Publicación de noticias históricas relacionadas con la historia, el arte, la literatura, etc. de Cangas del Narcea.

Recuerdos: La escuela y el maestro rural

Noticia en el periódico ‘La Nueva España’ del 23 de abril de 2004

Por Enrique R.G. Santolaya (2024)

 

Hoy estamos viendo como la población de las zonas rurales está desapareciendo a marchas forzadas, ya no hay niños jugando en las plazas de los pueblos ni en los recreos de las escuelas, ya no hay voces ni peleas, ya nadie juega a la guerra con pistolas de madera. La primavera de la vida que representaban estos niños, desapareció calladamente dejando los pueblos totalmente desolados, sin ruidos, en definitiva sin vida.

Viendo todo esto me vienen recuerdos de otros tiempos en que todo era diferente. Yo nací en el año 1963, pertenezco a una generación peculiar por ser bisagra entre dos formas de vida de nuestra historia reciente. Mi generación vivió el final de la dictadura y principios de la democracia. También pertenecemos a la generación llamada del baby boom, donde las familias tenían de media cuatro o cinco hijos. Eran tiempos donde los niños llenaban las plazas de los pueblos y los patios de los recreos de las escuelas, todo acompañado con un ruido ensordecedor producido por esa marabunta de críos jugando. Esto era un claro indicio de que había vida, había futuro, había savia nueva.

 Creo firmemente que los recuerdos de la infancia marcan definitivamente el futuro carácter de la persona, es un momento muy importante donde el niño absorbe todo lo que le rodea y esto lo modela para el futuro.  Yo debo de agradecer a la vida que me tocara una época tranquila y llena de buenos recuerdos. Evidentemente al nacer en una zona rural el trabajo siempre estaba presente, pero la alegría de vivir aún con pocos medios era impresionante.

Antes de entrar a hablar del maestro de escuela, me entretendré un poco haciendo historia de cómo estaba la situación social en aquel momento bisagra de la dictadura a la democracia, para que el chaval que lea este escrito sepa que no hace mucho tiempo los medios no eran tan abundantes como los que tienen hoy. Aquel era un tiempo en el que los cambios se producían muy rápido, pero partíamos de una situación todavía muy precaria.

Arrastre de carro por dos parejas de vacas y lavadero público.

En 1968 empecé la escuela en Llano, entonces se empezaba con cinco años y se entraba en parvulitos. En aquel momento en el pueblo de Santa Eulalia no había ninguna televisión, no había lavadoras, neveras, coches, tractores. Se trabajaban las fincas con parejas de vacas que tiraban de un carro o de un arado. Las mujeres tenían que lavar la ropa en los ríos, en los regueros o en un lavadero comunal. Por supuesto los niños no tenían ordenadores, móviles, iPad y todas las zarandajas que tienen hoy.

Está claro que no eran tiempos muy avanzados, pero alguien puede pensar que estábamos sumidos en una gran tristeza acompañada de grandes problemas mentales. Pues no, la palabra psicólogo no se conocía y realmente no hacía falta ningún. En los tiempos libres de trabajo no parábamos, éramos muchos y estábamos en comunidad como los lobos, físicamente estábamos como tarzanes jugando constantemente al escondite, a las canicas, al palillo, al pañuelo, a las cuatro esquinas, a las chapas, a la gallina ciega, al fútbol. Tomar naranjada de Mirinda y jugar con el yoyó que regalaban con ella fue más adelante.

La imaginación tampoco nos faltaba, para equilibrar la falta de MacBook Pro, iphones, tablets, consolas y videojuegos hacíamos carretones con ruedas de rodamientos que nos daban en los talleres de Los Nogales. Estos carros eran un peligro cuando bajaban por las pendientes ya que los frenos eran precarios y más de uno besó el suelo dejando las rodillas en el asfalto. Hacíamos arcos de ballestas de paraguas que eran muy peligrosos, se clavaban en la madera y podían matar sin problemas un cuervo o una pega (urraca). En esta época, quien tenía una bicicleta era un privilegiado, eso era pertenecer a una clase superior. También hacíamos embarcaciones con las cámaras de camión que igualmente, nos suministraban en los talleres de Los Nogales. Con estas balsas neumáticas bajábamos por el río Narcea en verano. Así como el río Misisipi fue el aliento de vida de Mark Twain, lo mismo era el río Narcea para nosotros, navegábamos por sus pozos y orillas descubriendo las zonas para pescar truchas a mano o a tenedor. Este río es menos caudaloso que el de Tom Sawyer, pero igual de aventurero.

Zona de baños en el río Narcea, pozo de Llano, puente y estacada.

Por supuesto, los baños en el río de Llano no podían faltar, subíamos la adrenalina tirándonos a los pozos de pie o de cabeza desde todas las peñas posibles que bordeaban el río; los más atrevidos o quizá, los más inconscientes, se tiraban desde el puente.

Como dije no se conocía ningún niño que tuviera que ir al psicólogo, toda aquella jungla de elementos con pantalón corto estaban como tarzanes. Me llama la atención también que nadie tenía un aparato para corregir la dentadura, si fuera así el que lo portara se sentiría desplazado del grupo por parecer un ser de otro planeta. Como dato curioso citar que podríamos ser más feos o más guapos, pero la dentadura, por lo general, la teníamos todos perfecta. La única explicación que le doy a esto, es que comíamos alimentos naturales, sin conservantes ni miserias añadidas y los lácteos  que se consumían tenían calcio de verdad.

Tres años después, en 1971, todo cambió de una forma continua, el avance era imparable, ya había televisiones, tractores, lavadoras y coches. Todo empezaba a avanzar, se notaba en ese momento el fuerte crecimiento que tenía España. Empezaba a dar frutos el apoyo decidido de EE.UU. y el abandono de la práctica autárquica en la que estaba sumido el franquismo. Los economistas tecnócratas de Franco estaban dando resultados y, aunque de forma tardía, esto se notaba en Santa Eulalia y sus contornos. También debo añadir que en esos momentos la minería estaba despegando con fuerza y empezaba a influir económicamente en todos los sectores del concejo.

Niñas y niños preparados para una función de teatro en la escuela mixta de Cibea. Año 1950. Maestro don Carlos.

Una vez fijada la situación histórica, retomaré el cómo era la escuela en aquel momento de mi infancia y describiré la labor que el maestro de escuela rural hacía con nosotros. Este tipo de maestro estuvo durante muchas generaciones anteriores a la mía dando un poco de luz a esos pueblos alejados del centro de las villas y ciudades, y su figura era la más pobre de las denominadas fuerzas vivas de una localidad. Le sobrepasaban económicamente el cura, el farmacéutico y el médico.

El trabajo de maestro estaba mal retribuido, era poco considerado socialmente. Su sueldo podía ser inferior al de un peón de albañil. De ahí sale la famosa frase: «pasas más fame que un maestro de escuela». En las zonas rurales estaba mejor tratado, añadía a su sueldo los regalos de huerta y de granja que los padres le ofrecían en señal de agradecimiento. En contraposición, el maestro estaba a disposición de los niños del pueblo, llegando a tener una relación muy directa con ellos y con sus familias.

Maestra y alumnas de la escuela de Llano (Cangas del Narcea), año 1960.

Maestros como Odón Meléndez de Arvas, natural de Carballo, que fue maestro en la escuela de La Regla de Perandones,  opinaba sobre la importancia de la enseñanza de la siguiente forma: “nada hay en el mundo tan importante como la instrucción y cuanto con ella se relaciona. La felicidad futura de un pueblo, será tanto más grande cuanto mayor y más acertada sea la instrucción y educación que reciba el niño. La instrucción es el primer elemento de la libertad”. Está claro que algunos maestros estaban convencidos de su función en la sociedad, influyendo en las nuevas generaciones para crear un mundo, como mínimo, menos embrutecido.

Mi primer contacto con este tipo de escuela rural fue en Llano, con cinco años. La forma de desarrollarse las clases en estas escuelas seguramente fue la misma que tuvieron mis padres y, posiblemente, mis abuelos, en la que sólo había un profesor para todos los cursos, y este profesor daba todas las materias. Era el modelo escolarizador basado en la escuela unitaria que funcionó en España hasta la Ley General de Educación de 1970.

Escuela típica rural año 1960.

Los alumnos estaban agrupados en secciones en función de los conocimientos que tenían. Un maestro o maestra daba clase a todos independientemente de su nivel académico. Si había bastantes alumnos se separaban en escuelas de niñas y niños. Hay que imaginar cómo era aquello, un solo maestro tenía que enfrentarse a una turba de niños y mayores todos juntos. En mi caso, en Llano, éramos los niños del pueblo de Santa Eulalia, los del mismo Llano y los de las casas de Arayón. No recuerdo exactamente, pero, tranquilamente, debíamos ser entre treinta o cuarenta niños y, por supuesto, en la escuela de niñas se repetía la misma cifra.

Se empezaba la escuela con cinco años y esto ya representaba una aventura nueva, nuevos juegos, conocer gente y, claro, desgraciadamente, también había que estudiar y hacer deberes. Esto último no era tan bueno, creaba momentos comprometidos con los padres si el maestro los llamaba para darles alguna noticia de mal comportamiento o desaprovechamiento escolar del alumno. No obstante, mayoritariamente, tengo muy buenos recuerdos de aquella época.

Ordenadores y tablets típicos de la época.

Para empezar, íbamos andando desde Santa Eulalia a Llano y no nos pasaba nada, hoy la superprotección extrema que tenemos con los niños nos lleva a que éstos anden lo menos posible, no se mojen, no corran porque pueden caerse y cuidado que no se pegue con alguien. Entiendo que evolucionamos para mejor, pero creo que en nuestra época contactábamos más con la vida real y aprendíamos a solucionar los problemas por uno mismo.

Como dije, empecé en parvulitos con un profesor único para todos los cursos, en mi caso era don Germán Moro Fernández. Este profesor ya le había dado clase a mi padre y era toda una institución en la parroquia. Era el vivo retrato del maestro de escuela rural que paso toda su vida en la escuela de Llano donde vivía y varias generaciones del pueblo pasaron por sus manos. El respeto que se tenía al profesor era total, hasta tal punto que, tengo escuchado a mi padre decir, cuando tenía veintidós años, siendo un mozo, fumaba, pero si veía a don Germán por Cangas, escondía inmediatamente el cigarro. Entiendo que esto hoy puede llamar la atención, pero era así y no podía ser de otra forma, hay que imaginar esa escuela rural con todos los cursos unidos para un solo profesor. Sin orden, sin respeto, eso sería imposible de sobrellevar. Como dije, pasaban de treinta alumnos para don Germán y otras tantas alumnas para doña Alicia. La verdad, visto hoy desde la distancia, estos maestros rurales hacían milagros, y hay que añadir que tampoco tenían bajas por depresión.

Escuela de Llano. Parte izquierda inferior, escuela de niños. Parte derecha inferior, escuela de niñas. Arriba viviendas para el maestro y para la maestra.

Don Germán empezaba el día poniendo tareas a los mayores, después se ocupaba de los pequeños, corrigiendo y dando instrucciones a todos. Aquellos maestros sí que tenían motivos suficientes para tener estrés con semejante carga de trabajo y semejante jarca de niños, pero esa palabra en aquellos tiempos tampoco se conocía, por lo tanto, no existía, nadie tenía estrés.

Las escuelas rurales tenían un mobiliario que se repetía en todas y la de Llano no era una excepción. Mesas de madera con dos plazas. En la zona superior del pupitre había un agujero para sujetar la tinta china marca Pelikan. Dos grandes mapas a cada lado de la pizarra, uno de España y otro mapamundi. Estos mapas abrían nuestra imaginación haciéndonos pensar que esas regiones y países estarían detrás del pueblo de Adralés o de la ermita del Acebo, los horizontes que veíamos con cinco años eran estos. También había un compás grande de madera y una regla en el encerado; la regla ayudaba mucho a que nos esforzásemos en hacer los deberes.

En la pared había un crucifijo y la fotografía de Franco, en aquel momento creíamos que en todos los países de aquel mapamundi, habría un Franco mandando, más adelante supimos que esto no era así. Pero bueno, no es para asustarse de nuestra ignorancia, también parecía que todo el mundo mundial tenía un solo transporte y este era el Alsa. Todo esto era normal, un crío de cinco años  empieza a descubrir y a investigar la vida con los referentes que tiene delante y tanto Franco como el Alsa salían por todas partes.

Sigo describiendo la escuela, había un reloj de madera con un péndulo que avisaba de las horas de recreo y de la salida de clase; en el centro de la escuela o en un lateral se situaba una estufa cilíndrica de leña con su chimenea, en esta estufa don Germán ponía en invierno una pequeña taza con agua y eucalipto que era bueno para los constipados. Encima del armario no podía faltar la bola inclinada que reflejaba a escala el mapa del mundo, girando aquello descubríamos que la tierra era redonda y aunque don Germán decía que no nos caíamos por el lado de abajo, la duda se mantuvo muchos años, hasta que otro profesor nos habló de la gravedad y nos convenció.

Mapa físico de España.

Todo este mobiliario era acertado, pero faltaba el disco duro donde se guardaba toda la información y el saber del mundo. Este disco duro era la enciclopedia Álvarez, no había nada conocido en el mundo que no estuviera reflejado en sus hojas. En un único libro había lengua, historia, matemáticas, naturales, física, astronomía, etc. Uno se preguntaba como el maestro podía tener todo aquel lío en la cabeza y lo peor era que semejante  lío nos lo quería meter en la nuestra. ¡Madre mía! ya no parecía tan buena idea ir a la escuela, ya no solo se venía a jugar y a conocer gente, además, también había que estudiar y llevar absurdas notas que tenían que firmar nuestros padres. Estas notas marcaban una estúpida escala de 0 a 10 y enfurecían a nuestros progenitores si la escala marcaba menos de un cinco. ¡Qué tontería! ¡Qué complicados eran los mayores!

Los recreos eran una maravilla, en mi caso los primeros años jugábamos al fútbol en la carretera general que pasa por delante de la escuela, poníamos dos piedras marcando las porterías en el medio de la calzada. Cuando subía un camión por la sierra de Brasín, escuchábamos el sonido y nos daba tiempo a recoger todo, una vez que el camión pasaba volvíamos a empezar. Para dar una idea, podía pasar un camión cada treinta minutos y era todo el tráfico rodado que había. Esto demuestra como en 1968 todavía había muy poco tráfico rodado, sólo pasaba algún camión que bajaba carbón de las incipientes minas de Rengos. Esto en tres años cambio rápidamente, estando en tercero, corría el año 1971, tuvimos que trasladar el campo de futbol por haber demasiado tráfico.

Otros recuerdos de la época.

El mejor momento en la escuela era cuando aquel reloj de péndulo daba la hora de la salida. Una tromba de niños de Llano y de Santa Eulalia, bajaban en estampida jugando a las quedas hasta La Venta, donde se bifurca el camino hacia los dos pueblos. Al último que le tocaba la queda indicaba que pueblo perdía. Si quedaba uno de Llano, perdía Llano y si era de Santa Eulalia, perdía Santa Eulalia. Después de esto, los de Santa Eulalia cruzábamos el puente de Llano y veníamos jugando hasta el pueblo al fútbol. Jugábamos con un balón o algo que se le pareciese como podía ser un bote de lejía vacío. Todo este proceso hacía que tardásemos casi una hora en llegar a casa. Lo normal es que recibiésemos una bronca por esto, pero al día siguiente no nos acordábamos y repetíamos el proceso otra vez.

Volviendo al maestro, éste nos aguantaba a todos juntos hasta 5º de E.G.B. Tras finalizar este curso, el mundo se ampliaba bajando a hacer 6º en un colegio que concentraba alumnos de varios pueblos y de la villa en El Reguerón.

En 1970 se crean colegios nacionales en las cabeceras comarcales con grupos de niños de la misma edad, creándose la 2ª etapa de E.G.B.  6º, 7º y 8º. Este proceso de concentración trajo el trasporte escolar, becas de comedor y escuelas-hogar. Esto perseguía proporcionar a todos los niños españoles —y en especial a la población rural— las mismas oportunidades de educación básica, con profesores para cada asignatura, reduciendo en lo posible las escuelas con maestro único. Se dotan los centros de salas de reuniones, campos deportivos, bibliotecas, etc.

Como se puede imaginar, la bajada al Reguerón era un cambio importante. Pasábamos de jugar en la carretera poniendo dos piedras de portería con don Germán de maestro único, al Reguerón, donde había muchísimos niños de todos los pueblos y de la villa, aulas independientes para cada curso, profesores para cada materia y campos de fútbol con porterías de madera. ¡’Hombre, eso era otro nivel!

Pero en este momento también aparecieron los problemas al chocar la zona rural con los de la villa. Afloraron en ese momento algo que siempre estuvo en el subconsciente de la tribu de la villa, la diferenciación entre los que eran de Cangas capital y los que eran de los pueblos. Cangas era todo el concejo, pero aún había, de forma indirecta, una diferencia entre la villa y el Cangas rural. Le tocó a mi generación vivir el final de este concepto, como dije somos la generación bisagra que nació entre dos momentos cruciales de la historia de España y también de la historia local.

Fotografías típicas de la escuela rural con el mapa físico de España detrás.

La primera experiencia entrando por el aula de 6º fue ver como los grupos se alineaban en dos, unos de los pueblos y otros de la villa. Bueno, estos que se consideraban de la villa me tienen que perdonar, pero eran mayoritariamente charnegos, pues la mayoría habían bajado de los pueblos a vivir a Cangas con la minería. En un primer momento, los de los pueblos estábamos acobardados, todo era nuevo, gente desconocida… En definitiva, era un mundo más complicado que la pequeña escuela rural de donde proveníamos. Se escuchaban por los mentideros que los de Cangas tenían la opinión de que este mestizaje de los pueblos y la villa bajaría el nivel educativo. Todo esto producía aún más tensión entre las dos partes. En mi caso, saltó la tensión delante de la puerta de 6º cuando dos de Cangas me dijeron que los de los pueblos  allí no entrabamos. La reacción no se hizo esperar, cuando la diplomacia no funciona sale la barbarie. Salté como un resorte sobre los dos villanos y creo que los cogí desprevenidos y no se esperaban una reacción tan rápida, les zurré de lo lindo. En ese momento comprendí que la violencia es mala, pero bien administrada es un placer.

La primera batalla ganada da confianza y esto fue el detonante del cambio de actitud, había que conquistar la zona y para esto se creó una mafia compuesta por decididos personajes de la tribu rural, entre los que me encontraba yo. La finalidad era clara, conseguir contrarrestar el abuso continuado de los miembros de la tribu de la villa. Los logros fueron evidentes, éramos más fuertes físicamente y en estos casos, esta variable es fundamental. Rápido se equilibraron las fuerzas y se entró en una guerra fría en la que ambos contendientes se respetaban para no destruirse.

Escolares de la escuela mixta de Cibea.

Pero demasiada confianza también es perniciosa, y se puede volver en contra de uno. En aquellos tiempos se jugaba a las canicas, y si perdías tenías que darle una canica al ganador. Había un jugador muy experto al que yo ya le debía diez canicas;  era un niño pequeño e inseguro, y un día se cansó y me presionó para que le diera las diez canicas que le debía. Yo, confiado en mi superioridad física, le contesté con altanería. Nunca me había pasado nada igual, aquel niño inseguro se precipitó sobre mí cogiéndome desprevenido y me dio lo mío, además, después me quitó las diez canicas que le debía. Eso no fue lo peor, lo malo de la situación era que todo esto ocurrió delante de  las niñas de 6º, eso sí que era degradante. Aquel día aprendí una nueva lección, nunca te descuides, no hay enemigo pequeño.

La parte académica en mi caso transcurría con normalidad, yo ya cumplía el principio básico del mínimo esfuerzo. Mis notas oscilaban entre suficiente, bien y algún notable esporádico, con esto tenía tranquilos a las fuerzas del orden que eran los profesores y los padres. La palabra excelencia entró en mi vocabulario más tarde, en ese momento, eso de tener buenas notas exigía demasiado esfuerzo y me quitaría tiempo de otras actividades más interesantes, como era investigar la villa de Cangas y la sala de juegos, donde había futbolín, máquinas de pinball y mesas de billar.

En el siguiente curso, 7º, las cosas cambiaron, ya estábamos totalmente introducidos en el sistema, el mestizaje era total, las tensiones étnicas entre tribus ya habían desaparecido. Como consecuencia directa de esto, las mafias extorsionadoras ya no tenían futuro y se disolvieron, excepto el grupo de Santa Catalina que duró un poco más en el tiempo.

Escuela Hogar y Colégio Público en El Reguerón, Cangas del Narcea, 1978.

El mestizaje era evidente, se jugaba al futbol indistintamente, mezclados, se tenían amigos de todos los lugares del concejo incluidos los de la villa. De vez en cuando había algún incidente, pero este solía ser académico. Recuerdo uno producido por un alumno llamado Jacobo, que pintó en el encerado antes de que entrara el profesor de francés la siguiente frase: «A don Tomás Tornadijo nadie le toca el pijo; si usted quiere saber más, vaya a clase con don Tomás». Entró don Tomás a dar clase y mirando para el encerado, por segundos se veía como se le hinchaba la cara y se ponía roja como un tomate. Este hombre, era un gran profesor y muy buena persona, pero, como era de esperar, todo tiene un límite, se giró hacia la clase y dijo las famosas palabras que los maestros aprenden en la Universidad de Oviedo para ser utilizadas en estos casos: «Todos castigados hasta que no salga el culpable». En otros tiempos, con generaciones pasadas, don Tomás lo habría tenido más difícil para sacar al culpable, pero mi generación, que gracias a Dios nunca tuvimos que enfrentarnos a una guerra, éramos cobardes y no estábamos acostumbrados a la presión. Todos al unísono dirigimos la mirada hacia Jacobo y esto bastó para que don Tomás supiera quien era el autor del escrito. La situación la salvó don Tomás con mucha elegancia pidiéndole educadamente en francés a Jacobo «la main s´il vous plait» todo esto acompañado de una pequeña regla que tenía en la mesa. Don Tomás era demasiado bueno y el castigo fue muy leve.

Escuela rural tipo de la década de los 60. Museo Etnográfico de Fonsagrada.

Recuerdo muchos de estos pequeños detalles y a todos los profesores con sus nombres, y todo lo recuerdo con cierta nostalgia. Para hacer justicia, tengo que decir también que como en todos los gremios, había alguno que no merecía pertenecer a la profesión. Tengo visto a niños llorar al coger el autobús por no querer ir a la clase de un loco que los humillaba a diario delante de los demás por el menor motivo. Estos eran casos excepcionales y no merecen más comentarios.

Llegó 8º y se acababa toda una etapa de nuestra vida, coincidía este curso con la edad de entrada en la adolescencia, y esto producía otras variables que complicaban más la vida. Las féminas ya nos empezaban a llamar la atención, pero esto sólo nos traía problemas. Eran muy desconsideradas, siempre los preferían mayores que nosotros. Por lo tanto, teníamos ganas de que pasara rápido el tiempo para ser mayores. Lo que es la vida, ahora me pasa lo contrario, quiero parar el tiempo, y si pudiera, volvería hacia atrás.

Pasada esta etapa llamada entonces E.G.B. dejábamos atrás al maestro de escuela y nos aventurábamos de nuevo en otro momento más complicado pero no menos interesante. Empezaban tiempos de hormonas desbordantes, canciones de verano con el baile del Bimbó de Georgie Dann, los discotequeros se movían al ritmo de Boney M., para los románticos, que bailaban lentas ya se escuchaba, The Sounds of Silence de Simon and  Garfunkel, los mas intelectuales dejaban sus mentes libres escuchando Wish you Were here y The Wall  de Pink Floyd,  Knockin on Heaven´s Door de Bob Dylan, The End de The Doors  o A Night at the Opera de Queen. Los más fiesteros entraban de lleno a la música de la movida madrileña, escuchando entre otros: La chica de ayer de Nacha Pop, Salta de Tequila, Tiempos nuevos, tiempos salvajes de Ilegales, Hoy no me puedo levantar de Mecano o ¿Qué hace una chica como tú  en un sitio como este? de Burning.

Jugando al guá (canicas).

Muchos de estos fiesteros cayeron desgraciadamente en nuevas adicciones que importábamos a la villa y eran más adictivas que las clásicas de los bares de Cangas. Unos cuantos conocidos desgraciadamente quedaron por el camino arrastrados y engañados por las nuevas modas de pasárselo bien, modas que a la larga solo producían demonios de la mente, generando graves problemas para ellos y para sus familias. Que pasara eso entonces tenía lógica, como digo, no había mucha información, lo triste es que aún esté pasando hoy a las nuevas generaciones, con la información que se tiene ahora, eso sí que es de imbéciles.

Otros, siguieron, como se decía entonces, la línea recta, la siguieron por casualidad o por el esfuerzo, una vez más, de aquel maestro de escuela que de nuevo utilizó una de aquellas frases lapidarias que estudiaban en la universidad de Oviedo para ser utilizadas con los alumnos indecisos, las palabras eran : “tú vales si quieres, eres inteligente pero te tienes que esforzar más, lo que te pasa a ti, es que eres un poco vago y algo mangante y como no cambies vas a ir por el mal camino y nunca serás nada en la vida”. Esto si te lo decían en un momento que estuvieras receptivo y débil, te quedabas pensativo y reflexionabas. Algunos le hicimos caso al  profesor  y acertamos. Se nota que ya estoy mayor, empiezo a expresarme como lo hacía mi padre en aquella época, con seriedad y con responsabilidad, arengando a las nuevas generaciones para que escojan la línea recta. Sé que no me harán ningún caso, investigarán por su cuenta y cometerán errores y alguno volverá dentro de sesenta años a escribir arengando a las nuevas generaciones como lo estoy haciendo yo hoy, es la vida.

Otros recuerdos de la época.

Así era aquel baby boom de los años 60, hoy somos todos sexagenarios y ya tenemos más pasado y recuerdos que futuro por delante. En mi caso, me agrada recordar esas vivencias en la escuela primaria, desde los cinco años hasta los catorce, y es inevitable que estos recuerdos siempre estén acompañados de algún maestro de escuela.

Escribo todo esto de una forma desenfadada y por supuesto algo exagerada e irreverente para que sea más entretenido el escrito. La verdad es que no nos dábamos tanta leña entre nosotros y éramos obedientes, todo transcurría como una balsa de aceite en la escuela. Los personajes que aparecen aquí son ficticios y todo parecido con la realidad es pura coincidencia. En conjunto, he intentado transmitir algunas  reflexiones importantes al escribir este recuerdo del maestro de escuela. En primer lugar refleja los cambios que se produjeron en la sociedad española en las décadas de los años 60 y los 70, que fueron cruciales y se pueden apreciar de forma simplificada en una población local como la de Cangas del Narcea.

Una de las últimas promociones de la escuela de Llano, hoy cerrada. Maestra Dña. Sagrario.

En segundo lugar, confirmar de primera mano lo acertado que fue concentrar en los últimos años la población de estudiantes para eliminar las diferencias entre los niños de la zona rural y los niños de poblaciones más significativas como son los de la villa. Esta concentración elimina el estereotipo del pasado que creaba una imagen de inferioridad de las zonas rurales. Además, consiguió que se pasara de una imagen negativa del campo, a ser valorados estos espacios rurales por sus verdaderas potencialidades, haciéndolos más atractivos para vivir en ellos, o al menos, eso quiero creer yo.

En tercer lugar, se intenta recordar la figura del maestro de escuela y, sobre todo, a aquellos de las escuelas unitarias que tenían que bregar con tantos alumnos. Reconocer la labor que hacían comprometiéndose a veces a desarrollar funciones a las que no estaban obligados. A mí no me tocó, pero sé que en generaciones anteriores estos maestros se adaptaban a la situación del pueblo y daban clase por la mañana a los chavales y por la noche a los mayores que tenían que trabajar y estaban sin escolarizar. Está claro que esos maestros tenían vocación porque el pequeño sueldo que cobraban no los incentivaba mucho.

En cuarto lugar, y parece que llega tarde, indicar lo importante que es estar preparado para poder desarrollar estas zonas rurales. Hoy más que nunca la juventud debe de estar muy preparada para enfrentarse a cualquier escenario. Si este escenario es rural, deben saber comunicarse, proyectar, organizar, valorar económicamente un proyecto y conocer el medio en el que hay que desenvolverse. En definitiva, tienen que estar bien preparados y seguir la línea recta. Espero que no se vuelva a escuchar aquello que se decía en mi época, «pa quedar nel campo nun fai falta estudiar, basta con saber chabrar«. Está claro que esto era un error monumental.


Entrevista a Sara Prieto, maestra rural de la escuela mixta de Cibea


 

Los perdedores que se hicieron a la mar. Censo de cangueses evacuados en octubre de 1937

Ramón García Piñeiro (Sotrondio, 1961), coautor del libro Los olvidados de 1937. El exilio republicano asturiano, Ed.: TRABE, 2024, nos envía para su publicación el siguiente estudio en el que presenta un censo de cangueses que abandonaron la región por mar durante la Guerra Civil española, con la entrada del bando nacional en Cangas del Narcea el 22 de agosto de 1936 y la posterior caída del frente republicano el 21 de octubre de 1937, cuando las tropas nacionales completaron la ocupación de Asturias.


 

 

El libro «RUMBOS» en la Biblioteca Digital del «Tous pa Tous»

Lo explica Cristobal Ruitiña en su artículo: Cangas del Narcea, la Antártida tan cerca: este libro trata de un viaje por el concejo asturiano de Cangas del Narcea del médico militar, erudito y literato Mario Gómez. Su propósito a la hora de emprenderlo fue más bien conseguir socios para la recién creada asociación para la mejora de su pueblo natal, «Tous pa Tous. Sociedad canguesa de amantes del país», impulsada también por él mismo. Pero lo que van destilando sus excursiones, a medida que publica su relato en otra de sus iniciativas culturales, la revista local «La Maniega», es más bien una búsqueda del primigenio ser cangués. Así, por sus páginas desfilan numerosos potentados, con sus casonas y palacios, que acabarán siendo decisivos en la conformación de lo que es el actual concejo del suroccidente asturiano. Son, por lo tanto, sus rumbos un paseo hacia los orígenes, pero también hacia las fuentes de las materias primas sobre las que esas vidas y patrimonios se han ido forjando. Por ejemplo, hacia las rocas y peñascos donde nace el río Narcea que atraviesa el concejo y que pronto le dará nombre, o hacia los bosques de donde se extrae la madera, que en ese momento ya sustenta una de las principales industrias locales. Es, también, un viaje hacia lo desconocido, porque el propio Gómez reconoce pisar por primera vez algunas rutas, por ejemplo la del Couto. En cualquier caso, este libro es prueba de que el viaje siempre es hacia lo desconocido, aunque uno ya haya trillado esos caminos antes. El propio Mario Gómez queda maravillado y asombrado por todo lo que va descubriendo al explorar los alrededores de su propia casa.

En este año del centenario de la fundación de nuestra asociación por el autor, nos complace poner a disposición del público en general en la Biblioteca Digital del «Tous pa Tous» la versión digital de sus Rumbos, con esmerado prólogo de Juaco López Álvarez y Alfonso López Alfonso.


Rumbo a Siasu

Partído de Sierra, desde la casa-taller de Raúl Rodríguez “Mouro” en Sillaso (Cangas del Narcea). Foto: Sandra Flórez Alonso.

Como segunda ruta para nuestra tarea encomendada, nos dirigimos en esta ocasión al lugar de Siasu, también en el Partíu Sierra, a la residencia de Raúl Rodríguez “Mouro”.

De nuevo la expedición estará formada por los mismos componentes que estuvimos en L.lamas, con la excepción de Collar que por motivos laborales no pudo acompañarnos en el día de hoy. Outramiente, como buen conocedor del paisaje y del paisanaje del concejo, ya nos había hecho una previa en cuanto tuvo ocasión de poner en antecedentes a Marcelino y a su familia de la visita que estábamos programando.

Eso sí, hoy nos acompaña José Ramón Puerto, gran conocedor y entusiasta de la obra y la trayectoria de Raúl “Mouro”, y quien formará parte activa de la puesta en marcha y organización de la exposición, al igual que hizo en anteriores ocasiones colaborando desinteresadamente con el «Tous pa Tous».

Y dos serán de nuevo los coches que formarán la comitiva y en los que nos vamos repartiendo y acomodando.

Otra vez disfrutamos de buen tiempo en esta tarde de febrero mientras nos dirigimos a Purtiel.la. Allí, a mano derecha, nos desviamos y cruzamos el puente que nos llevará a destino, dejando atrás el pueblo de Ounón. El ascenso por la sinuosa carretera nos va ofreciendo maravillosas vistas de nuestra orografía, que van ganando en intensidad a medida que tomamos altura.

Coincidiendo con esa primera hora de la tarde tan española como es la hora de la siesta, nos recibe ante el portón de la casa familiar la matriarca, quien nos comunica que pronto asomarán padre e hijo, que se encuentran reposando tras la hora de la comida, pero que ya están avisados y aviándose.

Tras las oportunas presentaciones, comenzamos la visita en el parreiru, transformado ahora en taller, un espacio que invita de entrada al recogimiento. “El lugar transmite ya una emoción estética”, apunta Mercedes. Un taller en el que imparte cursos para trasmitir sus conocimientos.

Taller de Raúl Mouro en Sillaso, parroquia de Santiago de SIerra (Cangas del Narcea). Foto: Sandra Flórez Alonso.

Un simple lavado de cara en la cubierta, en vigas y ripia, desprovistas ahora de telarañas y del polvo acumulado tras años de cumplir su antigua función, deja a la vista una tosca y a su manera elegante carpintería tradicional; el espacio diáfano y con claroscuros; las paredes de piedra desnuda; el suelo de madera, por el que transpira un agradable y cálido ambiente propiamente agrícola; la luz que se cuela a través de los diferentes huecos; el vacío en el que apenas hay nada y hay lo suficiente: un añejo banco de carpintero de herencia familiar, el contraste entre el torno de pie y una docena de tornos eléctricos, una enorme mesa de factura por encargo y exprofeso, al igual que los tayuelos en los que depositar los cuencos del agua… Reposando sobre cada torno, una pieza de la misma serie en diferentes fases de elaboración. Una decena de piezas que, de inmediato, nos traen a la memoria las fogazas de aún tierna masa de pan sobre la masera, terminando de l.leldar y esperando a ser enfornadas. Todas ellas muy similares y a la vez diferentes, de distintos tamaños, con distintas tonalidades. “A medida que vamos dando textura, se va modificando ligeramente el color”, nos explica atento Raúl. Un matiz que, de primeras y a ojos del profano, no es fácil diferenciar.

Una a una, con cuidado y a la vez con la presteza de quien se siente seguro de sus manos, Raúl va depositando las piezas sobre la enorme mesa de madera dispuesta en una esquina, a la sombra de la luz. Y así, en contraposición, cada una de ellas nos ofrece diferentes lecturas según se van formando distintas composiciones y en función de la incidencia lumínica. La boca, el pequeño orificio de apertura que permite a la pieza respirar y “estrictamente necesario para evitar su rotura durante el proceso de cocción”, cobra sentido (o no) cuando la voltea  y la apertura desaparece, pasando a formar parte de la base.

Por doquier, diferentes piezas, múltiples pruebas de trabajo, con diferentes formas, tamaños y  colores: blanco, marrón “galleta”, rojo pórfido y negro, producto de los diferentes tipos de barro combinados convenientemente con piedra gres. “El rojo da flexibilidad; el blanco, resistencia, y se introduce un tercer elemento para hacer piezas de buena textura”.

Porque sus obras, insiste una y otra vez, son para ver, para oler, incluso para escuchar, pero sobre todo, para tocar. Como quien coge un bebé al cuello, lo mece y lo acaricia. Para sentir las texturas, para diferenciar los grosores y apreciar su fría temperatura, en claro contraste con la calidez que emanan sus colores.

Varias piezas, múltiples pruebas del trabajo de Raúl Mouro, con diferentes formas, tamaños y colores. Foto: Sandra Flórez Alonso.

La cara de Raúl se ilumina al ofrecernos la nueva incorporación a su menú, su nuevo plato fuerte, aún en proceso de experimentación. Ceremoniosamente, desprendiendo con dulzura los paños húmedos que las cubren, nos permite ver sus nuevas criaturas, sus nuevas formas de concebir el espacio, jugando con el equilibrio y con el desequilibrio, con el color y como no, con las siempre presentes texturas. Nuevos caminos a explorar, y quién sabe si a seguir o quizás abandonar. Todo depende.

En un rincón, dispuestas en perfecto orden de a seis, Raúl nos da a probar, pues pruebas son, media docena de deliciosos “profiteroles”. Seis piezas esféricas, de pequeño tamaño, color galleta, con matices en rojo dispuestos como anillos concéntricos en la madera. “Lo conseguimos intercalando diferentes capas a la hora de formar la pella”. Seis piezas que nos dejan un dulce sabor de boca.

Y nos va explicando cómo todo es producto de una evolución, de una experimentación, de un trabajo constante, que ahonda sus raíces en la tradición, en lo mamado en casa de su abuelo, de su padre, de todo lo heredado, de un legado sumado a  su actividad constante con el barro, de mancharse las manos… Es todo un proceso escalonado, desde la base, desde el aprendiz que se pasa un año mezclando y amasando, aprendiendo a mezclar en las proporciones justas, pasos previos y esenciales antes de consentirle sentarse en el torno, ese potro difícil de domar, que “puede llegar a ser muy frustrante, empleando horas, constancia, repetición, perfeccionando la técnica, pero que es una verdadera delicia”. Y ahora buscando nuevas formas de expresión, formas básicas, esenciales, buscando la simplicidad, pero con todo un proceso muy complejo detrás y “que da garantía de verdad” “de honestidad en el resultado”, apunta con acierto Sandra. Intentando mantener una equidistancia entre lo tradicional y lo innovador, no sólo en cuanto a las piezas se refiere, que van perdiendo su carácter meramente funcional y doméstico y se dirigen más hacia lo estético, aunque manteniendo ocasionalmente pequeños guiños que sirven de anclaje con su pasado, sino también en cuanto a materiales, técnicas y procesos.

Y así, pasamos a una nueva dependencia, entre la bodega en la planta baja y la panera. El pequeño cuarto habilitado ahora como estudio, en el que se inicia el proceso imaginativo, con apuntes y diseños en papel que posteriormente tomarán volumen.

Y de ahí, a la panera, en la que se almacenan centenares de piezas, todas ellas de alguna forma desechadas por no llenar lo suficiente el crítico ojo del autor: distintas formas, distintos tamaños, distintos colores y esmaltes que por una razón u otra no pasaron la criba.

Y finalmente, accedemos al santasanctórum, el desván de la casa, en el que se atesora el producto final a la espera de partir quién sabe a dónde: Uviéu, Madrid, Korea…y con próximo destino al otro lado del charco, en Estados Unidos. Allí la Fundación Guess le reclama un total de cien piezas para una exposición en Los Ángeles. Todo un salto que da proyección aún más si cabe a su reciente Premio Nacional de Artesanía.

Miembros del Tous pa Tous con Raúl Rodríguez «Mouro» (dcha.), en su casa-taller de Sillaso, parroquia de Santiago de Sierra (Cangas del Narcea). 6 de febrero de 2025. Foto: Benito Sierra.

Ya cayendo la noche, y tras despachar un trago de vino y unas empanadas en la bodega de la casa, nos despedimos de la familia, agradeciendo el que nos hayan abierto sus espacios de intimidad y su cálida amabilidad, y retornamos a la villa con la sensación plena de haber llenado la tarde no solamente de cantidad, sino también de calidad. Con las cabezas repletas y en ebullición, planeando cómo llevar a cabo de la mejor manera posible nuestra tarea.


FOTOGRAFÍAS
(autores: Sandra Flórez, José Ramón Puerto y Benito Sierra)

Rumbo a Siasu


 

AL LADO DEL RÍO. Un relato de Pin Estela en 1978

   Hace ya muchos años, quizá veinte, unos cuantos amigos entonces adolescentes fuimos, como otras muchas veces, a merendar a casa de Lola la de Llano. Era avanzado septiembre, ya muy pasado el Acebo, y teníamos el presentimiento de que el verano iba a terminar ese día bruscamente, tapado por un cielo hosco y gris. Porque los veranos terminan así, de repente, como si la gente y las nubes se pusiesen de acuerdo para dar paso a otro tiempo más íntimo y más lento. Aquel día la lluvia se afinó haciéndose más sutil y más fría, y el aire traía desencanto, robando el pensamiento hacia amagostos de castañas y gabardinas. Para entonces las cabezas de los caminantes tendían a hundirse entre los hombros en un gesto de recogimiento, las gentes avivaban el paso y todos sabíamos que los días soleados empezarían a ser casualidades.

   El carácter alegre y trabajador de Lola la de Llano disfrazaba de buen humor lo que en el fondo era una extraordinaria bondad: su casa siempre albergaba a diversos personajes desamparados que iban a calentar la soledad de su vejez en aquella chariega suya donde se sentía un permanente aroma de comida y amistad. Allí nos recogió a nosotros aquella tarde lluviosa. En el rincón del escaño, donde hay que tener cuidado para no quemarse las puntas de los zapatos y para no lagrimear con el humo, estaba sentado un viejo aldeano de rostro noble y ojos claros que tenía el cabello blanco como la leche. Pese a su boina raída y sus madreñas, pese a su chaleco arrugado y su chaqueta de pana que nos hablaban de un hombre de la tierra, por un cierto aire indefinible el viejo nos hacía pensar que había pasado una parte de su vida en Cuba. Quizás era por su forma de hablar —una extraña mixtura de tierras muy dispares, acaso inexistentes— o quizás fuese una cierta seguridad en sí mismo que más que aplomo parecía un reto. En efecto, cada vez que el viejo hablaba, por no sé qué oscura razón, uno se sentía como insultado, empequeñecido, despreciado. Quizás sólo era debido a su mandíbula cuadrada, demasiado recia para su edad.

   Nosotros, que en aquellos años no habíamos llegado más allá de Oviedo o Villablino, le escuchábamos con respeto y con esa devoción atenta que despiertan los hombres de mundo, sobre todo para quienes piensan que los viejos son sabios por el mero hecho de ser viejos, sin tener en cuenta que también los asnos llegan a viejos sin dejar de ser asnos. Aquel anciano de mandíbula recia nos hablaba de América, de grandes soles amarillos, de mujeres bellas como espejos, de piel color castaña, de riquezas sin límite, de casas con ascensor, de flores altas como hombres, de automóviles con bañera y también de pequeños regresos a los valles de Cangas, donde la vida era más dócil, la familia más amada y los recuerdos andaban cercanos y accesibles, como los amigos de todos los días.

   Mientras el viejo conversaba y Lola asaba chorizos con vino blanco en la cocina, la lluvia continuaba cayendo afuera. De vez en cuando alguno de nosotros se levantaba hasta la galería para ver el río que murmuraba al fondo; y junto a las playas tropicales y las ciudades soleadas de América que llevábamos en la cabeza, aparecían ahora montes sombríos que la lluvia llenaba de soledad, montes oscuros y desolados bajo cortinas de agua, como si en vez de estar habitados por hombres fuesen los hombres los que estuviesen habitados por montañas. Y cuando regresábamos a la chariega frotándonos las manos con ganas de calor e intimidad, el anciano nos hablaba de los grandes ríos tropicales, de su majestuoso caudal, y nos decía: «Los nuestros sólo son regueiros». Nos habló largamente de los ríos y nos dijo que los de aquí, el río del Coto, el de Naviego e incluso el mismo río Narcea nacen de una fuente en la montaña, de un regueirín; porque son ríos pequeños; pero que los ríos de América, cuyas orillas no se divisan entre sí, son tan gigantescos porque nacen del mar, de un mar lejano que queda más alto, al otro lado, más allá. Y para convencernos decía: «Porque América tiene mar por los dos lados». Nosotros opusimos resistencia con respetuosos argumentos, alegando que todos los ríos, incluso los de América, tienen las fuentes como origen, igual que los nuestros. Pero el anciano repetía obstinadamente: «Yo estuve allí, yo mismo lo vi, nacen en el mar». Confiaba más en sus recuerdos que en su razón.

   Acaso por defender la humillada posición de segundones en que se dejaba a nuestros ríos, o por no renunciar a nuestra lógica de escuela pública o por sentir que el viejo abusaba de su edad, nos fuimos haciendo un poco malvados y lo asaetábamos con preguntas malintencionadas de las que deducíamos que el anciano no había estado más que diez meses en Cuba con un hermano en el año 1928, que trataba de conservar con grandes esfuerzos un acento extraño más inventado que recordado, que se sentía solo y no sabía leer. Así, triste y acosado por nuestras pruebas contundentes, moviendo la boina en la cabeza sobre su pelo blanco, no tuvo más remedio que ceder y nos dijo: «Puede que tengáis razón, a lo mejor los ríos nuestros nacen también en el mar». Ya no tuvimos nada que responder, porque el misterio de los ríos era tanto que no resultaba soportable sin recurrir a la imaginación. Y para el anciano eran los ríos de su infancia, las aguas que huyen de su origen sin detenerse nunca más que brevemente en los pozos para recordar un instante y perderse luego otra vez, ya definitivamente sin memoria, en lugares desde donde nunca pueden regresar. El viaje a América del anciano había sido uno de esos pozos sombríos, con remolinos, donde se había anclado su memoria y de donde no quería salir. Pero las aguas de los ríos se van y no vuelven más. Por eso algunos piensan —quizás con razón— que lo mejor es no partir. Pero lo más probable es que tanto el origen como el final estén en el mismo sitio, en el mismo mar. Que por más que uno se aleje siempre lleva consigo y siempre regresa al lugar donde nació.

   Al final de la tarde regresábamos a Cangas caminando bajo los nogales y los castaños de la carretera, desde donde caían gotas retrasadas, grandes como manos y sutiles como lágrimas. Aquella tarde un poco triste, en la primera chariega del otoño habíamos aprendido una cosa: que América no existe, que es tan sólo la invención de un aldeano que no supo quedarse ni marchar.


José Avello Flórez
Junio, 1978

El cáliz de los Reyes Católicos del convento de Corias. Mecenazgo y devoción

Catálogo de la exposición realizada en el Museo de Santa Cruz, Toledo, del 12 de marzo al 31 de mayo de 1992. Ministerio de Cultura.

La figura de los Reyes Católicos ha despertado interés desde su contemporaneidad hasta nuestros días. Isabel y Fernando, no solo fueron fundamentales en la unificación de la península ibérica y en el descubrimiento de América, sino que también ejercieron un mecenazgo artístico, principalmente de carácter religioso, que ha dejado una huella imborrable en la historia.

En 1992, durante la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América y de la Reconquista de Granada, se llevó a cabo una revisión moderna de su papel como mecenas de las artes. Este análisis destacó cómo, tras consolidar la unidad cristiana en la península, los monarcas se volcaron en la promoción de actividades religiosas y en la generosidad hacia las instituciones eclesiásticas. La reina Isabel, en particular, fue reconocida por su devoción y prodigalidad.

Piadosa y generosa

Numerosos testimonios de la época presentan a Isabel en una actitud dadivosa. El humanista alemán Hieronymus Münzer la describe como «piadosa sobre toda ponderación, gasta grandes sumas en ornamentos para las iglesias”. Andrés Bernáldez, eclesiástico e historiador español, al narrar su muerte, la menciona como “limosnera y edificadora de templos y monasterios”. Lucio Marineo Sículo, humanista e historiador siciliano nombrado capellán y cronista real por Fernando el Católico, la elogia diciendo: “Era tanto el ardor y diligencia que tenía cerca del culto divino que aunque de día y de noche estaba muy ocupada en grandes y arduos negocios de la gobernación de muchos reinos y señoríos parecía que su vida era más contemplativa que activa”.

Esta devoción se tradujo en una generosidad palpable. Isabel dotó a numerosas iglesias con diversas piezas de orfebrería, muchas de las cuales se conservan hasta el día de hoy. Una de estas piezas llegó al concejo de Cangas del Narcea, concretamente al monasterio de San Juan de Corias.

Una pieza destacada en la exposición de Toledo

En el Museo de Santa Cruz de Toledo, se llevó a cabo una exposición titulada «Reyes y mecenas: los Reyes Católicos, Maximiliano I y los inicios de la casa de Austria en España», entre el 12 de marzo y el 31 de mayo de 1992. La muestra reunió casi 300 piezas, todas ellas recogidas en el catálogo de la citada exposición, entre las cuales estamos obligados a destacar el «Cáliz de los Reyes Católicos del convento de Corias» (pieza número 233).

Un legado perdurable

Este cáliz es testimonio del mecenazgo de los Reyes Católicos y de su dedicación al culto divino. La ficha de esta pieza, elaborada por Yayoi Kawamura, Doctora en Historia del Arte por la Universidad de Oviedo, pone de relieve la importancia de esta obra de platería castellana en el contexto renacentista asturiano, al ser trasladado por los frailes dominicos de Valladolid al convento de Corias en 1859.

233

Cáliz de los Reyes Católicos del convento de Corias

CÁLIZ

ESCUELA CASTELLANA, c. 1500

Plata dorada

24,5 cm altura – 10,5 cm diam. boca -, 18,7 cm diam. pie – 1.000 g

Sin marcas

BIBLIOGRAFÍA:
BELLMUNT Y TRAYER, O., CANELLA Y SECADES, F., 1897, Tomo II, p. 225.
OMAN, C., 1968, fig. 66.
RIQUER, M. de, 1986, p. 302.

Cangas de Narcea (Asturias), Monasterio de San Juan de Corias

Este cáliz fue llevado por los frailes dominicos de Valladolid al convento de Corias, con motivo de la adscripción del mismo a la Orden de Predicadores en 1859. Dicho monasterio había sido benedictino desde su fundación (1043) hasta la desamortización de Mendizábal (1836). Por la presencia de los escudos de la orden dominicana y de los Reyes Católicos, puede suponerse que el cáliz fue donación real, posiblemente al convento dominico de San Gregorio de Valladolid.

El pie estrellado está hecho de galería calada. Su superficie se divide en ocho triángulos con repujados de roleos y ramos de cardo y en dos de ellos aparecen los escudos mencionados:

  • De la Orden de Predicadores: jironado de plata y sable, cargado de una cruz floretada y ocho estrellas, ambas de contracolores.
  • De los Reyes Católicos, cuyo rey de armas del título de Aragón blasona como sigue:

«El rrey de Castilla y de León, de Aragón y de Çeçylia y de Granada. Trae por armas un escudo escuartelado, y el primer cuartel es escuartelado de Castilla y de León; de Castilla, de colorado con un castillo levantado de oro y aventanado de azul, y el de León de plata con un león de púrpura; y el segundo cuartel es partido en palo de Aragón y de Çeçylia: el de Aragón es de oro con cuatro palos de colorado, y el de Çeçylia son las armas de Aragón con dos flans de Çeçylia, que son de plata con cada un ágila de negro myrando el una a la otra; el escudo partydo en punta de las armas de Granada, que es de plata con una granada muy madura y endida, con sus ramas verdes».

Ástil hexagonal. Nudo de estructura arquitectónica gótica con ventanales calados y torrecillas rematadas por pináculos. Subcopa con hojas rizadas de bastante relieve.

La obra es comparable al cáliz burgalés de la colegiata de Ampudia (Palencia), a otro abulense conservado en el Victoria and Albert Museum (Londres) y a otro, algo más tardío y también abulense, conservado en Úbeda.


 

Rumbo a L.lamas

Tras las gestiones oportunas para la cita por parte de Collar, quedamos en encontrarnos en Casa Farruco, en Cangas, a partir de las cuatro y cuarto de la tarde. De camino, coincidiendo con mi paso por delante de la panadería Manín, una repentina hipoglucemia me hizo salivar, y considerando que tenía tiempo suficiente, entré y me dispuse a reponer con un carajto take away los  niveles de azúcar en sangre.

Verónica y su padre Manuel Rodríguez con miembros del Payar del Tous pa Tous, Llamas del Mouro, Cangas del Narcea. Foto: Benito Sierra.

Creyendo,  no sé por qué,  que sería el primero en llegar al punto de encuentro, al abrir la puerta pude comprobar  que ya se encontraban allí Collar,  Jorge, Mercedes y Sandra. A medida que la camarera iba despachando infusiones y cafés al gusto, y con la llegada de Elena y de Benito, pertrechado éste con sus cámaras y resto de equipo, el grupo se fue completando, entre comentarios diversos que incluían la planificación de la jornada.  En la última reunión de El Payar habíamos acordado para este año 2025, año del centenario, entre otras cosas, la organización de una exposición en torno a la cerámica negra de L.lamas del Mouro. Era, por tanto, necesario desplazarse al lugar para recabar información y comenzar a organizar la actividad. Saludos varios, más cafés y, en cuestión de minutos ya nos íbamos distribuyendo en los dos coches que nos iban a llevar a destino: Collar, Sandra, Elena y Benito por un lado y Jorge, Mercedes y yo por el otro.

Carretera abajo, disfrutando de un relativo buen tiempo, al llegar a Xavita, Jorge, gran conocedor del terreno que pisamos y aún mejor conductor, enfoca la pendiente con el debido cuidado y respeto que impone la blanca y helada superficie del avesíu puente que cruza el Narcea.

— Con este cambio de tiempo, y en cuanto caigan cuatro gotas, la carretera se va a poner criminal. Xelada negra, la más peligrosa, porque no se ve.
— ¡Cómo se nota que aún no has desconectado!
— Son solo cuatro meses los que llevo retirado- responde nuestro experto en carreteras.
— Bueno, ahora sí que vas a disponer de más tiempo para el «Tous pa Tous».

Superado el tramo inicial, y a medida que vamos dejando atrás Xarceléi y Pambléi, el valle se va abriendo y las vistas se van haciendo cada vez más espectaculares. Tibios rayos de sol nos obligan a bajar a regañadientes los tornasoles, reduciendo así la visión de tan magnífico panorama. Los Remedios, un verdadero oasis para los habitantes de la zona, nos muestra cómo una pequeña empresa de fabricación de madreñas, complementa la actividad agrícola y hostelera de la familia que la regenta.

Más arriba Bruel.les, con su centro de concentración escolar cada vez más menguado, nos recuerda cómo la despoblación sigue haciendo mella en la comarca.

Y, finalmente, L.lamas. Acercándonos al lugar, nos fijamos en el terreno l.lamuergosu y poblado de xuncleiros y en la superficie del terreno, y cómo las hondonadas circundantes revelan espacios en los que antaño se extrajo la materia prima para la elaboración de los xarros prietos.

— ¿Cuál será la casa Celista?
— Podría ser aquella de allí, pero no estoy segura. Tenemos que preguntarles luego cuál de ellas es.

Manuel Rodríguez, Llamas del Mouro, Cangas del Narcea. Foto: Benito Sierra.

La familia nos espera al pie de la vivienda, y pronto Manuel Rodríguez, el patriarca, nos conduce a través de una escalera, en la parte trasera de la tienda, al taller. Al abrir la puerta, un agradable golpe de calor nos recibe y nos da también la bienvenida. Una vieja estufa de leña en el centro de la estancia se encarga de aclimatarla, al tiempo que reduce la sensación y olor a humedad.

— Sin ésta, aquí no se vive.

Poco a poco, todos los miembros de la expedición vamos distribuyéndonos en el interior de la pequeña habitación, un habitáculo de unos 20 metros cuadrados, salpicado de manchas de barro y en el que se amontonan piezas en distintos momentos del proceso de secado y pulido. Intentando no molestar mucho, vamos ocupando espacios que nos permitan ver y oír, atentos a recoger toda la información que nos sea posible, mientras el maestro alfarero ocupa su lugar, a bordo del torno tradicional.

Mercedes, cuaderno y bolígrafo en mano, comienza a desgranar el cuestionario, que previamente había preparado, y una tras otra surgen las primeras preguntas programadas al coro de otras más improvisadas por parte del resto de los presentes.

Verónica Rodríguez, Llamas del Mouro, Cangas del Narcea. Foto: Benito Sierra.

Al mismo tiempo, en una esquina, junto a la entrada, sentada ante un moderno torno eléctrico, Verónica se afana en el continuo despiece y amasado de una pella de barro. Un golpeo rítmico de manotazos certeros a la pella, con sus correspondientes troceados en dos, acompaña las explicaciones del maestro: «Cuanto más se trabaje, mejor». Tras varios minutos de amasado, coloca la pella sobre el torno, acciona el mecanismo, remoja las manos en un recipiente con agua y, poco a poco, se va produciendo la magia.

Contemplamos el espectáculo creativo mientras escuchamos atentamente todas las explicaciones que el maestro nos va dando: «la extracción del material es mejor hacerla en los meses de septiembre y octubre, cuando el terreno está más seco; en ocasiones, cuando estamos extrayendo barro nos encontramos con otro barrero del que ya se sacó material; hay que retirar primero la capa de tierra vegetal;  secamos al sol y cribamos con la piñera lo mejor posible el material para quitarle los gorbizos, las impurezas; lo mezclamos en proporciones de barro rojo y barro blanco amarillento; 25 % rojo, 75 % blanco; ponemos el barro a remojo en la duerna para su amasado a mano y para frayalu con el porru; ahora eso lo hacemos con el molino; se coloca la pella en el torno y se le va dando forma con la caña y la espeta; se le da altura sacando del fondo, del culo para que este no quede muy gordo; acabada la pieza , se corta con el filo, mientras el torno sigue girando para que quede perfecto; con un canto rodado se procede a bruñir la pieza; pegamos las asas y otros complementos; con el espetu hacemos los agujeros que correspondan; preparamos la fornada, colocando las piezas y cerrando herméticamente con tapines; años atrás, se cerraba el fornu con unas tapas metálicas; «ahora usamos un horno de gas; el horneado lleva unas 16 horas; los tonos metálicos los da la proximidad y el contacto de las piezas y su ubicación en el fornu; las piezas tradicionales eran casi exclusivamente para uso doméstico…»

Nos cuenta también la presencia en el pueblo y por temporadas de teyeros procedentes de la zona de Llanes, y cómo estos se dedicaban a la fabricación de tejas en el lugar. Nos muestra una teja en la que aparece, a modo de registro, el nombre de su abuelo (el teyeru) y el número de piezas fabricadas.

Benito, cámara en ristre, va recogiendo también de forma precisa toda la información posible con sus medios audiovisuales.

Más tarde, y ya en la tienda, nos muestran una colección de piezas clásicas, de gran antigüedad y gran valor, por lo que nos recuerdan la necesidad de poner esmero en el transporte de las mismas para llevar a la exposición y nos recomiendan la posibilidad de asegurarlas de alguna forma:

  • Olla / Tarreña.
  • Vedríu: utilizada para lavar las patatas y como palangana.
  • Xarra: para el vino o la leche.
  • Pixulín / botijo: para el agua fresca.
  • Xarru (prietu) o penada.
  • Feridera o botía: utilizada para elaborar manteca a partir de la nata de la leche. Tiene un orificio en la parte inferior, con un tapón hecho de un palo de madera, para extraer el suero.
  • Ol.la: para la miel o la conservación de chorizos en grasa de cerdo.
  • Quesera o Barreña: para la elaboración de los requesones.
  • Puchero: para el café.
  • Escudiel.la o concu: para servir la comida.

Nos muestran también un recipiente compuesto por 3 piezas para colocar una planta, a modo de macetero, y también dos piezas de conducción de unos 50 cm de longitud cada una de ellas: una pieza que forma parte de una chimenea y otra que forma parte de una cañería para el agua. No nos resistimos a salir de la tienda sin antes mercar alguna pieza que engrose nuestras colecciones particulares.

Fornu de la cerámica negra, Llamas del Mouro, Cangas del Narcea. Foto: Benito Sierra.

Por último, y ya para finalizar, nos conducen al antiguo horno (fornu) en un edificio anejo. El horno consta de tres partes: la parte inferior (hogar o fogón), en la que se enciende el fuego; una parte intermedia llamada treme o parrilla, de barro y con forma de cúpula, con diferentes agujeros que permiten el ascenso del calor y del humo, y la parte superior o cámara, de ladrillo refractario, en la que se colocan las piezas para su cocción. Encima se coloca la cobertura, de forma que permanezca herméticamente cerrada. Esta cobertura se hacía de forma tradicional con tapines (terrones de tierra vueltos hacia abajo y con las raíces hacia el exterior) y más tarde con unas tapas metálicas.

Una serie de restos de vasijas desechadas o rotas, cubiertas de una pátina de añejo polvo y depositadas de cualquier forma y manera en la zona superior del horno conforman una especie de bodegón, con un encanto particular, acentuado por la luz de la estancia.

Nos despedimos y agradecemos a toda la familia su amabilidad y su atención, y con una línea dorada que separa la oscura silueta de la sierra del azul oscuro del cielo que anuncia ya un frío anochecer, encaramos la vuelta a Cangas, no sin antes acercarnos al lugar en el que nos habían indicado la situación de Casa Celista. El imponente palacio asoma y parece navegar entre verdes olas de pasto y rulos de plástico blanco. Sin embargo, la caída de la luz hace que desistamos de acercarnos a la casa. Lo dejamos para otro día.

Un café final en Los Remedios, saludo a los parroquianos y damos por finalizada una buena y fructífera tarde por L.lamas del Mouro.


FOTOGRAFÍAS
(autor: Benito Sierra)

Rumbo a L.lamas


Alejandro Casona y Federico García Lorca

Como apertura del año cultural 2025 en Gijón, las cuatro asociaciones locales de referencia en este ámbito: Ateneo Obrero, Ateneo Jovellanos, Gesto Sociedad Cultural y Sociedad Cultural Gijonesa, organizaron conjuntamente un acto que tuvo como protagonistas a dos nombres mayores de la literatura y del teatro españoles del siglo XX: Alejandro Casona y Federico García Lorca. Dos autores que renovaron la escena española de su tiempo y cuyas trayectorias vitales y artísticas coincidieron en más de un punto, igual que ocurrió con la del periodista argentino de origen gijonés Pablo Suero. Dos libros de reciente publicación han contribuido a traerlos a la actualidad, gracias al gran trabajo de nuestro socio, el investigador cangués, Alfonso López Alfonso.

El acto tuvo formato de entrevista abierta al público, que realizó el poeta y periodista José Luis Argüelles al propio Alfonso López Alfonso, autor de De ida y vuelta. Una mirada sobre la vida y la obra de Alejandro Casona (la monografía definitiva sobre el autor de Besullo, de reciente publicación) y también editor literario, junto a Mirtha Mansilla, de Federico García Lorca, el tiempo compartido, que reúne textos que el periodista Pablo Suero (Gijón, 1898-Buenos Aires, 1943) escribió sobre García Lorca entre 1933 y 1938.

Sus intervenciones se complementaron con la proyección de fotografías (muchas de ellas desconocidas hasta ahora, de Casona, Lorca y Suero) y la audición de un texto, leído en Buenos Aires por el propio Casona, sobre Federico García Lorca antes de su regreso a España en 1962.

De ida y vuelta da cuenta de la vida y la obra de Alejandro Casona. Nacido en 1903 en el pueblo asturiano de Bisuyu / Besullo, en el concejo de Cangas del Narcea, Alejandro Rodríguez Álvarez fue un joven sensible y entusiasta criado entre Asturias, Palencia y Murcia; un maestro eficaz con deseos de ser escritor que logró sacar adelante su sueño a base de esfuerzo y consiguió vivir de lo que escribía a partir de los años treinta del siglo XX, cuando compaginó la dirección del Teatro del Pueblo de las Misiones Pedagógicas con éxitos como el que le proporcionó el prestigioso Premio Lope de Vega en 1933 por La sirena varada. Fue además un dramaturgo que demostró su compromiso con la realidad y los valores de la educación en Nuestra Natacha (1935), por lo que después del estallido de la guerra civil se tuvo que marchar al exilio, donde escribió y estrenó la parte fundamental de su obra: La dama del alba (1944), La barca sin pescador (1945), Los árboles mueren de pie (1949) o La casa de los siete balcones (1957). En el exilio aguantó un cuarto de siglo por voluntad propia —es evidente que no estaba de acuerdo con el régimen dictatorial de Francisco Franco, y en su correspondencia dejó claras muestras de este desacuerdo— y volvió en 1962 para ser tan agasajado por una parte de la crítica como denostado por otra que lo consideraba escapista y desapegado de la realidad social española de los años sesenta. Inmerso en ese panorama vivió sus últimos años y murió en Madrid el 17 de septiembre de 1965.

Federico García Lorca. El tiempo compartido. La relación entre el periodista Pablo Suero y Federico García Lorca marcó la vida del primero. Su «tiempo compartido» se desarrolló entre octubre de 1933 y marzo de 1934, es decir, durante la estancia de García Lorca en Buenos Aires, y, casi dos años después, durante unos pocos días en febrero de 1936, cuando Pablo Suero, importante periodista de origen asturiano, viajó desde la Argentina hasta España y estuvo presente en las elecciones que dieron la victoria al Frente Popular durante la Segunda República. Para Pablo Suero el encuentro con Federico García Lorca el día 13 de octubre de 1933, cuando el escritor granadino llegó a Montevideo para cruzar muy poco después el Río de la Plata hacia Buenos Aires, fue algo providencial, puesto que de alguna forma le hizo adquirir un modesto asiento al lado del mito en el vagón de la posteridad.

Pablo Suero (Gijón, 1898 – Haedo, Provincia de Buenos Aires, 1943) emigró de niño a la República Argentina, donde desde muy joven se ganó la vida en las redacciones de los periódicos haciéndose un nombre como reportero e implacable crítico teatral antes de morir en un accidente de automóvil. Pese a todo, le dio tiempo a convertirse en poeta, traductor, dramaturgo, guionista, letrista de tangos y director de escena, que tuvo entre otras actrices a su cargo a la que luego sería otro mito, Evita Perón. Sin embargo, hoy se le recuerda sobre todo por ser amigo de Federico García Lorca y autor del magnífico libro de entrevistas España levanta el puño (1937), en el que retrata a la flor y nata de la política y la intelectualidad anteriores a la Guerra Civil.

El escritor cangués Alfonso López Alfonso. Foto: Álex Piña.

Alfonso López Alfonso (Moncóu, Cangas del Narcea, 1977) es profesor de Historia y Máster en Historia y Análisis Sociocultural por la Universidad de Oviedo. Miembro del «Tous pa Tous», colabora habitualmente con reseñas, relatos y artículos en revistas como Clarín o Mediodía y ha publicado la novela El aliento en la nuca (2006) y los libros de relatos de tono autobiográfico Camino de vuelta (2008) y El tiempo baldío (Impronta, 2012). Se ha encargado también de editar a autores como Pablo Suero (España levanta el puño y Agonía de un mundo) o José Díaz Fernández (El cine y otras prosas de juventud y Luna del suburbio y otros relatos) y de preparar para el Muséu del Pueblu d’Asturies la edición del libro De La Habana, Nueva York y México a Gijón. Cartas del emigrante Sixto Fernández a su hermana Florentina (1913-1932).

De cuando Cangas del Narcea era un mar, el mar de las fusulinas

La niebla se disipa lentamente, revelando un vasto y silencioso mar que se extiende hasta donde alcanza la vista. Estamos en lo que hoy se conoce como Cangas del Narcea, pero retrocedemos millones de años, a un tiempo en que esta tierra, ahora verde y montañosa, era un mar cálido y poco profundo, habitado por criaturas diminutas llamadas fusulinas.

Los orígenes

En esos días antiguos, la tierra estaba en constante cambio. Las masas de agua y los continentes se desplazaban lentamente, y las capas de sedimentos se acumulaban en el fondo de estos mares primitivos. En medio de este escenario, las fusulinas, con sus conchas calcáreas, dejaron sus huellas en los sedimentos, proporcionando un testimonio fósil que los geólogos futuros encontrarían invaluable.

El carbón, que hasta hace muy poco tiempo extraíamos de estas tierras, comenzó su formación en estos mares. Los sedimentos, blandos y plásticos en su origen, se depositaron en capas horizontales, encapsulando restos de plantas y animales. Con el tiempo, estos sedimentos se endurecieron y se transformaron en las rocas y el carbón que hoy conocemos.

El ciclo del tiempo

La geología nos enseña que los movimientos de la tierra y el agua son cíclicos. Las transgresiones, cuando el mar avanza sobre la tierra, y las regresiones, cuando se retira, dejaron su marca en el paisaje. Las diferentes capas de sedimentos nos cuentan historias de épocas en las que las aguas cubrían todo, seguidas de tiempos en que se retiraban, dejando atrás marismas y tierras pantanosas.

Las rocas que se formaron en estos ciclos sucesivos contienen fósiles que permiten a los científicos establecer sincronismos entre lugares distantes, conectando las historias geológicas de regiones separadas por miles de kilómetros.

El papel de los geólogos

En el siglo XX, el geólogo asturiano Ignacio Patac dedicó su vida a estudiar estas formaciones. En su obra «La formación Uraliense asturiana. Estudios de cuencas carboníferas», publicada en Gijón en 1920, detalló cómo el mar Uraliense se extendía desde Villablino y Cerredo, cubriendo los estratos cambrianos del Narcea, y cómo los depósitos de este brazo de mar eran relativamente delgados debido a su escasa profundidad.

Patac también mencionó el trabajo de otros ingenieros, como Celso Rodríguez-Arango, natural de Cangas del Narcea, cuya memoria sobre el «Coto Cortés» aportó valiosos conocimientos sobre los manchones carboníferos de la región. Estos estudios han sido fundamentales para entender la complejidad geológica y la riqueza mineral de Asturias.

Un legado duradero

Hoy, al recorrer los paisajes de Cangas del Narcea, podemos imaginar un antiguo mar lleno de vida, cuyas aguas tranquilas albergaron a las fusulinas. Los estratos sedimentarios que se formaron entonces han dejado una impronta duradera, proporcionando tanto fósiles valiosos para los geólogos como recursos de carbón para la industria.

El mar de las fusulinas puede haber desaparecido hace mucho tiempo, pero su legado sigue vivo en la geología y la historia económica de la región. Así, mientras caminamos por estos valles y montañas, podemos sentirnos conectados con un pasado remoto, un tiempo en que Cangas del Narcea era un mar, el mar de las fusulinas.

Fuentes:

Para los curiosos o interesados en la materia, aporto a la Biblioteca Digital del «Tous pa Tous» las publicaciones cuya instructiva y entretenida lectura me inspiró a escribir esta breve entrada.


 

Emilio Rodríguez: Poeta espiritual, puro y secreto

Fray Emilio Rodríguez González, dibujando, en el convento de los dominicos de Salamanca, en 1964. Fuente: dominicos.org

Emilio Rodríguez (Villar de Adralés, 1938 – León, 2020) fue un poeta con una producción muy extensa, que se recogió completa por primera vez póstumamente, cuando en el año 2022 fray Bernardo Fueyo Suárez se encargó de editar los dos volúmenes que forman Detrás de las palabras, sacados a la luz por la editorial dominicana San Esteban, de Salamanca.

La formación y el ingenio de este autor le permitieron crear una obra de gran profundidad, con un toque espiritual y múltiples referencias a los lugares en los que se formó como dominico, como poeta y como ser humano. La belleza de sus composiciones reside en que son un testimonio de su visión de este mundo, que nos transmiten las emociones e imágenes que el autor plasmó en un instante que no seríamos capaces de imaginarnos de otra manera.

Emilio Rodríguez González nació en Villar de Adralés (Cangas del Narcea) el 9 de julio de 1938. Sus padres, Emilio y Hermenegilda, eran campesinos que poseían una pequeña explotación agrícola y ganadera, como era común en la zona. Sus primeros años de estudio los cursó en su pueblo natal, y a los 15 años ingresó como alumno interno y aspirante dominico en el cercano monasterio de San Juan Bautista de Corias.

Era el menor de diez hermanos y creció en un ambiente rural, rodeado de imágenes naturales, idílicas, que le marcarán como persona y como poeta. Entre los recuerdos de su juventud podría rescatarse una imagen que, aunque triste, tiene gran fuerza en su obra Como árboles que andan, en la que describe a un “picador” de la mina. La minería, y sus consecuencias en el concejo de Cangas del Narcea, fue un tema de gran impacto entre sus paisanos, y no es de extrañar que Emilio Rodríguez recuerde con cierta amargura esta situación: la de un picador regresando de la mina. El poema dice así:

Emilio Rodríguez, retrato digital impreso sobre aluminio, 70×55 cm, del prolífico artista y singular retratista Florencio Maíllo.

Volvía con la fatiga
doblada sobre el hombro
como un cántico.

Solamente el miedo y la canción
le estaban permitidos.

Tenía las manos escritas
con palabras
que nadie había leído,
que nunca serán consideradas
como nuevas.

Subía por los bancales
masticando la niebla
a bocanadas,
por temor a olvidarse
de que el aire
es vida gratuita.

Tenía la voz oscura
como el viento,
y una larga historia
de raíces
en la piel.

No sabía que algunos días amanece
y que el agua también puede
volverse de colores.

Fue en el monasterio de Corias donde Emilio Rodríguez desarrolló las dos pasiones que lo acompañarán el resto de su vida: la literatura y el dibujo. Su profesor de literatura, con el fin de completar el estudio de la métrica, encargaba a los alumnos pequeñas composiciones personales, y las de Emilio eran tan brillantes que le animó a seguir el camino de la poética.

Después de Corias continuó sus estudios en Caleruega (Burgos), localidad que evocará muchos años después, en el año 2002, en su poemario En absorta luz, dejando constancia del impacto que le causaba la inmensidad cargada de Historia del paisaje castellano: “Silencio en los castillos… / Silencio en las orillas / de aquel río / que pudo describir / tantas batallas”. De Caleruega pasó a Las Caldas de Besaya (Cantabria), trasladándose durante los veranos al santuario de Nuestra Señora de Montesclaros, donde los estudiantes seguían cursos de idiomas, música y literatura. Algo de aquellos instantes atrapa en el poema “Montesclaros”, de su libro Fugaz y permanente (2018): “Ahora en ti descubro / que todos los finales / narran, a su modo, / el tiempo y las veredas”.

Entre 1961 y 1966 estudió en Salamanca, en el convento y facultad de Teología de San Esteban, de donde salió licenciado y ordenado sacerdote de manos del célebre Vicente Enrique y Tarancón.

Años clave para Emilio Rodríguez fueron los que pasó en Pamplona, donde, en 1966, decidió cursar Periodismo. Fue durante este período cuando consiguió su primer éxito literario triunfando en los Juegos Florales celebrados por la Universidad de Navarra con un breve poemario titulado Gustando el sabor del Pirineo.  Esta es una de sus primeras composiciones de cierta envergadura, y sus poemas, concordando con el título, evocan paisajes montañosos, nevados, solitarios, impregnados de un aura de misterio y de tenebrosa calma:

Caballos de andar la niebla
van los aires al sendero.
Está el silencio en cuclillas,
está el silencio o el miedo.

Subida de corazones
donde la nieve es acero,
están los pájaros tibios
del encuentro sin encuentro.

 Tras finalizar los estudios de Periodismo, Emilio Rodríguez fue trasladado en 1970 a Guadalajara, con la tarea de gestionar la imprenta y la Editorial OPE. Fue nombrado subdirector de la editorial, y, además, director de la revista Cruzada misionera, en la cual comenzó a publicar artículos con distintos comentarios sobre situaciones sociales o referentes a la Iglesia. En esa revista publicó también varias composiciones de prosa poética.

A pesar de todo este ajetreo intelectual, no terminó nunca de encontrarse satisfecho con sus tareas en Guadalajara y decidió aceptar una oferta para dirigir la emisora local de la cadena radiofónica COPE en Salamanca. Dedicó estos años al trabajo, pero sin abandonar la producción literaria, bastante prolífica en este tiempo. Escribió en Salamanca Pregunto por el silencio y Como árboles que andan, entre otras obras. En estos libros se encuentran algunos de sus poemas más estimables.

En 1980 promovió la creación de una tertulia literaria que provocó a su vez el nacimiento, en 1983, de la revista Papeles del martes, llamada así por el día en el que esta tertulia tenía lugar. En la tertulia y la revista participó con entusiasmo desde su fundación hasta su muerte, publicando gran cantidad de composiciones en Papeles del martes, entre las que, en el número 29, encontramos un bonito homenaje a su tierra natal: un pequeño conjunto de poemas titulado País de Niebla (Narcea). Aquí describe sensaciones y paisajes de su concejo natal, como el correr de los regatos o el palpitar de las gotas de lluvia sobre las ortigas, pero también, haciendo gala de una profunda comunión espiritual con el paisaje, añade un toque de esa profundidad trascendente que a la naturaleza únicamente le puede aportar el intelecto humano:

Edición completa de la poesía de Emilio Rodríguez.

Aquí se queda el tacto
como guardián silente
de los espinos vivos
donde rige la niebla.

Marcamos territorios
invadidos de ausencia
y nos quedamos quietos
vigilando fantasmas.

Las piedras del pasado
son nuestros asideros
para un vado imposible
del río que nos nombra.

Aquí se esconden todos
los sonidos sobrantes
de los días encendidos
con la noche de espaldas.

Emilio Rodríguez fue cangués de nacimiento, pero también fue salmantino de sentimiento, porque allí tuvo lugar la parte más importante de su vida, la que con más cariño recordaba.

Debido a su relevo, en contra de su voluntad, como director de la COPE, se vio forzado a cambiar su lugar de residencia al ser trasladado en 1991 a la localidad de Parquelagos, en La Navata (Madrid). El poeta sintió enormemente la marcha de Salamanca, donde tenía su ambiente literario, debido a todo lo que dejaba atrás. A esto vino a sumarse a una arriesgada operación provocada por un cáncer. Sin embargo, a pesar de los reveses, Emilio Rodríguez no dejó de lado la parte creativa de su vida, siguió escribiendo y pintando, logrando que en Parquelagos se formara una nueva pequeña comunidad que apoyaba y estimaba su obra, lo que le ayudó a seguir adelante.

En 2010 se editó en Salamanca Mar que huye. Antología 1977-2008, que presenta un estudio de la obra de este autor dirigido por el profesor Antonio Sánchez Zamarreño, quien es, hoy en día, el experto con mayor precisión y visión poética sobre la obra de Emilio Rodríguez.

Habiendo visto publicada su primera antología, en 2019 su salud comenzó a deteriorarse, lo que provocó que en 2020 ingresara en la Residencia Virgen del Camino (León) para recibir los cuidados médicos necesarios. Emilio Rodríguez falleció el 15 de noviembre de 2020, dejando atrás una vida espiritualmente rica y laboriosa y una obra valorada únicamente en los círculos literarios del entorno de la Iglesia en que él la dio a conocer y alejada de lo que se consideran los circuitos convencionales de la literatura. Fue, por tanto, un poeta secreto fuera del círculo de las editoriales eclesiásticas, pero quien se asome a Detrás de las palabras, los dos volúmenes de su poesía reunidos con mimo por fray Bernardo Fueyo Suárez y analizados en cuanto a su poética por María del Sagrario Rollán, comprenderá enseguida que se encuentra ante una obra de sumo interés, con una carga metafísica, una capacidad de reflexión y un acierto en la emoción contenida no tan usada entre los grandes poetas y que bebe de las fuentes de la poesía pura que desbrozaron grandes maestros como Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén o Claudio Rodríguez, por lo que la poesía de Emilio Rodríguez merece ser leída y difundida.

Artículo relacionado: Emilio Rodríguez (1938-2020), un poeta cangués recuperado

‘Un caso escandaloso y ejemplar: Villaláez (1979)’, por Emilio Marcos Vallaure

Pinturas murales en el interior del testero de la iglesia de San Juan de las Aguas de Villaláez (Cangas del Narcea).

Hay hechos que los pueblos no deben olvidar. El caso de la iglesia, las pinturas murales y el retablo de la parroquia de San Juan de Villaláez, en Cangas del Narcea, del siglo XVI, es uno de esos. Lo contó Emilio Marcos Vallaure, socio del «Tous pa Tous», en un informe escrito en 1979 cuando ocupaba el cargo de director de Patrimonio Histórico, siendo consejero de Cultura y Deportes Atanasio Corte Zapico, en aquel gobierno de la conocida como Preautonomía asturiana (1978-1981). El Consejo Regional de Asturias, presidido por Rafael Fernández, era un gobierno sin competencias. La autoridad la seguían teniendo las delegaciones en Asturias de los ministerios del gobierno de España. La autonomía llegará a finales de 1981 y con ella la integración de los viejos funcionarios en la nueva administración.

El informe sobre Villaláez se publicó en 1980 en «Datos e informes para una política cultural en Asturias», un libro que recoge proyectos y actuaciones de aquella consejería de Cultura y Deportes hechos con la esperanza de una verdadera renovación y a partir de un profundo conocimiento de la realidad asturiana. Lamentablemente, la mayoría de estas propuestas no se llevaron a cabo.

Ahora, lean los acontecimientos acaecidos en aquellos años setenta en Villaláez, donde, como dice este informe, no solo se destruyó una excelente iglesia del siglo XVI, sino que para lograrlo se conculcaron los más elementales derechos humanos, y después, contemplen las fotografías del estado actual del testero de la iglesia que no se derribó en 1979 porque en él había unas valiosas pinturas murales.


Informe


Fotografías del estado actual

  • Villaláez: Iglesia derribada
    Estado actual del interior de la derribada iglesia de Villaláez donde había unas interesantes pinturas murales.
  • Villaláez: estado del testero
    Estado actual del testero de la iglesia de Villaláez donde estaban las pinturas murales.
  • Villaláez: fuente
    Fuente junto a la iglesia de San Juan de Villaláez.
  • Villaláez: Iglesia actual y cementerio
    Iglesia actual y cementerio de la parroquia de Villaláez. Detras de la iglesia está el testero del templo del siglo XVI.

Presentación del libro de Alfonso López Alfonso «De ida y vuelta. Una mirada sobre la vida y la obra de Alejandro Casona», por Antonio Fernández Insuela

Presentación del libro de Alfonso López Alfonso

De ida y vuelta. Una mirada sobre la vida y la obra de Alejandro Casona
(Gijón/Xixón: Tous pa Tous – Impronta, 2024)[1]

Antonio Fernández Insuela
Catedrático de Literatura Española
de la Universidad de Oviedo

Por iniciativa de Juaco López Álvarez, prestigioso etnógrafo, director del Muséu del Pueblu d’Asturies y presidente de la histórica asociación cultural «Tous pa Tous. Sociedad Canguesa de Amantes del País», el profesor, escritor e investigador Alfonso López Alfonso acaba de publicar el estudio De ida y vuelta. Una mirada sobre la vida y la obra de Alejandro Casona, en la editorial gijonesa Impronta, cuyos responsables, Marina Lobo y Carlos González Espina, gozan de amplia y prestigiosa trayectoria en el mundo de los libros y las bibliotecas. Otra figura clave en la elaboración de este libro es Luis Miguel Rodríguez Sánchez, sobrino y albacea de Alejandro Casona y que una vez más demuestra con hechos su generosa ayuda a los estudiosos del escritor nacido en 1903 en Bisuyu (Cangas del Narcea) y fallecido en Madrid en 1965.

Presentación el 14/11/2024 en la librería «Pasa página» de Oviedo, de la biografía de Alejando Casona. De izda. a dcha.: Luis Miguel Rodríguez, sobrino de Casona; Antonio Fdez. Insuela, catedrático de Literatura Española de la Universidad de Oviedo; el autor, Alfonso López Alfonso; y el presidente del «Tous pa Tous», Juaco López.

Hablando de estudiosos casonianos, creo que es de justicia recordar a dos que nos dejaron hace poco tiempo, en el año 2020: el profesor valenciano de la universidad del Sarre (Alemania) José Rodríguez Richart, pionero en la investigación académica sobre Casona, al que dedicó más de medio siglo de estudios imprescindibles, documentados y ponderados, y José Manuel Feito, cura y erudito somedano de numerosas iniciativas socioculturales en la parroquia de Miranda de Avilés, pueblo donde, por otra parte, unas décadas antes había ejercido como maestra -maestra renovadora- la leonesa Faustina Álvarez García, la madre de Casona, a la que Feito dedicó un libro justamente reivindicativo. Ambos investigadores tienen, como es lógico, amplia presencia en el libro de Alfonso López Alfonso.

Un libro que era estrictamente necesario, pues hay cientos de trabajos sobre Casona (varios libros, artículos, ediciones prologadas de sus obras, etc.), pero hasta ahora no existía en castellano ningún volumen extenso y actualizado (De ida y vuelta… tiene más de 300 páginas de texto y 33 de fotos) que presentara al lector el conjunto de la trayectoria vital y cultural de dicho escritor[2], que no es solo la de dramaturgo, con la que obtuvo fama internacional: fue también maestro e inspector de enseñanza primaria, poeta, narrador de cuentos propios y adaptador de relatos históricos, literarios o legendarios ajenos, director del Teatro del Pueblo integrado en las republicanas Misiones Pedagógicas, infatigable colaborador en la prensa y la radio de diversos países hispanos, guionista de cine, etc. No deja de ser un tanto llamativa esa ausencia de un tal estudio del conjunto, pero ahora, afortunadamente, este trabajo lo lleva a cabo Alfonso López Alfonso, lo que me parece lógico por la feliz confluencia de varios factores: la histórica labor de “Tous pa Tous”, la personalidad y actividades culturales de Juaco López y Alfonso, ambos de profunda vinculación con Cangas del Narcea, el concejo natal de ellos y de Casona y la muy notable producción investigadora internacional que ha surgido en los últimos veinticinco años con nuevas informaciones y perspectivas sobre este autor.

Alfonso, nacido en el pueblo de Moncóu, es licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo —en una asignatura optativa de literatura española fue excelente alumno del autor de estas líneas—, es profesor numerario en el IES Escultor Juan de Villanueva (Pola de Siero) y, además, es investigador riguroso, con feliz inclinación a vincular literatura e historia, apasionado buscador de literatura y cultura en la prensa impresa o ahora digitalizada, y escritor que cultiva la poesía, el relato y la crítica. También es un muy activo militante en el estudio de la cultura, en el más amplio sentido, de su concejo natal. Recomiendo que al respecto se lea su libro El tiempo baldío (Gijón, Impronta, 2012), conjunto de estampas en las que refleja su vida y su visión de su tierra, del pueblo en que nació. Sus experiencias de niño, su mirada a familiares presentes o emigrados y a sus vecinos es una honda y emotiva indagación en sentimientos y vivencias de un entorno concreto, pero que por el modo de analizarlos y la elegancia, claridad y precisión con que los expresa sirven para cualquier otro ámbito local y temporal similar. Como investigador y crítico publicó informados y reflexivos trabajos acerca de diversas personalidades: Alejandro Casona, Pablo Suero -periodista, crítico y poeta de origen gijonés asentado en Argentina y de relación breve pero compleja con el escritor nacido en Bisuyu, al que conoció meses antes de la guerra civil-, Gumersindo Díaz Morodo “Borí”, -político y periodista republicano cangués fallecido en el exilio-, y, sobre todo, José Díaz Fernández (1898, Aldea del Obispo, Salamanca – 1941, Toulouse), narrador, crítico, político republicano con raíces familiares en el occidente de Asturias, amigo y contertulio de Casona en el Madrid de preguerra, y fallecido muy pronto en el exilio francés. Alfonso, gracias en gran medida a sus investigaciones en fuentes hemerográficas, ha dado a conocer estampas y semblanzas publicadas por Díaz Fernández en los años veinte en la revista Ondas, de Unión Radio, la futura Cadena Ser (El cine y otras prosas de juventud, Gijón, Ateneo Obrero de Gijón, 2011, Fortuna Balnearia,18, edición y prólogo de Alfonso López Alfonso). Dos años después también puso prólogo y editó del mismo escritor Luna de suburbio y otros relatos. Narrativa breve completa (Sevilla, Renacimiento, 2013, Biblioteca de Rescate, La Novela Corta, 3). Y más recientemente dio a conocer una serie de poemas que dicho escritor y político había publicado en la revista Asturias de La Habana (“Selección de poemas de juventud de José Díaz Fernández (1917-1921)”, Mediodía. Revista hispánica de rescate, Sevilla, 3, 2020, pp. 88-102). Hay que indicar que dicho escritor y político se había referido a su amigo Casona en algún que otro artículo publicados en el periódico republicano federal barcelonés El Diluvio[3] . De todo lo que acabo de exponer creo se puede deducir que ya antes de ponerse a escribir el libro sobre Casona nuestro investigador ya había demostrado fehacientemente su capacidad crítica y su conocimiento del ambiente literario y social en que se desenvolvió su paisano antes de la guerra y después en el exilio.

La muy variada producción cultural del exilio derivado de la guerra civil española tardó en conocerse en el interior de España por razones obvias. Tras la muerte de Franco, como es lógico la situación cambió por completo, pero Casona y su obra, una vez pasó la gran expectación que había causado con su visita en 1962 -cuando retiró su veto a ser representado bajo el franquismo- y con su regreso definitivo en 1963, cayeron en un relativo olvido en los ámbitos culturales convencionales tras su temprana muerte en 1965. De todos modos, una aclaración: en los escenarios teatrales, con las inevitables fluctuaciones de los gustos o modas literarias, Casona siempre estuvo presente en España a partir de 1962 y, además, sus obras -teatrales o no- se editaron y reeditaron aquí y en numerosos países de varios continentes. Hay que reseñar -y lamentar- que en numerosas ediciones de sus obras tras el año 2000 muy pocas veces incluyen en sus prólogos las nuevas informaciones que sobre él se están publicando en ámbitos académicos desde fines del siglo XX.

Alfonso, investigador riguroso, sí tiene en cuenta estos recientes estudios, cuya aparición está relacionada con el nuevo interés que por la literatura del exilio republicano de 1939 surge con motivo del sesenta aniversario de la terminación de la guerra civil. En este aspecto, son fundamentales las iniciativas en la década final del siglo XX del profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona Manuel Aznar Soler y su amplio equipo de investigación, habitualmente conocido como GEXEL (Grupo de Estudios del Exilio Literario). Los diversos congresos, jornadas, etc. que promovieron y siguen promoviendo en numerosas universidades españolas y extranjeras motivaron que un amplio número de críticos de distintos países hayan publicado estudios que aportan muchas novedades sobre Casona. En ese marco, pero, a la vez, independiente del grupo GEXEL, al cumplirse en 2003 el centenario del nacimiento del autor asturiano, a iniciativa del profesor Rodríguez Richart, apoyada por Luis Miguel Rodríguez, se lleva a cabo en la Facultad de Filología de la Universidad de Oviedo el congreso internacional “Homenaje a Alejandro Casona (1903-1965)”, donde participaron treinta investigadores de más de quince universidades y centros de investigación de diversos países. Permítaseme decir que el comité organizador (los profesores María del Carmen Alfonso García, María Crespo Iglesias, María Martínez-Cachero Rojo, Miguel Ramos Corrada -lamentablemente ya fallecido- y el autor de estas líneas) no quedó descontento del trabajo realizado, que se materializó en la publicación del volumen Actas del “Homenaje a Alejandro Casona (1903-1965)”. Congreso Internacional en el centenario de su nacimiento (Oviedo, Fundación Universidad de Oviedo / Ediciones Nobel, 2004, 630 pp.) que incluyen una treintena de artículos sobre las muy diversas facetas que modelan la personalidad privada y creadora de Casona, muchas de ellas hasta entonces desatendidas por la crítica. En síntesis, creo que puede decirse que la imagen personal y artística del autor sale ampliamente enriquecida por la publicación de relevantes informaciones documentales y nuevas perspectivas de análisis de sus obras. Alfonso, obviamente, también acude con frecuencia a ese volumen, hoy agotado.

Naturalmente, también tuvo que indagar en otros lugares, sobre todo archivos públicos y privados en los que cabría esperar que hubiera nueva documentación sobre Casona. En unos casos, esa esperanza se materializó, en otros, lamentablemente, no, como acostumbra a suceder en cualquier proceso serio de investigación literaria. En el aspecto positivo, quiero reiterar la generosa ayuda que le dispensó Luis Miguel Rodríguez, que puso a su disposición la correspondencia familiar del autor y otros grupos de cartas. Así, Alfonso nos dará a conocer misivas hasta ahora inéditas y que sirven para saber de primera mano lo que Casona y su familia más próxima sentían, p. ej., acerca de la guerra civil o sobre la nostalgia que el escritor tenía por su tierra durante un exilio que llegará a durar un cuarto de siglo. También publicará Alfonso algunas otras cartas del mismo fondo documental de figuras relevantes de la cultura y la historia española de la época.

En lo que concierne a otros archivos, en este caso públicos, tienen especial relevancia los dos testimonios de enero de 1962, acerca de la dispar actitud de la Dirección General de Seguridad ante la solicitud de venida de Casona a España. En los dos documentos que aporta Alfonso vemos cómo en el plazo de una semana dicho organismo policial retira su agresiva oposición al regreso del escritor republicano. Un regreso que, por cierto, motivará un notable revuelo en círculos del exilio, como señaló la profesora Isabel Jardón López (“El regreso del exilio de Alejandro Casona: Correspondencia epistolar con Joaquín Maurín”, Clarín, 51, mayo-junio 2004, pp. 83-88).

En el aspecto negativo de esa búsqueda de nueva documentación, sobre todo epistolar, podemos indicar que Alfonso, a pesar de sus gestiones, no logró localizar las cartas que se cruzaron entre Casona y su paisano y amigo el profesor Juan Rodríguez-Castellano, quien había publicado varios artículos breves pero muy ilustrativos sobre el escritor asturiano que vieron la luz en prestigiosas revistas del hispanismo en Estados Unidos, donde ejerció en diversas y prestigiosas universidades hasta su muerte en Saint Petersburg (Florida) en 1970. Natural de Bisuyu, formó parte de una familia evangélica de este pueblo[4], en la que destacaron su hermano Lorenzo, prestigioso dialectólogo y director que fue de la Biblioteca Pública de Asturias, y la esposa de este, la profesora Adela Palacio Gros, que dedicó a Casona dos documentados trabajos, del que quiero destacar el titulado “Presencia de Asturias en la obra de Alejandro Casona” (Boletín del IDEA, XLVIII, 1963, pp. 155-201). Dadas las circunstancias que concurrieron en la amistosa relación de esta familia con el escritor y basándonos sobre todo en lo que el propio Juan Rodríguez-Castellano afirma en sus artículos sobre su amigo, el epistolario completo entre ambos tuvo que ser muy interesante. Dos breves muestras nos lo sugieren. En 1942 en su artículo “Alejandro Casona – Expatriado español” (Hispania, 25: 1, 1942, pp. 49-54) afirmaba Juan Rodríguez-Castellano:

Conozco a Alejandro Casona desde la infancia. Nos criamos en el mismo pueblo asturiano y hasta creo que somos algo parientes. Juntos solíamos pasar algunas vacaciones de verano y en ocasiones representábamos comedias con el doble objeto de entretenernos nosotros y de ofrecer pasatiempo a incautas damiselas provincianas.

O, diez años después, en el texto titulado “Casona y Asturias” (Hispania, 35: 4, 1952, 392-394) decía:

«En cuantas comunicaciones he recibido de Casona nunca he dejado de advertir su constante amor a la tierrina y su nostalgia -más o menos acentuada según las circunstancias- por la Asturias aldeana de su infancia […]. Idéntica nostalgia de su tierra se respira en sus cartas. Próxima a terminar la segunda guerra mundial, cuando aparentemente abrigaba el autor esperanzas de regresar a España, se expresaba de esta manera. “¿Será posible que el hermoso sueño se realice al fin y que pronto podamos vernos y abrazarnos sobre la tierra querida? Solo vivo para esperar eso».

Con el amplio material bibliográfico que pudo utilizar y con sus propios investigaciones y descubrimientos, que, generosamente me iba comunicando, Alfonso López Alfonso ha conseguido un libro en el que quien no conozca la trayectoria vital y literaria de Casona descubrirá a una figura fundamental en la historia del teatro español de la primera mitad del siglo XX, posiblemente nuestro dramaturgo contemporáneo de más éxito en el ámbito internacional (dejando aparte alguna obra de García Lorca). Y quien ya haya leído o visto las obras del autor asturiano, ahora se encontrará con numerosas e interesantes informaciones nuevas.

Estamos ante un estudio que va mucho más allá del propósito inicial de ser un texto meramente divulgativo y que, más informativo que de estricta crítica literaria, pero sin que falte esta, es un trabajo perfectamente construido, con un ensamblaje impecable de la vida personal y la faceta pública creadora y política de Casona, distribuida en seis apartados que corresponden a etapas o vivencias relevantes del biografiado. Finaliza el estudio con diez páginas de una muy pertinente bibliografía, los agradecimientos y el ya aludido álbum fotográfico de 30 páginas de imágenes, varias ya publicadas y otras me parece que desconocidas, al menos para mí. Es apartado final se inicia con fotos de Bisuyu y de la infancia de Casona y finaliza con la de su tumba en el madrileño cementerio de la Almudena.

Como era de esperar, dados sus antecedentes literarios, el escritor e historiador Alfonso López Alfonso en De vida y vuelta… ofrece a los lectores una prosa clara y precisa que conjuga soltura narrativa, contenida sensibilidad y reflexividad iluminadora Recordemos, p. ej., este pasaje al final del capítulo de la vida y la obra:

«Alejandro Rodríguez Álvarez murió en Madrid el 17 de septiembre de 1965. Vino a morir a casa, que es donde quieren morir todos los que al abrir por primera vez los ojos a este mundo ven las hayas, los robles y los castaños, las montañas y los prados verdes; y escuchan su lenguaje como una cadencia dulce que se va alojando en la conciencia para grabarles en la memoria la profecía de que antes de morir tienen que ovillarse como un feto y volver al origen, porque la vida es más de quien sabe morir arropado por el manto caliente de la tierra que le enseñó el primer lenguaje, el del paisaje, que entra por los ojos y los oídos y no entiende de significantes y significados y es tan universal que cada hombre tiene el suyo propio…» (pp. 288-289).

Me atrevo a pensar que estarían de acuerdo con estas palabras de Alfonso el José Díaz Fernández de la estampa “A través de Asturias: El alma del paisaje” (El cine y otras prosas de juventud, pp. 148-151) y el Casona de numerosos textos, artículos periodísticos incluidos, pero en especial el de La dama del alba, de La casa de los siete balcones, del artículo “Las tres Asturias” (Asturias, Buenos Aires, 225, 1942, p. 2), el que en “Carne y alma de España en el paisaje” (VV. AA., Imágenes de España, Buenos Aires, Delegación de la Unión Internacional de Socorro a los Niños en América Latina, 1946) afirma que “conocer un paisaje es casi conocer al hombre” o el que en una entrevista con el crítico José Luis Cano (C[ano], J[osé] L[uis], “Charla con Alejandro Casona”, Ínsula, 191, octubre de 1962: 5) dice que “[e]n última instancia solamente se llega a lo universal por el camino de lo nacional. Solamente se está en condiciones de hablar con el hombre después de haber hablado larga y entrañablemente con Juan”.

Por todo lo dicho, quiero expresar mi más sincera felicitación a Juaco López, al Tous pa Tous, a Impronta (Marina Lobo y Carlos González Espina) y, muy especialmente, como es lógico, a Alfonso López Alfonso por este magnífico trabajo De ida y vuelta. Una mirada sobre la vida y la obra de Alejandro Casona.

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  1. El 14 de noviembre de 2024 en la librería «Pasa página», Oviedo / Uviéu.
  2. Sí existe un serio estudio en inglés, el del investigador casoniano Harold K. Moon, de la Brigham Young University (Provo, Utah): Alejandro Casona, Boston, Twayne Publishers, 1985, Twayne’s Authors Series, 748, 157 pp. Por la fecha de su publicación, obviamente no pudo conocer la variada y novedosa producción bibliográfica sobre Casona publicada desde fines del siglo XX.
  3. Puede verse Antonio Fernández Insuela, “Opiniones sobre literatura en los artículos de José Díaz Fernández en 1936 en el diario El Diluvio (Barcelona)”, en Homenaxe al Profesor Xosé Lluis García Arias, Uviéu, Academia de la Llingua Asturiana, 2010, tomu II, pp. 793-814).
  4. Numerosos naturales de Bisuyu se apellidaban Rodríguez y en muchos casos eran evangélicos. Puede verse al respecto José Luis Fernández Álvarez, “Después de Lutero, los Rodríguez de Besullo”, en https://www.protestantes.net/archivo.asp?id=1650.

Historia del «Registro del Monasterio de Corias (Siglo XIII)». Despedida de Cangas del Narcea en 1867

Hace unos días el «Tous pa Tous» donó a la biblioteca municipal de Cangas del Narcea el volumen segundo de El Libro Registro de Corias (Oviedo, IDEA, 1950), editado por Antonio C. Floriano, que recoge la transcripción del Registro del monasterio de Corias realizado en el siglo XIII. El Registro es una de las joyas del archivo de este monasterio que estuvo en Corias hasta 1835 y que actualmente está en la biblioteca del monasterio benedictino de Montserrat (Barcelona). Vamos a contar su historia, que no deja de ser una muestra más de la pérdida de patrimonio cultural que ha sufrido Cangas del Narcea en los últimos dos siglos.

  • 01 Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII
    Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII. Biblioteca del monasterio de Monserrat (Barcelona), ms 787
  • 02 Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII
    Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII. Biblioteca del monasterio de Monserrat (Barcelona), ms 787
  • 09 Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII
    Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII. Biblioteca del monasterio de Monserrat (Barcelona), ms 787
  • 11 Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII
    Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII. Biblioteca del monasterio de Monserrat (Barcelona), ms 787
  • 14 Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII
    Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII. Biblioteca del monasterio de Monserrat (Barcelona), ms 787
  • 17 Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII
    Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII. Biblioteca del monasterio de Monserrat (Barcelona), ms 787
  • 18 Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII
    Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII. Biblioteca del monasterio de Monserrat (Barcelona), ms 787
  • 20 Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII
    Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII. Biblioteca del monasterio de Monserrat (Barcelona), ms 787
  • 50 Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII
    Hojas del «Registro del monasterio de Corias», siglo XIII. Biblioteca del monasterio de Monserrat (Barcelona), ms 787

 

El Registro del monasterio de Corias es un tomo de 101 folios de pergamino (28 x 19 cm) escrito en latín. Comenzó a redactarse en 1207 por el monje Gonzalo Juánez con el fin de dejar constancia de los bienes y derechos que el monasterio había adquirido desde su fundación en 1043 hasta ese año. La última adquisición registrada es de 1232. Además, la obra contiene un preámbulo en el que el autor cuenta las razones para hacer este registro y la historia de la fundación del monasterio, y concluye con noticias de la vida y actividad de los ocho primeros abades de Corias.

Este manuscrito es una valiosísima fuente de información para conocer la formación del dominio del monasterio de Corias, que fue el mayor hacendado de Asturias, y la historia del occidente de Asturias en la Edad Media. Ha sido transcrito y editado en dos ocasiones: la primera por Antonio C. Floriano en 1950, que ya hemos citado, y la segunda en 2000 por Alfonso García Leal, El Registro de Corias (Oviedo, RIDEA). Sobre este Registro es interesante leer también el estudio de María Elida García García, San Juan Bautista de Corias. Historia de un señorío monástico asturiano, siglos X-XV (Oviedo, Universidad de Oviedo, 1980), que analiza pormenorizadamente esta fuente de estudio.

En 1835, durante la Desamortización de Mendizábal, cuando el Estado incautó todas las propiedades monásticas y expulsó a los monjes de sus casas, el voluminoso archivo del monasterio de Corias fue trasladado a la Delegación de Hacienda de Oviedo con el fin de tener información sobre sus fincas y rentas para proceder a su venta. Después se llevó a Madrid, a la Real Academia de la Historia y, por último, a partir de 1866, ingresó en el Archivo Histórico Nacional (Sección de Clero) donde permanece actualmente. Está formado por 57 legajos de escrituras, siete carpetas de pergaminos y 53 libros de ejecutorias, cobros, ventas, apeos, etc.

Sin embargo, no toda la documentación de este monasterio llegó al Archivo Histórico Nacional. Alguna nunca salió del propio monasterio, probablemente porque fue ocultada por los benedictinos; esta documentación, formada por 80 libros de propiedades y cobradores de rentas, pasó a manos de los dominicos cuando en 1860 se establecieron en el monasterio y desde 2002 está en el Archivo Histórico de Asturias (puede verse su inventario en la web Archivos de Asturias). También sabemos que alguna documentación de Corias que estuvo en la Delegación de Hacienda de Oviedo, nunca ingresó en el Archivo Histórico Nacional. Por último, una parte del archivo fue retirada y escondida por el fraile Clemente Quiñones, movido por su celo de monje benedictino y su oposición a la desamortización. Esta documentación quedó en la villa de Cangas del Narcea. Que sepamos tenía en su poder unos apeos o deslindes de fincas, una «Tabla de arrendamientos» del siglo XVIII, y el Registro de Corias del siglo XIII, así como un índice de este registro de 31 hojas realizado en 1710 para facilitar la búsqueda de bienes («Tabla del tumbo de el monasterio de Corias»).

Índice del «Registro de Corias», 1710. Biblioteca del monasterio de Montserrat (Barcelona), ms. 788

Quiñones, después de la expulsión de los monjes, se quedó a vivir en la villa de Cangas del Narcea donde residía una sobrina casada con el comerciante Manuel Uría y un sobrino llamado Claudio. Como exclaustrado cobraba una pequeña pensión del Gobierno, y se ganaba la vida como administrador de los bienes del conde de Peñalba en el concejo de Cangas del Narcea, y también haciendo particiones de herencias, prestamos de dinero, ganado en aparcería, cultivo de una viña y producción de vino, etc. Falleció con posterioridad a 1883.

El 4 de enero de 1867 envió el Registro de Corias por correo certificado al monasterio de Montserrat. El envío le costó 42 reales, que le pareció «carito». El paquete fue a nombre del rector de Esparraguera para entregar al abad de Montserrat. Esta abadía catalana también había sido desamortizada en 1835, pero en 1844 fue devuelta a los benedictinos.

Durante 32 años, Clemente Quiñones tuvo en su poder el Registro de Corias. Para él era algo más que una fuente histórica, era un símbolo de su antiguo y poderoso monasterio benedictino, y es probable que le diese muchas vueltas a la cabeza hasta tomar una decisión sobre que hacer con aquel libro. El monasterio de Corias no se vendió a un particular, ni se destruyó como les sucedió a otros. Al contrario, en 1860, el Estado se lo entregó a los dominicos con lo cual volvió a la vida religiosa. Pero Quiñones fue más fiel a la orden que al edificio y la tierra, y decidió poner a salvo su «tesoro» en un cenobio de hermanos benedictinos.

En aquel paquete certificado que envió a Montserrat iban el Registro, el índice realizado en 1710, una carta dirigida al abad y un poema de despedida escrito por el mismo Quiñones.

La carta dice:

Cangas de Tineo, enero 4 de 1867

R.P. Abad

  Muy apreciable señor, recibí la de V. P. sin retraso y veo por ella la buena acogida que tiene en ese monasterio el Libro Becerro de nuestro monasterio de Corias, por cuyo beneficio viviré siempre agradecido a V. P.
  Con esta fecha sale por correos dicho libro lacrado y certificado, le ruego me avise de su recibo. Su dirección lo es a Esparraguera al R. S. Rector para entregar en Montserrat.
  Como de este punto a León, donde hay vía férrea, distan 22 leguas y no tener en aquel punto conocimientos ningunos, tuve que valerme de Correos, a la verdad que es carito.
  Dispénseme lo mal escrito y demás que sale el correo. Con recados a esos R. P. y quedando suyo siempre este Q. B. S. M.

Fray Clemente Quiñones

Tengo varios apeos, pero se irán remitiendo poco a poco.

 

La despedida escrita por Clemente Quiñones es la siguiente:

Despedida del Becerro
4 de enero de 1867

Corre pergamino por valles y selvas.
Deja las Asturias, deja sus riberas.
Deja luego a Cangas, deja sus riquezas.
Huye del Nalón y deja el Narcea.
No bebas las aguas del río Perpera[1].
Deja el río Luna[2] y vete a la Sierra.
Sube a Cataluña, recógete en ella.
Entra en Montserrat y haz vida perfecta.
Y dile al abad que mil parabienes a él le desean.
Que vas como Rey siguiendo la Estrella.
Dirás a los monjes que el cielo prevea
de tantas desdichas como nos rodean.
Dirás a los legos, si alguno allí hubiera,
que no desconfíen en buscar la Estrella,
porque es poderoso el que así lo ordena.

Adiós pergamino hermoso.
Adiós conde D. Piñolo,
que tus bienes los robaron
el soberbio y el coloso.

[1] Nombre antiguo del actual río del Couto; queda como testimonio de aquel río Perpera el nombre del pueblo de Veigaperpera / Vegaperpera.
[2] Aunque Quiñones escribe Luna, tal vez se refiera al río Luiña.

«Despedida del Becerro», poema de Clemente Quiñones, 1867. Está pegado en el folio 3 de la tabla o índice del Registro de Corias, 1710. Biblioteca del monasterio de Montserrat, ms. 788

Una semana después de enviar el Registro de Corias a Montserrat, Quiñones debió sentir nostalgia por su ausencia, que había estado más de seiscientos años en Corias y más de treinta años con él, y escribió otra despedida que hemos hallado en la colección documental de José Luis Ferreiro Blanco:

Despedida del pergamino
en el día 11 de enero del mismo año de 1867

Si de Asturias te ausentaste,
pergamino muy alegre,
y los puertos y los túneles
dejaste sin nadie verte.
No te olvides de tu ayo
Clemente que bien te quiere,
y mira que por treinta años
se desveló por tu suerte.
Pide a la Hermosa Paloma
que de tu ayo se acuerde,
que me lleve en pos de sí
a lo largo de esa sierra,
donde en los agujeros hermosos,
que escondidos en la piedra,
se acuerde de este su siervo
que se quedó en la ribera
mirando el río de Luna,
el de Perpera y el Narcea.

 

Besullo: Fuentes Poéticas de Alejandro Casona

Vista de Besullo desde la capilla de la Magdalena hacia 1960. Fotografía de Paco Berlín. Colección de Javier Berlín.

En mayo de 1966, los jóvenes periodistas asturianos Guillermo García-Alcalde y Fernando Gutiérrez visitaron Besullo, un pintoresco pueblo del concejo de Cangas del Narcea, conocido por ser la cuna de Alejandro Casona. Siguiendo la senda del célebre dramaturgo, ocho meses después de su muerte, escribieron el artículo «Besullo: Fuentes Poéticas de Alejandro Casona», que captura la esencia del pueblo y su influencia en la obra del autor.

Un pueblo bajo el número «siete»

Los autores narran cómo este lugar, cargado de simbolismo y tradición, fue una fuente inagotable de inspiración para Casona. En Besullo, todo parecía girar en torno al número siete: había siete herreros, siete fieles protestantes, siete caminos, siete colinas y una casa con siete balcones. Este entorno mágico y lleno de historias nutrió la imaginación de Casona, quien plasmó en sus obras la esencia de su tierra natal.

En la escuela rural se tiene por un libro de lecturas el de las leyendas recopiladas por el dramaturgo

En aquellos años, en la escuela rural de Besullo, los niños crecían leyendo las leyendas recopiladas por Alejandro Casona. Estas historias, llenas de fantasía y enseñanzas, forman parte del patrimonio cultural del pueblo y son un testimonio del legado literario del autor.

Proyecto: una placa y un busto de Casona en la Casa de los Siete Balcones

Los autores insinúan que el propósito municipal de honrar la memoria de Alejandro Casona con una placa y un busto en la emblemática Casa de los Siete Balcones no lograba satisfacer plenamente a los vecinos. Esta iniciativa, aunque bien intencionada, parecía insuficiente para aquellos que deseaban perpetuar el vínculo entre el dramaturgo y su pueblo natal. Para ellos, era esencial recordar a las futuras generaciones la importancia de sus raíces y la valiosa contribución de Casona a la literatura española.

He aquí la última carta familiar del escritor: “Dile a Adelina que llegaron en espíritu sus frisuelos”

En una de sus últimas cartas familiares, Casona escribe con cariño: “Dile a Adelina que llegaron en espíritu sus frisuelos”. Estas palabras reflejan la profunda conexión emocional del autor con su familia y su tierra, un vínculo que siempre mantuvo vivo a pesar de la distancia.

 

Guillermo García-Alcalde y Fernando Gutiérrez compartían una relación profesional y personal muy cercana. Ambos formaban parte de un grupo de jóvenes periodistas asturianos que, por aquel entonces, trabajaban juntos en diversos proyectos periodísticos. Eran jóvenes periodistas, con el cuello desabrochado y la corbata colgando, que aporreaban barrigudas máquinas Olivetti verdioliva y las más modernas y tostadas Adler.

Su colaboración en el artículo sobre Alejandro Casona en 1966 es un ejemplo de su trabajo conjunto, donde combinaron sus talentos y conocimientos para rendir homenaje al célebre dramaturgo cangués. Esta colaboración refleja no solo su profesionalismo, sino también su amistad y el respeto mutuo que se tenían.

A continuación, reproducimos el artículo completo que fue publicado en el periódico murciano Línea. Diario Regional del Movimiento, el domingo 12 de junio de 1966.


 

BESULLO: FUENTES POÉTICAS DE ALEJANDRO CASONA

ALEJANDRO CASONA

Mayo, 1966

Hace ocho meses que murió Alejandro Casona. Aún es pronto para necrológicas de aniversario es el momento de la exaltación del homenaje, de la biografía; el momento de zambullirse en su estela vital y poética, de hacer frases y elogios, poner gastos y corregir disidencias.

Cuando llegue el día 17 de septiembre se hará balance de un año de recuerdos, y el resultado que arroje será índice de perpetuidad para el escritor. Hemos pasado por Besullo, de camino hacia un objetivo periodístico muy concreto. Las antenas de nuestra sensibilidad, por cortas, por oscuras que sean, no dejaron de anunciarnos que en el pueblo palpitaba una esencia neta, distinta, absorbente. Que aquellos caminos duros, más propicios para los cascos ligeros de un asturcón que para las ruedas de nuestro Citroën, nos habían conducido a un lugar extraño,  donde la magia, la leyenda, las órdenes astrales o simplemente la humana poesía, precipitan coincidencias misteriosas. El 7, número teológico, célula ordenadora de la creación, se prolonga en Besullo machaconamente: hay siete herreros, siete fieles protestantes, siete caminos, siete colinas y una casa con siete balcones…

EN BUSCA DEL HOMENAJE

Aquella presencia dominante, casi palpable, era la memoria, el rastro, la vida de Casona. Y fuimos en su seguimiento.

Queríamos saber de qué forma permanecía en Besullo el recuerdo de su hijo prócer. Supimos de inmediato que, a raíz de su muerte, se celebraron funerales en la parroquia católica del pueblo. Nos pareció poco. Preguntábamos por iniciativas más brillantes, más generosas y mundanas; sólo encontrábamos perplejidad en nuestros informadores. Don Alejandro Rodríguez Álvarez, primo carnal homónimo de Casona y, además, maestro como él, nos decía con cierta confusión que en la escuela tenían como libro de lecturas la recopilación de leyendas del escritor. No es poco homenaje —comentamos—, educar a los escolares de Besullo en la poética casoniana.

Pero algo más, otra cosa.

—El alcalde de Cangas —acabó diciendo el maestro— tenía el propósito de poner una placa en la casa natal de Alejandro, y encargar un busto para el monumento.

Esta declaración hecha con poca gana nos descubrió que habíamos buscado la noticia con los ojos y los oídos cerrados. Advertimos en seguida que el homenaje de Besullo a Casona está en todo el pueblo, que cada vecino puede darles la mejor, la más encendida, la más documentada conferencia sobre él, la personalidad y la vida del gran hombre, que el paisaje ha adquirido para todos una significación casoniana, de forma que el recodo, la cumbre, el camino que él visitaba, o recorría o mencionaba, han perdido sus nombres y se citan con las palabras o con los hechos de su cantor.

— Había vivido los caminos polvorientos —dice el maestro.

Es una frase inefable, hecha, pero tremendamente sentida.

—Aquella cumbre —añade señalando un risco— me parece que es la que sale en el decorado de fondo de «La casa de los siete balcones», iba a meditar a aquel castañedo. Allí pensó sus primeros libros de poemas: «La flauta del sapo», «El peregrino de la barba florida»…

DEL BAR DE GRATO A LA CASONA

Grato Rodríguez, hermano del maestro y primo de Casona, tiene un bar. En una esquina hay una mesa donde, se sentaba el dramaturgo para madurar alguna idea, pero, sobre todo, para echar la partida, charlar con los amigos, o hacer conocer a los que llegaban con él a Besullo, el misterio, la poética superchería de aquellos paisajes. Cerca, está la casa natal, blanca y esquinada, la de su tía y madrina, doña Jovita —cuyo carácter le inspiró la idea de «Los árboles mueren de pie»— y aún hay otra, también blanca y con un poco de balaustrada, donde Casona tecleó sin descanso en su máquina de creador.

Pero hay un polo magnético encaramado en la colina de Besullo, catalizador de miradas y atenciones: es la «casona», la de los siete balcones, con blasón entre los cuatro de la fachada principal.

Nos acompaña el maestro, componiendo a su modo un itinerario sentimental, expresándose difícilmente con emoción buscando las palabras de Casona.

—-Aquí se educó, porque aquí estaba la escuela. Doña Jovita, su madrina, era la maestra. También yo pasé por sus aulas. Era muy severa, todo un carácter. La llamábamos «Bismark» cariñosamente.

Don Alejandro se deja llevar del recuerdo, y traza una semblanza expresiva y tierna de aquellas personas y aquellos años.

—¿Cómo está ahora doña Jovita?

—Bastante enferma. Tiene 86 años. Pero podemos ir a verla.

LA ÚLTIMA CARTA FAMILIAR

Efectivamente, doña Jovita está enferma. En cama. Ella crió a Casona, le educó. Lloró mucho la muerte, y ha sido penosa la recuperación. Su hijo guarda montones de recuerdos personales y periodísticos. Nos muestra una carta, encajada en el marco de un retrato del autor de «La dama del alba” . Es la última recibida. Tiene esta fecha: Madrid, 26 de agosto de 1965. Habla en ella de su operación del 13 de julio, en estos términos: «Me encuentro maravillosamente; el resultado ha sido perfecto».

Está convaleciente, y escribe por él un amigo. Se manifiesta encantado porque han hecho sus obras en Cangas: «¡Ojalá se den también en Besullo!», añade Casona, como experiencia gratísima «después del hábito de las grandes ciudades».

«El día 24 de septiembre tengo que estar en Venecia para el estreno de mi versión de «La Celestina» que es el éxito de Festivales. Ojalá que me sea posible». Siete días antes de esa fecha deseada, el 17 de septiembre, moría Casona en Madrid. Lleno de entusiasmo, esperanzado, y creyendo firmemente en la recuperación.

Al final de la carta aparece su entrañable sentido de la familia, en unas frases sencillas asturianas:

«Dile a Adelina que llegaron en espíritu sus frisuelos; supongo que a Marta le habrán llegado a Navia también los arándanos».

Y concluye con una firma temblorosa.

EVOCACIÓN A DIOS

No podemos detenernos más en Besullo, ni seguir pasando sus caminos polvorientos —ahora suaves y pastosos con la lluvia— en el seguimiento material de Casona.

Al salir del pueblo cantan los árboles verticales, conmocionados de una manera casi sentimental por ese viento fecundante, que dejaba grávidas a las yeguas cuando lo inhalaban de cara al cielo veraniego, y engendraba en la mente de aquel caballero milagroso la fábula y la leyenda del paisaje asturiano.

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GUILLERMO G. ALCALDE y FERNANDO GUTIÉRREZ

Dos cangueses de La Mancha: Crisanto Rodríguez-Arango y Francisco Antonio Fernández de Sierra (el azote de los franceses)

Crisanto Rodríguez- Arango Díaz (Cangas del Narcea, 1929). Fotografía publicada en prensa con motivo de la toma de posesión de su cargo de Secretario General de la Diputación Provinvial de Toledo en 1975.

Gracias a un artículo publicado en 1971 en la prensa de Ciudad Real por nuestro estimado socio y paisano Crisanto Rodríguez-Arango, hemos logrado rescatar del olvido a otro ilustre coterráneo, un valiente militar de la Guerra de la Independencia con una destacada hoja de servicios a la nación.

El autor del artículo, Crisanto Rodríguez-Arango Díaz, nació en Cangas del Narcea el 17 de noviembre de 1929. El próximo mes celebrará su 95º cumpleaños (desde aquí nuestra felicitación anticipada). Es uno de los cuatro hijos del matrimonio formado por Joaquín Rodríguez-Arango Fernández-Argüelles (Cangas del Narcea, 1895-1966) y Crisanta Díaz Pérez. Su padre, al igual que su abuelo y bisabuelo, desempeñaron el cargo de alcalde de Cangas del Narcea en distintas etapas históricas, desde la restauración borbónica hasta la proclamación de la Segunda República.

Sin embargo, el destino llevó a Crisanto a otras latitudes, residiendo primero en Ciudad Real y luego en Toledo. Pero antes, estudió en la Universidad de Oviedo, donde se licenció en Derecho con el premio extraordinario «Francisco Beceña» en 1952. Tras finalizar sus estudios, fue nombrado profesor ayudante adscrito a la Cátedra de Historia del Derecho y, posteriormente, profesor adjunto de Derecho Romano y Canónico en la Facultad de Derecho de la Universidad de Oviedo.

En 1954, obtuvo una beca del Consejo Superior de Investigaciones Científicas para ampliar estudios en Roma, en el Instituto Jurídico Español, donde permaneció durante un curso académico. A su regreso a España en abril de 1956, defendió su tesis doctoral, obteniendo el título de Doctor en Derecho con la calificación de sobresaliente por la Universidad de Oviedo. Su tesis fue publicada en los «Cuadernos del Instituto Jurídico» de Roma.

En 1959, ganó las oposiciones de Secretarios de Administración Local de primera categoría, siendo destinado entre 1960 y 1968 al Ayuntamiento manchego de Almodóvar del Campo, y de 1968 a 1975 al de Ciudad Real, que le distinguió con la “estatuilla de Alfonso X el Sabio” y el título de «Concejal honorario”. En 1975, fue nombrado Secretario General de la Diputación de Toledo.

Ha impartido cursos de verano en la Universidad Hispanoamericana de Santa María de la Rábida y en el Centro de Estudios de Peñíscola. Ha publicado trabajos en el Anuario de Historia del Derecho Español y en el Instituto Jurídico Español de Roma, entre otros. Posee los títulos de Licenciado en Ciencias Políticas (1962) por la Universidad de Madrid y de Diplomado en Administración Local por el Instituto de Estudios de Administración Local. Ha sido Presidente del Colegio Provincial de Secretarios, Interventores y Depositarios de la Administración Local de Ciudad Real.

A la derecha, de perfil, Crisanto Rodríguez-Arango, en 1985, junto a los restauradores de la Tarasca de Toledo.

En Toledo, presidió la Junta Pro-Corpus hasta 1985, rescatando elementos tradicionales de las fiestas del Corpus Christi, logrando bajo su mandato la recuperación de la Tarasca que no salía por su mala conservación desde 1964 y de cinco gigantones del siglo XVIII, que pertenecían a la catedral, entre otras muchas cosas. En aquellos años se instituyeron los premios «Tarasca de Honor», hoy consolidados en la ciudad, y también se aumentó el recorrido de la procesión por el toledano barrio de Santo Tomé, en las calles Alfonso XII, Rojas y la plaza del Salvador. En 1995, tuvo el honor de pregonar estas fiestas.

Para aquellos que estén interesados, pueden leer su pregón de alto contenido histórico en el siguiente enlace: Pregón Corpus 1995.

 

El azote de los franceses

A continuación reproducimos integró el artículo de Crisanto Rodríguez-Arango publicado en el periódico Lanza. Diario de La Mancha. Martes, 26 de octubre de 1971


Asturianos en la Mancha: Don Francisco Antonio Fernández de Sierra

Francisco Antonio Fernández de Sierra (Tandes, Cangas del Narcea, 1777 – Almagro, 1828)

La creación de un centro asturiano, en Ciudad Real, pone de relieve las vinculaciones de los oriundos de la verde provincia norteña con los manchegos, nobles y de buen corazón, no exentos de socarronería, que saben dispensar, practicando la antañona virtud de la hospitalidad, las mejores acogidas. Las relaciones entre asturianos y manchegos no son de hoy. Se dice que los padres de San Juan de Ávila procedían de Gijón, ciudad que dio lugar a uno de los apellidos del gran Santo almodovense, y también parece ser que Jovellanos pasó por estas tierras que acaso le inspiraran alguna de sus importantes páginas.

Es de suponer que otros asturianos pasaran, dejando mejor o peor estela, por esta geografía, corazón de España, donde Cervantes iba a situar las hazañas del personaje de ficción de mayor resonancia y más amplia trascendencia de la literatura universal. Una de las figuras mínimas que formarán el mundo de Don Quijote de la Mancha será una asturiana de no muy buena reputación, lo que confirma la aseveración con que iniciamos este párrafo.

En época más inmediata a nosotros, a caballo entre el siglo XVIII y principios del XIX, un asturiano llegó a la Mancha con un limpio historial y, precisamente, en esta región española, habría de destacar por sus hechos meritorios. Nos referimos a don Francisco Antonio Fernández de Sierra.

Nace este astur en Tandes, minúsculo pueblecito entre montañas con su casona señorial, perteneciente a la parroquia de San Martín de Sierra y Santa María de Brañas, en el concejo de Cangas de Tineo, hoy Cangas del Narcea, bien conocido por el autor de estas líneas por haber nacido allí. Don Francisco, a los 17 años, es cadete de la Caballería del Rey, iniciando una carrera militar en la que destacaría con brillantes hechos de armas. Ya graduado como capitán de la Caballería del Rey y, más tarde, como teniente coronel, anda por Alemania, Dinamarca y Francia, regresando a España en 1808,a tiempo para formar parte de la resistencia patriótica contra la invasión napoleónica. Destaca en la lucha contra los franceses: en Talavera, en 1809, avanza solo delante de una compañía, tomando un cañón, dando muerte a catorce artilleros y apresando a un capitán y a un general del ejército imperial; en Puente del Arzobispo, queda cercado por el enemigo, con 40 hombres, rompiendo el cerco y salvando a los 40 hombres y 58 más de infantería que se le unen. Con todos ellos pasa a la Mancha, donde anima las guerrillas de la Independencia, causando considerables bajas en el ejército francés, cuyas unidades en ocasiones, son derrotadas por él y sus soldados. Como guerrillero debió adquirir buena fama, pues en Pedro Alcalde arrebató al francés 1.200 cabezas de ganado lanar y en Valdepeñas les sustrae 38 potros, dando muerte a los cuatro juramentados que los conducían. Y no reseñamos más hechos por no alargarnos en demasía. La hoja de servicios de don Francisco Antonio es muy expresiva.

Todas sus heroicidades le valen, primero el que se le otorgue el hábito de Caballero profeso de las órdenes y caballerías de Calatrava, de San Fernando y de San Hermenegildo, y, después, en 1814, el que se le nombre por el Rey, gobernador político y militar de la ciudad de Almagro, donde reside prácticamente hasta su muerte, en 1828.

Contrae matrimonio, en segundas nupcias, con una dama de rancio abolengo manchego, doña Bárbara Zaldívar y Carrillo, oriunda de Carrión de Calatrava, de la que tiene cinco hijos. A sus actuales descendientes, la Excma. señora doña Elisa Cendrero, viuda de Medrano, agradecemos la oportunidad de haber podido desempolvar los datos biográficos de este astur-manchego que muy bien puede servir de ejemplo y paradigma a quienes, procedentes de Asturias, llegamos a la Mancha y aquí hemos formado un hogar, identificándonos y sintiéndonos como los mismos nativos.

C. ARANGO


Por nuestra parte, y gracias a la valiosa información proporcionada por Crisanto, así como a la transcripción realizada por el historiador manchego José González Ortiz (Puertollano, 1951) de su hoja de servicios, conservada por su última descendiente, Mª Elisa Céspedes Medrado, trastataranieta de este héroe desconocido de la Guerra de la Independencia, hemos elaborado el siguiente resumen de los datos personales y la carrera militar de Francisco Antonio Fernández de Sierra. Este documento sirve como testimonio de la vocación militar de aquella época y de la entrega sin límites a una causa noble, acabar con la francesada, que diría José María de Pereda.

A pesar de los esfuerzos de los franceses, nuestro paisano logró resistir. Sin embargo, de manera paradójica, una mano despiadada y desconocida le suministró el veneno que pondría fin a su vida en 1828, en la histórica ciudad de Almagro (Ciudad Real). En sus últimos años, había fijado su residencia allí tras ser nombrado Gobernador político y militar de la ciudad de Almagro y del Campo de Calatrava por el rey Fernando VII.


Ficha resumen


El Regimiento de Cangas de Tineo y la apasionante historia de Pedro del Tronco

El Regimiento de Infantería de Cangas de Tineo, cuya historia ha sido rescatada por el historiador José Luis Calvo en un libro que publica el Instituto Bances y Valdés.

El Instituto de Estudios Históricos Bances y Valdés ha editado una nueva publicación del académico don José Luis Calvo Pérez, que se presentará en el Club La Nueva España (Oviedo) con ocasión de la semana del Desarme, el próximo 16 de octubre a las 18.00 horas, y posteriormente en Cangas del Narcea el sábado 26.

Siempre es buen momento para rememorar las hazañas de los asturianos que lucharon contra los franceses en la Guerra de la Independencia. Dentro de la contienda cobra especial relevancia el Regimiento de Cangas de Tineo, cuya historia ha sido rescatada por el historiador José Luis Calvo en este libro.

Un grupo de valientes sin formación militar

El Regimiento se formó el 28 de junio de 1808 para luchar contra los franceses que avanzaban hacia el Suroccidente de Asturias durante la Guerra de la Independencia (1808-1814). Eran un grupo de soldados que partieron al frente, en su mayoría, sin ningún tipo de formación militar y provistos con sus herramientas de trabajo en el campo, pero que llegaron a ser reconocidos por sus gestas y actuaciones en las batallas.

La apasionante historia de Pedro del Tronco

Castillo de Tineo, derribado definitivamente en 1912. La fotografía está sacada de un cristal estereoscópico de Celso Gómez Fdaz-Argüelles que data del 1 de septiembre de 1910. Colección: Álvarez Pereda.

Entre el casi millar de voluntarios que formaron el Regimiento destacó especialmente la figura de Pedro del Tronco, natural de Dagüeño, parroquia de Mieldes (Cangas del Narcea, Asturias). En 1809, fue capturado por las tropas del general francés Gautier y ejecutado en el castillo de Tineo, ubicado en la actual plaza de Las Campas. Allí se le recuerda con una cruz tallada sobre un bloque de piedra en el que se puede leer la inscripción: «Aquí murió Pedro del Tronco en defensa de la patria».

Pedro del Tronco, quien el 10 de marzo de 1811 fue reconocido por las Cortes Generales españolas como héroe de la patria, recibió un homenaje el pasado 10 de marzo en su pueblo, Dagüeño. En esta ocasión, se colocó una placa para recordar quién había sido: «El pueblo de Dagüeño a su vecino Pedro del Tronco, fusilado en la villa de Tineo a manos del invasor francés. Héroe de la patria reconocido por las Cortes Generales de España, el 10 de marzo de 1811».


 

Nuestras «Huellas mineras», desde México para el mundo

Como la mayoría ya sabéis «Huellas mineras: Patrimonio industrial de Cangas del Narcea», primer documental escrito y dirigido por el cineasta cangués Benito Sierra González que ha contado con la colaboración del «TOUS PA TOUS. Sociedad Canguesa de Amantes del País», muestra al espectador los vestigios del patrimonio industrial y las huellas de la actividad minera de Cangas del Narcea. Fue estrenado en septiembre de 2022 en el Teatro Toreno de Cangas del Narcea, y un año después, su proyección formó parte de la VI Muestra Internacional de Cine sobre Patrimonio Industrial y Paisajes Culturales, en el «Incuna Int Film Fest 2023» de Gijón (Asturias).

Ahora, este inédito film que retrata los restos de la minería de Cangas del Narcea desde un punto de vista cinematográfico será emitido por el Canal 22 de México, una televisión pública que difunde e impulsa las mejores expresiones artísticas y culturales de México y el mundo, basada en el fomento de valores como la inclusión, la pluralidad y la visión crítica. Esta plataforma transmite la cultura entendida desde una visión amplia, que incluye diversas formas y manifestaciones, a través del cine, series, documentales, ciencia, historia, música, gastronomía, humor, noticias, debate y programación infantil; además de producciones propias y series emblemáticas de la más alta calidad y temáticas variadas.

Este canal cultural mexicano cuenta con tres señales:

  1. Canal 22.1, que se transmite por televisión abierta en la Ciudad de México y su Área Metropolitana, y a través de 25 repetidores al resto del país, además de a todo el territorio por sistemas de televisión de pago.
  2. Canal 22.2, que se transmite por televisión abierta en la Ciudad de México y su Área Metropolitana, y a través de sistemas de televisión de pago en todo el territorio nacional.
  3. Señal Internacional que llega a todo el territorio de Estados Unidos a través de los diferentes sistemas de televisión de pago.

Para Canal 22 uno de los objetivos es llegar a nuevas audiencias sociales con diversos perfiles y hábitos de consumo; por eso uno de los retos es complementar los contenidos en pantalla a través de la fuerza e impacto de las plataformas digitales. Por ello también se puede visualizar vía streaming en la página de la institución: www.canal22.org.mx. En su canal de YouTube se encuentra disponible programación propia para ser vista en cualquier horario y dispositivo, además de contenidos extendidos y exclusivos que solo pueden ser disfrutados en esta plataforma. Coberturas en tiempo real en X (Twitter)Facebook live de eventos especiales y programación propia, dinámicas en Instagram, atiendendo de esta manera las nuevas necesidades digitales y la demanda de su audiencia que en redes sociales asciende a 3 millones de suscriptores.

La emisión está programada para el domingo 13 de octubre de 2024 a las 18:00h. Aquí os dejamos la «promo» de Huellas Mineras para Canal 22 México que de esta manera estrena una nueva sección titulada DESDE OTRAS LATITUDES con el documental «Huellas mineras: Patrimonio industrial de Cangas del Narcea».



 

 

 

 

 

Suscripción popular a beneficio del Santuario del Acebo

Santuario de Nuestra Señora del Acebo. Postal hecha hacia 1975 por Foto Tino, de Cangas del Narcea.

No se tienen noticias de la primera ermita, de factura rústica, que estaba situada en el lugar donde se encuentra el actual Santuario del Acebo. El único dato acerca de la historia de esta ermita nos llega a través de esta breve reseña de nuestro paisano el historiador Padre Luis Alfonso de Carballo:

«…en tierras de Cangas de Tineo, en la cumbre de un alto monte… en un sitio que llaman el Acebo, había una antiquísima ermita de Nuestra Señora, sin memoria de su primera fundación, tan pequeña, y baja, que era necesario bajar la cabeza al entrar por la puerta… tan pobre, que solo en el altar había la imagen de Nuestra Señora, y una cruz de palo,… tan olvidada y desamparada, que aún no se sabía en qué feligresía estaba…».

Por la talla original de la imagen de la Virgen, posiblemente estemos hablando del siglo XIII, según indica el sacerdote e investigador de templos marianos de Asturias, Florentino Fernández Álvarez. Lo que sí sabemos con certeza es que el Santuario actual data del siglo XVI gracias a la rápida difusión, como reguero de pólvora, de los milagros acaecidos en el Acebo que llegó a todos los pueblos de Asturias. A partir de ese momento la pequeña ermita se convirtió en lugar de peregrinación y oración creciente hasta ser multitudinaria, por lo que se llegó a la conclusión de que hacía falta levantar un templo más grande y digno. Y así lo hicieron los cangueses: Se construyó el santuario de «Nuestra Señora de las Virtudes del Acebo» sobre el mismo solar donde estaba la ermita. Tardaron solo quince años en construirlo desde que tuviera lugar el primer milagro, ya que este sucedió en 1575 y el santuario se terminó en el año 1590. El cronista Luis Alfonso de Carvallo describe de forma concisa y concreta la composición del edificio de la siguiente manera: «… creciendo la devoción y las limosnas, se edificó un templo, harto bueno, con su torre y colaterales, y muy bien proveída la sacristía de ornamentos y recados para los oficios divinos y siete lámparas de plata…».​ Desde entonces, la factura y plano del Santuario no han cambiado en lo esencial. Tiene forma de cruz latina, con una torre cuadrada de escasa altura, orientado hacia occidente. La construcción es de piedra pulida y muy sobria.

Hace ya algo más de un siglo, en 1910, el doctor Ambrosio Rodríguez, una de las personalidades más activas que dio el concejo de Cangas del Narcea en el último tercio del siglo XIX y primeras décadas del XX y que había nacido en La Torre de Sorrodiles de Cibea, envió una larga carta a don Ángel Carrizo Díez,  párroco por aquel entonces de Linares del Acebo y administrador del Santuario, proponiéndole una serie de medidas para revitalizar este santuario y ponerlo a la altura del afamado Lourdes. Recomendamos la lectura de las siguientes pubicaciones:

Este Santuario cumplió su cuarto centenario en 1990 e inició su quinta centuria de vida, pero hoy, su estado de conservación hace inevitable una intervención urgente, siendo necesario una serie de obras de rehabilitación que eviten un deterioro mayor y su ruina. Además, hace falta dotarlo de los medios indispensables para que siga siendo, tanto por su importancia histórica como espiritual, un referente de peregrinación mariana en el noroeste de España. Para ello, desde el propio «Santuario de la Virgen del Acebo» se ha convocado a una recaudación popular de fondos para que más pronto que tarde la rehabilitación del Santuario sea una realidad.

Desde el «Tous pa Tous» animamos a todos nuestros socios y seguidores a que se unan y apoyen esta recogida de fondos para llevar a cabo estas imperiosas obras. Históricamente, la suscripción popular ha sido un sistema de financiación que ha permitido realizar importantes e interesantes proyectos con la ayuda de muchas personas que comparten un mismo objetivo y que individualmente no se podrían haber llevado a cabo. Este tipo de financiación colectiva demuestra que no hay metas inalcanzables para los “pequeños”, si se unen a otros muchos “pequeños”. Con otras palabras… de grano en grano llena la pita el buche.

A continuación reproducimos el llamamiento que desde el «Santuario de la Virgen del Acebo» se hace para la colaboración en esta importante intervención que, además de los donativos que se recauden, contará con una aportación del Arzobispado de Oviedo.

Estimado vecino/a:

Os escribimos desde el «Santuario de la Virgen del Acebo» para haceros partícipes de un proyecto que quiere abrir paso a una nueva etapa en este lugar tan especial.

Sois muchísimas personas las que tenéis un vínculo especial con este lugar «tocado por la mano de Dios». Vínculo que arraiga en nuestro interior por motivos diversos: recuerdos, devoción, naturaleza, historia, identidad, tradición, familia y tantos otros.

Hoy nos dirigimos a ti para pedir ayuda, invocando aquel refrán de «obras son amores y no buenas razones». Porque, precisamente, eso es lo que necesita el Santuario del Acebo: obras.

Tanto la Iglesia como el contorno están en muy mal estado. Fundamentalmente por dos razones: el paso del tiempo y el efecto del temporal (casi 1.200 metros de altitud).

Ahora, ha llegado el momento de intervenir para conservar este lugar y todo lo que significa, tanto en sí mismo como para cada uno en particular. Las primeras intervenciones van dirigidas a las partes más urgentes: tejado nuevo de todas la iglesia, tejado e interior de la torre para hacer sonar de nuevo las campanas, saneamiento perimetral, recuperación del cabildo, restauración de todas las fachadas, restauración y refuerzo de todas las puertas, construcción de la cerca norte y colocación de bancos en el exterior para uso de los peregrinos.

Esta primera parte de las obras está presupuestada en torno a los 300.000€.

Contamos, gracias a Dios, con personas que están dispuestas a colaborar generosamente. Pero este lugar no es de unos pocos. Por eso acudimos a ti. Para que tú también seas parte, si así lo ves oportuno, de este proyecto.

Cuando Jesús vio a aquella mujer pobre dar dos monedas dijo: En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que nadie (Lc 21,3). Pues eso es lo que pedimos: la generosidad, conforme a las posibilidades, de todo aquel que tenga este lugar y la Santina en el corazón.

¿Cómo podéis hacer llegar esa contribución? De varias maneras:

  • En el Santuario del Acebo.
  • En cuenta bancaria habilitada para este fin: ES4830590019303739210429 de Caja Rural.

¡¡MUCHAS GRACIAS. JUNTOS SACAREMOS EL ACEBO ADELANTE!!

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El Fuejo y Obanca en 1752, cuando las construcciones se cubrían con paja

Primera página de la relación de bienes de Ares José de Omaña en el concejo de Cangas del Narcea, 1752.

En 1752 se llevó a cabo en muchas regiones de España el conocido como catastro del marqués de la Ensenada. Cada vecino tenía que declarar todas sus propiedades y los ingresos por sus actividades. Hoy, es una fuente de información muy valiosa para conocer el siglo XVIII. Lamentablemente, las respuestas que dieron los vecinos del concejo de Cangas del Narcea desaparecieron en 1808 cuando los franceses quemaron el archivo municipal. Hemos tenido la suerte de encontrar en la colección documental reunida por José Luis Ferreiro Blanco una copia de la declaración que entregó don Ares José de Omaña, dueño de la casa de Omaña, de los bienes que tenía en el concejo de Cangas del Narcea.

La casa de Omaña era dueña en este concejo de casas, hórreos, molinos, tierras, viñas, brañas y pueblos enteros. Entre estos últimos estaban el lugar de El Fuejo y el sitio de Obanca, ambos de la parroquia de Santa Marina de Obanca, que los Omaña llevaban en foro perpetuo otorgado por el monasterio de San Juan de Corias, que era el propietario del dominio directo. El señor de Omaña pagaba cada año a los benedictinos veinte cántaras (313 litros) de vino tinto  y una hemina (48,43 litros) de trigo por El Fuejo, y cuatro heminas de centeno y otras cuatro de trigo por Obanca. Y él a su vez cobraba unas pingües rentas a los tres vecinos de El Fuejo: Manuel González, Diego Tejón y Juan de Antón, y al único que vivía en Obanca: Antonio Coque. Los tres primeros pagaban de renta anual: 16 heminas de trigo y otras 16 de centeno, seis jamones, dos carneros o doce reales por cada uno, dos cerdas o dieciséis reales por cada una, y la cuarta parte de la uva que vendimiaban. Comparando esta renta con la que pagaba el Omaña a los monjes de Corias por este mismo lugar, se comprende bastante bien que la pobreza del campesinado asturiano no era la consecuencia de una tierra montañosa y lluviosa, sino el resultado de una renta abusiva por parte de los terratenientes.

La declaración también ofrece una información muy valiosa para conocer las características de El Fuejo y Obanca a mediados del siglo XVIII: los limites geográficos; las construcciones que había: casas terrenas, hórreos, bodegas y un molino de cuatro muelas, todas ellas cubiertas de paja de centeno; la clase de tierras labrantías, prados y árboles, así como sus productos (trigo, centeno, mijo, maíz, habas, yerba, castañas, manzanas, peros1Peru, palabra asturiana, ‘variedad de manzana pequeña, dura y muy sabrosa’., nisos2Nisu, palabra asturiana, ‘ciruela pequeña y negra’., cerezas, nueces, higos, moras), y las rentas que pagaban. Mención especial ocupan las viñas. En El Fuejo estaba el formal3Terreno donde se agrupan varias viñas, normalmente de pequeño tamaño. de Trigales, que ocupaba una superficie de 45 hombres de cava (8.010 m2), por el que sus llevadores pagaban «la cuarta parte del fruto que producen» y en Obanca había una viña, «que se dice también de Obanca», de siete hombres de cava (1.246 m2) que pagaba «en uva la mitad del fruto que diese».

El Fuejo ocupaba una superficie de 515,37 áreas y el espacio se repartía de la manera siguiente: el 28% se dedicaba a monte de castaños bravos; 26% a tierra de cultivo de cereales (trigo, centeno y maíz) y habas; 15% tierra brava de ínfima calidad que se sembraba cada veinte años con centeno y mijo; 13% de viñedo; 8% de prados para yerba; 2% de árboles frutales y 8% que ocupaban edificios, peñas y matorrales infructíferos. Por el contrario, Obanca era sobre todo un gran prado de regadío, «de dar yerba de guadaña», de 125,7 áreas, y su principal actividad era la industria molinera que funcionaba con un molino hidráulico de cuatro muelas que aprovechaba las caudalosas aguas del río Narcea.

El Fuejo y Obanca, situados en la periferia de la villa de Cangas del Narcea, al otro lado del río Narcea, se mantuvieron hasta los años sesenta del siglo XX como espacios rurales con unas características similares a las que aparecen en esta declaración de bienes de Ares José de Omaña (ver fotografías 1 y 2). Sin embargo, a partir de 1970 cambiarán considerablemente, en especial El Fuejo. Este lugar, con la construcción del Puente Nuevo a fines del siglo XIX y, en especial, con el puente colgante en 1973, quedó unido a la villa y fue urbanizado en su totalidad. Obanca, en cambio, solo fue urbanizado en parte con un polígono industrial y dos centros de enseñanza, que se construyeron en el extremo norte de su territorio, y todavía hoy puede vislumbrarse el Obanca de 1752 en la casa de Coque, apellido que después de 250 años sigue vinculado a este lugar.

A continuación transcribimos la relación de los bienes de la casa de Omaña en El Fuejo y Obanca en 1752. Hemos hecho una transcripción actualizada para facilitar su lectura, y entre corchetes ponemos algunas equivalencias al sistema métrico decimal de las antiguas medidas: vara (0,835 m), hemina (48,43 l), cántara (15,6 l), día de bueyes (12,57 áreas) y hombre de cava (178 m2).

 

El Fuexo

El lugar del Fuexo es por entero del mencionado don Ares según se deslinda por el  oriente con el río de Narcea; por el mediodía con tierra de bravo de don Pedro Velarde; al poniente con tierras de dicho don Pedro y de don José Alfonso, vecinos de esta villa, y al norte con el arroyo que se dice de Trigales.

Dentro de cuyos términos hay tres casas de habitación, que la una se compone de portal, cocina, corte4 Cuadra. para los ganados, pajar y una bodega, tiene de frente dieciocho varas y ocho de fondo [15 x 6,60 m]. Las otras dos [casas] están unidas, que se componen de dos portales, dos cocinas, dos cortes para los ganados y sus dos pajares, tiene de frente cuarenta y cuatro varas y ocho de fondo [36,75 x 6,60 m]. Y todas se componen de piedra, madera y su techo de paja. Más [hay] dos bodegas que la una tiene ocho varas de frente y seis de fondo [6,70 x 5 m], la otra siete de frente y seis de fondo [5,9 x 5 m], que su artefacto y cubierta es de lo mismo que las casas. Más [hay] un orrio con cuatro pies de madera cubierto también de paja […].

El territorio que hay dentro de los dichos términos son cuarenta y un días de bueyes [515,37 áreas], de los que doce son de tierra labrantía, los ocho de mediana calidad y los cuatro de ínfima; los de mediana calidad dan trigo, centeno, habas y maíz alternando, y los de ínfima, centeno, habas y maíz alternando, y todos ellos sin descanso. Cuatro días [de bueyes] de prados, los tres de mediana calidad que se riegan con el agua del arroyo que baja de Trigales en tiempo de invierno, de verano son secanos, dan yerba de guadaña y algo de pación de otoño; el otro [día de bueyes] de ínfima calidad de secano, que solo da yerba de guadaña. Siete días [de bueyes] de tierra brava de ínfima calidad, que dan centeno y mijo de veinte en veinte años según costumbre. Trece días de bueyes de monte de castaños bravos de ínfima calidad; un día de bueyes que ocupan los peros, manzanos, nisos, cerezos y nogales. Cuatro días [de bueyes] que ocupan el casco del lugar, peñas y matorrales infructíferos. Más hay un formal5Conjunto de viñedos de diferentes propietarios. de viña que se dice de Trigales de cuarenta y cinco hombres de cava [8.010 m2] de ínfima calidad, cepada según costumbre.

Cuyas casas, bodegas, orrio, tierras, montes y lomas expresados dentro de dicho término llevan en arrendamiento Manuel González, Diego Tejón y Juan de Antón, caseros y habitantes en dichas casas, y pagan de renta en cada un año treinta y dos heminas de trigo y centeno por mitad, seis perniles, dos carneros o doce reales por cada uno, que es el precio en que están puestos así en este lugar como en todos los demás, [y] dos marranas o diez y seis reales por cada una. Todo esto lo pagan por la hacienda expresada, y por las viñas [pagan] la cuarta parte del fruto que producen.

Y todo lo referido dicho lugar con sus términos lo lleva el expresado don Ares por foro perpetuo del monasterio de San Juan de Corias por [el] que paga en cada un año veinte cántaras [313 l] de vino tinto y una hemina de trigo [48,43 l].

 

Obanca

El sitio de Obanca es del mencionado don Ares Joseph de Omaña según se deslinda por el oriente y mediodía con el río de Narcea, por el poniente y norte con cierro de viña quintera del monasterio de Corias, dentro de cuyas demarcaciones hay una casa de habitación cubierta de paja que se compone de portal, cocina, bodega o cuarto terreno y corte con su pajar para los ganados, y unida a ella hay otra con cuatro molares harineros que muelen con el agua de dicho río Narcea, que una y otra tienen veinticuatro varas de frente y ocho de fondo [20 x 6,70 m] hechas de piedra y madera con su techo de paja. Más un orrio con cuatro pies de madera cubierto de paja junto a dicha casa. […]

Más hay dentro de dichas marcaciones un día de bueyes de tierra labrantía de mediana calidad que un año da centeno, otro habas y maíz sin descanso; más un prado de diez días de bueyes [125,7 áreas]de mediana calidad, que se riega con el agua que sale para dichos molinos, de dar yerba de guadaña pación de primavera y otoño, y a las márgenes de dicho prado y sitio hay veinte castaños, cincuenta nisales6Nisal, ‘ciruelo de fruta pequeña y negra’., veinte cerezos, cuatro nogales, seis manzanos, dos higueras [y] un moral. Que a la orilla del río que baña dicho prado hay cien omeros7Omero, umeiro, ‘aliso’..

Por cuya tierra y prado y más arboleda si se arrendase dieran de renta en cada un año trescientos reales, y aunque Antonio Coque, llevador de dicha casa, molinos y sitio, según va deslindado, paga de renta en cada un año catorce heminas de centeno [678 l], seis de trigo [290,58 l] y seiscientos y sesenta reales en dinero es por estar de cargo de dicho don Ares costear y mandar hacer las muelas, rodeznos y canales, componer las expresadas casas y orrio, como también en el fuerte o estacada para sacar el agua a dichos molinos y prado, que uno y otro, por ser el río tan caudaloso de aguas, tiene de costo el expresado don Ares para su manutención más de seiscientos reales de vellón en cada un año.

Más tiene junto a dicho término una viña, que se dice también de Obanca, de mediana calidad, poblada según costumbre, de siete hombres de cava [1.246 m2], linda por el oriente con viñas de Andrés y Joseph Pertierra, por el mediodía y poniente con camino servidero y por el norte con arroyo que baja del lugar de Santa Marina, la que también lleva el referido Antonio Coque a medias, pagando en uva la mitad del fruto que diese, y así esta viña como el sitio de Obanca, según va deslindado, lo lleva el expresado don Ares por razón de foro perpetuo por el que paga al dicho monasterio de San Juan de Corias, según constará de su respectiva relación, ocho heminas de trigo y centeno, por mitad, en cada un año.


 

«De ida y vuelta. Una mirada sobre la vida y la obra de Alejandro Casona»

Hay personas que tienen la capacidad de hacerse entender por todo el mundo. Alejandro Rodríguez Álvarez, que pasó a la historia de la literatura como Alejandro Casona, era de esa clase de personas porque convertía en simple lo complejo, en fácil lo complicado y, sobre todo, ponía luz sobre el lado tenebroso del alma humana arropando la realidad con una pizca de fantasía. Fue maestro de formación, y quizá por eso su obra apela a valores universales como el amor (La sirena varada, Romance en tres noches, La tercera palabra), la muerte (La dama del alba, Corona de amor y muerte) o la importancia de la educación (Nuestra Natacha). Él mismo dijo que se le podía acusar de estar desligado del dato contingente, pero no del alma humana. Tenía mucha razón. Pocos autores de la literatura universal habrán manejado con tanta precisión y hermosura los valores fundamentales que nos hacen humanos, demasiado humanos. En las obras de Casona la generosidad, la ingenuidad, la valentía, la franqueza y la galantería le dan la mano al egoísmo, la suspicacia, la cobardía, la hipocresía y la descortesía porque supo como pocos leer en el escondido libro del alma humana, que nos convierte en seres capaces de vernos como dioses cuando soñamos y convertidos en desarrapados pordioseros cuando actuamos. Es, claro, la distancia que media entre la fantasía y la realidad, ese delgado límite de la vida por el que siempre caminó con envidiable soltura, como si de un funambulista se tratara, Alejandro Casona.

Coincidiendo con el 59 aniversario del fallecimiento de este dramaturgo universal que vino al mundo en 1903 en el cangués pueblo de Bisuyu / Besullo, el «Tous pa Tous» y la editorial Impronta publican una nueva biografía titulada De ida y vuelta. Una mirada sobre la vida y la obra de Alejandro Casona. Este libro trata de dar cuenta de quien fue un joven sensible y entusiasta criado entre Asturias, Palencia y Murcia; un maestro eficaz con deseos de ser escritor que logró sacar adelante su sueño a base de esfuerzo y consiguió vivir de lo que escribía a partir de los años treinta del siglo XX, cuando compaginó la dirección del Teatro del Pueblo de las Misiones Pedagógicas con éxitos como el que le proporcionó el prestigioso Premio Lope de Vega en 1933 por La sirena varada, su primera obra teatral importante. De quien, además, fue un dramaturgo que demostró su compromiso con la realidad y los valores de la educación, por lo que después del estallido de la guerra civil se vio forzado a marchar al exilio, donde escribió y estrenó la parte fundamental de su obra. En el exilio aguantó un cuarto de siglo por voluntad propia —es evidente que no estaba de acuerdo con el régimen dictatorial de Francisco Franco, y en su correspondencia dejó claras muestras de este desacuerdo— y volvió en 1962 para ser tan agasajado por una parte de la crítica como denostado por otra que lo consideraba escapista y desapegado de la realidad social española de los años sesenta. Inmerso en ese panorama vivió sus últimos años y murió en Madrid el 17 de septiembre de 1965. Ese día desaparecía Alejandro Rodríguez Álvarez, pero las obras de Alejandro Casona nos siguen acompañando y lo seguirán haciendo durante mucho tiempo.

MUESTRA DEL LIBRO

 

 

 

Manuel Rodríguez Flórez de Uría (Cangas del Narcea, 1929-1989). Reputado futbolista de la cantera canguesa.

Manolo Claret, «Uría», con la camiseta del Caudal Deportivo de Mieres en 1953.

«Manolo Claret» padre de un buen amigo mío fallecido, «Manolín” R. Fontaniella. 
Ambos siempre en mi memoria, nunca en el olvido.

Su nombre completo en el Registro Civil aparece como Manuel Saturio Antonio Rodríguez Flórez de Uría, pero en el mundillo futbolístico era conocido simplemente como «Uría», cangués de nacimiento y huérfano de padre desde los siete años, falleció en su Cangas del Narcea natal a los sesenta años de edad, el último día del año de 1989, tras una mala pasada que le jugó su corazón.

Manolo Claret o Pilolo, como también se le conocía familiarmente en Cangas, era una persona muy querida por todos los cangueses y destacó en su juventud, por ser uno de los jugadores de fútbol más renombrados salidos de la cantera canguesa. Perteneció al Narcea del que más tarde sería entrenador.

Equipo del Narcea el 17 de enero de 1965 en el Campo de la Vega. Colección: Sergio de Limés
De izquierda a derecha:
De pie: Manolo Uría (Pilolo, entrenador), Nisu, Tahoces, Marcos, Alonso, Chichi, Manolín y Peña.
Agachados: Ángel Dupont, Jacinto, César, Juanín y Castro.

En 1948, fichó por el Real Oviedo como amateur siendo cedido al Vetusta, coincidiendo con los inolvidables Falín, Herrerita, etcétera. Posteriormente jugó en el Praviano y después en el Langreano, ambos en Tercera División, finalizando su carrera deportiva en el Caudal Deportivo de Mieres de Segunda División.

En 1953, realizó pruebas con el Real Madrid de la época de Di´Estéfano, Marsal, Gento… Su puesto habitual era de extremo izquierdo, jugador muy técnico, de fácil regate y fuerte chut.

Finalizó su carrera como jugador profesional en el Caudal en un partido contra el Sabadell en el estadio de la Creu Alta al tener una grave lesión en un tobillo el 18 de abril de 1954. Fue en la jornada 29 de la temporada 1953/54, tras 22 partidos como titular y 3 goles en su haber.

A pesar de ser un jugador profesional, en las vacaciones de verano jugaba partidos amistosos con el Narcea, cosa que siguió haciendo unos años después de tener que abandonar irremediablemente el futbol profesional, como se puede comprobar en la siguiente fotografía de 1957.

Pilolo, de pie, segundo por la izda., con el equipo del Narcea en el Campo de La Vega, Cangas del Narcea, en un partido de las fiestas del Carmen, 16 de julio de 1957. Colección de Gil Álvarez Martínez.

 

PADRES Y ABUELO MATERNO

Amparo Flórez de Uría y Díaz y sus hijos: Adela, agachado Manolo (Pilolo o Uría) y Chema Claret, delante de la casa familiar en la calle Mayor de Cangas del Narcea en 1958. Colección: José Alberto Rodríguez Andreolotti.

José Rodríguez Claret, natural de Cangas del Narcea, comerciante y abogado, fue socio fundador del «Tous pa Tous», Sociedad Canguesa de Amantes del País promovida por Mario Gómez en 1926. Contrajo matrimonio en mayo de 1928 en la villa de Cangas del Narcea con la canguesa Amparo Flórez de Uría y Díaz.

Amparo era hija de Manuel Flórez de Uría Sattar, prolífico periodista cangués nacido en 1864 que escribió en varios periódicos de Cangas del Narcea: El Narcea y El Distrito Cangués, fundó y dirigió La Verdad, y colaboró en periódicos de Oviedo, Gijón, Grado, Pravia y Madrid, en los que firmaba con su nombre o con el seudónimo de “Juan de Cangas”. Autor de dos obras lamentablemente perdidas: “Apuntes para la historia de Cangas de Tineo y su concejo” e “Historia del Regimiento de Voluntarios de Cangas de Tineo”, basada en las memorias de su abuelo paterno, que había participado en aquel regimiento y fue uno de los pocos voluntarios que regresaron a Cangas al terminar la Guerra de la Independencia en 1814. En los años veinte fue nombrado miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia.

Flórez de Uría era maestro y procurador de los tribunales. Tuvo una vida política intensa. En 1902 era presidente del Comité Municipal Republicano de Cangas de Tineo (así aparece en Las Dominicales. Semanario Librepensador, Madrid, 15 de agosto de 1902). Más adelante perteneció a los comités locales del Partido Reformista y de su sucesor el Partido Republicano Liberal Demócrata del que fue vicepresidente y su yerno, José Rodríguez Claret, fue secretario, ambos partidos liderados por el político asturiano Melquiades Álvarez. Durante muchos años fue concejal del Ayuntamiento de Cangas del Narcea. (Ver Juaco López en: El nombre de la ‘Plaza de La Refierta’ por Manuel Flórez de Uría)

José y Amparo tuvieron tres hijos: nuestro protagonista Manuel, el mayor de los hermanos, que nació en Cangas del Narcea en junio de 1929, José María (Chema) y Adela Rodríguez Flórez de Uría. En el año de la siguiente fotografía, los tres pequeños quedaban huérfanos de padre pues a José Rodríguez Claret lo detuvieron, con el estallido de la guerra civil española, el 18 de julio de 1936 por ser el jefe local de Falange en Cangas del Narcea. Estuvo preso en la villa de Cangas, en el convento de Corias y en Cangas de Onís de donde lo llevaron a Gijón para fusilarlo el 6 de septiembre de 1936.

Hermanos Rodríguez Flórez de Uría (Adela, Manolo «Pilolo» en el centro y Chema Claret), año 1936. Foto Magadán. Colección: José Alberto Rodríguez Andreolotti.

ESPOSA E HIJOS

A principios de los años 60, Manolo Claret se casó con la canguesa Carmen Fontaniella y fruto de este matrimonio nacieron sus tres hijos: María Teresa, mi inolvidable amigo Manolín y Nicolás. Manolín Fontaniella (Fonta) fue un gran amigo mío que nos dejó demasiado pronto, hace ya algo más de diez años, quien, muy a su pesar, no pudo superar una fatídica enfermedad después de varios años de lucha constante. Contaba tan sólo con 47 años y dejaba esposa y dos hijos. El día 26 de abril de 2014, con toda la pena de nuestro corazón, sus familares y amigos le tuvimos que decir adios en la preciosa iglesia románica de Santa María de Doroña, muy cerca de Puentedeume,​ en La Coruña, en la paz de cuyo cementerio descansa desde entonces. Desde aquí envío un cariñoso saludo a Susana, su esposa, y a sus hijos y mi recuerdo para un amigo que siempre estará clavado en mi memoria y en mi corazón, pues, como decía Cicerón: «La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos». Amigo Fonta: ¡Volveremos a vernos!

A la izquierda “Manolín” Rguez. Fontaniella, hijo de Manolo Claret, el 20 de agosto de 1989, junto a un servidor y a otro buen amigo cangués, Manuel Rguez. «Manolón», en el aeródromo de La Morgal (Llanera), esperando para asistir a la multitudinaria misa que iba a celebrar el Papa Juan Pablo II en su visita a Asturias.

 

La amistad que me unía con su hijo hizo que tuviese una estrecha relación con Manuel Rodríguez Flórez de Uría, un hombre discreto pero con una sorna muy canguesa, muy afable, siempre de buen humor pese a las vicisitudes o avatares de la vida, daba gusto conversar con él, sus consejos siempre eran bien recibidos y se notaba que se alegraba viéndonos a nosotros disfrutar sanamente.

Este empleado de banca, primero en la Banca Álvarez Castelao y desde 1967 en la sucursal del Banco Español de Crédito en Cangas del Narcea cuando la banca canguesa pasó a formar parte del grupo BANESTO, siendo aún muy joven, con tan sólo 60 años, debido a una afección cardiaca, falleció en su villa natal, el día de nochevieja de 1989. Cangas perdía así a su relevante futbolista y nosotros a un estupendo consejero, a un gran cangués y a una buena persona. Y como agradecimiento, he querido escribir esta reseña en su memoria desde Villaviciosa de Odón (Madrid) el 12 de septiembre de 2024.


 

El P. Luis Alfonso de Carballo SJ (1571-1635) en los escribanos del concejo de Cangas del Narcea: documentación inédita sobre su primera etapa

El presente artículo incluye la transcripción de varios documentos extraídos de las escribanías del concejo de Cangas del Narcea en los que se contiene inédita información sobre el P. Luis Alfonso de Carballo SJ, famoso literato asturiano. El interés de esta documentación es extraordinario, toda vez que permite perfilar aspectos ya acreditados de su trayectoria y, sobre todo, arroja nuevos datos que hasta el momento permanecían desconocidos, máxime por pertenecer estos a su etapa canguesa.

Este artículo que ahora subimos a la Biblioteca Digital del Tous pa Tous fue publicado en el Boletín de Humanidades y Ciencias Sociales del RIDEA, 196 (2022): 79-122.



 

Los bustos de Uría y Jovellanos en el palacio regional asturiano

Gaspar Melchor de Jovellanos y José Francisco de Uría y Riego, los habitantes más antiguos del Palacio de la Junta General del Principado de Asturias (antiguo Palacio de la Diputación)

Dos piezas clave en las colecciones de arte de la Junta General del Principado son una pareja de bustos realizados por el escultor José Gragera en 1862. Ambas esculturas retratan a los preclaros asturianos Gaspar Melchor de Jovellanos y José Francisco de Uría, de izquierda a derecha en la fotografía que encabeza esta entrada.

José Gragera y Herboso (Laredo, 1818 – Oviedo, 1897) es uno de los principales escultores españoles del siglo XIX. Aunque nacido en Cantabria, se trasladó siendo aún niño a Oviedo, donde tuvo su primera formación artística. Aquí estudiaría en la Escuela de Dibujo dependiente de la Sociedad Económica de Amigos del País al menos entre 1832 y 1836. A partir de 1839 se documenta ya en Madrid, donde completó su formación en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando hasta 1841, en la Escuela de Nobles Artes y en el estudio del escultor José Tomás. En 1854 obtuvo su primer éxito nacional al vencer en el concurso del monumento a Juan Álvarez Mendizábal, con motivo de cuya fundición residió en París hacia 1856-57. A su regreso se convirtió en restaurador de escultura en Museo del Prado y, a partir de 1869, en subdirector-conservador del mismo. Fue durante años director de pensionados asturianos en Madrid y, tras su jubilación, regresó a Oviedo en 1890, ciudad en la que fallecería en 1897. Excelente retratista, suele citársele como autor representativo de la escultura romántica española, aunque su producción se caracteriza por las referencias clásicas, que se combinan con un contenido sentimiento. Su estilo, sobrio y majestuoso, huye de toda posible afectación, reflejando gran serenidad en sus retratos. Así se puede apreciar en estos dos bustos, encargados al artista por la Diputación Provincial de Oviedo de manera conjunta en 1862, poco después de la muerte de José Francisco de Uría y Riego, por un total de 21.250 reales. Ambos quedarían instalados en el salón de sesiones de la Diputación en 1864, medio siglo antes de la construcción del actual palacio.

Estas efigies, dedicadas a sendos próceres de origen astur, mantienen una serie de características formales comunes, además de similar solución para el pedestal, alejado de su habitual basa ática y decorado en esta ocasión con esfinges, el escudo de Asturias y el nombre del efigiado enmarcado por una corona de laureles. Son representaciones sobrias, frontales, de gesto contenido y modelado firme, veraz aunque ligeramente idealizado (más clásico el de Jovellanos, más romántico el de Uría), que exaltan los rasgos humanos de mayor valor iconográfico. Inmortalizados como hombres ilustres, como modelos de virtud, se les dota además de un carácter heroico mediante la capa, de marcados pliegues, recurso habitual en la escultura de este periodo. En el caso de José Francisco de Uría y Riego-Núñez (Santa Eulalia de Cueras, Cangas del Narcea, 1819 – Alicante, 1862), Gragera se inspiró, entre otras imágenes, en un dibujo al carbón realizado por Nicolás Suárez Cantón (Cangas del Narcea, 1815 – 1878), cuñado de Uría, amigo de Gragera y miembro de la comisión comitente. Consta que el escultor terminó la pieza en el mes de noviembre y que la presentó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1862, destacando la crítica su modelado, «con inspiración y acierto». Además, se conoce una réplica del busto, firmado en 1865 y propiedad de los herederos de Uría, al igual que otro de su progenitor, José de Uría y Terrero (1866). Por su parte, para el de Gaspar Melchor de Jovellanos (Gijón, 1744 – Puerto de Vega, Navia, 1811), que firma en 1863, Gragera se sirvió del retrato realizado por Ángel Monasterio (1809), modelo que usó también, aunque con mayores licencias, para la estatua togada del ilustrado que ejecutó para el Senado en 1887.

Recientemente, el Ayuntamiento de Cangas del Narcea adquirió dos bustos labrados en piedra (los anteriores son de marmol de Carrara), de José Uría y Terrero y de su hijo José Francisco Uría y Riego realizados también por el escultor José Gragera en 1865. Estas dos esculturas han sido colocadas en la cabecera del salón de plenos del ayuntamiento con el objeto de reconocer el papel que tuvieron estas dos personalidades en la historia del concejo de Cangas del Narcea en el siglo XIX, así como por la calidad artística de las dos obras. La propuesta de esta adquisición, que constituye un importante aportación al patrimonio cultural municipal, partió del «Tous pa Tous. Sociedad Canguesa de Amantes del País».


 

José Uría y Terrero y José Francisco Uría y Riego presiden el salón de plenos de la casa consistorial

Busto de piedra sobre pedestal de madera de Uría y Riego en el salón de plenos del consistorio cangués.

El Ayuntamiento de Cangas del Narcea ha adquirido dos bustos de José Uría y Terrero y de su hijo José Francisco Uría y Riego realizados por el escultor José Gragera en 1865. Estas dos esculturas han sido colocadas en la cabecera del salón de plenos del ayuntamiento con el objeto de reconocer el papel que tuvieron estas dos personalidades en la historia del concejo de Cangas del Narcea en el siglo XIX, así como por la calidad artística de las dos obras. La propuesta de esta adquisición, que constituye un importante incremento del patrimonio cultural municipal, partió del «Tous pa Tous. Sociedad Canguesa de Amantes del País».

 

Busto en piedra de José Uría y Terrero (Santulaya, fines del siglo XVIII – 1861)

José Uría y Terrero (Santulaya, fines del siglo XVIII – 1861) fue el heredero de la casa de Uría en Santaluya tras el fallecimiento de su padre Antonio Uría Queipo de Llano en 1828. Desde finales del siglo XVIII, los Uría son una familia ilustrada y liberal. En su casa estuvo Jovellanos en 1795 visitando al padre de Uría y Terrero, y éste se casará con María del Riego Sierra-Pambley, prima del general Rafael del Riego. En 1813, durante la corta vigencia de la Constitución de 1812 en plena Guerra de la Independencia, Uría y Terrero ocupará el cargo de alcalde de Cangas del Narcea, siendo la primera persona que ostentó esta denominación al frente del concejo, pues en 1814, con el regreso de Fernando VII y la derogación de la citada constitución, este cargo volverá a denominarse «juez noble». Hasta 1834 no volverá a emplearse el nombre de alcalde. En 1819, Uría y Terrero volverá a ser nombrado juez noble del concejo de Cangas del Narcea.

Con el fin del Antiguo Régimen, que se produce en 1833 con la muerte de Fernando VII, y la llegada del Estado liberal y moderno, Uría y Terrero tendrá un papel importante en el concejo de Cangas del Narcea. Se implica más en política, ocupará la representación del concejo en la última Junta General del Principado de Asturias en 1834 y 1835, y será diputado provincial en la primera Diputación Provincial de Asturias, constituida en 1835 tras la disolución de la anterior institución.

Tuvo también un papel relevante en dos acontecimientos de la historia canguesa. En la dramática hambruna que sufrió Asturias a mediados del siglo XIX, Uría y Terrero fue uno de los encargados de repartir la ayuda de la Junta de Caridad del Principado entre los vecinos pobres de Cangas del Narcea, y fue decisivo, junto a sus hijos José Francisco y Rafael, en la entrega del desamortizado monasterio benedictino de Corias a los dominicos por parte del Estado. En enero de 1860 recibió en Ocaña un poder de fray Mariano Cuartero O.P. (1813-1884) para tomar posesión del monasterio en nombre de la orden dominica, hecho que sucedió el 13 de febrero de aquel año.

 

Buesto en piedra de José Francisco Uría y Riego (Santaluya, 1819 – Alicante, 1862)

José Francisco Uría y Riego (Santaluya, 1819 – Alicante, 1862) fue el primogenito del anterior. Igual que su padre, dedicó su vida a la actividad política adscrito al partido liberal moderado: ocupó diferentes empleos en el Ministerio de la Gobernación, fue elegido diputado en Cortes por el distrito electoral de Cangas del Narcea (desde 1857 hasta su fallecimiento en 1862), y entre 1858 y 1862 fue director general de Obras Públicas. Sus desvelos hacia Asturias y Cangas del Narcea son de sobra conocidos. Gracias a su empeño y trabajo se abrieron importantes carreteras, como la de Luarca-La Espina-Ponferrada, a través del puerto de Leitariegos; la línea de ferrocarril León-Gijón; se construyeron puertos y faros, etc. Sus contemporáneos reconocieron su contribución a la modernización de Asturias y tras su prematura muerte con 42 años le dedicaron importantes calles en Oviedo, Gijón, Luarca y Cangas del Narcea.

Por otra parte, dedicó tiempo y dinero a experimentar sobre el cultivo de plantas forrajeras en Cangas del Narcea con el fin de observar cual era la que mejor se aclimataba al concejo para después difundirla entre los campesinos. En cuanto a la viticultura, fue el primero que vio que cambiando algunas prácticas relacionadas con el cultivo de la vid, la vendimia y la elaboración del vino, en Cangas del Narcea podía producirse un vino de calidad que podría venderse y competir en cualquier mercado. Llevó productos del concejo, jamones y cecina de vaca, a la Exposición General de Agricultura celebrada en Madrid en 1857, por los que obtuvo una medalla de bronce.

 

Busto de piedra sobre pedestal de madera de Uría y Terrero en el salón de plenos del consistorio cangués.

La familia de estas dos personalidades canguesas fallecidas en 1861 y 1862, con pocos meses de diferencia, quiso conservar su memoria y con este fin encargó en 1862 sendos bustos a uno de los escultores más prestigiosos de España en esta clase de trabajos: José Gragera y Herboso (Laredo, 1818 – Oviedo, 1897). Este artista fue una de las figuras más destacadas de la escultura romántica española, desarrolló gran parte de su carrera artística y profesional vinculado al Museo del Prado, donde trabajaba como escultor restaurador, y es autor de numerosos bustos de personalidades de su época e históricas. La Diputación Provincial de Asturias también quiso sumarse a este homenaje y encargó al mismo escultor otro busto de José Francisco Uría del Riego, así como uno más de Jovellanos. Estos cuatro bustos se labraron en mármol de Carrara y se conservan en el palacio de Uría de Santulaya y en la Junta General del Principado de Asturias.

Pero aún hubo otros dos bustos más, en este caso labrados en piedra, de José Uría y Terrero y de José Francisco Uría del Riego que encargaron al mismo escultor Lucía Uría del Riego, hija y hermana de los anteriores, y su marido Nicolás Suarez Cantón. Estos bustos fueron adquiridos posteriormente por Fernando Blanco Flórez-Valdés y José Luis Ferreiro Blanco, parientes de la familia Uría y vecinos de la villa de Cangas del Narcea. Estos dos bustos son los que ahora ha adquirido el Ayuntamiento de Cangas del Narcea a su heredera María Teresa González Ferreiro.