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Higinio González, un ciclista cangués en la época de Bahamontes

Higinio González en un reportaje de Luis Pasamontes para turismoasturias.es.

El cangués Higinio González, fue un ciclista independiente que corrió la Vuelta Ciclista a Asturias de 1955 y 1956 ante los legendarios ciclistas españoles Federico Martín Bahamontes y Bernardo Ruiz Navarrete, entre otros, gracias a  unos días que le dejaron de descanso en la mina, de ahí que se le conociera en el mundo de la bicicleta en Asturias como «El Mineru».

Entre el 14 y el 20 de junio de 1955 se celebró la IX Vuelta Ciclista a Asturias con un recorrido de 1.100 km que se disputaron en 7 etapas de las que dos de ellas recorrerían parajes cangueses: la tercera con salida en Gijón y final en la villa de Cangas del Narcea pasando antes por Oviedo y Tineo, y la cuarta que partiría de Cangas hacia Luarca para, por la carretera de la costa, terminar en Avilés.

La ronda asturiana en sus dos ediciones anteriores había adquirido gran prestigio, mereciendo la calificación internacional y de selección para el campeonato nacional de fondo en carretera.  En la edición de 1955 llegaron a participar tres equipos extranjeros: uno francés, otro italiano y uno más belga-holandés. También destacaría este año, por primera vez, una gran caravana publicitaria en la que participaron numerosos vehículos de marcas industriales y comerciales.

Titulares en la prensa nacional tras el final de la Vuelta Asturias de 1955 destacando la proeza de Higinio González.

El ganador final sería uno de los mejores ciclistas profesionales de la historia, Federico Martín Bahamontes. Una vez más, hacía honor a su apodo, «el águila de Toledo», volando por las carreteras asturianas. En la penúltima etapa dio toda una exhibición de ciclismo y se escapó nada más dar la salida en Oviedo. En el primer paso por Mieres ya sacaba más de un minuto al pelotón y después de ascender el mítico puerto de Pajares primero y La Colladona después, llegaba a la meta de Mieres con una ventaja de cinco minutos sobre sus inmediatos perseguidores. Una impresionante etapa que al día siguiente le llevaría a lo más alto del pódium.

La prensa nacional titulaba «Bahamontes ganó la Vuelta a Asturias», pero lo curioso es que este titular iba acompañado del siguiente subtítulo: «Un picador minero, aficionado, acabó la prueba en el puesto cuarenta y dos».

Y es que en el puesto 42º de la Clasificación General final figuraba Higinio González, picador minero en las minas de Cangas del Narcea, que corría por pura afición, y que al final, tras su gran gesta, obtuvo un premio de tres mil pesetas y un mes de vacaciones que le había ofrecido su empresa minera si terminaba la carrera.

 

ENTREVISTA [publicada en PURO CICLISMO (17/05/2019)]

Miguel del Mortirolo es el creador de PURO CICLISMO, diario online de ciclismo, que desde el año 2010 intenta mostrar la otra cara del ciclismo, aquella que no se ve por la televisión y en el que las entrevistas tienen un gran peso específico en su contenido. Durante la pasada Vuelta Ciclista a Asturias 2019 conoció a Higinio González en Cangas del Narcea, quien le estuvo relatando parte de su vida ciclista.

Corrió dos Vueltas a Asturias y varias clásicas a mediados de los años cincuenta. En estas pruebas compitió contra: Federico Martín Bahamontes (El Águila de Toledo), Jesús Loroño Arteaga, Fernando Manzaneque Sánchez (Manzaneque de la Mancha), Julio Jiménez Muñoz (El Relojero de Ávila), Bernardo Ruiz Navarrete (El Pipa), …

A la derecha, Higinio González con los tubulares de repuesto a la espalda. Año 1955 ó 56.

Higinio llegaba muy bien a las etapas y nunca tuvo una pájara. Aunque nunca sufrió pinchazo alguno, una vez durante una etapa de la Vuelta a Asturias se le salió un tubular: “veníamos de Llanes a Gijón, eran ciento sesenta y algo de kilómetros. En Gijón, encima de la playa, hicimos un circuito de unas veinticinco vueltas y ganó un italiano. En Villaviciosa iba delante con otros doce ciclistas, traíamos dos minutos más o menos, y bajando se me salió el tubular de atrás, tuve que deshincharlo para poder colocarlo bien, porque sino me era imposible ponerlo. Para pegar los  tubulares usaba cinta, pero tuve la suerte de coincidir ese día en Gijón en el hotel, con un mecánico de un equipo italiano, y me dio un tubo de pasta para que se lo echara a los tubulares, y desde esa no se me volvió a despegar ninguno”.

En aquella época, como nos enseña en la foto, tenían que llevar los tubulares a la espalda.

Higinio me sigue comentando que «como avituallamiento solía llevar un filetín, cortadito para poder comerlo. También llevaba turrones de azúcar, que había cuadrados. Además llevaba fruta escarchada, de pera o de melocotón».

Ya ta el Carmen en casa

Tano Ramos

Cuando mi madre era una niña de casi diez años, allá por el principio de la década de los treinta del siglo XX, el día del Acebo subía andando muy temprano con su abuelo hasta Veigalapiedra. Allí se apostaban con su negocio. Disponían de uno o dos vasos y de un par de jarros que llenaban en una fuente no muy cercana. Cuando comenzaba a llegar la gente que caminaba hacia el Acebo, mi bisabuelo les ofrecía a todos un vaso de agua que cobraba a un perrón. Cada vez que un jarro quedaba vacío, mi madre corría con él a la fuente a reponerlo. Pasaban así buena parte de la mañana.

Años después, ya casada, mi madre iba con su cuñada Oliva a vender cintas y velas al Acebo. Otro negocio efímero. La mercancía se la proporcionaban fiada en la tienda de Evaristo Morodo. Mi padre les hizo una mesa que usaban como mostrador, con patas plegables para que fuese más cómodo acarrearla montaña arriba, cargadas también con cestas.

Subían andando al Acebo el día antes de la fiesta, siempre preocupadas por el tiempo, temerosas de que la lluvia les estropease el negocio. Una vez, de camino, le pidieron un pronóstico a un paisano. Los paisanos de los pueblos (como yo ahora gracias a la artrosis) eran entonces infalibles hombres del tiempo. El hombre miró al cielo y sentenció: «Ta farruco». Mi tía Oliva y mi madre reían cuando evocaban cómo las sacó de dudas aquella certera respuesta.

Ya en el Acebo, pasaban la noche con otra gente y dormían en el suelo, en una pequeña casa de piedra cercana a la iglesia. Al día siguiente, muy temprano, empezaban a vender las cintas y las velas. Regresaban a Cangas por la tarde, corriendo monte abajo, y se acercaban a casa Evaristo a hacer cuentas. Recibían un trato muy ventajoso. Pagaban lo que habían vendido y devolvían sin coste alguno lo que no había tenido salida. Mi madre iba después a casa, se cambiaba y corría a coger el Alsa que la llevaba a Pola de Allande. Allí estaba mi padre, en la fiesta del Avellano, trabajando de camarero.

Hubo un tercer negocio, también efímero. En las fiestas del Carmen, mis padres y mis tíos Chali y Oliva ponían un bar en las verbenas. Hay una foto en la que los cuatro (aparece también mi tío Emilio) posan tras la barra, jóvenes y llenos de vida. Parece que están de fiesta en lugar de trabajando mientras los demás se divierten. Sobre este bar siempre evocaban una historia. Ocurrió hacia 1947, en la verbena de La Vega, el día del Carmen. Un vecino, Lache, se acercó a la barra y pidió unas bebidas. Nada extraño, salvo que mi padre observó que se las llevaba detrás de una pila de tablones. Al rato, Lache regresó a por otra ronda y también se la llevó al mismo lugar. Mi padre se lo comentó a mi madre, que era muy amiga de Lola, la mujer de Lache. Pregúntale si vuelve, resolvió mi madre. Y así fue. «Calla, calla», respondió Lache, «que están ahí mis cuñados celebrando que se los llevan a Francia». Sus cuñados, hermanos de Lola, eran los Manzaninos, unos cangueses republicanos que andaban escondidos por el pueblo desde el final de la guerra. La Guardia Civil los buscaba sin tregua y ellos se permitían ponerse a beber al lado del cuartel.

Por entonces, los Manzaninos llevaban unos años ocultos en las bodegas de la casa de Lola. También había permanecido allí su padre hasta que murió y lo enterraron una noche en el Monte Chorizo, muy cerca de donde había estado el cementerio de Ambasaguas. Lola le contaba a mi madre cómo cuando su padre enfermó, iba a atenderlo don Rafael el médico, republicano como ellos. Don Rafael se disfrazaba de mujer, se echaba una toquilla por encima, y bajaba desde su casa en la calle de la Fuente, de noche, como si fuese una de las canguesas que acudían a rezar a la puerta de la iglesia del Carmen.

Todas esas historias y muchas más me las contaba mi madre. Con una pasión sin medida, evocaba aquel Cangas de su niñez y su juventud como un verdadero paraíso pese a las penurias y el trabajo duro. Cangas era para ella lo mejor del mundo. Exactamente así lo expresaba. Era una canguesa del club de Carlos Graña, que escribió en 1944: «¿Qué hay superior a Cangas? ¡Solo el cielo!».

Estos últimos años vivía en Avilés, cómoda y muy bien atendida, con la ilusión de regresar a su pueblo cada verano, donde la cuidaba con mimo su vecina Esther. «Ya ta el Carmen en casa», decía invariablemente en junio, mientras paladeaba el viaje. Quién te lo iba a decir: a veranear a Cangas, le tomaba el pelo yo entonces, ya eres como el conde de Toreno.

Cuando era una niña, en los años veinte del siglo pasado, mi madre participaba cada verano en el recibimiento al conde de Toreno y su familia. Les aplaudía y vitoreaba cuando se asomaban al balcón del palacio, en el Mercado, y después se ponía a la cola, a recoger unos céntimos que iba dando un propio a los pobres.

El año pasado sólo permaneció en su pueblo unos días, durante el Carmen. Se agotaba enseguida, en cuanto caminaba un poco. Se dio cuenta de que ya no regresaría a su Cangas, de que ya no habría más veranos extraordinarios. Entonces comenzó a apagarse. Pero sin admitir que se había terminado esa etapa. Dos días antes de morir, a un poco más de un mes del Carmen, sorprendió a su nieta Esther con una propuesta. Le planteó hacer un viaje juntas. Pero en ese horizonte no aparecía Ambasaguas, ni el Cascarín, ni el Narcea, ni los Bloques del Carmen, ni el Acebo. En una pirueta mental defensiva, mi madre le soltó: «¡Vamos tú y yo solas a Londres!».

(Nieves García Rodríguez nació en Cangas del Narcea el 13 de octubre de 1921 y murió en Avilés el 14 de junio de 2019)

De izquierda a derecha, Chali, Oliva, Tano, Nieves, un vecino que no tengo identificado y Emilio. En el bar de la verbena del Carmen, en 1946 o 1947

 

Trece poesías de Gervasio Suárez-Cantón

Gervasio Suárez Cantón en El Recluta, Alto de Santarbás, en el verano de 1983.

Publicamos aquí un documento sonoro que nos ha hecho llegar Jorge Bethencourt Colubi, con 13 poesías compuestas y recitadas por el cangués Gervasio Súarez-Cantón y de Llanes-Campoamor. Estos pasajes «más o menos literarios», como el propio Cantón dice en la grabación, son los siguientes:

EL VIEJO ROBLE.— Motivado por sus aficiones a la montaña y a la caza.

CARRETERA DE MONTAÑA

EL ANDAR DEL RÍO.— Dedicado al río Pisuerga a su paso por Valladolid.

UNA ORACIÓN PARA RODRÍGUEZ DE LA FUENTE.— A la memoria del naturalista y divulgador ambientalista español, Félix Rodríguez de La Fuente, al que Cantón tuvo el gusto de conocer en Madrid.

EL SUEÑO.—  Un elogio al sueño porque para Cantón, «en la vida actual los mejores momentos son los que se pasan soñando».

EL RECUERDO.— «Lo que pasó y ya no vuelve».

ALICIA.— Porque para nuestro poeta, «las mujeres son dignas de figurar en la poesía».

A TU BOCA, CARMENCHÍN – Poesía dedicada a la pintora canguesa Carmen Muñiz (Carmenchín)

LUCERO TENA. Recuerdo a la bailarina de flamenco mexicana, María de la Luz Tena Álvarez, de nombre artístico Lucero Tena, maestra en el arte de tocar las castañuelas y los palillos flamencos.

 Y para finalizar, un ciclo dedicado a las cuatro estaciones canguesas del año:

10º OTOÑO

11º INVIERNO

12º PRIMAVERA

13º VERANO

Nuestro célebre poeta, falleció en avanzada edad el 27 de octubre de 1993 en la villa de Cangas del Narcea, pero hoy todavía lo podemos escuchar en el siguiente enlace:



 

Faustino Ovide González (Villategil, 1863 – Barcelona, 1937): el último y olvidado defensor de Manila

Faustino Ovide González (Villategil, 1863 – Barcelona, 1937), el último defensor de Manila.

Faustino Ovide González nació en 1863 en el pueblo asturiano de Villategil, del concejo de Cangas del Narcea. Herrador de oficio, se incorporó a filas en 1883, y tras cumplir el servicio militar, decidió quedarse en el Ejército. Su hoja de servicios tiene poca relevancia hasta que en 1895, y siendo ya sargento, pidió destino a Filipinas, lo que le valió el ascenso a segundo teniente.

Primero estuvo en la indómita Mindanao, pero ante la insurrección en Luzón fue destinado a Manila. Desde entonces y al frente de su sección luchó denodadamente en numerosos encuentros con los rebeldes, siempre en vanguardia o flanqueo, cuando no en operación independiente. Aquello le costó perder su caballo en una acción y ser herido de arma blanca en otra, pero le valió el ascenso a primer teniente y recibir nada menos que cuatro Cruces del Mérito Militar de primera clase con distintivo rojo. Había apresado, entre otros, un cañón y una ametralladora enemigos.

En 1898 seguía en Manila, destinado en la misma unidad que los heroicos defensores de Baler, el 2º de Cazadores. Durante el asedio de la ciudad por las tropas de Aguinaldo se volvió a destacar en la defensa de las líneas, y especialmente en la del Blocao número 14, lo que le valió una nueva Cruz Roja y la de María Cristina, entonces sólo inferior a la Laureada.

El 13 de agosto de 1898, las tropas norteamericanas iniciaron el asalto a la ciudad. El teniente Ovide estaba en reserva con su sección, pero, ordenada la retirada de los puestos de primera línea, y como en su sector fuera ésta precipitada, comprometiendo la de otras tropas adyacentes, se le ordenó volver a ocupar una posición prematuramente abandonada y aún no ocupada por el enemigo.

Sin embargo, al avanzar vio que ya la defendían tropas americanas. Sin arredrarse por ello y por la retirada general, consiguió reconquistarla, y haciéndose fuerte en ella, resistió largo tiempo los ataques enemigos hasta que al final, temiendo ser desbordado por los flancos y con una herida de bala en la boca, ordenó la retirada, que se efectuó en orden y combatiendo. Al llegar a las inmediaciones de la ciudad, se le avisó que ésta hacía tiempo que ya había capitulado, por lo que tuvo que cesar la resistencia.

Al heroico oficial y a su pequeña tropa les rindió honores hasta su enemigo, las tropas americanas del general Greene, quien felicitó a Ovide personalmente por su conducta. Fue recompensado poco después con la Gran Cruz de Carlos III, tal vez algo parcamente.

Faustino Ovide llegó a teniente coronel en 1919, retirándose seis años después. Fallece en Barcelona en enero de 1937, a los 73 años.


Fuente: Revista Española de Defensa nº 127. Septiembre, 1998


Más información sobre nuestro héroe en los siguientes enlaces:

En memoria de un héroe [Faustino Ovide González]

Capitán Faustino Ovide González (Ed. Agualarga)

Quizás para muchos aquella lejana Guerra de Cuba y Filipinas de 1898, la de las batallas de nuestros abuelos, suene a ecos lejanos extraídos del viejo libro de la Historia y tan solo siga viva en los recuerdos gracias a elocuentes frases como aquella de “más se perdió en Cuba” y otras por el estilo, tantas veces utilizadas en el lenguaje coloquial.

Lo cierto es que, en los últimos años del turbulento siglo XIX, España, casi sin querer, se vio sumida en una guerra contra una potencia, por entonces emergente y con claros afanes expansionistas, como eran los Estados Unidos de América que supuso la pérdida de los últimos vestigios del viejo Imperio español conquistado no con pocos sacrificios desde finales del lejano siglo XV.
Cuba, Puerto Rico y Filipinas constituían los últimos rescoldos de aquel amplísimo Imperio forjado, a lo largo de siglos, por la decidida acción de miles de españoles, muchos de ellos anónimos, que lograron situar a España a la cabeza de las naciones de la tierra.
1898, un año fatídico, vino a poner el epílogo a un siglo atestado de guerras y acciones de armas que abarrotan las páginas de nuestra Historia. La Guerra de las Naranjas contra portugueses; la Guerra contra los ingleses que dio al traste con la flota española en Trafalgar; la heroica de la Independencia contra Napoleón; la de emancipación en todos los frentes de los Virreinatos de Hispanoamérica; la invasión de los llamados “cien mil hijos de San Luis”; tres guerras civiles; la de África de 1859-60; la Campaña del Pacífico y junto a ellas acciones tan poco conocidas como la expedición a Dinamarca, formando parte de un ejército que defendía los intereses napoleónicos; la realizada a Italia para defender los derechos papales; la nueva anexión de Santo Domingo; la expedición a Méjico o la de la Cochinchina, jalonaron, junto a pronunciamientos, contra pronunciamientos de toda índole y movimientos cantonales, un siglo que se antoja de muy complicada comprensión y que sin duda abonó el terreno para sucesos posteriores que tuvieron como escenario el pasado siglo XX.

Y así, el final del siglo, quiso depararnos la última de las desagradables sorpresas que ponía fin, como queda dicho, al viejo Imperio en que “jamás se ponía el sol”.

Tal vez por razón de relativa proximidad o simplemente por el hecho de una mayor presencia del elemento peninsular en aquella isla, lo cierto es que la pérdida de Cuba se mantiene más fresca en nuestros recuerdos que aquella otra, coetánea, del lejano archipiélago filipino casi siempre olvidado o al menos pasado por alto.

De aquel archipiélago, conquistado definitivamente en 1564 por el insigne marino vasco Miguel López de Legazpi y bautizado así en honor a Felipe II, tan solo se recuerda, con cierta frescura, la batalla naval de Cavite y la heroica epopeya de Baler, inmortalizada en la película “Los últimos de Filipinas”. Sin embargo, en esta campaña, como en muchas otras en las que se batieron las armas de España, son muchos los testimonios de heroísmo legados para la Historia por hombres y mujeres, en muchos casos de identidad anónima y en otros conservados tan solo, para la memoria, en los polvorientos legajos de viejos y casi olvidados archivos.

Sin duda, en este último apartado, podemos incluir al protagonista del presente trabajo, el que fuera Capitán del Cuerpo de Seguridad D. Faustino Ovide González quien, con su valentía y arrojo, supo escribir una brillante página en nuestra Historia patria de finales del siglo XIX.

En agosto de 1896 estalla la insurrección tagala en Filipinas. Allí, en aquellas lejanas tierras del extremo oriente, un puñado de no más de 13.000 soldados, la mayoría indígenas, guarnecía el vasto territorio formado por el archipiélago filipino y las islas Guam, Carolinas y Marianas. Un total de 7.000 islas habitadas por 7.000.000 de almas y con muy poca presencia peninsular.

El hecho de que estallase esta insurrección puso en alerta a las autoridades españolas del archipiélago que no escatimaron esfuerzos ni celeridad en solicitar refuerzos, tanto de hombres como de medios y material, a la metrópoli; sin embargo, la prioridad en atender la guerra de Cuba, iniciada con anterioridad, impidió finalmente el envío de los efectivos necesarios, pudiendo solo remitirse unos 30.000 soldados, a todas luces insuficientes para atender un territorio extenso y complejo.

Pese a todo, como es sabido para quien conozca medianamente el devenir de esta página de la Historia, la primera fase de la Campaña concluyó con una precaria victoria para las armas de España; victoria que se vio algo más afianzada tras el pacto con el caudillo local Aguinaldo a quien se le llegó a indemnizar para que se exiliase del archipiélago, trasladándose a la colonia inglesa de Singapur.

Intereses de los Estados Unidos de un lado, derivados de sus claros deseos de expansión, y de otro el temor de las potencias occidentales a que Japón afianzase su hegemonía en la región, hicieron que la vista se desviase hacia la posesión española de gran importancia estratégica como se demostraría años más tarde.

Así, tras lograr, como fue habitual en esta guerra, el interesado favor de los ingleses, utilizando contra lo dispuesto en los acuerdos internacionales las bases de Hong Kong y Singapur, los norteamericanos alistaron la llamada Escuadra de Asia al mando del Comodoro Dewey e incluso establecieron contacto con Aguinaldo y los suyos, ganándolos, al menos inicialmente, para la causa yanqui.

La Escuadra americana, compuesta por 7 buques de guerra, desplazaba un total de 19.000 Tm., disponiendo de un armamento de 53 cañones de grueso calibre, entre 203 y 127 mm, y otros 57 de menor calibraje, atacó en Cavite a la española del Almirante Montojo que alineaba un total de 10 buques – 7 cruceros y 3 cañoneros – desplazando todos ellos 14.000 Tm., pero con una potencia de fuego sensiblemente menor ya que tan solo disponía 40 piezas, de entre 160 y 90 mm de calibre, y otras 43 de calibres menores.

Un conglomerado de buques alguno de ellos de casco de madera, como el Crucero “Castilla”; otros de casco de hierro pero sin protección de ningún tipo, como los Cruceros “Reina Cristina” —buque insignia de Montojo—, “Juan de Austria” y “Antonio de Ulloa” o el Cañonero-torpedero “Marqués del Duero” y finalmente otros, protegidos, como los cañoneros, pomposamente denominados cruceros de 3ª clase, “Isla de Cuba” e “Isla de Luzón” e incluso algunos inútiles como el Crucero “Velasco”, formaban aquella Escuadra de muy escaso valor militar. Pese a todo, la mayoría de nuestros buques eran relativamente de reciente construcción, entre 1875 y 1887, si bien con un estado de conservación muy deficiente dado lo penoso de sus largas misiones de patrullaje por las costas de archipiélago y el natural desgaste sufrido con ocasión de la Campaña iniciada dos años antes.

La situación militar tampoco era mucho mejor. El Capitán General Primo de Rivera, había solicitado a Madrid el envío urgente de piezas de artillería para la defensa de la costa, material que jamás llegó. Por ello, para la defensa de Manila, principal objetivo de la Campaña, solo pudo disponer de 37 piezas, las de mayor calibre unos obuses Ordóñez de 24 cm, insuficientes para equilibrar la potencia de fuego embarcada de los americanos.

Tras la derrota de Cavite y el relevo del Capitán General, Manila quedó cercada hasta el 14 de agosto, fecha en la que capituló su Guarnición compuesta por algo más de 9.000 hombres.

Y aquí, en este instante de la historia particular de esta Campaña, surge nuestro héroe; Faustino Ovide González, un asturiano nacido en Villategil (Cangas del Narcea), el 15 de febrero de 1863 que sienta plaza, como Soldado “por su suerte” —como reza su Hoja de servicios—, el 26 de junio de 1883, siendo destinado al Regimiento de Infantería de La Reina nº 2, por aquel entonces de guarnición en Jerez de la Frontera.

A partir de aquí comienza su particular carrera militar que le lleva a varios destinos, Regimiento de Infantería de Reserva Arcos nº 18; Regimiento de Infantería Extremadura nº 15; Regimiento de Infantería Canarias nº 42 y Batallón Disciplinario de Melilla desde cuya plaza, un 15 de noviembre de 1895, salé destinado para el lejano archipiélago filipino, incorporándose en Manila, a principios del año siguiente, al Regimiento de Infantería de Línea Joló nº 73 de guarnición en aquel territorio ultramarino pero ya con las divisas de 2º Teniente logradas el 27 de julio de ese mismo año.

Implicado directamente en la campaña militar contra la sublevación tagala, participa, desde 1896 en numerosos combates, primero como Oficial destinado en la 2ª Línea del Tercio nº 20 de la Guardia Civil y más tarde como 1º Teniente del Batallón de Cazadores Expedicionario nº 2, empleo que alcanzó, por méritos de guerra, el 28 de noviembre del mencionado año 1896.

Su brillante Hoja de servicios nos acerca al historial personal de un hombre que supo afrontar con bravura su responsabilidad desde puestos de notable riesgo en una circunstancia histórica totalmente adversa. Desde noviembre de 1896 en que entra en combate no cesa su actuación en campaña hasta la definitiva pérdida del archipiélago dos años más tarde, demostrando en todas cuantas acciones participa un valor y aplomo que le hizo acreedor a alguna de las más altas condecoraciones de cuantas concedía España en aquellos años.

De las múltiples acciones de guerra en las que participó y que figuran en su Hoja de servicios, destacaremos solamente las más relevantes:

Los días 6, 14, 18 y 28 de noviembre de 1896 combate, al frente de su Unidad de la Guardia Civil, en el puente de Zapote. Esta acción como, queda dicho, le valió el ascenso a 1º Teniente por méritos de guerra.

Días más tarde, concretamente el 15 de diciembre, ataca a una partida de insurrectos causándoles cinco muertos y ocupándoles abundante material y tan solo once días después, el 26, tras vadear de madrugada, con 30 hombres, el río Zapote, ataca por sorpresa un campamento enemigo, causándoles grandes bajas e interviniéndole gran cantidad de armamento y municiones de boca y guerra.

A lo largo de 1897 participa en todos los combates verificados en su sector, destinado siempre en puestos de extrema vanguardia. Destaca aquí los habidos el 11 de febrero en que, con una fuerza de 36 hombres, ataca a una numerosa partida de insurrectos a los que causa enormes bajas y pone en fuga. Tan solo cuatro días más tarde, el 15, participa en la toma de la localidad de Pamplona.

Por estos combates de febrero se le concede su primera Cruz de 1ª Clase, con distintivo rojo, al Mérito Militar. Posteriormente es recompensado con su segunda Cruz de 1ª clase del Mérito Militar, también con distintivo rojo, por la toma de Pamplona acaecida, como queda dicho, dentro del conjunto de operaciones desarrolladas en el precitado mes de febrero.

El 4 de junio de ese año sufre una herida con arma blanca al hacer personalmente un prisionero durante una refriega con una partida de insurrectos seguidores de Aguinaldo.

El 7 de julio de ese mismo año de 1897 le conceden su tercera Cruz de 1ª clase al Mérito Militar, con distintivo rojo, esta vez pensionada, por la toma de Bacoor y el 5 de diciembre se le recompensa con la cuarta Cruz de 1ª clase al Mérito Militar, igualmente con distintivo rojo, por los combates habidos el 22 de agosto anterior.

El 23 de agosto de 1897. Pasa destinado a Manila donde el Capitán General le asigna el mando de una columna compuesta por 180 hombres para operar en las provincias de Cavite y Laguna. En una de estas acciones logra el apresamiento de un importante cabecilla tagalo, tras el ataque que ejecuta sobre un campamento enemigo en que recupera abundante material entre el que se encuentra una ametralladora y una lantaca (pieza de artillería de avancarga de pequeño calibre originaria de la región de Malasia y ampliamente empleada por los rebeldes filipinos).

Continuando con las operaciones en días subsiguientes, logra igualmente la captura del cabecilla insurrecto, Miguel Hernández, conocido como el Rey de Pamplona y Bayanán, así como de su ayudante y de otro jefe insurrecto de nombre Jorge Soriano.

Ya en la última fase de la campaña, concretamente el 4 de junio de 1898 pasa destinado a su Compañía, asumiendo el mando en plena retirada de la Unidad hacia Manila, logrando hacerse fuerte con ella y sosteniendo durísimos combates desde una trinchera que ordenó construir y defendió hasta el siguiente 24.

El 29 de junio pasa destinado a la 5ª Compañía y se hace cargo del mando del blocao nº 14, vacante por baja de su titular, donde se defiende de los duros ataques enemigos, sufriendo e infringiendo numerosas bajas. Distinguiéndose especialmente el día 18 de julio cuando el enemigo, en abrumador mayor número, pretende tomar la posición por él defendida y que logra rechazar.

El 13 de agosto, iniciados los bombardeos por parte de los buques de la Armada norteamericana, se le ordena retirarse sobre Manila. Tras recibir la orden, de forma voluntaria, se queda al mando del último escalón donde permanece cuando se le comunica que debe recuperar una trinchera, ocupada por los norteamericanos, con el fin de proteger el repliegue de las Fuerzas propias.

Recibida la orden, ataca con tal ímpetu y bravura la posición americana que logra desalojarlos, dejando en la huida varios muertos. El mismo sufre su segunda herida de guerra al recibir un balazo en el labio inferior, manteniéndose, pese a todo, al frente de su Unidad que, con un nutrido fuego de fusilería, apoya la retirada de nuestros Soldados hasta las mismísimas puertas de Manila donde recibe la orden de rendirse ya que la Plaza lo había hecho con anterioridad.

Placa de primera Clase Orden Militar de Mª Cristina creada en 1889

Concluida esta brillante acción es felicitado personalmente por el General Greene del Ejército norteamericano quien, poniéndose al frente de sus hombres, le rinde honores de guerra por su valeroso comportamiento. Por esta acción recibió, por R.O. de 19 de abril de 1899 la Cruz de 1ª clase de María Cristina y por R.O. de 24 de julio del mismo año la Cruz de Carlos III.

Repatriado a la península, pasa destinado a la Comisión liquidadora de los Cuerpos de Filipinas.

En 1900 recibe su quinta Cruz de 1ª clase del Mérito Militar, con distintivo rojo y pensionada, por las acciones derivadas de la defensa de Manila. También ese año se le concede la Medalla de la Campaña de Filipinas con los pasadores de Luzón y Mindanao.

Su vida transcurre en diferentes destinos como la Zona de Reclutamiento de Gijón, el Batallón de Cazadores de Ibiza nº 19 hasta su ascenso a Capitán, por antigüedad, que se produce el 18 de diciembre de 1906.

En estos años recibe la Medalla de Alfonso XIII; la Cruz de San Hermenegildo y la Medalla de Plata de los Sitios de Gerona.

En enero de 1911 pasa destinado, como Capitán, al Cuerpo de Seguridad de guarnición en Barcelona donde permanece hasta 1917 en que es ascendido a Comandante por antigüedad.

Destinado en Barcelona, en su Zona de Movilización, más tarde Regimiento de Infantería de Reserva Barcelona nº 32, recibe en 1916 la Placa de la Orden de San Hermenegildo.

Con fecha 31 de mayo de 1919 es ascendido al empleo de Teniente Coronel en la reserva y en 1925 pasa a la situación de retirado donde le perdemos la pista.

Lamentablemente no hemos logrado su historial como Oficial del Cuerpo de Seguridad que, a buen seguro, estará igualmente jalonado de hechos dignos de ser mencionados para evocar su recuerdo. Por lo poco que podemos descubrir en su historial militar, creemos que durante su permanencia en el Cuerpo de Seguridad tan solo estuvo destinado en Barcelona, no pudiendo precisar en las Unidades en que prestó sus servicios.

Lo cierto es que nos encontramos ante uno de esos personajes, la mayoría de las veces anónimos, que con su trabajo diario escriben, con letras de oro, las páginas más brillantes y gloriosas de los Cuerpos de los que forman parte. Tal vez, Faustino Ovide se hizo merecedor a ser recompensado con la Real y Militar Orden de San Fernando, máxima condecoración militar que se concede en España, sin embargo no fue así y su heroica estela se pierde en la nebulosa de la Historia de la que hay que rescatarlo entre legajos y libros con sabor a viejo.

Digamos, por último, que una buena iniciativa para afianzar un poco más nuestro espíritu de Cuerpo, como herederos de las tradiciones e historiales de la Policía Española, sería recuperar para la memoria colectiva cuantos hombres, integrados en nuestras filas, han sabido escribir, como Faustino Ovide, páginas de gloria para la Historia de la Patria.

COMENTARIO UNIFORMOLOGICO:

En la foto que ilustra el presente trabajo, el Capitán Faustino Ovide, aparece con uniforme del Cuerpo de Seguridad en su modalidad de invierno, de color tina oscuro, con tresillos a la granadera en sus bocamangas. El uniforme es igual que el de Infantería diferenciándose por las cifras con las iniciales del Cuerpo que lleva en cuello y frontis de la gorra, este orlado de laureles, así como por el color de las divisas, botones e hilo de las hombreras que son de color blanco, todo ello en aplicación del Reglamento de Uniformidad de 1908 y las modificaciones habidas en 1911.

En cuanto a la condecoración que luce en su pecho y que se reproduce en dibujo, se trata de la Placa de la Orden Militar de María Cristina de 1ª clase, para Oficiales. Esta Orden fue instaurada en 1889, en Ley Adicional a la Constitución del Ejército de 19 de julio de dicho año. La condecoración, que lleva en su interior la leyenda “al mérito en campaña”, constituía la segunda en importancia tras la Real y Militar Orden de San Fernando al no haberse instaurado todavía la denominada Medalla Militar. En la fecha en que le fue concedida al protagonista del presente trabajo tan solo se otorgaba a Generales, Jefes y Oficiales, 3ª, 2ª y 1ª clase respectivamente; a partir de 1913 comenzó a otorgarse a Suboficiales y no fue hasta 1925, tras su reinstauración ya que dejó de concederse entre 1918 y el año citado, en que por R.D. de 9 de julio, se concedió también a Tropa, apareciendo igualmente la figura de Cruz colectiva. Esta condecoración dejó de concederse con el advenimiento de la II República, siendo restablecida en 1937 con el nombre de Cruz de Guerra.

Esta Cruz de 1ª clase se representa mediante una Placa de ráfagas de color plata, de unos 9 cm. de diámetro, sobre las que se superpone una cruz, rodeada de laurel, y cuatro espadas que se unen en el centro, todo de bronce mate, con lises de oro en los brazos inferior y laterales y una corona real y un rectángulo, de oro brillante los dos, en el superior. Sobre la cruz un escudo rodado y cuartelado con dos castillos y dos leones, la granada entada y escusón borbónico con tres flor de lis, con bordadura azul con el lema “al mérito en campaña”.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:

  • Archivo General Militar de Segovia
  • Manual del Cuerpo de Seguridad. Madrid 1908
  • Los Uniformes del Reinado de Alfonso XIII. L. Grávalos y J.L. Calvo. Quirón Ed. 2000
  • La Guerra del 98. A. Rodríguez González. Ed. Agualarga 1998
  • Buques de Guerra Españoles 1885-1971. Aguilera y Elías. Ed. San Martín 1972
  • El Buque de la Armada Española. Ed. Silex 1999
  • La Construcción Naval Militar Española 1730-1980. M. Ramírez Gabarrús. E.N. Bazán 1980

Artículo publicado en la revista Policía por José Eugenio Fernández Barallobre, Inspector (J) de la Policía Nacional desde 1979, Alférez R.H. del Cuerpo de Infantería de Marina y Diplomado en Criminología por la Universidad de Santiago de Compostela.  Es autor del blog: Una historia de la Policía Nacional.

[Faustino Ovide González] El último defensor de Manila en 1898

Capitán Faustino Ovide González (Ed. Agualarga)

La historia militar de España abunda en personajes que, protagonizando hechos de lo más encomiable, apenas han sido recordados con posterioridad a los acontecimientos. A paliar en lo posible una de estas injusticias dedicamos el presente trabajo, que nos permitirá, de paso, ofrecer algunas noticias sobre una de las campañas menos conocidas de nuestro Ejército, y la tan honrosa como heroica carrera de un hombre salido de las filas de tropa.

Unos modestos inicios

Nuestro protagonista, Don Faustino Ovide González, nació en la pequeña aldea asturiana de Villatejil, dependiente del ayuntamiento de Cangas del Narcea, el 15 de enero de 1863, siendo sus padres Don Francisco Ovide Menéndez y Doña Rosalía González Rodríguez, de bien modesta condición.

Nada sabemos de sus primeros años salvo que el 26 de junio de 1883 le corresponde ser soldado “por su  suerte”, como se decía entonces, constando entonces que se hallaba avecindado en Madrid, teniendo el oficio de herrador. El joven recluta, tras librarse por sorteo de Ultramar, fue destinado al Regimiento de Infantería de La Reina, n° 2, de guarnición en Jerez, y dentro de éste a la primera compañía del primer batallón, jurando bandera en agosto de aquel año. El 1 de junio de 1884 es ascendido a cabo segundo y el 1 de abril del 85 asciende a cabo 1°, recibiendo la licencia indefinida por Real Orden de 14 de julio. Allí hubiera acabado su servicio, de no ser porque, tras dejar correr los meses veraniegos en su pueblo natal, D. Faustino pidió y obtuvo el reingreso, contando como fecha de antigüedad desde el 1 de noviembre.

El 24 de mayo de 1886 ascendió a sargento 2°, pasando al segundo batallón del mismo regimiento, con el que se traslada a Ceuta el 21 de junio de aquel año, permaneciendo en dicha plaza hasta el 7 de julio de 1888, todo ello en unos difíciles años en que menudearon los incidentes con los marroquíes, e incluso se temió  que la frágil salud del Sultán terminara haciendo inevitable una intervención militar española ante el subsiguiente caos en el país vecino.

El 25 de junio de 1888 se reengancha por segunda vez, continuando en el mismo regimiento y en sus destacamentos de Algeciras y Tarifa hasta junio de 1890.

Los años siguientes son de rápido paso por varias unidades: el Regimiento de Los Arcos n° 18, el de Extremadura n° 15 y el de Canarias n° 42, con el destino de escribiente en todos ellos, hasta su pase en noviembre de 1894, cuando apenas se han apagado los rescoldos del reciente conflicto de Melilla, al Batallón Disciplinario de esta plaza, no por sanción sino por destino regular, hasta fines de octubre de 1895.

Para entonces ya ardía la insurrección separatista en Cuba, por lo que, aprovechando los incentivos ofrecidos a los suboficiales, el sargento Ovide solicitó un tan prometedor como peligroso destino a la isla, recibiendo así el ascenso a 2° teniente por orden de 3 de octubre, a contar desde 27 de julio anterior. Gracias al ascenso y tras el preceptivo permiso, Don Faustino contrajo matrimonio el 11 del mismo en Cádiz con Doña África Blanco Lladó. Una Real Orden del día 16 dejaba sin efecto el destino anterior, cambiándolo a las mucho más lejanas Filipinas, embarcando en Barcelona el 15 de noviembre en el vapor de la Compañía Trasatlántica “Isla de Panay” y desembarcando en Manila el 14 de diciembre.

Poco imaginaba entonces el recién ascendido teniente que el archipiélago filipino iba a ser el escenario de sus hazañas, que iban a cambiar espectacularmente su hasta entonces honrosa pero tranquila y modesta carrera militar.

El Ejército y la Armada en Filipinas

Resulta sorprendente lo escaso de los recursos militares con los que España defendía de agresiones externas y mantenía el orden interno en un territorio tan extenso como era Filipinas, un archipiélago de más de siete mil islas, poblado por más de 7 millones de habitantes, de los que apenas unos pocos miles habían nacido en España. Y a ese ya extenso territorio, aún con zonas poco exploradas y menos cartografiadas, se añadían los archipiélagos de Marianas,  Carolinas y Palaos.

Para guarnecer todo aquello la fuerza real se reducía a unos 13.291 hombres, (unos 16.700 según plantillas teóricas), incluyendo todos los cuerpos, servicios e institutos armados hasta Guardia Civil y Carabineros. De ellos, sólo 4.269 eran europeos, constituyendo en general los mandos hasta suboficial y cabos inclusive, siendo la tropa y algunos sargentos y cabos indígenas. El soldado filipino era muy estimado por su sobriedad, valor y resistencia, resultando especialmente indicado para operar en aquellos territorios, selváticos y accidentados, sin resentirse del clima y de las enfermedades que diezmaban a los europeos, así como de una habilidad proverbial para la guerra anfibia a la que le obligaba la multitud de islas.

El núcleo fundamental de la fuerza estaba compuesto por siete regimientos de infantería: Legazpi, Iberia, Magallanes, Mindanao, Bisayas, Joló y Manila, con numeración respectiva y correlativa del 68 al 74. Existía además  sólo un regimiento de caballería, de Lanceros de Luzón, con un único escuadrón. La artillería constaba de un regimiento de plaza, por excepción europeo en su totalidad, aunque solía utilizarse en misiones de infantería. La artillería propiamente dicha se encomendaba a un regimiento de montaña, articulado en dos grupos de 3 baterías con seis piezas cada una. Otras unidades eran un batallón de ingenieros y diversas tropas de maestranza, Estado Mayor., etc, entre las que destacaban algunas compañías disciplinarias.

Por su parte la Armada sumaba más de tres mil hombres, con menor proporción de indígenas, salvo en los cañoneros y unidades menores, en que constituían toda la dotación salvo el mando,  oficiales y maquinistas. Los buques  en 1895 eran cinco pequeños cruceros, una veintena de cañoneros (incluidos los fluviales y lacustres), tres transportes y diversas unidades menores y auxiliares. Su papel era transcendental, no ya sólo en sus específicas misiones, sino como  transporte obligado para las tropas del Ejército en un medio insular y con escasas o nulas vías terrestres de comunicación, apoyando sus acciones con la artillería, o coadyuvando en las operaciones anfibias con los trozos de desembarco de los buques.

En suma, aunque muy profesional y preparada, una fuerza tan limitada que apenas podía cumplir misiones policiales y de mantenimiento del orden interno, lo que para las Filipinas del XIX era ya decir mucho.

En la rebelde Mindanao

Lo cierto es que aquella pequeña fuerza, aunque apenas fuera necesaria en muchas de las principales islas por la sumisión pacífica de sus habitantes, tuvo una enorme tarea en dominar las zonas refractarias a la dominación española, especialmente en el sur y oeste del archipiélago, en que una importante población musulmana basaba su modo de vida en la piratería y en la esclavitud de indígenas paganos o cristianos. Tras una lucha secular, se había conseguido pacificar Joló, y entre 1889 y 1894, los capitanes generales Weyler y Blanco habían conseguido lo propio en la gran isla de Mindanao. Y cuando aún continuaban allí las últimas operaciones, nuestro biografiado fue destinado a Iligán, prestando sus servicios en el regimiento de tropas indígenas Joló n° 73, teniendo el honor de ser designado abanderado del regimiento. Allí tuvo su bautismo de fuego, en operaciones al parecer sin mayor relevancia, pero que le hicieron acreedor al pasador de Mindanao en su medalla de campaña de Filipinas.  Pero ya en septiembre de 1896 tuvo que volver el regimiento a Manila, y con él nuestro todavía flamante teniente, ante una necesidad mucho mayor.

La insurrección tagala

Articulados en la sociedad secreta de inspiración masónica Katipunan, los tagalos de Luzón, hasta entonces fieles al dominio español, se alzaron en agosto de 1896, siguiendo el ejemplo cubano del año anterior. Las escasas tropas españolas, diseminadas en aquel enorme territorio en numerosas y pequeñas guarniciones, pronto se vieron ante una situación crítica, y en la misma Manila no había más que tres mil hombres disponibles. La insurrección, bien planeada y seguida mayoritariamente por la población indígena de muchas provincias, consiguió dominar pronto la casi totalidad de las provincias de Manila y Cavite, de donde era originario su principal líder militar, Emilio Aguinaldo, cayendo pronto en su poder incluso localidades importantes como Noveleta y Cavite Viejo, y declarándose el estado de guerra en provincias como Bulacán, Pampanga, Nueva Écija, Tarlac, La Laguna y Batangas, extendiéndose rápidamente la contienda.

Para el capitán general, D. Ramón Blanco, la situación era casi desesperada: con la mayor parte de sus escasas tropas comprometidas en la pacificación de Mindanao, y aunque, como ya hemos dicho, fueron llamadas inmediatamente, los indígenas ya no eran fiables en la nueva lucha  (muy distinta de la librada hasta entonces contra sus enemigos religiosos y étnicos: los piratas moros del sur), aunque se pudieron alistar algunos tercios de voluntarios. El propio Blanco sufrió alguna derrota personal al intentar liberar las asediadas guarniciones, lo que le desacreditó ante una opinión que ya juzgaba lentas y poco idóneas sus  reacciones a la revuelta.

Ante la magnitud de la rebelión y sus primeros éxitos, se reveló indispensable enviar desde España un crecido número de tropas peninsulares. Pero el país estaba ya agobiado por el  tremendo esfuerzo que debía realizar en Cuba paralelamente, y que  había exigido el envío al Caribe de casi doscientos mil hombres. Los regimientos peninsulares habían agotado sus posibilidades de movilización, por lo que hubo que crear unidades provisionales, los llamados “batallones de cazadores”, con entrenamiento y cuadros de mando improvisados, así como muy escasas tropas de artillería, caballería (un único escuadrón también provisional) e ingenieros.  Las únicas tropas regularmente organizadas y encuadradas de las que se pudo disponer, y por ello mismo las primeras en llegar como refuerzo, fueron los dos regimientos de Infantería de Marina, verdadera reserva estratégica del último imperio ultramarino español. El total de los refuerzos procedentes de España sumó 25.456 entre generales, jefes, oficiales y tropa, y ello sólo entre septiembre y diciembre de 1896, llegando posteriormente algunos otros contingentes menores, lo que supuso un último pero muy notable esfuerzo para el agotado país.

Con ellos llegaba en diciembre el esperado relevo para Blanco, el general Don Camilo García de Polavieja, que se hizo cargo de la capitanía general del archipiélago el día 13, imprimiendo desde entonces a las operaciones la actividad y el éxito que solían acompañar a aquel gran militar español.

Las primeras distinciones

Pero ya antes de la llegada de Polavieja el segundo teniente Ovide se había destacado: tras su vuelta a Manila, solicitó el pase a la Guardia Civil, figurando desde entonces en el 20° Tercio,  uno de los tres existentes en Filipinas, con un total de unos 3.500 hombres (teóricos en plantilla) incluyendo los poco más de trescientos de la Veterana, siendo indígenas en cada compañía los números, cuatro cabos y un sargento, y el resto de los mandos europeos.

De nuevo al mando de tropas casi exclusivamente indígenas, se le dio el mando de una sección que formaba parte de la segunda línea del Tercio en Las Piñas. Con ella concurrió a los combates de los días 6, 14, 18 y 28 de noviembre entre los puentes de Baucusay y Zapote, mereciendo por su comportamiento el ascenso a primer teniente. El 15 de diciembre, al hacer reconocimiento con su sección, batió una partida de insurrectos, a la que causó cinco muertos vistos y recogió varias armas de fuego y blancas. El día 26, y a las 3’30 de la madrugada, vadeó el río Zapote, línea que separaba el territorio rebelde del controlado por los españoles, y atacó por sorpresa un campamento enemigo, al que causó muchos muertos vistos y recogió buen número de armas y municiones, al que prendió luego fuego. El propio Polavieja envió un telegrama de felicitación al teniente por su audacia y por convertir su labor defensiva en una ofensiva victoriosa.

El año 97 le sorprendió en el mismo tipo de operaciones y en el mismo escenario: intentando evitar que el enemigo traspasara la línea del Zapote, y contraatacando en su territorio, rechazándole e incluso haciéndole pasar a la defensiva. El 11 de febrero, se señaló al mando de sólo 36 hombres, al rechazar y perseguir hasta los barrancos de Tong Tong a una fuerza muy superior armada incluso con algunas “lantacas”, pequeños cañones de avancarga de manufactura local. El día 15 del mismo mes, sirvió como “práctico” (guía), de la columna que atacó y tomó la localidad de Pamplona, sirviendo con su sección en la extrema vanguardia en labores de reconocimiento, lo que le valió ver confirmado su reciente ascenso. El 17, mereció la felicitación del jefe de la columna, general Galvis, por su perfecta retirada  pese a ser batido por sorpresa y a sólo cuarenta metros desde un reducto aspillerado del  enemigo.

Aquellos hechos le valieron sus dos primeras Cruces Rojas de primera clase del Mérito Militar con distintivo rojo, por reales órdenes de 27 de abril y 11 de noviembre, premiando respectivamente su papel en la toma de Pamplona, y la retirada descrita.

Nuevas distinciones

Pero aquellas cruces no serían las únicas, como pronto veremos. El 18 del mismo mes perdió su caballo en una emboscada, al conducir un convoy a Pamplona, y los combates, tanto de día como de noche, tanto destacado del resto como formando parte de la columna del general Barraquer, se suceden a diario. En una de ellos, el día 24 y tras desalojar al enemigo de sus posiciones sobre el Zapote, explotó el éxito persiguiéndole tan estrechamente que logró entrar en el pueblo de Bacoor, reconquistándole, lo que le valió su tercera Cruz Roja por orden de 7 de julio.

Su valor personal estaba más que acreditado en todos estos combates, pero por si faltaba alguna duda, resultó herido de arma blanca el 4 de junio al hacer personalmente un prisionero, tras batir a una partida enemiga. Tras una estancia en el hospital que sólo duró del 9 al 16 de aquel mes, volvió al combate.

El 22 de agosto, y al mando de 24 guardias, persiguió y derrotó por completo a una partida enemiga que había atacado el pueblo de Muntim, cogiéndole armas y haciéndole 14 muertos  en Parong Diablo. Aquello le valió su cuarta Cruz, concedida por orden de 6 de  diciembre.

Polavieja estaba más que satisfecho con la labor del teniente Ovide, por ello le llamó a Manila  al día siguiente y le dio el mando de una columna de 180 hombres (los efectivos de una compañía reforzada) para operar en la provincia de Cavite en combinación con otras. No se equivocaba el general, pues al aumentar la fuerza al mando del teniente, aumentaron los éxitos de éste, al derrotar en Palifarán una importante fuerza enemiga, a la que aparte de las bajas, capturó una lantaca y una ametralladora, así como un importante cabecilla, cayendo después en sus manos sucesivamente los llamados Miguel Hernández “Rey de Pamplona”, su ayudante y el jefe   Jorge Soriano.

Una frágil paz y una nueva guerra

Polavieja había vencido a la insurrección, a costa de unos 300 muertos y unos 1.300 heridos en las fuerzas españolas en una durísima campaña de poco más de tres meses. Sólo quedaba poner fin a la tarea exterminando las últimas y dispersas guerrillas enemigas. Pero las ya agotadas fuerzas españolas precisaban refuerzos para acabar con la insurrección, refuerzos que el general estimó en no menos de 20 batallones, algo más de 20.000 hombres. Sin embargo, en la ya agotada España nadie quiso oír hablar de un esfuerzo suplementario. Un desairado Polavieja dimitió de su puesto alegando motivos de salud, embarcando para la Península el 15 de abril de 1897, y siendo relevado en su mando por Don Fernando Primo de Rivera, al que se le encargó que terminara la contienda por medio de un pacto que ofreciese un dorado exilio a los líderes independentistas. Y ya en diciembre de 1897 el pacto, llamado de Biacnabató, fue un hecho.

Que la paz conseguida era muy frágil resultó sin embargo pronto evidente: los insurrectos sólo esperaban mejor situación para volver a la carga y la intranquilidad y los choques aislados persistieron. Pero no podemos saber lo que hubiera finalmente ocurrido pues un nuevo factor entró en juego al estallar la guerra con los Estados Unidos a fines de abril de 1898.

Como es bien sabido, la escuadra del comodoro Dewey entró en la bahía de Manila y destruyó en la mañana del 1 de mayo a la del contralmirante Montojo, fondeada ante el arsenal de Cavite, apoderándose después de esta base. La escuadra americana no disponía de fuerzas de desembarco, pero Dewey se había entrevistado poco antes con el exiliado Aguinaldo, haciéndole vagas promesas de conceder la independencia al pueblo filipino si volvía a levantar la bandera de la rebelión. Así, y poco después de la derrota de Cavite, llegó a Filipinas en un buque americano Aguinaldo, acompañado de todo su estado mayor, no tardando en reactivar la rebelión, ahora ayudada por todos los medios por los estadounidenses.

Para colmo de males, y en tan críticos momentos, se había producido el relevo de Primo de Rivera por el general Don Basilio Augustín, poco ducho en las realidades filipinas y que pronto se vió desbordado por los hechos: temiendo perder el control de todo Luzón, persistió en dejar al ejército repartido en numerosas pequeñas guarniciones, que no tardaron en ser aisladas unas de otras y asediadas por el enemigo, mientras que la capital y centro administrativo y militar del archipiélago, Manila, debía hacer frente a la doble amenaza de la escuadra enemiga y del ejército rebelde en mala situación. Ésta empeoró aún más al caer en manos de los insurrectos la entera provincia de Cavite, rindiéndose el general Peña con sus casi tres mil hombres tras una heroica pero deslavazada resistencia el 8 de junio, al fracasar el socorro de dos columnas salidas de la capital, con  sólo unos mil hombres en total.

La defensa de Manila

La moral en la capital era muy baja, pues sólo se disponía de unos nueve mil hombres para su defensa, que tenían que guarnecer un circuito defensivo de no menos de 15 kilómetros. El total volvía a incluir no sólo tropas del Ejército, sino de Carabineros, Guardia Civil y hasta los supervivientes de la desgraciada escuadra de Montojo,  pero además, buena parte de estos hombres eran indígenas, de dudosa fidelidad, no faltando pronto las traiciones y deserciones. Desde el 1 de junio los combates se harían incesantes.

 Para entonces el teniente Ovide había dejado la Guardia Civil y había recibido destino en el 2° batallón de cazadores (casualmente la misma unidad que formó el heroico destacamento de Baler), no tardando en participar en el primer combate serio del sitio. El 5 de junio unos cinco mil rebeldes atacaron las defensas de la capital en la zona defendida por el Tercio indígena de Bayambang, pensando que así sería más fácil la victoria. Inevitablemente, la defensa cedió, y tuvo que enviarse una columna al mando del capitán de fragata Don Juan de la Concha, comandante que había sido del crucero “Don Juan de Austria” hundido en Cavite, y formada entre otras unidades por marinería de la escuadra. En ella formaba el teniente Ovide, quien tras participar en el combate, se incorporó a la compañía de su mando, que venía retirándose ante la presión enemiga en el escenario de sus antiguas hazañas: entre Las Piñas y el río Zapote. Tomando el mando de la unidad sobre la marcha, Ovide decidió tan rápida como certeramente que la retirada podía convertirse en desastre y que no se podía perder la línea defensiva del río, por ello ordenó atrincherarse en aquel mismo lugar, rechazando los sucesivos ataques hasta el 24 de junio. Su conducta le hizo  merecedor de la ¡quinta! Cruz de Primera Clase del Mérito Militar con distintivo rojo, ahora pensionada, concedida por Real Orden de 25 de abril de 1900.

El “blockhaus” n° 14

La excesivamente amplia línea defensiva en torno a Manila, de unos 15 km de desarrollo, estaba guarnecida por sólo las dos terceras partes de los defensores, debiendo el resto atender al frente marítimo amenazado por la escuadra enemiga, mantener el orden en la ciudad (donde pronto faltaron los víveres y hasta el agua al ocupar los rebeldes los depósitos de Santolán que la surtían) y constituir una reserva para acudir a los puntos del perímetro amenazados por los más de cincuenta mil insurgentes, dotados de fusiles modernos por los americanos, de las habituales lantacas y de no pocos cañones encontrados en el arsenal de Cavite. Los atrincheramientos, debido al terreno bajo y encharcado eran simples parapetos de sacos de arena y  troncos, sufriendo mucho los soldados por el clima, tan tórrido como húmedo. Recaía así todo el peso de la defensa en quince blocaos o casas fuertes, situadas a unos mil metros uno de otro. Pero tales construcciones no estaban ideadas para aguantar el fuego de los cañones  de que disponían los asaltantes, aunque la escasa y anticuada artillería de la plaza resultó decisiva para frustrar los ataques, llenar los huecos de la línea defensiva y contrabatir las piezas enemigas. Dos de los blocaos, los números 14 y 15, pronto se hicieron tristemente famosos, pues al estar situados al final de la línea, al sur y enfrente de Cavite, principal base enemiga, debieron sufrir lo peor de los embates.

Y como parecía ya costumbre, el teniente Ovide se vio implicado en lo más recio de la pelea, al relevar  el 29 de junio al comandante del n° 14, herido en uno de los bombardeos y asaltos que continuamente sufría la fortificación. El 18 de julio el enemigo lanzó su más fuerte ataque, dispuesto a tomar la posición, llegándose al cuerpo a cuerpo por la posesión de aquel ya ruinoso blocao. El hecho le valió al teniente Ovide la concesión de la Cruz de María Cristina de primera clase por su valor y acertadas disposiciones, condecoración entonces sólo inferior a la Laureada, y que lo fue por Real Orden de 19 de abril de 1899.

El ataque norteamericano

Mientras se sucedían estos combates, empezaron a llegar las fuerzas expedicionarias americanas desde principios de julio, pronto encuadradas en una división al mando del general Anderson, articulada en dos brigadas, al mando de los generales McArthur y Greene. Aunque incluían moderna artillería de campaña y de sitio, su nivel no era muy alto, tratándose generalmente de unidades de la Guardia Nacional con algunos regimientos regulares de profesionales. Tales tropas tardaron en entrar en acción, y cuando lo hicieron no se les confió grandes tareas, indudablemente se prefería que españoles y filipinos se desgastaran mutuamente.

El 5 de agosto el general Augustín, cuyo mando había sido muy criticado, fue sustituido por el segundo jefe, Jaúdenes, pero la moral era ya muy baja en Manila, pues se sabía que la expedición de socorro del almirante Cámara había recibido órdenes de volver a España tras la derrota de la escuadra de Cervera el 3 de julio ante Santiago de Cuba y la posterior capitulación de aquella plaza. Manila parecía ya perdida y sólo se esperaba el asalto final. Pero en una cosa estaban de acuerdo españoles y americanos: en impedir que las tropas de Aguinaldo entraran en la capital, los primeros por temor a que se entregaran a la venganza y el pillaje, los segundos porque ya planeaban quedarse con el archipiélago y no querían dar mayor relieve a sus circunstanciales aliados. Así que en la mañana del 13 de agosto, las únicas tropas que atacaron fueron las de Anderson.

El plan de ataque no podía ser más sencillo: tras una preparación artillera, las tropas de infantería atacarían la línea española al sur de la ciudad, línea que sería batida de flanco y retaguardia por la escuadra americana, que poco tendría que temer de las anticuadas piezas de costa que defendían Manila. La resistencia española era prácticamente imposible en tales circunstancias y apenas quedaban opciones salvo una honrosa defensa seguida de una pronta capitulación para evitar bajas innecesarias.

La suerte, pues, estaba echada, y no parece fuera una ocasión muy propicia para lucirse, pero el teniente Ovide, consiguió de nuevo hallarse en el ojo del huracán, y dejar  constancia de su valor y decisión. Según el relato de su Hoja de Servicios, los hechos sucedieron así:

“…roto el fuego por la escuadra americana sobre nuestras líneas avanzadas y ordenada la retirada por el jefe del sector, se quedó voluntariamente mandando el último escalón. Recibida orden de recuperar una de las trincheras abandonadas al objeto de detener al enemigo y para proteger la retirada de otras fuerzas, retrocedió con treinta hombres y al observar que ya estaba ocupada por fuerzas  americanas, atacó a éstas con tal ímpetu que las obligó a abandonarlas precipitadamente, dejando varios muertos, en cuyo ataque resultó herido de bala en el labio inferior con fuerte contusión en la dentadura, siguiendo no obstante al mando de la fuerza, sosteniendo vivísimo fuego para detener al enemigo y salvar la retirada de estas fuerzas, hasta llegar próximo  a las murallas de  Manila, donde recibió orden de rendirse por haberlo efectuado y hacía ya tiempo la plaza, siendo entonces felicitado por el general americano Greene, quien puesto al frente de sus tropas le tributó los honores de la guerra”.

Creemos que los hechos se comentan por sí solos,  y pese al laconismo de la prosa oficial son altamente significativos. No sabemos si se llegó a abrir juicio contradictorio para la concesión de la Laureada, pero aquello merecía más que una nueva Cruz Roja o incluso una de María Cristina, por  tanto, y siguiendo una costumbre de la época, se le concedió la Cruz de Carlos III libre de gastos por Real Orden Circular de 22 de agosto de 1899.

No podemos tampoco dejar de señalar la caballerosidad de Greene, consignando de paso que las tropas a su mando eran del 18° de Infantería regular, del 1° de California, 1° de Colorado, 1° de Nebraska y 10° de Pennsylvania.

Una valoración

Como es bien sabido, el conflicto no tardó en estallar entre los norteamericanos y los filipinos, aliados sólo circunstanciales frente a España. Los norteamericanos querían controlar las islas bajo su protectorado, los filipinos querían la independencia por la que tanto habían luchado.

Y esta nueva guerra, cuando apenas había finalizado la anterior, pues de hecho muchas tropas españolas seguían esperando la evacuación y la heroica guarnición de Baler continuaba su resistencia, nos ofrece una curiosa comparación con la anterior campaña, que puede servir para establecer una valoración  de la conducta de nuestras Fuerzas Armadas, tantas veces criticadas en exceso y con poca objetividad, como correspondía al amargo clima que siguió a la derrota del 98.

Las hostilidades entre americanos y filipinos se rompieron en la noche del 4 al 5 de febrero de 1899, y se prolongaron en durísima guerra hasta el 4 de julio de 1902, es decir, nada menos que tres años y cinco meses, tras los  que y finalmente, los EE.UU. consiguieron la victoria.

Para esa contienda las fuerzas americanas dispusieron de recursos materiales y financieros sin comparación con los que dispusieron los españoles en la campaña entre 1896 y 1897: nada menos  que 400 millones de dólares (por el tratado de paz compraron Filipinas por 20 millones) se gastaron en la guerra. No hay ni que hablar de la superioridad aplastante de las fuerzas navales americanas, comparadas con la escuadra de Montojo, además la de Dewey fue reforzada con nuevos buques, parte procedente de los EE.UU., parte con los cañoneros españoles supervivientes, que fueron vendidos a los nuevos dominadores tras la evacuación del archipiélago, dado su nulo interés para nuestra Armada, con los apresados o capitulados durante la campaña o con los hundidos y reparados posteriormente.

Pero el capítulo principal fue el Ejército, obviamente, prestando servicio a lo largo del conflicto más de 125.000 soldados americanos, de los que murieron en acción 4.200 (aparte del duro tributo impuesto por las enfermedades) y resultaron gravemente heridos otros 2.800. Ni que decir tiene que estas tropas estaban mucho mejor armadas y equipadas que las españolas, especialmente con profusión de ametralladoras, armas casi desconocidas en nuestro Ejército por entonces, artillería, etc.

A ellos se unieron las tropas auxiliares filipinas a su servicio, los “exploradores” y la “polcía”, con otros casi 20.000 hombres más.

La guerra conoció una primera fase de enfrentamientos regulares, que pronto ganaron las muy superiores fuerzas americanas, pero al pasar a la guerrilla, Aguinaldo y sus hombres dieron de sí todo lo que eran capaces.

Al mando americano no le quedó otra opción sino la de recurrir a las “aldeas estratégicas”, reconcentrando la población rural en campos fortificados y vigilados para aislarla de la guerrilla. Era la misma táctica que había empleado el Capitán General de Cuba, D. Valeriano Weyler en Cuba, y que tantos reproches y hasta acusaciones de genocidio había producido en los EE.UU. siendo uno de las excusas para su intervención militar. Claro que ahora, y pese a las críticas de alguna prensa independiente, la decisión les pareció muy diferente.

El coste para el pueblo filipino fue enorme, calculándose más de 20.000 muertos  entre los combatientes filipinos, y más de 200.000 entre los civiles, tanto por represalias como por las sórdidas condiciones de los campos de reconcentración, llamados por uno de sus generales “suburbios del infierno”. Incluso se recurrió en amplias zonas a la táctica de la “tierra quemada”, incendiando viviendas y cosechas, así como matando al ganado.

Aunque se procuró “echar tierra” a atrocidades cometidas por tropas americanas, al menos en 54 ocasiones llegaron a ser juzgadas éstas por tribunales.

Y finalmente, el acosado Aguinaldo sólo pudo ser apresado gracias a un acto traicionero, aunque la lucha siguió todavía largo tiempo.

Si comparamos estos datos con los de la campaña de Polavieja   que concluyó algo después de su marcha con el pacto de Biac Na Bató, creemos que podemos formarnos una idea de las efectividades reales de las tan denostadas Fuerzas Armadas Españolas y la de las tan enaltecidas de los Estados Unidos.

Y no sólo por los medios y hombres empleados y por el tiempo necesario en alcanzar la victoria, sino incluso por las bajas de ambas partes y los sufrimientos de la población civil.

Es cierto, y sin ello cualquier comparación carecería de rigor, que las fuerzas de Aguinaldo habían ganado mucho en experiencia, organización y armamento tras la corta campaña de 1898, en que se habían incautado de mucho armamento y munición a las tropas españolas que capitularon, y absorbido a muchos profesionales indígenas de ellas que se pasaron a sus filas.

Pero, incluso contando con estos factores, resultan muy llamativos los hechos y cifras expuestos, cuya exacta valoración dejamos al lector.

Finalmente, y como hemos visto, a comienzos de 1898 se dieron por pacificados los territorios de Mindanao y Joló, cuya población musulmana era muy refractaria a cualquier tipo de dominación. La guerra reactivó aquí igualmente la rebelión, debiendo empeñarse las tropas americanas a fondo desde 1902 a 1913 para conseguir su completa victoria.

Los últimos años de un soldado

Pero debemos volver a la narración de la vida de nuestro biografiado.

Repatriado tras la paz, el teniente Ovide volvió a la oscura vida de guarnición en España, con destinos en Cataluña y Baleares, hasta su pase a la reserva en 27 de febrero de 1925 tras casi 42 años de servicios. Sufrió la pérdida de su esposa a poco de la guerra, el 23 de marzo de 1899, pero contrajo segundas nupcias el 16 de marzo de 1909 con Doña Rosa Fort Puig. En 1903 aprobó el examen para el ascenso a capitán de Infantería, pero el casi colapsado escalafón de la época le impidió alcanzarlo hasta el 18 de diciembre de 1906. Nada menos que 11 años después ascendió a comandante, aunque había sido declarado apto para el ascenso en 1912, y por fin, el 2 de junio de 1917 llegó a teniente coronel, graduación con la que se retiró ocho años después. Pese a todo, no era poca carrera en la época para alguien que había ingresado en ella desde la clase de tropa.  Aparte de las recompensas ya mencionadas, recibió la Medalla de la Campaña de Filipinas, con los pasadores de Mindanao y Luzón, la Medalla de Alfonso XIII, la de Plata de los Sitios de Gerona, y la Cruz sencilla y la Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.

Pero recompensas aparte, D. Faustino Ovide mostró unas cualidades poco comunes: casado ya y con una hija, familia que le acompañó a Filipinas, y pasada la treintena en una época en que los años pesaban más que ahora, no dudó en solicitar destino en un por entonces lejanísimo ultramar, demostrando una insólita capacidad para el mando de tropas indígenas en un escenario que debía ser para él no ya exótico, sino fuera de toda experiencia y preparación anterior y por completo extraño. Y debemos recordar que su mando de pequeñas unidades, de sección a compañía, se dio en circunstancias bien exigentes, pues se trataba de misiones independientes o tan comprometidas como la vanguardia de una columna.

Cuando estalló la guerra del 98 y ya con un enemigo muy distinto, mostró nuevas capacidades en  la heroica defensa del blocao o con la decisión que mostró frente al decisivo ataque americano, en que no dudó en contraatacar a un enemigo crecido, mientras la resistencia y la moral de lucha españolas se derrumbaban a su alrededor. Y ello por no hablar de su valor personal, acreditado con las dos heridas que recibió en combate, ninguna de las cuales le hizo abandonar el mando y la lucha, o la pérdida de su caballo. Basten para confirmarlo las felicitaciones de sus más altos superiores y hasta el caballeroso homenaje de sus propios enemigos.

No tiene muchos paralelos el que un simple teniente consiga no menos de siete condecoraciones por méritos de guerra en apenas año y medio  de campaña, y dos de ellas de muy alto rango. Pero, y por encima de todo, para D. Faustino Ovide González tuvo que ser un motivo de legítimo orgullo y satisfacción personal el hecho de haber sido el último y denodado defensor de Manila, rechazando al victorioso enemigo y cesando sólo la resistencia ante órdenes superiores.

Esquela publicada en el periódico «La Vanguardia», edición del sábado, 23 de enero 1937, pág. 5

Nuestro biografiado murió en Barcelona en enero de 1937, a los 73 años. En su esquela, publicada en “La Vanguardia”, no se hace mención alguna de su profesión militar ni de sus méritos, refiriéndose sólo a sus familiares. No eran tiempos propicios para ello en la España republicana, y menos en el enrarecido ambiente de Barcelona, en la que anarquistas y comunistas y republicanos no iban a tardar en enfrentarse violentamente entre ellos. Tal vez ello mismo haya contribuido a que su recuerdo haya permanecido en un casi total olvido.

 

BIBLIOGRAFÍA y FUENTES

  • ARCHIVO GENERAL MILITAR, Segovia. Expedientes Personales. D. Faustino Ovide González.
  • MILLETT, Allan R. y MASLOWSKI,  Peter, Historia Militar de los Estados Unidos. Por la Defensa Común, San Martín, Madrid, 1986, especialmente pp.321-331 y 356-357.
  • MOLINA,  Antonio. Historia de Filipinas, ICI, Madrid, 1984, 2 vols.
  • RODRÍGUEZ GONZÁLEZ, Agustín Ramón, Operaciones de la guerra de 1898. Una revisión crítica, Actas, Madrid, 1998.
  • Del mismo autor.- La caída de Manila. Estudios en torno a un informe consular, Asociación Española de Estudios del Pacifico, Madrid, 2000.
  • SASTRON,  Manuel. La insurrección en Filipinas y Guerra hispano-americana en el archipiélago, Minuesa de los Ríos, Madrid, 1901.
  • TORAL,  Juan y José. El sitio de Manila en 1898. Memorias de un voluntario, Manila, 1898

Agustín Ramón Rodríguez González (Madrid, 1955) es Licenciado en Geografía e Historia y Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid.

En su libro Españoles en la mar y en ultramar, editado por la editorial Sekotia de Madrid, dedica un capítulo a este modesto teniente en las Filipinas de 1898 bajo el título: El último defensor de Manila.


 

Orgullo cangués en: «La ciencia de la salud – Código Ictus»

Los cangueses Juan Miguel Macho (izda) y Daniel Martínez

La ciencia de la salud es un espacio que se adentra a lo largo de trece programas en las vidas y las historias de pacientes y médicos para ofrecer una mirada humana al fascinante mundo de la salud y la medicina. En definitiva, se trata de un programa sobre la vida.

En este programa, Código Ictus, emitido por TVE2 los protagonistas son unos cangueses ejemplares. Como paciente, Daniel Martínez, todo un ejemplo de superación con el papel fundamental de su familia, su esposa Mª Eugenia Rodríguez y sus hijas Elena y Julia; como médico, otro admirable cangués, gran profesional y mejor persona, Juan Miguel Macho Fernández, con más de 20 años de dedicación en exclusiva al tratamiento endovascular de patología vascular del sistema nervioso central.

Enhorabuena a todos por el programa y muchísimas gracias por enseñarnos tantas cosas en tan corto espacio de tiempo acerca de la vida, principalmente, pero también sobre una de las epidemias de la sociedad actual y la primera causa de dependencia en España. Cuando aparece el ictus, cada segundo que pasa puede marcar la diferencia.

Puedes ver el programa en el siguiente enlace: La ciencia de la salud – Código Ictus

El oncólogo cangués, Pablo Martínez, prueba con éxito un anticuerpo para tratar el cáncer de cuello uterino

Pablo Martínez Rodríguez (Puenticiella, Cangas del Narcea, 1980)

Pablo Martínez Rodríguez, 37 años, natural de Cangas del Narcea, en concreto de casa Fraile en Puenticiella /Ponticiel.la, obtuvo la licenciatura en medicina en la Universidad de Oviedo en el año 2004 y el doctorado, diez años después, en la Universidad Autónoma de Barcelona.  Master de Oncología Molecular impartido por el “Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas” (CNIO), curso 2008-2010 y Master en Inmunología Avanzada por la Universidad de Barcelona, 2016. Ha sido médico residente en la especialidad de Oncología Médica desde mayo de 2005 hasta mayo de 2009 realizando el programa de formación en el Servicio de Oncología y Radioterapia del Hospital Universitario Vall d’Hebron de Barcelona y obteniendo el título de médico especialista en Oncología Médica.

A partir de ahí ha adquirido una amplia experiencia profesional como médico adjunto de Oncología Médica del Hospital Universitario Vall d’Hebron desde 1 de julio de 2009 hasta 2014, médico adjunto de Oncología Médica de la Clínica Diagonal, Barcelona, desde 2014 hasta 2016 y desde entonces Investigador y Asesor Científico especialista en Oncología Médica en el departamento de Oncología Médica del hospital asociado a Harvard University Dana-Farber Cancer Institute. Recientemente, nuestro joven oncólogo ha empezado un nuevo reto profesional en MedImmune, en Washington DC con la finalidad de seguir librando la batalla contra el cáncer.

Pablo Martínez ha experimentado un tratamiento que, con inmunoterapia, lucha de forma exitosa contra el cáncer de cuello de útero. Gracias al Pembrolizumab, un anticuerpo con grandes resultados en tumores de pulmón y de piel pero que no se había probado antes para frenar el cáncer de cérvix, explica que se podrá sustituir la quimioterapia en un futuro a corto plazo. «Estos fármacos no atacan al tumor, sino que estimulan al propio sistema inmunitario del paciente para destruirlo».

El objetivo que se plantearon los médicos en este estudio fue darle una oportunidad a una paciente española de 37 años, consciente plenamente de estar apostando por un fármaco que no estaba aprobado. «Estaba tan malita que apenas tenía unas semanas de vida», recuerda el Dr. Martínez quien ahora ve cómo, dos años después, todo ha servido para darle una «nueva vida». El tratamiento al que la sometieron, llamado Pembrolizumab, se administra por vía intravenosa cada 21 días. La paciente presentó una mejoría en tan solo 10 días. «Fue increíble», recuerda el médico asturiano, al tiempo que confirma que, aunque el medicamento puede ocasionar eccema o diarreas, no hubo efectos secundarios», y reconoce que las posibilidades de complicación al trabajar con este fármaco no superan el 2%.

La utilización del Pembrolizumab en la cura del cáncer supone un gran avance en cuanto al futuro de la oncología. Actualmente, se está aplicando a nivel internacional a una muestra mayor, antes de pasarse a su comercialización.

Esta investigación ha sido publicada recientemente en la revista Future Medicine, una publicación de Future Science Group, editorial progresiva centrada en la investigación médica, biotecnológica y científica de vanguardia.

En el artículo publicado, Pablo Martínez y su compañero Josep María del Campo explican que, «no se conoce una cura definitiva para el carcinoma cervical recurrente, persistente o metastásico. La quimioterapia sigue siendo el tratamiento estándar, aunque las opciones disponibles son escasas y no proporcionan resultados satisfactorios. Los inhibidores del punto de control inmunológico han mostrado una respuesta fuerte y prolongada en varios tipos de cáncer, aunque solo en un subconjunto de pacientes. Definir el perfil de los pacientes que probablemente se beneficien de dicho tratamiento es un tema de investigación activa. Aquí, presentamos un caso de un paciente muy pretratado con carcinoma de células escamosas avanzado recurrente del cuello uterino que había agotado todas las opciones de tratamiento disponibles y mostró una sorprendente respuesta al pembrolizumab inhibidor del punto de control inmune.»

Los buenos resultados obtenidos permitirán al joven oncólogo cangués desarrollar un ensayo clínico más amplio. ¡Enhorabuena!


Noticia RTPA:

Federico Granell en el taller de los oscuros

La Revista Clarín en su número 123, de mayo-junio 2016, dedica su portada y varias páginas a desentrañar la obra del artista plástico Federico Granell (Cangas del Narcea, 1974) .

En palabras de César Iglesias, autor del artículo que incorporamos ahora a la Biblioteca Digital del Tous pa Tous, «Granell nos lleva remitiendo sus postcards desde que se inició con los lápices y sus moleskines adolescentes en esa región singular de la República del Poniente ibérico que es el suroccidente asturiano. Allí, a finales de los años ochenta del pasado siglo, empezó a atrapar las sombras de los tejados de pizarra, los destellos de los árboles sagrados de Muniellos, los perfiles del humo triste de las chimeneas de carbón, los atardeceres de los viñedos en cuesta, donde los racimos de carrasquín y alvarín ofrecen su fulgor tanino, y los colores de los cielos imposibles de un territorio donde la luz reescribe su biografía a cada instante».

En el siguiente enlace se puede consultar esta particular presentación de la pintura del cangués Federico Granell.

 

De Cerveiriz a Madrid para ser aguador y sereno

Aguadores de cuba o barrica en una de las fuentes reservadas al gremio en la villa de Madrid hacia 1850.

Manuel González fue un campesino del concejo de Cangas del Narcea que marchó a Madrid en torno al cambio del siglo XIX al XX para trabajar de aguador. Nació en 1885 en la aldea de Cerveiriz, perteneciente a la parroquia de Abanceña en el Río del Couto. En la capital conoció la extrema dureza del oficio de aguador de cuba, que a diferencia de otros tipos de aguador eran los que abastecían de agua a los hogares. Todavía, en las primeras décadas del siglo XX, el agua llegaba a pocos barrios madrileños, y hasta la década de los años veinte no se generalizó un sistema capaz de hacerlo subir por las cañerías hasta los pisos altos de las casas. La llegada a Madrid del agua del Canal de Isabel II, en 1858, significó el punto de partida de un ansiado y esperadísimo servicio del que no se beneficiarían muchos barrios madrileños hasta los años setenta del siglo XX.

El aguador de cuba era uno de los oficios más ingratos de Madrid. Había tres tipos de cubas: de 29, de 33 y de 48 litros. El aguador tenía treinta, cuarenta o más vecinos a los que servía una o dos cubas diarias, trasladadas desde la fuente por lo general sobre el hombro izquierdo. Manuel González, como el resto de aguadores, llevaba una herida en ese hombro que luego, abandonado el oficio, se transformaría en una cicatriz que le acompañaría de por vida. Los aguadores entraban y salían de los hogares con absoluta familiaridad, ya que volcaban las cubas sobre tinajas que solían estar en las cocinas y aseos. A su quehacer le denominaban ellos mismos “echar cubas de agua”. Poseían las llaves de las casas madrileñas, por eso las familias exigían que fueran hombres muy honrados y leales, y por eso el oficio era casi monopolio de los asturianos.

Fuente de Pontejos hacia 1904, con los largos caños metálicos para facilitar la aguada.

Formaban uno de los gremios más peculiares de Madrid, por el elevado número que conformaba y por su multitudinaria presencia en las plazas de las ciudad (a veces por centenares; con sus juegos de cartas sobre las cubas, sus cabezadas, sus riñas y sus famosas “tertulias de aguadores”). Más del 90 por ciento procedían de Asturias, y sólo un 5 por ciento de Galicia. Más de un tercio eran nacidos en el concejo de Tineo, y de Cangas del Narcea eran casi un 10 por ciento. El resto eran nacidos en otros concejos asturianos. Manuel González trabajó en la fuente de Pontejos, una de las más populares de Madrid, muy cerca de la Puerta del Sol; una fuente con cuatro caños y casi un centenar de aguadores en 1850.

Manuel González se cambió, a los diez años de estar en Madrid, a otro oficio monopolizado por los asturianos, el de sereno, donde también resultaba un requisito indispensable la honradez. Pero en este caso los serenos procedían en dos terceras partes de pueblos del concejo de Cangas del Narcea. Es decir, los de Tineo eran mayoría en el oficio de aguador y los de Cangas en el de sereno. Éste poseía también multitud de llaves de hogares y comercios y las de todos los portales madrileños. Era un oficio duro por las muchas horas de trabajo que exigía, por soportar condiciones y temperaturas extremas, por el cansancio y sueño que se sufría y por los riesgos que conllevaba la noche madrileña. Manuel tuvo su primera plaza de sereno en la calle del Olivar, próxima a la plaza de Tirso de Molina, y luego pasó a una de las calles mejor valoradas dentro del gremio, la de Preciados, repleta de comercios y en pleno centro de la capital. Y es que el sereno vivía de las propinas de los vecinos y, sobre todo, de los que les daban los dueños de comercios por su especial dedicación a la vigilancia de los mismos. Manuel, como otros serenos, entregó las llaves de las casas y portales que atendía con la llegada de la Guerra Civil, cuando se convirtió en una escena nocturna habitual que las tropas de la capital sacasen a vecinos de sus casas para “darles el paseíllo”. Manuel residía entonces en la calle Santiago, en el Madrid más antiguo, entre el Palacio Real y la Plaza Mayor.

La fuente de Lavapiés (Madrid), hacia 1870, según grabado de Francisco Pradilla y Ortiz, publicado en «La Ilustración Española y Americana».

Manuel González, como la mayoría de asturianos que emigraron a la capital, echó raíces en Madrid, pero sin olvidarse jamás de su Cerveiriz natal, a donde se trasladaba cada verano con su mujer y con su hija, María del Rosario, que actualmente (2017) tiene 92 de años. Rosario recuerda cómo llegaban en autobús a Cangas y desde allí en carro a Cerveiriz, donde tenía que dormir en la panera. Ella y su madre regresaban a Madrid a finales del verano, incluso en octubre, como hacían la mayoría de hijas y esposas de emigrantes. En Madrid, Rosario creció jugando junto al Palacio Real, se formó –como tantas jóvenes- estudiando mecanografía y logró entrar en una empresa consolidada y con gran futuro, como era Telefónica, con un puesto de trabajo en la mismísima Gran Vía.

Madrid, calle Preciados hacia 1907

A Manuel González le debió ir económicamente bien con su plaza de sereno en la calle Preciados. Tuvo mérito, además, que la familia lograse vivir en uno de los enclaves de mayor solera de Madrid, quedando la hija empleada en una empresa tan próspera como la Telefónica.

Este texto se ha realizado a partir del libro Asturianos en Madrid: los oficios de las clases populares (Siglos XVI-XX), escrito por Juan Jiménez Mancha y editado por el Museo del Pueblo de Asturias en 2007, y con el testimonio de oral de María del Rosario González Rodríguez, recogido el 20 de enero de 2017 por José Manuel Fraile Gil y María del Pilar Fraile Agudín, cuyo texto íntegro ofrecemos a continuación.

Texto íntegro de la entrevista realizada a María del Rosario González Rodríguez

Localidad: Madrid capital (Barrio de Palacio)

Informante: María del Rosario González Rodríguez, de 92 años de edad.

Fecha de la recopilación: viernes 20 de enero de 2017.

Recopiladores: José Manuel Fraile Gil y María del Pilar Fraile Agudín.

  1. Datos familiares: nació en Madrid, calle de Santiago, 24 antiguo y 18 moderno. Hija de Manuel González ¿Collar? (Cerveiriz, concejo de Cangas del Narcea, Asturias, 1885 – Madrid, 1949) y de María de los Dolores Rodríguez, fallecida a los cinco meses de nacer Rosario. En la lápida de su madre había un retrato que besaba de niña, cuando iba al cementerio. Su padre casó en segundas nupcias, cuando ella tenía año y medio, con María…
  2. Informes sobre Cerveiriz: Cerveiriz era una aldea, ni siquiera era una aldea, era una casa sola a siete kilómetros de Cangas. En aquella casa había de todo: una panera donde guardaban el grano y los alimentos, había un lagar, había animales, y una casa muy grande. La casa estuvo habitada hasta hace poco por un pariente mío, pero ahora creo que está cerrada. Yo creo que antiguamente se debió llamar el Regueiro de Cerveiriz. Está metida en lo más hondo del camino. En la cocina, que era muy grande, había una cocina de hierro, de las que tenían tanque para el agua caliente, y mi padre la mando subir de Cangas en el carro, que también había carro en aquella casa.
  3. Informes sobre la llegada a Madrid de su padre como aguador [1]: mi padre se vino a Madrid cuando era muy joven, y se vino a Madrid sin conocer a nadie. Él vino a “echar cubas de agua” de aguador que decían entonces. En aquella época Madrid no tenía agua en las casas, y entonces estaban los aguadores que subían a las casas el agua. La subían en una cuba de metal, que yo no sé cuánto cabría en ella, pero sí sé que pesaba mucho cuando estaba llena. Y de subir las cubas de agua tenía él una cicatriz en el hombro izquierdo, que la tuvo toda su vida. Él estaba en la fuente de Pontejos, que entonces no estaba como está ahora, y cada uno tenía su demarcación, no era coger el agua y subirla donde quisieras. Estaba todo distribuido, y a mi padre le tocó ahí, en Pontejos.
  4. Informes sobre su padre y el oficio de sereno: a los diez años de estar en Madrid como aguador, como aquello era muy duro empezó a ser sereno, que había muchos serenos entonces asturianos en Madrid, y muchos eran de Cangas. Empezó primero en la calle Olivar, que sale de Magdalena y baja a Lavapiés y luego ya estuvo en la calle Preciados, y ahí estuvo mucho tiempo. Al venir la guerra, como mi padre y todos los serenos tenían por la noche las llaves de los portales, pues decidieron dejarlas en la Alcaldía del barrio, porque ya sabes que a muchos iban a buscarlos por la noche para darlos el paseo… y claro, el sereno tenía que abrir el portal, y aquello era muy comprometido.

Los serenos trabajaban sin sueldo, ganaban sólo las propinas que les daban los vecinos y trabajaban todo el año salvo que buscara un suplente. En Navidad era cuando más propinas les daban y también les daban aguinaldo, buen aguinaldo. Mi padre llevaba una especie de chuzo, de madera con una daga en la punta de arriba, cubierta con cuero, abajo era de madera y por eso sonaba cuando daban con ella en el suelo; también llevaba una gorra de plato y también como un guardapolvo, que en invierno era de más abrigo.

  1. Informes sobre su vida escolar: primero fui a una escuela nacional que había en la calle Lazo, y luego iba a una academia que la directora era francesa, que estaba en la calle San Felipe Neri, y allí iba como becada, como si dijéramos. Allí había un sacerdote que ejercía en San Ginés, y cuando había comuniones, íbamos las mayores a cantar a la iglesia. Luego, durante la guerra, iba a clases particulares a casa de una señorita, que la madre se llamaba Rosario, como yo; y aquella fue la que me encauzó, me enseñó que había que firmar siempre igual, y les dijo a mis padres que, si podían, debían darme estudios porque estaba capacitada para estudiar. Al terminar la guerra, fui a una academia de mecanografía a la calle Pontejos… y luego entré en Telefónica.
  2. Informes sobre su Guerra Civil: la guerra la pasé toda en Madrid. Ya iban a desalojar nuestra casa en la calle Santiago, porque detrás había una trinchera, pero antes acabó la guerra y ya no nos evacuaron. Una noche, me acuerdo que estaba prohibido encender luz por la noche, y una noche vieron desde abajo, en la calle Santiago, una rendija de luz, porque teníamos la luz encendida, y empezaron a decir: ¡esa luz, esa luz!, y tiraron un tiro que dio en el balcón, que allí está todavía la señal.
  3. Informes sobre su vida laboral: yo trabajé siempre en Telefónica, no tuve otro trabajo. Entré en la oficina porque no daba las medidas para los cuadros de las telefonistas, por eso entré en la oficina. Fui ascendiendo hasta llegar a ser jefe de negociado. Trabajé siempre en el edificio de Telefónica, en la Gran Vía, pero en los últimos años estuve en otro sitio, en la calle…
  4. Informes sobre su infancia: yo jugaba siempre en la Plaza de Oriente, con mis primas, jugábamos a la comba, al corro… pero yo no era muy cantarina, y no recuerdo bien. Me acuerdo que íbamos a la Puerta del Príncipe para ver si salía alguien de la Familia Real, o los políticos. Y me acuerdo también de las amas de cría, porque las familias pudientes traían mujeres de Asturias y de León, y las vestían con unos trajes de amas de cría, que eran muy vistosos y eran las que alimentaban a las criaturas.
  5. Informes sobre sus viajes a Asturias en la infancia: como el sereno no tenía sustituto, mi padre tenía que buscar una persona para poderse ir a su pueblo. Entonces nos íbamos en verano a Cerveriz, y estábamos allí la madre y yo, a lo mejor hasta octubre. Íbamos en un autobús que salía de Madrid hasta Cangas, y luego subíamos en el carro a Cerveriz. Yo me acuerdo que dormía en la panera, y una vez me caí al suelo, porque la panera está en alto.

    Autores: Juan Jiménez Mancha, José Manuel Fraile Gil y María del Pilar Fraile Agudín

Redondo

Juan Manuel Redondo recogiendo en Tuña el premio ‘Lar Vial’ el 23 de septiembre de 2016. Foto: Lidia Álvarez

Ayer, 3 de marzo, falleció Juan Manuel Redondo, de Bodegas Monasterio de Corias y hasta hace poco presidente del Consejo Regulador de la DOP Vino de Cangas, una de las personas que en estos años ha trabajado más por la recuperación del vino de Cangas, y por volver a convertir este producto en una actividad económica importante en nuestro concejo de Cangas del Narcea. Redondo tenía 51 años y era ingeniero técnico agrícola. El 23 de septiembre del año pasado recogió el premio “Lar Vial”, que la Asociación Cultural de Tuña y la Asociación de Mujeres Cuarto de la Riera otorgaron a la DOP Vino de Cangas. Aquel día agradeció este galardón que premia «a una agrupación de bodegas y productores que llevamos dieciséis años empeñados en recuperar, con mucha ilusión, un cultivo con una historia milenaria y que poco a poco vamos poniendo en el panorama vitícola nacional e internacional». Conocimientos, trabajo, ilusión, mercado exterior, colaboración…esto es lo que Redondo aportó durante los últimos años a esta actividad. Descanse en paz.

En el acto de entrega del premio “Lar Vial”, Senen González Ramírez leyó un texto dedicado a la historia del vino en el concejo de Tineo, que hoy traemos a nuestra web. El trabajo de Juan Manuel Redondo se enmarca en la larga historia del cultivo del viñedo y el vino de Cangas; él fue, sin duda, uno de los que escribieron el actual y meritorio capítulo de esta historia. Sirva esta publicación de recuerdo y homenaje a su labor.

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Fernando Graña medalla de oro de Artesanos a título póstumo

Fernando Graña Rodríguez

En reunión celebrada el 16 de junio del 2016, la junta directiva de la Sociedad de Artesanos Nta. Sra. del Carmen de Cangas del Narcea, ha acordado por unanimidad conceder la medalla de oro a título póstumo a Fernando Graña Rodríguez.

PROPUESTA DE MEDALLA DE ORO 2016: Fernando Graña

Hay dos cosas que distinguén a un buen cangués: estar aquí, en Cangas, cuando la ocasión lo requiere y estar ahí para Cangas en las ocasiones que ella te necesita. la primera está, por así decirlo, grabada en nuestros genes y nadie podría vanagloriarse de ser cangués si, aún en el otro extremo del mundo, no siente la llamada de su tierra un 16 de julio. La segunda es, quizás, un poco menos común y es la que verdaderamente diferencia a los cangueses de pro. Fernando cumplía las dos en sumo grado.

Partició en la fundación de la Peña La Andolina, creada en 1975 para reforzar La Descarga, y fue después presidente de la misma. Tanto cuando era socio fundador, como después, cuando fue presidente, hizo de la colaboración entre la Peña y la Sociedad de Artesanos su principal preocupación. Ayudó a reconducir ciertos excesos puntuales que se produjeron y se esforzó en inculcar esta idea para los tiempos venideros.

Fue miembro de la Junta directiva de la Sociedad de Artesanos desde la presidencia de Pablo Fernández aunque, anteriormente, colaboró con la misma en todos los asuntos en los que se le pidió y, en especial, el evitar conflictos en las relaciones entre la Sociedad y el Gobierno Autonómico.

Como miembro de la Junta, colaboró durante años en la organización del Cena de Artesanos del 15 de julio y contribuyó a terminar con los problemas de organización que sufría ésta, con firmeza y diplomacia y a hacer de ella el evento modélico que es hoy. Siempre le gustaba recordar la ocasión en que nos sorprendió la lluvia al final de la cena (entonces se hacía en el Prao L’Molín), tuvimos que tomar el postre refugiados en las casetas de las máquinas y nadie marchó sin pagar.

Fernando Graña, en fin, siempre pensó, como cangués y como socio de Artesanos, se debía apoyar a la Sociedad en todo momento y circunstancia, siempre puso en práctica este principio y siempre procuró inculcarlo en todas las personas de su entorno. Por eso, creo que merece que le sea concedida la Medalla de Oro 2016.


[1838-1839] Marcelino Rodríguez-Arango Menéndez

Marcelino Rodríguez-Arango Menéndez

(Cangas del Narcea, 1807 – 1884)

11 de marzo de 1838 – 1 de enero de 1839

Licenciado en Derecho y magistrado. Hijo de Joaquín Manuel Rodríguez-Arango, de Tebongo, y Manuela Menéndez Flórez, de la villa de Cangas del Narcea. Estuvo casado con Antonia Fernández Rojas, natural de la villa de Cangas, y vivía en el barrio de El Corral.

Miembro del Partido Progresista, formaba parte de la junta gubernativa de este partido en Cangas de Tineo y como tal, es uno de los firmantes de una carta de felicitación al general Baldomero Espartero el 20 de setiembre de 1840.

En abril de 1841 fue nombrado por la Regencia provisional del reino promotor fiscal en propiedad del juzgado de Cangas de Tineo, cargo que venía desempeñando interinamente por elección de la junta de Oviedo. Este puesto lo ocupó hasta 1843, siendo juez de primera instancia Domingo Álvarez Arenas. En julio de ese año fue designado fiscal de la Audiencia de Albacete.

Fiscal en la Real Audiencia Provincial de Oviedo entre 1854 y 1856. El 1 de octubre de 1856 es trasladado a igual plaza en la Audiencia de Cáceres, de donde sería cesado tres semanas después, el día 24 del mismo mes.

Con fecha 16 de octubre de 1860 por Real decreto obtuvo la plaza de magistrado supernumerario en la Audiencia de La Coruña donde venía ejerciendo como fiscal, pasando a ocupar esta misma plaza en la Audiencia de Barcelona el 31 de marzo de 1863.

En 1865, por permuta voluntaria de sus respectivos destinos con Lorenzo del Busto, estuvo destinado en la Audiencia Pretorial de La Habana hasta el 31 de julio 1867; ejerció como presidente de sala en la Audiencia Territorial de Barcelona desde el 14 de noviembre de 1868 hasta marzo de 1870 que fue promocionado a la regencia o presidencia de la Audiencia de Barcelona, puesto para el que fue declarado inamovible en febrero de 1872. Un decreto de febrero de 1874 dispone su cese en el cargo de presidente de la Audiencia de Barcelona pasando a ocupar la presidencia de sala de la Audiencia de Albacete hasta marzo de 1875, jubilándose por inutilidad física el 30 de agosto de ese mismo año.

Liberal exaltado, fue miembro del Partido Progresista, comandante de la Milicia Nacional de Cangas de Tineo en 1843 y presidente de la junta que se constituyó en esta villa durante la Revolución de Septiembre de 1868, que supuso el derrocamiento de la reina Isabel II.

Representó a Cangas de Tineo en la Diputación Provincial interina que se constituyó a consecuencia del alzamiento nacional, elegida en las capitales de partido judicial, conforme a la circular de 25 de octubre de 1868, por resultado de la disolución de la Diputación Provincial anterior por Decreto del Gobierno provisional de la nación. Esta Diputación interina se instaló el 8 de noviembre de ese mismo año hasta el 31 de diciembre de 1870. Rodríguez-Arango que había tomado posesión del acta de diputado el 23 de noviembre de 1868 renunció (sin que conste la fecha) y entró como propietario su suplente José De Riego y Tineo que tomó posesión el 3 de mayo 1869 y como suplente de éste, Francisco Méndez de Vigo y Valdés Miranda.

Fue condecorado con la Gran Cruz de la Real Orden americana de Isabel la Católica el 16 de abril 1871.

Falleció en la villa de Cangas de Tineo a las 11 de la mañana del día 27 de marzo de 1884 a la edad de 76 años.

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[1850 ¿? -1854] Lorenzo de Llano Flórez

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Lorenzo de Llano Flórez y su esposa Cándida Valdés, hacia 1880. Fotografía de Ramón del Fresno, Oviedo. Col. José Juan de Llano Herrerías.

Lorenzo de Llano Flórez

(Bisuyu / Besullo, Cangas del Narcea, 1822 – Cangas del Narcea, 1902)

… – 2 de octubre de 1854

Propietario. Dueño de La Casona de Bisuyu / Besullo y de la casa de los Llano en la calle de La Fuente de Cangas del Narcea. Conservador. Casado con Cándida Valdés.


[1856-1862] Rafael Uría y Riego

Rafael Uría del Riego, 1867. Retrato de José Robles. Col. Casa de Uría, Santolaya

Rafael Uría y Riego

(Santolaya / Santa Eulalia, Cangas del Narcea, 1820 – 1901)

26 de julio de 1856 – 1862

Carta del Gobierno Militar cesando a la corporación anterior y nombrando un nuevo ayuntamiento presidido por Rafael Uría Riego, 26 de julio de 1856. Archivo Municipal.

Hijo de D. José Uría y Álvarez Terrero y Dña. María Josefa del Riego Núñez, Marica de Cabo el Río. Casó con Dña. Evarista Flórez-Valdés y tuvieron por hija a Dña. Blanca, que casó con Don Antonio Fernández, de Cueras. De estos es hijo el ilustre médico Don Rafael Fernández Uría (1905-1982), que casó con Dña. Milagros Rodríguez Muñiz; y nieta, Dña. Blanca Fernández, casada con el militar D. José María Ron Francos.

Propietario, empresario y acaudalado asentista. Invirtió en la explotación de madera y en ferrerías en los concejos de Allande e Ibias, y compró a los Omaña muchos de sus bienes, entre ellos el palacio y el molino que poseían en la villa de Cangas del Narcea. A Doña Juana de Mon, vecina de Granada, le compró la Torre del Valledor (Allande), vendiéndola posteriormente, el 4 de febrero de 1862, ante el escribano de Cangas de Tineo, Sr. Regueral, a D. Benito Gómez Álvarez, Doctor en medicina, natural de El Engertal, de la parroquia de San Martín del Valledor.  También en Allande, en 1864, compró al Conde Marcel de Peñalba, ante el escribano de Cangas D. Gregorio González Regueral, las 9/28 partes de los montes de La Reigada, monte de Valdelavaca, monte de Fresnedo y Caborno, y monte de Río Prada. Intentó instalar una forja catalana, en el Valledor y en 1880 también compró la madera del monte de Trabaces. En Cangas explotó el bosque Muniellos, con malos resultados económicos.

Sobrino segundo y ahijado del famoso general Rafael del Riego (1784-1823), hermano de José Francisco de Uría (1819-18962), director general de Obras Publicas, y cuñado de Nicolás Suárez Cantón. Es nombrado alcalde en 1856, después de la llegada al poder en España del general O’Donnell y el partido la Unión Liberal, al que pertenecían su hermano y cuñado. Además, su hermano José Francisco sale elegido diputado a Cortes por el distrito electoral de Cangas del Narcea en 1857, cargo que mantendrá hasta su muerte en 1862.

Rafael Uría del Riego, h. 1862. Fotografía de M. de Hebert (Madrid), Col. Álvarez Ferreiro.

En septiembre de 1868, Rafael Uría forma parte de la junta que se constituye en Cangas del Narcea con motivo de la Revolución de Septiembre.

Fue diputado provincial por el distrito de Cangas del Narcea en varios periodos del siglo XIX: 1866, 1874-1876 y 1886-1888. Durante su alcaldía ocuparon los dominicos el monasterio de Corias en noviembre de 1860.

Firma de Rafael Uría Riego.

 

[1881-1883] Joaquín Rodríguez-Arango Sanfrechoso

Joaquín Rodríguez-Arango Sanfrechoso
(Tebongo, Cangas del Narcea, 18¿? – Cangas del Narcea, enero de 1889)

1 de julio de 1881 – 1 de julio de 1883

Feria de Val.lau, hacia 1908, creada en 1882 durante la alcaldía de Joaquín Rodríguez-Arango Sanfrechoso.

Abogado y propietario. Fue Promotor fiscal del juzgado de Cangas de Tineo hasta enero de 1856 que fue trasladado a la Promotoría fiscal de Luarca1Gaceta de Madrid: núm. 1096, de 04/01/1856, página 1. Más tarde fue Juez de Paz y de Primera Instancia en el juzgado de Cangas de Tineo. Hermano de Román Rodríguez-Arango que fue alcalde entre 1868 y 1872. Miembro del Partido Democrático. Diputado provincial por el distrito de Cangas del Narcea entre 1872 y 1874.

Durante su alcaldía, los alcaldes de los barrios de Cibea y de los ríos Naviego y Carballo solicitan la creación de ferias en el Campo de la Vega y Ermita de Vallado. El 17 de julio de 1882, el pleno municipal aprueba la creación de tres ferias que se celebrarán en ese lugar, inmediato a los pueblos de Vallado y Miravalles, una el 13 de marzo, otra el primero de septiembre y otra el 20 de octubre de cada año.

Sabemos por una noticia en prensa, El Carbayón; Diario asturiano de la mañana: Año III Número 243 – 1881 septiembre 17, que el inicio de esta legislatura fue tormentoso climatológicamente hablando ya que el 11 de julio, sobre la villa de Cangas y su término municipal, descargó una tremenda tormenta que llevó a varios vecinos a elevar al Gobierno una instancia, a través del Gobernador de la Provincia, solicitando se les librase alguna cantidad del fondo de calamidades públicas para remediar en parte a los siniestrados.

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1 Gaceta de Madrid: núm. 1096, de 04/01/1856, página 1

[1902-1904] Nicolás de Ron Flórez-Valdés

Nicolás de Ron Flórez-Valdés
(Cangas del Narcea, 1863 – 1914)

1 de enero de 1902 – 3 de enero de 1904

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Nicolás de Ron Flórez-Valdés, hacia 1900. Colección de Ana de Ron

Abogado, juez municipal y desde 1903 corresponsal del Banco de España y de otros bancos en Cangas del Narcea. Fue diputado provincial por el distrito electoral de Cangas de Tineo desde el 4 de diciembre de 1909 hasta su fallecimiento en 1914, víctima de rápida enfermedad. Miembro del Partido Liberal liderado por Sagasta, Moret y Canalejas, y partidario de Félix Suárez-Inclán.

En los números 69 y 70 del periódico El Distrito Cangués de  22 y 29 de agosto de 1914 respectivamente, el periodista cangués Manuel Flórez de Uría que tenía a Nicolás de Ron como su mejor amigo, le dedicaba el siguiente artículo a su memoria.

IN MEMORIAM

A la memoria del hombre bueno, del político honrado, del esposo enamorado, del padre amantísimo, del amigo leal, del cumplido caballero que en vida se llamó D. Nicolás de Ron y Flórez-Valdés, he de escribir unas cuartillas para EL DISTRITO. Pocas o muchas, no lo sé: las que salgan. No es esto obra de raciocinio, que pueda medirse y calcularse de antemano; sino de sentimiento, que no está sujeto a normas ni límites: no llevará sobre el papel mi pluma la mente calculadora y fría, sino el corazón cariñoso y tierno.

Tal vez no debiera ser yo el que acometiera este trabajo, y menos en estos momentos, si se buscase solo el lucimiento y mérito de la obra literaria; pero no admito que pueda ser otro el que lo intente y lleve a cabo, si ha de significar cariño entrañable y adhesión a toda prueba. Por esa reclamé de EL DISTRITO el honroso y triste derecho de ser yo, y no otro, el que de la muerte de mi mejor amigo se ocupara.

Don Nicolás de Ron y Flórez-Valdés nació en Cangas de Tineo en 17 de Mayo de 1863, siendo el último de les hijos habidos en el matrimonio de D. Eduardo de Ron y Baylina, de la muy antigua y linujada «Casa de Ron», en Ibias, y de Dª. Nicolasa Flórez-Valdés y del Riego, de la también ilustre «Casa de Cabo del Agua», en Tuña (Tineo), emparentada con la del General Riego, de gloriosa memoria. Estaba casado con Dña. Carlota Uría y Llano-Merás, de la «Casa de Santianes», y de este matrimonio deja los hijos D. José María, Dña. Teresa, D. Fernando, Dª. María, Dª. Dolores, Dª. Ana, Dª. Pilar, Dª. Elena, Dª. Luisa, D. Nicolás, D. Carlos y D. Manuel de Ron y Uría.

Era Licenciado en Derecho, y ejerció la abogacía en este partido desde 1887 hasta su fallecimiento, siendo uno de los abogados de más, y más justamente, acreditado bufete y merecido renombre. Fue juez municipal tres bienios, durante los cuales demostró al concejo su rectitud, justificación e independencia de criterio en tales términos, que de ahí arrancaba su gran popularidad entre los aldeanos. Persona de gran cultura, no sólo rayaba a muy notable altura en las materias propias y relacionadas con su carrera de abogado, sino que dominaba otras varias, siendo una verdadera autoridad en conocimientos históricos, habiendo sido bastantes años profesor de Historia de España y de Historia Universal en el colegio de segunda enseñanza de esta villa. Concejal de este Ilustrísimo Ayuntamiento varias veces, fue nombrado Alcalde-Presidente del mismo por elección popular, es decir, por nombramiento directo y unánime de los concejales que lo componían, en 1º de Enero de 1902, y reelegido después en dos legislaturas sucesivas por Su Majestad el Rey; dejando el cargo de Alcalde por haber sido elegido Diputado Provincial por el Distrito de Cangas de Tineo-Tineo, para el que fue reelegido en muy reñida lucha y por gran mayoría en las elecciones de 1913, cuyo cargo desempeñaba al morir, no sólo a completa satisfacción y en beneficio de sus electores, sino gozando de gran prestigio entre sus compañeros de Diputación. Tuvo la Sucursal del Banco de España en esta villa y fue corresponsal de varios bancos y establecimientos de crédito de la provincia y de fuera de ella.

En 1893 presentó su candidatura para Diputado a Cortes por este Distrito, por primera vez, el Excmo. Sr. D. Félix Suárez Inclán, y, desde entonces, y sin interrupción, figuró a su lado como uno de sus más valiosos y fieles amigos el finado D. Nicolás de Ron, constituyendo con su cuñado D. Laureano Francos y sus amigos D. Francisco García del Valle y D. Marcial R. Arango, el núcleo, la base del partido liberal en Cangas de Tineo, en el que, por razones de parentesco, de amistad, de dependencia o de simple relación de intereses con aquellos, o por afinidad de ideas nos hemos ido sumando los demás hasta componer el actual partido numeroso y fuerte, capaz de dar a ganar las reñidas batallas electorales de los dos últimos años, a pesar de algunas defecciones sensibles por cierto y que contribuyeron, sin duda, a llenar de amargura el corazón del finado, dejando a un lado su mayor o menor importancia, por venir de quien venían.

D. Félix Suárez Inclán, aparte de su amistad particular e íntima con D. Nicolás de Ron, le tenía en tanta estima y sabía hasta tal punto de lo que le era deudor políticamente hablando, que sobre distinguirle siempre de una manera especial y proponerlo y elevarlo a los puestos públicos que ocupó y que tan merecidos tenía, intentó repetidas veces hacerlo Gobernador Civil, abriéndole así amplio horizonte político, pero el finado, atento a consideraciones políticas y de familia tan delicadas como honrosas, no quiso aceptar nunca.

La medida de ese aprecio y la intensidad de ese cariño que el Sr. Suárez Inclán tenía hacia el finado, la dan los siguientes párrafos que copio de la carta de 14 del actual del primero al Alcalde:

«Las noticias que me comunica usted del estado de Nicolás, me apenan mucho. ¡Pobre amigo!»

Antes de cerrar esta carta recibió D. Félix un telegrama del Alcalde participándole el fallecimiento, y agrega en la carta:

«Estoy que no sé lo que me pasa con la noticia de la muerte del pobre Nicolás, que se ha servido usted comunicarme por telégrafo. Acabo de telegrafiar a usted y a Pachín Valle contestándoles. Me parece mentira que se haya muerto ese excelente amigo, a quien vi por última vez en Oviedo el 15 de Junio, lleno de juventud y vida, al parecer. El pedirá a Dios por los suyos, y nosotros, los que aquí quedamos, cuidaremos de ellos cuanto podamos: es nuestro deber.»

La carta a que pertenecen los párrafos transcriptos, la hemos visto; y no pudimos por menos de cometer la indiscreción de hacerlos públicos, en obsequio del muerto y para honra del vivo.

El 15 a las 9 fue su entierro, al que asistió el señorío de la villa en pleno y muy numerosa concurrencia. Tras el severo féretro que encerraba los restos mortales del finado, formaban el duelo de familia los señores don Laureano Francos, secretario judicial; D. Claudio Uría, juez municipal suplente; D. Jesús Villa, médico; D. Roberto Flórez, doctor en Ciencias; D. Rafael Rodríguez Francos, comerciante, y D. Joaquín Carrizo, de Tineo.  El de amigos lo componían D. José González Pérez, secretario judicial; D. Antonio Jiménez Valcárcel, procurador; don Carlos Fernández, sobrestante de Obras Públicas; D. Porfirio Ordás, perito agrícola, y el que esto escribe. En el duelo oficial iban, primero, el Ilmo. Sr. D. Francisco García del Valle, ex gobernador civil y alto funcionario de Hacienda, quien además de por sí llevaba la representación del Excmo. Sr. D. Félix Suárez Inclán, diputado a Cortes por el Distrito; el M.R.P. Fernando Arguelles, rector del convento de dominicos de Corias, y D. Agustín de Llano Valdés, diputado provincial quien también llevaba en aquel acto la representación de la Excma. Diputación de Oviedo. Después seguía el Ilmo. Ayuntamiento en pleno, presidido por el alcalde D. José María Díaz López de Penedela, cerrando el cortejo la Guardia municipal.

Tras las preces de ritual durante el trayecto y ante la iglesia parroquial y en el cementerio, el cadaver de D. Nicolás de Ron fue a unirse con los restos de sus mayores en el nicho-panteón propiedad de la familia. ¡Que duerma en paz!

Los solemnísimos funerales, que por festividad del día del sepelio y del siguiente no pudieron celebrarse hasta el lunes 17, tuvieron lugar en la Colegiata de esta villa con asistencia inusitada de aldeanos del concejo, mucha clerecía y presididos por los duelos indicados. También asistieron distinguidas personalidades de los inmediatos concejos de Ibias, Leitariegos y Allande, y tal vez de otros, pero si tal ocurrió ni los hemos conocido ni nadie llamó nuestra atención, por eso no los citamos.

Los principales periódicos de Oviedo y de el resto de la provincia, dieron noticia de su muerte en sentidos artículos necrológicos, hasta los de ideas políticas más diametralmente opuestas a las del finado.

Cangas de Tineo no se olvidará seguramente del hijo plecaro que acaba de perder, sus correligionarios sabrán hacer que se perpetúe su memoria, sus amigos conservarán, cariñosos, su recuerdo; así es de esperarlo; pero aunque nada de esto se realizara, aunque sólo los suyos le tuviesen presente en sus afectos, alguien habrá además que no le olvide, que pronuncie su nombre con triste melancolía, y ese será

M. FLÓREZ DE URÍA.


Ver: [1906-1910] Nicolás de Ron Flórez-Valdés


 

[1921-1923] Marcial Rodríguez-Arango González-Regueral

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Retrato de Marcial Rguez.-Arango Glez.-Regueral. Colección Álvarez Pereda

Marcial Rodríguez-Arango González-Regueral

(Cangas del Narcea, 1863 – 1934)

1 de abril de 1921 – 17 de enero de 1923

Comerciante y abogado.

Superó los estudios de Derecho Civil y Canónico en la Universidad de Oviedo el 5 de enero de 1887. Con 26 años, el 7 de mayo de 1890, le fue expedido por el Ministro de Fomento de la época el título de Licenciado en Derecho para ejercer libremente la profesión de abogado.

Presidente en 1920 del comité local del Partido Reformista liderado por Melquíades Álvarez. En su mandato se iniciaron los trabajos para la instalación de la línea telefónica en Cangas del Narcea (sesión de 26 de septiembre de 1922).

Título de Licenciado en Derecho Civil y Canónico a favor de D. Marcial Rodríguez-Arango y González-Regueral.

 

[1924-1927] Porfirio Ordás Fernández-Sanmarful

Porfirio Ordás posando junto a varios vecinos. Fotografía firmada por él y dedicada a su sobrino el 1 de septiembre de 1932.

Porfirio Ordás Fernández-Sanmarful

(Ambasaguas, Cangas del Narcea, 1858 – 1934)

10 de julio de 1924 – 31 de octubre de 1927

Propietario y perito agrícola del Cuerpo de Ayudantes del Servicio Agronómico de la Administración Civil. Se jubiló en este Servicio en 1923.

Durante su alcaldía se acordó el cambio de nombre del concejo de Cangas de Tineo a Cangas del Narcea (2 de septiembre de 1925), y se construyeron el cuartel de la Guardia Civil en La Veiga (4 de mayo de 1927) y un puente de hormigón entre Ambasaguas y el Barrio Nuevo, que sustituyó a uno de madera. Fue el alcalde que inauguró la línea telefónica en Cangas del Narcea el 29 de agosto de 1925. En este periodo comienza a extenderse la luz eléctrica por los pueblos del concejo. En las corporaciones de este alcalde hubo por primera vez en la historia de nuestro Ayuntamiento varias concejalas: María del Collado de Llano, María Argüelles, Concepción Pereira, Jovita Martínez y Dolores García Pereira.

El periódico madrileño La Nación. Diario de la noche, publica en su número de 29 de julio de 1926 lo siguiente:

«El Ayuntamiento de Cangas de Tineo ha satisfecho más de 150.000 pesetas por deudas contraídas en gestión de Corporaciones anteriores, y no obstante ello, ha terminado las escuelas de San Pedro de Arbas, Vallado, Araniego, Carballedo, Santa Marina, Carballo, Villar de Lantero y Posada de Besullo, hallándose en construcción las de Llano, Agüera del Coto, Ambres, Robledo y Santiago de Sierra; satisfizo 16.582 pesetas que correspondían para el camino de Regla a Monasterio; se repararon los puentes de Ardaliz, Limés y Besullo, y se construyeron los de Andrage y Bruelles, estando en proyecto uno de Ambasaguas, otro de Santirso y otro en la Veiguiella. Se instaló el agua en el Juzgado y cárcel del partido, realizando reparaciones y mejoras en las bocas de riego y llaves de paso de la red de distribución.»

[1930 02-03] José María Díaz López

José María Díaz López

(Bergame d’Arriba,…. – Cangas del Narcea, …. )

26 de febrero a 25 de marzo de 1930

Republicano. Campesino acomodado, de Casa Casanueva de Bergame d’Arriba.

[1930-1931] Joaquín Rodríguez-Arango Fernández-Argüelles

Joaquín Rodríguez-Arango Fernández-Argüelles

(Cangas del Narcea, 1895 – 1966)

25 de marzo de 1930 a 5 de febrero de 1931

Título de Licenciado en Derecho a favor de D. Joaquín Rodríguez-Arango y Fernández-Argüelles.

Abogado. Tras superar sus estudios en la Universidad de Oviedo le fue concedido el título de Licenciado en Derecho a los 25 años, por el ministro de Instrucción Publica y Bellas Artes el 22 de agosto de 1921.

Hijo de Marcial Rodríguez-Arango González-Regueral, alcalde en el periodo 1921-1923.

Nombrado de R.O. tras la dictadura de Miguel Primo de Rivera (13 de septiembre de 1923 – 28 de enero de 1930) tomó posesión como alcalde el 25 de marzo de 1930, siendo nombrados a su vez tenientes de alcalde en este orden los señores: José Villa Suárez,  Secundino Cosmen Bueno, Celestino Ferreiro Longedo, Ángel Rodríguez Rodríguez y Faustino Avello Fernández.

[1931 02-04] José Villa Suárez

José Villa Suárez, h. 1940. Col. Álvarez Hurle.

José Villa Suárez

(Cangas del Narcea, 1889 – 1946)

5 de febrero a 27 de abril de 1931

Dentista. Miembro del comité local del Partido Republicano Liberal Demócrata, de Melquíades Álvarez, en 1931.

[1931 04-05] Joaquín Rodríguez-Arango Fernández-Argüelles

Joaquín Rodríguez-Arango Fernández-Argüelles
(Cangas del Narcea, 1895 – 1966)

27 de abril a 15 de mayo de 1931

Abogado. Tras superar sus estudios en la Universidad de Oviedo le fue concedido el título de Licenciado en Derecho a los 25 años, por el ministro de Instrucción Publica y Bellas Artes el 22 de agosto de 1921.

Título de Licenciado en Derecho a favor de D. Joaquín Rodríguez-Arango y Fernández-Argüelles.

Es el alcalde elegido por la corporación salida de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, que trajeron la proclamación de la Segunda República Española dos días más tarde. En Cangas del Narcea la mayoría de los concejales elegidos eran monárquicos. El Gobernador Civil de la provincia cesará a este alcalde y a toda la corporación, y nombrará una comisión gestora formada por César Menéndez Meléndez, Manuel Agudín Antón, Mario de Llano, Jenaro Flórez y Luis Martínez González, todos republicanos, que eligen como alcalde a Mario de Llano, concejal y presidente del comité local del Partido Republicano.

[1934-1936] Antonio Arce Díaz

Antonio Arce Díaz
(Cangas del Narcea, 1893 – 1963)

1 de noviembre de 1934 – 21 de febrero de 1936

Anuncio en prensa. La Voz de Asturias: diario de información: Año I Número 83 – 1923 Julio 15

Abogado y presidente del Comité de Acción Popular del concejo de Cangas del Narcea.

El alcalde y los concejales de la corporación anterior fueron cesados de sus cargos por el Gobernador Civil, “con motivo de la huelga revolucionaria declarada el 5 de octubre” en Asturias. El mismo gobernador nombra nuevos concejales, todos conservadores, que eligen como alcalde a Antonio Arce Díaz.

El diario La Voz de Asturias de 8 de noviembre de 1934 publicaba la siguiente noticia sobre el nuevo Ayuntamiento de Cangas del Narcea:

«En la mañana del lunes ha quedado constituido el nuevo Ayuntamiento que sustituye al que había formado por radicales-socialistas y socialistas. La Corporación que hoy se formó la constituyen valiosos elementos de Acción Popular, Liberales-demócratas y radicales. Fue elegido alcalde el abogado don Antonio Arce Díaz, presidente del Comité de Acción Popular de esta concejo; y tenientes de alcalde, don Joaquín Rodríguez-Arango, liberal-demócrata y don Saturio Morodo y don Tomás Álvarez, del mismo partido; y don Francisco Cosmen y don José Rodríguez de Acción Popular; síndicos don José Villa y don Ángel Rodríguez. […]»