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Una biografía de Anselmo González del Valle (1852 – 1911)

[Texto leído por Fidela Uría Líbano en el Homenaje a Anselmo González del Valle, organizado por el Tous pa Tous y el Museo del Vino de Cangas, en el Teatro Toreno, de Cangas del Narcea, el 2 de diciembre de 2011, y en el que interpretó la pianista doña Purita de la Riva varias composiciones musicales del homenajeado, que se mencionan y analizan en este texto. González del Valle tuvo mucha relación con Cangas del Narcea y tiene una calle dedicada a él en la capital del concejo].

Esquela de Anselmo González del Valle publicada en la portada de -El Principado- de 16 de septiembre de 1911

Se celebra este año el centenario de la muerte de Anselmo González del Valle, acaecida el 15 de septiembre de 1911. Silvio Itálico, seudónimo del escritor Benito Álvarez- Buylla, decía en 1924 sobre la grandeza de esta figura como compositor, pianista y erudito que, seguramente, le harían más justicia las generaciones venideras. Tuve la ocasión de profundizar en la vida y en la música de González del Valle, mientras hacía mi tesis doctoral, y puedo afirmar que fue uno de los personajes que más contribuyó al desarrollo de Asturias en la etapa que va de la segunda mitad del XIX a los primeros años del XX; especialmente a nivel cultural, pero también en lo social y lo económico. Es pues casi de justicia este merecido homenaje.

Anselmo González del Valle y González Carvajal nace en la ciudad de La Habana el 26 de octubre de 1852. Su padre, Anselmo González del Valle y Fernández Roces, había emigrado de Oviedo a Cuba en 1840 y allí se establece como empresario, sobre todo a partir de su matrimonio con María Jesús González Carvajal, cuyo padre era propietario de varias empresas y fábricas de tabaco repartidas por toda Cuba.

Según nos relatan sus familiares, Anselmo comenzó los estudios de primaria en el Colegio de Belén de La Habana y, con seis o siete años, se inicia en el arte de la música con un tío materno, Manuel Francisco González Carvajal, al que familiarmente llamaban “tío Pancho”.

Siendo aún muy pequeño los padres de Anselmo se separan, y él y su hermano Emilio Martín quedan al cuidado del padre. Pocos años después los dos hermanos son enviados a vivir a Oviedo, permaneciendo el padre en La Habana al frente de sus numerosos negocios. Anselmo y Emilio Martín se instalan en una amplia casa en la calle Cimadevilla al cuidado de un sacerdote que ejerce como tutor.

En 1863 los dos hermanos comienzan sus estudios de bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Oviedo, donde el compositor se gradúa como Bachiller en Artes en 1869. En aquella época coincidieron en el Instituto de Oviedo con los escritores Leopoldo Alas (Clarín) y Armando Palacio Valdés. Tanto Clarín como Palacio Valdés relatan en sus obras como organizaron en la casa de los González del Valle una especie de ateneo cultural juvenil en el que hablaban de historia, literatura o arte, representaban obras teatrales, etc. Y parece que ya en su adolescencia González del Valle destacaba como pianista, tal como señala Palacio Valdés: “Por fin, uno de los dueños de la casa [se refiere a Anselmo] nos hacía oír en el piano algunas sonatas o trozos de ópera, pues ya entonces era un maravillosos pianista”.

Probablemente, al mismo tiempo que el bachillerato, Anselmo comienza sus estudios musicales con Víctor Sáenz. No puedo dejar de mencionar aquí la inmensa labor de don Víctor Sáenz en Asturias: fue organista de la Catedral de Oviedo, director de varias bandas de música, fundador de la Academia de Música San Salvador de Oviedo, autor de varias composiciones musicales y, sobre todo, gran maestro de varias generaciones de músicos y compositores asturianos.

Anselmo González del Valle se licencia en Derecho Civil y Canónico en 1872 por la Universidad de Oviedo; realiza el primer y último año en Oviedo y los cursos intermedios en Salamanca y Madrid. Parece que Anselmo estudió la carrera para satisfacer a su familia con un título universitario, ya que nunca ejerció la abogacía y, de cualquier forma, tampoco lo necesitaba porque contaba con una gran herencia familiar.

El escritor Constantino Suárez, en su obra Escritores y artistas asturianos, señala que “al mismo tiempo que su preparación universitaria, Anselmo González del Valle realizó estudios musicales con los mejores maestros de Oviedo y Madrid”. Por lo que se refiere a Madrid todo apunta a que la enseñanza que recibió fue de carácter privado; las referencias de su familia señalan que el compositor no hizo estudios oficiales de música, sino que fue una enseñanza libre. Incluso comenzó los estudios de Armonía y Composición en París, pero sin llegar a concluirlos. Probablemente fue el músico Charles Beck uno de los que más influyó en la formación pianística de Anselmo. Beck fue Primer Premio de Piano del Conservatorio de París y se estableció en Madrid desde finales del XIX como profesor de piano, destacando también su actividad como concertista.

En estos primeros años de juventud González del Valle realiza continuos viajes a diversas ciudades de Europa, especialmente a París. Además, empieza a comprar partituras publicadas por las grandes casas editoriales europeas, especialmente de música pianística. Él tocaba todo la música para piano que compraba, con lo cual va adquiriendo paulatinamente el dominio técnico e interpretativo del instrumento que caracterizará sus años de madurez. En sus viajes por ciudades como Madrid o Barcelona, pero también fuera del ámbito nacional (París, Berlín, Leipzig o Roma) Anselmo tocaba como amateur en conciertos de carácter privado. Autores como Antonio García Miñor señalan que “pudo ser en su época uno de los primeros pianistas de Europa, pero despreció los más fabulosos contratos para anclar definitivamente su vida a Oviedo”.

En 1874 el músico contrae matrimonio con María Dolores Sarandeses y Santamarina, que había sido compañera suya en las clases de música con Víctor Sáenz. A partir de entonces finalizan los viajes de Anselmo, y la actividad como concertista se centra en el pequeño círculo de su familia y amistades. Sin embargo, pasa a un primer plano la faceta de compositor.

Anselmo G. Del Valle editó algunas de sus obras en el extranjero, como es el caso de estas Cinco Mazurcas elegíacas, dedicadas -a la memoria de mis padres-, publicadas por Fr. Kistner y cuya cubierta fue realizada por la litografía de C. G. Roder, Leipzig

En 1879 González del Valle es nombrado académico correspondiente de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, cuya sección de música se había creado recientemente. Tenía por entonces 27 años y ya era una de las personas de más relieve en la región, tanto desde el punto de vista social como cultural. A lo largo de su vida González del Valle reúne una biblioteca musical de renombre en su época y que, aún hoy, puede ser considerada de gran valor. Llegó a poseer una colección de más de 20.000 partituras; una parte de esta biblioteca la conservan los nietos del compositor y la otra fue adquirida en 1947 por el Instituto Español de Musicología (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), de Barcelona. La colección cuenta con un amplio repertorio de obras de compositores, que va desde el Renacimiento hasta autores contemporáneos a González del Valle. También hay que mencionar la espléndida colección de cuadros que había heredado de su padre, gran aficionado a la pintura, y que el mismo Anselmo había ido aumentando.

González del Valle mantuvo relación con algunas de las personalidades más relevantes de la cultura española. Conoció a escritores, pintores y músicos como Francisco Asenjo Barbieri, Jesús de Monasterio, Tomás Bretón, Emilio Arrieta o Felipe Pedrell. Con Pedrell, que fue el padre del Nacionalismo musical español, tuvo Anselmo una estrecha relación, y le proporcionó varios temas tradicionales asturianos para su Cancionero Musical Popular Español (1922). Además, fue socio honorario de la Sociedad de Conciertos de Madrid.

Anselmo González del Valle fue uno de los principales promotores de la Escuela Provincial y Elemental de Música de Oviedo, origen del actual conservatorio. La apertura de la Escuela de Música tiene lugar en el año 1884, en el seno de la Academia Provincial de Bellas Artes de Oviedo. En un documento de la Academia leemos: “Un señor académico, artista de corazón y de pensamiento elevado [se refiere a González del Valle], tuvo la feliz idea de establecer bajo la dirección de esta Academia una clase de Música, ofreciéndose al mismo tiempo a costearla…”. Él presidirá la Escuela de Música de Oviedo hasta su muerte y, sin duda alguna, su influencia va a contribuir a crear un excelente clima musical.

Con el despegue de la industrialización van apareciendo en Asturias diversas compañías y sociedades promovidas fundamentalmente por la alta burguesía. González del Valle intervino en la creación en 1887 de la Compañía de Ferrocarriles Económicos de Asturias. También colaboró en el nacimiento de otras empresas como la Sociedad Industrial Santa Bárbara, la fábrica de cervezas El Águila Negra o la Unión Española de Explosivos. Paralelamente a la aparición de sociedades industriales se forman otras de tipo cultural y benéfico destinadas a paliar las necesidades de la nueva clase obrera. González del Valle era miembro de numerosas sociedades benéficas como la Sociedad Económica de Amigos del País, la Junta Provincial de Beneficencia Particular o la Sociedad Santa Bárbara, entre otras.

Un núcleo importantísimo en el desarrollo de la vida musical en Asturias en la segunda mitad del siglo XIX fue -como en tantas otras regiones españolas- el salón de las grandes casas burguesas. En su espléndida mansión de la calle Toreno de Oviedo, Anselmo González del Valle dedicó un enorme salón a la música, donde guardaba una valiosa colección de pianos y, como ya mencioné, una de las mejores bibliotecas musicales de aquella época. Pasaban a menudo por aquella casa los personajes más relevantes del mundo de la música de la región: Saturnino del Fresno, Baldomero Fernández, Víctor Sáenz, Benjamín Orbón, Eduardo Martínez Torner, etc. Pero también estuvieron allí, a su paso por la ciudad, intérpretes como la pianista zaragozana Pilar Bayona o el gran Arturo Rubinstein, que dio un concierto en el Teatro Campomor en 1916. Es posible, aunque no está suficientemente claro, que existiera cierta relación entre Anselmo y el compositor ruso Nikolái Rimsky-Korsakov; el Capricho español de Rimsky es prácticamente un capricho asturiano y algunas investigaciones sugieren que pudo ser González del Valle el qué, de alguna manera, proporcionó los temas asturianos a Rimsky-Korsakov. La leyenda llegó incluso a contar que el músico ruso se había alojado en la casa de González del Valle. Anselmo y su familia se mofaban de esta leyenda con una ironía típicamente asturiana: Tenían un sillón, colocado en un lugar especial de la mansión, y en el que nadie se podía sentar, ya que era el lugar donde Rimsky había descansado en una visita que hizo a Anselmo y estaba reservado para sus próximos viajes a Oviedo.

En 1901 muere, a los cincuenta años, la esposa de Anselmo, víctima de una larga enfermedad. Esto supone un duro golpe para el músico del que ya nunca se repone; queda entonces al cuidado de su numerosa familia, pues el matrimonio tenía trece hijos, algunos de los cuales eran muy pequeños al morir su madre.

El excelente clima musical que vivía a principios del siglo XX la región terminará por cristalizar con la creación de la Sociedad Filarmónica de Oviedo en 1907, a la que seguirán la de Gijón en 1908 y la de Avilés en 1918. González del Valle fue una figura fundamental en el origen de la Sociedad Filarmónica de Oviedo y figuró como Presidente de honor de la misma en sus primeros años.

Al fallecer su mujer la propia salud del compositor se ve afectada y, además, padecía una diabetes desde hacía bastantes años. Para buscar remedio a esta enfermedad acude todos los veranos a tomar las aguas al Balneario de Mondariz, en Pontevedra (Galicia), y realiza algunos viajes al extranjero para consultar a los mejores especialistas europeos. Pero, a pesar de lo precario de su salud, la muerte le coge por sorpresa; el 15 de septiembre de 1911 el músico sufre un repentino ataque al corazón, debilitado por la enfermedad crónica.

La producción musical de González del Valle es una de las más importantes, tanto en calidad como en número, de la segunda mitad del XIX en Asturias; se han catalogado unas setenta composiciones suyas. Además, prácticamente la totalidad de esta música fue publicada, casi siempre por destacadas editoriales europeas y españolas. Constituye un caso bastante peculiar como compositor, ya que toda su obra está escrita para piano, el instrumento que dominaba desde el punto de vista técnico y expresivo. Esta música se puede dividir en tres tipos: el primero con obras basadas en la música tradicional; el segundo formado por obras originales que reflejan la estética del Romanticismo tardío, y el tercer tipo son las composiciones inspiradas en piezas de otros autores.

En cuanto a las obras basadas en música española, compuso seis Rapsodias españolas para piano. El género rapsódico, que no se sujeta a ningún esquema formal, ofrecía al compositor una gran libertad para el tratamiento de los temas tradicionales. Una de las influencias que más pesa sobre estas obras son las Rapsodias del compositor Franz Liszt. Purita de la Riva interpretará la Rapsodia Española, op. 19 de González del Valle. En ella pueden diferenciarse tres secciones: 1ª. Dedicada al folklore musical asturiano; 2ª. Hay un predominio de la música andaluza, y 3ª. Dominada por temas de jotas aragonesas.

Hay un elemento unificador en la Rapsodia que es la aparición a lo largo de la misma del tema de la Marcha real. Los aspectos más destacados de esta obra son: la cita directa y con pocas transformaciones de los temas tradicionales y un virtuosismo pianístico que busca la brillantez y el lucimiento del intérprete.

Por lo que se refiere a las obras de González del Valle basadas en música asturiana Purita de la Riva va a interpretar: la Rapsodia asturiana sobre aires populares para piano, nº 2; las añadas Yes nidia y No llores, no de la obra Rapsodia asturiana para piano, op. 13, y los temas Paxarinos y No la puedo olvidar de la obra Veinte melodías asturianas para piano.

Rapsodia escrita por Anselmo G. del Valle, donde figuran diversos símbolos asturianos: Don Favila contra el oso, un carbayón (roble), la Cruz de la Victoria rematada por la corona real (escudo del Principado), y la catedral de Oviedo.

La Rapsodia asturiana sobre aires populares para piano, nº 2, op.27 fue compuesta alrededor de 1890. Está dedicada “a su amigo don Teodoro Cuesta, músico y poeta asturiano” y va precedida por dos de sus poemas: Asturias y La romería. La Rapsodia se abre con el tema de danza prima La virgen de Covadonga y luego se van desarrollando otras canciones tradicionales como No se va la paloma o Nadie plante su parra. La Rapsodia termina brillantemente, como queriendo imitar el final de una romería asturiana, con un popular y enérgico baile de gaita.

La canción tradicional No la puedo olvidar aparece en otros cancioneros de la época, pero estas versiones no se pueden equiparar al delicado tratamiento que hace González del Valle del tema. Creo que es una de sus mejores composiciones ya que, sin acudir al excesivo virtuosismo pianístico, consigue una gran calidad estética, por ello su carácter es más íntimo y también más personal que el de otras obras.

El tema Yes nidia es una añada y lleva el texto en la parte superior; en él se amenaza al niño con las xanas para que se duerma. El tratamiento que hace el compositor de este tema es de una sencillez exquisita. La melodía se trascribe sin modificaciones, para ser tocada piano y muy ligada, indicaciones muy adecuadas para esta canción de cuna. El acompañamiento de la melodía es sobrio, pero el compositor utiliza con maestría los recursos pianísticos para crear la atmósfera adecuada. El piano es puramente descriptivo, especialmente en las cascadas de arpegios que imitan el sonido del agua de los arroyos en los que viven las xanas.

Para concluir tengo que señalar que la obra de Anselmo González del Valle es equiparable en calidad (en algunos casos sin duda mejor) a la de otros compositores españoles de la segunda mitad del siglo XIX, como Apolinar Brull, Eduardo Ocón, Miguel Capllonch o Teobaldo Power. Como ocurre con estos autores su música representa un nacionalismo sin las aspiraciones más universales de la música de Falla, Albéniz o Granados, en los que el nacionalismo se afina y evoluciona al contacto con las corrientes musicales europeas. La música de González del Valle está determinada por la época en la que vivió, es decir, por el Romanticismo tardío y la búsqueda del virtuosismo instrumental. Pero el tratamiento que hace el compositor de la música asturiana imprime un carácter más personal a sus obras; ya que su acercamiento a la esencia melódica y rítmica de estos temas hace que el lenguaje musical resulte, en cierto modo, innovador y original.


Fidela Uría Líbano
Cangas del Narcea, 2 de diciembre de 2011


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La modernización del vino de Cangas, 1878 – 1901

XIII Exposición de Burdeos, Diploma de Medalla de Plata, 1895 a los vinos de Cangas de Tineo de Anselmo González del Valle

Anselmo González del Valle y Cangas del Narcea

La modernización del vino de Cangas, 1878 – 1901

La relación de Anselmo Gonzalez del Valle y Carbajal (La Habana, 1852 – Oviedo, 1911) con Cangas del Narcea está envuelta en un cierto misterio, basado en el desconocimiento que tenemos de los motivos que impulsaron a este hombre, nacido en Cuba, hijo de un emigrante de Oviedo, rico capitalista, industrial y gran aficionado a la música, a comprar tierras en el concejo de Cangas del Narcea y dedicarse con ahínco al viñedo y la elaboración de vino.

Sus inversiones en Cangas del Narcea comienzan el 18 de septiembre de 1878, cuando González del Valle, que tenía 26 años de edad, compra en Oviedo (ante el notario José Antonio Rodríguez) a Juan Vázquez Camino, comerciante residente en Burdeos, un número elevado de propiedades en los concejos de Cangas del Narcea, Tineo, Ibias, Allande, Valdés y Villayón, por 277.500 pesetas. Todas estas propiedades las había adquirido este comerciante en 1874 a Rafael Uría Riego, hermano y heredero del famoso José Francisco (1819 – 1862), con un pacto de retroventa por un periodo de cuatro años, que el vendedor no llegó a ejercer.

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Cangas del Narcea hacia 1918 (vista parcial) destacamos la bodega construida por Anselmo G. del Valle, el Lagarón.

La gran mayoría de las propiedades adquiridas por González del Valle estaba en el concejo de Cangas del Narcea, en total 198. Había caserías, viñas, prados y tierras localizadas en cortinales de muchos pueblos, así como el dominio de pueblos enteros: Amáu/Amago, El Fuexu/El Fuejo o Pambley, y de brañas: La Linar (Rato), Entrambosríos (Mieldes), Junqueras y Los Cadavales, o de partes importantes de pueblos: Mieldes, Bárzana, Parada la Viecha, San Xuan del Monte, El Valle los Humeiros, Miravalles, Veigamioru, Villager, Piñera, El Pládanu y Berguñu. En la compra se incluían importantes propiedades situadas en la villa de Cangas del Narcea y sus inmediaciones: el palacio de Omaña y la huerta contigua; una casa en la calle Mayor; las Huertas de La Veiguitina; la Huerta del Molino, el Prau del Molino y el molino harinero situado junto al puente de piedra de Ambasaguas; viñas en Barañan; “la posesión llamada de Obanca, parroquia de Santa Marina, compuesta de casa, hórreos, un molino con cuatro molares, tierra, prados, huertas, varios castaños y otros árboles” de una superficie de tres hectáreas, etc.

Bodega de Anselmo G. del Valle, conocida como El Lagarón, construida a fines del siglo XIX en el Pelayo (Cangas del Narcea); detrás todo son viñas, 1935. Fotografía de Elisa Álvarez Castelao.

A estas propiedades Gonzalez del Valle sumó varias viñas en Limés, que compró en 1879 a María Joaquina Gonzalez-Cienfuegos y Navia Osorio (de la casa del conde de Peñalba), y en 1883 a Indalecia García del Valle. Por último, en 1898 adquirió a Casimiro Manso Ochoa la finca de Pelayo, en la villa de Cangas del Narcea, donde construyó una gran bodega de vino, la conocida como El Lagarón, que tenía pozo y bomba de agua.

Las propiedades más estimadas de Gonzalez del Valle fueron sin duda las viñas. En total llegó a poseer 21 hectáreas de viñedo, localizadas en los términos de Pambley, San Cristóbal de Entreviñas, Oubanca, Burracan, Cangas del Narcea y, sobre todo, Limés. En este último lugar era propietario de la viña de Santiago (de ocho hectáreas), la viña Grande (de dos hectáreas), la viña Redonda o Semillana (de más de cuatro hectáreas), la viña Cachiporra (de más de una hectárea) y otras más pequeñas en los formales de San Andrés, Perín y Sumeana. En la viña Redonda había un edificio terreno, cubierto de teja y destinado “exclusivamente a la recolección o deposito del fruto y sarmientos de la finca, custodia de herramientas para trabajarla y demás usos precisos a la misma”. Las viñas de mayor superficie las explotaba directamente Gonzalez del Valle, y las pequeñas las llevaban arrendatarios que a menudo pagaban de renta el tercio o el quinto de “su producción en uva”.

Anselmo González del Valle, 1874. Dibujo de José F. Cuevas.

Anselmo González del Valle ejerció en Cangas del Narcea las actividades siguientes: el altruismo, la explotación de un molino, el cultivo de viñas y la producción de vino. Las dos últimas fueron su principal ocupación. Su domicilio lo tenía en Oviedo. Solía venir a la villa de Cangas casi todos los años, durante unos días, en los meses de octubre y noviembre, coincidiendo con la vendimia y los primeros trabajos de elaboración del vino, y residía en el palacio de Omaña. A veces también venía en julio durante las fiestas del Carmen. En esta villa tenía un administrador que se encargaba de arrendar las fincas, recaudar las rentas, etc. El 23 de octubre de 1882 (ante el escribano Ángel Menendez Reigada) nombró en este puesto a Felipe Francos Flórez y el 14 de julio de 1897 (ante el escribano José Novoa Álvarez) al maestro Genaro González Reguerín.

Gonzalez del Valle era un “hombre generoso y caritativo”, conocido en Oviedo por sus obras benéficas. Cangas del Narcea se benefició de esta generosidad, y en cualquier suscripción que se formaba para recaudar fondos para las fiestas del Carmen, la junta de socorro de los pobres, etc., figura su generosa aportación. También donó terrenos en La Veiguitina para la apertura de una calle. El Ayuntamiento de Cangas del Narcea reconoció este altruismo, dedicándole en la villa una calle nueva que se abrió para comunicar la calle de La Fuente con La Veiguitina.

Molino junto al puente de piedra de Ambasaguas, construido por Anselmo G. del Valle en 1884, Cangas del Narcea, 1935. Fotografía de Elisa Álvarez Castelao.

En la compra de 1878 iba incluido un molino harinero con “ocho piedras molares” y 130 m2, que era el único que había en la villa de Cangas del Narcea. Había pertenecido a la casa de Omaña y estaba pegado a la derecha del puente de piedra de Ambasaguas, entrando por la calle de La Fuente. González del Valle derriba este molino y construye en 1884 uno totalmente nuevo, a la izquierda del puente, para el que aprovecha la presa del molino viejo. Instala tres muelas hidráulicas con una maquinaria moderna que trae de León. Tenía una muela francesa y dos españolas, “que molían más rápido y mejor que las antiguas”, y un ventilador, también movido por la fuerza del agua, que dejaba “el grano perfectamente limpio”. Para un capitalista como González del Valle, que invertía en ferrocarriles o fabricas de explosivos, la inversión en un molino de estas características era un anacronismo. La existencia de un molino de esta clase era algo beneficioso, sobre todo, para los vecinos. El pan seguía siendo el alimento básico de la población y no era lo mismo tener un molino viejo, que se estropeaba con frecuencia y no molía bien, que uno moderno, rápido y eficaz, que permitía tener una harina limpia y bien molida.

La gran actividad de González del Valle en Cangas del Narcea fue el cultivo de viñas y la elaboración de vino, y en esto es donde llega su influencia hasta nuestros días. Para estas labores trajo a técnicos franceses de la zona de Burdeos. La viticultura y la vinicultura francesas eran las más desarrolladas de Europa, y González del Valle no escatimó medios para mejorar y modernizar estas labores en Cangas del Narcea. Su interés le llevó a acudir a Madrid en junio de 1886 al Congreso Nacional de Vinicultores en representación del Consejo Provincial de Agricultura, Industria y Comercio de Oviedo, junto al conde de Toreno. A este congreso también asistieron de Asturias, Víctor Lobo, ingeniero agrónomo provincial, y Rogelio Valledor Ron, que fue en representación del periódico El Occidente de Asturias, de Cangas del Narcea, lo que denota el interés de esta industria para nuestro concejo.

En el viñedo los técnicos franceses introdujeron numerosas mejoras que fueron seguidas por los cangueses, y que favorecieron mucho el cultivo de la vid. Algunas de las más destacadas fueron las siguientes: el azufrado y el sulfatado con “caldo bordelés” (mezcla de sulfato de cobre y cal) para prevenir el oidium y el mildiu, respectivamente, que son dos hongos procedentes de Estados Unidos de América que causaron grandes estragos en los viñedos europeos durante la segunda mitad del siglo XIX; la poda temprana; la colocación de espalderas o hilos de alambre para sujetar las vides, etc.

De algunas de estas mejoras tenemos testimonios contemporáneos gracias al periódico El Occidente de Asturias:

Los viñedos hace años vienen atacados del Oidium, de ese terrible parásito que se desarrolla de una manera admirable; y este año, que los cosecheros, por iniciativa del señor don Anselmo del Valle, habían empezado á utilizar con buen éxito el azufre, parece que los temporales se empeñaron en destrozar una cosecha que constituye el primer elemento de riqueza de esta comarca. Era lo que faltaba á este pobre país […]. (El Occidente de Asturias, 15 de septiembre de 1882)

Al año siguiente el mismo periódico vuelve a recordar los beneficios aportados por estos técnicos franceses que trabajaban para González del Valle:

La vendimia se va haciendo con buen tiempo. La cosecha es desigual, pues al paso que algunas viñas tienen más uva que en el año último, otras tienen menos. Entre las primeras se cuentan las del señor don Anselmo del Valle, debido indudablemente al sistema de poda y otras labores que adoptaron obreros franceses que ha traído, y al azuframiento de las vides. Ténganlo presente los demás viticultores, y adopten el propio sistema si quieren que sus viñas produzcan. El vino promete ser bueno. (El Occidente de Asturias, 19 de octubre de 1883).

En Francia fue donde se desarrolló el empleo de azufre para prevenir el oidium y donde se descubrió la eficacia del sulfato de cobre para combatir el mildiu.

En cuanto al sistema de poda, otra noticia de ese mismo periódico, nos aclara en que consistió el cambio propiciado por los técnicos franceses:

La primera de estas cuestiones es la siguiente: ¿La poda de la vid debe ser temprana ó tardía? Los que sostienen que debe ser temprana, y son muchos, especialmente en Francia, y en España personalidades muy respetables, afirman que la poda que se hace en Diciembre da lugar á la producción de yemas robustas que ofrecen fruto más abundante que el de poda tardía, agregando además que por este medio la cosecha se adelanta, circunstancia que en la provincia de Asturias no debe perderse de vista. En apoyo de esta opinión nosotros podemos citar lo que en la actualidad está practicando, en el viñedo que en los términos de este ayuntamiento tiene el señor D. Anselmo del Valle, un obrero que este trajo de Francia con el único objeto de atender al cultivo y mejoramiento de sus viñas. Sostiene este obrero las ventajas que hemos indicado de la poda temprana, y así es que la está haciendo actualmente. No debemos omitir tampoco que por el mismo tiempo la hizo en el año anterior, y que, ya fuese debido á esto, ó tal vez á la casualidad, lo que no es imposible, es lo cierto que las viñas del Sr. Valle han sido las que dieron en el corriente más abundante cosecha. (El Occidente de Asturias, 7 de diciembre de 1883).

Estas mejoras quedaron grabadas en la memoria de los viticultores cangueses, y en 1987, cien años después de su introducción, Carmen Martínez Rodríguez entrevistó a algún anciano que “aún recordaba con agradecimiento y admiración a los técnicos franceses venidos de Burdeos para enseñarles a injertar, a preparar el caldo bordelés o a utilizar las primeras sulfatadoras. También contaban que estos mismos técnicos trajeron nuevas variedades de vid, como el Cabernet, la Garnacha Tintorera y el Albarín Francés, y que les enseñaron a utilizar nuevos sistemas de poda y conducción (Guyot), que poco a poco irían sustituyendo a otro mucho más antiguo denominado en cepa redonda” (Mª del Carmen Martínez Rodríguez y José Enrique Pérez Fernández, La vid en el occidente del Principado de Asturias, CSIC, Madrid, 1999, pág. 21).

Pero no todos fueron éxitos en las viñas de González del Valle. La modernización y los cambios en el campo llevan a aparejados riesgos. La introducción de nuevas plantas y su aclimatación es una operación problemática, y a veces las cosas no salen todo lo bien que se proyecta. Esto fue lo que le pasó a Gonzalez del Valle con la plantación de nuevas variedades de vid, que introdujo con el fin de mejorar la producción y luchar contra la terrible filoxera, un parasito que procedente también de América asoló los viñedos de toda Europa a fines del siglo XIX, y que en Cangas del Narcea se localizó por primera vez en 1893. Los problemas de González del Valle los conocemos por una carta escrita por Severiano Rodríguez-Peláez desde Cangas del Narcea al conde de Toreno, el 26 de octubre de 1898:

D. Anselmo, que por medio de los franceses empezó a descepar el mejor terreno de la viña, donde no había siquiera asomo de filoxera, hizo cuantiosos gastos para fundirla y despojarla de la piedra, trajo vides injertas de Burdeos que plantaron en la forma que lo hacían allí, y después de tan bien preparado el terreno, le murieron próximamente una mitad, y las que no perecieron llevan un desarrollo muy lento, y según el francés que sigue aquí, parece tienen que volver a replantar, poniendo una cesta de cucho a cada planta, para lo que estuvo este verano acopiando todo el cucho que encontró.

El 23 de noviembre de ese mismo año, Rodríguez-Peláez vuelve a escribir al conde sobre este asunto:

Lo que no se comprende es lo de D. Anselmo, dicen que este año recogió solo unas cien cuepas [3.130 litros], a pesar de tanto cuidado y tantos gastos como viene haciendo en estos años. En el actual tienen que ser mucho mayores porque hace ya cuatro meses que tiene ocupado un carro en llevar abono; acopió todo el de la villa y después se fue a los pueblos de Limés y Ponticiella para hacer otra plantación nueva, y calculan que tal número de plantas ha de dar tanto vino, calculando a dos litros cada una por término medio, lo que estará bien en otros países más apropiados para esta clase de cultivos y en que cuestan menos los gastos ordinarios anuales.

En la elaboración del vino también se hicieron cambios y mejoras importantes, dirigidas por el técnico francés Ernest Dubucq, jefe de la bodega de González del Valle en Cangas del Narcea.

Parece que la manipulación que se está efectuando por un inteligente francés, en el vino que en este concejo cosecha don Anselmo González del Valle, vecino de Oviedo, está dando excelente resultado. Como en la manipulación no entra ninguna materia ni sustancia que pueda quitar al vino su pureza, no podemos menos de aplaudir la determinación del señor Valle, que indudablemente contribuirá mucho á llevar la fama del vino cangués más allá de los confines de Asturias, en donde hasta ahora se halla aprisionada (El Eco de Occidente, 9 de febrero de 1894).

El vino se elaboraba con un sistema moderno en el que la fermentación era cerrada, no abierta como es costumbre en el método tradicional del vino de Cangas. Para ello se tapaban las tinas y se les ponía un tubo de hojalata que desahogaba en un depósito de agua, para no perder el anhídrido carbónico. Esto lograba un vino más resistente a los trasiegos, que duraba mucho más, no estropeándose durante el verano como le sucedía al vino tradicional. Según los vecinos de Cangas en aquel tiempo, este vino tenía el inconveniente de que “se iba mucho a la cabeza”, probablemente debido a que tenía algunos grados más de alcohol que el tradicional.

Otra práctica que introdujo González del Valle fue la mezcla de vinos, tanto del país como de Castilla. Al mezclar el vino de afuera lo que buscaba era subir la graduación y bajar la acidez característica del vino de Cangas, con el objeto de hacer un vino más agradable a los gustos de los potenciales clientes de fuera de Cangas del Narcea. En 1895 compró para este fin toda la producción del vino añejo y de ese año del conde de Toreno.

Sin duda, uno de los meritos de Anselmo González del Valle fue la comercialización y difusión de nuestro vino fuera de su lugar de producción, “más allá de los confines de Asturias”. A fines del siglo XIX, era habitual en la portada del diario El Carbayón, de Oviedo, un anuncio de “Vinos tintos de Cangas de Tineo de D. Anselmo G. del Valle”. El vino se ofrecía en botellas (a 2 pesetas unidad) y media botellas (1,25 pesetas), en cajas de 12 botellas y de 24 medias botellas, en barricas de 225 litros, barriles de 105 litros y cuartos de barricas de 55 litros. González del Valle tenía un depósito de venta propio en el número 40 de la calle Uría, de Oviedo. En el mismo anuncio se mencionan otros puntos de venta en Oviedo, Avilés y Gijón, y también en el número 76 de la calle de Fuencarral, de Madrid.

Botella de vino tinto de Anselmo G. del Valle, cosecha de 1896. Col. Museo del Vino de Cangas.

Las botellas de la cosecha de 1896 llevan una hermosa etiqueta litográfica realizada en el establecimiento de Del Río y Gutiérrez, de Luarca, en la que aparece un dibujo del Rey Pelayo y a los lados, el anverso y el reverso de la medalla de plata obtenida por el vino de Gonzalez del Valle en la Exposición de Burdeos de 1895.

Etiqueta de botella de vino de Anselmo G. del Valle, Cangas de Tineo, 1896. Col. Museo del Vino de Cangas

En 1896, el vino de González del Valle obtuvo otras dos medallas, en este caso de oro: una, en la Exposición Agrícola, Industrial y Artística de Angers, también en Francia, y otra, en la Exposición Regional de Lugo. Asimismo, estuvo presente en la Exposición Regional de Gijón de 1899, que fue una celebración en la que se mostró todo el poder de la industria que se había desarrollado en Asturias desde mediados del siglo XIX. Su stand lo describe el periódico El Noroeste, el 6 de agosto de 1899, con las siguientes palabras:

Elegante y bonita instalación formada por una base de barriles, sobre la que descansa un templete de botellas de vino de Cangas y encima de las botellas un barril que sostiene una cestita con hojas y fruto de la vid. En el templete lleva cuatro escudos pintados, y el conjunto de la instalación es agradable.

¿Cuales fueron las intenciones de Anselmo González del Valle en toda esta empresa? ¿Afición a la agricultura o el vino, búsqueda de rentabilidad económica, favorecer la industria vinícola canguesa, lazos familiares con esta tierra? No lo sabemos.

En su tiempo, y para sus iguales, fue una aventura económica incomprendida. El 30 de noviembre de 1898, el conde de Toreno le escribe desde Madrid a su administrador en Cangas del Narcea:

Hace mucho tiempo que no comprendo lo que se propone D. Anselmo del Valle en todas las operaciones de plantación de cepas y elaboración de vinos, pues, no creo que hasta ahora haya obtenido ningún resultado positivo, después de los considerables desembolsos que viene realizando. Él sabrá lo que se propone, si es que lo sabe.

Exposición Internacional Libre de Angers 1896, Diploma de Medalla de Oro

La diferencia entre el conde de Toreno y González del Valle está clara, es la diferencia entre el noble rentista, miembro de un viejo linaje, y el burgués innovador, hijo de la emigración a América. El conde era otro gran cosechero de vino de Cangas, pero nunca se interesó por mejorar el cultivo de la vid, ni por embotellar el vino, ni por comercializarlo fuera de Cangas del Narcea. En cambio, la labor de González del Valle fue fundamental para traer a Cangas unos adelantos, en algún caso mucho antes que a otras localidades productoras de vino, que favorecieron esta industria, que era la principal del concejo y la que daba trabajo a muchos hombres y mujeres durante buena parte del año.

Don Anselmo se marchó de Cangas del Narcea del mismo modo que había llegado en 1878: precipitadamente. El 6 de noviembre de 1901 vende en Oviedo (ante el notario Secundino de la Torre y Orvíz) todas sus propiedades en el concejo, que eran más de doscientas, a los hermanos Alfredo y Roberto Flórez Gonzalez, por 175.000 pesetas. El precio de la venta fue bastante más bajo que el que había pagado González del Valle por estas propiedades veintitrés años antes, a las que además había que sumar las inversiones en un molino nuevo, una bodega moderna y otras mejoras. Los compradores no eran unos desconocidos para él. Eran nietos de Genaro González Reguerín, administrador suyo en Cangas del Narcea en 1897 y 1898, e hijos de José María Flórez González, al que Gonzalez del Valle tuvo que conocer en Oviedo, porque los dos pertenecían a la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos, y compartían afición por las bellas artes, la música y la enseñanza.

Exposición Regional de Lugo de 1896. Diploma de la Medalla de Oro a los vinos de Cangas de Anselmo González del Valle.

La aventura canguesa de González del Valle concluyó ese día, el 6 de noviembre de 1901, con 49 años de edad. En este caso si conocemos el motivo de este final. En 1901, Gonzalez del Valle cayó en un fuerte desanimo y una gran apatía, debido al fallecimiento de su esposa el 25 de mayo de 1901 y a una diabetes que le diagnosticaron y para la que no encontró remedio.

Pero él no olvidó aquella aventura canguesa, y seis años después, el 4 de enero de 1907, donó al Ayuntamiento de Cangas del Narcea los diplomas de los tres premios que había obtenido con sus vinos en las exposiciones agrícolas de Francia y Lugo. Creo que este gesto es el mejor modo de expresar que la razón de aquella aventura, aunque siga siendo para nosotros una incógnita, tenía más que ver con un beneficio colectivo que con un interés particular.

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Tortilla soufflé

alt“Nada tan sencillo”

Se baten hasta que levanten ampollas seis yemas de huevo, agregándoles lentamente otras tantas cucharadas de azúcar tamizada y unas gotas de vainilla o la esencia que se quiera.

Aparte se ponen al blanco de nieve y muy duras las claras, y justamente diez minutos antes de sacarlo a la mesa se mezcla todo, echándolo en una cacerola de porcelana que resista el fuego, untándola ligeramente con manteca de vaca, y se mete en el horno que tiene que estar muy fuerte para que se infle mucho, que es cuando está bien.

Para que siempre salga en su punto la tortilla, es menester que las yemas y claras estén muy batidas, cuanto más tiempo mejor y el horno muy fuerte.

Del recetario manuscrito en El Puerto Leitariegos el 1 de marzo de 1914, por Adela Cosmen Bueno, de Casa Basilio.

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José María García Aznar (Cangas del Narcea, 1882 – La Arena, 1942), sacerdote y novelista

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El presbítero cangués José María García Aznar hacia 1932.

Nace en Cangas del Narcea el 29 de mayo de 1882. Su padre, don Higinio García González-Regueral era militar, y su madre, doña Rosita Aznar Martínez procedía de una familia de Luarca y era prima de la mujer de don Severo Ochoa, el Premio Nobel de Medicina. Parece ser que su primera vocación era la castrense, tal como aparece en algunas biografías, y que no pudo seguir debido a una ligera cojera ocasionada por un disparo en la rodilla de un sobrino a quien se le disparó un arma.

Estudia la carrera eclesiástica y parece ser que también hizo estudios de magisterio. Se ordena sacerdote con otros cincuenta y ocho en 1906 (Antonio Viñayo, El Seminario de Oviedo, pág. 235).

En 1907 es destinado como capellán en El Pito (Cudillero) y coadjutor “ad nutum”, es decir sin que hubiera plaza. Tres años después, en 1910, es nombrado por el marqués de Muros, de quien su madre era pariente, párroco de Ranón y de su filial de La Arena (Soto del Barco), puesto que era una parroquia de Patronato. Con él vivía una muchacha de servicio llamada Lucinda. Recorría a caballo las parroquias de Naveces, La Corrada y Ranón. Vivía en Ranón en una casa del marqués que él adaptó para rectoral, hoy completamente restaurada, y el coadjutor residía en La Arena, donde está hoy la rectoral. En ella se hacía el samartín o matanza, que curaban en el bajo. Para llevarlo a cabo venía gente de Cangas del Narcea a ayudarles. También colgaban de los pontones, atadas con un hilo, las manzanas de mingán. Tenían una vaca llamada “Perla”. Parece ser que durante algún tiempo estuvo encargado de la parroquia de La Corrada. Uno de sus coadjutores fue don Porfirio Gutiérrez, párroco durante muchos años de Pillarno (Castrillón), dos temperamentos que no se llevaban, pero poco antes de morir Aznar lo trasladaron para Escoredo, de modo que ya no estaba allí cuando murió Aznar. Creo que fue poco antes de 1910 cuando la iglesia de La Arena estuvo en entredicho por mala avenencia entre cura y coadjutor, aunque desconozco las razones ni quienes eran éstos.

Fue el promotor del Sanatorio Quirúrgico de San Juan Bautista de La Arena, al frente del cual estuvo el especialista de corazón y pulmón, a la vez que cirujano, don Francisco Torrado, de Oviedo. Había dos ayudantes médicos, uno fue don Francisco Combarro. En este Sanatorio se atendía a los pescadores de Cudillero, San Esteban de Pravia y La Arena, dependiendo del Pósito o Rula de Pescadores de esta localidad del que don José fue durante un tiempo Presidente.

Sobre su odisea durante la persecución religiosa de 1936 da fe el testimonio de su coadjutor don Manuel Fanjul de la Roza, recogido por A. Garralda:

“El párroco de Ranón, don José María García Aznar, y un servidor habíamos estado presos dos meses antes del 18 de julio, seguido del triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero. Primero en la cárcel de Soto del Barco, en donde querían entrar con barras a matarnos; ante el peligro, nos trasladaron a la de Avilés, coincidiendo con don José Arenas, párroco de Riberas de Pravia, donde también nos quiso asaltar la chusma; y finalmente a Gijón, en varios autocares, porque la autoridad preveía el peligro y buscaba nuestra mayor seguridad. Sólo estuvimos diez días en la cárcel. Pero fue una buena experiencia.

Por eso, en cuanto me di cuenta de que en San Esteban de Pravia había huelga general por el levantamiento de África, levanté el vuelo. A sabiendas de lo que nos esperaba huimos por el monte el párroco (J. M. G. Aznar) y yo a Pravia. Si me quedo un día más, me enganchan y me hubieran matado. Oí decir que habían ido hacia los límites con Galicia en busca de ambos, cuando nos tenían bien cerca en Pravia.

Una vez en Pravia nos reunimos José Arenas, Luis Muñiz y Ramón García González, sacerdotes. Les propuse coger un coche y marchar a Portugal. No hubo manera de ponerse de acuerdo. Cada uno fue por su lado…”(Ängel Garralda, La persecución religiosa del clero en Asturias. II. Odiseas, Avilés 1978. págs. 270-271).

Al habla con don Manuel Fanjul me dijo que don José Mª García Aznar quedó escondido en Pravia con el párroco de dicha villa hasta que, meses después, fue liberada la zona, regresando de nuevo a su antigua parroquia de Ranón.

La Iglesia parroquial, de la que aún quedan unos muros, está en ruinas en una pequeña campa propiedad del Obispado.

Acaso debido a la presión psicológica que sufrió durante los años de persecución de la Guerra Civil y el fuerte temperamento que tenía, su carácter se fue haciendo más duro siendo al mismo tiempo víctima de una especie de manía persecutoria que le hizo poner casa en La Arena. Luego no cesó hasta que le nombraron presidente de la Rula de Pescadores. Había en La Arena un médico, apellidado Arana, que influía enormemente sobre la juventud y con quien estaba seriamente enfrentado. Pero el problema que le llevó a la muerte el 18 de junio de 1942, pocos días antes de la fiesta patronal de La Arena, fue que, debiendo enfrentarse por cuestiones de un paso frente a la iglesia, con el alcalde de La Arena, don Nicanor Suárez, no encontró respaldo ni por parte de compañeros, al parecer aquella noche había acudido a la rectoral a ver a don Maximiliano, ni de la jerarquía quienes juzgaban que la cosa no era para tanto. Por lo visto sí lo era…

De su vocación literaria dan fe las diversas colaboraciones en diversos periódicos y revistas, como Las Libertades, de Oviedo, en su primera etapa, Región (Oviedo) y la revista Covadonga. Publicó tres novelas de ambiente asturiano: ¡Allá… junto al mar!, Oviedo 1930; En medio del mar (con portada del pintor García Sampedro), Oviedo 1932 y Confinado, Oviedo 1934. Pero nos consta que dejó inéditas otras: Garras del Vilano -posiblemente la misma que aparece como “Vilanos inmorales (en preparación)” en la novela En medio del mar- y El señor de Muros, en la que atacaba por lo visto a su propia familia. Cerca del mar y Garras de Vilano, que aparecen anunciadas como obras en preparación en las contraportadas de En medio del mar y Confinado, son obras que posiblemente echó al fuego la noche de su muerte, pues su hermana Maruja me dijo que la víspera de su trágico final se había pasado toda la noche quemando papeles en la cocina.

De sus primeras obras hace el escritor Armando Palacio Valdés el siguiente comentario:

“… un léxico escogido y rico, de un selecto y correcto castellano. Una dicción suelta, galana, gaya, elegante; unas escenas donde palpitan llenas de vida, las virtudes y pasiones, querencias odios y amores expuestos con muy finos recatos, sin desparpajos, pero sin ñoñerías. Una trama llevada siempre con acierto… con ingenio, con interés, sin que los protagonistas se salgan ni un instante de su carácter, sin forzar las situaciones…”.


Por José Manuel Feito Álvarez


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Un viaje a Degaña en 1925

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Carretera de Cangas a El Puertu: El Pontón, hacia 1920. Fotografía de Benjamín R. Membiela. Colección: Juaco López Álvarez

En una mañana de junio emprendimos un viaje a Degaña. Madrugamos. El sol apenas había traspuesto en su orto las altas montañas astures, reflejando sus primeros rayos en los altos prados y herbazales de las montañas del Poniente, cuando trepidaba el motor del Dodge que nos conducía por la pronunciada cuesta que la carretera que de Cangas de Tineo parte ha de sostener durante kilómetros y kilómetros para alcanzar la divisoria de la cordillera cantábrica en el puerto de Leitariegos, límite entre León y Asturias.

Se da el caso en este montañoso y apartado rincón del mundo que moramos de que para ir a pueblos del mismo partido judicial es preciso salir de éste y aun de la provincia, y rodeando medio centenar de kilómetros en automóvil, quedar todavía a catorce del punto de destino, que se han de recorrer forzosamente en caballería si no se quiere apelar, en aras del ejercicio corporal, al tan modesto y vulgar vehículo de San Fernando, echando un pie tras otro.

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En 1925 los últimos catorce kilómetros hasta Degaña se tenían que recorrer andando o en caballería. Fotografía de la época. Colección Álvarez Pereda.

Hemos salvado el Puerto y descendemos hacia León. La carretera, en múltiples zigzag, va mitigando las diferencias del nivel hasta Caboalles de Abajo. El panorama ha variado por completo; a las jugosas y verdes laderas cubiertas de pradería y castañar, propias del terreno asturiano, suceden los terrenos pedregosos y yermos, cuyas vertientes asoman las bocaminas carboníferas y las escombreras del mineral. El Sil que acaba de nacer en la vertiente del Puerto para caminar muy lejos llevando con sus aguas el prestigio y la leyenda de sus arenas auríferas, mancha aquellas con los lavaderos de carbón.

A las casas de tejados de paja, que en las pequeñas aldeas astures de Leitariegos contemplábamos hace un momento, suceden en tierra leonesa las techadas de pizarra, que con la monotonía de su color y sus altas chimeneas y adornos de ambiente inconfundible se edifican en Laciana. Llegamos a la Collada de Cerredo; es preciso dejar el coche y tomar los caballos. El Valle de Degaña, largo y estrecho, por el que nace y discurre el río Ibias, y cuyas laderas están llenas de soberbio arbolado para construcción, refleja otra vez el paisaje asturiano.

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Barrio de Degaña en 1927 en el que destacan las cubiertas de paja de centeno. Fotografía: Fritz Krüger. Colección: Museo del Pueblo de Asturias.

Pasamos por las minas de Cerredo; sigue el camino tortuoso el curso del río—kilómetros de pesado viaje bajo el sol casi veraniego y “a bordo” de un penco lugareño que se agita y retuerce hostigado por las moscas — hasta llegar a Degaña. La cortesía no es ajena a estos retirados lugares. Una comisión de notables acude a recibir al Juzgado, cumplimentando. Nos apeamos y realizamos nuestras diligencias. Por la tarde es el regreso, a la puesta del sol, que baña en doradas tonalidades de un espléndido Poniente todo el paisaje. Ya brilla el lucero de la tarde, cuando después de nuestro fugaz paso por tierra leonesa enfilamos de nuevo el gran Valle de Naviego, puerto abajo, de regreso a Cangas. En una aldea del tránsito los mozos y mozas divierten sus ocios de domingo, en esta prima noche, bailando el “son de arriba” en la carretera. De que pasamos, un rapaz arrojó una piedra al “auto”. Conservamos de Degaña una impresión turbia y lejana…

La Voz, Madrid, 13 de julio de 1925

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Homenaje en Cangas a Pasamontes y Menéndez

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Antonio Menéndez González (Cangas de Narcea, 18 de agosto de 1946). Foto de Rudi Aruiz Diez, año 1976

El ciclista profesional Luis Pasamontes Rodríguez y el histórico Antonio Menéndez González tuvieron el sábado 10 de diciembre un emotivo homenaje en su tierra de Cangas de Narcea, donde se descubrió un monolito en el que se representa a un ciclista escalando una montaña, para recordar a estos dos grandes corredores que compitieron en el Tour de Francia, Giro de Italia y Vuelta a España. También se le entregó una placa de reconocimiento a Higinio González, que fue un ciclista independiente que corrió la Vuelta Ciclista a Asturias de 1955 y 1956 ante Federico Martín Bahamontes y Bernardo Ruiz, gracias a  unos días que le dejaron de descanso en la mina.

La idea partió del nuevo club cangués Asociación CicloAstur, que preside Oliver Losas López, que se presentó oficialmente ese mismo sábado en el Ayuntamiento de Cangas del Narcea con la presencia del Director General de Política Deportiva del Principado de Asturias Marcos Niño Gayoso.

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Luis Pasamontes Rodríguez (Cangas de Narcea, 2 de octubre de 1979). Foto: www.luispasamontes.com, año 2011

Después toda la comitiva se trasladó al Muro de Santiso, una rampa de 356 metros que quiere imitar al Grammont de las clásicas belgas, para descubrir allí el monolito. Se trata de una figura esculpida en una chapa de acero de 15 milímetros de espesor, realizada por Dacero como homenaje a los ciclistas Antonio Menéndez y Luis Pasamontes.

Antonio Menéndez (Cangas del Narcea, 18 de agosto de 1946) fue profesional de 1970 a 1979 y se distinguió por ser un gregario de lujo para campeones como José Manuel Fuente “El Tarangu” o Paco Galdós en el equipo Kas. Ello no impidió que fuera dos veces medalla de bronce en el campeonato de España de fondo en carretera y que ganara la clásica de Llodio y etapas en la Vuelta a España, Tour de Córcega y Giro de Italia.

Luis Pasamontes (Cangas de Narcea, 2 de octubre de 1979) lleva en profesionales desde 2003 en Relax (2003-2005), Unibet (2006-2007), Caisse d´Epargne (2008-2010) y ahora está en Movistar. Es un gran gregario para figuras como Alejandro Valverde o David Arroyo, pero también logró triunfos en la clásica Memorial Manuel Galera o etapa en el Tour de Valonia.

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Los sábados en la villa de Cangas de Tineo (1925)

Son los sábados en esta villa canguesa y cabeza de partido, desde la que mandamos estas crónicas a LA VOZ, los días de mercado.

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Mercado en La Veiga, hacia 1915. Fotografía Benjamín R. Membiela. Colección: Juaco López Álvarez.

La particular situación geográfica y distribución de la población en estas comarcas norteñas, que hace desaparecer la unidad que en Castilla representa el Municipio, agrupación de familias en un solo poblado, por la diversidad de caseríos y aldeas, repartidas en parroquias, muchas de las cuales integran un Concejo, impone la celebración del mercado semanal.

Además, suelen celebrarse varias ferias anuales: la de La Cruz de Mayo, la de los Santos, San Andrés y otras de menor entidad, que se diferencian de los mercados en la mayor diversidad de productos materia de las transacciones y en la gran cantidad de compradores y vendedores que a ellas concurren.

“Una feria quita dos mercados”, dice un proverbio de estas tierras, y, efectivamente, cuando una se celebra, desaparecen los dos mercados más próximos, absorbidos por la mayor importancia de la misma.

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Día de mercao en la plaza de La Oliva o plaza Mayor de Cangas del Narcea, en 1905. Fotografía de don Mario Gómez, fundador del Tous pa Tous.

Los sábados hay gran animación desde primera hora de la mañana. Este día no son sólo las aldeanas más próximas que surten de leche a la villa las que circulan. Llegan gentes de todos los contornos, llevando sus productos a vender los más, otros a comprar, los menos. Esto se explica, porque el aldeano vende más que compra; cuenta en su casa con patatas, hortalizas, castañas, leche y pan, base de su alimentación.

Él hace también su matanza anual, que le da tocino, embutidos —la rica “morciella”— y algunos perniles, éstos para vender cuando reúne unos cuantos. Tiene también gallinas, que dan huevos, y a alguna se le retuerce el pescuezo cuando hay enfermo para la puchera. Tiene membrillos en el pequeño huerto y quizá colmena, que con su miel le dará postre para algún extraordinario.

Un pequeño molino muele de forma rudimentaria y primitiva el pan de centeno, que él mismo elabora. Unas docenas de vides cultivadas penosamente le ofrendan vino para todo el año. Sus ovejas le dan lana, que hilada en la antigua rueca, servirá después de prensada para hacer en su día tosco paño para sus vestidos.

Nada le falta. De ahí que se explique cómo el aldeano —aquí llamado “paisano”— venda más que compre, pues poco necesita. Él, en cambio, vende su ganado vacuno, sus “xatos”, venta que inspiró al inolvidable maestro “Clarín” su famoso cuento regional titulado “Pinín”. Trae también los “gochus” — puercos —, huevos, manteca, manzanas, castañas, miel, etc.

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Calle Mayor, a la derecha el comercio de El Siglo XX, hacia 1915. Fotografía Benjamín R. Membiela. Colección: Juaco López Álvarez.

Forman pintoresca caravana cabalgando en sus rucios o pollinos, según la categoría y cuadra del jinete, arreando el ganado, que marcha perezoso, como la “follarda” del cuento de Alas, añorando quizá en su bovino interior, el establo que no volverá a ver.

Sitúanse todos en el lugar denominado “La Vega”, donde a mediodía del sábado puede escogerse entre centenares de hermosas cabezas de ganado.

Hacen sus tratos, compran, venden. Mercan las gentes en los tenderetes de la plaza de la Iglesia. Tal cual aldeana penetra en ésta para dar gracias “al su San Antón”, que guardó el ganado, permitiendo se criase lucido y hermoso, y que hoy le deparó buen comprador para el “xatu”.

Pasean las mozas por la calle Mayor, sonrientes y felices un día, requebradas por los zagalones, con sus pintorescos atavíos. Y al atardecer marchan todos para su aldea, mientras la villa queda un poco sola y cae la noche sobre valles y montañas.

La Voz, Madrid, 5 de marzo de 1925

Un cangués gana el Concurso de Carteles del Festival de Cine de Zaragoza

Cartel ganador. Título: Zine. Autor: Francisco Jesús Redondo Losada

El ganador de la segunda edición del Concurso de Carteles del Festival de Cine de Zaragoza ha sido el creativo, de origen cangués, Francisco Jesús Redondo Losada, y su cartel “Zine” se convertirá en la imagen oficial de la 16ª Edición del Festival de Cine de Zaragoza.

Este premio consiste en un diploma acreditativo y una dotación económica, han indicado desde la organización de este certamen.

Los dos accésit, que recibirán su consiguiente diploma, han sido para el cartel titulado “Cine se escribe con Z” del valenciano José Luis Prieto, y para “Luz” del creativo aragonés Gofer.

Además, este jueves, 10 de noviembre, se harán públicos en la página web del Festival de Cine de Zaragoza ‘www.festivalcinezaragoza.com‘ los seleccionados a concurso de las diferentes categorías del FCZ.

NOTICIA RELACIONADA: Un libro que toca miradas

El gremio de libreros reconoce la labor de la librería Treito

La profesora canguesa Mercedes Pérez durante la presentación de su libro -Uría y el patrimonio de las obras públicas en Asturias a mediados del siglo XIX- en la librería Treito; Foto: Mera

La Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL) ha reconocido la labor de la librería Treito de Cangas del Narcea, finalista del Premio Librería Cultural 2011. Este premio es una iniciativa de CEGAL con la colaboración de la Dirección General del Libro del Ministerio de Cultura, que premia a las librerías por su tarea de difusión del libro y de la lectura dentro o fuera del espacio físico de la librería.

De esta manera, la librería canguesa recibe el reconocimiento público a su trayectoria de los últimos años, caracterizada por realizar una tarea continua de dinamización cultural y de difusión del libro y de la lectura, resultando ser un punto de encuentro para toda la sociedad canguesa. Animación a la lectura, exposiciones, celebraciones del día del libro y presentaciones de nuevas publicaciones son algunos de los eventos a los que nos tiene acostumbrados esta popular librería desde “El Paseo al Corral” en Cangas del Narcea. 

Desde la web del Tous pa Tous también queremos mostrar nuestro reconocimiento a su labor y nuestra más sincera felicitación.

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ENTRE LA NIEVE. La vida invernal en El Puerto de Leitariegos (1903)

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El Puerto de Leitariegos. Octubre de 1977. Fotografía de José Ramón Lueje. Colección: Museo del Pueblo de Asturias (depósito de Pedro Lueje).

Hoy nieva mucho menos que antes. Esto lo puede asegurar cualquiera que tenga más de cuarenta años. Antes las nevadas eran más copiosas y la nieve duraba mucho más tiempo.

El Puerto de Leitariegos es el pueblo más alto del concejo de Cangas del Narcea y de toda Asturias. Está a 1.525 metros de altitud. Allí, en la actualidad, la nieve se ve como algo beneficioso para la práctica del esquí, pero no siempre fue así.

La existencia de este pueblo se explica por el privilegio real que tuvieron sus vecinos desde 1326 a 1879, que los eximía de impuestos y los libraba de servir al ejército con la condición de vivir allí, mantener abierto el paso y ayudar a los viajeros durante el invierno. La razón de este privilegio fue que Leitariegos era una de las rutas más transitadas entre Asturias y León.

Si no hubiera sido por este privilegio, el pueblo de El Puerto no existiría. La vida a esa altura, con inviernos muy largos y sepultados bajo la nieve, era muy dura. Son varios los testimonios de los siglos XIX y XX que mencionan como la nieve cubría totalmente las casas de este lugar, y sus moradores tenían que hacer túneles en la nieve para comunicarse entre ellos. Para subsistir, en un lugar donde la agricultura era casi imposible, los hombres del pueblo se dedicaban a la arriería y las mujeres permanecían en casa cuidando a la familia.

Conozcamos un testimonio escrito por un vecino de El Puerto, que firma D. O., en diciembre de 1903, y publicado en el diario El Noroeste, de Gijón, el 12 de enero de 1904, en el que relata esta vida “entre la nieve”:

ENTRE LA NIEVE

Pueblo sepultado

A continuación publicamos una interesantísima correspondencia que desde Leitariegos nos dirige un suscriptor de El Noroeste.

Llamamos la atención de las autoridades, y especialmente de aquéllas directamente aludidas en la carta, para que vean la manera de remediar lo que nuestro comunicante denuncia.

He aquí ahora las noticias que en ¡diciembre! enviaba nuestro suscriptor:

 

Leitariegos, Diciembre 1903.

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El Cueto de Arbas (2.007 m.) desde el puerto de Leitariegos. Octubre de 1977. Fotografía de José Ramón Lueje. Col: Museo del Pueblo de Asturias (depósito de Pedro Lueje).

En las ciudades y en las villas, allí donde la humanidad vive con más ó menos confort pero amparada y protegida por leyes de policía urbana, no hay idea aproximada de nuestra virtud y de nuestros sacrificios. Leitariegos, pueblo de 80 vecinos, á 1.500 metros de altura sobre el nivel del mar, lleva dos meses de incomunicación con el resto del mundo. No somos ni personas, porque se nos trata como á bestias. Hace 19 años que comenzó un expediente para la construcción de un modesto templo y todavía no se ha resuelto. Por humanidad debiera el señor arquitecto diocesano enviar al ministerio el proyecto que reiteradamente se le ha pedido y que es de suponer no requiera un estudio muy profundo.

Desde el día 20 de Noviembre vivimos aquí, si esto es vivir, sepultados entre la nieve, cuya altura alcanza 5 metros. La Jefatura de Obras Públicas de la provincia no refuerza, en esta época del año, el personal de peones camineros; de donde resulta que para establecer, cuando es posible, la comunicación entre algunas casas nos pasamos el día los vecinos perforando túneles y no siempre logramos nuestro objeto.

En el mes de Agosto ó Septiembre pasa la autoridad requisa de víveres á todas las casas en previsión del forzoso aislamiento del invierno. Los vecinos pobres almacenan patatas, harina, leña y velas de sebo; los más acomodados cuelgan en la cocina algunos jamones, cecina y chorizos. En cuanto empieza á nevar, cada familia se encierra en su habitación, en la agradable compañía de los animales domésticos. Y digo compañía agradable, porque el que tiene la suerte de poseer una vaca de leche y algunas gallinas, ya no se muere de hambre. Pero puede morirse de otras enfermedades y entonces son las escenas trágicas.

Un vecino que falleció el año pasado, durante la incomunicación por la nevada, no pudo ser trasladado al exterior para darle sepultura y el cadáver quedó durante once días acompañando á la viuda y á los huérfanos. ¡Triste compañía ó inhumano espectáculo!

Una vecina, cuyo marido estaba ausente, quedó encerrada en su casa con una niña de dos años y una vaca. Hallábase en estado interesante y dio á luz, sin ningún auxilio, viéndose obligada, durante un mes, á cuidar de sus hijos y de la vaca, no descuidando los quehaceres domésticos ni su salud. ¡En Madrid se reirán de esto!

Una de las cosas que causan extrañeza á los pocos viajeros que se dignan visitarnos, y que admiraron mucho dos gijoneses y un avilesino que aquí estuvieron el año pasado, es la ilustración de nuestras jóvenes. Estas pobres aldeanas tienen, entre otras, la desgracia de no casarse, porque los mozos emigran apenas cumplen con las obligaciones del servicio militar y las dejan solas. ¡Pobres chicas! Pero son de un carácter tan bondadoso, que no exhalan una queja. Ellas cuidan del ganado; ellas trabajan la tierra; ellas atienden solícitamente á todos los deberes de la familia. Y por único esparcimiento y recreo, organizan todos los domingos y fiestas un baile en la casa del pueblo. Pero llega el invierno; llega la nieve y como inmediata consecuencia la encerrona, y entonces, tanto como de los víveres, como del alimento corporal, se preocupan del pasto espiritual: hacen acopio de libros. Lecturas sanas: de geografía; de historia; de viajes.

Esto parecerá una exageración, pero es el evangelio. Lo han comprobado cuantas personas cultas nos han visitado y pongo por testigos de mayor excepción á los gijoneses y al avilesino. ¡Qué sorpresa! Creer hablar con una pobre aldeana y encontrarse con una señorita, instruida, inteligente y modesta.

Si el Sr. Bellido[1] nos hiciera pronto el proyecto para la iglesia y el señor ingeniero jefe nos ayudase á salir del entierro en vida, seriamos dichosos.

Poco pedimos.

D. O.


[1] Se refiere a Luis Bellido González (Logroño, 1869-1955), arquitecto de la Diócesis de Oviedo a fines del siglo XIX e inicios del XX, que construyó las iglesias de Santo Tomás de Cantorbery, de Sabugo (Avilés), y de San Lorenzo, de Gijón. Fue el arquitecto que también hizo el proyecto del Matadero de Madrid (1910).

Un paseo en blanco y negro

En tan sólo tres minutos recorremos distintos rincones del concejo de Cangas del Narcea, pasando por Argancinas, perteneciente al vecino concejo de Allande. Besullo, Casares (Río del Coto), Brañas de Arriba y la propia villa de Cangas son algunos de los lugares de este recorrido hecho con fotografías de Jorge Fernández Rodríguez, realizadas en los años ochenta del siglo pasado.

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Homenaje de Cangas del Narcea a Anselmo González del Valle

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Anselmo González del Valle, 1874. Dibujo de José F. Cuevas.

El pasado día 2 de diciembre de 2011 en el Teatro Toreno, el Tous pa Tous y el Museo del Vino de Cangas celebraron un homenaje a Anselmo González del Valle, con motivo del centenario de su fallecimiento.

Anselmo González del Valle y Carbajal fue un personaje muy importante para Cangas del Narcea y tiene una calle dedicada a él en la villa, en la que figura como “Anselmo del Valle”, que era como se le conocía en su tiempo. Nació en La Habana en 1852, hijo de un emigrante de Oviedo. A los once años vino a esta ciudad a estudiar y aquí residió hasta su muerte el 15 de septiembre de 1911. Poseedor de una gran fortuna, invirtió su dinero en múltiples negocios. Fue un gran aficionado a las bellas artes, en especial a la música, y es uno de los compositores más destacados que tuvo Asturias.

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Etiqueta de botella de vino de Anselmo G. del Valle, Cangas de Tineo, 1896. Col. Museo del Vino de Cangas.

En 1878 adquirió muchas propiedades en el concejo de Cangas del Narcea, al que estaba unido por lazos familiares. Fue un verdadero modernizador de nuestro concejo. En 1884 construyó el molino que todavía existe junto al puente de piedra de Ambasaguas, en la villa de Cangas, al que dotó de la más moderna maquinaria, y sobre todo invirtió gran cantidad de dinero en mejorar y modernizar el cultivo de los viñedos y la elaboración del vino de Cangas. Para ello trajo técnicos franceses que introdujeron importantes cambios en los viñedos, como el empleo de hilos de alambre para apoyar las vides, el uso de sulfatadoras, sistemas de poda e injerto, etc. Construyó en la villa de Cangas del Narcea, en la calle Pelayo, una gran bodega, “montada con todos los adelantos que requiere la industria vinícola moderna”, conocida como El Lagarón, hoy desaparecida. El jefe de la bodega era Ernest Dubucq. Su vino alcanzó una gran calidad, vendiéndose en Oviedo, Gijón, Avilés, Madrid y La Habana, y obteniendo medalla de plata en la exposición vinícola de Burdeos de 1895 y de oro en la de Angers de 1896. En 1901 vendió todas sus propiedades en Cangas del Narcea a los hermanos Alfredo y Roberto Flórez González.

En el acto de homenaje intervino Fidela Uría Líbano, que hizo un breve recorrido por la biografía de Anselmo González del Valle y su aportación a la música; José María González del Valle, catedrático de Derecho Eclesiástico de la Universidad de Oviedo y nieto del homenajeado, y Juaco López Álvarez, que habló sobre la relación de González del Valle con Cangas del Narcea. Cerró el acto Purita de la Riva que interpretó al piano algunas composiciones de Anselmo González del Valle.

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La canción del Narcea (1925)

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Cangas del Narcea. Los barrios de Ambasaguas o Entrambasaguas y El Cascarín, en julio de hacia 1901.

Este hermoso pueblo de Cangas tiene un barrio ideal. Llámanlo del Cascarín, y compuesto de casas modestas y alegres, en las que mora gente pobre y jornalera; tiéndese perezoso por las laderas empinadas de un pequeño monte, situado entre dos ríos, el Narcea y el Luiña, y sin determinarse —un poco cansado— a llegar a la cumbre de aquel, ni atreverse tampoco en su timidez a descender a las orillas del río, por temor quizá a que le acusen los que le motejan de aldeano de querer entrar en la villa con humos de señorío.

Las muchachas del barrio suelen servir en las casas de la villa; las mujeres asisten, lavan o cuidan en su “casina” un “huertín” y un “jato”. Los hombres trabajan a jornal, y en los días que éste falta o en los ratos de descanso pescan truchas en el Narcea. Tal cual rapazón de diabólico mote las pesca siempre aun en veda, y además descomunales merluzas, en posesión de las cuales alborota el barrio —¡vino de Cangas, qué ruidosos haces a tus libadores!—, poniendo en jaque a los municipales, y sintiendo ánimos de matoncillo.

Pues bien; todo esto lo contemplo desde mi ventana, abierta a un paisaje maravilloso, de ensueño “Quitapesares” llamo a mi alta galería y a mi habitación en ésta, y a fe, lector que me honras siguiendo benévolo mis crónicas, que si conocieras el vasto horizonte que desde ellas domino, quedaría suspenso tu ánimo, habituado a la llanura seca, ardiente, monótona de Castilla.

Luego, siempre me arrulla la canción del río. Corren sus aguas mansas y suaves, dejándose dominar por los campesinos para regar prados y mover molinos vetustos de tosco y primitivo artefacto. Frente a la villa, y debajo precisamente de mi elevado mirador, ruge un poco atrevido, cantando y partiéndose en blancas espumas al correr por los peñascos vecinos. Pero vemos que es fanfarrón y sencillo cuando aquel muchacho que se baña, arrojándose a profundo pozo, sale indemne nadando, sin que se lo trague, o cuando el maestro del pueblo saca una gran trucha de libra con su caña, semejante a un ballenato.

Sin embargo, el Narcea y su eterna canción murmuradora me parecieron tristes una vez. Finaba este invierno, y un día de cielo gris y triste, de cierzo helado presagiador de nieve, de aguas chorreantes en montañas y caminos por doquiera, hube, cumpliendo deberes judiciales, de trasladarme al cementerio de un pueblo no lejano, para presenciar una autopsia.

Llaman aquel camposanto “de Puchanca”. Es una diminuta península asentada sobre rocas, a tres o cuatro metros de altura sobre el río, y dirigida contra la corriente del Narcea. Así parece la proa de un navío que navega hendiendo con fuerza las aguas que, locas y arrolladoras, baten la roca.

Nunca vi lugar más encantador y delicioso, aunque la triste tarde de marzo y las circunstancias que allí me llevaban no dejasen propender mucho el ánimo a fantasías poéticas. A mi recuerdo vino la famosa barca de Caronte, que surca el lago de lo infinito desconocido, con los muertos, que deben pagar el óbolo a su barquero.

Yo pensaba en los bellos cementerios mundanos y lujosos que conozco en grandes capitales: el coruñés, el Père Lachaise de París, los de Milán y Florencia. ¡Cuán distaban de aquel humilde y pequeño que tenía delante! Pero ¡qué emoción delicada embargaba el ánimo en aquel apartado rincón astur y en plena Naturaleza! ¡Qué mejor sitio que aquel para descansar siempre sobre aquella roca viva, barca de la eternidad, que lamen y arrullan las aguas cantarinas del Narcea, bello río asturiano!

Empezó a caer nieve. El forense, al aire libre y bajo aquella, manejaba rápido y seguro el bisturí, en aquel cuerpo de mujer, aún joven y hermosa, poco antes codiciado, y que un accidente había tronchado en flor. Cuando —¡la ley falta!— el escoplo golpeado por un mazo hendía aquel cráneo para abrirlo mientras escuchaba su sordo y angustioso sonido sentí una desolación, una angustia infinita, la misma que en el momento supremo debemos experimentar en los linderos de la Vida y de la Muerte…

Por eso aquel día me pareció triste como nunca y plañidera la canción del Narcea, que siempre resuena alegre debajo de mi ventana, junto a la que escribo esta crónica.

La Voz, Madrid, 30 de julio de 1925


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El puerto de Leitariegos (1925)

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El Puertu, hacia 1920. Fotografía de Benjamín R. Membiela. Colección: Juaco López Álvarez.

Asturias tiene respecto del Sur, o sea con León, dos puntos naturales de comunicación, cuyo acceso es más fácil que en cualquier otro de la colosal barrera, que por esta orientación aísla y defiende a la provincia: tales son Pajares y Leitariegos, ambos puertos de montaña en la cordillera cantábrica.

De Pajares ya escribí en marzo último una crónica con las impresiones de su tránsito nevado en ferrocarril. Además, harto conocido es por la mayoría de los lectores, si no “de visu”, por las múltiples descripciones que en guías, mapas, obras literarias, etc., se hacen de él, como merece.

Pero hoy quiero dar a conocer este otro paso de Castilla al mar, poco conocido, y que tiene gran importancia, no sólo turística y alpinista para el viajero y aficionado al deporte de montaña, sino comercial y estratégicamente considerado.

Se encuentra, lo mismo que Pajares, en el mismo límite de Asturias y León, partidos judiciales de Cangas de Tineo, en aquella provincia y de Murias de Paredes, en ésta. A unos cien kilómetros de León, en carretera, treinta y tantos de Cangas, y apenas 15 de Villablino, vía férrea más próxima, en la terminal del ferrocarril minero que de Ponferrada parte.

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La Laguna, hacia 1920. Fotografía de Benjamín R. Membiela. Colección: Juaco López Álvarez.

El puerto mismo, su interesante laguna, que recuerda mucho la grande de Peñalara, en el Guadarrama, y el altísimo Pico o Cueto de Arbas, uno de los puntos de triangulación principales para el mapa nacional, y bastante más elevado —como la laguna— que el mismo puerto, se encuentran dentro de Oviedo.

Antes existía un pequeño municipio, que integraban cuatro aldeas: El Puerto, Brañas de Arriba y de Abajo y Trascastro, hoy incorporado en su totalidad a Cangas por no tener medios de vida independiente ni razón de existencia.

Lamento no poderos dar una sensación gráfica por la fotografía de lo que la Casa-Ayuntamiento de Leitariegos, sita en Brañas de Arriba, era; un verdadero y pequeño mechinal o cubil, sin más luz que la de la puerta, y en la que existían unas antiguas cadenas, pesadísimas y emplomadas, para sujetar a los presos que había de juzgar la Inquisición, y el privilegio de doña Urraca de Castilla concediera a los habitantes del Puerto en pago de ciertos servicios que en su viaje o tránsito por el mismo le prestaron.

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Brañas d’Arriba y Cueto Arbas, hacia 1920. Fotografía Benjamín R. Membiela. Col. Juaco López Álvarez.

El tal privilegio, interesantísima obra de arte y documento histórico, obligaba a dichos habitantes a tener una hospedería para caminantes, y a salir en los duros días invernales de inclemencia nevada a buscar a aquellos que se hubieran perdido en el difícil paso, a cambio de la exención del servicio militar y tributos.

Difícil en extremo, en cuanto que hoy día cubre la nieve totalmente las casas, comunicándose por túneles unas con otras, y habiendo de hacer en otoño grandes provisiones de boca los vecinos para sí, y para el ganado vacuno que con ellos mora y teniendo pozos en aquéllas. Yo mismo, ya 10 de mayo último, no he podido forzar el puerto en automóvil por la nieve acumulada, y que caía en aquella fecha primaveral.

Grandes pilastras de piedra, de unos cuatro metros de altura, sirven, hacia la vertiente de León, para marcar la carretera, y aun así desaparecen en ocasiones en los aludes y ventisqueros o “traves” que la nieve compacta y la ventisca forman.

Sin embargo, tan bello y adecuado paraje para el alpinismo es casi totalmente desconocido para sus aficionados y practicantes, doliéndome en extremo a mí, antiguo “skieur”, tal abandono e indiferencia, que he intentado vencer publicando en “Vida Leonesa”, órgano de la Sociedad Cultural Deportiva de León, un artículo sobre la materia, llamando la atención de los deportistas leoneses sobre Pajares y Leitariegos como centros alpinos.

El Club Alpino Español, que tanto fomenta el deporte de montaña, la Sociedad Peñalara, la Deportiva Ferroviaria, que organiza excursiones colectivas a centros montañosos y alpestres, habrían de quedar satisfechas si, aprovechando algunas festividades —como mínimo dos días—, visitara algún grupo de sus miembros esta región y el puerto antedicho.

Estratégica y comercialmente, el puerto de Leitariegos es la vía natural de León y todo su antiguo reino y del de Extremadura y Portugal, hacia el Norte y el Cantábrico, buscando la salida en Pravia.

Un ferrocarril, el Villablino-Cangas-Pravia, continuación del de Ponferrada a Villablino, con categoría de estratégico en el trozo hasta Cangas, y secundario de aquí al mar, se halla proyectado ha largo tiempo, sin que por ahora se considere próxima su construcción, con grave perjuicio de los intereses de León y Asturias, y de los generales del Estado.

El día que dichosamente circule acrecentará enormemente la riqueza de estas provincias, y facilitará el conocimiento del hermoso puerto de Leitariegos o Lazariegos.

La Voz, Madrid, 11 de septiembre de 1925

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El paraíso del silencio (1919)

Crónica estival publicada en el  periódico La Correspondencia de España – Madrid, domingo 7 de septiembre de 1919


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EL PARAÍSO DEL SILENCIO

Camináis con nosotros por una angosta carretera, que envidiosa del río, arrebatóle parte de su cauce para hundirse también en el profundo tajo de la montaña, y desliza su blancura al margen de las aguas, que corren a nuestra vera y salpican con sus retozos las paredes de la enorme brecha. Arriba, de la faz de la meseta herida y a los bordes del abismo, cuelgan las enredaderas silvestres, repletas de campanillas de cobalto que fortalecen su colorido con la luz del Sol; y unos pajarillos de pechuga rojiza y cenicienta, como la roca viva del acantilado, revolotean a nuestro paso, asustados quizá por la presencia de estos huéspedes inesperados.

La mañana, que está espléndida, convida a la expansión campestre, y dilátase el espíritu por estos apacibles rincones de los valles asturianos, escondidos entre los pliegues de las sierras y de las colinas, y no turbada jamás su paz infinita por las luchas humanas, aunque sean épicas las locuras y trágicas las convulsiones. La tranquilidad reina en derredor nuestro. Apoyado en el pretil de un puente, con gesto de tristeza, implora caridad un pobre anciano de blanca melena y luenga barba. A su cuidado va un rebaño de ovejas, que al trepar por los peñascos agitan sus esquilas, y llega apenas a nosotros el tintín; porque al igual de los cantares de otros pastores mozos y lejanos, es rumor moribundo en aras de la distancia.

Pasan las horas con inusitada rapidez, como diluidas en la corriente, y bien pronto nos sorprende el monasterio de San Juan de Corias, con sus interminables filas de ventanas y balcones —tantos como días tiene el año, al decir de las gentes—; con su mole inmensa de mármol y granito, que pesa sobre un área de ocho mil metros cuadrados y da la sensación de una obra de leyenda, adornada con todos los más bellos ritos que haya podido forjar la tradición cristiana.

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Monasterio de San Juan Bautista de Corias (Cangas del Narcea), hacia 1919.

Ciertamente que no caben mayor exuberancia ni prodigalidad en las galas que acumuló la Naturaleza en torno del monumento. Las aguas potables de manantiales y de arroyos, que corren presurosas entre los árboles frutales y los bosques frondosos, y la situación incomparable del edificio, que se yergue en medio de un valle salpicado de viñas y caseríos, de praderías y arbolado, aúnan el más delicioso conjunto que puedan apetecer quienes sepan gozar de la vida del campo y aprecien esos encantos en toda su intensidad.

Chirría la puerta, mientras gira perezosamente sobre su goznes, y nos franquea el paso a los claustros, que están desiertos, pero bañados por torrentes de luz, que penetra también a chorros, como haces de oro y púrpura, por las filigranas de los ventanales para dibujar caprichosas siluetas en las paredes del fondo, donde se alinean las celdas, que aparentan dormir el augusto sueño sepulcral.

Un religioso de cara angulosa, y tan pálido como la blanca estameña de los hábitos que viste, pero afable y culto, nos guía por el laberinto de pasillos, y con palabra dulce, reposada, nos explica una lección de historia local, a la par que conocemos las dependencias del convento con todas las preciadas joyas que atesora.

Fue fundado el monasterio de San Juan de Corias a principios del siglo XI y a expensas de una cuantiosa fortuna legada con tal fin a los monjes benedictinos por los condes doña Aldonza y D. Piñolo de Ximénez, quienes después de perder a todos sus hijos y la esperanza de nuevas sucesiones, hicieron testamento por el año 1044, concediendo todas sus dilatadas heredades y haciendas desde el río Duero hasta el mar Océano, y desde el río Eo hasta el Deva, para que después de la muerte de ambos se llevase a cabo su deseo.

En 1763 un incendio destruyó toda la antigua abadía, y entonces se pensó en levantar el monumental monasterio que hoy contemplamos y que habitan los frailes dominicos. Comenzadas las obras algunos años más tarde por el abad fray Isidoro Estébanez, continuaron sin interrupción hasta el 1809, que se llevaron á feliz término; largo plazo si se cuentan los meses y los años, pero no tan exagerado, si nuestra atención advierte con algún esmero el ímprobo trabajo que representa.

Hubo un día en que las risas infantiles gorjeaban por los claustros como trinos de pájaros. Decían mal con la austera tranquilidad del convento. Acaso por esto los frailes dejaron de educar gente extraña, y ya no moran en este recinto aquellos heraldos de la alegría, que en sus recreos y con su juvenil algazara inundaban de vida los patios, como si el Narcea, que lame de continuo los cimientos del coloso, desbordase sus pacíficas aguas para arrastrar todo lo arcaico y todo lo legendario, y traer en el seno de su corriente las piedras preciosas que cimentaron el orbe donde bulle todo ajetreo mundanal.

Pero en sus amplias galerías, en sus huertos poéticos, en todos sus lugares, tiene el monasterio de Corias la más inefable atracción, y desde este aislamiento, que lejos nos parecería cruel ostracismo, renegamos de la inexorabilidad de nuestro sino, porque muy fácilmente el vivido ideal de un delirio exquisito pretende naturalizarse en el imperio de la consciente realidad. En este paraíso del silencio los ruidos sociales no penetran y no turban su tranquilo bienestar; habla el alma a solas, consigo misma, y no topa otros testigos de su charla que aquellos sentimientos que procura añorar. Nuestra voz resuena en el abismo del ser, y en su místico letargo el espíritu siente nacer un mundo nuevo con imágenes e impresiones de coloración caprichosa, ajenas por completo a las plásticas concepciones del mundo real.

El monasterio de Corias, Escorial asturiano, alcázar de resignados, refugio de solitarios, es hoy paraíso de silencio en esta tierra de potentados, y cuando el quejumbroso tañido de sus campanas rasga los aires, parece estremecerse el espacio en todos los contornos, para salir de las entrañas del bosque legiones de duendes en mágico aquelarre, firmes jinetes en el indomable corcel de los tiempos y ansiosos de desandar la vida para brindarnos las desnudeces de añejas costumbres pésicas.

Todo es misterio. Los profanos visitantes nos sentimos contagiados de la frialdad de los muros, y se extravía nuestra imaginación en vagos soliloquios por la intrincada espesura del pasado, que revive al soplo de estas brisas monacales saturadas de mirra, de incienso, de laurel. Y desfilan ante nosotros las visiones, y recordamos los sueños de Arquíloco cuando dormía en la más elevada meseta de los Alpes y veíase adorado con rítmicas contorsiones por las hijas de Licambo, bajo la influencia de las nómadas…

Y pasa la tarde. Cuando salimos del convento cierra ya la noche. La luz del Sol desfallece en ámbares cloróticos, y en el terciopelo celeste tiemblan como florecillas de hielo las estrellas. Entre los crespones de las sombras se oculta ya el monasterio de Corias, pero todavía perdura en nuestro ánimo largo rato la impresión que os brindamos.

GIRALDO DE RAVIGNAC
Luarca y septiembre de 1919.


 

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Cangas del Narcea en el Museo Arqueológico de Asturias

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Recreación de mujer neardental en el Museo Arqueológico de Asturias

En marzo de 2011 se abrió al público el Museo Arqueológico de Asturias, en Oviedo, después de permanecer cerrado siete años. Se inauguró con una exposición permanente en la que se exponen ocho piezas procedentes del concejo de Cangas del Narcea. Lógicamente, en los almacenes del museo hay muchos más objetos de nuestro concejo, que son el resultado de hallazgos casuales y de dos excavaciones arqueológicas realizadas en el castro de Larón en 1978 y en el monasterio de Corias en los últimos años. De estas excavaciones proceden la mitad de las piezas expuestas. Vamos a enumerarlas, siguiendo un orden cronológico:

1

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Hacha de bronce encontrada en las inmediaciones del castro de Larón, 800 – 700 antes de Cristo.

Hacha de talón y anillas, aparecida en las inmediaciones del castro de Larón. Apareció, junto al fragmento de otra hacha, en los años sesenta del siglo XX, en el talud de la carretera de Degaña. El hacha es de bronce y conserva las rebabas y el muñón de fundición, lo que indica que nunca fue utilizada como instrumento. Es un tipo de hacha muy característico del Bronce Final Atlántico, que aparece entre los años 800 y 700 antes de Cristo, es decir hace unos dos mil ochocientos años. J. L. Maya y M. A. de Blas, “El castro de Larón (Cangas del Narcea, Asturias)”.

2

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Fíbula de bronce hallada en el castro de Larón, siglo II antes de Cristo.

Fíbula simétrica de bronce encontrada en 1978, en la excavación arqueológica del castro de Larón dirigida por José Luis Maya, de la Universidad Autónoma de Barcelona, y Miguel Ángel de Blas, de la Universidad de Oviedo. Una fíbula es un broche que se usaba para sujetar las prendas de vestir. La que apareció en el castro de Larón es un modelo que tiene su origen en la cultura de La Tene, y data del siglo II antes de Cristo. Existe una muy similar aparecida en el concejo de Tineo. Eran objetos muy valiosos, que se usaban durante varias generaciones. J. L. Maya y M. A. de Blas, “El castro de Larón (Cangas del Narcea, Asturias)”.

3

Depósito de monedas romanas aparecido en el pueblo de Bimeda. Se trata de 192 monedas de bronce del siglo IV que aparecieron hacia 1864 en las obras de desmonte para la construcción de la carretera La Espina-Ponferrada. De este hallazgo dio noticia Nicolás Suárez Cantón en La Ilustración Gallega y Asturiana (8 de julio de 1880). Según parece, el “tesoro” estaba formado por muchas más monedas. Las que han llegado al Museo Arqueológico de Asturias fueron acuñadas en Francia e Italia; las más antiguas pertenecen a la época del emperador Constantino I y las más recientes son del mandato del emperador Graciano. El hallazgo de esta clase de depósitos o “tesoros” es relativamente frecuente, por ejemplo, en el pueblo de Trones apareció uno en 1910 con más de mil monedas romanas, y su ocultación se realiza en momentos conflictivos en los que la gente esconde sus bienes. “El probable tesorillo de Bimeda (Cangas del Narcea)”.

4

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Lapida de Lucio Valerio Postumo, hallada en Arnosa, La Viliella.

Lápida sepulcral de Lucio Valerio Postumo. Este fue un romano que seguramente vino a nuestro concejo a trabajar en las explotaciones de oro que se llevaban a cabo en el valle del río Ibias, en la parroquia de Larón. La lápida apareció a fines del siglo XIX en el lugar de Arnosa, cerca del pueblo de La Viliella, y la encontró Felipe Rodríguez, de casa Felipón de este pueblo, que la colocó junto al portón de su casa. El 5 de diciembre de 1951, por iniciativa de Joaquín Manzanares, sus nietos la donaron al Museo Arqueológico de Asturias. En la lápida aparece la inscripción siguiente:

L · VALERIUS
POSTUMUS
VX · AN · L
H · S · EST
S · T · T · L

Que viene a ser: L. Valerius / Postumus / v(i)x(it) an(nos) L. / H(ic) s(itus) est. / S(it) t(ibi) t(erra) l(evis). La traducción al castellano es: “Lucio Valerio Postumo, vivió 50 años. Yace aquí. La tierra te sea ligera”.

5

Lápida de consagración o fundación de la iglesia de Santa María de Castanéu, del año 1166. Es una pizarra que estaba colocada en el muro norte de esta iglesia. Ingresó en el Museo Arqueológico de Asturias por iniciativa de Joaquín Manzanares y Manuel Jorge Aragoneses, el 6 de diciembre de 1951. La inscripción está escrita en latín, pero se ha borrado en su mayor parte, y solo se leen bien las tres primeras líneas, que traducidas dicen: “En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, fue consagrado este templo por el obispo Gonzalo, en la era MC CIIII …”. Don Gonzalo fue obispo de Oviedo entre 1162 y 1175.

6

Espuela o acicate de hierro, bronce y cuero de época medieval, encontrada en la excavación arqueológica del monasterio de Corias dirigida por Alejandro García y con la participación de Francisco F. Riestra. Es una de las espuelas que aparecieron en los enterramientos que había en el interior y en el exterior de la primera iglesia que tuvo el monasterio, que fue construida en el siglo XI y era de estilo románico. En esta iglesia y en su cementerio solo se enterraban los monjes y los nobles que habían hecho donaciones al monasterio. Con las espuelas puestas se enterraba a los caballeros, y eran un símbolo de nobleza y distinción. Datan de los siglos XII y XIII. En estas tumbas también aparecieron monedas, que se colocaban en la boca o entre las manos de los difuntos, y colmillos de jabalí, que los muertos llevaban colgados como signo de su valor en la caza de estos animales.

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Espuela o acicate de hierro y bronce de época medieval, encontrada en la excavación arqueológica del monasterio de Corias.

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Teja con representación de caballeros (Monasterio de San Juan Bautista, Corias, Cangas del Narcea)

Teja curva del monasterio de Corias de fines de la Edad Media. Tiene inciso el dibujo de dos caballeros armados con espada y lanza. Apareció en el tejado del monasterio y fue encontrada por “Biescas”, trabajador de la empresa que esta realizando la reforma del monasterio para convertirlo en Parador Nacional, que la entregó a los arqueólogos Alejandro García y Francisco F. Riestra.

                                        *   *   *   *   *   *

A continuación podéis descargaros una pequeña guía en formato pdf, realizada por la arqueóloga  Carmen Benéitez González, que os puede ayudar, si visitáis el museo, a localizar estas piezas en la exposición.

icon Cangas del Narcea en el Museo Arqueológico de Asturias (636.93 kB)

Comercios, tabernas, profesionales, industrias, etc. en Cangas del Narcea, 1904

Cangas del Narcea. La calle Mayor a la altura de la plaza de La Refierta (actual, Mario Gómez), hacia 1904

El Anuario Descriptivo de Asturias editado en Gijón en 1904 recoge los nombres de los cargos civiles y religiosos del concejo de Cangas del Narcea, y los de los funcionarios y profesionales, así como los titulares de comercios, industrias, tabernas, etc. El concejo tenía en aquel año 22.426 habitantes, ocho mil más que en la actualidad, y acababa de empezar el siglo XX con unas importantes industrias vinícola y maderera, y una incipiente minería, aunque su principal actividad económica seguía siendo la agricultura y la ganadería. En la villa eran numerosos los comercios de ropa y telas, los abogados y los procuradores (¡siempre fuimos muy pleitistas!), y repartidos por el concejo, en lugares de paso y pueblos grandes, había unos pocos figones y tabernas (Ventanueva, Vallao, Carballo, Besullo, La Regla de Perandones…). El alcalde era el comerciante leonés José Pallarés Nomdedeu, que tenía en la calle Mayor la única ferretería que existía en la villa. Para viajar todavía se empleaba la diligencia. En todo el concejo solo había doce maestros (once hombres y una mujer).

El texto del comienzo tiene unos errores, que notará cualquier lector de Cangas, que son las menciones a “un sepulcro de la condesa de Toreno” en la iglesia parroquial, que no hay tal, y un “convento de Padres Dominicos fundado por don Juan Queipo de Llano”, cuando en realidad se trata del convento de Madres Dominicas que existía en aquella fecha en la calle Mayor.

Anuario descriptivo de Asturias para 1904
– Cangas de Tineo –

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Documental: La Casa Viva

altUna casa es como un ser vivo, de adapta y se mimetiza con su entorno, se alimenta de lo que hay a su alrededor y evoluciona en función de su habitat. Al menos así es la arquitectura rural, una arquitectura de supervivencia que en algunos lugares del suroccidente de Asturias aún es posible ver en todo su esplendor. Paisajes y pueblos de un romanticismo abrumador.

www.lacasaviva.wordpress.com

Neto, premio Haxtur al humor 2011

Neto recogiendo el premio Haxtur al humor 2011 en el XXXV Salón Internacional del Comic del Principado de Asturias.

Los prestigiosos “Premios Haxtur” es una de las actividades más importantes de la revista de crítica de cómics El Wendigo, fundada en 1974 y por tanto la más veterana, en este campo, de España y una de las más antiguas de Europa. Además, es la organizadora del Salón Internacional del Cómic del Principado de Asturias.

Ernesto García del Castillo, cangués, socio del Tous pa Tous y más conocido popularmente como Neto, fue galardonado recientemente con el primer premio en la categoría de humor. Por lo complicado e injusto que resulta la valoración de una sola obra específica, este premio se adjudica a la labor de todo un año. El jurado premia por tanto, el trabajo gráfico de Neto a lo largo de 2011 en La Voz de Asturias. Neto, uno de los clásicos del humor gráfico asturiano, ya sabe lo que es ganar un premio Haxtur pues, en 2002 recibió el premio a la mejor historia larga por su libro Nuestros Paisanos.

Desde aquí nuestra felicitación y más sincera enhorabuena.

Jovellanos en Cangas. Relato de su estancia en Cangas del Narcea en la vendimia de 1796

Retrato de Jovellanos con el arenal de San Lorenzo, al fondo, hacia 1780-1782; Francisco Goya (1746-1828), lienzo, 185 x 110 cm. Oviedo, Museo de Bellas Artes de Asturias.

Contribución de El Tous pa Tous a la conmemoración del bicentenario de la muerte de Gaspar Melchor de Jovellanos (1811 • 2011)

INTRODUCCIÓN

Pocas personalidades hay en España que susciten tan unánime sentimiento de admiración y respeto como la de don Gaspar Melchor de Jovellanos (Gijón, 1744-Puerto de Vega, Navia, 1811). Prototipo de patriota, intelectual y hombre de Estado, Jovellanos es, por muchos conceptos, también el ideador de la Asturias contemporánea. El conocimiento y amor por su tierra le colocan en el origen del asturianismo, del estudio científico de la historia y cultura de Asturias, de la modernización de su economía y promoción de sus primeras grandes infraestructuras de comunicación y transporte, así como de la innovación pedagógica concretada en una de sus más queridas empresas: el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía de Gijón.

Timbre de gloria es para cualquier localidad o concejo de Asturias que Jovellanos se haya fijado en ellos, que los mencione en sus obras y, ni qué decir tiene, que los visitara y recorriera dejando constancia por escrito de sus impresiones, describiendo sus monumentos, historia, paisajes o rasgos de sus gentes, productos industria y costumbres. Todo tiene cabida en su insaciable ansiedad de conocimiento; de todo hace sagaces diagnósticos y son de admirar sus precisos juicios. Consciente como todos los ilustrados de su tiempo de la necesidad de dirigir la transformación de la sociedad, Jovellanos se plantea esta tarea acometiéndola con método y responsabilidad, y por eso, como punto de partida para formar cualquier opinión o juicio se impone el del conocimiento directo, siempre sobre el terreno y en contacto con las personas, sus agentes. Así se entienden muchos de sus frecuentes recorridos por nuestra provincia a lo largo de la última década del siglo XVIII, tanto los realizados para despachar encargos oficiales como los privados.

Hay constancia de dos viajes de Jovellanos a Cangas de Tineo (desde 1927, Cangas del Narcea), aunque quizás pudo haber un tercero, en el verano de 1782, cuando según su biógrafo, secretario y hombre de confianza, Juan Agustín Ceán Bermúdez (Gijón, 1749-Madrid, 1829), «recorrió entonces casi toda la provincia [de Asturias], indagando su población, el estado de su cultivo y de su industria, sus usos y costumbres» (Memorias, págs. 33-34). Fruto de ello fue la redacción del Viaje de Asturias, conjunto de diez cartas cuyo destinatario era su amigo, el ilustrado Antonio Ponz (Bechí, Segorbe, 1725-Madrid, 1792), autor del famoso Viage de España (18 tomos, editados en Madrid entre 1772 y 1794), y con cuya aportación quiso contribuir Jovellanos a esta enciclopédica obra.

Retrato de Joaquín José Queipo de Llano, V conde de Toreno. Óleo de Vicente Arbiol. Real Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo.

Pero los documentados son, como va dicho, dos: el primero, muy breve, verificado a comienzos de la primavera de 1795 (desde el jueves, 26, hasta el sábado, 28 de marzo), en comisión oficial, pues don Gaspar estaba designado por el Consejo de Órdenes Militares y por su amigo el ministro de Marina Antonio de Valdés y Fernández Bazán (Burgos, 1744-Madrid, 1816), para hacer las pruebas de genealogía y limpieza de sangre de Fernando de Valdés (Sevilla, 1754-Madrid, 1819), brigadier del Ejército, coronel del regimiento de caballería de Alcántara y futuro marqués del Apeo Hermoso, hermano del referido ministro, al que recientemente se le había concedido el hábito de caballero de la orden de Alcántara. Estas pruebas obligaron a Jovellanos a viajar, primero por Asturias (Pravia, Candamo, Grado, Salas y Cangas) y, a continuación, hasta La Rioja. De su peregrinar dejó constancia escrita y sus impresiones constituyen lo más destacado del Cuaderno VI del Diario que, sin interrupción, abarca desde el jueves, 12 de marzo de 1795, hasta el sábado, 31 de diciembre de 1796. Los interesados pueden ver la crónica de este viaje a Cangas en la edición crítica preparada por María Teresa Caso y el que suscribe, en 1999 (Obras completas, VII, págs. 114-125). Como resumen de lo acontecido, se pueden reseñar las descripciones del monasterio de Corias, colegiata de Santa María Magdalena y palacio de Toreno (actual sede del Ayuntamiento de Cangas). El conde de Toreno, Joaquín José Queipo de Llano y Valdés, fue su anfitrión y compañero en las visitas, aunque Jovellanos, según él mismo refiere, estuvo hospedado en casa de su administrador, don Ignacio Fernández Flórez, y no en el palacio.

El segundo viaje es el que ahora ofrecemos a los lectores de El Tous pa Tous. Realizado al año siguiente, se extiende desde el miércoles, 5, hasta el viernes, 21 de octubre de 1796, algo más de dos semanas, coincidiendo con la recolección de la uva, de ahí el expresivo título que Julio Somoza le puso: «A una vendimia en Cangas de Tineo», pues Jovellanos no lo destacó en el registro de su Diario.

Cangas, tras Oviedo y las villas costeras del centro de Asturias (Gijón y Avilés), era la siguiente villa en importancia de Asturias. Su estratégica situación en la zona suroccidental, a orillas del Narcea y enclave de caminos y acceso directo al Bierzo (León), su extensión, población, riqueza en materias primas (arbolado y canteras de piedra), su producción agropecuaria y comercio (mercado y ferias ganaderas) están en el origen de ello. Por tanto, la oportunidad de volver a ella de una manera más relajada y por mero ocio no sería desaprovechada. Esta le vino de la mano de su íntimo amigo, Rodrigo Antonio González de Cienfuegos y Velarde (Oviedo, 1745-1813), VI conde de Marcel de Peñalba, con casa, familia e intereses en este concejo. El Conde era hijo de un cuñado de Jovellanos, don Baltasar González de Cienfuegos y Caso Maldonado (muerto en Oviedo, en 1770), predecesor en el título, que había casado en tres ocasiones: la última en 1758, con Benita Antonia de Jovellanos (Gijón, 1733-Oviedo, 1801), la hermana mayor de don Gaspar. Peñalba y Jovellanos, por tanto, no eran parientes, como a veces se dice, sino solo amigos pero la relación entre ambos era tan íntima y cordial que se puede calificar de familiar. A este respecto comenta Jovellanos en el bosquejo interrumpido de sus Memorias familiares (1784) que «muerto el conde don Baltasar, heredó la casa su hijo don Rodrigo quien, sin embargo de haber contraído matrimonio, del cual tiene larga descendencia, no ha querido tomar el gobierno de su casa y rentas, que hoy sigue a cargo de doña Benita, viviendo unidas ambas familias con mucha paz y utilidad recíproca». Rodrigo y Gaspar eran además de la misma edad (Jovellanos, un año mayor que Peñalba) y durante la estancia de Jovellanos en Asturias (1790-1797 y 1798-1801), fueron asiduos contertulios y compañeros de viajes, según vemos en la correspondencia y el Diario.

La ocasión para visitar Cangas no podía ser más propicia, pues coincidió con la época de la vendimia, una de las faenas con que se va dando conclusión al ciclo agrícola anual y tiempo de festejos y regocijos públicos, como leemos en el Diario. ¡Qué pena que no se haya conservado aquella carta que nuestro viajero envió a su amigo Nicolás de Llano Ponte el jueves, 13 de octubre, que contenía «la relación de nuestra vida vendimial», y donde el gijonés también hacía referencia a las «combinaciones de afición que tanta juventud alegre hace entre sí» con este motivo! Sería un precioso documento de valor etnográfico donde, de seguro, Jovellanos describiría con su acostumbrado rigor y detalle las variedades de uva, las labores de recolección y poda, los preseos o herramientas, medios de transporte, faenas en el lagar, y los usos y costumbres derivados.

Retrato de Antonio Uría Queipo de Llano, hacia 1804. Obra del pintor Francisco Xavier Hevia. Colección de Blanca Fernández Rodríguez (Casa de Uría, Santolaya).

Al correr de los apuntes y de las jornadas vemos además lo cerrado y bien trabado que era el círculo de relaciones familiares de la nobleza canguesa, pues los Queipo de Llano, González de Cienfuegos, Uría (de la casa de Santa Eulalia de Cueras), Merás y Flórez, todos entre sí tenían algún vínculo familiar o parentesco más o menos directo. Estrategias de las clases dominantes durante el Antiguo Régimen que se mantuvieron también a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX. Aparte de ello, eran también asiduos a las mismas tertulias, reuniones y fiestas.

Este relato nos descubre asimismo una villa nada anodina, con ciertos pujos capitalinos, estimulada por la concurrencia de dos casas aristocráticas (las condales de Peñalba y Toreno, creadas en 1649 y 1659, respectivamente) que pujaban entre sí en ostentación e influencia. Pero la voz en aquel momento la llevaba Joaquín José Queipo de Llano (1727-1805), el V conde Toreno, que había ido reuniendo bajo su protección y estímulo un pequeño círculo de científicos, mecánicos y literatos entusiastas que elevaron el nivel cultural de la villa durante las dos últimas décadas del siglo XVIII.

Peñalba fue, como decimos, el anfitrión de Jovellanos y en la casa que había construido su bisabuelo, Rodrigo González de Cienfuegos y Estrada, II conde de Marcel de Peñalba, y que todavía erige su elegante y barroca fachada en la calle Mayor de Cangas (la antigua «Fonda Universal»), estuvo alojado todo ese tiempo. El sábado, 15 de octubre de 2011, por iniciativa de El Tous pa Tous, Sociedad Canguesa de Amantes del País, se descubrirá en la fachada de esta casa de Peñalba una placa que recuerda la estancia de Jovellanos en la villa, coincidiendo además con el año en que se conmemora el bicentenario de su fallecimiento (1811-2011). Los pueblos que recuerdan a sus beneméritos paisanos son pueblos inmortales.

LA EDICIÓN

El texto seguido para la publicación de este Viaje a Cangas es el de la edición crítica que preparamos María Teresa Caso y yo mismo en 1999 para la colección de Obras completas de Jovellanos que en 1984 había iniciado el fallecido profesor José Miguel Caso González: Gaspar Melchor de Jovellanos, Obras completas, tomo VII. Diario, 2.º Cuadernos V, conclusión, VI y VII (desde el 1 de setiembre de 1794 hasta el 18 de agosto de 1797), edición crítica, prólogo y notas de María Teresa Caso Machicado y Javier González Santos, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII – Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1999, páginas 575-612. Respecto a esta hay dos diferencias apreciables: la primera es que se han eliminado las variantes textuales derivadas de la confrontación de la copia del manuscrito original de 1811 y de las diferentes ediciones conocidas de este Cuaderno VI del Diario, y la otra es que ahora sale bastante más anotada que entonces; la intención es brindar al lector más exigente y entusiasta el texto original de Jovellanos comentado en todos sus detalles. Como se puede comprobar a primera vista, existen dos tipos de anotaciones: las notas a pie de página son comentarios más o menos extensos a las palabras de Jovellanos, pero también hay otras, sencillamente aclaratorias, que van en el propio texto de Jovellanos, entre corchetes para no interrumpir el curso de la lectura con fastidiosas llamadas a notas, y que sirven para identificar personas, nombres de lugar o accidentes geográficos a los que el viajero gijonés se refiere de modo familiar y abreviado (personas) pero también erróneo o confundido como sucede con algunos topónimos y accidentes geográficos.

JOVELLANOS EN CANGAS
Relato de su estancia en Cangas del Narcea en la vendimia de 1796

AGRADECIMIENTOS

No quiero concluir esta Introducción sin dejar constancia de agradecimiento por su desinteresada colaboración a la doctora doña María Teresa Caso Machicado, amiga y coeditora conmigo de los volúmenes segundo y tercero del Diario de Jovellanos y a quien se debe la fijación crítica del texto. A KRK Ediciones, propietaria de la edición y explotación comercial de las Obras completas de Jovellanos y a su director, nuestro buen y generoso amigo Benito García Noriega, por haberme facilitado el archivo del texto publicado en 1999 y la cesión de los derechos de reproducción del mismo para esta colaboración en El Tous pa Tous. Y por último, al Museo de Bellas Artes de Asturias y a su anterior director, hoy Consejero de Cultura y Deporte del Principado de Asturias, el señor don Emilio Marcos Vallaure, por permitir la reproducción del retrato de Jovellanos, el primero de los dos que le pintó Goya y que constituye una de las joyas artísticas de sus selectas colecciones.

Rosa Fernández corona el Manaslu, su sexto ochomil

Manaslu (8.156 m), en lengua sanscrita quiere decir montaña del espíritu

La montañera canguesa Rosa Fernández ha coronado la cima del Manaslu, la octava montaña más alta del planeta con sus 8.156 metros, lo que significa su sexto ‘ochomil’ y es ya la segunda alpinista nacional con más ‘ochomiles’ tras Edurne Pasaban.

En tan sólo 20 días desde su llegada al campo base, Fernández logró su objetivo acompañada de su ‘sherpa’ Dorchi. Al regresar al campamento reconoció estar “muy contenta”. “Los últimos días han sido muy duros, ya que había un frío intenso, más de lo habitual”, apuntó.

La asturiana reconoció que tenía problemas de congelación en los dedos de los pies, ya que al subir sin oxígeno, el frío es mucho más insoportable. De todos modos, espera no necesitar tratamiento hospitalario.

Rosa en el Kangchenjunga, la pasada primavera.

Rosa Fernández, que en su doble condición de ciclista y montañera se había preparado muy bien en julio y agosto, también reconoció que había tenido muchísimas molestias en el estómago, posiblemente debido al tratamiento que está siguiendo aún debido al cáncer de pecho que padece.

Los problemas físicos se agudizaron los dos últimos días por la altitud y el frío, ya que no ha podido comer nada en absoluto, lo que ha hecho mucho más dura su ascensión. Rosa que quiso subir el Manaslu en solitario le daba las gracias a su ‘sherpa’ que en todo momento le animó para llegar a la cima.

Por último, reconoció que había podido disfrutar de la cumbre, al estar el cielo despejado. Para ella fue un espectáculo único. La montañera asturiana también apuntó que no quiere “competir con nadie, ni buscar récords”. “Mi principal récord es ponerme a prueba a mí misma”, concluyó.


06/10/2011

La iglesia parroquial de San Juan Bautista de Vega de Rengos y el patronato de los condes de Toreno

Retablo mayor de la iglesia de San Juan Bautista en Vega de Rengos.

Hace unos días salía en esta web del Tous pa Tous el artículo sobre el retablo de Nuestra Señora del Rosario en la colegiata de Cangas del Narcea, ahora queremos dar a conocer los acomodos (retablos e imágenes) de uno de los templos más ricos del concejo de Cangas del Narcea, merced al patronato que sobre él ejerció una de las casas nobles de mayor prestigio del Principado de Asturias. Se trata de la iglesia de San Juan Bautista de Vega de Rengos y de la familia Queipo de Llano (condes de Toreno), que eran también patronos de la colegiata de Santa María Magdalena en Cangas del Narcea, y de los templos de Santa María de Gedrez y Santa Eulalia de Larón.

La iglesia de Vega de Rengos fue fundada como monasterio («Sancti Ioannis de Veiga») por Rodrigo Alfonso, que vivió en los reinados de Bermudo II (985-999) y Alfonso V (999-1028), y tenía asiento en aquellas zonas de Cangas y en Cerredo (Degaña). Era propietario de grandes haciendas y fundó algunos monasterios e iglesias, entre ellos este de Vega de Rengos (CARBALLO, Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias, 1695, ed. 1988, pág. 295). Esta primera fundación, de la que nada se conserva, dependió del monasterio de San Juan Bautista de Corias hasta 1576, año en el que el patronato pasó a depender de la familia Queipo de Llano, que lo mantuvo hasta finales del siglo XIX (sus armas aparecen en un banco, en el retablo de la Piedad y en las pinturas del presbiterio), con su filial de Santa María de Oballo (construida en 1897, con un retablo de la época y dos imágenes del siglo XIII: San Pablo y la Magdalena). El templo, edificado en el siglo XIV, consta de una nave y presbiterio rectangular, cubiertos con bóveda de cañón apuntado. Al lado de izquierdo de la nave se abre la capilla de Santa Bárbara, edificada en tiempos recientes, y a la izquierda del presbiterio hay una sacristía que comunica con un pórtico cerrado. Aún conserva el pavimento original de pizarra (RAMALLO, «La zona suroccidental asturiana», Liño, n.º 2, 1981, pág. 235). En 1672 se amplió el presbiterio para alojar el retablo mayor, aunque el tipo de cubierta no se alteró, continuando con la característica bóveda de cañón apuntado, como el resto del templo (PÉREZ SUÁREZ, Las empresas arquitectónicas promovidas por los condes de Toreno, 1999, pág. 66).

Retablo de la Piedad.

Consta de cuatro retablos: el mayor y colaterales, de hacia 1677, y el de la Piedad, traído desde la capilla de La Muriella, realizado hacia 1675.

El retablo mayor fue donado por don Fernando Queipo de Llano y Lugo, II conde de Toreno (Caballero de Santiago, corregidor de Burgos y Murcia, y diputado y alférez mayor del Principado de Asturias). La intención de colocar un retablo en la iglesia se expresa en la cesión de un juro de 31.287 maravedíes, otorgado en 1672, en el que se dice: «El tiempo que fuese necesario para hacer un retablo en dicha iglesia en el altar mayor, y dorarle y ponerle con toda forma y después se convierta en la compra de todos los ornamentos que fueren necesarios para el servicio de dicha iglesia, en la forma y como le pareciese al cura que es o fuese della» (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 65). Sin embargo, no fue hasta cinco años más tarde (1677) cuando se empezó a trabajar, con la donación de 4.600 reales que hizo el conde de Toreno para auxiliar a la parroquia (la realización del retablo comenzó ese año ya que en la donación se dice que el dinero es para hacer el retablo, no para proseguirlo ni concluirlo). Lo que se pretendía era modernizar y embellecer el templo por estar indecente e indecoroso. Entre 1677-1679 se vendieron las imágenes de San Roque, San Miguel y la «caja de Nuestra Señora» del antiguo retablo, obteniendo cerca de 420 reales (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 65).

Desconocemos el autor de la traza y el nombre del artista que materializó este retablo, aunque por sus características (estructura y ornamentación) habría que relacionarlo con el arquitecto de retablos lucense Antonio Sánchez de Agrela (doc. 1650-1666), hermano de Pedro Sánchez de Agrela (h. 1610-1661), autor del retablo mayor de la iglesia colegial de Cangas del Narcea y cabeza del denominado «Primer Taller de Cangas del Narcea». Antonio fue uno de los principales colaboradores de su hermano y aunque su maestría estuvo por debajo de la de éste, fue un buen ensamblador y un aceptable imaginero. En 1650 ajustó, junto a su hermano Pedro, el retablo mayor del convento de Santo Domingo de Oviedo (sustituido entre 1758-1761 por otro más moderno, realizado por el arquitecto de la diócesis de Oviedo José Bernardo de la Meana); en 1656 hizo el desaparecido retablo colateral del templo de San Salvador de la villa de Sarria, en Lugo (PÉREZ COSTANTI, Diccionario de artistas que florecieron en Galicia durante los siglos XVI y XVII, 1930, pág. 500); en 1664 el retablo de la capilla de don Tomás Vuelta Lorenzana, en la antigua iglesia de San Miguel de Laciana (hoy día, San Miguel de Villablino); el retablo mayor del santuario de Nuestra Señora en Fonsagrada (Lugo); en 1665 el retablo mayor y un colateral (desaparecido) de la iglesia de Nuestra Señora de Muñalén, en el concejo de Tineo (PÉREZ y PÉREZ, Iglesias, santuarios, capillas y ermitas del cuarto de los Valles, 2007, págs. 69-71.), y en 1666 el retablo mayor de la iglesia de San Juan de Porley (desaparecido). En nuestra opinión también realizó el retablo mayor de la iglesia de Santa María de Borres (Tineo), una imitación del retablo mayor de Muñalén.

Santiago

Este retablo mayor de Vega de Rengos constituye un buen ejemplo de la producción local del último cuarto del siglo XVII. Es un diseño organizado en banco, frontis de cinco hornacinas y ático triple. Los elementos estructurales son columnas corintias de fuste entorchado y pilastras cajeadas de capitel ganchudo (propias del taller de Pedro Sánchez de Agrela). Las columnas apoyan en ménsulas en forma de hoja de alcachofa (similares a las del retablo de Muñalén y Borres). De su ornamentación destacan las rosetas en los paneles del banco (muy similares a las del retablo mayor de Gedrez); los roleos del friso, de talla crespa, ovas y una sucesión cuentas (trasunto de retablos de Muñalén y Borres). Esta estructura fue alterada en 1682 al incorporarle algún elemento del barroco decorativo local (taller de Corias), como el encuadre de la hornacina principal, los colgantes de hojarasca y granadas pinjantes del primer piso, el enmarque de las hornacinas laterales del ático, las ramas de acanto terminadas en cabeza de ave del ático y el remate semicircular. Además se pagaron 100 reales a un «escultor de Corias» por armar el retablo (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 69) que, sin duda, fue el ensamblador Antonio López de la Moneda (Zanfoga, Lugo, doc. 1678-1724) autor del retablo mayor de la iglesia de Nuestra Señora de Regla de Corias, ajustado en 1679 y realizado en 1713. También trabajó el licenciado Antonio Ron (doc. 1685-1704), hermano de Manuel de Ron (ver su biografía en el Tous pa Tous) que «compuso varias piezas del retablo», Juan Collar que compuso los atriles y columnas del retablo, y el pintor local Plácido García de Agüera (1719-1798) que intervino en las columnas del retablo en 1742 (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 69).

Según Ramallo las imágenes son obra de Francisco Quintana Argüelles (doc. 1667-1676), uno de los discípulos más aventajados de Luis Fernández de la Vega (1601-1675). De su obra documentada poco se conoce: cinco imágenes para el retablo mayor de la iglesia de Santa María la Real de Tanes (Caso), que Fernández de la Vega le traspasó en 1670 (desaparecidas), y el retablo mayor de la iglesia de San Juliano de Arbás (Cangas del Narcea), realizado entre 1673-1674 según la traza suministrada por el propio Fernández de la Vega (RAMALLO, Escultura barroca, 1985, pág. 243).

San Juan Bautista.

Las imágenes se comenzaron hacia 1677. Por entonces, Quintana Argüelles ya había concluido su trabajo en el retablo de Arbás y el conde de Toreno le encargó las imágenes, seguramente por la muerte o el traslado de Antonio Sánchez de Agrela a otro centro en donde podría conseguir encargos de mayor prestigio y dotación. Esto propicio que incluso dejase parte del retablo por terminar como lo atestiguan los añadidos que se le hicieron a finales del siglo XVII. De todas las imágenes sólo tres se pueden relacionar con la producción del propio Quintana Argüelles: San Juan Bautista, titular de la parroquia; Santiago el Mayor y San Roque. Para representar a San Juan Bautista empleó el modelo del que Fernández de la Vega se valió para esculpir la imagen de San Juan de la iglesia de San Vicente (hoy, de la Corte) de Oviedo, entre 1638-1641: un hombre joven, en posición de avance y envuelto en unos ropajes trabajados de manera profunda y aristosa. Francisco Quintana talló un San Juan inexpresivo y con un rostro enmarcado por unos cabellos largos y filamentosos de clara reminiscencia naturalista. El tratamiento de los pliegues es un trasunto de los del San Juan de la Corte: en la parte de la izquierda se multiplican y se tallan de manera rígida, formando grandes aristas, mientras que los de la derecha son más suaves y transversales.

San Roque.

San Roque repite el modelo que Luis Fernández de la Vega empleó para la imagen de la Catedral de Oviedo y que fue ejecutada junto a los retablos de Santa Teresa y Nuestra Señora de la Concepción, encargados por el obispo don Bernardo Caballero de Paredes en 1658 (este prelado financió grandes proyectos, como el desaparecido retablo mayor de la ermita de Nuestra Señora de Carrasconte, los retablos colaterales del convento de Agustinas Recoletas en Medina del Campo, ambos realizados por Pedro Sánchez de Agrela y Luis Fernández de la Vega, y la construcción de la capilla de Santa Bárbara en la Catedral de Oviedo). Quintana Argüelles hizo una copia de la imagen de la Catedral, sin la expresividad de aquella (de este mismo modelo también se valió Pedro Sánchez de Agrela, a mediados del siglo XVII, en la imagen de San Roque del monasterio de Corias). Santiago el Mayor se representa como peregrino, con el bordón y el sombrero de ala ancha.

El resto de imágenes del retablo mayor de Vega de Rengos: Inmaculada Concepción, San Fernando, San Antonio de Padua y San Antonio Abad, así como el relieve de La Resurrección, no pertenecen a la producción de Quintana Argüelles, y la Virgen con el Niño, de la calle de la izquierda del piso superior, es de finales del siglo XVI y su modelo y policromía son característicos del gusto renacentista.

Retablo colateral de la Virgen del Rosario

El dorado del retablo es obra de Nicolás del Rosal, vecino de Oviedo, el mismo que policromó el retablo, con sus imágenes, de la iglesia de San Juliano de Arbás y el retablo de Nuestra Señora del Rosario en la colegiata de Cangas del Narcea. En 1682 el conde de Toreno donó algunos panes de oro para sufragar la obra. En las cuentas de 1682 se dice: «[…] Los mas de trece mil panes de oro que dio el señor conde de Toreno que están en el cielo, se gastó en tres mil reales en dinero que los gastos todos de pan y vino y carne que hicieron los maestros mientras lo pintaron […], más trescientos treinta y seis reales que costó el oro que falto para el retablo además del que vino de Madrid que se envió a buscar a Valladolid y a León [….]» (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 69). La policromía es de buena calidad, no solo el oro del retablo sino las estofas y los detalles de las vestimentas de las imágenes efectuados, todos ellos, a punta de pincel. Al propio Nicolás del Rosal se podría deber el escudo pintado sobre la bóveda de la capilla mayor con las armas de la familia Queipo de Llano.

Retablo colateral del apóstol San Bartolomé.

Los retablos colaterales de la iglesia son de la misma época y estilo que el retablo mayor. Se organizan en banco, frontis de única hornacina entre dos pares de columnas corintias de fuste estriado y dos pilastras cajeadas de capitel ganchudo decoradas con medias lunas. En el de la izquierda se venera la imagen del apóstol San Bartolomé, cuya factura también tenemos que relacionar con el propio Francisco Quintana Argüelles, y en el de la derecha una Virgen del Rosario de posterior factura. Fueron dorados por Nicolás del Rosal.

Adosado al muro derecho de la nave se aloja el retablo de la Piedad o Quinta Angustia, trasladado desde la capilla del palacio de La Muriella, próxima a la parroquia y primera residencia de la familia Queipo de Llano (hoy día, nada queda de ella). En el inventario de los ornamentos del 24 de marzo de 1855 se describe el retablo: «un retablo de madera de nogal, de dos cuerpos pintado y en su mayor parte dorado, bastante deteriorado, el cual tiene unas tres varas de alto por otras tantas de ancho. Se hallan colocadas en el mismo cuatro imágenes. En el centro la de la Señora de las Angustias y en el cuerpo o departamento superior la de San Lorenzo, en el medio, y colaterales a éste San Antonio de Padua y San Adriano, todas cuatro imágenes de bulto y de madera bastante carcomida» (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 85).

Al igual que el resto de acomodos fue pagado por don Fernando Queipo de Llano y Lugo, II conde de Toreno (en el banco se representa el escudo de armas de los condes y un alto relieve de San Fernando en alusión al patrono). Es un retablo organizado en banco, frontis de única hornacina y ático simple rematado por un frontón triangular. La transición entre ambos cuerpos se realiza por dos aletones curvos. Este diseño nos habla de un retablo realizado con anterioridad a 1677, ya que en ese año se introdujeron en el suroccidente los diseños barrocos del ensamblador madrileño Pedro de la Torre (h. 1596-1677), con la realización del retablo mayor del monasterio benedictino de San Juan Bautista de Corias (ático simple entre machones, coronado por un florón, y remate semicircular). Se estructura con columnas salomónicas decoradas con los motivos propios de su orden: hojas de vid y racimos de uva, que apoyan en unas ménsulas de acentuado carácter vegetal (de alcachofa, en relación con las del primer taller de Cangas del Narcea).

San Juan Bautista.

De su ornamentación destacan las cabezas de hojarasca y granadas de los intercolumnios, y las cartelas con hojarasca y frutilla del ático. Precisamente, estos motivos recuerdan a los empleados por los discípulos de Luis Fernández de la Vega (1601-1675), como Juan García de Ascucha Galán (natural de Gijón, doc. 1669-1717/1722. Ejerció los oficios de ensamblador, escultor y maestro relojero de la Catedral de Oviedo) y Sebastián García Alas. Precisamente las cabezas con colgantes aparecen en el retablo mayor de la capilla del palacio de La Rozadiella (Tineo), realizado por García de Ascucha en 1678. Asimismo, las cartelas con colgantes del ático son una imitación de las del retablo de Nuestra Señora del Rosario de la iglesia colegial de Cangas del Narcea, ensamblado por García Alas entre 1676-1678.

San Blas.

En él se venera la imagen de la Piedad, una de las pocas representaciones de esta iconografía en el suroccidente de Asturias (también destaca la de la iglesia de Santa María de Carballo y la del santuario del Ecce Homo en Regla de Perandones, en relación con los modelos del escultor ovetense Antonio Borja). La de Vega de Rengos recuerda enormemente el relieve de la misma advocación del retablo mayor de la iglesia de San Pedro de Jomezana, en el concejo de Lena, realizado por García de Ascucha en 1690 (RAMALLO, Escultura barroca, 1985, pág. 246). Es un grupo frío cuyos rostros no reflejen la excitación, el dolor y el patetismo propio de este tipo de representaciones. Los pliegues son acartonados, de clara tradición naturalista. El resto de imágenes son de menor calidad (San Lorenzo en el ático, titular de la capilla de la Muriella, y a sus lados Santiago y San Antonio).

En la capilla de Santa Bárbara se hallan algunas imágenes de marcado carácter popular, entre las que destacan San Juan Bautista, de pequeño tamaño, que sigue el modelo reflexivo de tradición gallega; un San Blas del primer cuarto del siglo XVIII, en relación con los modelos de Antonio López de la Moneda (doc. 1678-1724), caracterizado por unos pliegues duros, de tradición naturalista, y un Santo Obispo de la misma época aunque de concepción más tosca.

Finalmente, otros ornamentos, alhajas y libros donados a la iglesia de Vega de Rengos por lo condes de Toreno, y de los que no conocemos su paradero, son ricos misales, frontales de altar de importación, candelabros, lámparas, y una cruz de plata, que fue donada por don Fernando Queipo de Llano y Lugo, II conde de Toreno, y que costo más de 100 ducados (1.100 reales), realizada en Madrid por Matías Vallejo (Yayoi KAWAMURA, Arte de la platería en Asturias, Oviedo, 1994, págs. 123-124).

Con esto ponemos punto final a este breve artículo sobre el patrocinio de los condes de Toreno en la iglesia de San Juan Bautista en Vega de Rengos, y abrimos la vía a futuros artículos sobre otros templos de su patronato: las iglesias de Santa María de Gedrez y Santa Eulalia de Larón.

El cangués Tano Ramos gana el premio Comillas de historia, biografía y memorias

Tano Ramos (Cangas del Narcea, 1958). Foto: Ed. Tusquets

El escritor asturiano Tano Ramos ha ganado este viernes el XXIV Premio Comillas de historia, biografía y memorias por su libro El caso Casas Viejas que relata el levantamiento anarquista que tuvo lugar en 1933 en la localidad gaditana de Casas Viejas (Cádiz).

El jurado, formado por Miguel Ángel Aguilar, Emilio La Parra, Josep Ramoneda y Josep Maria Ventosa –en representación de la editorial Tusquets, que impulsa el premio–, ha decidido premiar esta historia que recuerda el levantamiento anarquista y la respuesta militar que provocó, y que trajo consigo la muerte de 14 campesinos y puso en serios aprietos al gobierno del entonces presidente Manuel Añaza.

Según ha informado el jurado en un comunicado el relato construido por Ramos “invita a reflexionar sobre la patológica relación existente en España entre los tribunales y los medios de comunicación, tanto en los convulsos años treinta como en casos más recientes de nuestra historia”.

Ramos (Cangas del Narcea, Asturias, 1958) recibirá como premio una estatuilla de bronce diseñada por Joaquín Camps y un anticipo sobre derechos de autor de 20.000 euros.