La cumbre más difícil, el mayor éxito alpinístico de Rosa Fernández

Rosa Fernandez Rubio nació en Cangas del Narcea (Asturias) en 1960

Rosa lo ha conseguido, una vez más, cuando se plantea un reto de la máxima dificultad. Solo pensarlo parece fuera de sus propios límites: sin equipo de apoyo, con un solo serpa y con las fuerzas físicas disminuidas tras la larga convalecencia y el tratamiento de un cáncer,  se  enfrenta al reto más duro y complicado  que podía imaginar, el Kangchenjunga, la montaña más solitaria y peligrosa de Nepal, donde los más duros alpinistas han sufrido sus experiencias más dramáticas y donde algunos de los de mayor prestigio, han necesitado ayuda para salir con vida.

Rosa ha hecho lo que parecía imposible, alcanzar los 8.586 metros del Kangchenjunga y bajar hasta el campo base por sus propios medios. Esta es la tercera montaña más alta del mundo y, con esta ascensión, Rosa ha ascendido cuatro de las cinco grandes: Everest, Makalu, Lotshe y Kangchenjunga. Hoy día, a nivel mundial, no habrá más de diez mujeres que hayan hecho esta cima (este dato no es más que orientativo).

El sábado, día 21 de mayo, Rosa ha llegado de vuelta al campo base, de donde salió hacia la cumbre hace nada menos que ¡nueve días! El jueves por la tarde salió del campo 4, a 7.700 metros, hacia cumbre con Oscar Cadiach, este gran alpinista tuvo que retirarse sin  completar la  ascensión, pero ha sido tan generoso, que esperó a que Rosa volviese al campo 4. Tras más de 20 horas lo encontró allí, y Rosa cuenta que se le abrazó y lloró de emoción al saber que Rosa lo había conseguido.

Comenta que otra compañera de expedición, Cleo Wiedlicki, ya llegó en su intento en muy malas condiciones al campo 3 y  sufre ceguera, allí se ha tenido que quedar, imposible descender,  y esperan poder rescatarla en helicóptero (esta situación hace no más de cinco o seis años, fácilmente hubiese sido mortal).

Rosa no lo sabe aún, o no ha querido decirlo, pero es posible que tenga congelaciones en los pies y algo de menor importancia en las manos. A pesar de todo, ahora está muy, muy  contenta y al fin podrá descansar tras este suplicio. La comunicación con ella ha sido muy mala y se cortó  en dos o tres minutos.

A mí  personalmente me parece increíble lo que acaba de hacer Rosa. Se cumplen seis años exactamente de su ascensión al Everest por la cara norte (21 de mayo de 2005, también sábado). Sin duda, y como ella me ha dicho, es  la montaña más dura de la tierra. Ese mismo comentario se lo hizo también Mingma, sherpa que  anteayer alcanzó la cima, convirtiéndose en el primer sherpa que completa los 14 ocho miles. Para él también ha sido la montaña más dura y difícil. Tiene una dificultad añadida y es que el  descenso también es muy complicado, incluso en la parte más baja de la montaña, cuando ya bajas totalmente “fundido”.

Rosa tiene en su historial las siete cumbres, única mujer española que lo ha completado. Su primera cumbre de ocho mil metros en el Himalaya fue el Gasherbrum II, en el año 1997, cuando tenía ya 37 años.


23/05/2011

alt

Un libro de Mercedes Pérez sobre la vida y la obra de Uría

alt

Cubierta del libro

El Real Instituto de Estudios Asturianos acaba de publicar el libro Uría y el patrimonio de las obras públicas en Asturias a mediados del siglo XIX (Oviedo: 2011, 448 págs.), cuya autora es nuestra socia y vecina Mercedes Pérez Rodríguez.

Mercedes nació en Cangas del Narcea en 1955, es profesora del IES y coordinadora del Aula de la UNED de Cangas del Narcea. El libro es el resultado final de un trabajo de investigación iniciado hace más de diez años, que obtuvo en 2002 el Premio sobre Archivística y Documentación Padre Patac y que en julio de 2005, más ampliado, se presentó como tesis doctoral en la Universidad de Oviedo. Tenemos que agradecer a Mercedes este esfuerzo por estudiar la vida y la obra de José Francisco Uría y Riego (Santolaya de Cueiras, 1819 – Alicante, 1862), uno de las personas que más hizo por nuestro concejo en el siglo XIX.

Miembro del partido liberal moderado, fue diputado por el Distrito de Cangas del Narcea en las Cortes y Director General de Obras Publicas entre 1858 y 1862. En estos cuatro años su labor fue enorme, y Asturias le debe muchas de las infraestructuras (carreteras, puentes, puertos, ferrocarril León-Gijón, faros) que fueron claves para su desarrollo económico. Después de su prematura muerte, con 43 años, su labor fue reconocida por sus paisanos y de este modo su nombre todavía permanece en el callejero de Oviedo, Gijón, Luarca y Cangas del Narcea.

Cangas del Narcea le debe varias obras importantes. Gracias a él se comenzó la construcción del Juzgado y de las Escuelas Publicas de la villa en 1861; se trazó e inició la carretera de Luarca a Ponferrada por el puerto de Leitariegos y el Estado cedió en 1860 el monasterio de Corias, abandonado desde 1835, a los Dominicos. Además de esto, fue una persona muy interesada en la agricultura y la mejora de los productos del concejo, especialmente el cultivo de los viñedos y la elaboración del vino, así como la plantación de árboles, la introducción de nuevos cultivos, las plagas, etc. Presentó varios productos de Cangas del Narcea en la Exposición General de Agricultura, celebrada en Madrid en 1857, en la que obtuvo una medalla de bronce por jamones y cecina de vaca.

El estudio de Mercedes Pérez Rodríguez trata tanto la biografía personal de Uría, como su actividad política y administrativa. Asimismo, desmenuza la historia de los proyectos de obras públicas que puso en marcha en Asturias y que debido a su temprana muerte no pudo ver concluidos en la mayor parte de los casos.

Uría fue un político trabajador y honesto, que conocía muy bien el funcionamiento de la administración pública, y por eso pudo hacer tanto en tan poco tiempo. Fue un heredero de aquellos ilustrados asturianos del siglo XVIII, como el famoso Jovellanos, que trató y estuvo en casa de su abuelo Antonio Uría, que dedicaron sus mejores anhelos a la mejora y el progreso del país. La publicación de este libro servirá para recordar su figura y es un motivo de satisfacción para el Tous pa Tous.

alt

Vistas aéreas de Cangas del Narcea en el verano de 1971

Son cuatro fotografías aéreas en blanco y negro que muestran la villa de Cangas del Narcea por sus cuatro costados. Son un testimonio muy revelador de un periodo de transición entre la vieja urbe decimonónica, de tradición medieval, caracterizada por unas pocas calles y un caserío formado por unas casas de poca altura, unos pocos edificios de pisos y media docena de palacios, y la Cangas actual, que ha crecido de una manera desordenada tanto en superficie como en alturas.

En las fotografías aparecen edificios recién terminados, algunos de ellos muy significativos para la villa, como los bloques de casas de El Fuejo, el Instituto de Enseñanza Media o el chalet del arquitecto Pepe Gómez, y sobre todo muchas casas de pisos, situadas en el centro de la villa, en la calle Uría o en el Barrio Nuevo, y proyectadas en la mayor parte de los casos por el mencionado Pepe Gómez. Llama la atención, el número tan alto de casas que estaban en construcción.

En 1971 aún no se habían edificado casas de cinco alturas en el barrio de El Corral, ni en las afueras de la villa, y La Cogolla y la carretera de El Acebo eran espacios totalmente despoblados. Tampoco existía el puente colgante que comenzará a levantarse al año siguiente. Todo esto cambiará muy poco tiempo después, con el inicio de un crecimiento urbanístico que causará el derribo de muchas casas, la ocupación de todos los solares libres del centro urbano y la extensión de la villa en todas las direcciones posibles.

Estas fotos, que nos retrotraen a medio siglo atrás, además de ser un testimonio histórico, son una fuente de recuerdos y nostalgias para los nacidos antes de la década de los años sesenta. En ellas aparecen espacios, ya desaparecidos, en los que transcurrieron las andanzas de muchos cangueses y que ahora, gracias a estas fotos, podemos contemplar desde el cielo de Cangas.

 

Vistas aéreas de Cangas del Narcea en el verano de 1971


La Revolución de Octubre de 1934 en Asturias. Su incidencia en Cangas del Narcea

Este trabajo que ahora reproducimos revisado, fue publicado en la revista La Maniega, nº 41 de julio-agosto de 2004. Su autora, la canguesa Mercedes Pérez Rodríguez, es doctora en Historia por la Universidad de Oviedo, con una tesis sobre José Francisco Uría y las obras públicas en Asturias a mediados del siglo XIX, que leyó en 2005, y profesora del IES de Cangas del Narcea.

NOTA DE LA AUTORA: Este artículo procede de un trabajo universitario realizado en el curso 1983-1984. Entonces conté con la colaboración de tres vecinos de Cangas del Narcea: don Victorino López, entrañable vecino y gran conocedor de la historia canguesa; don José Ríos, que amablemente me recibió en casa de su hija en Gijón y cuyos escritos autobiográficos espero que lleguen a publicarse algún día, y don Luis Pérez Frade, “Luis Camposín”, que conservaba una excelente memoria de los hechos; los tres ya han fallecido. Siempre agradeceré su colaboración y a título póstumo les dedico este artículo, apuntando que los errores que pueda tener son debidos a mí, nunca a ellos.


Enrique Tejón gana el II Concurso de Microrrelatos de la Asociación de Amigos de la Biblioteca de Asturias

Enrique Tejón Fernández nació en Cangas del Narcea en 1959 y estudió el bachillerato en el Instituto de Enseñanza Media de La Vega; en la actualidad vive en Oviedo, donde trabaja como funcionario judicial en el Tribunal Superior de Justicia de Asturias. Tejón ha ganado con el microrrelato “Un lugar”, el II Concurso de Microrrelatos “Ciudad de Oviedo” que organiza la Asociación de Amigos de la Biblioteca de Asturias “Un puñado de letras”.

Los microrrelatos son breves narraciones, cuya extensión no pueden sobrepasar las 150 palabras. El fallo del jurado se hizo público el pasado 7 de abril de 2011 en Oviedo.

Tejón es un gran aficionado a la literatura y la escritura creativa; participa con asiduidad en clubes de lectura y talleres de escritura organizados por las bibliotecas públicas de Oviedo, y dirige en la Biblioteca de Ciudad Naranco el Taller de Lectura Dramatizada. Para conocer mejor a Enrique Tejón puede leerse una entrevista que aparece en el blog Amigos Escritores y Lectores 2011,

Algunos de sus últimos relatos son los siguientes:

 

UN LUGAR de Enrique Tejón

Primer premio II Concurso de microrrelatos Ciudad de Oviedo

Una lápida semienterrada dice que cuando el tiempo empezó a transcurrir, el pueblo ya era viejo. Las paredes, casi cubiertas por la tierra, son testigos de ello; sucias y distantes; ajadas y silenciosas; llenas de susurrante soledad. Ninguno de sus habitantes lo abandonó jamás. Durante mucho tiempo, un carromato sin conductor, tirado por un viejo caballo, atravesaba sus calles muy despacio y, sin detenerse, se perdía en el desierto. La última vez que lo vieron pasar traía un pasajero que no se apeó. El caballo iba desbocado y cruzaron el pueblo a toda velocidad. Poco tiempo después, empezó a morirse el único árbol, y luego, se secó la fuente que ofrecía un hilo de agua. Las sombras ocuparon el lugar de los habitantes; los sonidos se los apropió el viento. En el cementerio brillan tristes los huesos del caballo y gira una rueda del desvencijado carromato.

A LA MEMORIA DE … Un proyecto del Tous pa Tous para llevar la historia a la calle

Placa conmemorativa en Londres.

Cuando uno pasea por muchas ciudades y villas de Europa es habitual ver, en las fachadas de los edificios, placas conmemorativas en las que se recuerda que allí nació, vivió o murió algún personaje relevante, o que en ese sitio sucedió un hecho importante para la comunidad, o que en ese lugar estuvo ubicada una sociedad, una empresa o una industria que merece ser recordada. La ciudad de Londres, por ejemplo, esta llena de estas placas. Su presencia rememora la existencia de personas que por sus obras y pensamientos ayudaron a mejorar la sociedad. Es una costumbre de países que respetan su pasado y ejercitan cotidianamente su memoria colectiva.

Lápida dedicada a don Facundo Meléndez de Arvás en la parroquia de Cangas del Narcea, obra del escultor Peresejo, 1929.

En la villa de Cangas del Narcea hay dos placas de esta clase en las Escuelas Públicas, dedicadas a los maestros José María Flórez y Genaro González Reguerín, que fueron sufragadas por suscripción popular y por “sus discípulos” en 1915 y 1918, respectivamente; aunque hoy, todo hay que decirlo, están medio tapadas por unos arbustos.

Placa dedicada a Félix Mª. Villa en el Asilo de Cangas del Narcea, 1921.

De estas dos placas escribiremos otro día. También entre este tipo de lápidas conmemorativas podemos incluir otras más, sufragadas todas por suscripción popular: la dedicada al médico y fundador del Tous pa Tous Mario Gómez, colocada en la casa donde nació en 1872; la del maestro Ibo Menéndez Solar, colocada en la calle que lleva su nombre, que carece de cualquier información sobre el personaje; la de Félix María Villa, fundador del asilo de ancianos, colocada en 1921 en la fachada de esa institución, y la de Facundo Meléndez de Arvas, descubierta en 1929 en la fachada de la iglesia parroquial que da a la plaza de La Oliva.

Lápida dedicada a Mario Gómez Gómez, colocada en la casa donde nació en 1872.

Esta última lapida, hecha con mármol y bronce, fue realizada por el escultor José Pérez Pérez, “Peresejo” (Barcelona, 1887 – Alcoy, 1979), que desarrolló su carrera en Madrid donde trabajó como profesor de modelado de la Casa de la Moneda y restaurador de escultura del Museo del Prado; Peresejo obtuvo varias medallas y menciones honoríficas en Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, y realizó numerosas esculturas y monumentos públicos.

Lápida dedicada a don Ibo Menéndez Solar con su efigie en bronce que fue sacada de una fotografía.

El Tous pa Tous quiere retomar esta buena costumbre de la placa conmemorativa y tiene ideado colocar una serie de placas de bronce dedicadas a la memoria de algunas personas, canguesas y forasteras, que han hecho en su vida algo destacado, que creemos que merece la pena recordar. La idea, además, pretende identificar un lugar o un edificio determinado con el personaje, de modo que podamos valorar y recrear a ambos.

Diseño de la placa dedicada a Luis Alfonso de Carballo realizado por Enric Franch. Medidas: 35 x 60 cm

La primera placa estará dedicada a Luis Alfonso de Carballo, y se colocará en los próximos meses en el barrio de Entrambasaguas, donde nació este historiador, literato y jesuita en 1571. La segunda, que pretendemos colocar también en este año para celebrar el bicentenario de su muerte, se dedicará a Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) y se pondrá en la casa del conde Marcel de Peñalba, en la calle Mayor, donde residió este ilustre asturiano entre el 5 y el 20 de octubre de 1796.

La revista “Narcea” (1935 – 1936) en la web del Tous p@ Tous

  La revista Narcea tuvo una vida corta. Comenzó a publicarse en mayo de 1935 y terminó en julio de 1936. La Guerra Civil fue la culpable de esta breve existencia. Se editaba en Madrid, era mensual y en total salieron a la calle catorce números. Era el órgano del Club Narcea, que habían fundado en 1931 emigrantes del concejo de Cangas del Narcea en la Corte, con el fin de “estrechar en una unión común a todos los coterraneos que residen en Madrid”. En su junta directiva había un delegado de bolos, otro de baile y otro de fútbol, hecho que manifiesta tres de las principales actividades que llevaba a cabo el Club. Francisco Rodríguez Rodríguez, natural de la Regla de Perandones, fue su presidente en 1935 y 1936.

Narcea fue una continuadora de la revista La Maniega, órgano de la Sociedad Tous pa Tous, que había dejado de publicarse en 1932. Era una publicación más pequeña, nunca pasó de las 14 páginas, mientras que La Maniega tenía 28, pero su estilo y su contenido eran muy similares. Narcea era una revista apolítica, que trataba asuntos del Club y cuestiones que afectasen al concejo cangués, especialmente materias relacionadas con la ganadería, la agricultura y las escuelas.

Sus promotores eran fieles admiradores de la persona de Mario Gómez y Gómez, fundador del Tous pa Tous y La Maniega, y de sus ideas. Su reconocimiento en las páginas de la revista será constante, con artículos dedicados a él y la convocatoria de una suscripción popular para erigir un busto a su memoria.

Las tres personas que hicieron posible la revista Narcea fueron Benjamín Rodríguez Gómez, maestro de Bimeda y antiguo colaborador del periódico Narcea, editado en Cangas del Narcea; Manuel Pérez Rodríguez y, sobre todo, José Menéndez Rodríguez. Colaboradores habituales eran Manuel Pérez Rodríguez, Eduardo Jaquete, Francisco Cosmen e Irene de Miraflores, que escribía las noticias de Cangas del Narcea en la “Crónica de sociedad”. La mayor parte de las fotografías las aportaba José Bueno Cosmen, fotógrafo aficionado que ya había colaborado con La Maniega.

Para el que quiera saber más sobre esta revista, el espíritu que animaba a sus redactores y el esfuerzo que suponía su publicación, les recomendamos que lean el artículo que José Menendez Rodríguez escribió en el número 12 (1 de mayo de 1936) para conmemorar el primer aniversario de la revista.

Con la desaparición de Narcea en 1936 nuestro concejo cerraba una etapa que había comenzado en 1882 con la publicación de El Occidente de Asturias. Hasta 1980, con la aparición de Entrambasaguas, Cangas del Narcea no volverá a tener un medio de expresión propio.

Los originales de la revista Narcea que hemos digitalizado pertenecen a la familia Alcalá Arce y el coste ha sido sufragado por el Tous pa Tous.

José Avello Flórez (Cangas del Narcea, 1943 – Madrid, 2015), escritor

Pepe Avello, en su domicilio de Madrid, durante la entrevista con La Nueva España

Nacido en Cangas del Narcea en 1943, el escritor y profesor José Avello Flórez, «Pepe Avello» o «Pin Estela», descubrió en Oviedo a comienzos de los años sesenta un mundo universitario y cultural propio de «una ciudad muy atractiva y abierta a las iniciativas de cualquiera». Antes de llegar a la capital del Principado, Avello había pasado su infancia y adolescencia en Cangas y Gijón, donde estudió en el Colegio Corazón de María bajo un intenso programa religioso que lo conduciría, mediante discusiones con sus amigos cangueses, al «interés por entender». Con ese ánimo, aunque cursó Derecho, asistió en Oviedo a las clases del filósofo Gustavo Bueno, a la vez que realizaba numerosas actividades de teatro o poesía. También militó en la FUDE (Federación Universitaria Democrática Española), un sindicato clandestino de estudiantes, e ingresó después en el Partido Comunista. Sin embargo, algunas decepciones y la percepción de que «la política no solucionaba los problemas de la gente» lo llevaron a abandonar el partido. «La dictadura no podía tragarse, pero dejé la militancia», evoca Pepe Avello en estas «Memorias» para La Nueva España.

Antes del abandono de la militancia, un aviso del Gobierno Civil de que iba a ser detenido lo obliga a marchar a Madrid, donde continúa Derecho en la Complutense. Después, «entró África en mi vida de un modo en principio colateral». Avello hizo la mili «en el desierto, en El Aaiún», y al volver en 1968 a Madrid tiene la oportunidad de incorporarse como gerente en Guinea Ecuatorial de una empresa francesa de obras públicas. Guinea acaba de obtener la independencia de España y el asturiano vive los conflictos de la época: «La locura de Macías o la huida de los españoles después de que la Guardia Civil ocupase el país por un conflicto con la bandera española». Avello recuerda de aquella etapa que «fue el resultado de la peor política que podía haber llevado España, que estaba en la inopia».

A principios de 1971, Avello, su mujer, Matilde Gonzalvo, y su hijo Jasón regresan a España. Él trabaja entonces de directivo en una empresa de producción industrial, pero «me veía a mí mismo como escritor y hacia 1975 decidí que me iba a dedicar a la literatura; me despedí y me senté a escribir, pero no escribía nada». Desarrolla entonces otras actividades en las editoriales Alianza y Akal y frecuenta la vida cultural madrileña. «Hice muchos amigos, gente del cine, sobre todo, como Marisa Paredes, Carlos Rodríguez Sanz, Álvaro del Amo o Augusto Martínez Torres». Al mismo tiempo, «tenía una idea confusa de lo que quería escribir, pero pensaba que tenía que ser la mejor obra; me salieron más de 1.000 páginas».

Pasaron después «ocho o nueve años, hasta que renuncié a hacer una obra maestra». Una vez depurada, la novela se tituló «La subversión de Beti García» y fue finalista del premio «Nadal» de novela en 1983.

Una «casualidad completa» lo condujo entre tanto a la Universidad. «Ramón Akal me dio un libro para que lo corrigiera, y era “La mediación social”, de Manuel Martín Serrano, al que yo ya conocía porque había sido compañero de colegio de mi primo José Manuel Álvarez Flórez». Martín Serrano acababa de obtener la plaza de agregado universitario y le ofrece a Avello «venir de profesor a Ciencias de la Información en la Universidad Complutense». El escritor asturiano será durante diez años profesor de Teoría de la Comunicación y, después, de Sociología de la Cultura en la Facultad de Bellas Artes. Por el medio funda la revista literaria «Estaciones», en la que comparecen numerosos autores argentinos que había tratado durante un viaje a ese país en 1973. De la docencia se retiró el pasado septiembre, pero con la condición de emérito sigue dirigiendo tesis doctorales en la Complutense. En 2002 obtuvo el premio «Villa de Madrid» de narrativa con la novela «Jugadores de billar», ambientada en los años noventa en un ficticio café Mercurio de la calle Mon de Oviedo, la ciudad que tanto lo marcó de joven.

Entre el Juzgado y América

Pepe Avello, en su domicilio de Madrid, durante la entrevista con La Nueva España

«Nací en Cangas del Narcea en 1943. No conocí a ninguno de mis cuatro abuelos, que habían muerto antes, pero sí a una bisabuela, Concha Azcárate. Mi abuelo Manuel Avello fue secretario del Juzgado municipal de Cangas. Hace poco que pude consultar una crónica de un periódico de la época, el “Asturias”, que se editaba en La Habana. En él el periodista Gumersindo Morodo, que firmaba como «Borí», escribe en 1917 que mi abuelo había aprobado las oposiciones en Madrid. Los Avello son una familia de Cangas desde hace muchos años. En una ocasión, el periodista Manuel Avello, que no tenía parentesco conmigo, me explicó que los Avello de Asturias provenían de una misma zona, entre Barcia y Luarca, y que él había localizado una casa solariega antigua de donde provenía el apellido. Mis abuelos maternos, los Flórez López-Azcárate también son nacidos en algunos pueblos del entorno de Cangas. Estos Flórez fueron emigrantes, como tantísimos asturianos emigrantes. Se fueron a América y, de hecho, mi madre nació en Santo Domingo. Mi tío Gil estuvo en México y a mi tío Pepe, por el que yo llevo el nombre, lo llamaban “El Habanero”, aunque no había nacido en La Habana, sino también en Santo Domingo. Mi abuelo materno, Joaquín Flórez, parece que fue un hombre que se enriqueció y arruinó varias veces con negocios en América, y de él también hay una noticia en estas crónicas del periódico “Asturias” en la que se cuenta que en 1917 o 1918 hace un embarque de frutos secos, castañas, avellanas, desde el puerto de Gijón con destino a La Habana. Un cargamento que le debió de salir muy mal porque parece que los frutos secos se estropearon y pudrieron en el barco. La familia se estableció más tarde en México, donde todavía se vivía el final de la revolución mexicana. Mi abuelo se dedicaba a viajar y en la familia cuentan una historia, quizás idealizada, de que él estaba fuera, en Veracruz. Mientras, su esposa, mi abuela, Mercedes López Azcárate, estaba acompañada por una hermana suya, de 19 años, que la ayudaba, y por sus cinco o seis hijos pequeños. Mi abuela se pinchó con una planta y contrajo una septicemia, de la que murió con 27 años. Entonces aquella chica de 19 años, mi tía abuela Lola, tuvo que pedir la repatriación con toda la familia y vuelve a Cangas, donde mi madre y todos sus hermanos son criados por la bisabuela Concha, que los acoge como huérfanos en su casa. De mi abuelo apenas se volvió a tener noticia: volvió del viaje, se encontró con que su esposa había muerto y la familia estaba de regreso en España. Parece que escribió algunas cartas y murió al poco tiempo».

Cangas: protección y aventura

«La bisabuela Concha era la dueña de la casa y de las fincas porque con el dinero que mandaba la familia desde América había comprado bienes, entre ellos esa casa de Cangas, al lado del Ayuntamiento, donde después pusieron una fonda. El edificio todavía existe. Pasé en Cangas toda la infancia, hasta los 12 años. Mis padres eran Benigno Avello y Estela Flórez, y a mí me conocía mucha gente como Pin de Estela. Ella tenía un estanco en el centro del pueblo, en la calle Mayor. Una de las cosas que me marcó el carácter son esos años infantiles, en los que aprendes lo que es la lealtad, la amistad con tus iguales, que son todos los del pueblo. En esos años cuarenta, primeros cincuenta, el pueblo entero era una especie de extensión de la casa, es decir, que andabas con una cierta seguridad por el pueblo o por los montes de alrededor. Los juegos infantiles eran a veces las batallas a pedradas, pero sobre todo eran juegos de competición, cuando tocaba la época de las chapas, de las bolas o de jugar a las espadas. Todo ello producía una sensación de universo completo, de que ahí se acababa el mundo. Por otro lado, era una experiencia muy enriquecedora y toda la gente de mi generación, los que fueron a la escuela pública conmigo, los amigos de la primera infancia, siguieron siendo amigos toda la vida. Los amigos eran una especie de extensión de la familia, que en sí misma era muy grande. Tenía montones de primos, tanto por los Avello, que eran nueve o diez hermanos de mi padre, como por los Flórez, siete u ocho hermanos, de modo que yo tenía 30 o 40 primos de mi edad más o menos. Yo, que era el pequeño, tenía además a mis dos hermanos mayores y una hermana. El clan familiar te daba una sensación de protección, de seguridad y, al mismo tiempo, de aventura; y la aventura eran los otros, era que había que jugar a las bolas y ganar y aprender los valores fundamentales. De mi infancia puedo decir que fue muy feliz, pero más que feliz yo diría que la infancia es ese período de intensidad emocional en el que los amigos, sean por los aprecios o los menosprecios, tienen un grandísimo valor».

No transmitir el trauma

«La Guerra Civil había dejado huella en la familia. La parte de mi padre quedó muy machacada. Mi padre, como mi abuelo, era secretario del Juzgado de Cangas, y sus hermanos César y Noé también eran oficiales del Juzgado, el primero en Oviedo y el segundo en la misma Cangas. En la guerra, a otro tío mío, Manolín, lo fusilaron en los primeros meses sólo por ser funcionario. Otros dos hermanos de mi padre, Abel y Moisés, fueron a la guerra. Abel se mató en el frente, en una moto, y Moisés estuvo exiliado en Francia toda la vida. Por los Flórez, mis tíos Joaquín y Pepe «El Habanero» estuvieron en la cárcel y salieron después de la guerra. Era gente más o menos liberal. Sin embargo, la guerra no era algo de lo que se hablase en casa, es decir, que mi padre nunca la mencionó. Creo que eso fue muy general en toda España y en Asturias: no transmitir ese trauma fortísimo que fue la Guerra Civil a las otras generaciones, pero luego te vas enterando de ello a medida que pasan los años. El silencio sobre la guerra se nota sobre todo en los pueblos, porque queda muy marcada la gente: quiénes estuvieron, quiénes denunciaron, quiénes hicieron qué».

Gasóleo y malas carreteras

«En Cangas no había instituto de enseñanza, pero sí una academia que llevaba un maestro, don Alberto Andreoloti, junto con sus hijas María Isabel y Finita, que estaban recién tituladas como maestras. Los pocos chavales que continuábamos con los estudios éramos los de esta academia o los que se habían ido al Colegio de los Dominicos o a los Jesuitas de Gijón. Estudié así los dos primeros años de Bachillerato e íbamos a examinarnos al Instituto de Oviedo, en aquellos Alsas que empleaban en el viaje cuatro horas y media o cinco. El viaje era terrible y te mareabas por aquellas carreteras, con el olor a gasóleo además. Recuerdo la primera vez que fui a Oviedo, que debió de ser a una boda o algo así, y luego me llevaron a Gijón, a ver el mar. Debía de tener yo unos 7 años y lo que me impactó de Oviedo al llegar fue el olor, un olor que yo no sabía cómo identificar, como de hollín. Tal vez todavía existía el alumbrado de gas, que dejaba un olor que la gente de la ciudad no distinguía y que, sin embargo, al llegar de un pueblo de fuera, del aire limpio, era muy impactante. Me impresionó tanto aquello que después tuve identificado a Oviedo por ese olor. Cuando acabé segundo curso de Bachillerato en Cangas fui a examinarme en septiembre de una asignatura que me quedaba y en ese momento nos dieron la noticia de que se había muerto el pobre de don Alberto, el profesor de la academia. Entonces me buscaron colegio y fui al Corazón de María en Gijón, porque una prima mía mayor vivía allí cerca del Colegio de los Claretianos. A esta prima, Zita Avello, la quise muchísimo y es una especie de matriarca de los Avello, la mayor que queda de aquella generación».

Discusiones sobre religión

«En el Corazón de María pasé la adolescencia, hasta sexto de Bachillerato, durante cuatro cursos. También es una época que toda la vida he recordado y hasta hace poco podía reproducir los nombres de mis compañeros de clase y cómo estábamos sentados en el aula. Es un sentimiento emocionalmente muy gratificante y muy fuerte, pese a que no volví a coincidir después con ellos, excepto con Mariano Antolín Rato o algún otro compañero que estudió Químicas en Oviedo. Fueron años muy intensos de adolescencia, con la crisis religiosa que se iba mezclando con las vacaciones en Cangas, donde tenía discusiones sobre religión con los amigos y, sobre todo, con mi primo Cote Álvarez Flórez, dos años mayor que yo. A mi primo siempre lo he admirado, pero en esos años lo hice con una intensidad especial porque a sus 13 o 14 años ya era un artista completo: era un dibujante magnífico, hacía tallas de madera o dibujaba cómics con una gran facilidad. Y además era un extraordinario poeta. De hecho, yo siempre supe de memoria más poemas suyos que míos. José Manuel Álvarez Flórez vive en Barcelona y ha publicado libros que son una combinación entre novela y relato fantástico, en una prosa con mucha fuerza. Y también publicó relatos sobre lo que denominó los “astures celestes”, muy interesantes. Leíamos los Evangelios y discutía sobre religión con Cote, con Umberto o con otros amigos. El poso que quedaba de aquellas discusiones era el interés por entender, algo que se produjo un poco antes de que llegara yo a la Universidad. En el Corazón de María de Gijón había tenido mucha presión religiosa, en el sentido de presencia única de la religión, sobre todo durante los dos primeros años, en los que yo fui muy místico, de comunión diaria. Recuerdo haber hecho cálculos en un diario que llevaba en aquella época de colegio y muchísimos días los internos escuchábamos dos misas, más el rosario. Comíamos y cenábamos en silencio y se leían libros sagrados o alguna novela en el refectorio. O sea, que teníamos una especie de disciplina monacal. Ya digo que era interno, y en una época en la que había que llevar el colchón de casa, con las sábanas, y los cubiertos. La situación era penosa, aunque luego el colegio fue mejorando y ya ponía los colchones. Fueron tiempos de mucha disciplina, de cantar el “Prietas la filas”, de acudir al izado de la bandera y de la imagen de un cura con el brazo levantado, que a mí se me hizo chocante. Y la religiosidad estaba muy cosificada, muy ritualizada, de forma que en seguida, con un poco de espíritu que tuvieras, te ibas a rebelar contra aquello. Eran años inquietos y ya digo que discutíamos sobre religión en Cangas, con Cote o con Paco “Chichapan”, Francisco Prieto, amigo de toda la vida. Chichapan era el apodo de la familia por ser panaderos desde su bisabuelo. También discutíamos de política y de poesía. Paco era un gran lector de Neruda y yo pasaba mucho tiempo escribiendo poemas, muchos ripios, y casi me salía el pensamiento en sonetos. Más tarde, en el primer o segundo año en la Universidad de Oviedo gané un premio de poesía».

Derecho y Filosofía

«Había estudiado el Bachillerato de Letras, pero cuando llegué al Preuniversitario en el Corazón de María no había profesor de Griego, asignatura que hasta entonces nos había dado el profesor de Latín, más o menos a trancas y a barrancas. Y como sólo éramos tres de Letras suprimieron el PREU de Letras y ese curso me fui a estudiar a los Dominicos de Oviedo, donde estaba el padre Basilio, que era de Cangas y me facilitó poder entrar allí. Por las Letras me había inclinado desde cuarto de Bachillerato, pero decidí hacer Derecho, sobre todo, por entender un poco el mundo de la política y el mundo de la sociedad. De todas formas, asistí por libre durante dos cursos a las asignaturas de Filosofía de Gustavo Bueno. Mariano Antolín Rato estudiaba Filosofía y como éramos muy amigos yo hice los cursos con Bueno, con quien entablamos una cierta relación y entramos en un mundo de pensamiento distinto. En la Universidad también tuve desde muy pronto mucha actividad.

Poesía pura contra social

«En aquellos comienzos de los años sesenta había también inquietud política, que era verdaderamente una inquietud crítica a causa de un sentimiento de falta de libertad. A mí lo que verdaderamente me interesaba era la literatura, el teatro, la poesía, pero lo político estaba presente en todo el ambiente cultural, de manera que la poesía o era poesía social o parecía que no era nada. Le teníamos manía a Juan Ramón Jiménez, pero a la vez había otros que estaban más en ese lado de la defensa de la poesía por sí misma, de la poesía pura. Yo no sabía quién era Borges y hay una conversación con Andrés de la Fuente que no se me olvida. Discutíamos en una ocasión en el patio de la Universidad acerca de poesía y de poesía social y me dijo: “El verdadero poeta es Borges”, cosa que yo apunté muy bien para enterarme. Andrés de la Fuente se hizo abogado y se casó con la escritora Carmen Gómez Ojea, y era un buen poeta entonces; escribía y no sé si siguió haciéndolo porque yo le perdí la pista. Era un buen poeta y desde luego no estaba para nada con los de la poesía social, mientras que en eso yo era bastante militante. Pero, aunque esto de la política era bastante ingenuo, me dediqué mucho a ello en medio de todas las actividades que realizaba».

Bienvenida en el teatro

«Empecé haciendo teatro y recitales de poesía y conocí a gente entonces muy interesante para mí. Fue el descubrimiento de todo un mundo. En aquellos años la Universidad de Oviedo tenía aquel espacio que compartíamos Derecho y Filosofía, en el edificio de la calle de San Francisco. Un espacio impagable en que te encontrabas también con gente de otros cursos. Allí conocimos a Juan Cueto, con quien entramos en contacto y creamos la FUDE en Oviedo, la Federación Universitaria Democrática Española, que era una especie de sindicato de estudiantes. En una ocasión vino a vernos a Oviedo Nacho Quintana, que era íntimo amigo de Juan y estudiaba en Madrid, donde ya estaba militando en la FUDE y en el “Felipe” (Frente de Liberación Popular). Juan Cueto me lo presentó y fue el contacto para fundar la FUDE en Oviedo. Después del “Felipe”, Nacho Quintana estuvo en el Partido Comunista y en el movimiento de barrios de Madrid. Pero en la Universidad había mucho más. Estaba Carlos Álvarez Novoa, el actor, que era director del TEU (Teatro Español Universitario); o Luis Fernando Amor, el pintor, que ahora vive en Santo Domingo. A Mariano y a mí en seguida nos dan la bienvenida al TEU. Allí estaba Chus Quirós, o Celso García. Lo recuerdo porque en el primer año de Universidad fui al Colegio Mayor San Gregorio, del que era director Zulayca, con el que tenía una relación porque él estaba casado en Cangas. En el colegio traté de hacer una revista que se iba a llamar “Novilunio”, Luna nueva. Luego la cosa no fue adelante, pero me acuerdo de que entré en contacto con Celso García, que era de Navelgas y un magnífico escritor de cuentos. Al escribir él solía decir: “Es que se me sube la fiebre”. También andábamos con Juan Cueto, su esposa, Rosa Corugedo, y el hermano de ésta, Fernando Corugedo. Desde el punto de vista literario, yo creo que Fernando era el más preparado. Igualmente, con los años siempre me he dado cuenta, aunque ya entonces lo percibía, que de aquella época el que tenía más fundamento, el que más había leído era Juan Cueto, y también Vidal Peña, que era un pelín mayor. Quedé admirado cuando Juan y Rosa volvieron de Argelia y estuve viendo en su casa la biblioteca, que tenía precisamente aquello que yo trataba de buscar para leerlo. Era lo más al día que se podía estar en semiótica, en análisis del cine, etcétera».

Recitales llenos

«Oviedo en sí misma era una ciudad muy atractiva, con actividad cultural intensa y, sobre todo, porque estaba abierta a iniciativas que cualquiera pudiera emprender. Por ejemplo, algo que me pregunto es cómo pude llegar a ser vicesecretario del Ateneo de Oviedo. Y fue porque tenía iniciativas y quería hacer teatro. En el Ateneo organizamos un aula de teatro, un aula de cine, que la llevaba Juan Cueto, y un aula de poesía, que la llevaba yo para hacer recitales, y teníamos unos llenos impresionantes, por ejemplo, en un recital sobre Lorca y Miguel Hernández. En el Ateneo hubo unas personas a las que yo no volví a ver, pero que me parecen dignas de encomio: el secretario era Ricardo Balbín, que creo que era funcionario del Ayuntamiento de Oviedo, y el presidente era el doctor Estrada. También era vocal de la junta directiva y venía a las reuniones don Pedro Masaveu, siempre vestido de una manera impecable. Yo tenía 20 años y asistía a esas reuniones; te aceptaban las propuestas y así me nombraron vicesecretario. Hacíamos teatro y recorríamos Asturias. Estaba Linos Fidalgo, locutora de Radio Asturias y entonces novia de Carlos Álvarez Novoa; y con Carlos Rodríguez, también locutor, y Mari Carmen Manzanal. Y actuaba Pedro Civera, el actor que ahora tiene una compañía de teatro».

Artes de enredo

«La mucha actividad daba lugar a que tenías muchos contactos y de ellos siempre salían cosas muy gratificantes. Recuerdo algunas noches en las que estábamos en el Tívoli un rato, jugando a los dados, y luego subíamos hasta La Nueva España, para pasar un rato de tertulia en la redacción. Allí estaba Juan Ramón Pérez Las Clotas, que respaldaba a todos los que tuvieran alguna iniciativa cultural. Y también estaba Chano García, uno de los periodistas de la generación joven de la época. Y, además de todo aquello, estaba la actividad política en la FUDE. Pero llevé una enorme decepción porque terminé entrando en el Partido Comunista. No había leído a Marx, ni tenía idea de la teoría de plusvalía, ni nada semejante, y la entrada en el PC era sólo por un sentimiento de libertad, porque uno sentía un poco el régimen como humillante: todo estaba prohibido. Mariano Antolín Rato vino a estudiar a Madrid en tercer curso y yo me quedé estudiando en Oviedo. En una ocasión me llamó: “Ven a Madrid que queremos decirte algo”. Me vine y me presentó a Santiago González Noriega, una de las personas más brillantes que he conocido, muy culto, un filósofo. Noriega me enredó literalmente para entrar en el PC, y digo que me enredó porque lo hizo utilizando artes como la de preguntarme: “¿Tú lo que quieres es ser notario?”. Así, mi entrada en el PC fue una cosa más personal que ideológica. Yo no era marxista en absoluto; es más, a las pocas semanas, Santiago González Noriega se salió del PC escindiéndose con una facción todavía más de extrema izquierda».

Desconexión humillante

Pepe Avello, en su domicilio de Madrid, durante la entrevista con La Nueva España

«Después del viaje a Madrid volví a Oviedo y le conté a Juan Cueto o a Roberto Merino que había entrado en el PCE. En Madrid me había dicho que un enlace se pondría en contacto conmigo y ese enlace resultó ser Feito. Seguimos en la FUDE, pero éramos también del PCE. Y sucedió una cosa muy decepcionante: hubo una de las huelgas de mineros e hicimos una recolecta de dinero en la Universidad, pero el partido nos desconectó completamente a los estudiantes de todo lo que estaba pasando. Nos dijeron que entregásemos el dinero a alguien de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) o de la JOC (Juventud Obrera Católica), porque parece que el PCE había entrado en esas organizaciones. A mí me pareció bastante humillante porque desconectarnos significaba que nosotros con la rama obrera y con el tronco principal del partido no teníamos ningún tipo de relación. Un buen día de 1964, hacia marzo, se presentan de repente mi padre y mi hermano Jorge en Oviedo, sin avisar (mi padre nunca se movía de Cangas), y me dicen que algún conocido del Gobierno Civil les había dado un aviso: que me iban a detener. Al saberlo, mi padre se había comprometido con quien le había contado aquello a que yo dejaba Oviedo. «Vas a Salamanca o Madrid», me dijo. No sé muy bien por qué podían detenerme y mi padre ni sabía si yo militaba o no militaba, aunque sospechaba. Pero ésa fue la razón de venirme a Madrid a continuar la carrera de Derecho».

En el sorteo de África

«Mientras tanto, todos los veranos salía al extranjero. En sexto de Bachillerato ya había ido a un campo de trabajo en Inglaterra y después pasé varios veranos en París y en Suecia. Hacía autoestop por toda Europa, de manera que me movía bastante, veía a gente, y en París, sobre todo, a gente de izquierdas o del PCE. En Madrid ya estaba mi amigo Mariano Antolín Rato, que había venido el año anterior, y nos fuimos a vivir a una pensión. Para mí fue un cambio importante con el estilo de vida de la gran ciudad. La Universidad la frecuentaba más bien poco, nada más que para exámenes. Fueron años de conocer a gente, de entrar en otro tipo de valores y, sobre todo, de abandono completo de la política. Hubo un momento en el que me pareció que la acción política no solucionaba los problemas vitales de la gente y entonces yo ya no era un adolescente, sino que tenía 21 años. Salí del partido. Por supuesto, la dictadura no se podía tragar, pero dejé la militancia. Traté más con Santiago Noriega y con Mariano Antolín, y con viejos amigos de Cangas que vivían en Madrid. Fueron dos años de transición hasta que me pasó una cosa: que entró África en mi vida de una manera, en principio, colateral. Había renunciado a las milicias universitarias porque me habían informado mal: que no me admitirían debido a las fichas policiales. Luego resultó que personas muchísimo más comprometidas que yo hizo las milicias e incluso salieron de oficiales. Entré en el sorteo puro de la mili y me tocó el Sahara, en el desierto del Aaiún, durante año y medio. Regresé en 1968 a Madrid y un amigo, Francisco Cortina, nos consiguió a Mariano y a mí un trabajo en Salvat, de tres o cuatro horas por las tardes. Sacaba un dinero y la verdad es que la cosa del dinero siempre la tuve bastante resuelta. Cortina me volvería a ayudar tiempo después. Quico Cortina siempre fue una solución».

La peor política

«Ese año, por una pura casualidad, una conocida de una amiga me puso en contacto con una empresa francesa de obras públicas que iba a construir el puerto de Guinea Ecuatorial. El país había obtenido la independencia de España y al gerente de esa empresa, un español, lo habían expulsado. Vi aquello como una nueva aventura en África y me presenté a una entrevista con el director francés. Buscaban a un español que supiera bien francés, y el Derecho también ayudaba al perfil. Yo no había llevado nunca una gerencia, pero aquel francés debió de confiar más bien en el aplomo personal. Un mes después, en noviembre, estaba en Guinea. Al llegar, reclamé que mi novia, Milagros Gonzalvo, que acababa de terminar Económicas, se viniera conmigo; pero las leyes de la colonia prohibían la entrada de mujeres solteras, así que nos tuvimos que casar por poderes y ella llegó a Guinea en enero. Nos tocó todo el problema de Macías, la ruptura con Madrid y la huida de los españoles. No podía haber sido peor la política del Gobierno franquista con Guinea. Estaba en la inopia. Al ser independiente, Guinea tenía que pasar a depender de Asuntos Exteriores, pero Carrero Blanco, que tenía intereses personales, la mantuvo también en Presidencia, en plazas y provincias africanas… o sea, que dependía de Carrero y de Castiella. Primero organizan partidos políticos, que en España estaban prohibidos; después una Constitución, que aquí no había. Todo de cara a la ONU, pero encima les sale mal porque organizan unas elecciones y las gana el candidato que les es contrario, Macías, que era un hombre medio loco. Nada más había que escucharle en los discursos que daba en la plaza: repetía y repetía las frases; hablaba contra los madereros, luego de los madereros españoles y a continuación de los madereros españoles y blancos. Era una tensión brutal».

Pánico en Bata

«Y hubo el incidente estúpido de la bandera que Macías quiso retirar del consulado, de las dos de España que había. El cónsul, un poco zoquete, dijo que era una cuestión de honor de la patria y Macías mandó unos soldados y la quitaron, así que la Guardia Civil salió del cuartel y tomó la ciudad de Bata dejando a la Guardia Nacional guineana encerrada en su propio cuartel. A las dos horas llaman de Madrid y preguntan qué es aquello, porque se suponía que la Guardia Civil estaba allí para enseñar a los guardias locales y proteger la población. Entonces la Guardia Civil se retira, pero se produce una oleada de pánico en la ciudad y los blancos, los españoles, huyen a refugiarse en el cuartel de la Guardia Civil, por miedo a las represalias. Estaba todavía fresco lo del Congo belga y los mau mau, con los cadáveres de occidentales bajando por el río Congo. Pero en Guinea no sucedió eso, aunque la gente pasó muchísimo miedo. De 3.000 blancos permanecimos sólo 37 en Bata, y Milagros fue la única mujer blanca que se quedó. Así estuvimos dos o tres meses y la flota española vino a recoger a los huidos, que permanecieron cercados en la playa de Bata. Los sacaron con barcazas. Mientras, a los que habíamos quedado, Macías nos garantizaba que no nos pasaría nada. Pero fue una ruina y el país se quedó sin comercio. De repente, uno ve que una colonia es un lugar en el que no hay cerillas, donde no hay jabón, donde se acaban las aspirinas?, es dependiente en todo. De hecho, por no producir, no producían ni café; de los secaderos pasaba el café en bruto al exterior y en los bares se tomaba Nescafé. En esos dos años, uno de los trabajos que tuve que hacer como director de una sucursal de obras públicas fue buscar canteras en la selva para los rellenos del puerto. Las localizábamos y venía un ingeniero de París para hacer los sondeos. La selva es un lugar verdaderamente inhóspito, más aún que el desierto. Un lugar espeluznante, una selva tropical densísima donde apenas se puede respirar, donde casi no hay luz porque es muy sombría, y donde es todo igual. Das un paso mal y te pierdes. Llevábamos un guía y un machetero. «Si le pasa algo al guía, aquí nos quedamos», pensaba yo. Era la idea de naturaleza, que es por otro lado un concepto inventado en el siglo XVIII, que se hizo casi sinónimo de lo sagrado, del ello; es terrorífica».

Ejecutivo o escritor

«Volvimos a España a comienzos de 1971. En Guinea habíamos tenido a nuestro hijo Jasón. Aquella etapa fue para mí una experiencia personal muy importante y además tuve bastantes ingresos y tenía mucha capacidad de ahorro. Nada más llegar a España nos fuimos a vivir unos meses a Torremolinos, para la aclimatación del calor del que veníamos, y luego estuvimos por Cangas otro tiempo. Eran unos años completamente diferentes de éstos de la tragedia del paro. Nos dijimos: «En enero nos ponemos a trabajar» y así fue. Mandabas currículum o ponías un anuncio en la prensa y lo encontrabas. Estuve los años siguientes trabajando en una empresa de producción industrial, de adjunto al director general. Ganaba también mucho dinero, pero tuve que empezar a replantearme qué quería hacer. Siempre me había visto a mí mismo como escritor y estaba malgastando el dinero como ejecutivo y llevando un tipo de vida que no conducía a ningún sitio. Para colmo, después de madrugar durante la semana, llegaba el sábado y me dolía la cabeza, o sea, el justo castigo a mi perversidad».

Una novela con ambición

Portada de la novela «La subversión de Beti García», de José Avello Flórez, finalista Premio Nadal 1983

«Hacia 1975 decidí que me iba a dedicar a la literatura. Me despedí de la empresa y me senté a escribir. Y no escribía. Aunque la constancia es fundamental, no sirve de tanto la voluntad. A través de Quico Cortina empecé a hacer trabajos para Alianza, de corrector de estilo, y también para Ramón Akal. Aquello no estaba mal, pero hice otros muchos trabajos. También veía a mucha gente y me hice con amigos que conservo, gente del cine, sobre todo: Marisa Paredes, Carlos Rodríguez Sanz, Álvaro del Amo, Augusto Martínez Torres. Salía todas las noches e íbamos al Dickens, al Libertad, a la Fábrica de Pan, locales de la época donde se reunían escritores o gente de la cultura y del cine. La novela “La subversión de Beti García” empiezo a pergeñarla en esos años. Fue finalista del “Nadal” en 1983 y se publicó en 1984. Era una enorme ambición la que tenía; lo que yo pensaba es que, o haces la mejor obra o no vale la pena. Beti García llegó a tener más de 1.000 páginas. Por esos años le dejé una de esas versiones a Ignacio Gracia Noriega porque me comentó un día, o lo escribió en algún sitio, que yo había imaginado una ciudad subterránea debajo de Oviedo, que conectaba Gijón, Avilés y Oviedo, y a la que se accedía a través de los estancos, que como su propio nombre indica tenían puertas estancas. Había una doble realidad que era la que estaba sustentando todo lo que ocurría encima. Bueno, era una cosa bastante paranoica, con un detective y todo eso, y lo quité de hecho de la novela definitiva. Estuve ocho o nueve años con esa novela hasta que renuncié a hacer una obra maestra y me dije: “Esto es lo que puedo hacer y esto es lo que voy a publicar”».

Pop cross y Universidad

«Mientras tanto, hice muchas otras cosas. Por ejemplo, tuve un negocio de vacas, como socio de José Luis Somoano, que era de Cangas de Onís, pero había sido alcalde de Cangas del Narcea cuando estuvo allí de director de la Caja Rural. Me propuso invertir un dinero en comprar 60 vacas en primavera, cuando bajaban de la sierra de la ribera a Somao, al lado de Cangas de Onís, y alquilar una vega cerca de Leitariegos, una sierra de verano, para engordarlas y venderlas en otoño. Funcionó bien el primer año, pero el segundo, menos, porque nevó muy pronto, en septiembre. Tuve otro negocio curioso, que fue la concesión con dos amigos de Cangas del servicio de bares para las carreras de pop cross de Citroën. Íbamos por toda España y había que montar grandes toldos con las neveras de refrescos y bocadillos. Estuvimos en Oviedo, Granada, Barcelona, Valencia, por todo el país. Lo que me ocurrió después fue una casualidad completa. Ramón Akal me dio un libro, “La mediación social”, el primero de Manuel Martín Serrano, a quien yo conocía por haber sido compañero de colegio de mi primo José Manuel Álvarez Flórez. Hice la corrección del libro y con tal motivo me encontré con Martín Serrano. Ese año él había sacado la oposición de agregado en la Facultad de Ciencias de la Información. “¿Quieres venir de profesor?”, me preguntó. “Encantado”. Tuve que hacer el examen de grado y empezar a pensar en la tesis doctoral. Estuve 10 años en Ciencias de la Información, de 1977 a 1986, como profesor de Teoría de la Comunicación. Al comenzar en la Universidad hice un curso de semiótica en Italia y empecé a leer ciertas materias de una manera más sistemática. Hice la tesis sobre “Comunicación y sociabilidad en Rousseau”. Como yo era licenciado en Derecho tuve que buscar una tesis que tuviese que ver con la sociología de la comunicación y, al mismo tiempo, leerla en la Facultad de Derecho. Lo hice en 1985 y a continuación saqué la plaza en Bellas Artes y elaboré el programa de Sociología de la Cultura».

Revista y novela

Portada de la novela «Jugadores de billar», de José Avello, Premio «Villa de Madrid» de Narrativa 2002 y Premio de la Crítica de Asturias

«Por el medio fundamos una revista de literatura, “Estaciones”, que financiaba un amigo mío, Carlos Benítez. La hacíamos con dos escritores argentinos, Héctor Tizón y Santiago Sylvester, maravillosos escritores a los que yo había conocido en 1973, cuando Milagros y yo hicimos un viaje a Argentina. Conocimos a muchos escritores y me echó una mano Marcos Ricardo Barnatán, amigo ya en Madrid, que me proporcionó direcciones. Estuvimos viajando de ciudad en ciudad, de escritor en escritor, de poeta en poeta. Muchos de esos escritores se tuvieron que venir a España cuando comienza la dictadura en Argentina, y con ellos ya en Madrid es cuando nace “Estaciones”. La Universidad significó para mí un paréntesis de seis o siete años sin escribir literatura, dedicado a la tesis o a los artículos y publicaciones académicas. Pero después escribí “Jugadores de billar” que es por así decirlo un cierre de lo que había comenzado con Beti García, que comienza a finales del siglo XIX con un emigrante que retorna de Argentina y termina con la Revolución de Asturias y la Guerra Civil. El presente de “Jugadores de billar” transcurre en los años 90 en Oviedo, con unos personajes que también sufren las consecuencias de esa Guerra Civil. Me gustan las novelas de personajes, pero yo creo que en ésta el protagonista central es la ciudad de Oviedo, el estilo de vida de la ciudad, las distintas clases sociales, que están todas entremezcladas y van apareciendo con sus personajes. Además del premio “Villa de Madrid” de 2002, la novela gano el Premio de la Crítica de Asturias, que agradecí especialmente».

Contradicciones culturales

«Respecto a la labor de investigación académica, en Bellas Artes vi que los estudiantes tenían que proyectar una mirada sobre los valores, los argumentos, que hay detrás de la cultura. Por eso orienté la materia hacia el análisis cultural: ¿por qué hay épocas culturales? ¿Qué es una actitud ilustrada frente a la cultura popular, frente a la superstición? ¿Qué es una creencia? Realizamos una investigación en la que sirvió de base mi experiencia de Guinea, sobre el lenguaje político. La lengua política en Guinea es el español, ya que con las lenguas autóctonas no se entienden entre ellos. Ahora bien, el problema es cómo funcionan las categorías políticas (Estado, democracia, libertad, etcétera) de una lengua moderna y desarrollada, como el español, al ser traducidas desde unos esquemas lingüísticos de pensamiento autóctono que carecen por completo de esos términos. Por ejemplo no tienen la palabra libertad, sólo “hombre libre”. Tomamos los discursos políticos generados en el país desde antes de la independencia y descubrimos que a los pobres guineanos se les había caído el Estado encima, un Estado que para ellos eran coches, edificios, pero no instituciones en el sentido de cómo funciona un Estado moderno y un sistema de leyes. Y el problema cultural en África en general es que el valor superior de un africano es la solidaridad tribal, la solidaridad clánica: eres algo en tanto que perteneces a un clan, a una familia o a una tribu. Si tú eres ministro, ¿cómo no nombrar a un hermanito funcionario del Ministerio? ¿Qué significa la palabra corrupción? De este tipo de contradicciones procede una enorme cantidad de conflictos en África».

Crueldad y bondad

«En septiembre de 2010 me acogí a la posibilidad de la jubilación a los 65 en la Complutense y a continuar como profesor emérito hasta los 70. Tras entrar de profesor en la Universidad casi por casualidad, descubrí que la docencia me resultaba una actividad apasionante, pues básicamente consiste en investigar sobre la realidad social y cultural, leer y reunir información de forma sistemática y transmitirla luego a los estudiantes bajo un orden que facilite su entendimiento, es decir, consistía en leer y narrar, cosas que he hecho durante toda mi vida de forma espontánea. Así, en los años ochenta y noventa participé en la fundación, como profesor, del Centro Superior de Diseño de Moda de Madrid, cuya área teórica diseñé junto a los arquitectos y profesores Javier Seguí y Juanjo Torrenova. También, más tarde, fui profesor en la Universidad de Nueva York en Madrid, donde sustituí a José Hierro cuando se jubiló, impartiendo cursos sobre cultura española y literatura. Mi vida universitaria ha sido bastante apacible y muy gratificante. Durante los últimos 20 años participo activamente en una tertulia de buenos amigos en la que nos reunimos para leer a los clásicos y comentarlos: Homero, Cervantes, Montaigne, Dante, Heródoto, un autor cada año; ahora estamos leyendo a Plutarco, y resulta fascinante comprobar cómo a los antiguos les preocupaban básicamente los mismos problemas que a nosotros y con qué prudencia y sabiduría los abordaron. Pero también tenían vicios y pasiones: como ahora, la crueldad y la bondad siguen en combate en la vida de los hombres y de las sociedades casi de la misma forma. A menudo suelo recordar lo que tantas veces le oí decir a Rompelosas, de las Escolinas, en mi juventud canguesa. Cuando alguien le reprochaba lo que bebía, Rompelosas solía contestar: “Todos los pajarinos comen trigo y sólo pagan los gorriones”. Describe bastante bien lo que nos pasa. Pero nunca llovió que no escampara».


Por Javier Morán


La Biblioteca Femenina Circulante de Cangas de Tineo, 1925 – 1931

Jóvenes canguesas delante de la puerta de la iglesia de Ambasaguas, hacia 1930; algunas de ellas eran asiduas lectoras de la Biblioteca Femenina Circulante.

La biblioteca pública fue una conquista social del siglo XX, que facilitó el acceso a los libros y, en definitiva, favoreció la difusión del conocimiento. Esta situación que hoy es completamente normal, fue hasta ese siglo algo muy difícil de alcanzar para la mayor parte de la población, porque solo había bibliotecas en monasterios, conventos, seminarios y en algunas casas rectorales, así como en los palacios de los nobles o en viviendas de profesionales liberales.

En Cangas del Narcea la aspiración de tener una biblioteca ya existía desde el siglo XIX. En 1873, durante la Primera República Española, el Ayuntamiento aprobó la formación de una “biblioteca popular” asociada a la escuela de la villa y más adelante el mismo asunto volverá a aparecer en las actas municipales, pero estas buenas intenciones nunca pasaron de ser un proyecto. La primera biblioteca pública del concejo la establece en 1952 el Centro Coordinador de Bibliotecas de Asturias, en un local de la casa consistorial que en esa fecha acababa de instalarse en el palacio de los condes de Toreno: es la Biblioteca Padre Luis Alfonso de Carballo. El Centro Coordinador dependía de la Diputación Provincial, se había fundado en 1939 y desde 1944 estaba dirigido por Lorenzo Rodríguez-Castellano, natural del pueblo de Besullo. Gracias a él se fundaron en Asturias gran número de bibliotecas.

Antes de que la Administración Pública tomara la iniciativa en esta materia, hubo en Asturias otras bibliotecas que se crearon entre 1904 y 1936 por iniciativa de ateneos, sociedades culturales y sindicatos. Estas bibliotecas tenían el objetivo de fomentar la lectura y aumentar el nivel cultural de las clases populares. Una de las primeras y mejor dotadas fue la del Ateneo Obrero de Gijón, fundada en 1904. Asimismo, la creación de las Misiones Pedagógicas en 1931 favoreció la creación de pequeñas bibliotecas que se beneficiaban de los lotes de libros que donaba este organismo creado por el Gobierno de la II República. Junto a estas bibliotecas también existieron en ese mismo tiempo otras creadas por personas independientes. El mejor ejemplo de estas fue la Biblioteca Popular Circulante de Castropol, fundada en 1922 por un grupo de jóvenes de este concejo.

A ese ambiente cultural de los años veinte y treinta del siglo XX corresponde la creación en nuestro concejo de la “Biblioteca Femenina Circulante de Cangas de Tineo”, que se fundó en 1925, y del “Centro de Recreo y Cultura”, de Besullo, que se creó en 1935 y que tenía entre sus fines la constitución de una biblioteca circulante.

No sabemos mucho de la Biblioteca Femenina canguesa, ni de esta clase de bibliotecas en Asturias. Su existencia es casi seguro que se debe a una recomendación de la Iglesia Católica para dirigir la lectura de las mujeres, que eran las principales usuarias de las bibliotecas. Con estas bibliotecas se trataba de evitar lecturas “heterodoxas”. Su promotora en la villa de Cangas del Narcea fue María del Collado de Llano, hija del magistrado Grato del Collado Alea y de Luscinda de Llano Valdés, que pertenecía a la familia de los Llano que en el primer tercio del siglo XX controló el poder político local. María permaneció toda su vida soltera. Era una mujer religiosa y conservadora. Entre 1924 y 1927, durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera, fue concejala del Ayuntamiento de Cangas del Narcea. No fue la única mujer en esa corporación presidida por Porfirio Ordás, pues cuatro más tuvieron este cargo, siendo las primeras concejalas de la historia del concejo.

La Biblioteca Femenina estaba en la misma casa de María del Collado, que vivía en el palacio de los Llano, en la calle de La Fuente. Era una biblioteca únicamente circulante, es decir, no tenía sala de lectura y los libros solo eran para llevar a casa. Su reglamento era muy sencillo. Podían beneficiarse de ella todas las mujeres residentes en Cangas del Narcea. Los libros se prestaban por un periodo de una semana y por cada préstamo había que abonar cinco céntimos. La biblioteca abría todos los domingos de tres a cuatro de la tarde.

Reglamento de la Biblioteca Femenina Circulante de Cangas de Tineo, 1925.

Los libros de esta biblioteca eran fundamentalmente novelas, sobre todo novelas amorosas o “rosas”, costumbristas e históricas. Muchos pertenecían a las colecciones “La novela rosa” de la Editorial Juventud, “Biblioteca amena” de El Mensajero del Corazón de Jesús y biografías de “Mujeres ilustres”. Abundaban las obras escritas por mujeres y las de autores de moda en aquellos años. Lógicamente el fondo de la biblioteca estaba en relación con las ideas de la promotora, y en él no estaban representados escritores muy leídos en su tiempo, pero mal vistos por la Iglesia; de este modo no había libros de Blasco Ibáñez, Pérez Galdós, Baroja, Zola o Balzac.

Algunos de los títulos más solicitados en la Biblioteca Femenina de Cangas de Tineo eran los siguientes: La casa de la Troya, Currito de la Cruz y La Virgen del Rocío ya entró en Triana, de Alejandro Pérez Lugín; Peñas arriba y Don Gonzalo González de la Gonzalera, de José Mª de Pereda; El sombrero de tres picos y El niño de la bola, de Pedro Antonio de Alarcón; Jeromín, Pequeñeces y La reina mártir, del padre Luis Coloma; La esfinge maragata, Trozos de vida y La niña de Luzmela, de Concha Espina; Los últimos días de Pompeya, de Edgard Bulwer Lytton; La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne; Amor y llanto, El alma enferma, Un nido de palomas y Narraciones del hogar, de Mª del Pilar Sinués; La casa de los solteros, de Alberto Insúa; Doña Blanca de Navarra, de Francisco Navarro Villoslada, Quo vadis, de Henryk Sienkiewicz; El crisol del matrimonio, de Concordia Merrel; El triste amor de Mauricio, de Matilde Muñoz, y otras novelas y biografías de las colecciones ya mencionadas. Desconocemos el número total de libros de esta biblioteca, aunque suponemos que estaría entre cien y ciento cincuenta volúmenes.

Las usuarias de la Biblioteca Femenina Circulante de Cangas de Tineo eran algo más de medio centenar de mujeres, la mayoría adolescentes y jóvenes. Eran hijas de comerciantes, profesionales (médicos, abogados, procuradores), propietarios rentistas, jueces, notarios, confiteros, farmacéuticos, funcionarios, relojeros, etc. La Biblioteca funcionó hasta fines de 1931.

Cangas del Narcea en la tarjeta postal, 3. “Vistas del colegio de PP. Dominicos de Corias” (1930)

Estuche de la colección de postales: Vistas del Colegio de PP. Dominicos de Corias, 1930.

La última colección de tarjetas postales dedicada exclusivamente al concejo de Cangas del Narcea que se editó antes de la Guerra Civil, fue la que hicieron los Padres Dominicos del convento de Corias en 1930. Se títula “Vistas del Colegio de Padres Dominicos de Corias” y está formada por diez postales en las que aparecen las fotografías de varias dependencias e imágenes religiosas de este monasterio, que ocupaban los dominicos desde 1860. Las tarjetas fueron realizadas por la casa Huecograbado Mumbrú, de Barcelona, y se vendían dentro de un estuche. En el número 27 de la revista La Maniega, de agosto-septiembre de 1930, se publica una noticia sobre la edición de estas postales, en la que se dice que “son una maravilla; no se puede pedir mayor perfección”. Por esta noticia sabemos que se vendían “en la portería del convento al precio de una peseta”. La publicación de esta colección demuestra que en aquellas fechas el monasterio ya comenzaba a recibir turistas, que demandaban un recuerdo o “souvenir” de su visita.

Las tarjetas postales son las siguientes:

  1. PP. Dominicos. Corias. Vista del Colegio y río Narcea.
  2. Colegio de PP. Dominicos. Corias. Cangas del Narcea.
  3. PP. Dominicos. Corias. Interior del claustro.
  4. PP. Dominicos. Corias. Biblioteca.
  5. PP. Dominicos. Corias. Costado derecho y retablo de la Sacristía.
  6. PP. Dominicos. Corias. Moisés, serpiente de metal y hebreos mordidos por las serpientes en el desierto. Alto relieve
  7. PP. Dominicos. Corias. Tentación de San Benito abad. Alto relieve
  8. PP. Dominicos. Corias. El Señor bautizado por San Juan. Alto relieve
  9. PP. Dominicos. Corias. Claustro principal del Colegio.
  10. PP. Dominicos. Corias. Imagen del siglo XIII.

De estas imágenes hay dos que ya no podemos ver en la actualidad en Corias: la biblioteca y la talla de la Virgen con el Niño de la segunda mitad del siglo XIII. La primera, formada por los dominicos con libros procedentes de conventos desamortizados, fue trasladada al convento de San Esteban de Salamanca después de la venta del edificio al Gobierno del Principado de Asturias en 2002, y la bella imagen de estilo gótico, que habían traído los dominicos a Corias, se la llevaron en 1957 al convento de la Virgen del Camino, en León, cuando se trasladó allí la Escuela Apostólica.


2ª Semana Cultural de Cangas del Narcea, 1985

Cartel de la 2ª Semana Cultural de Cangas del Narcea, 1985.

Autora: Mar Sabater.

El cartel no tiene pie de imprenta, ni número de Depósito Legal, pero sabemos que fue tirado en la Imprenta Mercantil, de Gijón. Pertenece a la colección del Museo del Pueblo de Asturias.

Expedición Kangchenjunga 8.586 m.

Kanchenjunga es la tercera montaña más alta del mundo, después del monte Everest y del K2

 

Por Rosa Fernández – 26/03/ 2011 

 

Hola amigos, quiero deciros que el día 1 de abril de 2011 me voy al Himalaya, a una montaña grande entre las más grandes, el Kangchenjunga.

También quiero contaros como he tomado esta decisión, para enfrentarme a este gran reto, tras las cosas que me han sucedido.

Si nos remontamos a 2009, aquel era mi año 10, tenía proyectos muy ambiciosos, pero ese mismo año me detectan el cáncer y todo cambió bruscamente: operación, tratamientos, acudir al hospital a diario…

Pero no todo se había acabado, tenia que ser mas fuerte que nunca, adaptarme a mi nueva situación y combinar entrenamientos con tratamientos.

Empecé dedicando más tiempo a hacer ejercicio y con menos intensidad. Una vez terminada la radioterapia les pedí a los médicos un paréntesis para regresar a la montaña, por un mes y medio que estuviera fuera no me iba a morir, y psicológicamente para mi cabeza era muy importante.

Llegué a la montaña con una motivación extra, aunque las condiciones climatológicas ese año fueron nefastas, no solo no conseguimos hacer cumbre ninguna expedición, sino que mi compañera de campo base se quedó en la montaña para siempre.

Lo mas importante para mí ya no era la cumbre, mi reto era el cáncer, en un escenario que solo con estar allí ya era mucho.

Regresé muy reforzada de esta dura expedición, al día siguiente de llegar continué con mis tratamientos y mis iniciativas.

Durante el verano pasado hice el camino de Santiago portando el lema “Pedaleamos por la lucha contra el cáncer”. De ahí surgió la idea de crear un club de chicas de BTT y nació “Una a una”, un club de ciclismo que está funcionando muy bien con un número considerable de socias, y que estoy segura vamos a cumplir todas las expectativas que tenemos para este año.

La canguesa Rosa Fernández Rubio cumplió 51 años el pasado mes de febrero

Con el problema económico actual las posibilidades de volver a una gran montaña se iban diluyendo y haciendo cada vez menos probables.

Por esas cosas del destino, al igual que en otras ocasiones, me encuentro un nuevo patrocinador: Cafés Toscaf, que siempre se ha distinguido por su apoyo al deporte asturiano, de forma especial al ciclismo, y goza en el mundo deportivo de un merecido prestigio como empresa comprometida.

Conocí a José Luis personalmente este año en el Criterium Ciudad de Oviedo, me ofreció su apoyo y yo le tomé por la palabra, aunque tardé un tiempo en llamarle, desde ese mismo día ya me vi con Cafés Toscaf en una montaña. José Luis me dijo que le gustaba el proyecto y que se iba a volcar conmigo, y aquí estamos hoy los dos.

Con los ánimos renovados empecé a pensar en un gran reto, dar un salto hacia adelante, quería apostar alto y no conformarme con una montaña más. He ascendido tres de las cinco más altas del mundo, como cuatro de ellas están en Nepal, mi destino preferido, ahí esta la montaña que buscaba, la tercera más alta del mundo y, en nivel de dificultad, una de las más temidas: el Kanchenjunga. En ella se quedó para siempre una mujer a la que personalmente yo admiraba muchísimo, la polaca Wanda.

Le comenté mi decisión a Nico Terrados, mi médico deportivo, quien ha influido mucho en la forma de afrontar mis dificultades. Es una persona que te estimula a exigirte a ti mismo un poco más cada día.

A finales del año pasado no me encontraba muy bien, tenía las defensas muy bajas y notaba mucho los esfuerzos; los médicos me dijeron que el tratamiento era acumulativo y que serian los peores meses. No se equivocaron. Empecé el año y mi recuperación fue progresando de forma increíble, hasta casi tener los mismos valores de antes de la operación. Físicamente, en los últimos dos meses, me encuentro muy bien, lo mismo en la bici con la que entreno casi a diario, que en la montaña.

Centrándonos en lo que va ser este gran reto, el Kangchenjunga tiene 8.586 m, serán dos meses de expedición, como novedad compartiré la montaña con Oscar Cadiach que será su tercera expedición a esta montaña, y es uno de los más destacados himalayistas españoles. Coincidí con él el año pasado en el Manaslu,  y pensamos en hacer una montaña este año. Poco a poco se fueron dando todas las circunstancias para que este proyecto saliese adelante.

Quiero dedicar esta montaña por un lado a mis patrocinadores: Feve, Helly Hansen, Instituto Asturiano de la Mujer y Cafes Toscaf, sin ellos no estaría hoy aquí, y también a la Asociación de Alpinistas Contra el Cáncer; se la dedico a todas las personas que estén sufriendo las consecuencias de esta enfermedad, con ese fin el lema de este proyecto será “LA MONTAÑA DE LA ESPERANZA”.

Los vinos de Cangas (1972), por Alfonso Rueda

Por su interés y curiosidad ofrecemos a continuación la referencia hecha a los vinos de Cangas en la ponencia presentada por don Alfonso Rueda Rodríguez-Arango sobre «Turismo», en el Consejo Comarcal Sindical de Cangas del Narcea, el jueves 2 de noviembre de 1972.

 

La familia Ríos, de Cangas del Narcea, camino de la vendimia, en El Corral, 4 de octubre de 1959.

LOS VINOS DE CANGAS

Con toda probabilidad en el siglo XI los benedictinos introdujeron el cultivo de la vid en Cangas del Narcea, extendiéndose también a Ibias y Grandas de Salime. Posteriormente también se cultivó en Candamo. Los monjes del monasterio de Corias eran propietarios de grandes extensiones de viñedos que eran trabajadas por familias de «quinteros», o sea colonos que entregaban el «quinto» al convento. Desde el año 1169 al 1195, siendo abad del monasterio de San Juan de Corias, fray Pedro Pelayo, hizo plantaciones de gran importancia. Más tarde también plantaron los señores Omaña, Alba, Pimentel, Adanero, Sierra Pambley y Sierra Jarceley, Miramontes, Colón, Toreno y otros. Dato curioso, que tal vez se remonta al tiempo de los benedictinos, es el hecho de que en la cabecera del río del Coto hay un pueblo que se llama Monasterio del Coto, probablemente feudo benedictino y en la parroquia, Vegalagar (Vega del Lagar), existe un pueblo por nombre La Viña.

En el año 1895, al empezar la filoxera, había plantadas unos 55.000 hombres de cava, equivalente a unas 1.000 hectáreas con unos 5.500.000 de cepas. Hubo que sustituir todas las cepas por plantas americanas, gracias en particular a don Félix Duero, que consiguió se pusiese un vivero en Corias, donde se facilitaban a precios muy bajos, la estaquilla o patrones en grandes cantidades. La mayor parte quedó repoblada en los diez primeros años de este siglo, aunque en la actualidad no rebasan los 2.200.000 plantas. En Madrid los vinos del señor conde de Toreno adquirieron preponderancia.

Etiqueta de vino de Cangas Los Viñales, embotellado por Manuel García Velasco, hacia 1920. Litografía Muñiz, Gijón. Col. Museo del Pueblo de Asturias.

Don José Francisco Uría y don Nicolás Suarez Cantón obtuvieron premios en Madrid y Oviedo los años 1857, 1873 y 1875. Don Anselmo González del Valle obtuvo medallas de oro y plata en las Exposiciones de Burdeos, Angers y Rouen en 1895 y 1896. La producción de nuestras vides llegó por el año 1920 a los tres millones de litros. Don Jenaro Flórez llegó a cosechar después de la guerra civil 71.000 litros. El vino de entonces era embotellado con distintas marcas: don Anselmo González del Valle con la marca «Don Pelayo» enviaba vino embotellado a México. Don Jenaro Flórez mandó vino embotellado y en barricas a Cuba con la marca «Príncipe de Asturias», entre 1926 al 1932. Don Marcial Arango con la marca «Don Piñolo» (fundador del convento de Corias) también enviaba al extranjero. Don Manuel García Velasco, alias Omaña (administrador de la casa de Omaña), con la marca «Los Viñales» enviaba a Oviedo y Gijón. Don Antonio Jiménez era un gran cosechero pero sólo a granel.

Vendimia en Cangas del Narcea, hacia 1987. Foto: José Vallina.

En opinión de don Pablo Pacottet, jefe de investigaciones vitícolas del Instituto Nacional de Francia, en su obra Viticultura (1918), «Los vinos de Cangas, poco alcohólicos por lo general, son vivos de color, frescos y finos, con cualidades semejantes a los de Burdeos. Creo que con algún empeño, los vinos de Cangas podrían constituir por su finura y aromas marcas rivales de las más famosas».

Los dueños de las viñas daban meriendas invitando a parientes y amigos, que festejaban con cánticos y bailes en la misma viña en ocasión de la vendimia, costumbre que todavía perdura. Durante las hechuras, al prensar el vino, se les daba la cena a los obreros, consistente en «batallón»: patatas con carne guisada o bacalao. En las bodegas todos bebían el vino por el mismo «cacho», un recipiente cóncavo de madera, que generalmente era de nogal o de abedul, de origen antiquísimo. El cacho, para que esté en sazón, se mete en la tinaja cuando cuece el vino. También había las llamadas  «zapicas», jarras de madera que se usaban para el vino y la leche. En las casas donde se vendía el vino se colocaba un ramo de hiedra para indicarlo y anunciarlo, costumbre tal vez pagana que puede encontrar un parecido con el tirso que acompañaba las imágenes de Baco. En Tebongo, desde hace algunos años, el domingo que concluye la vendimia se celebra una misa entre las bodegas del Campo de Villar, donde el cáliz, en esta ocasión, es el «cacho» por el cual todos comulgan.

Centro de Recepción de Visitantes «Alejandro Casona»

Este centro sirve como presentación del pueblo de Besullo (Cangas del Narcea). Ofrece al visitante un repaso a las principales tradiciones de esta localidad, así como a la figura del que quizá sea su hijo más ilustre: el escritor Alejandro Casona. El edificio consta de dos plantas:

  • PLANTA BAJA: Una muestra resumida y ordenada sobre el pueblo de Besullo, sus gentes, sus tradiciones, su entorno.
  • PLANTA ALTA: Un recorrido cronológico a lo largo de la vida y la obra del dramaturgo. Sus inicios y andaduras, su familia y su pueblo.

{wmvremote}mms://video.innova.uniovi.es/Encycloasturias/2010/CentroCasona/140710_CentroCasona.wmv{/wmvremote}

 

Disfrutando historias y paisajes de los valles de Cangas del Narcea

Brañas del Narcea; vistas del nacimiento del río Narcea y del hayedo de Monasterio de Hermo. Foto Celso

No es exagerado opinar que nuestro concejo de Cangas del Narcea posee en cada rincón de su orografía, paisajes de gran belleza. A veces uno está tan acostumbrado a vivir en este entorno  que no nos paramos a valorarlo en su verdadera magnitud.

Cada pequeño lugar esconde un riachuelo o un bosque, que va cambiando y mudando sus habitantes en función de la altura donde está situado. También se dejan ver montañas, a veces desnudas, pegadas a frondosos valles que van cambiando de tonalidad con las diferentes estaciones del año; valles poblados por pequeños pueblos, que la mayoría de las veces dibujan un escenario de tejados continuos de pizarras naturales o en otras ocasiones  los cubre un rojo uniforme  de tejas gastadas y centenarias.

Grupo Piélago de ruta, pasando por las brañas de Xunqueras; espectacular valle que parte de Parada la Vieja y sube paralelo al vecino Concejo de Somiedo. Foto Celso

Nombres como Muniellos, Moal, Genestoso, Xunqueras, Cabril, Leitariegos, Cueto, Besullo, Valle de Cibea, Fuentes del Narcea y otras zonas que al visitarlas o perdernos en ellas, volvemos a encontrarnos con el reloj biológico que llevamos dentro. Sólo tenemos que observar que si hacemos  una pausa en nuestro viaje y nos paramos en alguno de estos lugares que he citado para escuchar los sonidos del agua y el viento, inmediatamente nos rodeará  una sensación de agradable bienestar;  cualquiera de estos sonidos nos da tranquilidad e incluso nos invita a dormir una relajante siesta.

Compárese esta situación con los sonidos agresivos, estresantes que producimos de forma artificial y que nos acompañan en la vida diaria: motores, sirenas, sistemas de comunicación de todo tipo…

Por otro lado también se suman a este bienestar y relajación los colores de esta exuberante naturaleza; ¿quién me puede decir que el azul, el blanco, el verde de nuestros prados, los ocres o amarillos de nuestros bosques en otoño, no son un placer para los sentidos?; sólo hay que compararlos una vez más con los colores artificiales exageradamente chillones del centro de una gran ciudad. Con esta comparación nos damos cuenta inmediatamente de la perfección y la maestría con que la naturaleza utiliza sus diseños.

Parte de los integrantes del grupo de montaña Piélago. Foto Celso

Con este artículo pretendo trasladar pequeñas instantáneas de alguna de estas zonas a aquellos que leen “el Tous pa Tous” y que por diversas circunstancias están fuera de Cangas; seguramente les agradará ver fotos y pequeños comentarios de nuestros pueblos y montañas.

Hoy visitaré montañas de Cangas con el grupo de montaña “Piélago”; después pasaré por la estación de esquí de Leitariegos y finalizaré bajando por el río de Cibea donde visitaré a Francisco Rodríguez Cadenas que me contará algo sobre la visita que hizo el  Premio Nobel de Medicina D. Santiago Ramón y Cajal a este valle.

Integrantes del Piélago en otoño por los bosques de la ruta Moal-Veiga del Tallo

Para hacer el artículo me acompaño en cada momento de otros cangueses que disfrutan tanto como yo, de cada pequeño pliegue de nuestro concejo. Pocos conocerán tan bien cada milímetro de la naturaleza de Cangas, como los integrantes  del grupo de montaña  “Piélago”. Este  tiene sobre su historia varios años de andadura y ha sido guiado de forma ejemplar por nombres como Varela, Marcelino, Alicia y actualmente Peláez, Delfín…

Espectacular bajada de algunos integrantes del grupo Piélago. Foto Celso

Se ha conseguido un grupo de montaña en  Cangas del Narcea  que por un módico, casi simbólico precio, permite visitar con una esmerada organización, lugares, paisajes, bosques, pueblos, montañas y lagos de nuestro concejo y otros limítrofes. El trato  y las personas que lo componen son inmejorables. Como en todos los grupos, siempre hay gente que destaca por alguna cualidad especial: los que cuando se corona la cumbre de la montaña sacan los mejores vinos y orujos (hechos en casa por supuesto); a estos también los acompañan las grandes reposteras del grupo que después de comer  reparten bizcochos, rosquillas y cafés con alguna mezcla desconocida. Menos mal que esto suele ocurrir después de coronar la montaña y sólo queda descender a cotas inferiores para ser recogidos por Evencio, Sini u otro conductor de Bus Narcea.

Grupo Piélago coronando el pico Arcos de Agua de 2.063 m (Bierzo-Omaña, León)

No puede faltar mencionar a los fotógrafos oficiales José Manuel (Morrosco), Celso y Víctor, que plasman cada salida con gran maestría en los álbumes fotográficos que se pueden ver en la página web del  “Piélago”.

De vuelta a casa en el autobús, nuestra querida y siempre alegre María Luisa y un corrillo infernal que la acompaña en la zona trasera del autobús,   comentan algún tema de forma jocosa, haciendo el viaje de vuelta más entretenido.

Acompaño fotografías comentadas de alguna de las zonas visitadas por el grupo en alguna de las salidas por nuestro concejo y  limítrofes.

Brañas de Campel o de Santa Coloma. Ruta de los Teixos – Santa Coloma- Lago. Foto Celso

Continuando con esta pequeña muestra de naturaleza, no puede faltar visitar un día de esquí en el puerto de Leitariegos.  Esta estación está enclavada en pleno puerto de Leitariegos; parte de la cota (1.513 m.) y los telesillas nos suben a una cota máxima de (1.830 m.). Desde aquí mirando hacia la zona de Asturias se ve próximo el Cueto de Arbas (2.002 m.) y mirando hacia la zona de León esta el Pico el Rapáu (1.889 m.).

Afluencia de gente a la estación de Leitariegos un jueves. Se puede ver el aparcamiento de la estación lleno; los fines de semana los coches se tienen que aparcar por la carretera hacia León y hacia Asturias. Los esquiadores llenan las casas de aldea de las dos vertientes.

Lo primero que me llama la atención, es la gran afluencia de gente que tiene esta estación, consiguiendo acercar 2.500 a 3.000 personas los fines de semana a practicar este deporte. Esto empieza a demostrar  que durante  cuatro o cinco meses, este es el verdadero turismo de interior en esta zona. Atendiendo a esta realidad sería muy interesante que las dos provincias, Asturias y León  se juntaran en un proyecto común para mejorar estas instalaciones, haciendo la estación más grande y subiéndola a una cota superior. Todo esto aseguraría  aun más esta afluencia de gente a los valles de Laciana y del Narcea.

En este día de esquí por la estación, me acompaño de cangueses  que disponen de  cierta maestría en este deporte, Rubén, Evencio, Pablo, Chapinas, Adrián, Alejandro, Avelino, Lara, Toni, Morodo, Manolo Penlés…, tanto es así que algunos son monitores de dicha estación.

Empezamos la mañana con bajadas desde 1.800 m. de cota por la pista Chagunachos viendo al frente el valle de Caboalles y las montañas nevadas que lo coronan; tras alguna peripecia extraña de algunos como yo, que todavía  tenemos mucho que aprender, seguimos hacia cotas  inferiores por la pista Autovía de Arbas, ésta nos deja en la zona baja donde empieza la estación a la cota (1.513 m).

Pista La Cueva, estación de esquí Leitariegos.

Después de varias bajadas, empieza a aparecer ya cierta inquietud de sensaciones más fuertes y nos dirigimos a pie dirección al Cueto de Arbas, para bajar  hacia el pequeño valle que bordea la Laguna de Arbas, ésta casi no se aprecia pues está helada  y totalmente cubierta de nieve en su superficie. Seguimos deslizándonos y sorteando los abedules que crecen encima de los prados del puerto,  llegando  a la zona baja donde de nuevo nos comunicamos con la estación.

Cangueses esquiando en Leitariegos

Después de una intensa mañana disfrutando del paisaje y del deporte de la nieve, nos trasladamos a comer a la antigua posada de arrieros “Venta la Chabola de Vallao”. Aquí Valentín y su madre Carmen nos tratan de forma exquisita; Carmen una vez más hace honor a su fama de cocinera con el excelente banquete que nos ofrece. Pasamos a los postres, dando buena cuenta del arroz con leche, de los florones y de los frixuelos; seguimos este agotador trabajo, probando alguno de los muchos licores que  hacen  de forma artesanal.

Vista de la estación de esquí Leitariegos

Mis compañeros, después de tan opípara comida ya no se atreven a alargar el día con otra actividad y se dirigen a Cangas. Yo, por el contrario me dirijo al valle de Cibea. Este valle esculpido por el río Cibea, presenta frondosos prados y bosques que unen esta zona con la mítica zona de Genestoso, resaltando unos paisajes dignos de visitar. Este río también alberga grandes casonas levantadas en su mayoría en el siglo XIX. Estas casonas fueron construidas por vecinos de este valle que hicieron fortuna en Madrid como  restauradores, hombres de negocios y funcionarios relevantes del Banco de España.

Valle de Cibea con los pueblos de Villarino, Regla, Sonande y Llamera; al fondo también se ve el pico El Fraile nevado.

Lo primero que me llama la atención es la casona que hay antes de llegar al pueblo de Vallao; está cerrada con un muro de piedra y rodeada de frondosos árboles. Los actuales propietarios de esta casa son los descendientes de Alfonso Martínez Álvarez, nacido en Monasterio de Hermo. Alfonso era dueño de un restaurante en Madrid y compró esta casa a los familiares de  Francisco Rodríguez Pérez, antiguo dueño de la casa y padre de la mujer de Luis Martínez Kleiser (1883-1971), Doctor en leyes, teniente de alcalde de Madrid, miembro de la Real Academia Española de la Lengua, propietario del periódico “El Narcea” y políticamente enfrentado a Félix Suárez-Inclán. Juaco López Álvarez lo explica con más detalles en “El Narcea” segunda época (1912-1915, en la Biblioteca Canguesa del Tous pa Tous.

Continúo bajando por la sinuosa carretera de Vallao a Cibea y ya veo los pueblos de Llamera y Sonande donde destacan alguna de estas casonas. Siguiendo el recorrido llego a  Santiago de Cibea y desde la carretera diviso el pueblo de Regla de Cibea, donde una vez más observo este tipo de edificaciones amplias y señoriales.

Casa construida en el siglo XIX en Regla de Cibea; aquí nació el abogado Felipe Álvarez Gancedo, entusiasta colaborador de Mario Gómez en el Tous pa Tous y presidente de la facina de Madrid en 1929.

Sigo bajando siguiendo el descenso del río Cibea y en un promontorio donde probablemente hubo un asentamiento castreño, se puede ver el palacio de los Miramomtes o de La Torre.  Estos lo vendieron a Juan Rodríguez García,  de casa de Ambrosio, hoy casa Xuana del pueblo de Sorrodiles. Este hombre hizo una considerable fortuna como agente de bolsa en Madrid.

Sorrodiles de Cibea; a la izquierda puede verse el palacio de los Miramontes o de la Torre y al fondo La Gobia nevada.

Esto me recuerda que tengo que ir a visitar a Francisco Rodríguez Cadenas, más conocido como Paco el de casa La Turria de Sorrodiles. Paco me recibe con su hermana Carolina en su casa  y tengo el placer de visitar su antiguo bar, hoy cerrado al público, pero que aun conserva intacto el encanto de las tabernas de pueblo en las que se vendía todo tipo de artículos; eran los grandes supermercados de estos pequeños pueblos.  Esta taberna parece un pequeño museo, con botellas de licores, que posiblemente pasen de los sesenta años de solera. Todavía funciona un organillo comprado en 1940 por el padre de Paco en Madrid y que servía para amenizar las veladas haciendo baile en el bar.

Francisco Rodríguez Cadenas y su hermana Carolina en la barra de su antiguo bar en Sorrodiles de Cibea.

Sentado con Paco  me trae Carolina una fotografía donde observo que están juntos personajes de gran relevancia. En primera línea están el premio Nobel de Medicina D. Santiago Ramón y Cajal (1852-1934);  D. Federico Rubio y Galí (1827-1902), cirujano fundador del Instituto Terapéutico Operatorio en el Hospital de la Princesa de Madrid, también fue representante por Sevilla en las cortes constituyentes, Diputado en 1871 y al año siguiente Senador.

Otro personaje importante de la fotografía es el conde de Romanones (1863-1950), político español, Presidente del Senado, Presidente del Congreso de los Diputados, varias veces ministro y tres veces Presidente del Consejo de Ministros con Alfonso XIII. Poseía intereses en la Compañía Española de Minas de mineral de hierro del Rif. Esta compañía fue atacada por un grupo de rifeños dando comienzo a la guerra de Marruecos.

Participantes en el Instituto Terapéutico Operatorio, hospital de la Princesa, Madrid. Unos aportaban sus conocimientos y otros apoyo económico. (1) Conde de Romanones; (2) Ambrosio Rodríguez (3) Federico Rubio Galí; (4) Santiago Ramón y Cajal

Entre los fotografiados y también en primera línea está D. Ambrosio Rodríguez Rodríguez (1852-1927)  médico cirujano de gran prestigio en su época. D. Ambrosio  nació en la denominada casa de Ambrosio, hoy de Xuana, del pueblo de Sorrodiles. Cuenta Paco que se presentó el maestro del pueblo a la familia para comunicarles la gran capacidad de estudio que  tenía Ambrosio y que si fuera posible  apoyar al niño, este podría conseguir una brillante carrera. Fue un familiar de Llamera, Domingo García Sierra, de casa García, quien  sufragó todos los gastos de los estudios de Ambrosio en Madrid. Domingo  García estaba casado con la propietaria de una cafetería restaurante muy bien situada en Madrid; ya en aquella época disponía de dieciocho camareros, siendo un negocio muy floreciente.

Ambrosio tuvo una vida profesional muy brillante, ejerciendo su profesión en Buenos Aires, Gijón  y Madrid. En Madrid fue médico personal de la reina y también de la familia de su amigo D. Santiago Ramón y Cajal. Cuenta como anécdota Paco, que se decía que la mujer de D. Santiago, anteponía la experiencia de Ambrosio a los conocimientos de su marido, cuando se trataba de diagnosticar a la familia.

Menciona Ramón y Cajal en “Recuerdos de mi vida”  a Ambrosio Rodríguez Rodríguez como compañero y contertulio de la peña del Café Suizo. En el Café Suizo  se reunían políticos, literatos y financieros para contrastar ideas y en un ambiente distendido, disertaban sobre temas importantes de la época.

Mención de Ramón y Cajal en “Recuerdos de mi vida”

La peña del Suizo continúa hoy completamente renovada. Buenas cosas dijera de los actuales contertulios, muchos de ellos catedráticos, si la discreción más elemental no me impusiera el silencio. Concretareme a citar a don Joaquín Decref, a Castro y Pulido, a Ambrosio Rodríguez, al doctor Isla, etc.

Allí elevamos un poco el espíritu, exponiendo y discutiendo con calor las doctrinas de filósofos antiguos y modernos, desde Platón y Epicuro a Schopenhauer y Herbert-Spencer; y rendimos veneración y entusiasmo hacia el evolucionismo y sus pontífices, Darwin y Haeckel, y abominamos de la soberbia satánica de Nietzsche. En el terreno literario, nuestra mesa proclamó el naturalismo contra el romanticismo, y al revés, según los oradores de turno y el humor del momento, también nuestra peña hizo un poco de política. 

Lo que son las cosas, hablando con Paco, me entero  que Ramón y Cajal visitó a su amigo D. Ambrosio en Cibea; en esta visita, mandaron al sobrino de D. Ambrosio ensillar una mula y un caballo para subir al Premio Nobel de visita al pueblo de Fuentes de Corbeiro. Este sobrino de D. Ambrosio era el padre de Paco y se llamaba Francisco Rodríguez Galán.

Subieron Francisco en una mula y Ramón y Cajal a caballo hasta Fuentes de Corbeiro, para visitar a Juan Cardo Frade de casa El Rubio. Este era agente de bolsa en el Banco de España en Madrid y llevaba los asuntos financieros de los dos doctores.

Paco deja volar su prodigiosa memoria y me relata otras anécdotas interesantes de la zona; también me cuenta como la guerra civil cambió el rumbo de su familia. El padre de Paco,  era oficial del Banco de España en Madrid. En el verano de 1936 vino de visita a Sorrodiles y ya no pudo reincorporarse a su trabajo en la capital al estallar la guerra civil. Con la ayuda de la familia de Cibea, se arreglaron como pudieron hasta que acabó la contienda. Una vez finalizada la guerra, su padre volvió a Madrid encontrando su residencia totalmente destrozada. Después de esto, decidió empezar casi de cero en Sorrodiles; sacó a sus hijos adelante, en principio con muchas penurias y después dada su gran capacidad de trabajo y gestión, consiguió encauzar su vida familiar. Sigo escuchado atentamente a Carolina y a Paco y me doy cuenta de lo privilegiados que somos algunas generaciones al no tener que vivir situaciones tan complicadas. Ojalá nunca más se desaten odios tan irracionales como los que traen las guerras.

Palacio de los Flórez Valdés en Carballo, Cangas del Narcea.

Me despido de Paco y de Carolina, agradeciéndoles la amabilidad que mostraron conmigo  estos entrañables hermanos y me dirijo carretera  abajo, hacia Carballo. Aquí saco una fotografía al palacio de los Flórez Valdés.  Este palacio fue reedificado en el siglo XVI  y está situado en un valle espectacular donde el río de Cibea riega una abundante pradería.

Doy la jornada por finalizada y ya otro día visitaré otra zona del concejo, donde seguramente disfrutaré de buenos paisajes, buena gastronomía y algo de historia.

Mientras tanto me dirijo a descansar al pueblo, donde daré buena cuenta de unos excelentes huesos de butiecho de Santulaya que me tienen preparados para cenar. Estos me los recetó  el médico y amigo Bernardino de la Llana, asegurándome que tienen muchas vitaminas y dan mucho ánimo y no seré yo quien vaya contra algo que esta científicamente demostrado.

Cangueses por el mundo: Nacho Bethancourt – Pekín

José Ignacio Bethancourt Colubi, que nació en Cangas del Narcea hace 64 años, en el año 2011 era uno de los españoles más veteranos en Pekín. Una veintena de años en China le han servido para vivir todos sus procesos de cambio y para conocer a mucha gente. Frente a un buen pato laqueado, el plato pekinés por excelencia, nos habla de todo ello.

Programa de TVE1 emitido en marzo de 2011


Capilla de San Antón, Carbaéu / Carballedo (parroquia de Santa Marina, Cangas del Narcea)

Patrimonio en peligro. La capilla del Santo Cristo de Xedré

Capilla de San Antón, Carbaéu / Carballedo (parroquia de Santa Marina, Cangas del Narcea)

El patrimonio religioso del concejo de Cangas del Narcea es muy variado y abarca desde el monasterio de San Juan de Courias o la iglesia de Santa María Magdalena de Cangas del Narcea hasta las capillas de San Antón y Santa Bárbara del pueblo de Carbaéu / Carballedo (parroquia de Santa Marina). La multitud de capillas que existen en nuestro concejo, repartidas por pueblos o parajes solitarios, son, sin duda, una de las mayores riquezas culturales que tenemos.

En general, las capillas tienen una arquitectura muy sencilla y un mobiliario sobrio y a menudo muy popular. Todas tienen una historia, una fiesta, una devoción alrededor de ellas e incluso, en algunos casos, una leyenda. Es decir, todas tienen un pasado y una actividad, que son necesarios estudiar y recopilar. En la actualidad algunas de estas capillas están abandonadas y su estado es penoso.

Inscripción en la fachada de la capilla del Cristo, Xedré. Dice: Esta obra se / hizo el ano de mil / sietecientos nobe / nta i cinco siendo / cura Dn Manuel Fdz Flórez.

Desde el Tous pa Tous vamos a ir dando a conocer estas capillas del concejo de Cangas del Narcea, contando su historia, mostrando fotografías de su arquitectura, retablos e imágenes, y llamando la atención sobre su estado de conservación. La primera que vamos a tratar es la capilla del Santo Cristo de Xedré.

Esta capilla, debido a su lujosa fachada de mármol blanco, es una de las de mayor calidad arquitectónica del concejo. Su fachada tiene una elegante traza de estilo neoclásico y, como señala una inscripción, fue construida en 1795 por iniciativa del párroco de Xedré, Manuel Fernández Flórez. Este cura era natural de la villa de Cangas del Narcea y en 1787 aparece empadronado en aquella parroquia como “hijodalgo notorio de armas pintar”. La fachada de la capilla remataba en una monumental espadaña, hoy derruida en parte, en la que cuelga una campana que fue hecha en Palencia en 1916. Junto al campanario hay un reloj de sol.

Parte posterior del campanario, donde pueden verse los daños que causó un rayo en 2006.

El empleo del mármol no es casual y responde a un momento histórico muy determinado. Este material (que en realidad es una caliza liásica) procede de canteras de Rengos, que habían sido descubiertas y publicadas hacía muy poco tiempo por Joaquín José Queipo de Llano, conde de Toreno (Cangas del Narcea, 1727 – 1805).

El conde las había promocionado mucho en Oviedo y en la Corte, y como resultado de su entusiasmo consiguió que el arquitecto italiano Francesco Sabatini (Palermo, 1722 – Madrid, 1797), llevase a Madrid, entre 1782 y 1786, sesenta y seis piezas de este mármol blanco de Rengos para utilizarlas en la ampliación del Palacio Real. La explotación de estas canteras, localizadas en El Pueblo de Rengos y Moncóu, se consideró en aquel momento que podría ser el inicio de una actividad industrial muy beneficiosa para el concejo, pero el asunto no pasó de proyecto. Sabiendo todo esto no es extraño que en 1795 el cura de la parroquia, seguramente con el apoyo del mismo conde de Toreno, utilizase este mármol para ennoblecer la capilla.

El lujo de la capilla del Cristo de Xedré no pasaba inadvertido. En el artículo dedicado a Xedré / Gedrez del Diccionario Geográfico Histórico de España, de Pascual Madoz, publicado en 1845-1850, se dice: “La iglesia parroquial (Santa María) está servida por un 1 cura de ingreso y patronato laical. También hay 3 ermitas, 1 de ellas titulada el Santo Cristo de Murias en el lugar de Gedrez con una hermosa fachada de mármol y buena torre; otra dedicada a San Cristóbal en Piedrafita, y la tercera en Jalón, las cuales nada de particular ofrecen”.

Imagen del Santo Cristo, Xedré.

El interior de la capilla de Xedré está dividido en dos espacios por un arco: la nave  y el presbiterio. Estos dos espacios son de épocas diferentes. Mientras que la fachada y la nave de la capilla son de 1795, el presbiterio es anterior. También son anteriores el retablo, seguramente de 1760 o 1770, y las imágenes, que datan de la primera mitad del siglo XVII.

El retablo es barroco con motivos de rocalla y probablemente, según Pelayo Fernández, es una obra del escultor Gregorio de Lago, vecino de Corias. Las imágenes son tres: el Santo Cristo en el centro, la Dolorosa a  la izquierda y San Luis de Toulouse a la derecha. La capilla tiene una tribuna a los pies.

El campanario de esta capilla necesita una urgente reparación. El 14 de julio de 2006  un rayo destruyó el remate de la espadaña.

Varios bloques de cantería cayeron al suelo y hoy están guardados dentro de la capilla.

Desde entonces, el campanario está en muy mal estado e incluso es un peligro para las personas o vehículos que pasan por delante de la capilla. Es posible que la reparación necesite de la participación de varias instituciones (Iglesia, Ayuntamiento, Consejería de Cultura, Parque Natural), que corran con los gastos. Es una obra que no puede posponerse por más tiempo. Además, también le vendría muy bien a esta capilla una limpieza de la fachada, para que luciese con toda su viveza aquel mármol de Rengos que en el siglo XVIII levantó tantas esperanzas para nuestro concejo.

Cartel para anunciar los partidos del Narcea F. C. en el Campo de La Vega, 1963

Este cartel fue tirado en la Litografía Luba, de Gijón, en 1963. En él aparece el nombre del Narcea F.C. y están vacíos el día y la hora del encuentro, y el nombre del equipo rival, datos que se escribían a mano.

El cartel pertenece al fondo del Depósito Legal que conserva la Biblioteca de Asturias “Ramón Pérez de Ayala”, de Oviedo.

Alejandro Casona (Besullo, Cangas del Narcea, 1903 – Madrid, 1965)

Alejandro Casona en 1962. Colección del Museo del Pueblo de Asturias.

Alfonso López Alfonso ha escrito para el Tous pa Tous una breve y muy personal biografía de Alejandro Rodríguez Álvarez (Bisuyu / Besullo, Cangas del Narcea, 1903 – Madrid, 1965), conocido para el mundo como Alejandro Casona. Casona es, sin duda, el escritor más universal que dio esta tierra. A partir de ahora su vida podrá leerse en nuestra sección de Biografías.

 

Gabino Rodríguez con sus hijos Matutina y Alejandro, 1908. Col. Luis Rodríguez.

ALEJANDRO CASONA

Alfonso López Alfonso

Alejandro Rodríguez Álvarez nació el 23 de marzo de 1903 en Besullo (Cangas del Narcea, Asturias), era hijo de maestros. Su madre, Faustina Álvarez, natural de León, ejercía en Besullo y Alejandro nació allí un poco por casualidad. Sus hermanas mayores, Teresa y Matutina, habían nacido en Canales (León), pero él asomó al mundo en el pueblo de su padre, Gabino Rodríguez, que por entonces estaba destinado en Barcia (Valdés). El trabajo de sus padres le hará patear desde muy pronto las tierras que alcanzó a imaginar desde la castañalona donde jugó durante sus primeros cinco años de vida, que transcurrieron al abrigo de La Casona donde estaba la escuela y que años después tomaría como apellido. Su siguiente destino es Villaviciosa –con visitas a Miranda, donde había llevado la profesión a su madre- y el próximo, con unos diez años, Gijón, donde vio su primera obra de teatro. Vendrán luego Palencia y sobre todo Murcia. Allí nace como escritor al publicar en 1920 el romance “La empresa del Ave María” en la revista Polytechnicum, premiado en los Juegos Florales de Zamora. En Murcia se forma poética y teatralmente y conoce también el trabajo manual en una carpintería; allí es joven, y vive, como le recuerda en carta escrita desde Buenos Aires en 1947 a su amigo de aquellos años Antonio Martínez Ferrer -que extraigo de José Rodríguez Richart en las Actas del homenaje que con motivo del centenario de su nacimiento la Universidad de Oviedo le rindió a Casona en 2003-: “Fui actor contigo. ¿Recuerdas aquellas giras de domingo a Espinardo, Jabalí Viejo, La Ñora, Zaraiche? ¿Y aquella escapatoria con dos actrices gordas con flemones, y aquel hambre con calor y sin techo en San Pedro del Pinatar? ¡Era la educación para poner a prueba una vocación, “la legua”, donde empieza la historia del teatro español!” También amigo de Murcia es Julio Reyes, con el que retomará relación epistolar ya en el exilio –se pueden ver todas sus cartas a Reyes en la recopilación de artículos casonianos Un asturiano universal, de Rodríguez Richart-. Significativas de la importancia de los años de Murcia son estas declaraciones de Casona extraídas de una entrevista que le hizo Ernesto Nieto con motivo de la obtención del Premio Lope de Vega y que se publicó el 12 de diciembre de 1933 en el periódico Luz:

“Despertó en mí [la afición por el teatro] estando en Murcia. Acompañaba yo todas las tardes a algunos amigos al Conservatorio de aquella ciudad, donde, a manera de ejercicios se daban representaciones teatrales, y un día, faltando intérpretes sin duda, al verme llegar con mis habituales contertulios, me ofrecieron un papel en una obra de los hermanos Quintero, papel que yo acepté y que tras él vinieron otros y la afición a mí, al punto de que me matriculé en una clase de Declamación durante tres años consecutivos… Y de este regusto que sacaba al teatro nació mi primera obra escrita para la escena”.

En 1922 ingresa en la Escuela Superior de Magisterio de Madrid, termina la carrera en 1926 y obtiene el título de Inspector de Primera Enseñanza, presentando la memoria de trabajo El Diablo (su valor literario, principalmente en España). Ese mismo año de 1926 publica en la editorial Mundo Latino, que dirige su amigo Alfonso Hernández-Catá, su primer libro, El peregrino de la barba florida, “leyenda milagrosa” con reconocible influencia valleinclanesca que lleva un laude de Eduardo Marquina y una salmodia final del citado Hernández-Catá. En Madrid entrará Alejandro Rodríguez Álvarez en contacto con la vida literaria de la capital, con autores reconocidos, y siempre tendrá por determinante la influencia de Antonio Machado y Valle-Inclán. En Madrid, en una pensión de la calle Toledo escribiría en colaboración con Salvador Ferrer Colubert su primera pieza teatral –de la que no se tiene más noticia que el testimonio del coautor recogido por Rodríguez Richart en 1961-. La obra en cuestión, de un solo acto, se titulaba El otro crimen. Asiste el joven Alejandro a las tertulias del Pombo y Platerías, se relaciona con otros escritores y frecuenta las sesiones de teatro organizadas por los Baroja –“El mirlo blanco”- o Valle –“El cántaro roto”-. También empieza en este momento su labor como traductor del francés, vertiendo autores como Thomas de Quincey o Voltaire. En agosto de 1928 lo destinan al pueblo de Lés, del Valle de Arán, en los Pirineos, y en octubre de ese año se casa en San Sebastián con Rosalía Martín Bravo, compañera de estudios en Madrid. En Lés permanece hasta febrero de 1931. Durante este tiempo adapta El crimen de Lord Arturo, estrenado en 1929 en Zaragoza por la compañía de Rafael Rivelles y María Fernanda Ladrón de Guevara, primera vez que aparece en cartel el seudónimo A. Casona; escribe la biografía Vida de Francisco Pizarro, y en 1930 nace en Lés su única hija, Marta Isabel, casi al tiempo que autoedita el libro de poemas La flauta del sapo, estreno en libro del seudónimo Alejandro Casona. También este año aparecerá en el número del 7 de octubre de 1930 de la revista Estampa su cuento Bernadetto; y desde Lés enviará al empresario teatral Adrià Gual su primera obra realmente importante: La sirena varada; éste se la pondrá en las manos a Margarita Xirgu, quien la estrenará, aunque años más tarde y después de que Casona gane el prestigiosos premio teatral Lope de Vega en diciembre de 1933. La obra no se dará al público hasta la temporada de 1934.

Cerrada en falso la dictadura de Miguel Primo de Rivera con la dictablanda de Berenguer, llega el 14 de abril de 1931 y para Alejandro Casona, como para muchos otros españoles ilusionados con la II República, se abre una época de trabajo febril al ser nombrado director del Teatro del Pueblo de las Misiones Pedagógicas creadas por Manuel Bartolomé Cossío. Saldrá entonces a los pueblos recónditos de España portando en carros y coches mucho teatro, cine, bibliotecas y lo que haga falta, como se deja ver en sus actuaciones en las aldeas de Sanabria o las del occidente asturiano. “A semejanza de la Carreta de Angulo el Malo –dejó escrito en la “Nota preliminar” a su Retablo jovial-, que atraviesa con su bullicio colorista las páginas del Quijote, el teatro estudiantil de las Misiones era una farándula ambulante, sobria de decorados y ropajes, saludable de aire libre, primitiva y jovial de repertorio. Formado por estudiantes y consagrado a auditorios sin letras, no podía ser de otra manera […] Durante los cinco años en que tuve la fortuna de dirigir aquella muchachada estudiante, más de trescientos pueblos- en aspa desde Sanabria a la Mancha y desde Aragón a Extremadura, con su centro en la paramera castellana- nos vieron llegar a sus ejidos, sus plazas o sus porches, levantar nuestros bártulos al aire libre y representar el sazonado repertorio ante el feliz asombro de la aldea. Si alguna obra bella puedo enorgullecerme de haber hecho en mi vida, fue aquella; si algo serio he aprendido sobre pueblo y teatro, fue allí donde lo aprendí. Trescientas actuaciones al frente de un cuadro estudiantil y ante públicos de sabiduría, emoción y lenguaje primitivos son una educadora experiencia”.

En 1932, Alejandro Casona se alza con el Premio Nacional de Literatura por su compendio de lecturas para jóvenes Flor de leyendas, libro ilustrado por Rivero Gil, quien estuvo después de la guerra exiliado en México y aparece retratado en uno de los libros más repletos de jovialidad y rico en anécdotas que ha dado el exilio español en México: La librería de Arana, de Otaola. Desde entonces empezó para Casona una época dorada que, como dramaturgo, ya no le abandonaría y le llevó a estrenar La sirena varada, saltando con esta obra a la primera fila de dramaturgos renovadores del teatro nacional. El 12 de enero de 1935 estrena sin mucho éxito en el Teatro Ruzafa de Valencia la adaptación del cuento de Hernández-Catá El misterio de María Celeste. En abril la Xirgu pone en escena Otra vez el diablo. Para noviembre de ese mismo año la compañía de Pepita Díaz y Manuel Collado estrenará en Barcelona la obra que hará de Casona un abanderado de la II República: Nuestra Natacha, ni por asomo su mejor obra, pero sí la más moralizante –otros dirán pedagógica- y la más a tono con los tiempos. En febrero del año siguiente, el emblemático 1936, la misma compañía estrena Nuestra Natacha en Madrid. Ese mes se celebran las elecciones generales a las que las izquierdas, habiendo escarmentado del fiasco de 1933, llevan bien aprendidas las ventajas de la ley electoral y concurren unidas, por lo que triunfa el Frente Popular.

Para cubrir estas elecciones el diario argentino Noticias Gráficas envió a Madrid a Pablo Suero, un periodista nacido en Gijón y emigrado de niño. Suero, tras su regreso a Buenos Aires da a la estampa el libro España levanta el puño, en el que reúne todas las entrevistas que durante esos días de febrero hizo en España y por las que pasa toda la plana mayor de la política y la cultura nacional: Azaña, Gil Robles, Calvo-Sotelo, José Antonio Primo de Rivera, Dolores Ibárruri, Largo Caballero o Indalecio Prieto; Jacinto Benavente, Carlos Arniches, Pío Baroja, los hermanos Machado, Antonio de Hoyos y Vinent, Juan Ramón Jiménez, Eduardo Zamacois, Ramón Gómez de la Serna, o los más jóvenes Federico García Lorca, Rafael Alberti y Alejandro Casona. El domingo 16 de febrero de 1936 Suero y Casona coinciden en la redacción del periódico La Voz, que dirigía Paulino Masip, y, nos cuenta Suero, ambos deseaban el triunfo del Frente Popular. Pocos días después de las elecciones Suero entrevista a Casona en el café La Granja del Henar –que había sido centro de operaciones del ceceante Valle-Inclán-. Hablan de teatro, del reciente estreno de Nuestra Natacha y del éxito que ya había tenido el dramaturgo en Buenos Aires un par de temporadas atrás con La sirena varada. Casona expone el respeto que siente por autores como Benavente, los Quintero o Arniches, sin que esto impida ciertas críticas por la verdadera necesidad que existe de renovar la escena española, de potenciar la cantera de actores y dejar de lado el divismo femenino de Benavente, que tanto favorece los papeles para heroínas. Preguntado Casona acerca de la nueva generación de autores teatrales, contesta: “Desde luego, a la cabeza García Lorca, que está haciendo cosas muy interesantes; Valentín Andrés Álvarez, autor de Tararí, que es una pena esté hoy ausente del teatro; López Rubio y Ugarte, autores de De la noche a la mañana, bellísima comedia. El primero se prepara a estrenar ahora Celos del aire, que conozco y es admirable”. Y con olfato muy fino añade a los citados a Jardiel Poncela. Habla finalmente de sus ilusionados proyectos, unos proyectos que, como bien se sabe, truncará la guerra alejándolo de España durante un cuarto de siglo.

De la salida de España de Alejandro Casona se han ocupado diversos autores, entre ellos, sin ir más lejos, Federico Carlos Sáinz de Robles en su prólogo a las Obras Completas publicadas en Aguilar –a las que se fueron añadiendo piezas en las sucesivas ediciones, siendo la más completa la de 1966- o el egregio casonista Rodríguez Richart; también lo hizo, de manera algo despistada y aplicándole el prisma deformante del chiste cruel que tan bien sabe utilizar, Andrés Trapiello en Las armas y las letras –libro, por encima de las imprecisiones objetivas, de envidiable estilo literario, inusual soltura ensayística y no demasiado frecuente acumulación de conocimientos-, a cuyas salidas de tono contestó con la minuciosidad, seriedad y rigor propios del ejemplar profesor universitario Antonio Fernández Insuela en el artículo “A propósito de Alejandro Casona y la Guerra Civil”, trabajo en el que rebate el siguiente párrafo de la obra de Trapiello:

“Peor fortuna [que Benavente] como autor teatral, tuvo Alejandro Casona, que antes de la guerra se había revelado como renovador del teatro social. Le sorprendió la sublevación en Oviedo, donde tenía en cartel su revolucionaria Nuestra Natacha. El ruido de las bombas y el silbido de las balas, sin embargo, según testimonios fidedignos, le asustaron de tal manera, que huyó de la ciudad y pasó a Santander, donde tomó el primer barco que pudo, camino de Villadiego, en América del Sur”.

Matiza con razón Fernández Insuela que Casona fue un renovador del teatro, sí, pero nunca hizo teatro esencialmente social, es decir, ese tipo de teatro que busca un punto de encuentro dramático en la confrontación de clases. Saca a Trapiello del error de bulto que supone confundir Oviedo con Gijón, puesto que Nuestra Natacha se estaba representando en el por entonces Teatro Dindurra de Gijón y no en Oviedo, e ilustra con entrevistas en revistas, investigaciones de los especialistas en Casona y testimonios de éste y amigos próximos que conocieron su trayectoria, el periplo que siguió el dramaturgo hasta su salida de España en febrero de 1937, vía Francia, con la compañía de Pepita Díaz y Manuel Collado. Así que ni salió Casona desde Santander ni cogió el primer barco que pudo, pues aún estuvo en un hospital de Madrid montando representaciones para heridos de guerra con el Teatro del Pueblo y dando alguna conferencia sobre teatro en Valencia antes de dejar definitivamente España. Asustado, claro, estaría como el que más.

Alejandro Casona (segundo por la izquierda en la primera fila) junto a un grupo de escritores venezolanos, en Caracas, abril de 1938. Foto de L. F. Toro. Col. Luis Rodríguez.

Desde su salida de España comienza un periplo americano que se extenderá largos años. Le lleva a fondear por un día en La Habana, donde pasa escasas horas, pero deja algún rastro en la prensa. Vendrá después un largo peregrinar que incluye México, Costa Rica, Venezuela, Perú, Colombia, México y Cuba de nuevo, hasta que se asienta finalmente en Buenos Aires en 1939. En el exilio irá tejiendo lo más maduro y mejor de su producción teatral: Prohibido suicidarse en primavera, La dama del alba, La barca sin pescador, Los árboles mueren de pie, La tercera palabra o La casa de los siete balcones, por citar sólo las mejores de una larga lista.

Durante estos años de exilio daría pruebas de su firme compromiso con la II República y, por extensión, con causas que consideraba justas o progresistas, dignas de su actitud comedida, alejada siempre del panfleto, pero sólida, como han dejado claro Fernández Insuela e Isabel Jardón en sus respectivos trabajos “Sobre política y periodismo en Alejandro Casona” y “Una mirada a la figura de Alejandro Casona a través de su correspondencia con Joaquín Maurín Juliá”. Durante mucho tiempo no dejó estrenar sus obras en España y puso por escrito, en la íntima confidencialidad que acompaña a la carta privada -que no se escribe pensando en el público, aunque sí se puede escribir pensando en la posteridad-, las impresiones que le producían el desarrollo de la guerra civil española y la política internacional. Buen ejemplo de esto es toda la correspondencia del autor que ha ido saliendo a la luz, y muy especialmente la que mantuvo con otro escritor asturiano exiliado: Luis Amado Blanco, que conocemos gracias al trabajo de Roger González Martell recogido en las citadas Actas del congreso de 2003.

El 1 de junio de 1937 le escribe Casona a Amado Blanco desde México:

“De España no sé que decirte; tengo fe en el triunfo final sí, a pesar de esta bárbara actitud alemana, que indica cómo el fascismo está dispuesto a todo. De todos modos, nuestra amable vida de allá ha terminado; me imagino un futuro Madrid de vida dura, áspera; un Madrid de volver a empezar. Y nosotros, jóvenes para nuestra vida de entonces somos ya viejos para eso. Nos han destrozado irremediablemente. Pero otra vida; la nuestra, ya pasó. ¡Y qué bonita era!, ¿te acuerdas? Para el futuro, teatro de combate, cine de combate, organización en masa, disciplina. Para los hijos, todo el horizonte; para nosotros, recordar un poco ¡ya! Y esfuerzo de adaptación. Sólo el consuelo de pensar que lo otro sería tan cien veces peor que ni podríamos respirarlo. Desde que empezó esto dedico media hora diaria a cagarme en Dios, y no me basta. ¿Con cuántas vidas podría pagarnos Franco lo que nos ha hecho? El resto de las horas se lo dedico a él”.

En esta correspondencia se ve al intelectual de altura y al hombre abatido, superado por la locura colectiva, al Casona más de a pie, para entendernos, que dedica algún espacio a los rumores que le llegan y a examinar la conducta de sus compañeros de oficio, que no siempre salen bien parados, aunque en su momento hayan sido maestros admirados como Marquina. El 18 de julio de 1937, justo un año después del inicio de la guerra le escribe a Amado Blanco, otra vez desde México, lo que sigue:

“Se ha vuelto loco el padre de García Lorca en Bruselas y ha muerto allí mismo la madre. ¡Trágico destino de una familia! Los hermanos han retirado su repertorio a Lola Membrives, que lo utilizaba para hacer homenaje a las tropas “salvadoras de la civilización y el catolicismo”. –Marquina cerdea en Buenos Aires: no ha visitado siquiera a la Xirgu, que ha estrenado la mitad de su producción. –Arniches, no tanto, pero nada a dos aguas. –Baroja escribe contra el Gobierno, insultando de paso a los otros: anarquismo mental muy pasado y desde luego imperdonable. –Azorín juega a “la tercera bandera”; no está del todo mal, pero tiene compromisos económicos con March. –La Heredia y los Guerrero-Mendoza, fascistas. Casimiro Ortas también, pero eso lo tienen merecido. –Benavente, cada vez más antifachista y útil. –Los Quintero, discretamente bien. –Por aquí, haciendo buena campaña, Pijoan y Moreno Villa. ¿Qué tal en La Habana Menéndez Pidal?”.

El 7 de agosto de 1938, esta vez desde Bogotá, enseña su irreductible optimismo, su desasosegante interés por lo que pasaba en España y su generosidad y desprendimiento para con los amigos, entre ellos los asturianos Constantino Suárez o Eduardo Martínez Torner:

“[En tu carta me das] una descripción terrible de la represión en Asturias, que he leído a varios amigos, y que me espanta siempre que la releo como una pesadilla imposible de sevicia, de sadismo monstruoso, de borrachera criminal enraizada en un profundo miedo a la justicia que indudablemente ha de venir un día. ¿Está ya en camino? Las últimas noticias de España me tienen nerviosamente ilusionado; no puedo dormir esperando cada día los periódicos del siguiente. La ofensiva del Ebro no parece una cosa inorgánica, de osadía desesperada; creo que inicia un golpe seguro y decisivo sobre la retaguardia franquista. Gandesa, Albarracín, carretera de Teruel, pueden ser una magnifica tumba inesperada para esos lobos de Asturias. […]

A nuestros amigos les escribo a menudo y les voy ayudando en cuanto puedo. Desde Caracas empecé el envío sistemático de víveres, por conducto de la Cámara de Comercio, en paquetes de quince y veinte kilos; ya he tenido aviso de la llegada de cuatro envíos. ¡Y con qué ilusión los reciben! Tienen hambre, Luis; así, sencillamente: hambre”.

Por momentos duros pasa Casona a lo largo de estos años de guerra en los que está fuera y las cosas de la compañía de Pepita Díaz y Manuel Collado empiezan a andar no muy bien, hasta el punto de que prescinde de él y se ve ahogado económicamente, como le hace saber a Luis Amado Blanco en carta del 26 de enero de 1939. El 11 de abril de ese año, recién terminada la guerra, Casona escribe de nuevo a Amado Blanco, seriamente preocupado por la suerte de los amigos que ha dejado en España:

“Por Constantino sufro como tú. Estoy seguro que ha aguardado impávidamente su suerte en Madrid, acaso sin buscar refugio alguno. Tiene una fe extraordinaria en la limpieza de su conciencia y de su conducta; y no se da cuenta de que en esto, como en el automovilismo, el peligro no está en el que conduce sino en le que viene contra nosotros. ¡Ojalá esté tranquilo, aunque tenga el alma deshecha!”.

Poco a poco las cosas se van calmando y, tras asentarse en Buenos Aires, Casona entra en una dinámica de trabajo que lo va acomodando en una vida de sosiego más o menos burgués retomada después de un largo peregrinar por los teatros latinoamericanos. Sin embargo, como se ve en la correspondencia con Maurín mencionada más arriba, no porque su vida sea más cómoda, disponga de casa de verano en Uruguay y viva más tranquilo se olvida de los problemas del mundo. La relación con Joaquín Maurín Juliá se dilata una década, desde 1955 hasta 1965, y es más profesional que personal. En realidad las cartas son entre Alejandro Casona y J. M. Juliá, director de la agencia literaria ALA (American Literary Agency, luego llamada Agencia Latinoamericana) afincada en Nueva York y encargada de colocar en los más diversos periódicos –fundamentalmente latinoamericanos, pero también de Nueva York, de Miami o de España- los artículos de Casona, quien enviaba lo escrito y a vuelta de correo recibía de Maurín una carta y un cheque. Esa era su relación, porque parece que Casona nunca llegó a saber que J. M. Juliá era en realidad Joaquín Maurín Juliá, el mismo que en 1930 había fundado el BOC (Bloque Obrero y Campesino), fusionado años después con otro partido de izquierdas dirigido por Andreu Nin, unión que daría como resultado la formación de corte trotskista Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), sobre cuya aniquilación durante la guerra –encarnada muy gráficamente en el martirio de su máximo dirigente, Andreu Nin- todavía tiene mucho que explicar el Partido Comunista de España. Maurín se había pasado once años en las cárceles franquistas –de 1936 a 1947- pero nunca se identificó con claridad ante Casona, lo que quizá influyera algo en la polémica decisión del dramaturgo de no firmar un Manifiesto en apoyo a Hungría que Maurín le envía a finales de 1956. Casona se niega a incluir su firma en el Manifiesto aduciendo una cuestión semántica, pues le parece que la petición de justicia y libertad que se hace para Hungría debe ser extensiva a todos los “Gobiernos totalitarios que, en el Viejo y el Nuevo Mundo, niegan a sus ciudadanos las libertades básicas.” –Cito por el artículo de Fernández Insuela en las Actas del centenario-. Esta negativa hace enfadar bastante a Ramón J. Sender, que situado en una posición trotskista, en su correspondencia con Maurín carga contra Casona y le acusa de stalinista.

En Buenos Aires trabaja Casona escribiendo teatro, guiones de cine y televisión, programas de radio y artículos de prensa. Trabaja, viaja por América y Europa, tiene éxito. En su obra el compromiso no está tan vinculado a la realidad como en su vida. Su obra es un espacio reservado para el amor y la dignidad humana. Gran parte de su producción gira en torno a una idea fundamental: evadirse o salvarse a través del arte. En el teatro de Casona la realidad suele vencer a la postre, pero es tan bella la fantasía mientras dura… En teatro, a esa idea pueden dársele muy buenas soluciones dramáticas, como en La sirena varada o como en Prohibido suicidarse en primavera, pero en la vida es más difícil.

Alejandro Casona en Oviedo, 1963. Col. Museo del Pueblo de Asturias.

En 1962 Alejandro Casona vino a España para asistir al estreno en el Teatro Bellas Artes de Madrid de su obra La dama del alba. José Tamayo lo había invitado y él aceptó que por primera vez desde 1936 se estrenara una obra suya en los escenarios españoles. En 1963, tras un periodo de gestiones y dudas, volvió a España. Como les hizo ver a dos asturianos que lo entrevistaron largamente, Juan José Plans y Marino Gómez Santos, la nostalgia de España ya no le dejaba vivir fuera. Además estaban los problemas de salud y la necesidad de estar cerca de la familia. La crítica, como es sobradamente conocido, lo recibió con una de cal y otra de arena. Su arte, como había sucedido en 1936, se politizó y mientras para unos tenía un valor incuestionable para otros –como Ricardo Doménech o Ángel Fernández Santos- el teatro de Casona era anestesia edulcorante, un lenitivo amansador que estaba muy lejos del teatro comprometido socialmente que ya se estaba haciendo en España. ¿Quién tenía razón? Puede que a su manera todos. ¿Claudicó Casona? Sí, claro que claudicó. Permitió que sus obras se estrenaran bajo un régimen personificado en quien durante las horas difíciles de la Guerra Civil se había cagado casi tanto como en Dios. Casona, el hombre, claudicó, ¿y qué? ¿Quién puede juzgarlo? ¿Quién tiene derecho? ¿Quién ha aguantado 25 años fuera de casa en una impecable actitud de dignidad, de decencia? Casona no era un político. Era un escritor y no se representaba más que a sí mismo y a su obra, una obra, por cierto, que como todas las grandes obras estará siempre ahí, ajena a la vida de su autor, por encima del hombre que fue, por encima, y sin embargo al alcance, de todos nosotros. ¿Claudicó Casona? Bueno, pero no olvidemos que para juzgar a un hombre hay que caminar siete lunas con sus zapatillas. Casona claudicó y supo hacerlo como lo hacía todo, con elegancia y dignidad. Murió en Madrid el 17 de septiembre de 1965. Vino a morir a casa, que es donde queremos morir todos los que al abrir por primera vez los ojos a este mundo vimos las hayas, los robles y los castaños, las montañas altas y los prados verdes; y escuchamos su lenguaje como una cadencia dulce que se fue alojando en la conciencia para grabarnos en la memoria la profecía de que antes de morir tenemos que ovillarnos como un feto y volver al origen, porque la vida es más de quien sabe morir arropado por el manto caliente de la tierra que le enseñó el primer lenguaje, el del paisaje, que entra por los ojos y los oídos y no entiende de significantes y significados y es tan universal que cada hombre tiene el suyo propio, que de quienes viven peligrosamente y mueren como héroes, porque ya sabemos que los héroes gastan almas de poetas e inician siempre todas las guerras, pero quienes las sufren son los que no tienen más que su condición de hombres.

Alejandro Casona y Luis Bagaría unidos por “La Sirena Varada”

Caricatura de Alejandro Casona realizada por Luis Bagaría (Barcelona, 1882 – La Habana, 1940)

El 23 de marzo de 1934 Alejandro Casona cumplía treinta y un años. Para algunos todavía seguía siendo Alejandro Rodríguez Álvarez, pero empezaba a estar claro que aquel joven nacido en Besullo (Cangas del Narcea, Asturias) sería muy pronto y para todos uno de los autores llamados a revolucionar el teatro español de su tiempo. Hijo de maestros, maestro él mismo, había hecho sus pinitos como poeta, había traducido algunos libros del francés y se encontraba a gusto en las tertulias literarias de Madrid. Un par de años atrás le habían concedido el Premio Nacional de Literatura por Flor de leyendas -adaptación de clásicos universales para jóvenes lectores- y para entonces ya era el director del Teatro del Pueblo de las Misiones Pedagógicas, que, como él mismo diría años después, eran “una farándula ambulante, sobria de decorados y ropajes, saludable de aire libre, primitiva y jovial de repertorio”.

Y añadiría en la “Nota preliminar” a su Retablo jovial: “Si alguna obra bella puedo enorgullecerme de haber hecho en mi vida, fue aquella; si algo serio he aprendido sobre pueblo y teatro, fue allí donde lo aprendí. Trescientas actuaciones al frente de un cuadro estudiantil y ante públicos de sabiduría, emoción y lenguaje primitivos son una educadora experiencia”. Los que contaban con experiencia y visión de futuro, como el fundador de las Misiones Pedagógicas Manuel Bartolomé Cossío, los que sabían, tenían claro que la España que estaba naciendo con la II República debía tener gente como Alejandro Casona para llevar la batuta, pero lo cierto es que por aquellas fechas en que cumplía treinta y un años Casona todavía no había hecho prácticamente nada en teatro y para el gran público era un desconocido. Hasta entonces el único estreno que tenía en su haber era la más bien fallida adaptación de El crimen de Lord Arturo, puesta en escena en Zaragoza en 1929. Sin embargo, antes de ganar el Premio Lope de Vega del Ayuntamiento de Madrid por La sirena varada en diciembre de 1933, la gente del medio ya sabía algo de este joven prometedor. De hecho, Margarita Xirgu, que sería la encargada de estrenar la obra en el teatro Español en marzo de 1934, ya tenía noticias del joven autor y de la obra desde tres o cuatro años atrás, pues después de escribirla en el Valle de Arán, donde estuvo destinado como maestro desde 1928, Casona se la había enviado al empresario teatral Adriá Gual y éste se la había puesto en las manos a la Xirgu.

El Tous pa Tous ofrece ahora una entrevista publicada en el diario Luz, de Madrid, aquel 23 de marzo de 1934 en que Alejandro Casona cumplía 31 años. El periódico fue uno de los que junto con El Sol y La Voz formó lo que se conoció como el trust azañista, orquestado por el empresario catalán Luis Miquel y el abogado y escritor mexicano Martín Luis Guzmán y nacido de las migajas que había dejado el desplome del grupo de El Sol, ideado en su momento por José María Urgoiti y José Ortega y Gasset. Para dar una idea del éxito que tuvo esta operación, basada, como todo lo que atañe al bienio progresista, en un elevado idealismo que se reveló poco operante, baste decir que Luz, aparecido por primera vez en enero de 1931, fue un periódico que duró menos de cuatro años, concretamente hasta el 7 de septiembre de 1934. Por su dirección pasó muy brevemente Félix Lorenzo y, desde septiembre de 1931, el periodista y escritor Luis Bello, muy vinculado a Manuel Azaña.

La entrevista se la hacían a Casona por el éxito que La sirena varada estaba manteniendo en el Teatro Español y tiene gran interés fundamentalmente por dos razones: la primera es que Mariano Esquivel, el periodista que entrevista al dramaturgo, deja que éste explique al público quién es y de dónde viene; y la segunda porque está ilustrada con una caricatura del gran dibujante Luis Bagaría (Barcelona, 1882 – La Habana, 1940), republicano por los cuatro costados que con sus retratos supo captar el alma más que el cuerpo de todos los políticos, escritores y artistas de su tiempo. Fue todo un personaje, definido con mucha sorna por el crítico Juan de la Encina: “Es varón de rara ignorancia; pero de una intuición, de una perspicacia y una vista que maravillan. Él, como saber, lo que se llama saber, no sabe gran cosa, y, sin embargo, lo sabe todo. Ya podéis echarle doctores sapientísimos. Conversará con ellos con el mismo aplomo y agudeza sobre todo lo humano y lo divino como si él fuera más sapientísimo doctor que todos ellos. Hay quien sospecha que Bagaría no ha cursado siquiera las primeras letras. Esto es algo exagerado. Porque si bien es cierto que no ha cursado siquiera las primeras letras castellanas, también es rigurosamente verdad que en letras catalanas, o extranjeras traducidas al catalán, él ha debido, a no dudarlo, hacer algunos estudios, pues muy a menudo se le ve citar autores de tanta monta como Sófocles, Ibsen, Joan  Maragall y hasta el Dr. Turró…” Feliz coincidencia esta que hizo converger en un periódico republicano a dos intelectuales convencidos de la bondad del nuevo régimen político que había venido a sustituir a la caduca monarquía. No fue esta la primera vez que Casona apareció en Luz con motivo de La sirena varada: el 12 de diciembre de 1933 se le hacía una entrevista en el mismo periódico con motivo de la concesión del Premio Lope de Vega; y pocos días antes de que se publicara la que nos ocupa ahora, el 19 de marzo de 1934, el crítico Juan Chabás había hecho la reseña del estreno de la obra. No era, por tanto, la primera vez que se hablaba de Casona y su sirena en Luz,  pero la entrevista es rara y valiosa y en ella podemos leer las palabras del joven Casona haciéndonos un favor a todos los cangueses al exagerar un poco su permanencia en el concejo. “He pasado mi niñez hasta los 15 años en Cangas del Narcea”, le dice al periodista, cuando lo cierto es que únicamente estuvo en Besullo hasta los cinco años. Luego vendrían Villaviciosa y Gijón, y antes de Murcia todavía Palencia. No es que en la entrevista se diga nada que no sepamos de Casona, pero esta página une a dos figuras muy relevantes dentro de la intelectualidad de la II República, como se sabe la nómina de intelectuales con mayor proyección y mejor producción de todo el siglo XX español. Aquí están, para que podamos leer las palabras de uno y ver el trabajo del otro, Casona y Bagaría, Bagaría y Casona, cuando todavía no podían sospechar ni de lejos que a la vuelta de poco más de dos años la Guerra Civil vendría a hacerlos coincidir en una experiencia en la que los acompañarían miles de españoles: el exilio.

icon 02 – LUZ, marzo 1934: Entrevista a Alejandro Casona

Monseñor Atilano Rodríguez (Trascastro, Cangas del Narcea, 1946)

Monseñor Atilano Rodríguez Martínez, natural de Trascastro (Cangas del Narcea). Foto: Cesar A. Catalán

Monseñor Atilano Rodríguez Martínez nació el 25 octubre de 1946 en Trascastro, pueblo de la parroquia de Leitariegos (concejo de Cangas del Narcea, Asturias). Cursó estudios eclesiásticos en el seminario de Oviedo, recibiendo la ordenación sacerdotal en su parroquia natal de manos de monseñor Gabino Díaz Merchán, arzobispo de Oviedo, el 15 de agosto de 1970. Está licenciado en Teología Dogmática por la Universidad Pontificia de Salamanca.

Desde octubre de 1970 y hasta agosto de 1973, desempeñó su primera tarea en el ministerio sacerdotal como ecónomo de Santa María de Berducedo y su filial de Santa María Magdalena de Mesa (Allande), encargándose al mismo tiempo de las parroquias de Santa María de Lago y San Emiliano en el mismo concejo allandés. Desde el 20 de agosto de 1973 y hasta el 30 de junio de 1977 es formador del seminario menor de Oviedo.

Solicitado por el arzobispo de Zaragoza, monseñor Elías Yanes Álvarez, que fue obispo de Oviedo de 1970 a 1978, pasa a dirigir la secretaría particular del prelado zaragozano en aquella diócesis, desde el 1 de julio de 1977 hasta el 30 de noviembre de 1992, en que, retornado a su diócesis natal, recibe el nombramiento de moderador del equipo sacerdotal de la parroquia de El Buen Pastor de Gijón, cargo que desempeñaba en el momento de ser nombrado obispo auxiliar de Oviedo.

Atilano Rodríguez Martínez fue arcipreste de Gijón-Sur (06-06-94), miembro del consejo presbiteral, elegido por los sacerdotes de la vicaría norte (07-06-94), y miembro del colegio de consultores de la archidiócesis ovetense (13-11-95).

Fue nombrado obispo auxiliar de Oviedo y titular de Horea por el Papa Juan Pablo II el día 5 de enero de 1996. Su consagración episcopal tuvo lugar en la catedral de Oviedo el 18 de febrero de 1996, actuando como primer consagrante el arzobispo de Oviedo, Díaz Merchán, y como co-consagrantes el arzobispo de Zaragoza, Elías Yanes, y el obispo de Sigüenza-Guadalajara, José Sánchez González, que en su día desempeñaron el ministerio episcopal como auxiliares de Díaz Merchán en la archidiócesis de Oviedo. En la ceremonia de su ordenación episcopal participaron catorce obispos y trescientos sacerdotes.

La 66 Asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal (noviembre de 1996), lo adscribió a la Comisión Episcopal de Migraciones, encomendándole la atención pastoral de las misiones españolas en Francia. La 71 Asamblea plenaria (marzo de 1999) lo adscribe a las Comisiones Episcopales de Pastoral Social y Migraciones, ocupándose de la Pastoral Penitenciaria. La 78 asamblea plenaria (febrero de 2002) lo adscribe a la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar y es elegido obispo consiliario nacional de la Acción Católica Española, cargo en el que permanece.

El 26 de febrero de 2003 fue obispo de Ciudad Rodrigo, en tierras de la provincia de Salamanca y diócesis de la que originario monseñor Sánchez. Tomó posesión de la diócesis de Ciudad Rodrigo el 6 de abril de 2003.

El Papa Benedicto XVI lo nombra obispo de la diócesis de Sigüenza-Guadalajara el 2 de febrero de 2011 y su toma de posesión, en la catedral seguntina, se celebró el sábado 2 de abril de 2011.

La obra arquitectónica de José Gómez del Collado

Casa Morodo en 1965. Primer trabajo en Cangas de Gómez del Collado en el año 1958 cuya fachada imita una radio antigua

En 2010, coincidiendo con el centenario de su nacimiento se celebró en la Casa de Cultura de Cangas del Narcea una exposición sobre la obra arquitectónica de José Gómez del Collado (Cangas del Narcea, 1910 – 1995). Sus obras se pueden ver hoy en localidades como Tapia, Navia, Tineo, Allande o Cangas del Narcea, lugares a los que Gómez del Collado mostró otra forma de entender la arquitectura.

Fue en Cangas del Narcea donde desplegó todo su catálogo creativo en decenas de edificios, y a sus inspiraciones vanguardistas sumó también sus experiencias. En los años 40 trabajó en la oficina de Regiones Devastadas restaurando emisoras de radio y un aparato de radio fue lo que inspiró la fachada de su primer trabajo en Cangas: la casa de Morodo. Pero si una obra llama la atención es su puente colgante, inaugurado en 1973. Su construcción anticipa varios años el uso de materiales que  posteriormente tratarán arquitectos de renombre internacional, como es el caso de la malla de gallinero.

Para conocer y valorar mejor la obra de José Gómez del Collado podéis descargar el artículo que sobre él ha escrito su paisano y colega José Ramón Puerto.


VÍDEO

Al abogado Florentino Quevedo Vega

Florentino Quevedo Vega, abogado.

En la sede del ilustre Colegio de Abogados de Oviedo, tuvo lugar el acto protocolario para la imposición de la Cruz de San Raimundo de Peñafort que, en el pasado mes de agosto, el Ministerio de Justicia le concedió al abogado de Cangas del Narcea Florentino Quevedo Vega, lo que me lleva más allá de una razón de amistad personal, con la cual me honra, a escribir unas líneas breves pero llenas de afecto personal, con que sumarme al reconocimiento público de este buen amigo y enorme letrado. Dígase que aquélla es la distinción otorgada por el Ministerio de Justicia para premiar sobremanera los servicios prestados por los funcionarios de la Administración de Justicia, los miembros de las profesiones directamente relacionadas con ella, y cuantos otros hayan contribuido en su estudio y aplicación al desarrollo del Derecho, sin nota alguna oficial desfavorable en las actividades jurídicas desempeñadas.

Viene esta importante distinción, bien merecida en este caso, precedida de otros recientes reconocimientos profesionales, de los que algunos medios se han hecho eco, señaladamente el periódico La Nueva España. Digo merecida y no creo equivocarme en el caso de Quevedo Vega, ya que en una época como la que nos ha tocado vivir, de éxito en ocasiones fácil y embriagador, a veces conseguido por puro azar o sin mérito reseñable, Quevedo es rara avis en cuanto ejemplo vivo y bien elocuente de hombre hecho a sí mismo, que procedente de una familia humilde de la vecina Galicia, con enorme vocación, espíritu de sacrificio, saber hacer y energía poco común, ha alcanzado un reconocimiento profesional en el mundo del Derecho y, en concreto, de la abogacía más que notable y que le permiten aún hoy, a sus envidiables 91 años, continuar trabajando con un entusiasmo casi juvenil, lo cual debiera servir de estímulo y acicate a aquellas generaciones más jóvenes que buscan hoy, en un entorno social y profesional sin duda muy difícil, su porvenir profesional.

Si bien el Derecho, a través de la abogacía ha marcado la vida profesional de Quevedo, su formación fue originariamente otra muy distinta, ya que, como recordarán muchas personas con mayor experiencia vital que yo, ejerció muchos años ese noble oficio de maestro de escuela llegando a ser ya a finales de los años cuarenta, muy joven por tanto, director de colegio (Nuestra Señora del Carmen). Estudió la carrera de Derecho que simultaneó con el trabajo anterior, habiendo dado clases a varias generaciones de cangueses. Fue asimismo procurador durante nueve años, lo que le permitió conocer los entresijos de la burocracia judicial, como antesala privilegiada para su posterior e inmediata dedicación a la abogacía, que ya no abandonaría hasta hoy, durante prácticamente cincuenta años ininterrumpidos.

Seguramente algunos no sabrán que además, entre tanta ocupación, a Quevedo le dio tiempo a obtener el grado de doctor en Derecho, que lo llevó a, tras varios años de intenso estudio y dedicación al tema, culminar su tesis, publicada después bajo el título de «Derecho español de minas». Esta obra que viene con frecuencia citada entre la bibliografía específica en la materia, tuvo el indudable mérito de abordar sistemáticamente o en conjunto la general problemática jurídica que el Derecho minero planteaba, como rama del ordenamiento, haciéndolo Quevedo además con unos mimbres en la literatura anterior muy rudimentarios.

El doctorado fue una credencial sin duda excelente con la que Quevedo inicia su posterior y exitosa andadura profesional, principalmente aunque no sólo, en el asesoramiento de empresas mineras, algunas de las más importantes a nivel nacional en el sector carbonífero y que continuará ejerciendo al momento actual. No puedo dejar de reseñar que esta obra ha sido en alguna ocasión injustamente tratada, por opiniones cuando menos poco informadas. Huyó Quevedo, al encarar la temática de su tesis doctoral, de elegir un tema fácil o que estuviera previamente trillado en la doctrina anterior. Este libro de Quevedo ha sido valorado más ponderada y justamente en otros lugares importantes, y a título de ejemplo puedo mencionar que no hace mucho, en los Anales de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, nº 37, de 2007 (Madrid), en un trabajo del eximio Díez-Picazo, catedrático de Derecho Civil de la Universidad Autónoma de Madrid, ex magistrado del Tribunal Constitucional y, sobre todo, maestro de una importante escuela de juristas, se refiere al libro de Quevedo en términos elogiosos. O en la más prestigiosa revista científica española de Derecho público, la Revista de Administración Pública, en un extenso trabajo de quien quizá sea el mayor especialista español en Derecho minero, Isidro Arcenegui, que, si no yerro, cita hasta siete veces a Quevedo Vega al abordar diversos aspectos del Derecho de minas.

El doctorado, que le abrió las puertas de una especialidad profesional, la continuada luego y nunca interrumpida experiencia práctica en dicho campo, con su personalidad abierta y autodidacta, lo acreditan como uno de los mayores especialistas a nivel nacional en Derecho minero.

Por todo ello, por ser ejemplo de laboriosidad sin desfallecimiento, por su buen hacer profesional, por su compañerismo, es una distinción oficial del todo merecida, que agranda la ya exitosa trayectoria profesional de Quevedo Vega como abogado, y llena de satisfacción y celebramos cuantos lo conocemos y queremos.

¡Felicidades, Quevedo!

 


Enlace relacionado:

El legado de los arrieros

La Chabola de Val.láu, hacia 1920

Valentín Flórez y María Sierra, un matrimonio de comerciantes, fundaron en 1898 «La Chabola de Vallado», la venta más conocida del Camino Real de Leitariegos

Valentín Flórez y María Sierra, un matrimonio de arrieros natural de El Puerto de Leitariegos, decidieron cambiar, en 1898, los polvorientos caminos de la España decimonónica por los cuatro muros de una venta situada a medio trayecto entre la entonces conocida como Cangas de Tineo y Villablino. Era el año de «El Desastre», el punto y final de la presencia colonial española en ultramar. Una época en la que Flórez cimentó las bases de su particular imperio familiar. Un negocio que, 113 años después, sigue a caballo entre Asturias y León gracias al trabajo de una cuarta generación de comerciantes.

Al igual que el resto de los pobladores de Leitariegos, Valentín Flórez pertenecía a una familia de arrieros. Su recua, llamada la del «Tío Xipín», cubría con cierta frecuencia el camino hacía Madrid. «Eran populares la ruta del mazapán y la de la cera, realizadas en Navidad y Semana Santa, respectivamente», comenta Valentín Flórez, biznieto del arriero.

Tras contraer matrimonio con María Sierra, el avispado arriero no tardó en percatarse de las grandes oportunidades que ofrecía la creación de una venta en la que dar servicio a todos los caminantes y muleros que se abrían paso hacía la Meseta a través del puerto cangués. Fue así como, en 1898, inauguró su comercio: «La Chabola» de Vallado. Sin embargo, su inesperado fallecimiento dejó a su viuda al frente del comercio y al cargo de seis hijos. «Mi bisabuela trabajó muy duro. Era capaz de levantarse a las tres de la madrugada para servir una copa de aguardiente a un cliente», subraya su biznieto.

Años después, su hijo, Francisco Flórez, y su nuera, Victoria Rodríguez, tomaron el testigo de «La Chabola». Con ellos, la venta se adaptó al nuevo siglo. «Vendían todo tipo de cosas. Aquí había un bar, una tienda de ultramarinos, ferretería, ropa, calzado, librería, panadería, materiales de construcción, farmacia, almacén de piensos, camionetas de reparto, despacho de correos e incluso autobús de viajeros», precisa Valentín Flórez. Además, la familia era propietaria de la «Mantequería Rodríguez», que distribuía sus productos en las tiendas de Madrid.

Antigua cocina, hoy utilizada como comedor y en la época del Samartino para curar el embutido al estilo tradicional

Su fama alcanzó tales cotas que son numerosas las publicaciones de la época en las que se menciona a la venta. Tal es el caso del etnógrafo alemán Fritz Krüger, que en agosto de 1927 llegó a Vallado junto a su esposa. Francisco Flórez, responsable, en gran medida, de este prestigio, falleció en 1975 dejando al frente del negocio a su hijo Valentín y a la esposa de éste, Carmen Pérez. «Cuando fallecieron los patriarcas, cada hijo adoptó diferentes caminos. Nosotros seguimos con la venta», señala Carmen, artífice de las recetas caseras y de los licores de frutas que aún hoy día pueden degustarse en «La Chabola».

El bagaje de la venta canguesa es palpable en todos sus rincones. Objetos como una vieja cafetera empleada por los arrieros o las esquilas de los machos de la recua del «Tío Xipín» adornan las estancias de «La Chabola», en cuyo comedor el tiempo se ha detenido. Ya no hay tanto trabajo como antes. «Por semana apenas tenemos clientes», comenta Valentín Flórez, el cual prosigue añadiendo que «el mal estado de la minería también se hace notar». Y es que, el destino al final del camino parece no ser tan claro como antaño.

ENLACE DE INTERÉS: Apartotel Miravalles