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Los sábados en la villa de Cangas de Tineo (1925)

Son los sábados en esta villa canguesa y cabeza de partido, desde la que mandamos estas crónicas a LA VOZ, los días de mercado.

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Mercado en La Veiga, hacia 1915. Fotografía Benjamín R. Membiela. Colección: Juaco López Álvarez.

La particular situación geográfica y distribución de la población en estas comarcas norteñas, que hace desaparecer la unidad que en Castilla representa el Municipio, agrupación de familias en un solo poblado, por la diversidad de caseríos y aldeas, repartidas en parroquias, muchas de las cuales integran un Concejo, impone la celebración del mercado semanal.

Además, suelen celebrarse varias ferias anuales: la de La Cruz de Mayo, la de los Santos, San Andrés y otras de menor entidad, que se diferencian de los mercados en la mayor diversidad de productos materia de las transacciones y en la gran cantidad de compradores y vendedores que a ellas concurren.

«Una feria quita dos mercados», dice un proverbio de estas tierras, y, efectivamente, cuando una se celebra, desaparecen los dos mercados más próximos, absorbidos por la mayor importancia de la misma.

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Día de mercao en la plaza de La Oliva o plaza Mayor de Cangas del Narcea, en 1905. Fotografía de don Mario Gómez, fundador del Tous pa Tous.

Los sábados hay gran animación desde primera hora de la mañana. Este día no son sólo las aldeanas más próximas que surten de leche a la villa las que circulan. Llegan gentes de todos los contornos, llevando sus productos a vender los más, otros a comprar, los menos. Esto se explica, porque el aldeano vende más que compra; cuenta en su casa con patatas, hortalizas, castañas, leche y pan, base de su alimentación.

Él hace también su matanza anual, que le da tocino, embutidos —la rica «morciella»— y algunos perniles, éstos para vender cuando reúne unos cuantos. Tiene también gallinas, que dan huevos, y a alguna se le retuerce el pescuezo cuando hay enfermo para la puchera. Tiene membrillos en el pequeño huerto y quizá colmena, que con su miel le dará postre para algún extraordinario.

Un pequeño molino muele de forma rudimentaria y primitiva el pan de centeno, que él mismo elabora. Unas docenas de vides cultivadas penosamente le ofrendan vino para todo el año. Sus ovejas le dan lana, que hilada en la antigua rueca, servirá después de prensada para hacer en su día tosco paño para sus vestidos.

Nada le falta. De ahí que se explique cómo el aldeano —aquí llamado «paisano»— venda más que compre, pues poco necesita. Él, en cambio, vende su ganado vacuno, sus «xatos», venta que inspiró al inolvidable maestro «Clarín» su famoso cuento regional titulado «Pinín». Trae también los «gochus» — puercos —, huevos, manteca, manzanas, castañas, miel, etc.

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Calle Mayor, a la derecha el comercio de El Siglo XX, hacia 1915. Fotografía Benjamín R. Membiela. Colección: Juaco López Álvarez.

Forman pintoresca caravana cabalgando en sus rucios o pollinos, según la categoría y cuadra del jinete, arreando el ganado, que marcha perezoso, como la «follarda» del cuento de Alas, añorando quizá en su bovino interior, el establo que no volverá a ver.

Sitúanse todos en el lugar denominado «La Vega», donde a mediodía del sábado puede escogerse entre centenares de hermosas cabezas de ganado.

Hacen sus tratos, compran, venden. Mercan las gentes en los tenderetes de la plaza de la Iglesia. Tal cual aldeana penetra en ésta para dar gracias «al su San Antón», que guardó el ganado, permitiendo se criase lucido y hermoso, y que hoy le deparó buen comprador para el «xatu».

Pasean las mozas por la calle Mayor, sonrientes y felices un día, requebradas por los zagalones, con sus pintorescos atavíos. Y al atardecer marchan todos para su aldea, mientras la villa queda un poco sola y cae la noche sobre valles y montañas.

La Voz, Madrid, 5 de marzo de 1925

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