5. Recientemente se ha vuelto a poner a seis cuartos y es posible se sostenga el precio.

   Al contestarles a la dicha carta les indicaba que la época para su traslación no era muy apropósito, a causa de los calores, lo que afectaba mucho a este vino y que fácilmente se les podría perder. Nada me volvieron a escribir sobre el particular y así quisiera se viese Usted con ellos a fin de que digan si se les ha de reservar alguno o si optan a esperar a la próxima cosecha, en cuyo caso sería conveniente lo trasladaran luego que se hiciese.

30 de septiembre, carta de Pérez y Casariego Hermanos, desde Madrid:

   Muy Sr. nuestro: hace ya muchos días encargamos a nuestro primo D. Ricardo pidiese a Usted una pipa de vino como el que nos mandará de muestra. Como vemos que nada dice, suplicamos a Usted compre una pipa de 30 arrobas [376 litros] y la mande llenar, remitiéndola por el próximo carretero que haya. El importe le será entregado a D. Manuel Ibargoita o a quien Usted ordene.

   Si en la presente vendimia pudiese preparar unas 60 o 100 arrobas del modo que le indicamos, desde luego quedarían por nuestra cuenta. El método es pisar la uva sin el palo ó escobajo y echar poca parte de casca en la tinaja o cocedero, para que el color sea más claro y cristalino.

3 de octubre, carta de Severiano Peláez desde Cangas del Narcea:

  

Borrador de una carta de Severiano Peláez fechado en Cangas del Narcea el 3 de octubre de 1870.

Muy Srs. míos: ya no me es posible remitirles la cantidad de vino que me piden de la calidad que desean, pues, en la inseguridad de si Ustedes lo llevarían, puse a la venta el de mejor calidad, mediante a que el más inferior no corría y del que aún me resta que vender bastante cantidad, y en tal caso remitirles cosa que no les servirá sería engañarles.

   Su señor primo D. Ricardo me pidió habrá como cosa de quince días, por medio de otra persona, un barril de unas seis arrobas [75 litros] para remitirles, pero como no se hubiese remitido vasija a propósito, ni se hubiese encontrado aquí, dejé de mandárselo y fue lo que me decidió a despachar el que tenía de buen despacho.

   El vino de la última cosecha está ya recogido hace ya más de doce días y en la semana próxima se trasladará de las tinas donde fermenta a las cubas. Si Ustedes quieren que prepare dos pipas para remitir, lo haré en la seguridad de que el que destine para Ustedes será mejor que el del año anterior, pues de no ser así tampoco lo mandaría, porque yo quiero que se acredite y consiga aceptación fuera de aquí.

   Ya se que cuanto menos escobajo y pellejo lleve a la tina, [el vino] sale más decolorado, cosa que aquí no agrada a los consumidores, pero si Ustedes me lo avisaran oportunamente y aun, a pesar del mayor trabajo que esta operación motiva, habría preparado unas 100 arrobas [1.256 litros] en esta forma.

   Sin más aviso, voy a llenar dos pipas del mejor. Si Ustedes me avisan para que les remita una o las dos lo haré, sino nada se pierde. Caso de que lleven el casco, les advierto que costaron a […] reales, y lo mismo que me costará adquirir otra de igual calidad, para [que] si les parecen caros que lo remitan.

6 de octubre, carta de Pérez y Casariego Hermanos, desde Madrid:

   Muy señor nuestro: a la vista su grata 3 de octubre por la que vemos concluyó el vino añejo bueno, lo que sentimos. Como el vino de este año no podríamos venderlo hasta pasados 6 u ocho meses, quisiéramos suplicarle tratase de proporcionarnos, comprando a algún cosechero de esa, una pipa de buen vino del año anterior, sin perjuicio de que pueda mandar las dos pipas que habla en su citada.

   El vino de esa nos prometemos adquirirá un buen nombre, pero para ello es preciso que sean elaborados en buenas condiciones y que sean vinos hechos. Si, para que un vino sea hecho es preciso que por lo menos tenga dos años. El pequeño barril que mandó se puso a la venta antes de tiempo y sin embargo no dejo de gustar.

   Si el vino añejo lo hallase puede mandarlo por el carretero, pero las dos pipas mándelas a Luarca para que sean embarcadas en dicho puerto para Santander. Si hubiese carros que pudiesen llevar las pipas a la estación más inmediata, por la línea de Astorga a Ponferrada, podrían mandarse por este punto, por el que seria probable se obtuviera alguna ventaja en el transporte.

   Las pipas, si tienen la cabida de 28 a 30 cántaras [por la cántara castellana equivalen de 451 a 484 litros], no son baratas, pero tampoco son caras.

   Creemos que con lo dicho podría hacer lo necesario sin más consulta.

11 de octubre, carta de Severiano Peláez desde Cangas del Narcea:

   Muy señores nuestros: no es posible adquirir pipa alguna de vino viejo, o sea del año anterior, porque no hay ninguno, pues aquí si alguno queda de un año a otro es a causa de no haberlo podido vender (como me sucede a mi) por su mala calidad, y algunos otros con parte del vino de la cosecha del 68 al que no podemos darle salida.

   Únicamente descubrí una pipa que [su propietario] no la cederá por entero y el dueño de ella, según se me explicó, no dará la mitad bajo de ocho cuartos cuartillo [0,434 litros], lo que Ustedes resolverán.

   Este año es muy bueno el vino y si a Ustedes les conviene no tendrán [otro] remedio sino añejarlo por su cuenta, aquí o en esa, porque de otro modo difícilmente pueden contar con hallarlo cuando les convenga, no siendo dentro del año, tropezándose además con el inconveniente de que si la mudanza se efectúa en época de calor se puede fácilmente perder.

14 de octubre, carta de Pérez y Casariego Hermanos desde Madrid:

   Muy Sr. nuestro: contestando a su grata 11 del corriente, le diremos que, si bien es muy caro el vino de que nos habla, como carecemos por completo de él, bueno será que compre la media pipa y la remita por tierra por el punto donde pueda hallarse más economía.

   El vino que debe mandarnos para enero, sería bueno no lo tuviese mucho tiempo con la casca ó pellejo, pues de este modo se conseguirían dos cosas: la 1ª que no fuera tan cubierto de color y la 2ª que sería menos áspero.

Esta carta no tuvo contestación por parte de Severiano Pélaez y el 7 de noviembre de 1870 vuelven a escribirle Pérez y Casariego Hermanos para decirle que como no habían tenido respuesta a su última carta, volvían a reproducírsela por si acaso se había extraviado.

1 de diciembre, carta de Severiano Peláez desde Cangas del Narcea:

   Muy Señores míos: el 24 del último mes salió de aquí para esa la media pipa, que, según aviso de Ustedes, estaba preparada y contenía 22 cantaras próximamente, y por un ordinario de los de aquí, una botella llena del mismo vino que contenía la otra vasija que salió, según me informaron, el 26, pues como haya tenido que ausentarme por algunos días lo dejé todo arreglado a mi salida. Espero, pues, me avisen el haberlas recibido para yo satisfacer su conducción y ponerles la cuenta de su costo.

No sabemos más de esta operación, porque no tenemos más cartas. Es probable que la relación entre el administrador del conde de Toreno y los comerciantes de vino de Madrid no continuase, porque en 1870 las circunstancias del vino de Cangas todavía no favorecían su comercialización tan lejos de su lugar de origen.

A la buena memoria del Padre Carballo y su obra

Para la benemérita Sociedad “Tous pa Tous”, de Cangas del Narcea

Retrato de Nicolás Castor de Caunedo y Suárez de Moscoso. Fuente: Biblioteca Digital Hispánica.

Se lamentaba Constantino Suárez del “escaso y deficiente fruto” que había logrado en sus investigaciones para arrojar luz sobre la peripecia vital e historiográfica de Nicolás Cástor de Caunedo y Suárez de Moscoso, una de las personalidades que definieron la reivindicación de Asturias durante el fértil periodo de nuestro Romanticismo.

Décadas después, Caunedo sigue sin tener una biografía que haga justicia a la singularidad de su trayectoria y aportaciones, que se nos muestran más ricas y de matices más variados que los que le atribuyen las fuentes al uso, plagadas de silencios y errores.

Su expresa querencia por Gozón y su capital Luanco, hicieron que se le diese por nacido en ese concejo o en la villa, pero lo cierto es que, quizás por la oriundez gallega de su madre, como delata su apellido, vio la primera luz en 1819 en la parroquia de San Andrés de Cabañas, provincia de La Coruña. Su padre era uno de aquéllos “cristinos” e “isabelinos” de primera hora que, como capitán, empuñó las armas en la Primera Guerra Carlista, siendo escenario las tierras de Burón y Suarna de algunas de sus heroicas acciones, pasmándose algunos vecinos testigos de las refriegas de que por su valentía “no hubiese perecido mil veces”.

De ese progenitor heredó Caunedo la profesión de las armas, a la que unió la pasión por las letras y por la historia, que nunca le abandonaría. En plena juventud, en el Madrid efervescente del reinado de Isabel II, sería cuando fructificasen esas inquietudes en la década de los cuarenta, cuando se vincula a la Real Academia de Arqueología y Geografía, fundada en 1837 por el investigador y erudito Basilio Sebastián Castellanos de Losada. La Academia pasaría en 1863 a denominarse del “Príncipe Alfonso”, para desaparecer en 1868 con la revolución que arrojó del trono a Isabel II.

Para Caunedo, la personalidad de Basilio Sebastián Castellanos fue un referente de primer orden, consagrándole como ejemplo a seguir de intelectual y arqueólogo, como viene a demostrar la biografía que le dedica y que dio a las prensas en Madrid en 1848. Además, la Real Academia fue la institución que le amparó y reconoció en sus saberes, y en donde estuvo acompañado por otros relevantes asturianos como el conde de Toreno, Agustín Arguelles, Evaristo San Miguel o Antonio Posada y Rubín de Celis. Sin embargo, será su contemporáneo Antonio Balbín de Unquera quien desarrolle en ella una gran actividad investigadora y divulgativa. Caunedo sería recibido como académico de número en 1868 con un discurso sobre la Arquitectura Asturiana, siendo contestado por Mariano Nogués y Secall.

Aunque formalmente su ingreso como académico de número se produzca en ese año, a pocos meses de la desaparición de la Real Academia, lo cierto es que a mediados de la década anterior Caunedo ya se presentaba como “académico de mérito de las de Arqueología de España y Bélgica”. Residía entonces Caunedo en Oviedo, aprovechando este periodo para profundizar en sus estudios históricos referidos a Asturias y en continuar una interesante labor editorial, no siempre culminada como veremos.

En 1855, cuando era segundo comandante de Infantería, Nicolás Cástor de Caunedo es nombrado Fiscal del Consejo de Guerra Permanente de la Provincia de Oviedo, y sumará a estos méritos arqueológicos y militares el ser caballero de la ínclita orden de San Juan de Jerusalén, de las militares de San Fernando y San Hermenegildo, Benemérito de la Patria, y haber sido condecorado con la medalla de Sufrimiento por la Patria y otras cinco medallas más por acciones distinguidas de guerra.

Como fiscal del Consejo de Guerra se encargará, entre otras labores, de la apertura del sumario a Restituto Mata, comandante de Infantería y subinspector de la Milicia Nacional, y al capitán de Infantería Faustino García Fontela, ayudante del Batallón Provincial de Oviedo, por la conducta que observaron ambos durante la vigencia de la Junta Revolucionaria instalada en Oviedo el 17 de julio de 1856.

El proyecto de edición de las Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias, del padre Carballo, en 1856

Placa a la memoria del Padre Carballo en su barrio natal de Ambasaguas (Cangas del Narcea)

Que la carrera militar no era obstáculo para que Caunedo dedicase también esfuerzos a conocer y difundir la historia de Asturias con una pasión digna de elogio, lo certifica el proyecto editorial en el que se embarca en ese año de 1856 junto a Evaristo Vigil Escalera, y que supone la empresa más ambiciosa en este campo en Asturias a lo largo del periodo isabelino, y que de haberse materializado, hubiese supuesto un hito en nuestra historia contemporánea. La nueva edición de la trascendental obra del Padre Luis Alfonso de Carballo Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias proyectada por Caunedo y Evaristo Vigil no se limitaría a una simple trascripción de la original, sino que se presentaría “anotada y adicionada” por los editores, enriqueciéndola además gráficamente con láminas litografiadas por un artista nativo como Ignacio León y Escosura que, pese a su juventud, ya gozaba de contrastada calidad en sus trabajos. De este modo se modernizaba la obra, poniéndola en consonancia con el ya implantado gusto por las ediciones ilustradas con las que la corriente romántica fijaría una nueva interpretación del paisaje y la arquitectura monumental del país. Esa identificación plenamente romántica es la motivación original como medio para una reivindicación de la singularidad de la historia de Asturias y su primigenia aportación a la identidad de España, tal como revela el texto del Prospecto publicitario de la obra, que se transcribe al final.

Técnicamente, la obra se presentaría por entregas en número de ochenta a cien, conformando un tomo en 4º. mayor con un total de 800 a 1000 páginas. Con cada entrega, recibirían los suscriptores las láminas correspondientes “lujosamente litografiadas”, llegando por vez primera a los interesados el 1 de enero de 1857. Desde esta fecha, las entregas serían sin interrupción semanales.

El precio de suscripción para la península sería de real y medio por entrega, mientras que en ultramar sería de dos reales y medio. Animosos, los promotores avisaban que concluida la obra, ésta aumentaría su precio. Una amplia red regional y nacional de puntos de suscripción de la obra parecía asegurar su éxito. En Cangas del Narcea el encargado de recibir las suscripciones era Domingo Joaquín Álvarez Arenas.

Estas optimistas perspectivas no se cumplieron, y, que sepamos, la obra no tuvo inicio, frustrándose por causas que es difícil desentrañar. Habría que esperar a 1862 para que Matías Sangrador y Vítores retomase el proyecto con su Gran Biblioteca Histórica Asturiana, que inició su colección denominada “Sección de historia civil o política” con la obra de Carballo, pero sin los ambiciosos objetivos y calidades que aventuraban Caunedo y Vigil.

PROSPECTO

“Recordar las antiguas y modernas glorias de Asturias y dar a conocer los monumentos artísticos e históricos que tanto embellecen su pintoresco suelo, es el único objeto de la publicación que hoy anunciamos. El país cuyo celebrado nombre va unido a los más grandes acontecimientos que registran los anales, el que opuso una resistencia inaudita a los romanos, a la sazón dominadores del mundo; el que fue la tumba y el oprobio de los soberbios sarracenos; el país cuna de la libertad, de la monarquía y de la nacionalidad española, en fin, de donde partió el terrible grito de guerra que derribó al coloso de nuestro siglo y en que vieron la luz Pelayo y Campomanes, Alfonso el Casto y Jovellanos, y cien otros grandes hombres que son el orgullo de España, es digno de una memoria en los días que alcanzamos de civilización y progreso.

Los que tal pensamiento concebimos, más ricos de entusiasmo por nuestra amada patria que de fuerzas para labrarle una corona tal cual merece, creemos el mejor medio reproducir el muy notable escrito, tan raro hoy como apreciado por los eruditos, que nos legó en el siglo XVII el digno asturiano Luis Carballo, y en el que recopiló las pasadas glorias y grandezas de Asturias. Por más que seamos los primeros en tributar sinceros elogios al laborioso cronista, no podemos menos de reconocer que, su obra que contentaba todas las exigencias de la época en que vio la luz pública, debe hoy sufrir el dominio que tan justamente ejerce la crítica sobre la historia de los tiempos lejanos. Sin embargo, lejos de nosotros la idea de borrar las romancescas tradiciones que derraman tanta poesía en la historia de Asturias; pues no olvidamos que de muy antiguo, las leyendas populares envolvieron con el gracioso manto de la fábula los más graves y verdaderos sucesos. Nuestro propósito es tan solo esclarecer, en cuanto alcancemos, los que como dudosos figuran en las crónicas nacionales y que acontecieron en Asturias, rectificando los errores en que pudo incurrir Carballo. De aquí la necesidad de ilustrar el primitivo texto con algunos fragmentos tomados de los escritores árabes, con privilegios y donaciones reales, cartas pueblas, inscripciones, etc., etc. Incompletos quedarían nuestros trabajos si no presentáramos también la historia del Principado en los tres últimos siglos, no menos dignos de interés y fecundos en acontecimientos memorables que los anteriores, y les daremos fin consignando el heroico y gloriosísimo alzamiento contra los franceses, en el que nuestros padres mostraron ser dignos herederos de los esforzados soldados de Covadonga conquistando innumerables laureles y devolviendo su perdida libertad e independencia a la madre patria. Finalmente, aparecerán con profusión en el nuevo Carballo litografías que reproduzcan los monumentos, sucesos y personajes de más nombradía, debidas al joven y aventajado pintor don Ignacio León y Escosura.

No haremos, cual es de costumbre, pomposos ofrecimientos rara vez cumplidos; tan solo prometemos aquí que la edición que vamos a dar será todo lo esmerada posible, y en todas sus partes producto de artistas del país”.

El «caleicho» de Pena Ventana

Caleicho de Pena Ventana. Vista panorámica.

Hace algunas semanas, con motivo de un estudio del patrimonio etnográfico del concejo, guié a Pachu Reigada, arqueólogo, y a Armando Graña, etnógrafo y socio del Tous pa Tous, hasta el caleicho de Pena Ventana, en los límites de las parroquias de Oubachu y Larna. Los calechos, llamados así en Cangas del Narcea y Degaña, o cousos, como se denominan en Allande, Ibias y en el resto de los concejos del valle del Navia, son un tipo de construcción trampa para la caza de fieras en forma de gran corral de piedra con ciertas peculiaridades arquitectónicas que facilitaban la entrada al carnívoro –oso o lobo atraído por los balidos de una cabra– e impedían su salida.

Caleicho de Pena Ventana. Vista general.

El uso de los calechos debemos interpretarlo como parte de una estrategia de caza correspondiente a una época histórica en la que  no se empleaba aun el veneno ni abundaban las armas de fuego, y a un territorio donde las batidas del monte no eran viables por lo quebrado del relieve y su escasa población.

Situados generalmente en sitios altos y de travesía, en los llamados pasos de animales, el Suroccidente de Asturias conserva el mayor número y los mejores ejemplos de la región de calechos y cousos, aunque en la actualidad no son sino vestigios o ruinas abandonadas a su suerte sin la mínima protección o valorización.

Caleicho de Pena Ventana. Pared E.

Las dimensiones actuales del caleicho de Pena Ventana son 46 m de largo por 32 m de ancho y 155 m de perímetro, con pared cerrada sobre sí de más de 1 m de espesor. En origen, tenía unos 3 m de altura, con leve desplome y alero voladizo hacia el interior para impedir la trepa y escapada del animal, más una repisa perimetral exterior con función probable de mirador para curiosos y vecinos que asistían a esta peculiar corrida del lobo, que terminaba con la fiera despedazada por los mastines, aplastada bajo las piedras o atravesada por los chuzos.

Desde el caleicho de Pena Ventana, a más de mil metros de altitud, las vistas panorámicas del paisaje cultural de los valles, las montañas y los bosques meridionales de Cangas del Narcea son magníficas.

Juan Pablo Torrente

El cultivu de la vid ya la uva nel concechu de Cangas del Narcea

Añadimos a la Biblioteca Digital este trabajo de Jesús H. Feito Calzón, publicado en el nº 13 de CULTURES, revista asturiana de cultura, Oviedo 2004.

El cultivu de la vid ya la uva
nel concechu de Cangas del Narcea

El léxico de la vid en el occidente de Asturias

Añadimos a la Biblioteca Digital este trabajo de Antonio Vespertino Rodríguez, “El léxico de la vid en el occidente de Asturias”, publicado en Estudios ofrecidos a Emilio Alarcos Llorach, IV, con motivo de sus 25 años de docencia en la Universidad de Oviedo. Oviedo: Universidad de Oviedo, 1979.

El léxico de la vid en el occidente de Asturias

Un reguero de pólvora

NOTICIA DE LOS TALLERES PIROTÉCNICOS EN CANGAS DEL NARCEA

Miembros de la Peña El Arbolín en el Lagarón. Julio de 1954.

Se lamentaba Juan de Llano Ponte (conocido como “Juan de las Carreteras”), a mediados del siglo XIX, del gusto desmedido de los asturianos por los voladores y fuegos de artificio, mientras el país, en plena fiebre minera e industrial, debía pugnar por modernizar sus infraestructuras. “En vez de gastar tanta pólvora en fiestas, deberían las autoridades y el pueblo llano emplearla en abrir las entrañas de la tierra para nuevas minas y, sobre todo, para hacer caminos de los que tan necesitados estamos”, clamaba Llano Ponte en una época de transición en la que lo viejo se resistía a morir y lo nuevo luchaba por ser para crecer. No se engañaba aquel moderno visionario sobre la encrucijada asturiana en la que quería hacerse oír: el país y sus naturales eran dados a manifestarse explosivamente en sus festejos y era difícil que renunciasen a esa nada extraña personalidad colectiva para empujar un progreso que les parecía ajeno o, cuando menos, de lejanos y minoritarios beneficios. Así que todo siguió como en siglos precedentes, y en algunos lugares, como en la villa de Cangas del Narcea, las nubes de pólvora y el estruendo se convirtieron en una seña de identidad que hoy va multiplicándose en fama y aplauso.

La mecha, 1924. 60 x 39 cm. Cartel para Unión Española de Explosivos. Col. Unión Explosivos Rio Tinto, S.A. Madrid.

Cuando Llano Ponte daba sus consejos sobre el uso rentable de las materias explosivas, nacía este sector industrial a gran escala en Asturias, llamado a tener una sólida reputación en el ámbito español. Será sobre todo la demanda del sector minero, los distintos ramos del ejército y, en menor medida, las obras públicas, las que permitan que antes de iniciarse el siglo XX contase Asturias con tres importantes industrias de explosivos.

No cabe duda que la implantación y desarrollo de este sector influyó en la aparición de una tupida red de talleres pirotécnicos en toda la región, cuya producción artesanal se destinaba al consumo interno en su vertiente eminentemente festiva. Lógicamente, Cangas del Narcea, con esa tradición tan asentada en voladores y fuegos, no podía estar al margen de este fenómeno pirotécnico y fue así como se crearon distintos talleres, de los que hoy, en la renovación anual del ciclo festivo, queremos dar noticia.

Conviene señalar, sin embargo, que el comercio de materias explosivas en el concejo se había introducido desde que, en fecha que no podemos determinar, se había instalado en la villa una de las seis administraciones subalternas, dependientes de la central de Oviedo, de la Administración de la Hacienda Pública de la Provincia y, en concreto, de la Dirección General de Rentas Estancadas y Loterías, que controlaban la venta de materias explosivas. En el caso de Cangas del Narcea, el comercio era únicamente de pólvora de mina, y en 1868 almacenaba un total de 500 kilos. Como consecuencia de la Revolución de ese año, se va a producir la supresión de la Dirección General de Rentas Estancadas, con lo que la producción y comercialización de la pólvora y otras materias explosivas se va a liberalizar, desapareciendo en 1870 la administración subalterna de Cangas.

La prolija legislación que regula el sector irá acomodándose a una realidad cada vez más compleja, que en lo que atañe a lo estrictamente festivo será cada vez más restrictiva, tal como revela la Real Orden de 7 de octubre de 1886 que señalaba que: “Nadie podrá quemar fuegos artificiales, disparar cohetes o petardos o hacer cualquier uso público de sustancias explosivas sin permiso escrito del Alcalde de la localidad. En ningún caso podrá esto hacerse dentro de poblado, en caminos y lugares de tránsito o de numerosa concurrencia, ni en épocas o sitios en que puedan ocasionarse incendios en las mieses o pastos u otros daños semejantes”.

La razón de las autoridades para aplicar esta normativa en Asturias estaba en “la costumbre inveterada que existe en esta provincia de amenizar toda función como procesiones, romerías, bodas, bautizos, etc. disparando cohetes con el distintivo en su clase de bomba real, palenque y otros de gran detonación”, lo que hacía que se utilizasen materias prohibidas como la dinamita o la adición de clorato de potasa a la pólvora para potenciar su efectividad. Esto los hacía sumamente peligrosos, provocando graves sucesos en fiestas de toda la región.

En el punto de mira de las autoridades se hallaban los pirotécnicos, a los que se tildaba de “ignorantes o poco escrupulosos” a la hora de fabricar los productos que producían estos accidentes, pero el colectivo artesanal se defendía protestando que los artefactos por ellos construidos eran “inofensivos” y que eran “personas extrañas o malos compradores” los que manipulaban la composición, por ejemplo, de las bombas de detonación.

En las primeras décadas del siglo XX las normas para intentar corregir los continuos accidentes serán la Real orden citada de 1884 y las posteriores de 9 de noviembre de 1893 y 22 de noviembre de 1913, que intentan un mayor control de todo lo que afecta a los explosivos en su aplicación festiva. No será hasta la promulgación del Reglamento de Explosivos de 1920 cuando la regulación alcance de modo expreso a los talleres de pirotecnia o fábricas de fuegos artificiales, que funcionaban sin autorización, incumpliendo con ello la legalidad.

Gracias a la rigurosa aplicación de esta norma a lo largo de la década de los años veinte, y de modo particular durante la Dictadura de Primo de Rivera, conocemos documentalmente las características de las instalaciones y las reformas que realizaron dos talleres pirotécnicos de Cangas del Narcea, fundados con anterioridad, pero que se transforman a fines de este periodo para adecuarse a las condiciones exigidas por la ley.

El primero es el promovido por la vecina de la villa María Blanco Menéndez, quien solicita autorización en 1928 para instalar un taller de pirotecnia para fabricar a mano cohetes y fuegos artificiales elaborados con pólvora corriente y cloratada, no empleando más de diez kilos de estos productos por jornada laboral. El taller se instalaría en una finca, propiedad de la Comunidad de Dominicas, situada en el kilómetro 41 de la carretera de Ponferrada a La Espina, y distante más de trescientos metros de la villa. Los edificios más próximos al taller distaban a 30 metros, y el edificio -“caseta”-, tendría 3´80 metros de frente por 2´80 de fondo, siendo construido con tabiques de armazón de madera rellenos de rajuela, mientras que la cubierta sería en parte de teja plana y el resto de latón. El ingeniero comisionado por la Dirección General de Minas y Combustibles informará que la localización del taller es aceptable, pero para su autorización definitiva pondrá diversas condiciones: el taller debe cercarse con alambrado, valla o empalizada, poniéndose en los cuatro ángulos un aviso en el que se señale que dicho taller de pirotecnia está autorizado por la Real orden precisa. El recinto tendrá una sola entrada, exclusiva para el personal y con puerta de apertura hacia fuera, colocándose un rótulo que diga: “Prohibida la entrada”.

La fabricación debía comprender únicamente “los productos de la pirotecnia y fuegos artificiales de la clase corriente del país”, que eran cohetes o voladores, petardos, luces de bengala, y otros, teniendo todos la correspondiente mecha. Se prohibía la utilización de dinamita en todos los productos. Los morteros debían ser de cobre o bronce, siendo las mazas del mismo metal o aleación, y también de madera o piedra. Las agujas atacadoras y demás artefactos serían igualmente de cobre, bronce y madera.

Los toneles de trituración y mezcla no deberían tener ninguna partícula de hierro, y si el eje fuese de ese metal, debería recubrirse de madera y ésta, a su vez, de cuero cosido con cáñamo. Los balines que se empleasen debían ser también de bronce o madera. La elaboración con materias cloratadas debía hacerse al aire libre, en cobertizos o en departamentos a propósito. Tanto las materias primas como los productos elaborados debían tener el correcto almacenaje.

Por último, el taller pasaba a estar bajo la inspección de la Jefatura Provincial de Minas. La promotora lograba la aprobación de su taller por Real orden de 11 de junio de 1929. Pero debieron surgir problemas, pues en 1930 María Blanco solicita una nueva licencia para instalar un taller de pirotecnia, ahora en el lugar conocido como “Huertas del Pelayo”, distante 50 metros del edificio más cercano que es un establo, y otro tanto de la vía de comunicación más cercana. El edificio para la manufactura sería una construcción completa de ladrillo con una planta de 5 metros de frente por 4 de fondo.

Tampoco ahora parece ser éste el taller definitivo, pues cuatro años después, en julio de 1934, una nueva solicitud documenta la petición de autorización para un taller “sito en las afueras de la villa” y a 65 metros del edificio más cercano y a 72 metros de la vía más próxima. Ahora, el edificio del taller sería de 20 metros cuadrados de planta, con una altura de muros de 2´70 metros, construidos en ladrillo. El piso sería de hormigón y la cubierta de teja, señalando la promotora que: “Sólo se fabricarán cohetes en sus clases más corrientes”.

Los Nogales, 1930. En el centro taller pirotécnico de Raimundo Rodríguez (Cantarín). Detalle de fotografía de Ubaldo Menéndez Morodo

Estrictamente contemporáneo del primer proyecto de María Blanco es el promovido también en 1928 por el vecino de la villa Raimundo Rodríguez “Cantarín”. En su solicitud señala que el taller de pirotecnia se situaba en las inmediaciones del río Narcea y a unos 32 metros de la carretera de Cangas a Ventanueva. El edificio más cercano se hallaba a 37 metros. El taller -“una caseta”- tendría 1´90 metros de ancho por 4´40 de fondo y se construiría con tabiques de armazón de madera cubiertos de piedra menuda, siendo la cubierta de teja plana. En su petición señalaba que el objeto del taller era “la fabricación a mano de cohetes y fuegos artificiales con pólvora corriente y cloratada”, trabajando menos de diez kilos diarios.

Ante las condiciones enumeradas, se le deben señalar algunos cambios por las autoridades competentes, pues meses después la localización del taller es en un terreno de su propiedad situado en el barrio de El Fuejo, a 137 metros de la carretera de Cangas a Ouviaño, y las características técnicas del edificio también varían: la planta será de 3 metros de ancho por 2´20 metros de fondo. Los muros serán de armazón de madera con relleno de sarmiento y revocados con cal tanto en el interior como en el exterior. El informe del ingeniero será negativo, basándose en la inexistencia de una defensa natural que proteja tanto la carretera como, sobre todo, los edificios y viviendas de los barrios del Fuejo y Ambasaguas, siendo denegada la autorización por Real orden de 12 de abril de 1930.

Para autorizarlo, la Dirección General de Minas exigirá además del taller de fabricación, la construcción de un edificio almacén con toda clase de seguridades, recinto cerrado con anuncios de la existencia del taller, una sola puerta de entrada con rotulación de la prohibición de acceso de persona ajena, así como todas las demás condiciones impuestas a la otra promotora local. Por fin, el taller promovido por Raimundo Rodríguez será definitivamente autorizado por Real orden de 17 de junio de 1930.

Casi todas las revisiones e informes para autorizar talleres y polvorines en toda la geografía asturiana a lo largo de los años veinte y treinta serán efectuados, en calidad de comisionado, por el ingeniero de minas Celso Rodríguez-Arango Méndez-Castrillón, de oriundez canguesa y probablemente pariente de Gregoria Rodríguez-Arango Fernández-Argüelles, quien en 1928 solicitará autorización para establecer un polvorín en el lugar de Obanca, en Cangas del Narcea, y en 1935 una expendería de explosivos también en la villa, en la calle de Galán y García Hernández (hoy, calle de Rafael Fernández Uría).

«Desfaciendo» equívocos: a propósito de la imagen titular de la capilla de San Tirso («San Tiso»), en Cangas del Narcea

Capilla de San Tirso o San Tiso, en el barrio de su nombre, Cangas del Narcea

El pasado domingo, 12 de junio de 2011, estaba en Cangas del Narcea con mis anfitriones Juaco López y Sofía Díaz, y nuestros comunes amigos Emilio Marcos Vallaure, director del Museo de Bellas Artes de Asturias, y Ana Fernández Verdes. La jornada la iniciamos con una visita al Museo del Vino de Cangas y a continuación, con Antonio Menéndez, encargado de este museo, pasamos a visitar la capilla de San Tirso o San Tiso. A pesar de las veces que estuve en Cangas, nunca había entrado en ella y solo la conocía por fuera. Tras el primer vistazo al interior, fijé mi atención en la imagen del retablo, confiado en que fuera la del titular, y en otra que hay sobre una peana, al lado izquierdo de la nave, y de inmediato me di cuenta de algo extraño que no casaba con los requerimientos de la iconografía de san Tirso. Para confusión de todos advertí que la imagen principal de la capilla, la que recibe veneración en el retablo del altar, no es la de san Tirso sino la de un santo Obispo, y que la de san Tirso es, en cambio, la que se encuentra en la peana de la nave de la capilla. Pero ustedes se preguntarán en qué me baso.

La identidad de las figuras y de los asuntos religiosos representados en pinturas, estatuas, relieves o estampas grabadas no es caprichosa: es el resultado de una estudiada y sistemática caracterización de los gestos, atributos y símbolos ideada en un momento concreto, fijada por el uso y la tradición o, más cercanamente, a partir del siglo XVI y de la época de la Contrarreforma, por eruditos (eclesiásticos, definidores, teólogos, representantes de órdenes religiosas, artistas incluso) que diseñan el modo preciso, el prototipo o modelo cómo tiene que ser figurada una imagen sagrada o qué asuntos de su vida y milagros deben ser representados. Esto mismo sucede también con los temas profanos (históricos, legendarios o literarios) y la mitología, que es la representación de los asuntos de las religiones de la Antigüedad, no judía ni cristiana. La disciplina que estudia e identifica las imágenes se llama iconografía, que es un término erudito tomado del griego y que significa precisamente esto, «descripción de imágenes» (como leemos en el Diccionario de la lengua española) y es, por tanto, una herramienta imprescindible para los historiadores del Arte.

Antonio de Borja (atribución), San Tirso, mártir, hacia 1700-1710; bulto redondo; madera tallada y policromada, 80 cm. de altura

Pues bien, el modelo de san Tirso no es el de la imagen que hoy preside el altar de su capilla; en cambio, sí responde a él el de la otra figura colocada en un lateral de la nave de esta capilla. La advertencia del error se explica por el conocimiento de la vida e iconografía de este santo. Tirso era un cristiano griego que fue martirizado en el año 251 durante las persecuciones del emperador romano Decio (249-251) en Apolonia o Sozópolis (Anatolia, Turquía), por orden del tribuno Cumbricio, junto a sus compañeros Leucio y Callínicos (Leukios y Kallinikos). Se dice que era un atleta y que los verdugos lo sometieron al suplicio de partir su cuerpo en dos con una sierra. Su culto fue traído a la península Ibérica por los griegos durante la época visigoda y se difundió a partir de la ciudad de Mérida. Su extensión contribuyó a que fuera nacionalizado y a que tuviera capilla en la catedral de Toledo con culto propio en el Breviario mozárabe, pero su hispanidad es legendaria. No así su popularidad en el reino de Asturias durante la Alta Edad Media (Asturias, León, Zamora), y el hecho de que la parroquia más antigua de Oviedo, fundada por Alfonso II el Casto, esté consagrada a San Tirso, es muy elocuente. Su imaginería, en cambio, no es muy abundante pero, al margen de las escenas de su martirio, se lo representa vestido a la antigua, con túnica y, más a menudo, como soldado romano (como sucede en la citada iglesia de Oviedo), con loriga (coraza), espada envainada al cinto, faldellín, grebas (armadura para la parte anterior de las piernas) y envuelto en una clámide (capa), y la palma, símbolo de los mártires. Se habla también de otro mártir Tirso, soldado de la legión Tebana que, al mando de san Mauricio, fue diezmada en el 285 (o 302, para otros) por orden del emperador romano Maximiano (285-305). La festividad de san Tirso se celebra el 28 de enero y es una de las primeras del calendario litúrgico católico.

Santo Obispo, siglo XIII (bulto redondo madera tallada, 92 cm de altura; policromía y repintes moderno), en el retablo mayor de la capilla de San Tiso, de hacia 1700-1710

La imagen que ocupa el retablo del altar de la capilla es la de un Santo Obispo (bulto redondo, madera tallada y policromada; 92 cm de altura), sentado en su cátedra, con un evangeliario bajo el brazo y con la mano derecha levantada, reproduciendo el conocido gesto de la bendición, con los dedos índice y corazón unidos. Es una imagen medieval, del siglo XIII, de estética románica tardía y excelente calidad, aunque una reciente restauración nos ha privado de contemplar su policromía, si no original, al menos antigua. La ausencia de emblemas o atributos característicos dificulta su identificación porque los colores de la indumentaria que viste, tras su restauración, no permiten interpretación alguna. Que se trata de un obispo lo proclaman los ornamentos pontificales. Aunque repintada, con colores arbitrarios y no originales que podrían despistar, viste alba (túnica blanca) ceñida con cíngulo o cinturón atado al frente, y figura envuelto en manto coral ceñido con un broche a la altura del pecho; la mitra y las dos ínfulas que caen de ella por su espalda, el evangeliario y el solio, son igualmente distintivos de la dignidad episcopal.

Santo Obispo, detalle de la silla curul o cátedra, ejemplo de mobiliario románico.

Muy ilustrativo e interesante en este caso es el solio, una silla curul o de tijera, sin respaldo, con extremos rematados en cabezas de león y patas en forma de garras, cuyo modelo remite a ejemplos conocidos del siglo XII, como el de la Silla de san Ramón, de la catedral de Roda de Isábena (Huesca), tristemente mutilada en 1979 por el ladrón Eric el Belga.

Interior de la capilla de San Tirso. A la izquierda esta la imagen de San Tirso y en el retablo del altar la de un Santo Obispo

El retablo de la capilla, aunque sin documentar, recuerda otros conocidos del denominado «Taller de Corias», como nos comenta Pelayo Fernández, conocido colaborador de esta sección y máxima autoridad en lo que a retablos e imaginería barroca canguesa toca, y para él podría ser obra de Manuel de Ron (Pixán, Limés, hacia 1645-Cangas, 1732) o si no, de Antonio López de Lamoneda (nacido en Piedrafita do Cebreiro, Lugo; asentado en Corias desde 1678) y datar de la primera década del siglo XVIII (hacia 1701-1710). Es barroco, con columnas salomónicas y cuerpo único, hecho ex professo para esta capilla y, según parece, para la imagen de San Tirso que hoy está en la nave. La carencia de libros de fábrica de esta capilla (parroquia matriz y luego ayuda de parroquia aneja a la de Santa María de la Cabeza de Entrambasaguas al menos hasta el siglo XVIII) no permiten mayor precisión en esto.

La legítima de San Tirso (madera tallada y policromada, 80 cm; o sea, alrededor de una vara castellana de altura) es otra bella y elegante imagen, de estilo barroco, contemporánea del retablo pero de distinta y mejor factura, que muestra todos los rasgos iconográficos descritos anteriormente para este mártir griego. A la vista de otras obras conocidas, nos parece obra (y de las buenas) del escultor Antonio de Borja, el mejor representante de este estilo en Asturias a lo largo del primer tercio del siglo XVIII.

Antonio de Borja Palencia (Sigüenza, Guadalajara, hacia 1661-Oviedo, 1730) se formó en Madrid, probablemente con el escultor Miguel de Rubiales (1647-1713), alcarreño como Borja y uno de los mejores representantes del barroco escultórico madrileño a finales del siglo XVII. Antonio Borja vino a Asturias en 1680, como oficial del escultor vallisoletano Alonso de Rozas Fernández (hacia 1625-1681), ya fallecido Luis Fernández de la Vega († 1675), con lo que Borja no tardó en convertirse en su sucesor y en el mejor escultor de Asturias de finales del siglo XVII y primer tercio del XVIII, innovando el panorama de la plástica regional con los aportes del estilo barroco (movimiento, gestualidad, pictoricidad en los pliegues y siluetas) y una mayor riqueza compositiva. La producción mejor documentada de Borja es la del periodo comprendido entre 1700-1730 (al que corresponde esta imagen de San Tirso) y en que destaca el retablo de la capilla de Nuestra Señora del Rey Casto, en la Catedral de Oviedo (1716-1719), uno de los monumentos clave del barroco asturiano. Como dato interesante para esta noticia, Borja es asimismo el autor de la grandiosa estatua de San Tirso, del templo parroquial de Oviedo, documentada en 1719 y que presidió su altar mayor.

Silla de san Ramón, siglo XII. Catedral de Roda de Isábena (Huesca)

Queda por concretar cuándo y por qué se produjo el cambio de las imágenes de esta capilla y la confusión de su identidad. Acaso durante la segunda mitad del siglo XIX, como consecuencia del desarrollo de la erudición histórica, en el que se generaliza el desprecio por las manifestaciones del arte barroco y se revaloriza el arte medieval. Hay que tener en cuenta que el monasterio de San Tirso de Cangas se fundó a comienzos del siglo XI, por un Rodríguez, como comenta el padre Luis Alfonso de Carvallo (Antigüedades y cosas memorables del principado de Asturias, 1695, pág. 295), que figura como filial del de Corias al tiempo de su fundación en 1031, y que en 1086 fue donado a la catedral de Oviedo por el testamento de Bermudo Gutiérrez (Ciriaco Miguel Vigil, Asturias monumental, 1887, págs. 81 y 322). De aquel momento, solo de entonces, provendrá la conocida letrilla de una jota escrita a finales del siglo XIX por Pablo Martínez Cavero y musicada por Emilio Rodríguez que recitaban las mozas casaderas de Cangas:

«-Niña que vas a San Tirso,
por qué te bajen el dedo,
mirar que en el mundo hay lobos
que tienen piel de cordero.
 
-Madrecita mía,
déjame ir allá,
que si viene el lobo
ya se amansará.»

La fama de casamentero que tenía San Tiso en Cangas (suplantando al popular y más universal san Antonio de Padua) también la documenta la encuesta realizada en 1901 por el Ateneo de Madrid sobre los ritos de Nacimiento, matrimonio y muerte en España (véase Juaco López Álvarez y José M.ª González Azcárate, La explosión de la fiesta. Los festejos del Carmen en la villa de Cangas del Narcea, 1997, págs. 31-33) y todavía la podemos ver reflejada en la crónica «Cangas: recuerdos de antaño, VIII», firmada por Amader (pseudónimo de Ángel Martínez de Ron) en agosto de 1930, publicada en La Maniega (año V, núm. 27, julio-agosto de 1930, págs. 12-13) y que el interesado puede consultar en el portal del TOUS PA TOUS.

Espero que a partir de ahora las mozas casaderas dirijan sus preces al santo verdadero que aunque no tiene los dedos levantados como el obispo del altar, sí puede agitar la palma en señal de asentimiento y complacencia por las nuevas maridadas. Y si hay caso, no duden en comunicármelo que yo también me regocijaré.

El vino de Cangas en 1902

Maniega con uvas blanca extra y albarín negra de una vendimia en Cangas del Narcea.

En 1902 se publicó en Gijón un libro que constituye una fuente de información imprescindible para conocer la actividad industrial de Asturias en aquella fecha y en todos los ámbitos: minería, siderurgia, explosivos, cerámica, alimentación, textil, etc. Su autor era Rafael Fuertes Arias (Oviedo, 1861), hijo del gran estudioso asturianista Máximo Fuertes Acevedo y militar de profesión.

El libro se titula Asturias industrial. Estudio descriptivo del estado actual de la industria asturiana en todas sus manifestaciones, y en su tiempo ya recibió grandes elogios. En 1936, Constantino Suárez “Españolito” escribió sobre esta obra lo siguiente:

“una de las obras de carácter económico más importantes en la bibliografía asturiana, en la que se estudia el desarrollo de esa fuente de riqueza regional en todos sus aspectos. Ha sido traducida al alemán. La Cámara de Comercio de Oviedo, reconocida la utilidad de este estudio, solicitó y obtuvo para el autor la Cruz de Alfonso XII”.

La obra tiene un capítulo dedicado a “Fábricas de sidra, vino, kirs y cerveza” y dentro de él la “Industria vinícola” ocupa tres páginas. En 1902 se cosechaba vino en los concejos de Candamo y Tineo, y en los partidos judiciales de Castropol, donde había viñedos en los concejos de Pesoz, Illano y Grandas de Salime, y de Cangas del Narcea, en el que había viñas en Allande, Ibias y Cangas. Este último concejo era el mayor productor de vino y casi el único en el que había grandes cosecheros que envasaban y vendían su vino fuera.

En 1902 la industria vinícola de Cangas del Narcea estaba totalmente influenciada por las inversiones que desde los años ochenta del siglo XIX había efectuado Anselmo González del Valle. Este capitalista había adquirido muchas propiedades en el concejo y había dedicado mucho esfuerzo y dinero a la producción de vino: construyó una bodega en Cangas y trajo técnicos franceses que transformaron el cultivo del viñedo y mejoraron considerablemente la elaboración de vino. El resultado fue que el vino de Cangas, por primera vez en su historia, se exportó fuera de España, según Fuertes Arias llegaba a Argentina, Cuba, Méjico o Puerto Rico, y obtuvo premios en exposiciones vinícolas de Francia. En 1902, Gonzalez del Valle ya había abandonado toda esta actividad y vendido su bodega y 21 hectáreas de viñedo a la sociedad Flórez, Llano y Díaz. Esta compañía estaba integrado por los hermanos Alfredo y Roberto Flórez González, José de Llano Valdés y José María Díaz López “Penedela”, todos ellos relacionados entre si por lazos familiares.

Los primeros años del siglo XX es la época en la que el vino de Cangas se convierte en una verdadera industria, con grandes cosecheros que embotellan y etiquetan su vino, y venden bastante de la producción fuera del concejo, como son José Gómez López-Braña, Manuel Rodríguez González, Manuel García Velasco, etc.

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Diario de un viticultor de Cangas del Narcea, 1902–1907, de José Gómez López-Braña

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José Gómez López-Braña (a la derecha) con su mujer Manuela y sus hijos María, Mario y Manuel, Cangas del Narcea, 1905.

El testimonio que presentamos hoy en la web del «TOUS PA TOUS» es excepcional en la historia de la viticultura asturiana e incluso española. Es un diario escrito, entre el 10 de agosto de 1902 y el 1 de junio de 1907, por José Gómez López-Braña, en el que anota todas las vicisitudes del cultivo de sus viñas y de la elaboración y venta de vino. Es un documento muy rico para conocer en todos sus detalles las labores y preocupaciones de un viticultor en esas fechas. El diario es propiedad de la familia Álvarez Pereda, de Cangas del Narcea, y está escrito en un cuaderno que lleva el número 13, es decir, nuestro diarista había comenzado a escribir sus notas bastantes años antes, seguramente alrededor de 1880.

José Gómez López-Braña nació el 12 de junio de 1850 en el pueblo de L’Enxertal, parroquia de San Martín del Valledor (Allande). Su padre era José Gómez Álvarez (L’Enxertal, 1819), “cirujano” que había obtenido el título en 1841 en el Colegio de Medicina y Cirugía de San Carlos de Madrid. Con 14 años, Gómez López-Braña ya vivía en la villa de Cangas del Narcea con su tío Benito Gómez Álvarez y la hija de éste Manuela Gómez Arteaga. Su tío fue una persona muy importante en su vida. Benito Gómez (1817 – 1891) había nacido también en L’Enxertal, era médico y desde 1858 residía en Cangas del Narcea.

José Gómez estudió medicina en Madrid y al finalizar la carrera en 1874 volvió a Cangas del Narcea. Se casó con su prima Manuela y tuvo cuatro hijos: Mario (fundador del «TOUS PA TOUS» y de la revista La Maniega), Manuel, María y Benito, que murió en 1894 con 13 años de edad. A fines del siglo XIX, Manuela Gómez era una asidua de las veladas musicales que realizaban aficionados de la villa, en la que sobresalía por su voz. En una crónica publicada en El Occidente de Asturias, el 23 de julio de 1886, dice:

En el entreacto ha cantado la señora Dª. Manuela Gómez el «Aria Final de Sonámbula» acompañada perfectamente al piano por la Srta. Lola Arango. Cantó la señora de Gómez, no como pudiera hacerlo una aficionada, sino con la seguridad y la escuela de una artista. Su voz es fresca, dulce, de bastante extensión y agradable timbre. El público lo ha reconocido así, aplaudiéndola con entusiasmo.

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Busto de José Gómez López-Braña. Firmado: José Alejandro, 1923

José Gómez obtuvo en 1886 la plaza de médico titular del Ayuntamiento de Cangas del Narcea, que conservó hasta 1906. Tenía una buena biblioteca de medicina, agricultura, historia, etc. En política era liberal, partidario del diputado del distrito de Cangas del Narcea Félix Suárez-Inclán, y como tal sufrió el ataque de sus opositores, los conservadores de Luis Martínez Kleiser, que en su periódico El Narcea, de 13 de marzo de 1914, llegaron a escribir lo siguiente sobre Gómez y sus correligionarios:

El partido en que figuran como jefes o primeras cabezas don Nicolás de Ron, don Francisco García del Valle, don José Gómez L. Braña, don Luis González y Pérez, don Alfredo de Ron, don Justo Castaño y otras personas por el estilo, silva estrepitosamente a los sacerdotes que pasean por nuestras calles o se dirigen a su iglesia. ¡Es asombroso! ¡Es estupendo!

Aparte de su profesión de medico, ejerció otras actividades. Hacia 1880 abrió una tienda en la planta baja de su casa de la plaza de La Refierta (actual plaza de Mario Gómez), el conocido como Comercio del Médico. En él se vendían toda clase novedades, genero de fantasía, puntillas, encajes, rasos, terciopelos… El alma de la empresa era su mujer, que era la que atendía el negocio. Fue uno de los primeros comercios de la villa.

altFue profesor de agricultura en un Colegio de Segunda Enseñanza que existió en la villa a fines del siglo XIX, y sobre todo dedicó su tiempo a la viña y el vino, que eran labores muy familiares para él, porque las había conocido desde la infancia en su casa de L’Enxertal. Era propietario de varias viñas: la viña de Gamones, en términos del pueblo de Moral, parroquia de Limés, que heredó de su tío y suegro, y que este había comprado en 1885 a Ceferino García del Valle Nera; la viña de Valdemarea, cerca de Santiso; una viña en Las Escolinas, y la viña que él bautizó como La Manuela, en la Vega del Obispo, en Limés, con una superficie de 28 hombres de cava y mil cien plantas, que compró en septiembre de 1904 a Antonio Álvarez Agudín. Tenía dos bodegas: una en Santiso y otra en la villa de Cangas, en la casa de don Lorenzo de Llano, en la calle de La Fuente, y en 1907 estaba construyendo una bodega en Limés. A fines del siglo XIX era uno de los principales cosecheros de vino de Cangas y embotellaba con la marca “Bodega del Médico”. En 1893 fue la primera persona que detectó la presencia de la filoxera en los viñedos del concejo, plaga que en 1894 ya estará completamente extendida, y fue él el que anunció públicamente su existencia. También fue el primero que estableció en Asturias un vivero de cepas americanas, que eran resistentes a la filoxera.

El diario de José Gómez constituye un extraordinario documento sobre la viticultura de Cangas del Narcea en los primeros años del siglo XX, de gran interés no solo para Asturias. Lo que aquí se narra es una historia vivida por muchos viticultores europeos tras la llegada de la filoxera, pero que muy pocos tuvieron la magnífica idea de dejarla plasmada por escrito. En sus páginas, el autor describe con todo detalle las condiciones climáticas que se van produciendo a lo largo del ciclo vegetativo de la planta. Cuenta como esto afecta a las distintas variedades, tanto a nuestras viejas variedades tradicionales (Albarín blanco, Carrasquín…) como a las que en aquella época estaban siendo introducidas en la zona (Alicante, Cabernet…). Describe así mismo los injertos, las podas, los abonados, el modo en el que se llevaba a cabo la reconstitución del viñedo tras la Filoxera, la desconfianza que mostraban algunos viticultores al principio y como poco a poco iban siguiendo el ejemplo. Podrá descubrir quién lo lea, que la viticultura de Cangas estaba en aquella época tan avanzada como podía estarlo la de Rioja o la de cualquiera de las zonas vitícolas más importantes de España o del resto de Europa.

La lectura de estas páginas nos permite además asomarnos a la vida cotidiana, al carácter y a las preocupaciones de su autor. Podemos, por ejemplo, llegar a percibir la inquietud que siente porque el día señalado para vendimiar comienza a llover por la mañana y durante varias jornadas seguidas se ve obligado a anotar en su diario, cada vez con mayor preocupación por el deterioro de la cosecha, “continúa lloviendo”. También es patente el gran disgusto que supuso para él una fuerte helada que arrasó los viñedos la noche del 18 de mayo de 1903, o la alegría con la que anotaba a veces en su diario: “hermoso día”, “espléndido, soleado” o el orgullo que sentía por la perfección con la que acababa de ser plantada alguna de sus viñas, a pesar del elevado coste. Podemos incluso imaginar que lo acompañamos en alguna de sus muchas visitas a los viñedos, y que escuchamos las interesantísimas descripciones botánicas que recoge en su diario sobre la flor de la vid, o ser testigos de cómo selecciona las mejores y primeras uvas maduras de su viña para enviar como regalo a alguno de sus más preciados amigos, reconocer entre las personas que cita a alguno de nuestros antepasado, o ser partícipes de felices acontecimientos familiares, como el ascenso de uno de sus hijos, el nacimiento de algún sobrino, etc.

El diario es una muestra del conocimiento que tenía José Gómez de la viticultura y la vinicultura, como resultado de sus lecturas, observaciones y experiencias prácticas. En el siguiente enlace se puede consultar y descargar en formato pdf:

El vino de Cangas en 1788

Retrato de Joaquín José Queipo de Llano y Valdés, V conde de Toreno. Lienzo del pintor ovetense Francisco Reiter.

En el siglo XVIII el viñedo y su cultivo en Cangas del Narcea era diferente a lo que hoy conocemos. Las vides no se sujetaban con alambres, técnica que introdujeron viticultores franceses en los últimos años del siglo XIX, y tampoco se azufraban ni sulfataban para luchar contra el oidium y el mildium, respectivamente, pues estas plagas llegaron más tarde, en el siglo XIX, procedentes de Norteamérica. Las labores anuales que se llevaban a cabo en aquel siglo eran las siguientes: enterrar las cepas o renuevos de ellas en el mes de enero; podar en marzo; cavar en abril y junio; levantar los racimos para favorecer su maduración en septiembre, y vendimiar y elaborar el vino utilizando tinas de fermentación y lagares para exprimir el orujo.  El vino se vendía casi en su totalidad en tabernas y al por menor.

El principal enemigo de los grandes cosecheros cangueses del siglo XVIII no eran las enfermedades del viñedo, sino los impuestos y el libre comercio de “aguardientes y vinos forasteros”. Contra esto van a levantar su voz en 1766 y 1788, intentando evitar la subida de impuestos y la entrada de vinos de Castilla. Una de estas voces fue la del quinto conde de Toreno, Joaquín José Queipo de Llano y Valdés (Cangas del Narcea, 1727 – 1805), que era miembro de la Junta General del Principado de Asturias y uno de los mayores propietarios del concejo de Cangas del Narcea.

El 13 de febrero de 1788 presentó un escrito, redactado en la villa de Cangas del Narcea y dirigido al rey Carlos III, en el que manifiesta su oposición a una Real Orden para el establecimiento de nuevos impuestos de rentas provinciales. Esta Real Orden establecía un impuesto del 5% sobre “todos los frutos que produce el país”. El conde solicitaba que se suprimiese o redujese este impuesto en Asturias, y justificaba sus pretensiones en la pobreza de sus habitantes y en la dificultad que suponía en esta región el cultivo de la tierra y la cría de ganado, a causa de “lo fragoso de su áspero terreno, yelos y nieves”. Según el conde, estas circunstancias no se daban en otras regiones, donde el trabajo era más fácil y más rentable, y por eso él consideraba razonable y justa su petición. Como no podía ser de otra manera, pues el conde era dueño de un numeroso viñedo, entre las cosechas importantes y trabajosas de Asturias incluye el vino. Su relato sobre este producto es el siguiente:

[…] Me veo igualmente precisado a exponer a V. S. que siendo el ramo de mayor consideración en algunos concejos de este Principado la cosecha de vino, se experimentarían gravísimos perjuicios con el libre comercio que permite la Real Orden si llegase a establecerse la venta franca de aguardiente y otros vinos forasteros, por cuyo motivo en el año pasado de 1766 ocurrió a S. M. la villa de Cangas de Tineo, representando los perjuicios que se la seguía de haber pretendido introducir en ella y su concejo, la venta de dichos vino y aguardiente, y enterada la Real Piedad de su justa pretensión se digno expedir una Real Orden con fecha de 5 de noviembre del mismo año, que existe en el archivo de aquel Ayuntamiento, por la que se prohíbe y manda que ni en aquella villa, ni en una legua en contorno de ella, se pueda introducir ni vender ningún vino forastero, ni aguardiente, la que se halla en observancia, habiéndosela dado el más exacto cumplimiento. Asimismo, se debe tener también presente para la contribución del nuevo impuesto sobre el vino, los muchos trabajos y labores que en Asturias se lleva el cultivo de las viñas, muy diversos de otras provincias, porque sino se beneficiasen del modo que se expresará, siendo como es la tierra floja, peñascosa y estéril, apenas se cogiera vino en ella, por lo que se hace preciso en el mes de enero gastar muchos jornales en enterrar las cepas o renuevos de ellas. En el mes de marzo se podan aquellas. En el de abril se cavan las viñas, lo que se vuelve a ejecutar en el de julio. En el de septiembre se levantan de la tierra todos los racimos, poniéndoles horquillas para que el sol los madure, y no los pudran las lluvias. Después de todo esto, restan los jornales de la vendimia, estrujar el vino en una cubas grandes, llamadas en asturiano tinas, en donde pisan los racimos hombres con sus pies, con mucho trabajo y fatiga. Después se extrae el orujo en los lagares y se conduce el vino a las bodegas y cubas, siguiéndose sucesivamente los muchos salarios que se consumen en venderlo por menor en las tabernas, por ser muy rara la ocasión en que se despacha alguna corta cantidad por mayor, de modo, que echada la cuenta prudencialmente en años de cosechas abundantes (que son pocos), solo podrá quedar al dueño de ganancia una tercera parte, compensados los gastos del cultivo, porque en años escasos no los cubre, añadiéndose a todo lo expuesto ser indispensable cerrar las viñas con cierro de pared o de madera muy fuertes, siendo preciso renovarlos muchas veces y no descontándose estos dispendios para la contribución del cinco por ciento, se verían los dueños en la indispensable necesidad de desamparar las viñas enteramente. […]

El escrito del conde de Toreno se conserva en el Archivo Histórico de Asturias, Fondo de la Junta General del Principado de Asturias, Libro de Actas de 1787 a 1790, nº 116.

Portada del primer número de la revista La Maniega realizada por el arquitecto cangués José Gómez del Collado

«La Maniega» (1926 – 1932) en la web del Tous pa Tous

Portada del primer número de la revista La Maniega realizada por el arquitecto cangués José Gómez del ColladoEn el mes de marzo de 1926 se publicaba el número 1 de la revista La Maniega. Boletín del Tous pa Tous. Sociedad Canguesa de Amantes del País. En la portada aparecía una fotografía del Santuario del Acebo y sus primeras palabras eran las siguientes:

Cangueses:

En los tiempos actuales se impone la ayuda mutua. Hoy sólo progresan los pueblos o regiones cuyos vecinos saben asociarse. Sean cualesquiera los honrados fines que se persigan, si la cooperación es nutrida y entusiasta, el éxito es indudable.

Así comenzaba una aventura editorial que terminaría siete años más tarde, en los últimos meses de 1932, con la aparición del número 41 de la revista. La muerte de su fundador y alma, Mario Gómez Gómez, el 26 de abril de ese año, fue sin duda la causante de este final.

La Maniega fue una revista muy importante para los cangueses. Se convirtió desde el primer número en un medio de relación entre los vecinos del concejo y los ausentes, y sus páginas sirvieron para informarse, para recordar, para reírse, para recibir consuelo o consejo, en definitiva para no perder el vínculo entre todos ellos.

Los contenidos de la revista eran muy amplios, siempre relacionados con Cangas del Narcea. Sus páginas están llenas de noticias de actualidad, artículos de historia y de costumbres de Cangas, así como de biografías de cangueses. Lleva muchas fotografías, hechas por fotógrafos profesionales, como Benjamín R. Membiela o Modesto Morodo, y aficionados, como Bueno Cosmen, Elisa Álvarez Castelao, Mario Gómez o Ubaldo Menéndez Morodo. La revista se imprimía en Madrid.

Recibo anual de socio del Tous pa Tous cuyo pago daba derecho a recibir la revista La Maniega.

La Maniega es, sin duda, uno de los mayores hitos de las publicaciones periódicas canguesas. Siempre fue una revista muy apreciada por los cangueses. Aunque no son raras, tampoco son frecuentes las colecciones completas que se conservan de esta revista. En 1982, la Editorial Ayalga publicó una edición facsímil, que se agotó rápidamente. La Hemeroteca Digital de Gijón tiene La Maniega disponible en su web y de ahí la habíamos capturado nosotros para la web del Tous pa Tous. Pero esta edición digital nunca nos convenció, porque algunos de los números originales empleados son fotocopias y en general, las fotografías aparecen muy oscuras. Nosotros deseábamos una mayor calidad para La Maniega digital. En consecuencia, hemos hecho una nueva edición digital, que hoy ponemos a disposición de todo el mundo.

La digitalización se ha hecho con una colección de la revista propiedad de la familia Alcalá Arce, que está en un excelente estado de conservación, y ha sido sufragada por el Grupo Canastur, S. L., de Veiga de Rengos (Cangas del Narcea).


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Padre Luis Alfonso de Carballo, 1571 (Entrambasaguas, Cangas del Narcea) – 1635 (Villagarcía de Campos, Valladolid)

Ambasaguas, hacia 1910, barrio natal de Luis Alfonso de Carballo. Foto de Enrique Gómez. Col. Martín Carrasco Marqués.

Su nombre era Luis y sus apellidos Alfonso de Carballo, aunque todo el mundo lo conocía como padre Carballo. Nació en 1571 en el barrio de Entrambasaguas, en Cangas del Narcea, donde pasó su infancia y juventud. En esta villa trabajó como maestro, enseñando a leer e impartiendo clases de Humanidades, y también se aficionó a la literatura. Estudio para eclesiástico, seguramente en el monasterio de Corias, y se ordenó sacerdote en 1595; al parecer, su primera misa la dio en el Santuario del Acebo. En 1601 es clérigo rector de Villarrodrigo de Ordás, un pequeño pueblo situado al norte de la ciudad de León, y unos años más tarde se traslada a Oviedo. En 1613 es rector del Colegio de San Gregorio de esta ciudad, dedicado al estudio de Gramática y Latinidad, y profesor de Humanidades en la Universidad de Oviedo, que acababa de fundarse en 1608. En 1616, a los 45 años, ingresa en Monforte de Lemos (Lugo) en la Compañía de Jesús. A partir de entonces residió en varios colegios de esta orden religiosa, siempre impartiendo clase de Humanidades: Monterrey (Orense), Logroño, León, Segovia y Villagarcía de Campos (Valladolid), donde muere en 1635.

En vida solamente publicó el libro titulado Cisne de Apolo, de las excelencias y dignidad y todo lo que al Arte Poética y versificatoria pertenece, que se editó en Medina del Campo en 1602, y es, según el investigador Alberto Porqueras, el tratado sobre el arte de escribir poesía más importante del siglo XVII español. Este estudio, como señala el mismo Porqueras, fue concebido y escrito por Carballo en su villa natal. Puede consultarse en Internet el estudio preliminar de este investigador a la edición de Cisne de Apolo (1997).

Junto a su afición a la literatura esta su interés por la historia y la genealogía. Realizó las genealogías de algunos de los grandes linajes asturianos, muy vinculados a Cangas del Narcea, como los Valdés y los Omaña, y sobre todo escribió la esplendida obra Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias. Para documentar estas Antigüedades empleó información tomada de muchos archivos de monasterios, iglesias, catedrales y particulares de Asturias, León y Galicia. La obra estaba concluida en 1613, pero no irá a la imprenta hasta 1695, cuarenta años después de fallecer su autor. El motivo de no publicarse en vida del padre Carballo fue, según el citado Alberto Porqueras, la negativa que obtuvo del padre general de la Compañía de Jesús, que consideró que este estudio podía molestar a miembros de la nobleza, clase muy preocupada en aquellos tiempos por sus orígenes y sus genealogías, que eran los principales benefactores y protectores de los jesuitas.

Según Máximo Fuertes Acevedo, la obra se editó en Madrid en 1695 “gracias a la solicitud y amor a la provincia de Asturias” del jesuita Álvaro Cienfuegos y Sierra, cuya publicación “dispuso y dirigió” él personalmente. Este jesuita, que llegó a ser cardenal, había nacido en Agüerina (concejo de Miranda) en 1657 e ingresó en la Compañía de Jesús en 1692. Falleció en Roma en 1739. La primera edición de Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias puede verse a continuación. También puede descargarse de nuestra Bibloteca Digital, una digitalización de este ejemplar que se custodia en la Biblioteca Estatal de Baviera, en Munich.

Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias

La obra de Luis Alfonso de Carballo fue la primera historia general de Asturias que se publicó y no volverá a repetirse un esfuerza similar hasta varios siglos después. Su Historia sigue los principios del Humanismo italiano en boga en aquel tiempo, movimiento cultural que trataba de hacer una historia rigurosa y alejada de la fábula. Para Isabel Torrente, el padre Carballo es un historiador asturiano por sus orígenes y querencias, a la par que plenamente europeo por su línea intelectual.

Firma original de Luis Alfonso de Carballo. Con esta prueba se despeja cualquier duda sobre si su segundo apellido debe escribirse con B o con V

Otro estudio histórico del padre Carballo, que permaneció inédito hasta 1878, fue su “Discurso sobre la merindad de Asturias”. En esa fecha, Fuertes Acevedo lo publicó, con unas notas y una reseña biográfica de Carballo, en la Revista de Asturias, números 23 (15 de junio de 1878), 24 (25 de junio de 1878) y 25 (5 de julio de 1878). En nuestra Biblioteca Digital pueden consultarse los números mencionados de esta revista.

Hasta las investigaciones del profesor Alberto Porqueras, de la Universidad de Illinois (EE. UU de América), era muy poco lo que se sabía del padre Carballo. De su infancia y juventud todavía hoy lo desconocemos casi todo. Sin embargo, siempre se supo que era natural de Cangas del Narcea, porque él, en las dos obras principales que escribió, se encargó de expresarlo con claridad. En el prólogo de Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias escribe:

“Confieso que soy natural de este Principado, nacido en Entrambasaguas, arrabal de la villa de Cangas de Tineo, y codicioso de la honra de mi patria; pero no será esto parte para que deje de escribir con la mayor fidelidad y verdad que me sea posible. Y si yo alcanzase todas las verdades que la podían honrar, ningunos hechos se podían imaginar más glorioso, antes el ser natural me pone en mayor obligación de escribir con toda verdad y poner en averiguarla mayor cuidado”.

La presencia de Cangas del Narcea en la obra de Luis Alfonso de Carballo es muy grande. Cualquier circunstancia es buena para mencionar su lugar de origen. Por ejemplo, cuando escribe sobre el reinado de Alfonso X el Sabio y menciona las cartas de población que este rey otorgó en Asturias (que fueron muchas: Grado, Lena, Siero, Luarca, Somiedo, Navia, etc.), sólo menciona la de Cangas. Carballo es el único historiador conocido que tuvo en sus manos la carta puebla de nuestra villa, hoy perdida, que fue otorgada en la era de 1293, que corresponde al año de 1255. Dice el padre Carballo:

Población de la Pobla de Cangas

“Moravan por este tiempo las personas principales de Asturias derramadas por sus lugares y solares, con que estaban las cabezas de concejos y villas, que entonces llamaban poblas, yermas y sin gente, por lo cual este Rey hizo muchas mercedes y otorgó algunos privilegios a los pobladores de las tales villas, como parece por sus cartas reales. Y la villa de Cangas tiene una, confirmada por el Rey Don Enrique el Tercero, por la cual el Rey Don Alfonso el Sabio hace merced a los pobladores de la su villa de Cangas de Sierra (que así se llama) de todas las heredades que en aquel concejo tenía de su realengo, con que le han de pagar por todas ellas cada año mil maravedís de Leoneses, u ocho soldos, y un ajantar cuando fuere cada año, o quince maravedís por ajantar, e al su Ricohome que por él tuviere la tierra, e al su Merino Mayor, cuando y fueren, y con ésto les da una copiosa carta de amparo, para que sean pobladores: es su fecha en Burgos a veinte de febrero, era de 1293. Y es de notar, que siempre que nombra a Cangas, dice de Sierra, y la nombra muchas veces, y en ninguna la nombra de Tineo, como en nuestros tiempos se dice, a diferencia de Cangas de Onís”

(Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias, pág. 368)

Asimismo, las últimas páginas del libro están dedicadas al Santuario de Nuestra Señora del Acebo, donde comenta el impulso de esta devoción a partir de 1575, durante el reinado de Felipe II y la Contrarreforma, y enumera una relación de milagros que sucedieron en aquel tiempo, a algunos de cuyos protagonistas conoció él personalmente.

Para las personas que quieran saber más sobre el padre Carballo les recomendamos la lectura del libro de Alberto Porqueras Mayo, Estudios sobre la vida y obra de Luis Alfonso de Carvallo (1571-1635), editado en 1996 por el Real Instituto de Estudios Asturianos.

En la villa de Cangas del Narcea, la Biblioteca Pública y una pequeña calle en el barrio de La Veiga llevan el nombre de Luis Alfonso de Carballo. A partir de ahora, gracias a la placa que el Tous pa Tous colocará en Entrambasaguas, todos cuantos pasen o deambulen por este barrio sabrán que allí nació uno de los primeros historiadores de Asturias, y podrán recordar sus desvelos por desentrañar nuestro pasado en una época tan temprana.

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Placas a la memoria de Genaro G. Reguerín (1918) y José Mª Flórez (1915)

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José Mª Flórez, hacia 1885. Fotografía de Ribot, Oviedo. Col. José Ramón Flórez Areces.

El sábado 11 de junio de 2011, a las 20:30 h., el «Tous pa Tous» descubrió una placa de bronce dedicada a la memoria de Luis Alfonso de Carballo en el barrio de Ambasaguas. Con motivo de este acontecimiento nos propusimos dar cuenta en nuestra web de las lápidas y placas que existen en la villa de Cangas del Narcea en recuerdo de algunos cangueses. En esta noticia vamos a tratar de las dedicadas a los maestros Genaro González Reguerín y José María Flórez y González, que están colocadas a la entrada de las Escuelas Públicas. Estas dos placas de bronce estuvieron hasta fines de los años sesenta del siglo XX en la escuela que estaba en la calle Mayor, y al derribarse este edificio se trasladaron a su ubicación actual. Lamentablemente se colocaron en un sitio poco adecuado: no están protegidas de la lluvia, y en consecuencia han comenzando a corroerse, y están medio tapadas por unos arbustos. Creo que alguien, en la Escuela o en el Ayuntamiento, debería hacer algo para favorecer su conservación y la memoria de estos dos maestros.

Reguerín y Flórez tuvieron varias cosas en común: fueron maestros buenos y respetados, publicaron libros escolares, eran republicanos federales y acabaron siendo familia, pues una hija del primero, Maria Teresa, se casó con el segundo.

: Genaro G. Reguerín y su esposa, hacia 1890. Fotografía de Fernando del Fresno, Oviedo. Col. José Ramón Flórez Areces.

Genaro G. Reguerín nació en Cangas del Narcea en 1817 y murió en 1898. No sabemos mucho sobre su vida. Comenzó a trabajar de maestro en la villa de Cangas en 1839 y se jubiló en 1889. En octubre de 1868 es vocal de la Junta Revolucionaria que se constituye en la localidad con motivo de la Revolución de Septiembre de 1868 y el 6 de julio de 1869 firma, junto a José Mª Flórez, el manifiesto de constitución del comité asturiano del Partido Republicano Federal, como delegado de Cangas del Narcea (puede leerse en el periódico madrileño La Discusión, de 16 de julio de 1869).

Placa dedicada a Genaro González Reguerín, 1918. Obra de Alfredo Flórez.

La iniciativa de dedicarle una placa partió de Mario Gómez Gómez, fundador del Tous pa Tous, que fue alumno suyo. La idea fue muy bien acogida por otros discípulos que sufragaron la placa de bronce. El diseño lo realizó Alfredo Flórez González, nieto de Genaro González Reguerín, que era médico y artista aficionado, y su firma aparece en la misma placa. La obra se fundió en Madrid. En ella aparece el busto del homenajeado elevado sobre unos libros y junto a él dos genios, uno de los cuales sujeta una corona de laurel sobre la cabeza, como símbolo de su triunfo en el magisterio. Todos los elementos que aparecen en la placa hacen alusión al saber, a la enseñanza y al homenaje perpetuo. Tiene la inscripción: AL GRAN MAESTRO E INSIGNE CIUDADANO / D. GENARO G. REGUERÍN. 1817 – 1898. SUS DISCIPULOS. 1918.

Placa de bronce dedicada a José Mª Florez, 1915. Obra de Pedro Estany

De más calidad artística y mayor tamaño es la placa dedicada a José María Flórez. Este maestro nació en Cangas del Narcea hacia 1830 y murió en Oviedo en 1890. Hijo de maestro, estudió en Madrid, enseñó en Bujalance (Córdoba) y fue profesor de la Escuela Normal de Oviedo, en la que ocupó el puesto de director desde 1879 hasta su fallecimiento. Fue un activo miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País de Asturias y de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos, y como tal realizó la primera excavación arqueológica del castro de Coaña. También fue un destacado poeta en asturiano occidental, lengua que en el siglo XIX contó con muy pocos escritores. Sus poemas se recopilaron en 1883 en el libro titulado Composiciones en dialecto vaquero, y constituyen una joya literaria y costumbrista en esta lengua. Durante toda su vida su vinculación a Cangas del Narcea fue permanente y en la villa pasaba gran parte del verano, participando en veladas literarias y musicales en las que también intervenían sus dos hijos: Alfredo y Roberto.

Descubrimiento de la placa dedicada a José María Flórez González en las escuelas públicas de la calle Mayor, en Cangas del Narcea, en 1915.

La placa para perpetuar la memoria de Flórez se sufragó con una suscripción popular. La iniciativa partió del periódico El Distrito Cangués y los donativos se recogían en su redacción. La suscripción se realizó entre junio y octubre de 1914, y en sus páginas se publicaban los nombres y las aportaciones de los donantes. En total se recaudaron 206,50 pesetas. El destino inicial de la placa era el lavadero que, junto al puente de piedra de Ambasaguas, estaba construyendo Alfredo Flórez, hijo de Jose María, con el fin de regalarlo al pueblo de Cangas. El lavadero se inauguró el 25 de octubre de 1914, pero la colación de la placa tuvo que aplazarse “para cuando el artista, a quien se ha encargado ese trabajo, la tenga terminada”.

Placa dedicada a José Mª Flórez (detalle de la firma del escultor Pedro Estany)

El artista, cuya firma aparece en la parte inferior izquierda de la placa, era Pedro Estany Capella, escultor nacido en 1865 en Castelló de Ampurias (Gerona) y establecido en Madrid, que en aquellos años gozaba de bastante prestigio en su profesión. Se había formado en la Escuela de Bellas Artes de San Jorge (Barcelona) y a partir de 1885 había completado sus estudios en París. En 1904 ingresó como profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid y después obtuvo la plaza de Modelado y Composición Decorativa en la Escuela Profesional de la Mujer. Fue uno de los escultores que participó en el monumento a Alfonso XII en el parque del Retiro (Madrid); también en esta misma ciudad hizo el mausoleo del político Ríos Rosas, levantado en 1905 en el Panteón de Hombres Ilustres (Basílica de Atocha), el monumento a Federico Chueca en la Rosaleda del parque del Retiro y el erigido al doctor José María Esquerdo (1915). Otras obras suyas son un monumento al mismo Esquerdo en Villajoyosa (Alicante) y una estatua dedicada al músico Jesús de Monasterio (1906) en Potes (Cantabria). Murió en Madrid en 1923.

Placa dedicada a José Mª Flórez (detalle de la inscripción)

En la placa de bronce dedicada a José Mª Flórez aparece en primer plano y a gran tamaño el homenajeado, sentado sobre una piedra, y en segundo plano se ve a una multitud de vaqueiros que están celebrando una fiesta junto a una capilla. Tiene la inscripción siguiente: AL CANTOR DE LAS BRAÑAS Y EXIMIO MAESTRO D. JOSÉ Mª FLÓREZ. POR SUSCRIPCIÓN POPULAR. 1915. La placa fue fundida en unos talleres madrileños.

La existencia de estas dos placas, y la calidad de la dedicada a José Mª Flórez, no son fruto de la casualidad, sino la muestra de una época y de una sociedad canguesa proclive a reconocer el valor de la instrucción pública, la educación y la cultura como elementos imprescindibles para el progreso de los pueblos.

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Vistas aéreas de Cangas del Narcea en el verano de 1971

Son cuatro fotografías aéreas en blanco y negro que muestran la villa de Cangas del Narcea por sus cuatro costados. Son un testimonio muy revelador de un periodo de transición entre la vieja urbe decimonónica, de tradición medieval, caracterizada por unas pocas calles y un caserío formado por unas casas de poca altura, unos pocos edificios de pisos y media docena de palacios, y la Cangas actual, que ha crecido de una manera desordenada tanto en superficie como en alturas.

En las fotografías aparecen edificios recién terminados, algunos de ellos muy significativos para la villa, como los bloques de casas de El Fuejo, el Instituto de Enseñanza Media o el chalet del arquitecto Pepe Gómez, y sobre todo muchas casas de pisos, situadas en el centro de la villa, en la calle Uría o en el Barrio Nuevo, y proyectadas en la mayor parte de los casos por el mencionado Pepe Gómez. Llama la atención, el número tan alto de casas que estaban en construcción.

En 1971 aún no se habían edificado casas de cinco alturas en el barrio de El Corral, ni en las afueras de la villa, y La Cogolla y la carretera de El Acebo eran espacios totalmente despoblados. Tampoco existía el puente colgante que comenzará a levantarse al año siguiente. Todo esto cambiará muy poco tiempo después, con el inicio de un crecimiento urbanístico que causará el derribo de muchas casas, la ocupación de todos los solares libres del centro urbano y la extensión de la villa en todas las direcciones posibles.

Estas fotos, que nos retrotraen a medio siglo atrás, además de ser un testimonio histórico, son una fuente de recuerdos y nostalgias para los nacidos antes de la década de los años sesenta. En ellas aparecen espacios, ya desaparecidos, en los que transcurrieron las andanzas de muchos cangueses y que ahora, gracias a estas fotos, podemos contemplar desde el cielo de Cangas.

 

Vistas aéreas de Cangas del Narcea en el verano de 1971


La Revolución de Octubre de 1934 en Asturias. Su incidencia en Cangas del Narcea

Este trabajo que ahora reproducimos revisado, fue publicado en la revista La Maniega, nº 41 de julio-agosto de 2004. Su autora, la canguesa Mercedes Pérez Rodríguez, es doctora en Historia por la Universidad de Oviedo, con una tesis sobre José Francisco Uría y las obras públicas en Asturias a mediados del siglo XIX, que leyó en 2005, y profesora del IES de Cangas del Narcea.

NOTA DE LA AUTORA: Este artículo procede de un trabajo universitario realizado en el curso 1983-1984. Entonces conté con la colaboración de tres vecinos de Cangas del Narcea: don Victorino López, entrañable vecino y gran conocedor de la historia canguesa; don José Ríos, que amablemente me recibió en casa de su hija en Gijón y cuyos escritos autobiográficos espero que lleguen a publicarse algún día, y don Luis Pérez Frade, “Luis Camposín”, que conservaba una excelente memoria de los hechos; los tres ya han fallecido. Siempre agradeceré su colaboración y a título póstumo les dedico este artículo, apuntando que los errores que pueda tener son debidos a mí, nunca a ellos.


La revista «Narcea» (1935 – 1936) en la web del Tous p@ Tous

  La revista Narcea tuvo una vida corta. Comenzó a publicarse en mayo de 1935 y terminó en julio de 1936. La Guerra Civil fue la culpable de esta breve existencia. Se editaba en Madrid, era mensual y en total salieron a la calle catorce números. Era el órgano del Club Narcea, que habían fundado en 1931 emigrantes del concejo de Cangas del Narcea en la Corte, con el fin de “estrechar en una unión común a todos los coterraneos que residen en Madrid”. En su junta directiva había un delegado de bolos, otro de baile y otro de fútbol, hecho que manifiesta tres de las principales actividades que llevaba a cabo el Club. Francisco Rodríguez Rodríguez, natural de la Regla de Perandones, fue su presidente en 1935 y 1936.

Narcea fue una continuadora de la revista La Maniega, órgano de la Sociedad Tous pa Tous, que había dejado de publicarse en 1932. Era una publicación más pequeña, nunca pasó de las 14 páginas, mientras que La Maniega tenía 28, pero su estilo y su contenido eran muy similares. Narcea era una revista apolítica, que trataba asuntos del Club y cuestiones que afectasen al concejo cangués, especialmente materias relacionadas con la ganadería, la agricultura y las escuelas.

Sus promotores eran fieles admiradores de la persona de Mario Gómez y Gómez, fundador del Tous pa Tous y La Maniega, y de sus ideas. Su reconocimiento en las páginas de la revista será constante, con artículos dedicados a él y la convocatoria de una suscripción popular para erigir un busto a su memoria.

Las tres personas que hicieron posible la revista Narcea fueron Benjamín Rodríguez Gómez, maestro de Bimeda y antiguo colaborador del periódico Narcea, editado en Cangas del Narcea; Manuel Pérez Rodríguez y, sobre todo, José Menéndez Rodríguez. Colaboradores habituales eran Manuel Pérez Rodríguez, Eduardo Jaquete, Francisco Cosmen e Irene de Miraflores, que escribía las noticias de Cangas del Narcea en la “Crónica de sociedad”. La mayor parte de las fotografías las aportaba José Bueno Cosmen, fotógrafo aficionado que ya había colaborado con La Maniega.

Para el que quiera saber más sobre esta revista, el espíritu que animaba a sus redactores y el esfuerzo que suponía su publicación, les recomendamos que lean el artículo que José Menendez Rodríguez escribió en el número 12 (1 de mayo de 1936) para conmemorar el primer aniversario de la revista.

Con la desaparición de Narcea en 1936 nuestro concejo cerraba una etapa que había comenzado en 1882 con la publicación de El Occidente de Asturias. Hasta 1980, con la aparición de Entrambasaguas, Cangas del Narcea no volverá a tener un medio de expresión propio.

Los originales de la revista Narcea que hemos digitalizado pertenecen a la familia Alcalá Arce y el coste ha sido sufragado por el Tous pa Tous.

José Avello Flórez (Cangas del Narcea, 1943 – Madrid, 2015), escritor

Pepe Avello, en su domicilio de Madrid, durante la entrevista con La Nueva España

Nacido en Cangas del Narcea en 1943, el escritor y profesor José Avello Flórez, «Pepe Avello» o «Pin Estela», descubrió en Oviedo a comienzos de los años sesenta un mundo universitario y cultural propio de «una ciudad muy atractiva y abierta a las iniciativas de cualquiera». Antes de llegar a la capital del Principado, Avello había pasado su infancia y adolescencia en Cangas y Gijón, donde estudió en el Colegio Corazón de María bajo un intenso programa religioso que lo conduciría, mediante discusiones con sus amigos cangueses, al «interés por entender». Con ese ánimo, aunque cursó Derecho, asistió en Oviedo a las clases del filósofo Gustavo Bueno, a la vez que realizaba numerosas actividades de teatro o poesía. También militó en la FUDE (Federación Universitaria Democrática Española), un sindicato clandestino de estudiantes, e ingresó después en el Partido Comunista. Sin embargo, algunas decepciones y la percepción de que «la política no solucionaba los problemas de la gente» lo llevaron a abandonar el partido. «La dictadura no podía tragarse, pero dejé la militancia», evoca Pepe Avello en estas «Memorias» para La Nueva España.

Antes del abandono de la militancia, un aviso del Gobierno Civil de que iba a ser detenido lo obliga a marchar a Madrid, donde continúa Derecho en la Complutense. Después, «entró África en mi vida de un modo en principio colateral». Avello hizo la mili «en el desierto, en El Aaiún», y al volver en 1968 a Madrid tiene la oportunidad de incorporarse como gerente en Guinea Ecuatorial de una empresa francesa de obras públicas. Guinea acaba de obtener la independencia de España y el asturiano vive los conflictos de la época: «La locura de Macías o la huida de los españoles después de que la Guardia Civil ocupase el país por un conflicto con la bandera española». Avello recuerda de aquella etapa que «fue el resultado de la peor política que podía haber llevado España, que estaba en la inopia».

A principios de 1971, Avello, su mujer, Matilde Gonzalvo, y su hijo Jasón regresan a España. Él trabaja entonces de directivo en una empresa de producción industrial, pero «me veía a mí mismo como escritor y hacia 1975 decidí que me iba a dedicar a la literatura; me despedí y me senté a escribir, pero no escribía nada». Desarrolla entonces otras actividades en las editoriales Alianza y Akal y frecuenta la vida cultural madrileña. «Hice muchos amigos, gente del cine, sobre todo, como Marisa Paredes, Carlos Rodríguez Sanz, Álvaro del Amo o Augusto Martínez Torres». Al mismo tiempo, «tenía una idea confusa de lo que quería escribir, pero pensaba que tenía que ser la mejor obra; me salieron más de 1.000 páginas».

Pasaron después «ocho o nueve años, hasta que renuncié a hacer una obra maestra». Una vez depurada, la novela se tituló «La subversión de Beti García» y fue finalista del premio «Nadal» de novela en 1983.

Una «casualidad completa» lo condujo entre tanto a la Universidad. «Ramón Akal me dio un libro para que lo corrigiera, y era «La mediación social», de Manuel Martín Serrano, al que yo ya conocía porque había sido compañero de colegio de mi primo José Manuel Álvarez Flórez». Martín Serrano acababa de obtener la plaza de agregado universitario y le ofrece a Avello «venir de profesor a Ciencias de la Información en la Universidad Complutense». El escritor asturiano será durante diez años profesor de Teoría de la Comunicación y, después, de Sociología de la Cultura en la Facultad de Bellas Artes. Por el medio funda la revista literaria «Estaciones», en la que comparecen numerosos autores argentinos que había tratado durante un viaje a ese país en 1973. De la docencia se retiró el pasado septiembre, pero con la condición de emérito sigue dirigiendo tesis doctorales en la Complutense. En 2002 obtuvo el premio «Villa de Madrid» de narrativa con la novela «Jugadores de billar», ambientada en los años noventa en un ficticio café Mercurio de la calle Mon de Oviedo, la ciudad que tanto lo marcó de joven.

Entre el Juzgado y América

Pepe Avello, en su domicilio de Madrid, durante la entrevista con La Nueva España

«Nací en Cangas del Narcea en 1943. No conocí a ninguno de mis cuatro abuelos, que habían muerto antes, pero sí a una bisabuela, Concha Azcárate. Mi abuelo Manuel Avello fue secretario del Juzgado municipal de Cangas. Hace poco que pude consultar una crónica de un periódico de la época, el «Asturias», que se editaba en La Habana. En él el periodista Gumersindo Morodo, que firmaba como «Borí», escribe en 1917 que mi abuelo había aprobado las oposiciones en Madrid. Los Avello son una familia de Cangas desde hace muchos años. En una ocasión, el periodista Manuel Avello, que no tenía parentesco conmigo, me explicó que los Avello de Asturias provenían de una misma zona, entre Barcia y Luarca, y que él había localizado una casa solariega antigua de donde provenía el apellido. Mis abuelos maternos, los Flórez López-Azcárate también son nacidos en algunos pueblos del entorno de Cangas. Estos Flórez fueron emigrantes, como tantísimos asturianos emigrantes. Se fueron a América y, de hecho, mi madre nació en Santo Domingo. Mi tío Gil estuvo en México y a mi tío Pepe, por el que yo llevo el nombre, lo llamaban «El Habanero», aunque no había nacido en La Habana, sino también en Santo Domingo. Mi abuelo materno, Joaquín Flórez, parece que fue un hombre que se enriqueció y arruinó varias veces con negocios en América, y de él también hay una noticia en estas crónicas del periódico «Asturias» en la que se cuenta que en 1917 o 1918 hace un embarque de frutos secos, castañas, avellanas, desde el puerto de Gijón con destino a La Habana. Un cargamento que le debió de salir muy mal porque parece que los frutos secos se estropearon y pudrieron en el barco. La familia se estableció más tarde en México, donde todavía se vivía el final de la revolución mexicana. Mi abuelo se dedicaba a viajar y en la familia cuentan una historia, quizás idealizada, de que él estaba fuera, en Veracruz. Mientras, su esposa, mi abuela, Mercedes López Azcárate, estaba acompañada por una hermana suya, de 19 años, que la ayudaba, y por sus cinco o seis hijos pequeños. Mi abuela se pinchó con una planta y contrajo una septicemia, de la que murió con 27 años. Entonces aquella chica de 19 años, mi tía abuela Lola, tuvo que pedir la repatriación con toda la familia y vuelve a Cangas, donde mi madre y todos sus hermanos son criados por la bisabuela Concha, que los acoge como huérfanos en su casa. De mi abuelo apenas se volvió a tener noticia: volvió del viaje, se encontró con que su esposa había muerto y la familia estaba de regreso en España. Parece que escribió algunas cartas y murió al poco tiempo».

Cangas: protección y aventura

«La bisabuela Concha era la dueña de la casa y de las fincas porque con el dinero que mandaba la familia desde América había comprado bienes, entre ellos esa casa de Cangas, al lado del Ayuntamiento, donde después pusieron una fonda. El edificio todavía existe. Pasé en Cangas toda la infancia, hasta los 12 años. Mis padres eran Benigno Avello y Estela Flórez, y a mí me conocía mucha gente como Pin de Estela. Ella tenía un estanco en el centro del pueblo, en la calle Mayor. Una de las cosas que me marcó el carácter son esos años infantiles, en los que aprendes lo que es la lealtad, la amistad con tus iguales, que son todos los del pueblo. En esos años cuarenta, primeros cincuenta, el pueblo entero era una especie de extensión de la casa, es decir, que andabas con una cierta seguridad por el pueblo o por los montes de alrededor. Los juegos infantiles eran a veces las batallas a pedradas, pero sobre todo eran juegos de competición, cuando tocaba la época de las chapas, de las bolas o de jugar a las espadas. Todo ello producía una sensación de universo completo, de que ahí se acababa el mundo. Por otro lado, era una experiencia muy enriquecedora y toda la gente de mi generación, los que fueron a la escuela pública conmigo, los amigos de la primera infancia, siguieron siendo amigos toda la vida. Los amigos eran una especie de extensión de la familia, que en sí misma era muy grande. Tenía montones de primos, tanto por los Avello, que eran nueve o diez hermanos de mi padre, como por los Flórez, siete u ocho hermanos, de modo que yo tenía 30 o 40 primos de mi edad más o menos. Yo, que era el pequeño, tenía además a mis dos hermanos mayores y una hermana. El clan familiar te daba una sensación de protección, de seguridad y, al mismo tiempo, de aventura; y la aventura eran los otros, era que había que jugar a las bolas y ganar y aprender los valores fundamentales. De mi infancia puedo decir que fue muy feliz, pero más que feliz yo diría que la infancia es ese período de intensidad emocional en el que los amigos, sean por los aprecios o los menosprecios, tienen un grandísimo valor».

No transmitir el trauma

«La Guerra Civil había dejado huella en la familia. La parte de mi padre quedó muy machacada. Mi padre, como mi abuelo, era secretario del Juzgado de Cangas, y sus hermanos César y Noé también eran oficiales del Juzgado, el primero en Oviedo y el segundo en la misma Cangas. En la guerra, a otro tío mío, Manolín, lo fusilaron en los primeros meses sólo por ser funcionario. Otros dos hermanos de mi padre, Abel y Moisés, fueron a la guerra. Abel se mató en el frente, en una moto, y Moisés estuvo exiliado en Francia toda la vida. Por los Flórez, mis tíos Joaquín y Pepe «El Habanero» estuvieron en la cárcel y salieron después de la guerra. Era gente más o menos liberal. Sin embargo, la guerra no era algo de lo que se hablase en casa, es decir, que mi padre nunca la mencionó. Creo que eso fue muy general en toda España y en Asturias: no transmitir ese trauma fortísimo que fue la Guerra Civil a las otras generaciones, pero luego te vas enterando de ello a medida que pasan los años. El silencio sobre la guerra se nota sobre todo en los pueblos, porque queda muy marcada la gente: quiénes estuvieron, quiénes denunciaron, quiénes hicieron qué».

Gasóleo y malas carreteras

«En Cangas no había instituto de enseñanza, pero sí una academia que llevaba un maestro, don Alberto Andreoloti, junto con sus hijas María Isabel y Finita, que estaban recién tituladas como maestras. Los pocos chavales que continuábamos con los estudios éramos los de esta academia o los que se habían ido al Colegio de los Dominicos o a los Jesuitas de Gijón. Estudié así los dos primeros años de Bachillerato e íbamos a examinarnos al Instituto de Oviedo, en aquellos Alsas que empleaban en el viaje cuatro horas y media o cinco. El viaje era terrible y te mareabas por aquellas carreteras, con el olor a gasóleo además. Recuerdo la primera vez que fui a Oviedo, que debió de ser a una boda o algo así, y luego me llevaron a Gijón, a ver el mar. Debía de tener yo unos 7 años y lo que me impactó de Oviedo al llegar fue el olor, un olor que yo no sabía cómo identificar, como de hollín. Tal vez todavía existía el alumbrado de gas, que dejaba un olor que la gente de la ciudad no distinguía y que, sin embargo, al llegar de un pueblo de fuera, del aire limpio, era muy impactante. Me impresionó tanto aquello que después tuve identificado a Oviedo por ese olor. Cuando acabé segundo curso de Bachillerato en Cangas fui a examinarme en septiembre de una asignatura que me quedaba y en ese momento nos dieron la noticia de que se había muerto el pobre de don Alberto, el profesor de la academia. Entonces me buscaron colegio y fui al Corazón de María en Gijón, porque una prima mía mayor vivía allí cerca del Colegio de los Claretianos. A esta prima, Zita Avello, la quise muchísimo y es una especie de matriarca de los Avello, la mayor que queda de aquella generación».

Discusiones sobre religión

«En el Corazón de María pasé la adolescencia, hasta sexto de Bachillerato, durante cuatro cursos. También es una época que toda la vida he recordado y hasta hace poco podía reproducir los nombres de mis compañeros de clase y cómo estábamos sentados en el aula. Es un sentimiento emocionalmente muy gratificante y muy fuerte, pese a que no volví a coincidir después con ellos, excepto con Mariano Antolín Rato o algún otro compañero que estudió Químicas en Oviedo. Fueron años muy intensos de adolescencia, con la crisis religiosa que se iba mezclando con las vacaciones en Cangas, donde tenía discusiones sobre religión con los amigos y, sobre todo, con mi primo Cote Álvarez Flórez, dos años mayor que yo. A mi primo siempre lo he admirado, pero en esos años lo hice con una intensidad especial porque a sus 13 o 14 años ya era un artista completo: era un dibujante magnífico, hacía tallas de madera o dibujaba cómics con una gran facilidad. Y además era un extraordinario poeta. De hecho, yo siempre supe de memoria más poemas suyos que míos. José Manuel Álvarez Flórez vive en Barcelona y ha publicado libros que son una combinación entre novela y relato fantástico, en una prosa con mucha fuerza. Y también publicó relatos sobre lo que denominó los «astures celestes», muy interesantes. Leíamos los Evangelios y discutía sobre religión con Cote, con Umberto o con otros amigos. El poso que quedaba de aquellas discusiones era el interés por entender, algo que se produjo un poco antes de que llegara yo a la Universidad. En el Corazón de María de Gijón había tenido mucha presión religiosa, en el sentido de presencia única de la religión, sobre todo durante los dos primeros años, en los que yo fui muy místico, de comunión diaria. Recuerdo haber hecho cálculos en un diario que llevaba en aquella época de colegio y muchísimos días los internos escuchábamos dos misas, más el rosario. Comíamos y cenábamos en silencio y se leían libros sagrados o alguna novela en el refectorio. O sea, que teníamos una especie de disciplina monacal. Ya digo que era interno, y en una época en la que había que llevar el colchón de casa, con las sábanas, y los cubiertos. La situación era penosa, aunque luego el colegio fue mejorando y ya ponía los colchones. Fueron tiempos de mucha disciplina, de cantar el «Prietas la filas», de acudir al izado de la bandera y de la imagen de un cura con el brazo levantado, que a mí se me hizo chocante. Y la religiosidad estaba muy cosificada, muy ritualizada, de forma que en seguida, con un poco de espíritu que tuvieras, te ibas a rebelar contra aquello. Eran años inquietos y ya digo que discutíamos sobre religión en Cangas, con Cote o con Paco «Chichapan», Francisco Prieto, amigo de toda la vida. Chichapan era el apodo de la familia por ser panaderos desde su bisabuelo. También discutíamos de política y de poesía. Paco era un gran lector de Neruda y yo pasaba mucho tiempo escribiendo poemas, muchos ripios, y casi me salía el pensamiento en sonetos. Más tarde, en el primer o segundo año en la Universidad de Oviedo gané un premio de poesía».

Derecho y Filosofía

«Había estudiado el Bachillerato de Letras, pero cuando llegué al Preuniversitario en el Corazón de María no había profesor de Griego, asignatura que hasta entonces nos había dado el profesor de Latín, más o menos a trancas y a barrancas. Y como sólo éramos tres de Letras suprimieron el PREU de Letras y ese curso me fui a estudiar a los Dominicos de Oviedo, donde estaba el padre Basilio, que era de Cangas y me facilitó poder entrar allí. Por las Letras me había inclinado desde cuarto de Bachillerato, pero decidí hacer Derecho, sobre todo, por entender un poco el mundo de la política y el mundo de la sociedad. De todas formas, asistí por libre durante dos cursos a las asignaturas de Filosofía de Gustavo Bueno. Mariano Antolín Rato estudiaba Filosofía y como éramos muy amigos yo hice los cursos con Bueno, con quien entablamos una cierta relación y entramos en un mundo de pensamiento distinto. En la Universidad también tuve desde muy pronto mucha actividad.

Poesía pura contra social

«En aquellos comienzos de los años sesenta había también inquietud política, que era verdaderamente una inquietud crítica a causa de un sentimiento de falta de libertad. A mí lo que verdaderamente me interesaba era la literatura, el teatro, la poesía, pero lo político estaba presente en todo el ambiente cultural, de manera que la poesía o era poesía social o parecía que no era nada. Le teníamos manía a Juan Ramón Jiménez, pero a la vez había otros que estaban más en ese lado de la defensa de la poesía por sí misma, de la poesía pura. Yo no sabía quién era Borges y hay una conversación con Andrés de la Fuente que no se me olvida. Discutíamos en una ocasión en el patio de la Universidad acerca de poesía y de poesía social y me dijo: «El verdadero poeta es Borges», cosa que yo apunté muy bien para enterarme. Andrés de la Fuente se hizo abogado y se casó con la escritora Carmen Gómez Ojea, y era un buen poeta entonces; escribía y no sé si siguió haciéndolo porque yo le perdí la pista. Era un buen poeta y desde luego no estaba para nada con los de la poesía social, mientras que en eso yo era bastante militante. Pero, aunque esto de la política era bastante ingenuo, me dediqué mucho a ello en medio de todas las actividades que realizaba».

Bienvenida en el teatro

«Empecé haciendo teatro y recitales de poesía y conocí a gente entonces muy interesante para mí. Fue el descubrimiento de todo un mundo. En aquellos años la Universidad de Oviedo tenía aquel espacio que compartíamos Derecho y Filosofía, en el edificio de la calle de San Francisco. Un espacio impagable en que te encontrabas también con gente de otros cursos. Allí conocimos a Juan Cueto, con quien entramos en contacto y creamos la FUDE en Oviedo, la Federación Universitaria Democrática Española, que era una especie de sindicato de estudiantes. En una ocasión vino a vernos a Oviedo Nacho Quintana, que era íntimo amigo de Juan y estudiaba en Madrid, donde ya estaba militando en la FUDE y en el «Felipe» (Frente de Liberación Popular). Juan Cueto me lo presentó y fue el contacto para fundar la FUDE en Oviedo. Después del «Felipe», Nacho Quintana estuvo en el Partido Comunista y en el movimiento de barrios de Madrid. Pero en la Universidad había mucho más. Estaba Carlos Álvarez Novoa, el actor, que era director del TEU (Teatro Español Universitario); o Luis Fernando Amor, el pintor, que ahora vive en Santo Domingo. A Mariano y a mí en seguida nos dan la bienvenida al TEU. Allí estaba Chus Quirós, o Celso García. Lo recuerdo porque en el primer año de Universidad fui al Colegio Mayor San Gregorio, del que era director Zulayca, con el que tenía una relación porque él estaba casado en Cangas. En el colegio traté de hacer una revista que se iba a llamar «Novilunio», Luna nueva. Luego la cosa no fue adelante, pero me acuerdo de que entré en contacto con Celso García, que era de Navelgas y un magnífico escritor de cuentos. Al escribir él solía decir: «Es que se me sube la fiebre». También andábamos con Juan Cueto, su esposa, Rosa Corugedo, y el hermano de ésta, Fernando Corugedo. Desde el punto de vista literario, yo creo que Fernando era el más preparado. Igualmente, con los años siempre me he dado cuenta, aunque ya entonces lo percibía, que de aquella época el que tenía más fundamento, el que más había leído era Juan Cueto, y también Vidal Peña, que era un pelín mayor. Quedé admirado cuando Juan y Rosa volvieron de Argelia y estuve viendo en su casa la biblioteca, que tenía precisamente aquello que yo trataba de buscar para leerlo. Era lo más al día que se podía estar en semiótica, en análisis del cine, etcétera».

Recitales llenos

«Oviedo en sí misma era una ciudad muy atractiva, con actividad cultural intensa y, sobre todo, porque estaba abierta a iniciativas que cualquiera pudiera emprender. Por ejemplo, algo que me pregunto es cómo pude llegar a ser vicesecretario del Ateneo de Oviedo. Y fue porque tenía iniciativas y quería hacer teatro. En el Ateneo organizamos un aula de teatro, un aula de cine, que la llevaba Juan Cueto, y un aula de poesía, que la llevaba yo para hacer recitales, y teníamos unos llenos impresionantes, por ejemplo, en un recital sobre Lorca y Miguel Hernández. En el Ateneo hubo unas personas a las que yo no volví a ver, pero que me parecen dignas de encomio: el secretario era Ricardo Balbín, que creo que era funcionario del Ayuntamiento de Oviedo, y el presidente era el doctor Estrada. También era vocal de la junta directiva y venía a las reuniones don Pedro Masaveu, siempre vestido de una manera impecable. Yo tenía 20 años y asistía a esas reuniones; te aceptaban las propuestas y así me nombraron vicesecretario. Hacíamos teatro y recorríamos Asturias. Estaba Linos Fidalgo, locutora de Radio Asturias y entonces novia de Carlos Álvarez Novoa; y con Carlos Rodríguez, también locutor, y Mari Carmen Manzanal. Y actuaba Pedro Civera, el actor que ahora tiene una compañía de teatro».

Artes de enredo

«La mucha actividad daba lugar a que tenías muchos contactos y de ellos siempre salían cosas muy gratificantes. Recuerdo algunas noches en las que estábamos en el Tívoli un rato, jugando a los dados, y luego subíamos hasta La Nueva España, para pasar un rato de tertulia en la redacción. Allí estaba Juan Ramón Pérez Las Clotas, que respaldaba a todos los que tuvieran alguna iniciativa cultural. Y también estaba Chano García, uno de los periodistas de la generación joven de la época. Y, además de todo aquello, estaba la actividad política en la FUDE. Pero llevé una enorme decepción porque terminé entrando en el Partido Comunista. No había leído a Marx, ni tenía idea de la teoría de plusvalía, ni nada semejante, y la entrada en el PC era sólo por un sentimiento de libertad, porque uno sentía un poco el régimen como humillante: todo estaba prohibido. Mariano Antolín Rato vino a estudiar a Madrid en tercer curso y yo me quedé estudiando en Oviedo. En una ocasión me llamó: «Ven a Madrid que queremos decirte algo». Me vine y me presentó a Santiago González Noriega, una de las personas más brillantes que he conocido, muy culto, un filósofo. Noriega me enredó literalmente para entrar en el PC, y digo que me enredó porque lo hizo utilizando artes como la de preguntarme: «¿Tú lo que quieres es ser notario?». Así, mi entrada en el PC fue una cosa más personal que ideológica. Yo no era marxista en absoluto; es más, a las pocas semanas, Santiago González Noriega se salió del PC escindiéndose con una facción todavía más de extrema izquierda».

Desconexión humillante

Pepe Avello, en su domicilio de Madrid, durante la entrevista con La Nueva España

«Después del viaje a Madrid volví a Oviedo y le conté a Juan Cueto o a Roberto Merino que había entrado en el PCE. En Madrid me había dicho que un enlace se pondría en contacto conmigo y ese enlace resultó ser Feito. Seguimos en la FUDE, pero éramos también del PCE. Y sucedió una cosa muy decepcionante: hubo una de las huelgas de mineros e hicimos una recolecta de dinero en la Universidad, pero el partido nos desconectó completamente a los estudiantes de todo lo que estaba pasando. Nos dijeron que entregásemos el dinero a alguien de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) o de la JOC (Juventud Obrera Católica), porque parece que el PCE había entrado en esas organizaciones. A mí me pareció bastante humillante porque desconectarnos significaba que nosotros con la rama obrera y con el tronco principal del partido no teníamos ningún tipo de relación. Un buen día de 1964, hacia marzo, se presentan de repente mi padre y mi hermano Jorge en Oviedo, sin avisar (mi padre nunca se movía de Cangas), y me dicen que algún conocido del Gobierno Civil les había dado un aviso: que me iban a detener. Al saberlo, mi padre se había comprometido con quien le había contado aquello a que yo dejaba Oviedo. «Vas a Salamanca o Madrid», me dijo. No sé muy bien por qué podían detenerme y mi padre ni sabía si yo militaba o no militaba, aunque sospechaba. Pero ésa fue la razón de venirme a Madrid a continuar la carrera de Derecho».

En el sorteo de África

«Mientras tanto, todos los veranos salía al extranjero. En sexto de Bachillerato ya había ido a un campo de trabajo en Inglaterra y después pasé varios veranos en París y en Suecia. Hacía autoestop por toda Europa, de manera que me movía bastante, veía a gente, y en París, sobre todo, a gente de izquierdas o del PCE. En Madrid ya estaba mi amigo Mariano Antolín Rato, que había venido el año anterior, y nos fuimos a vivir a una pensión. Para mí fue un cambio importante con el estilo de vida de la gran ciudad. La Universidad la frecuentaba más bien poco, nada más que para exámenes. Fueron años de conocer a gente, de entrar en otro tipo de valores y, sobre todo, de abandono completo de la política. Hubo un momento en el que me pareció que la acción política no solucionaba los problemas vitales de la gente y entonces yo ya no era un adolescente, sino que tenía 21 años. Salí del partido. Por supuesto, la dictadura no se podía tragar, pero dejé la militancia. Traté más con Santiago Noriega y con Mariano Antolín, y con viejos amigos de Cangas que vivían en Madrid. Fueron dos años de transición hasta que me pasó una cosa: que entró África en mi vida de una manera, en principio, colateral. Había renunciado a las milicias universitarias porque me habían informado mal: que no me admitirían debido a las fichas policiales. Luego resultó que personas muchísimo más comprometidas que yo hizo las milicias e incluso salieron de oficiales. Entré en el sorteo puro de la mili y me tocó el Sahara, en el desierto del Aaiún, durante año y medio. Regresé en 1968 a Madrid y un amigo, Francisco Cortina, nos consiguió a Mariano y a mí un trabajo en Salvat, de tres o cuatro horas por las tardes. Sacaba un dinero y la verdad es que la cosa del dinero siempre la tuve bastante resuelta. Cortina me volvería a ayudar tiempo después. Quico Cortina siempre fue una solución».

La peor política

«Ese año, por una pura casualidad, una conocida de una amiga me puso en contacto con una empresa francesa de obras públicas que iba a construir el puerto de Guinea Ecuatorial. El país había obtenido la independencia de España y al gerente de esa empresa, un español, lo habían expulsado. Vi aquello como una nueva aventura en África y me presenté a una entrevista con el director francés. Buscaban a un español que supiera bien francés, y el Derecho también ayudaba al perfil. Yo no había llevado nunca una gerencia, pero aquel francés debió de confiar más bien en el aplomo personal. Un mes después, en noviembre, estaba en Guinea. Al llegar, reclamé que mi novia, Milagros Gonzalvo, que acababa de terminar Económicas, se viniera conmigo; pero las leyes de la colonia prohibían la entrada de mujeres solteras, así que nos tuvimos que casar por poderes y ella llegó a Guinea en enero. Nos tocó todo el problema de Macías, la ruptura con Madrid y la huida de los españoles. No podía haber sido peor la política del Gobierno franquista con Guinea. Estaba en la inopia. Al ser independiente, Guinea tenía que pasar a depender de Asuntos Exteriores, pero Carrero Blanco, que tenía intereses personales, la mantuvo también en Presidencia, en plazas y provincias africanas… o sea, que dependía de Carrero y de Castiella. Primero organizan partidos políticos, que en España estaban prohibidos; después una Constitución, que aquí no había. Todo de cara a la ONU, pero encima les sale mal porque organizan unas elecciones y las gana el candidato que les es contrario, Macías, que era un hombre medio loco. Nada más había que escucharle en los discursos que daba en la plaza: repetía y repetía las frases; hablaba contra los madereros, luego de los madereros españoles y a continuación de los madereros españoles y blancos. Era una tensión brutal».

Pánico en Bata

«Y hubo el incidente estúpido de la bandera que Macías quiso retirar del consulado, de las dos de España que había. El cónsul, un poco zoquete, dijo que era una cuestión de honor de la patria y Macías mandó unos soldados y la quitaron, así que la Guardia Civil salió del cuartel y tomó la ciudad de Bata dejando a la Guardia Nacional guineana encerrada en su propio cuartel. A las dos horas llaman de Madrid y preguntan qué es aquello, porque se suponía que la Guardia Civil estaba allí para enseñar a los guardias locales y proteger la población. Entonces la Guardia Civil se retira, pero se produce una oleada de pánico en la ciudad y los blancos, los españoles, huyen a refugiarse en el cuartel de la Guardia Civil, por miedo a las represalias. Estaba todavía fresco lo del Congo belga y los mau mau, con los cadáveres de occidentales bajando por el río Congo. Pero en Guinea no sucedió eso, aunque la gente pasó muchísimo miedo. De 3.000 blancos permanecimos sólo 37 en Bata, y Milagros fue la única mujer blanca que se quedó. Así estuvimos dos o tres meses y la flota española vino a recoger a los huidos, que permanecieron cercados en la playa de Bata. Los sacaron con barcazas. Mientras, a los que habíamos quedado, Macías nos garantizaba que no nos pasaría nada. Pero fue una ruina y el país se quedó sin comercio. De repente, uno ve que una colonia es un lugar en el que no hay cerillas, donde no hay jabón, donde se acaban las aspirinas?, es dependiente en todo. De hecho, por no producir, no producían ni café; de los secaderos pasaba el café en bruto al exterior y en los bares se tomaba Nescafé. En esos dos años, uno de los trabajos que tuve que hacer como director de una sucursal de obras públicas fue buscar canteras en la selva para los rellenos del puerto. Las localizábamos y venía un ingeniero de París para hacer los sondeos. La selva es un lugar verdaderamente inhóspito, más aún que el desierto. Un lugar espeluznante, una selva tropical densísima donde apenas se puede respirar, donde casi no hay luz porque es muy sombría, y donde es todo igual. Das un paso mal y te pierdes. Llevábamos un guía y un machetero. «Si le pasa algo al guía, aquí nos quedamos», pensaba yo. Era la idea de naturaleza, que es por otro lado un concepto inventado en el siglo XVIII, que se hizo casi sinónimo de lo sagrado, del ello; es terrorífica».

Ejecutivo o escritor

«Volvimos a España a comienzos de 1971. En Guinea habíamos tenido a nuestro hijo Jasón. Aquella etapa fue para mí una experiencia personal muy importante y además tuve bastantes ingresos y tenía mucha capacidad de ahorro. Nada más llegar a España nos fuimos a vivir unos meses a Torremolinos, para la aclimatación del calor del que veníamos, y luego estuvimos por Cangas otro tiempo. Eran unos años completamente diferentes de éstos de la tragedia del paro. Nos dijimos: «En enero nos ponemos a trabajar» y así fue. Mandabas currículum o ponías un anuncio en la prensa y lo encontrabas. Estuve los años siguientes trabajando en una empresa de producción industrial, de adjunto al director general. Ganaba también mucho dinero, pero tuve que empezar a replantearme qué quería hacer. Siempre me había visto a mí mismo como escritor y estaba malgastando el dinero como ejecutivo y llevando un tipo de vida que no conducía a ningún sitio. Para colmo, después de madrugar durante la semana, llegaba el sábado y me dolía la cabeza, o sea, el justo castigo a mi perversidad».

Una novela con ambición

Portada de la novela «La subversión de Beti García», de José Avello Flórez, finalista Premio Nadal 1983

«Hacia 1975 decidí que me iba a dedicar a la literatura. Me despedí de la empresa y me senté a escribir. Y no escribía. Aunque la constancia es fundamental, no sirve de tanto la voluntad. A través de Quico Cortina empecé a hacer trabajos para Alianza, de corrector de estilo, y también para Ramón Akal. Aquello no estaba mal, pero hice otros muchos trabajos. También veía a mucha gente y me hice con amigos que conservo, gente del cine, sobre todo: Marisa Paredes, Carlos Rodríguez Sanz, Álvaro del Amo, Augusto Martínez Torres. Salía todas las noches e íbamos al Dickens, al Libertad, a la Fábrica de Pan, locales de la época donde se reunían escritores o gente de la cultura y del cine. La novela «La subversión de Beti García» empiezo a pergeñarla en esos años. Fue finalista del «Nadal» en 1983 y se publicó en 1984. Era una enorme ambición la que tenía; lo que yo pensaba es que, o haces la mejor obra o no vale la pena. Beti García llegó a tener más de 1.000 páginas. Por esos años le dejé una de esas versiones a Ignacio Gracia Noriega porque me comentó un día, o lo escribió en algún sitio, que yo había imaginado una ciudad subterránea debajo de Oviedo, que conectaba Gijón, Avilés y Oviedo, y a la que se accedía a través de los estancos, que como su propio nombre indica tenían puertas estancas. Había una doble realidad que era la que estaba sustentando todo lo que ocurría encima. Bueno, era una cosa bastante paranoica, con un detective y todo eso, y lo quité de hecho de la novela definitiva. Estuve ocho o nueve años con esa novela hasta que renuncié a hacer una obra maestra y me dije: «Esto es lo que puedo hacer y esto es lo que voy a publicar»».

Pop cross y Universidad

«Mientras tanto, hice muchas otras cosas. Por ejemplo, tuve un negocio de vacas, como socio de José Luis Somoano, que era de Cangas de Onís, pero había sido alcalde de Cangas del Narcea cuando estuvo allí de director de la Caja Rural. Me propuso invertir un dinero en comprar 60 vacas en primavera, cuando bajaban de la sierra de la ribera a Somao, al lado de Cangas de Onís, y alquilar una vega cerca de Leitariegos, una sierra de verano, para engordarlas y venderlas en otoño. Funcionó bien el primer año, pero el segundo, menos, porque nevó muy pronto, en septiembre. Tuve otro negocio curioso, que fue la concesión con dos amigos de Cangas del servicio de bares para las carreras de pop cross de Citroën. Íbamos por toda España y había que montar grandes toldos con las neveras de refrescos y bocadillos. Estuvimos en Oviedo, Granada, Barcelona, Valencia, por todo el país. Lo que me ocurrió después fue una casualidad completa. Ramón Akal me dio un libro, «La mediación social», el primero de Manuel Martín Serrano, a quien yo conocía por haber sido compañero de colegio de mi primo José Manuel Álvarez Flórez. Hice la corrección del libro y con tal motivo me encontré con Martín Serrano. Ese año él había sacado la oposición de agregado en la Facultad de Ciencias de la Información. «¿Quieres venir de profesor?», me preguntó. «Encantado». Tuve que hacer el examen de grado y empezar a pensar en la tesis doctoral. Estuve 10 años en Ciencias de la Información, de 1977 a 1986, como profesor de Teoría de la Comunicación. Al comenzar en la Universidad hice un curso de semiótica en Italia y empecé a leer ciertas materias de una manera más sistemática. Hice la tesis sobre «Comunicación y sociabilidad en Rousseau». Como yo era licenciado en Derecho tuve que buscar una tesis que tuviese que ver con la sociología de la comunicación y, al mismo tiempo, leerla en la Facultad de Derecho. Lo hice en 1985 y a continuación saqué la plaza en Bellas Artes y elaboré el programa de Sociología de la Cultura».

Revista y novela

Portada de la novela «Jugadores de billar», de José Avello, Premio «Villa de Madrid» de Narrativa 2002 y Premio de la Crítica de Asturias

«Por el medio fundamos una revista de literatura, «Estaciones», que financiaba un amigo mío, Carlos Benítez. La hacíamos con dos escritores argentinos, Héctor Tizón y Santiago Sylvester, maravillosos escritores a los que yo había conocido en 1973, cuando Milagros y yo hicimos un viaje a Argentina. Conocimos a muchos escritores y me echó una mano Marcos Ricardo Barnatán, amigo ya en Madrid, que me proporcionó direcciones. Estuvimos viajando de ciudad en ciudad, de escritor en escritor, de poeta en poeta. Muchos de esos escritores se tuvieron que venir a España cuando comienza la dictadura en Argentina, y con ellos ya en Madrid es cuando nace «Estaciones». La Universidad significó para mí un paréntesis de seis o siete años sin escribir literatura, dedicado a la tesis o a los artículos y publicaciones académicas. Pero después escribí «Jugadores de billar» que es por así decirlo un cierre de lo que había comenzado con Beti García, que comienza a finales del siglo XIX con un emigrante que retorna de Argentina y termina con la Revolución de Asturias y la Guerra Civil. El presente de «Jugadores de billar» transcurre en los años 90 en Oviedo, con unos personajes que también sufren las consecuencias de esa Guerra Civil. Me gustan las novelas de personajes, pero yo creo que en ésta el protagonista central es la ciudad de Oviedo, el estilo de vida de la ciudad, las distintas clases sociales, que están todas entremezcladas y van apareciendo con sus personajes. Además del premio «Villa de Madrid» de 2002, la novela gano el Premio de la Crítica de Asturias, que agradecí especialmente».

Contradicciones culturales

«Respecto a la labor de investigación académica, en Bellas Artes vi que los estudiantes tenían que proyectar una mirada sobre los valores, los argumentos, que hay detrás de la cultura. Por eso orienté la materia hacia el análisis cultural: ¿por qué hay épocas culturales? ¿Qué es una actitud ilustrada frente a la cultura popular, frente a la superstición? ¿Qué es una creencia? Realizamos una investigación en la que sirvió de base mi experiencia de Guinea, sobre el lenguaje político. La lengua política en Guinea es el español, ya que con las lenguas autóctonas no se entienden entre ellos. Ahora bien, el problema es cómo funcionan las categorías políticas (Estado, democracia, libertad, etcétera) de una lengua moderna y desarrollada, como el español, al ser traducidas desde unos esquemas lingüísticos de pensamiento autóctono que carecen por completo de esos términos. Por ejemplo no tienen la palabra libertad, sólo «hombre libre». Tomamos los discursos políticos generados en el país desde antes de la independencia y descubrimos que a los pobres guineanos se les había caído el Estado encima, un Estado que para ellos eran coches, edificios, pero no instituciones en el sentido de cómo funciona un Estado moderno y un sistema de leyes. Y el problema cultural en África en general es que el valor superior de un africano es la solidaridad tribal, la solidaridad clánica: eres algo en tanto que perteneces a un clan, a una familia o a una tribu. Si tú eres ministro, ¿cómo no nombrar a un hermanito funcionario del Ministerio? ¿Qué significa la palabra corrupción? De este tipo de contradicciones procede una enorme cantidad de conflictos en África».

Crueldad y bondad

«En septiembre de 2010 me acogí a la posibilidad de la jubilación a los 65 en la Complutense y a continuar como profesor emérito hasta los 70. Tras entrar de profesor en la Universidad casi por casualidad, descubrí que la docencia me resultaba una actividad apasionante, pues básicamente consiste en investigar sobre la realidad social y cultural, leer y reunir información de forma sistemática y transmitirla luego a los estudiantes bajo un orden que facilite su entendimiento, es decir, consistía en leer y narrar, cosas que he hecho durante toda mi vida de forma espontánea. Así, en los años ochenta y noventa participé en la fundación, como profesor, del Centro Superior de Diseño de Moda de Madrid, cuya área teórica diseñé junto a los arquitectos y profesores Javier Seguí y Juanjo Torrenova. También, más tarde, fui profesor en la Universidad de Nueva York en Madrid, donde sustituí a José Hierro cuando se jubiló, impartiendo cursos sobre cultura española y literatura. Mi vida universitaria ha sido bastante apacible y muy gratificante. Durante los últimos 20 años participo activamente en una tertulia de buenos amigos en la que nos reunimos para leer a los clásicos y comentarlos: Homero, Cervantes, Montaigne, Dante, Heródoto, un autor cada año; ahora estamos leyendo a Plutarco, y resulta fascinante comprobar cómo a los antiguos les preocupaban básicamente los mismos problemas que a nosotros y con qué prudencia y sabiduría los abordaron. Pero también tenían vicios y pasiones: como ahora, la crueldad y la bondad siguen en combate en la vida de los hombres y de las sociedades casi de la misma forma. A menudo suelo recordar lo que tantas veces le oí decir a Rompelosas, de las Escolinas, en mi juventud canguesa. Cuando alguien le reprochaba lo que bebía, Rompelosas solía contestar: «Todos los pajarinos comen trigo y sólo pagan los gorriones». Describe bastante bien lo que nos pasa. Pero nunca llovió que no escampara».


Por Javier Morán


La Biblioteca Femenina Circulante de Cangas de Tineo, 1925 – 1931

Jóvenes canguesas delante de la puerta de la iglesia de Ambasaguas, hacia 1930; algunas de ellas eran asiduas lectoras de la Biblioteca Femenina Circulante.

La biblioteca pública fue una conquista social del siglo XX, que facilitó el acceso a los libros y, en definitiva, favoreció la difusión del conocimiento. Esta situación que hoy es completamente normal, fue hasta ese siglo algo muy difícil de alcanzar para la mayor parte de la población, porque solo había bibliotecas en monasterios, conventos, seminarios y en algunas casas rectorales, así como en los palacios de los nobles o en viviendas de profesionales liberales.

En Cangas del Narcea la aspiración de tener una biblioteca ya existía desde el siglo XIX. En 1873, durante la Primera República Española, el Ayuntamiento aprobó la formación de una “biblioteca popular” asociada a la escuela de la villa y más adelante el mismo asunto volverá a aparecer en las actas municipales, pero estas buenas intenciones nunca pasaron de ser un proyecto. La primera biblioteca pública del concejo la establece en 1952 el Centro Coordinador de Bibliotecas de Asturias, en un local de la casa consistorial que en esa fecha acababa de instalarse en el palacio de los condes de Toreno: es la Biblioteca Padre Luis Alfonso de Carballo. El Centro Coordinador dependía de la Diputación Provincial, se había fundado en 1939 y desde 1944 estaba dirigido por Lorenzo Rodríguez-Castellano, natural del pueblo de Besullo. Gracias a él se fundaron en Asturias gran número de bibliotecas.

Antes de que la Administración Pública tomara la iniciativa en esta materia, hubo en Asturias otras bibliotecas que se crearon entre 1904 y 1936 por iniciativa de ateneos, sociedades culturales y sindicatos. Estas bibliotecas tenían el objetivo de fomentar la lectura y aumentar el nivel cultural de las clases populares. Una de las primeras y mejor dotadas fue la del Ateneo Obrero de Gijón, fundada en 1904. Asimismo, la creación de las Misiones Pedagógicas en 1931 favoreció la creación de pequeñas bibliotecas que se beneficiaban de los lotes de libros que donaba este organismo creado por el Gobierno de la II República. Junto a estas bibliotecas también existieron en ese mismo tiempo otras creadas por personas independientes. El mejor ejemplo de estas fue la Biblioteca Popular Circulante de Castropol, fundada en 1922 por un grupo de jóvenes de este concejo.

A ese ambiente cultural de los años veinte y treinta del siglo XX corresponde la creación en nuestro concejo de la “Biblioteca Femenina Circulante de Cangas de Tineo”, que se fundó en 1925, y del “Centro de Recreo y Cultura”, de Besullo, que se creó en 1935 y que tenía entre sus fines la constitución de una biblioteca circulante.

No sabemos mucho de la Biblioteca Femenina canguesa, ni de esta clase de bibliotecas en Asturias. Su existencia es casi seguro que se debe a una recomendación de la Iglesia Católica para dirigir la lectura de las mujeres, que eran las principales usuarias de las bibliotecas. Con estas bibliotecas se trataba de evitar lecturas “heterodoxas”. Su promotora en la villa de Cangas del Narcea fue María del Collado de Llano, hija del magistrado Grato del Collado Alea y de Luscinda de Llano Valdés, que pertenecía a la familia de los Llano que en el primer tercio del siglo XX controló el poder político local. María permaneció toda su vida soltera. Era una mujer religiosa y conservadora. Entre 1924 y 1927, durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera, fue concejala del Ayuntamiento de Cangas del Narcea. No fue la única mujer en esa corporación presidida por Porfirio Ordás, pues cuatro más tuvieron este cargo, siendo las primeras concejalas de la historia del concejo.

La Biblioteca Femenina estaba en la misma casa de María del Collado, que vivía en el palacio de los Llano, en la calle de La Fuente. Era una biblioteca únicamente circulante, es decir, no tenía sala de lectura y los libros solo eran para llevar a casa. Su reglamento era muy sencillo. Podían beneficiarse de ella todas las mujeres residentes en Cangas del Narcea. Los libros se prestaban por un periodo de una semana y por cada préstamo había que abonar cinco céntimos. La biblioteca abría todos los domingos de tres a cuatro de la tarde.

Reglamento de la Biblioteca Femenina Circulante de Cangas de Tineo, 1925.

Los libros de esta biblioteca eran fundamentalmente novelas, sobre todo novelas amorosas o “rosas”, costumbristas e históricas. Muchos pertenecían a las colecciones “La novela rosa” de la Editorial Juventud, “Biblioteca amena” de El Mensajero del Corazón de Jesús y biografías de “Mujeres ilustres”. Abundaban las obras escritas por mujeres y las de autores de moda en aquellos años. Lógicamente el fondo de la biblioteca estaba en relación con las ideas de la promotora, y en él no estaban representados escritores muy leídos en su tiempo, pero mal vistos por la Iglesia; de este modo no había libros de Blasco Ibáñez, Pérez Galdós, Baroja, Zola o Balzac.

Algunos de los títulos más solicitados en la Biblioteca Femenina de Cangas de Tineo eran los siguientes: La casa de la Troya, Currito de la Cruz y La Virgen del Rocío ya entró en Triana, de Alejandro Pérez Lugín; Peñas arriba y Don Gonzalo González de la Gonzalera, de José Mª de Pereda; El sombrero de tres picos y El niño de la bola, de Pedro Antonio de Alarcón; Jeromín, Pequeñeces y La reina mártir, del padre Luis Coloma; La esfinge maragata, Trozos de vida y La niña de Luzmela, de Concha Espina; Los últimos días de Pompeya, de Edgard Bulwer Lytton; La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne; Amor y llanto, El alma enferma, Un nido de palomas y Narraciones del hogar, de Mª del Pilar Sinués; La casa de los solteros, de Alberto Insúa; Doña Blanca de Navarra, de Francisco Navarro Villoslada, Quo vadis, de Henryk Sienkiewicz; El crisol del matrimonio, de Concordia Merrel; El triste amor de Mauricio, de Matilde Muñoz, y otras novelas y biografías de las colecciones ya mencionadas. Desconocemos el número total de libros de esta biblioteca, aunque suponemos que estaría entre cien y ciento cincuenta volúmenes.

Las usuarias de la Biblioteca Femenina Circulante de Cangas de Tineo eran algo más de medio centenar de mujeres, la mayoría adolescentes y jóvenes. Eran hijas de comerciantes, profesionales (médicos, abogados, procuradores), propietarios rentistas, jueces, notarios, confiteros, farmacéuticos, funcionarios, relojeros, etc. La Biblioteca funcionó hasta fines de 1931.