Historias, relatos, crónicas, poemas, etc. enviados por los socios o colaboradores de El Tous pa Tous, o bien, que han sido seleccionados por El Payar de diversas publicaciones literarias y que tienen alguna relación con Cangas del Narcea.

De Las Cuadriellas de Ambres a la madrileña Puerta del Sol. El origen cangués del PSOE

Siempre decía mi amigo el abogado Mario Gómez Marcos (q.e.p.d.):
«Todo lo que ocurre en este país [España] se explica desde Cangas»
Cada vez que me ponía un ejemplo no tenía más remedio que darle la razón.
Hoy una vez más, querido Mario, te doy la razón.

 

Casa Labra, taberna tradicional madrileña ubicada en la calle Tetuan, 12 y fundada en 1860 por Juan Berdasco de Las Cuadriellas de Ambres (Cangas del Narcea). Foto: José Manuel Azcona.

Corría el año 1860 y la calle Peregrinos —a la sazón, calle Tetuán— era una de las zonas de Madrid donde la colonia asturiana estaba más asentada. Allí un buen señor, de nombre Juan Berdasco, natural de Las Cuadriellas de Ambres en el concejo asturiano de Cangas del Narcea, fundó una casa de comidas para regocijo de sus paisanos. Ese fue el germen de la vieja y popular taberna Casa Labra que, como tantas otras virtudes de la gastronomía más castiza de la capital, los madrileños se la deben a la mente de un cangués.

Aquella primitiva Casa Labra tuvo que ser trasladada pocos años después de su fundación debido a uno de los acontecimientos más relevantes en la historia de la capital de España, la reforma de la Puerta del Sol. Hasta los años sesenta del siglo XIX, la explanada de Sol no era exactamente una plaza y ocupaba más o menos la mitad de espacio que en la actualidad. La desamortización de Mendizábal propició el derribo de los históricos conventos de San Felipe y Nuestra Señora de las Victorias y la nueva Puerta del Sol se llevó por delante algunas calles aledañas, como parte de la calle Peregrinos. Así las cosas, nuestro paisano Berdasco tuvo que desplazarse unos números más abajo, hasta el 12 de la actual calle de Tetuán, para mantener su negocio.

Entrañable escena campesina en Casa Berdasco de Las Cuadriellas de Ambres, en el Partido de Sierra (Cangas del Narcea), año 1940. Foto: Del álbum familiar.

Pero este no fue el único acontecimiento histórico del que ha sido testigo la más que centenaria Casa Labra. Sin duda el más importante de todos fue el acaecido el 2 de mayo de 1879. Aquel día de primavera y festivo en Madrid, un grupo de personas que abogaban por crear una organización que defendiera y ampliara los derechos de los trabajadores, se reunió en el local de Berdasco para, mientras mantenían una comida, poner en marcha una especie de conspiración política para cambiar la situación de la clase obrera.

Y así fue como entre platos de bacalao especialidad de la casa y vino, muy probablemente de Cangas, dieciséis trabajadores de una imprenta, cuatro médicos, dos joyeros, un científico, un zapatero y un marmolista aprovecharon el aluvión de comidas sociales, que con motivo de la festividad regional del 2 de mayo se celebraban en la ciudad, para pasar desapercibidos de las fuerzas del orden público y fundar el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). No es de extrañar tanto interés en pasar inadvertidos teniendo en cuenta que en aquellos años su actividad hubiera sido considerada ilegal y que el Ministerio de la Gobernación se ubicaba entonces en la Casa del Reloj, a menos de 100 metros del negocio de Juan Berdasco.

Agrupación socialista madrileña celebrando el centenario de la fundación del partido en 1979 delante de Casa Labra.

Entre los tipógrafos se encontraba un joven gallego que tenía contacto con Paul Lafargue, teórico revolucionario marxista y médico, casado con Laura Marx, hija del pensador socialista y activista revolucionario de origen alemán Karl Marx. Este gallego no era otro que Pablo Iglesias Posse a quien sus compañeros eligieron el primer presidente de lo que habría de ser el PSOE, partido político que sería legalizado finalmente en 1881.


La Princesa Encantada de «La Cartuja» en Cangas de Tineo

Cangas del Narcea y La Cartuja vista desde el barrio de Santa Catalina, hacia 1901.

Este cuento ambientado en Cangas del Narcea (Asturias) y más concretamente en La Cartuja y el río Luiña, fue publicado el 3 de marzo de 1901 en El Globo n.º 9.219, que como diario liberal-demócrata, en el periodo finisecular se convertiría en cómodo refugio de la “aristocracia” de la generación del 98, según señala Gómez Aparicio, resaltando la incorporación a su redacción de Pío Baroja y Azorín. En este caso, el firmante de La Princesa Encantada es AMADER, pseudónimo del abogado cangués Ángel Martínez de Ron, a la postre, un importante colaborar de la revista La Maniega. Boletín del Tous pa Tous. Por esta revista, y más concretamente por su número 22 de septiembre-octubre de 1929 sabemos que el autor era también el propietario de La Cartuja. La noticia dice así: «Regresó a la corte, después de disfrutar durante el verano de las frescas brisas del Luiña, en su posesión de la Cartuja, don Ángel Martínez de Ron, con su señora e hijas Isabelita y Soledad.»

 

CUENTO
LA PRINCESA ENCANTADA

En la parte occidental del Principado de Asturias se halla la villa de Cangas de Tineo, situada en la confluencia de los ríos Luiña y Narcea, que se unen a su vez con el Nalón; y en la parte Sur de dicha villa, entre la carretera de Castilla y el citado río Luiña, existe una vetusta posesión, denominada «La Cartuja», rodeada de viñedos, hortalizas, prados y árboles frutales, en su generalidad manzanos, que producen óptimo fruto.

¿Que por qué se llama «La Cartuja»? Ni el caserón perteneció a aquella monástica institución, ni fue posesión de ningún padre de la Orden, ni propiedad de alguna rica hembra que dicho apodo llevara. No se ha encontrado hasta la fecha nada que justifique la denominación, a menos que la soledad, el aislamiento, el silencio y la placidez que respira aquel rincón y la presencia en él, durante la época veraniega, de algunas personas que verdaderamente desean «veranear», hayan dado motivo al bautizo. Todo allí es antiguo; pero bien conservado, y, sobre todo, confortable.

Los alrededores ofrecen panoramas tan variados como hermosos, algunos de los cuales son designados por las crédulas gentes del campo como teatro de extraordinarios acontecimientos, mezcla de verosímiles y fantásticos, zurcidos quizá en las crudas noches de invierno, junto a la chimenea, al resplandor incierto de añosas leñas, entre sus crujidos y chisporroteos, y corregidos y aumentados de generación en generación.

Uno de estos acontecimientos es digno de relato.

Es el caso que, según la tradición, existió en «La Cartuja», hace muchos siglos (no se sabe cuántos) una noble y linajuda familia, compuesta de un matrimonio con un hijo y una hija, que, dada la calidad real de su procedencia, recibían estos últimos los nombres de Príncipe Rodulfo y Princesa Elena.

Constituían la familia más feliz en muchas leguas a la redonda de esta comarca, porque, además de los derechos que tenían sobre los habitantes de la región, disfrutaban pingües rentas y se hallaban rodeados de una numerosa servidumbre de ambos sexos, atenta siempre a adivinar hasta los más pequeños caprichos de sus señores para acudir con presteza a satisfacerlos.

Esto, aparte del gran cariño y afecto que se profesaban entre si los individuos que la componían viniendo con ella a completar la mayor felicidad posible en esta vida.

Pero como todas las dichas terrenas concluyen, llegó un día en que todos experimentaron la primera tristeza con la separación del príncipe Rodulfo, que, habiendo optado por la carrera de las armas, tuvo precisión de acudir a donde el deber militar le llamaba.

Pasaron años sin que Rodulfo pudiera regresar a su casa solariega; y entre tanto, ocurrió que la princesa Elena, que era un ideal de hermosura, se enamoró perdidamente, con la fuerza de los mejores años, de un gallardo mozo llamado Arcadio, que había venido a casa de su padre con un importante mensaje sobre arreglo de fronteras señoriales.

Tanto como ella, se enamoró el galán, no pudiendo resistir al esplendor de belleza de la princesa Elena. Desgraciadamente, las excelentes cualidades físicas que adornaban al mancebo no correspondían con las de su alma, y abusando de la confianza que le dispensó tan noble familia, burló a la inocente niña, abandonándola luego a su desesperación.

Este fue el segundo disgusto enormísimo que sufrió tan distinguida familia, y no pudo sustraerse de comunicar acontecimiento tan lamentable al príncipe Rodulfo, el cual, enterado del nefasto suceso, pidió reales licencias, que, obtuvo, a sus monarcas y jefes, para regresar a su país a fin de vengar y lavar con sangre la ofensa recibida.

Orgulloso por sus gloriosas victorias, que le proporcionaron las más altas distinciones y condecoraciones, se hallaba satisfecho de sí mismo, y sólo le atormentaba la sed de venganza contra el ladrón de la honra de su familia, que a manera de culebra de fuego se enroscaba en su corazón.

Inmediatamente envió un mensaje de reto al indigno seductor de la bella Elena, el cual contestó en forma aceptando el desafío, que tuvo lugar en un campo, límite de las dos regiones señoriales, y a presencia de innumerables vasallos de ambas partes.

El encuentro fue reñido y sangriento; pero como el príncipe Rodulfo se hallaba más habituado al manejo de las armas, logró tender a sus pies a su adversario, cubierto su cuerpo de innumerables heridas.

Lavada ya la ofensa, volvió el príncipe a la guerra, dejando a sus padres en el más triste desconsuelo, y sobre todo a su hermana, que sufría horriblemente la pérdida del ser amado y la ausencia de Rodulfo.

La desgraciada Elena no hallaba alivio a sus males, que la atormentaban en extremo, y vagaba desorientada por la finca de «La Cartuja», derramando abundantes lágrimas, con las que regaba todos los sitios que recorría.

Una tarde en que sentía los más acerbos dolores en su corazón, fue, sin darse cuenta, hasta un punto peñascoso, al pie del cual existe un pozo de gran profundidad, formado por una excavación en el cauce del mencionado río Luiña.

Se sentó en una peña, y con la amargura de su triste situación, contemplaba abstraída la extraordinaria cantidad de agua que tenía a su vista, sólo comparable con las lágrimas por ella vertidas, y como queriendo encontrar lenitivo a sus penas en aquel sitio, el más retirado de la posesión.

De repente, su calenturienta imaginación hízole ver que salía de las aguas una vieja de aspecto horripilante, con la cabellera suelta y enmarañada, los ojos saltones, como queriendo salirse de sus órbitas, la boca inmensamente grande, los brazos escuálidos, y cuerpo extenuado; que montaba en una escoba que la servía de barquilla y que se le acercó, le dijo:

—Estoy enterada, Elena, de las grandes amarguras que sufrís, siendo el mayor dolor que os aflige la pérdida de vuestro Arcadio, que, a pesar de su mal comportamiento, le amáis aún. ¿No es verdad?
—Con toda mi alma, con todo mi corazón —contestó la princesa—
—Luego—prosiguió la vieja—tendríais gran contento en volverle a ver, ¿no es cierto?
—Desgraciadamente eso no es posible —replicó la princesa— porque le mató mi hermano en noble lucha y en vindicación de mi honra…
—Sí es posible —insistió la vieja— y si queréis volver a verle tan arrogante y gallardo como antes, no tenéis más que arrancar un cabello de mi cabeza.

Elena, loca con idea tan halagüeña, alucinada con el vehemente deseo de ver de nuevo a aquel a quien tanto amaba, sin reflexionar sobre el asunto, alargó su delicada y trémula mano y arrancó a la vieja el misterioso cabello que había de surtir tan maravillosos efectos.

Instantáneamente la princesa quedó convertida en una trucha, y dando un enorme salto cayó sobre las aguas, desapareciendo en ellas, en pos de la vieja, que la guiaba por aquellas inmensas profundidades.

La desaparición de la princesa causó tan hondo sentimiento a sus padres que quedaron postrados por el dolor. Pusieron en movimiento los poderosos elementos de que disponían para averiguar su paradero, sin haber conseguido el objeto deseado.

En esta situación de verdadera tristeza recibieron la fatal noticia de la muerte de su hijo, ocurrida en una colosal batalla que se había librado, y en la cual había demostrado su valor sin límites; y no pudiendo resistir a este nuevo golpe de la fatalidad que hacía tiempo les perseguía, fallecieron en el mismo día víctimas de la inmensa pena.

Muchos comentarios se hicieron en la comarca respecto a los acontecimientos ocurridos en «La Cartuja» pero donde más se fijó la atención pública, fue en el maravilloso encantamiento de la princesa Elena.

Referían las gentes que habían pasado por las inmediaciones del pozo, que desde entonces se llamó «Pozo de la Encantada», que oían a medianoche gritos y relatos que partían del fondo de las aguas. Parece ser que la princesa, en tales momentos, manifestaba lo que le había ocurrido con la vieja, y que queda ya relatado, agregando que la había llevado a un palacio de encantamiento, donde, después de cruzar soberbios y suntuosos salones, la condujo a un recinto verdaderamente maravilloso donde, en efecto, vio a Arcadio, sin que pudieran hablarse ni comunicarse sus afectos de modo alguno, siendo un verdadero tormento el que sufrían, que al parecer era la consecuencia del maligno encantamiento.

Pedía, por lo tanto, la princesa, que la libraran de aquel horrible sufrir, a fin de conseguir su desencantamiento.

Tal horror produjo en los habitantes lo relatado, que nadie se atrevía a aproximarse al «Pozo de la Encantada»; horror y verdadero miedo que no se han extinguido.

Como consecuencia de ello, los alrededores de aquel sitio estaban tan cubiertos de arbustos, zarzas y malezas, que hacían imposible penetrar hasta él.

Conocedores varios jóvenes de aquella villa de la fantástica historia, y con objeto de completarla, emprendieron el verano último grandes trabajos, con el fin de procurar a todo trance el desencantamiento de la princesa; principiaron haciendo un camino para poder llegar al misterioso sitio; luego hicieron un examen detenido para ver si hallaban algún vestigio que les sirviera de guía; y, por último, demostrando un valor nada común, puesto que la mayor parte de la gente se asustaría sólo de la idea de acercarse a dicho punto, se resolvieron a lanzarse al líquido elemento bañándose diariamente en el temido «Pozo de la Encantada», y nadando por debajo de las aguas, hicieron observaciones con todo detenimiento por el peñascoso suelo, sin que, a pesar de estos esfuerzos extraordinarios, hayan podido dar… ni con la princesa… ni con la trucha.


 

Los últimos de Guinea Ecuatorial eran de Cangas del Narcea. Francisco de Villarmental

Francisco de Villarmental e Higinio de Caldevilla en Guinea.

Hace algunos años, bajo el título: “Hacia el Trópico: José Fernández Rodríguez en Guinea Ecuatorial“, el escritor cangués Alfonso López Alfonso nos relataba en esta misma web la experiencia en Guinea que José le había contado desde su casa de Villacanes en el verano de 2013.

Decía entonces López Alfonso que «sería interesante estudiar cuáles fueron las causas de que unos cuantos cangueses, predominantemente del Río Naviego, pero no solo, se embarcaran con rumbo a Guinea. ¿Quién, cuándo, cómo y por qué fue el primero o los primeros?».

Seguimos sin poder dar respuesta a nada de esto, pero otro colaborador del «Tous pa Tous», esta vez, Enrique RG Santolaya, ha estado con otro de los cangueses que permaneció allí y que vivió, tanto los últimos años de la colonia, como los primeros meses del país independiente.

Guinea Ecuatorial fue un país vinculado a España que se desenvolvió como metrópolis de esta pequeña república del África negra durante cerca de dos siglos (1778-1968). Este período de soberanía hispana no aquietaría el proceso de descolonización auspiciado en el marco de un movimiento global motivado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y al aparecer un gobernador opresor, capaz de apisonar a la urbe y de paso truncar las relaciones con la vieja madre-patria.

El 12 de octubre de 1968 nacía en África un nuevo Estado con el nombre de República de Guinea Ecuatorial. Definitivamente, Guinea Ecuatorial se independizaba de España.

Tras la Independencia de Fernando Poo y el Río Muni, siete mil españoles optaron por permanecer en la recién estrenada Guinea Ecuatorial, pero, ni tan siquiera habían transcurrido seis meses, cuando apresuradamente tuvieron que renunciar a este territorio. Entre ellos, un número importante de cangueses que Enrique RG Santulaya ha bautizado como “los últimos de Guinea Ecuatorial”.



 

De La Coruña a Cangas del Narcea, pasando por Ribadeo, en 1933

Era una hermosa mañana de mediados de agosto. Los magníficos autobuses “exprés” que hacen el viaje La Coruña-Oviedo y Gijón, pasaportábanme por una carretera muy familiar.

Puntos conocidos por todos empezaban a desfilar, El Puente del Pasaje, con su Santa Cristina maravillosa e incomprensiblemente inexplotada en forma, era como la puerta tras la cual quedaba oculta la capital gallega.

Fiestas de San Roque en Betanzos (La Coruña), año 1933.

Pronto el auto discurre veloz tras la histórica Betanzos, atravesando, como si volase, esa hermosa autopista “acharolada”, que es digna entrada de La Coruña.

Y en seguida, después de atravesar pequeños pueblecitos, que los excursionistas herculinos se saben como suele decirse al dedillo, Betanzos. La célebre ciudad del Mandeo, en otros tiempos Brigancio, capital de Galicia. (¡No como ahora se titula tan ridícula como pomposamente Santiago…!) La ciudad de las marismas. La villa de las casitas apiñadas y de las calles cuestas a lo “Vigo”.

Pronto la cuesta de la Sal permite al viajero, desde su altura, el último adiós a La Coruña, que se otea a lo lejos, confundida en el brillar de sus cristales, con los rayos solares de aquella típica mañana agosteña.

Los altos de Guitiriz, con su balneario famoso, con sus caras conocidísimas, porque diríase que en Guitiriz no habitan más que coruñeses, ofrécense a nuestra vista.

Y sigue el paisaje árido, monótono, a veces interrumpido por la vía férrea, con sus paralelas simbólicas de un infinito temido.

Abandonamos la carretera general que nos llevaría a la capital de España y emprendemos, dejando a un lado Bahamonde, la llamada de “la Costa”.

Pronto Villalba, con sus dulces populares ofrece al viajero un refrigerio. También Villalba, con su temperatura, más bien fría, calma un poco el calor que Febo y el motor, aliados, trasmiten a los automovilistas.

Catedral de Mondoñedo en una fotografía tomada en 1925 por Ruth Matilda Anderson.

Y en seguida una bajada peligrosa con curvas impresionantes. Y allá en el fondo Mondoñedo. Y rodeándola la más rica vega, el valle más productivo… y estético, que la Naturaleza pudo crear. Tierras de colores, rojizos, verdes, verdes amarillentos. Facetas y tonalidades diversas, evidenciadoras de una riqueza agrícola magnífica.

Vamos acercándonos. El chofer, como si también él quisiese recrear su vista con la contemplación de aquel paisaje sublime, detiene el coche.

Mondoñedo, desde aquella altura, diríase una Compostela, pequeña, con su catedral en miniatura, con su seminario y sus conventos.

Ciudad antigua esta, que hasta tiene un hermoso acueducto milenario. Y rápidamente, tras pasar Villanueva de Lorenzana, con su gran Ayuntamiento, con su convento de frailes, que elaboran un licor análogo al “Benedictino”, surge ya otra vez el mar.

Pero un mar que podíamos denominar propio. Un mar con murallas. Porque murallas y hermosas pueden considerarse a Castropol, Ribadeo y Vegadeo, que cual tres inmensos brazos rodéanlo en un alarde de buen gusto y de maravillosa y perfecta estética, a la que no le falta un bello castillo, el de “Don Piñelo”, para componer el cuadro.

Ribadeo: Plaza de España, Torre de los Moreno y pazo de Ibáñez. 1933 (ca).

Hacemos un alto en Ribadeo. Todavía se habla gallego. Pero un gallego con “gotas” astures.

Hermosa villa esta. Aspecto ya de población. Limpia, con sus buenos hoteles. Con “botones” que hablan francés e inglés a la perfección y que simbolizan con fidelidad pasmosa al más exacto tipo de “botones” pillín. De “botones” que se procura la propina de los modos más inverosímiles.

Por no faltarle nada de población a Ribadeo, hasta es cara la comida…  Pronto reanudada ya la marcha, ofrécese a nuestra vista la “eterna rival” de la villa que abandonamos: Vegadeo. Con su gran plaza, con su comercio pujante, con su Ayuntamiento y su iglesia, de cúpula granate, recién hecha. Con su río Eb…

Acabamos de atravesar el puente internacional. Ya estamos en Asturias.

Paisaje semejante al gallego. Por ahora sigue el mar.

Castropol, Tapia—con su convento de recia piedra—Navia—con su ría, con sus casas blanquísimas y su jardín, marco de la estatua del gran Campoamor—Luarca—con sus 25 curvas a la entrada, que sirven para que se anhele más llegar a ella, con su Casino Teatro, con su playa y su puerto de “casa de muñecas”.

El acento astur óyese ya con fuerza.

—”Quier peres”, señorito—ofrece insistente una vieja vendedora.
—¿Pero estarán “bones”?—le pregunto contagiado ya por la lengua nativa.
—¡”Home”, claro! Mire, por una “perrona” le doy cuatro.
—¿Y por una “perrina”?
—”Home”. Por una “perrina” no le doy más que dos. ¿Paécenle poques”? ¡Oh!

Puente sobre el río Canero a su paso por Luarca. 1933.

Y no tengo más remedio que comprarle aquellas “peres” de “bota”, como les llama a unas peras pequeñas, con abundante jugo. Dejamos atrás Luarca, y después de pasar Canero. el “pueblín” de los puentes, emprendemos la subida a La Espina. La carretera asfaltada permite ahora subirla con comodidad y rapidez, que hace años parecían imposibles.

Llegamos al alto. Nótase frío. En La Espina, si las nieves no son perpetuas, les falta muy poco.

Dejamos el autobús. Este continúa su dirección hacia Oviedo; y un turismo nos transporta hasta Cangas del Narcea, punto de mi residencia veraniega y lugar donde he tenido la suerte de nacer.

Dos kilómetros del final del viaje divisamos el famoso convento de Dominicos de Corias, monumental edificio de piedra de 365 huecos. Tantos como días tiene el año.

Cangas del Narcea. Calle Mayor y plaza de Rafael Rodríguez en julio de hacia 1933. Fotografía de Ubaldo Menéndez Morodo. Colección de Juaco López Álvarez

Comienza ya el abrupto paisaje y los viñedos cargados hasta los topes de verde y pequeña uva, al moverse con el viento caliente de aquella tarde de verano, diríase que se inclinaban para saludar cariñosamente a uno de sus hijos que retorna, tras larga temporada, al solar patrio.

Ya entramos en Cangas de Narcea, y la estrecha y larga calle Mayor nos hace recordar a la calle Real coruñesa.

El hermoso y nuevo teatro Toreno, el Ayuntamiento, el casi derruido convento de monjas dominicas. Palacio del Conde Toreno, con sus severas líneas señoriales… Todo me alegra, me trae recuerdos de años juveniles.

Ya estamos ante nuestra casa.

¡¡El viaje ha terminado!

Ahora a descansar… y a soñar, también, con La Coruña, “sonriente” y hermosa.


FRANCISCO JIMÉNEZ DE LLANO

A.C.G.: revista mensual ilustrada del Auto-Aero Club de Galicia: afiliado al Automóvil Club de España: A.C.G. – Año IV Num. 41 (Octubre, 1933)


Federico Rubio y Galí y el tumor de cinco kilos de Antonia García de Besullo

Dr. Federico Rubio y Galí fotografiado por Franzen en su despacho (Blanco y Negro, 1 de julio de 1900)

Federico Rubio y Galí (El Puerto de Santa María, 1827 – Madrid, 1902) junto al premio Nobel Santiago Ramón y Cajal  (1852 -1934), sin lugar a dudas, son las dos personalidades más relevantes y significativas de la Medicina española del siglo XIX, no en vano en 1873 fue nombrado Miembro de Honor del Royal College of Surgeons de Londres, concediéndosele el título de Príncipe de la Cirugía.

Rubio y Galí obtuvo con inmejorables calificaciones el título de Licenciado en Medicina y Cirugía el 28 de junio de 1850. Para el ejercicio de la profesión tuvo que abonar una tasa o impuesto de 2.720 reales, cantidad que no poseía, pero a la vista de su brillante expediente académico obtuvo un permiso para pagarla a plazos. A poco de obtener el grado de Doctor trasladó su residencia de Cádiz a Sevilla y allí hizo unas oposiciones a la plaza de primer cirujano del Hospital Provincial. Pese a la superioridad de sus ejercicios, la plaza se la dieron a otro de los aspirantes, por lo que finalmente en Sevilla se dedicó al ejercicio libre de la profesión, logrando rápidamente un gran prestigio como cirujano práctico. Fue la más brillante de las figuras que, a lo largo del período 1860-1880, introdujeron en España las arriesgadas intervenciones que permitió la revolución quirúrgica. En 1860 practicó su primera ovariotomía, dos años después de que iniciara su serie Thomas Spencer Wells; en 1861, su primera histerectomía; en 1874, su primera nefrectomía; y en 1878, la primera extirpación total de la laringe, cinco años después de la efectuada por Theodor Billroth.

Además, la importancia del Doctor Rubio y Galí queda atestiguada por la cantidad de proyectos realizados y títulos acumulados desde su juventud hasta los últimos años de su vida. Entre ellos, y para lo que nos ocupa, basta destacar que en 1880 fundó el Instituto de Terapéutica Operatoria en el madrileño Hospital de la Princesa, destinado a la enseñanza de especialidades quirúrgicas que se trasladó, en 1896, a un edificio de nueva planta, en la zona de La Moncloa, que pasó a denominarse Instituto Quirúrgico Rubio, con la escuela aneja Santa Isabel de Hungría para enfermeras, una de las primeras escuelas de enfermería en Europa y la primera en España.

Y es precisamente en su libro publicado en 1882 Reseña del segundo ejercicio del Instituto de Terapéutica Operatoria del Hospital de la Princesa, donde encontramos la siguiente referencia a la evaluación preoperatoria y la intervención quirúrgica de Antonia García, natural de Besullo en el concejo de Cangas del Narcea.

 

Observación de Antonia García

Antonia García, natural de Besullo (Oviedo), de edad de cincuenta y siete años. Alta, bien conformada y algo enjuta.

Desde que pudo observarlo habían pasado tres años. Advirtió una cosa como un pan en la parte posterior de su muslo derecho. Era indolente, y así continuó hasta que, exagerándose el volumen con el discurso del tiempo, notó tirantez, molestias, y luego dificultades para andar.

Hallamos la región posterior del muslo considerablemente deformada y crecida en su volumen, doble por lo menos que el opuesto. Evidentemente, residía por bajo de la aponeurosis. No resultaba fácil distinguir si se trataba de un lipoma gigante o de un sarcoma. Diagnosticamos lo último, fundados sólo en la igual lisura que daba la tactación en todos los puntos y en su consistencia elástica.

Operamos por una sola incisión vertical desde el pliegue de la nalga hasta el espacio poplíteo, desbridando después la aponeurosis a uno y otro lado de la comisura superior. Con esto pudimos separarlo de la cara interna de la aponeurosis introduciendo la mano, despegándolo y volcándolo fuera. Nunca hemos visto tumor de tanta magnitud prestarse tan fácil. No tenía adherencias, y realmente no hubo necesidad de recurrir al bisturí más que para dilatar ampliamente la piel y la aponeurosis.

El tumor pesó cinco kilos y cincuenta gramos; era un sarcoma también de células redondas.

Ni hubo fiebre ni ningún otro accidente. La herida, tratada por el método de Lister, cicatrizó por primera intención y la enferma fue dada de alta.


Tiempo de silencio

Finales años 50. De izda. a dcha: Benito A. Castelao, Antón Arce, Manuel Gómez, Germán García ‘Cañita’.

El hombre de la boina es Cañita. Se llamaba Germán García Rodríguez pero todo Cangas lo conocía por Cañita. De él se contaba que se escapó cuando iba a ser fusilado en septiembre del 36. Unos decían que se tiró en marcha de la camioneta en la que él y otros republicanos eran conducidos al cementerio de Cangas, el lugar del fusilamiento. Otros sostenían que se escabulló justo delante del pelotón, en el mismo cementerio: que mientras los soldados cargaban los fusiles, se echó monte abajo hacia el río y logró huir y esconderse.

Cañita anduvo unos años deambulando por la parte del Coto y por Las Montañas y luego pasó a los concejos de Allande y Grandas. Sobrevivió mendigando y haciendo algunos trabajos, oculto bajo el nombre de Gervasio Iglesias. En 1942 lo detuvo una contrapartida de la Guardia Civil y acabó en la cárcel. Luego, regresó a Cangas. Se dedicaba a trabajar las huertas y se encargaba de tocar las campanas. Era un personaje popular de quien recuerdan muchos que fumaba en unas pipas que fabricaba él mismo con huesos de pollo.

Cañita aparece en esta fotografía con tres representantes de las fuerzas vivas de Cangas. Ahí están don Benito Álvarez Castelao, banquero; don Antonio Arce, abogado y ex alcalde; y don Manuel Gómez, médico.

Es una imagen que dice mucho del Cangas que sobrevivió a la Guerra Civil y de cómo tras la gran tragedia, la gente se echó el dolor a la espalda para poder seguir conviviendo. Tiempo de silencio. En esa escena apacible, cuatro hombres viven unos momentos de tranquilidad; puede ser que estén sentados a la puerta de alguna bodega, en una típica tarde de merienda. Años atrás, los cuatro han sido testigos de unos años intensos, dramáticos, de unos acontecimientos tremendos. La vida les ha regalado después, no obstante, instantes como este.

Cañita, el legendario rojo cangués que logró burlar a la muerte en el último minuto, está sentado junto a don Manuel Gómez, cuyo hijo Grato no tuvo esa suerte. Grato era un joven militante de Izquierda Republicana, el partido de Manuel Azaña. Lo fusilaron en Luarca en diciembre de 1937. Era estudiante de Medicina, tenía 27 años de edad. No hace falta escarbar mucho para comprobar que Grato no cometió ningún delito que mereciese tal castigo. Su fusilamiento fue contado en la controlada y censurada prensa franquista y ahí mismo, en la breve noticia publicada por el diario asturiano Región, se aprecia con claridad la injusticia.

Dice el periódico que Grato fue “pasado por las armas” en cumplimiento de una sentencia tras un juicio “sumarísimo de urgencia”, que “recibió los auxilios de la Religión con verdadera fe” y que “murió con ánimo sereno, arrepentido de sus pasados errores”. También que “su muerte ejemplar causó impresión a los asistentes al acto”. Y luego, como broche final: “En uno de los bolsillos de la americana se le encontró un rosario”. No hay más. Oponerse al golpe contra la legalidad republicana de quienes tenían apoyo armado de Mussolini y Hitler era un error que se pagaba muy caro.

Sentado junto al padre de Grato está don Antonio Arce. Como Cañita, también él se ha librado del paredón cuando era su destino inmediato. Líder en Cangas de la CEDA, el partido de Gil Robles, alcalde nombrado por el gobernador civil tras el fracaso de la Revolución del 34, don Antonio Arce representaba a la derecha católica canguesa cuando empezó la guerra. Fue detenido y encarcelado muy pronto, el mismo 18 de julio del 36 por la noche, como su hermano y su cuñado. Su hermano, Luis, era un comerciante vinculado a Acción Popular. Su cuñado, José Rodríguez Claret, el jefe local de Falange. Aunque estaban muy señalados como derechistas, ninguno tuvo oportunidad de sumarse o no al golpe. En diferentes fechas de julio y agosto, ellos y otros presos fueron trasladados desde Cangas a otras localidades.

En septiembre del 36, los tres se encuentran en la cárcel de Cangas de Onís, en la zona de Asturias que permanece leal a la República. Cangas del Narcea está ocupada por los rebeldes desde el 22 de agosto y allí pocos republicanos que caen en manos de los franquistas se libran de ser asesinados. Una escabechina. Es entonces, en esas semanas de represión en caliente, cuando logra escapar Cañita. Entre las numerosas víctimas, mujeres y chavales jóvenes.

La venganza no se hace esperar: el hermano y el cuñado de don Antonio y otros seis cangueses son sacados de la cárcel, en Cangas de Onís. Los trasladan a Gijón y allí los matan. Muertes injustas en respuesta a muertes injustas. Don Antonio contará más de un año después, cuando es liberado y ya está sano y salvo en su pueblo, por qué él quedó vivo. Es una escena impactante: el carcelero abre la puerta de la celda que ocupan los presos cangueses y otros; están todos sentados; a ver, dice, que vayan saliendo los que nombro; y entonces comienza a leer una lista; Santiago Castro, José Luis Ferreiro, Dionisio López, Luis Antonio Arce…; como los demás, don Antonio hace ademán de incorporarse, pero Luis, su hermano, que se ha puesto rápido en pie, lo sujeta; quieto ahí, le ordena; Luis ha percibido el equívoco, o cree haberlo notado, y decide en medio segundo; don Antonio no entiende pero su hermano le presiona en un hombro con tal determinación, no te muevas, le insiste, que se queda paralizado; le hace caso, continúa sentado. Se llevan a los ocho. Don Antonio supone que pronto volverán a por él, a por el que falta. Pero no.

Tiempo después, cuando lo han destinado en la prisión a las oficinas, don Antonio encuentra la lista y confirma el error. Como intuyó su hermano, el carcelero se saltó la “y”. Luis y Antonio Arce, dos presos, se habían convertido de ese modo en un preso: en Luis Antonio Arce. Me salvó una y griega, dijo siempre el hombre que ahora está sentado entre don Manuel Gómez y don Benito Álvarez Castelao.

Don Benito es banquero y comerciante, un hombre sobresaliente en Cangas. Seguro que también ha afrontado momentos dramáticos durante la guerra. Uno lo presencia en 1938, cuando ya han matado al hijo de don Manuel y al hermano y al cuñado de don Antonio, cuando Cañita anda escondido por los montes.

Una mañana se presenta en su comercio la viuda de un hombre que trabajó para él en la central eléctrica del Molín y cuyo hijo Félix heredó ese empleo. Félix Ordás es uno de los milicianos socialistas cangueses más destacados. Él y otros cuatro presos acaban de fugarse de la cárcel de Cangas, donde esperaban su ejecución tras ser condenados a muerte. La represalia es inmediata. La Guardia Civil ha ido a la casa de la madre de Félix y le ha dicho: esté preparada mañana, que vendremos a por usted y sus hijos para llevarlos a un campo de concentración. La mujer ha madrugado y ha ido a intentar conseguir calcetines, camisetas, alguna ropa de abrigo.

Avisado de que está en su comercio, don Benito se ha acercado a la tienda. La mujer le explica lo sucedido. Don Benito sabe lo ocurrido dos años atrás, cuando los nacionales tomaron Cangas. Sabe que a un joven hijo de esa mujer, a Pepín, 16 años, lo detuvieron y lo mataron al día siguiente, sin más. Se teme lo peor. También sabe que cualquier auxilio a los rojos trae consecuencias, multas cuantiosas. Pero don Benito no duda. Esperanza, le dice, usted pida; lleve lo que quiera, todo lo que necesite.

Esperanza parte poco después hacia Figueras con dos hijos y tres hijas. Pasado un tiempo, regresarán a Cangas vivos. Félix, no. Cercado en una aldea de Allande, acorralado en una casa en llamas, antes de que lo detengan, se pega un tiro.

No se habla de estas historias a finales de los años cincuenta, cuando el fotógrafo captura y nos lega la imagen de estos cuatro hombres. Tampoco en los años sesenta ni en los setenta. Verano tras verano, en Cangas estallan los voladores, repiquetea el campanín de Ambasaguas y la gente canta en las bodegas y en los chigres. Todo respira placer.

Bajo el sonido de la pólvora, en el medio de cien montañas, la villa guarda silencio.

El Sanatorio Obrero de Trubia

Sanatorio Obrero de Las Cruces, Trubia (Oviedo), hacia 1906.

Por Toño HUERTA
Presidente de la Asociación por el Patrimonio Histórico Industrial de Trubia

Como muchos otros territorios, Trubia cuenta con uno de esos espacios que tienen un halo de misterio, casi mágico. Multitud de generaciones participamos de excursiones escolares a un edificio vacío, a veces incluso siniestro. Pero a nada que rasquemos veremos que es un lugar lleno de historia y vida. Abandonado durante décadas a su suerte, hoy aún podemos ver en el Alto de Las Cruces el Sanatorio Obrero.

Para hablar del Sanatorio, antes tenemos que hablar de un personaje poco conocido en Trubia y sin embargo parte esencial de su historia. Nacido en Cangas del Narcea en 1872, Mario Gómez y Gómez se licenciaría en Medicina en la Facultad de San Carlos de Madrid; finalizada su licenciatura en 1897, ingresaría en el Cuerpo de Sanidad Militar, siendo destinado en agosto de ese mismo año a la Fábrica de Armas de Trubia.

Nuevos destinos le llevarían por Valladolid, Vitoria o Gijón, hasta su regreso a Trubia; desconocemos el año exacto de su nueva llegada, pero podríamos datarla en torno a 1906. En esta segunda fase “trubieca”, impulsaría y sería socio fundador del Sanatorio Obrero de Las Cruces. Nuevos destinos le harían viajar por toda España, con diversos cargos en el Ministerio de Guerra. En 1931 solicitaría el retiro anticipado del Ejército, regresando a su Cangas natal, donde fallecería al año siguiente.

Aunque realmente no estuvo mucho tiempo en Trubia, su paso por la localidad dejaría huella. Se implicaría en la vida del pueblo donde, desinteresadamente, fuera de sus obligaciones como médico militar, prestaría sus servicios tanto a la población civil como militar más necesitada. Por todo ello, la población siempre lo tendría en gran consideración y, a petición de los vecinos de Trubia, el 22 de julio de 1927 sería nombrado Hijo Adoptivo de Oviedo. Por lo tanto, la historia del Sanatorio Obrero de Las Cruces está íntimamente ligada a Mario Gómez y Gómez. Como indicábamos, él impulsaría la creación de este sanatorio que, en origen, estuvo gestionado por los propios obreros de la Fábrica de Armas, quienes en 1907 crearían la Sociedad Sanatorio Obrero; en los estatutos de la misma, localizados recientemente en el archivo de la Biblioteca de Asturias, se dice que el edificio del sanatorio es propiedad de los socios. Sin embargo, con el tiempo, y a partir de la dictadura, esos bienes pasarían a ser propiedad de la Fábrica de Armas de Trubia, quien gestionaría el sanatorio hasta su cierre en la década de 1960; habitado hasta finales de la centuria pasada, hoy se encuentra en total abandono.

Socorros mutuos

Además de la Sociedad Sanatorio Obrero, en 1911 también se crearía en Trubia la Sociedad de Socorros Mutuos “La Prevenida”. En otra ocasión hablaremos del gran movimiento asociativo que siempre existió en Trubia, parte esencial de nuestra cultura, sociedad y patrimonio. Pero por apuntar algo evidente, ¿no resulta paradójico que un edificio como el Sanatorio Obrero de Trubia, propiedad de una sociedad obrera, fuese apropiado por el Estado para, con el tiempo, dejarlo arruinarse? Quizás se deba volver a ese espíritu inicial y dejar que sea la propia comunidad la que gestione sus bienes.


Fuente: La Voz del Trubia – 20/01/2020

El Sonido de La Descarga

La Descarga, 16 de julio de 2010. Foto: J. Morrosco.

Había una señora completamente sorda en Cangas, pariente de Riego por más señas, que esperaba ansiosa cada 16 de julio. La razón era muy sencilla: a las ocho de la tarde escuchaba el único sonido que oía en todo el año.

Otras señoras emprenden el camino del cercano convento de Corias unos cuantos minutos antes de La Descarga. La razón también es simple, tienen miedo.

En Luarca, junto al mar, a unos 80 kilómetros de Cangas por una culebra de carretera, dicen que oyen el retumbar de los voladores cuando los cangueses tiran La Descarga. Algunos aseguran que los de Luarca exageran.

Yo digo más. La Descarga la oye cada cangués, de nacimiento o adopción, allí donde esté, aunque sea al otro lado del Atlántico, o en los confines de Europa, en Madrid, en el sudeste asiático o en las antípodas. La oyen en forma de nostalgia viva los emigrantes a Europa, los muchos que desde América tienen su raíz en el concejo, aunque haga generaciones que nacen en otro continente, los viajeros que andan por el mundo a las ocho de la tarde de cada día del Carmen. La oímos todos los cangueses. No hay sinfonía que conmueva más a un cangués emigrado que ese estruendo omnipotente.

No se conoce cangués que no haya tenido que disimular una lágrima después de La Descarga. Y, si está lejos de Cangas y por casualidad atisba una imagen de los voladores en cualquier televisión, suele quejarse de esa molesta povisa que acaba de metérsele en el ojo. Los recuerdos se acumulan y un nudo se engancha en la garganta.

Qué cangués no recuerda la primera vez que perdió La Descarga. Los hay afortunados, que la ven cada año. Pero muchos emigrantes, en su tiempo muchos quintos, muchos viajeros, muchos no nacidos en el concejo, pero empapados para siempre de Cangas han vivido ese momento lejos de Ambasaguas. Nunca olvidan ese día. Y recuerdan cómo telefonearon a un amigo que dejó el auricular descolgado para, al final, preguntar ¿qué te pareció? Y oír una voz entrecortada por respuesta.

Porque aún no se ha inventado el artefacto capaz de reproducir fielmente La Descarga. Se han hecho fotos y películas maravillosas, se ha grabado con sofisticados aparatos desde cientos de sitios distintos, pero no es igual. Quien la haya intentado filmar lo sabe, “no hay pintor que la pintara”.

Final de La Descarga, 16 de julio de 2010. Foto: J. Morrosco.

Y eso que, como queda dicho, La Descarga da miedo. Hay que verla de cerca, y los cangueses lo saben. Hay que oírla y olerla de cerca. Es por lo que las madres se inquietan el día del Carmen. Los barrenos de El Voladorón que preludian la tirada llevan nervios a las casas. Y ese aviso, después de la comida de fiesta: “¡A ver dónde te pones! ¡No me vengas mancao!”, que recuerda aquella otra advertencia tan canguesa de madres a hijos: “Eso, tú vete al río; como te afuegues te mato”.

Pero ese neno o esa nena, que sabe que va a tirar a mano por primera vez en su vida, pone cara de inocente. Sabe que el volador tiene cuatro partes de abajo arriba, vara, mecha, carretilla y bomba. Le han dicho que para tirar un volador lo coges por la carretilla suavemente con el índice y el pulgar, la mecha hacia fuera; separas los pies y los asientas bien en el suelo, estiras los brazos, la vara vertical, algo inclinada hacia delante; acercas la brasa y das fuego a la mecha, la ves consumirse; oyes el bufido, notas el empuje y, cuando sabes que quiere volar solo, lo sueltas… “Si antes de todo eso comprobaste que no hay alguna rama encima, lo hiciste bien”. La estela es de fuego y humo. Aspiras el dulce olor a pólvora quemada y oyes la explosión, allá arriba, donde todos los socios de Artesanos que desde hace cien años se han ido yendo esbozan una sonrisa. Saben que ya estás prendido, con ese imperdible del lazo de la Virgen del Carmen que llevas, de esa fiebre llamada pólvora de la paz.

Además de las emociones, y allá cada uno con las suyas, la primera vez que se tira a mano en La Descarga se experimentan sensaciones físicas extraordinarias. La boca se reseca. Los pulsos se aceleran. Los dedos tiemblan. Se acumulan los nervios. Duele el nudo en la garganta. El cuerpo se tensa y cierto temor ata los músculos. La tirada a mano es un larguísimo instante que dura cinco minutos. Un eterno momento con el único objetivo de tirar voladores “al estilo Cangas”, es decir, cuantos más mejor. Cuando el tirador a mano acaba su carga tiene húmedos los ojos, y no del humo. Mientras se prenden las máquinas, lanza gritos, no sabe muy bien de qué. Eso ocurre la primera vez que tiras en La Descarga. Y todas las demás.

Ahora, si vivís muy lejos de Cangas, prestad atención cada día del Carmen a eso de las ocho de la tarde. Oiréis un rumor suave. Ya sabéis lo que es. Son los de la Sociedad de Artesanos tirando voladores.

Juan José Morodo.
Madrid, en mayo de 2002.
(857 palabras)

Impresiones de unas fiestas en 1915, por Borí

Este comentario sobre las fiestas del Carmen y La Descarga en Cangas del Narcea, fue publicado en el semanario de noticias de Grado “Mosconia” en agosto de 1915. Lo escribió,  a sus 29 años de edad, el periodista cangués Gumersindo Díaz Morodo “Borí” a petición del abogado gradense Ramón Maqueda, con la finalidad de publicarlo en el mencionado semanario.


DE UNAS FIESTAS

IMPRESIONES

Entre cacho y cacho o cacipiellu y cacipiellu del mosto cangués me pide Ramón Maqueda unas impresiones de las fiestas que en estos días se están celebrando en esta villa de Cangas de Tineo.

Las quiere para MOSCONIA, y en verdad que la petición no es pequeña. Porque ¿qué impresión pueden dejar en mí unas fiestas que vengo presenciando de casi sin interrupción desde hace un cuarto de siglo?

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Procesión de la Virgen del Carmen en la calle de la Iglesia (hoy, calle de don Rafael F. Uría), hacia 1915. Fotografía de Benjamín R. Membiela. Col.: Juaco López Álvarez

La tradición consagró estos festejos del Carmen, y creo no hay un cangués que no espere con impaciencia el 16 de Julio. Aunque el programa de fiestas mencione unos cuantos días de diversión, los cangueses pensamos especialmente en ese día del 16, y de ese día, en el momento —que también por tradición llamaremos solemne— del regreso en procesión de la imagen Carmelita a su iglesia.

¿Fanatismo?… ¿Qué acaso se espere en tal momento algún milagro de una Virgen de la que tantos y tan estupendos nos cuentan?… Nada de eso, nada de fanatismo. Aquí, como en todas partes, y acaso en mayor número, hay gentes fanáticas, pero en ese día tienen el buen acuerdo de desaparecer, de no dar muestras de vida… A la procesión apenas si acuden tres o cuatro docenas de personas; el público se estaciona por puntos estratégicos que den vista al puente de piedra que ha de cruzar para dejar la imagen en su iglesia, y, llegada la procesión al puente, presenciar el momento solemne, el momento en que miles y miles de cohetes cruzan el espacio en todas direcciones, enlazándose unos con otros, nublando el sol, cohetes disparados por jóvenes y no jóvenes colocados estratégicamente en las cercanías de los ríos Luiña y Narcea.

CANGAS DE TINEO, 1915.—Jóvenes y mayores de la localidad celebrando la romería del Carmen junto a una facina de hierba.

Porque estas fiestas se distinguen de otras por el gran consumo de pólvora que en el momento de la procesión se hace. Numerosos individuos, colocados por las huertas cercanas a los ríos, no cesan durante veinte o treinta minutos de disparar cohetes y más cohetes, y cuando se cree que la descarga va a finalizar, las máquinas disparadoras se encargan de poblar una y otra vez el espacio, dando todo ello la impresión de baterías de cañones y ametralladoras disparando hacia lo alto.

Este espectáculo de tanto derroche de pólvora es lo que más hondamente me impresiona anualmente en las fiestas del Carmen, y mentalmente me pregunto si esta costumbre de quemar pólvora en tanta abundancia será o no será una herencia transmitida de generación en generación por los invasores que de Asturias expulsó D. Pelayo.

BORÍ
Cangas de Tineo, 15 de Julio de 1915

Ya ta el Carmen en casa

Tano Ramos

Cuando mi madre era una niña de casi diez años, allá por el principio de la década de los treinta del siglo XX, el día del Acebo subía andando muy temprano con su abuelo hasta Veigalapiedra. Allí se apostaban con su negocio. Disponían de uno o dos vasos y de un par de jarros que llenaban en una fuente no muy cercana. Cuando comenzaba a llegar la gente que caminaba hacia el Acebo, mi bisabuelo les ofrecía a todos un vaso de agua que cobraba a un perrón. Cada vez que un jarro quedaba vacío, mi madre corría con él a la fuente a reponerlo. Pasaban así buena parte de la mañana.

Años después, ya casada, mi madre iba con su cuñada Oliva a vender cintas y velas al Acebo. Otro negocio efímero. La mercancía se la proporcionaban fiada en la tienda de Evaristo Morodo. Mi padre les hizo una mesa que usaban como mostrador, con patas plegables para que fuese más cómodo acarrearla montaña arriba, cargadas también con cestas.

Subían andando al Acebo el día antes de la fiesta, siempre preocupadas por el tiempo, temerosas de que la lluvia les estropease el negocio. Una vez, de camino, le pidieron un pronóstico a un paisano. Los paisanos de los pueblos (como yo ahora gracias a la artrosis) eran entonces infalibles hombres del tiempo. El hombre miró al cielo y sentenció: “Ta farruco”. Mi tía Oliva y mi madre reían cuando evocaban cómo las sacó de dudas aquella certera respuesta.

Ya en el Acebo, pasaban la noche con otra gente y dormían en el suelo, en una pequeña casa de piedra cercana a la iglesia. Al día siguiente, muy temprano, empezaban a vender las cintas y las velas. Regresaban a Cangas por la tarde, corriendo monte abajo, y se acercaban a casa Evaristo a hacer cuentas. Recibían un trato muy ventajoso. Pagaban lo que habían vendido y devolvían sin coste alguno lo que no había tenido salida. Mi madre iba después a casa, se cambiaba y corría a coger el Alsa que la llevaba a Pola de Allande. Allí estaba mi padre, en la fiesta del Avellano, trabajando de camarero.

Hubo un tercer negocio, también efímero. En las fiestas del Carmen, mis padres y mis tíos Chali y Oliva ponían un bar en las verbenas. Hay una foto en la que los cuatro (aparece también mi tío Emilio) posan tras la barra, jóvenes y llenos de vida. Parece que están de fiesta en lugar de trabajando mientras los demás se divierten. Sobre este bar siempre evocaban una historia. Ocurrió hacia 1947, en la verbena de La Vega, el día del Carmen. Un vecino, Lache, se acercó a la barra y pidió unas bebidas. Nada extraño, salvo que mi padre observó que se las llevaba detrás de una pila de tablones. Al rato, Lache regresó a por otra ronda y también se la llevó al mismo lugar. Mi padre se lo comentó a mi madre, que era muy amiga de Lola, la mujer de Lache. Pregúntale si vuelve, resolvió mi madre. Y así fue. “Calla, calla”, respondió Lache, “que están ahí mis cuñados celebrando que se los llevan a Francia”. Sus cuñados, hermanos de Lola, eran los Manzaninos, unos cangueses republicanos que andaban escondidos por el pueblo desde el final de la guerra. La Guardia Civil los buscaba sin tregua y ellos se permitían ponerse a beber al lado del cuartel.

Por entonces, los Manzaninos llevaban unos años ocultos en las bodegas de la casa de Lola. También había permanecido allí su padre hasta que murió y lo enterraron una noche en el Monte Chorizo, muy cerca de donde había estado el cementerio de Ambasaguas. Lola le contaba a mi madre cómo cuando su padre enfermó, iba a atenderlo don Rafael el médico, republicano como ellos. Don Rafael se disfrazaba de mujer, se echaba una toquilla por encima, y bajaba desde su casa en la calle de la Fuente, de noche, como si fuese una de las canguesas que acudían a rezar a la puerta de la iglesia del Carmen.

Todas esas historias y muchas más me las contaba mi madre. Con una pasión sin medida, evocaba aquel Cangas de su niñez y su juventud como un verdadero paraíso pese a las penurias y el trabajo duro. Cangas era para ella lo mejor del mundo. Exactamente así lo expresaba. Era una canguesa del club de Carlos Graña, que escribió en 1944: “¿Qué hay superior a Cangas? ¡Solo el cielo!”.

Estos últimos años vivía en Avilés, cómoda y muy bien atendida, con la ilusión de regresar a su pueblo cada verano, donde la cuidaba con mimo su vecina Esther. “Ya ta el Carmen en casa”, decía invariablemente en junio, mientras paladeaba el viaje. Quién te lo iba a decir: a veranear a Cangas, le tomaba el pelo yo entonces, ya eres como el conde de Toreno.

Cuando era una niña, en los años veinte del siglo pasado, mi madre participaba cada verano en el recibimiento al conde de Toreno y su familia. Les aplaudía y vitoreaba cuando se asomaban al balcón del palacio, en el Mercado, y después se ponía a la cola, a recoger unos céntimos que iba dando un propio a los pobres.

El año pasado sólo permaneció en su pueblo unos días, durante el Carmen. Se agotaba enseguida, en cuanto caminaba un poco. Se dio cuenta de que ya no regresaría a su Cangas, de que ya no habría más veranos extraordinarios. Entonces comenzó a apagarse. Pero sin admitir que se había terminado esa etapa. Dos días antes de morir, a un poco más de un mes del Carmen, sorprendió a su nieta Esther con una propuesta. Le planteó hacer un viaje juntas. Pero en ese horizonte no aparecía Ambasaguas ni el Cascarín ni el Narcea ni los Bloques del Carmen ni el Acebo. En una pirueta mental defensiva, mi madre le soltó: “¡Vamos tú y yo solas a Londres!”.

(Nieves García Rodríguez nació en Cangas del Narcea el 13 de octubre de 1921 y murió en Avilés el 14 de junio de 2019)

De izquierda a derecha, Chali, Oliva, Tano, Nieves, un vecino que no tengo identificado y Emilio. En el bar de la verbena del Carmen, en 1946 o 1947

 

De Cerveiriz a Madrid para ser aguador y sereno

Aguadores de cuba o barrica en una de las fuentes reservadas al gremio en la villa de Madrid hacia 1850.

Manuel González fue un campesino del concejo de Cangas del Narcea que marchó a Madrid en torno al cambio del siglo XIX al XX para trabajar de aguador. Nació en 1885 en la aldea de Cerveiriz, perteneciente a la parroquia de Abanceña en el Río del Couto. En la capital conoció la extrema dureza del oficio de aguador de cuba, que a diferencia de otros tipos de aguador eran los que abastecían de agua a los hogares. Todavía, en las primeras décadas del siglo XX, el agua llegaba a pocos barrios madrileños, y hasta la década de los años veinte no se generalizó un sistema capaz de hacerlo subir por las cañerías hasta los pisos altos de las casas. La llegada a Madrid del agua del Canal de Isabel II, en 1858, significó el punto de partida de un ansiado y esperadísimo servicio del que no se beneficiarían muchos barrios madrileños hasta los años setenta del siglo XX.

El aguador de cuba era uno de los oficios más ingratos de Madrid. Había tres tipos de cubas: de 29, de 33 y de 48 litros. El aguador tenía treinta, cuarenta o más vecinos a los que servía una o dos cubas diarias, trasladadas desde la fuente por lo general sobre el hombro izquierdo. Manuel González, como el resto de aguadores, llevaba una herida en ese hombro que luego, abandonado el oficio, se transformaría en una cicatriz que le acompañaría de por vida. Los aguadores entraban y salían de los hogares con absoluta familiaridad, ya que volcaban las cubas sobre tinajas que solían estar en las cocinas y aseos. A su quehacer le denominaban ellos mismos “echar cubas de agua”. Poseían las llaves de las casas madrileñas, por eso las familias exigían que fueran hombres muy honrados y leales, y por eso el oficio era casi monopolio de los asturianos.

Fuente de Pontejos hacia 1904, con los largos caños metálicos para facilitar la aguada.

Formaban uno de los gremios más peculiares de Madrid, por el elevado número que conformaba y por su multitudinaria presencia en las plazas de las ciudad (a veces por centenares; con sus juegos de cartas sobre las cubas, sus cabezadas, sus riñas y sus famosas “tertulias de aguadores”). Más del 90 por ciento procedían de Asturias, y sólo un 5 por ciento de Galicia. Más de un tercio eran nacidos en el concejo de Tineo, y de Cangas del Narcea eran casi un 10 por ciento. El resto eran nacidos en otros concejos asturianos. Manuel González trabajó en la fuente de Pontejos, una de las más populares de Madrid, muy cerca de la Puerta del Sol; una fuente con cuatro caños y casi un centenar de aguadores en 1850.

Manuel González se cambió, a los diez años de estar en Madrid, a otro oficio monopolizado por los asturianos, el de sereno, donde también resultaba un requisito indispensable la honradez. Pero en este caso los serenos procedían en dos terceras partes de pueblos del concejo de Cangas del Narcea. Es decir, los de Tineo eran mayoría en el oficio de aguador y los de Cangas en el de sereno. Éste poseía también multitud de llaves de hogares y comercios y las de todos los portales madrileños. Era un oficio duro por las muchas horas de trabajo que exigía, por soportar condiciones y temperaturas extremas, por el cansancio y sueño que se sufría y por los riesgos que conllevaba la noche madrileña. Manuel tuvo su primera plaza de sereno en la calle del Olivar, próxima a la plaza de Tirso de Molina, y luego pasó a una de las calles mejor valoradas dentro del gremio, la de Preciados, repleta de comercios y en pleno centro de la capital. Y es que el sereno vivía de las propinas de los vecinos y, sobre todo, de los que les daban los dueños de comercios por su especial dedicación a la vigilancia de los mismos. Manuel, como otros serenos, entregó las llaves de las casas y portales que atendía con la llegada de la Guerra Civil, cuando se convirtió en una escena nocturna habitual que las tropas de la capital sacasen a vecinos de sus casas para “darles el paseíllo”. Manuel residía entonces en la calle Santiago, en el Madrid más antiguo, entre el Palacio Real y la Plaza Mayor.

La fuente de Lavapiés (Madrid), hacia 1870, según grabado de Francisco Pradilla y Ortiz, publicado en “La Ilustración Española y Americana”.

Manuel González, como la mayoría de asturianos que emigraron a la capital, echó raíces en Madrid, pero sin olvidarse jamás de su Cerveiriz natal, a donde se trasladaba cada verano con su mujer y con su hija, María del Rosario, que actualmente (2017) tiene 92 de años. Rosario recuerda cómo llegaban en autobús a Cangas y desde allí en carro a Cerveiriz, donde tenía que dormir en la panera. Ella y su madre regresaban a Madrid a finales del verano, incluso en octubre, como hacían la mayoría de hijas y esposas de emigrantes. En Madrid, Rosario creció jugando junto al Palacio Real, se formó –como tantas jóvenes- estudiando mecanografía y logró entrar en una empresa consolidada y con gran futuro, como era Telefónica, con un puesto de trabajo en la mismísima Gran Vía.

Madrid, calle Preciados hacia 1907

A Manuel González le debió ir económicamente bien con su plaza de sereno en la calle Preciados. Tuvo mérito, además, que la familia lograse vivir en uno de los enclaves de mayor solera de Madrid, quedando la hija empleada en una empresa tan próspera como la Telefónica.

Este texto se ha realizado a partir del libro Asturianos en Madrid: los oficios de las clases populares (Siglos XVI-XX), escrito por Juan Jiménez Mancha y editado por el Museo del Pueblo de Asturias en 2007, y con el testimonio de oral de María del Rosario González Rodríguez, recogido el 20 de enero de 2017 por José Manuel Fraile Gil y María del Pilar Fraile Agudín, cuyo texto íntegro ofrecemos a continuación.

Texto íntegro de la entrevista realizada a María del Rosario González Rodríguez

Localidad: Madrid capital (Barrio de Palacio)

Informante: María del Rosario González Rodríguez, de 92 años de edad.

Fecha de la recopilación: viernes 20 de enero de 2017.

Recopiladores: José Manuel Fraile Gil y María del Pilar Fraile Agudín.

  1. Datos familiares: nació en Madrid, calle de Santiago, 24 antiguo y 18 moderno. Hija de Manuel González ¿Collar? (Cerveiriz, concejo de Cangas del Narcea, Asturias, 1885 – Madrid, 1949) y de María de los Dolores Rodríguez, fallecida a los cinco meses de nacer Rosario. En la lápida de su madre había un retrato que besaba de niña, cuando iba al cementerio. Su padre casó en segundas nupcias, cuando ella tenía año y medio, con María…
  2. Informes sobre Cerveiriz: Cerveiriz era una aldea, ni siquiera era una aldea, era una casa sola a siete kilómetros de Cangas. En aquella casa había de todo: una panera donde guardaban el grano y los alimentos, había un lagar, había animales, y una casa muy grande. La casa estuvo habitada hasta hace poco por un pariente mío, pero ahora creo que está cerrada. Yo creo que antiguamente se debió llamar el Regueiro de Cerveiriz. Está metida en lo más hondo del camino. En la cocina, que era muy grande, había una cocina de hierro, de las que tenían tanque para el agua caliente, y mi padre la mando subir de Cangas en el carro, que también había carro en aquella casa.
  3. Informes sobre la llegada a Madrid de su padre como aguador [1]: mi padre se vino a Madrid cuando era muy joven, y se vino a Madrid sin conocer a nadie. Él vino a “echar cubas de agua” de aguador que decían entonces. En aquella época Madrid no tenía agua en las casas, y entonces estaban los aguadores que subían a las casas el agua. La subían en una cuba de metal, que yo no sé cuánto cabría en ella, pero sí sé que pesaba mucho cuando estaba llena. Y de subir las cubas de agua tenía él una cicatriz en el hombro izquierdo, que la tuvo toda su vida. Él estaba en la fuente de Pontejos, que entonces no estaba como está ahora, y cada uno tenía su demarcación, no era coger el agua y subirla donde quisieras. Estaba todo distribuido, y a mi padre le tocó ahí, en Pontejos.
  4. Informes sobre su padre y el oficio de sereno: a los diez años de estar en Madrid como aguador, como aquello era muy duro empezó a ser sereno, que había muchos serenos entonces asturianos en Madrid, y muchos eran de Cangas. Empezó primero en la calle Olivar, que sale de Magdalena y baja a Lavapiés y luego ya estuvo en la calle Preciados, y ahí estuvo mucho tiempo. Al venir la guerra, como mi padre y todos los serenos tenían por la noche las llaves de los portales, pues decidieron dejarlas en la Alcaldía del barrio, porque ya sabes que a muchos iban a buscarlos por la noche para darlos el paseo… y claro, el sereno tenía que abrir el portal, y aquello era muy comprometido.

Los serenos trabajaban sin sueldo, ganaban sólo las propinas que les daban los vecinos y trabajaban todo el año salvo que buscara un suplente. En Navidad era cuando más propinas les daban y también les daban aguinaldo, buen aguinaldo. Mi padre llevaba una especie de chuzo, de madera con una daga en la punta de arriba, cubierta con cuero, abajo era de madera y por eso sonaba cuando daban con ella en el suelo; también llevaba una gorra de plato y también como un guardapolvo, que en invierno era de más abrigo.

  1. Informes sobre su vida escolar: primero fui a una escuela nacional que había en la calle Lazo, y luego iba a una academia que la directora era francesa, que estaba en la calle San Felipe Neri, y allí iba como becada, como si dijéramos. Allí había un sacerdote que ejercía en San Ginés, y cuando había comuniones, íbamos las mayores a cantar a la iglesia. Luego, durante la guerra, iba a clases particulares a casa de una señorita, que la madre se llamaba Rosario, como yo; y aquella fue la que me encauzó, me enseñó que había que firmar siempre igual, y les dijo a mis padres que, si podían, debían darme estudios porque estaba capacitada para estudiar. Al terminar la guerra, fui a una academia de mecanografía a la calle Pontejos… y luego entré en Telefónica.
  2. Informes sobre su Guerra Civil: la guerra la pasé toda en Madrid. Ya iban a desalojar nuestra casa en la calle Santiago, porque detrás había una trinchera, pero antes acabó la guerra y ya no nos evacuaron. Una noche, me acuerdo que estaba prohibido encender luz por la noche, y una noche vieron desde abajo, en la calle Santiago, una rendija de luz, porque teníamos la luz encendida, y empezaron a decir: ¡esa luz, esa luz!, y tiraron un tiro que dio en el balcón, que allí está todavía la señal.
  3. Informes sobre su vida laboral: yo trabajé siempre en Telefónica, no tuve otro trabajo. Entré en la oficina porque no daba las medidas para los cuadros de las telefonistas, por eso entré en la oficina. Fui ascendiendo hasta llegar a ser jefe de negociado. Trabajé siempre en el edificio de Telefónica, en la Gran Vía, pero en los últimos años estuve en otro sitio, en la calle…
  4. Informes sobre su infancia: yo jugaba siempre en la Plaza de Oriente, con mis primas, jugábamos a la comba, al corro… pero yo no era muy cantarina, y no recuerdo bien. Me acuerdo que íbamos a la Puerta del Príncipe para ver si salía alguien de la Familia Real, o los políticos. Y me acuerdo también de las amas de cría, porque las familias pudientes traían mujeres de Asturias y de León, y las vestían con unos trajes de amas de cría, que eran muy vistosos y eran las que alimentaban a las criaturas.
  5. Informes sobre sus viajes a Asturias en la infancia: como el sereno no tenía sustituto, mi padre tenía que buscar una persona para poderse ir a su pueblo. Entonces nos íbamos en verano a Cerveriz, y estábamos allí la madre y yo, a lo mejor hasta octubre. Íbamos en un autobús que salía de Madrid hasta Cangas, y luego subíamos en el carro a Cerveriz. Yo me acuerdo que dormía en la panera, y una vez me caí al suelo, porque la panera está en alto.

    Autores: Juan Jiménez Mancha, José Manuel Fraile Gil y María del Pilar Fraile Agudín

Alfredo, sereno

El sereno cangués Alfredo García Martínez

Alfredo García Martínez nació en abril de 1923 en Cangas del Narcea y viajó a la capital para ser sereno, y lo fue durante 38 años. Prácticamente todos los serenos de Madrid venían de este concejo del suroccidente asturiano. Esto se debe a que las plazas de sereno las adjudicaba la Sociedad de Serenos de Madrid y los primeros venían de Cangas. El efecto llamada hizo el resto. Hermanos, primos, familiares y conocidos del concejo cangués pusieron rumbo a Madrid para ganarse la vida en las noches de la gran ciudad. Así en 1952 Alfredo empezó a trabajar de sereno en la calle Serrano y 14 años más tarde, en 1966, fue destinado al barrio Costa Fleming coincidiendo con la época más agitada de vida nocturna en sus calles.

El sereno cangués Alfredo García Martínez con unos vecinos del barrio madrileño Costa Fleming

A mediados de los años 50 los marines americanos de la base de Torrejón de Ardoz, se establecieron en modernos y sofisticados apartamentos entre el estadio Santiago Bernabéu y la Plaza de Castilla. La calle Doctor Fleming atraviesa el barrio que los vecinos bautizaron como Corea por la “invasión” de los soldados recién llegados de la guerra de ese país. Toda la zona pronto se convirtió en un hervidero de nuevas formas de vida nocturna. Los dólares, el whisky y la prostitución marcaron la calle Doctor Fleming, y aunque el régimen intentó acabar con ello, finalmente prefirió mirar hacia otro lado y mantenerlo controlado en una especie de zona cero al margen derecho de la Castellana para que no se propagara como la pólvora hacia otros lugares de Madrid.

El término Costa Fleming lo acuñó por primera vez el periodista y escritor Raúl del Pozo guiado por la relajación de costumbres y horarios. La Costa Fleming se convirtió en la zona más golfa de Madrid en la década de los 60. Muchas personalidades de la farándula se dejaban ver por aquí. Artistas, cineastas, escritores y músicos habitaban la costa en la que todo el mundo parecía estar de vacaciones. Bares y discotecas eran testigos de juergas hasta el amanecer y bacanales que inspiraron en 1973 la novela de Ángel Palomino y tres años más tarde, en 1976 la película de Jose M. Forqué: Madrid, Costa Fleming.

Alfredo García Martínez, sereno de Cangas del Narcea

Por ello resulta fácil imaginar la joven Costa Fleming de los 70. Con sus farras hasta el amanecer, el epicentro del Madrid más noctámbulo y golfo. Alfredo testigo de todo y sereno. Las fiestas yeyés con famosos, toreros, escritores, cantantes y políticos. Ex-marines americanos de Corea (hoy el edificio de Castellana 200) propensos a los puños cuando bebían de más. Amantes de una noche, borrachos de vuelta a casa, marqueses y perdedores, ilustres y derrotados. Alfredo ha sido el confidente de todos en su ronda nocturna, acudiendo a la llamada de las palmadas de los vecinos.

El sereno cangués Alfredo García Martínez

Con semblante sereno, gorra, gabardina, chuzo y silbato. De su cinturón colgaban las llaves de los portales y comercios de las calles Doctor Fleming, Félix Boix, Juan Hurtado de Mendoza y Joaquín Bau. Ha resuelto peleas de forma amigable, ha impedido asaltos y robos, incluso llegó a impedir un secuestro. Valiente, íntegro, cercano y amable. Ha acompañado a los vecinos del barrio en las madrugadas, ha velado por su seguridad, espantando a ladrones y atracadores, prestando auxilio a todo aquel que lo necesitara. Como decía el vecino ilustre, Paco Umbral en un artículo que reproducimos a continuación: “Alfredo, en la transvigilia del alba, humedece el chuzo de nostalgia de Cangas, a ver qué vida, pero aguanta bien en Madrid, que ya tiene los hijos grandes. Es el que sube a la casa de la suicida y el que le echa un ojo a la adolescente drogada y pelona que duerme en la acera”.

Sus hijos Jesús y Alfredo, que continúan trabajando hoy por este barrio madrileño, cuentan que su padre era reservado y muy discreto: “Al llegar a casa a veces nos contaba cómo había ido la noche, pero nunca daba nombres ni detalles”. No fueron pocas las noches en las que se convirtió en el héroe particular de algún vecino, pero Alfredo nunca fue de honores ni reconocimientos, un simple gracias le bastaba. Declinó una entrevista para Le Monde, un homenaje en el Ayuntamiento de Madrid, incluso algunos periodistas quisieron hacer la ronda con él, pero Alfredo era un tipo reservado que le gustaba la noche y la soledad. Amaba su trabajo, tanto que al desaparecer oficialmente la profesión de sereno en Madrid, prefirió continuar por su cuenta cobrando la voluntad. Amaba su trabajo, tanto que se jubiló con 82 años, un 11 de febrero del 2006 y sólo un año después falleció. No fue el último sereno de Madrid, parece que ese honor se lo tenía reservado a uno de sus paisanos asturianos. Parece como si Alfredo en su serenidad y discreción, tampoco quisiera ese honor para él.

El sábado 21 de diciembre de 1985 el diario EL PAÍS publicaba el siguiente artículo de Francisco Umbral bajo el título:

 

Alfredo, sereno

Alfredo es Alfredo, sereno. Tiene 62 años y representa 41. Se conoce que eso de la noche y el nocturnaje prueba bien para la cosa de la edad. Alfredo es de Cangas, a pocos kilómetros de Oviedo, y lleva treinta y tantos años de sereno en Madrid. Cuando quitaron el oficio, Alfredo siguió en lo suyo, como un navegante solitario de La verbena de la Paloma, cobrando la voluntad, más un recibito mensual de quinientas pesetas. Alfredo tiene gorra de visera, cara de sereno, un diente de oro, como tantos asturianos —¿un mimetismo del indiano aforrado en oros?—, y una parla tranquila y desganada. Es un sereno que serena.

Alfredo es un sereno que serena la noche. Cuando quitaron los serenos, digo/decía, él siguió en su barrio bien/bian, ignorante de la ley mientras la ley no venga en bable, como si hubiera leído a Hans Magnus Enzensberger, a Baudrillard, a todos los brillantes ácratas europeos de última hora. Dice HME: “Si se cumplieran estrictamente los reglamentos de tráfico, se pararía el tráfico”. Y me dice Alfredo:

—Si yo me voy de aquí, a ver qué pasa en el barrio.

De modo que ha estado muchos años de sereno único de Madrid, entre medieval y asturianín, funcionario de sí mismo, y ahora le parece una coña que vuelvan los serenos: “Unos serenos sin chuzo ni llaves ni nada, unos serenos con un spray, como las señoritas, sólo para la zona centro, como las señoritas, y autónomos. Para autónomo, yo, y eso que tengo carné del Ayuntamiento”. Alfredo, en fin, es un profesional de la noche que profesa un cierto escepticismo bable por los serenos de oposición que puedan venir.

—El personal elige y paga lo que le satisface, don Francisco.

Lo que digo, un ácrata francoprusiano, un autogestionario de la noche que lleva quince años en el mismo barrio y que ha visto a los que hacen sus necesidades entre los jardines, a los japonesitos apaisados y las Nancy Reagan de Wyoming, con trajes de noche, que vuelven del tablao de madrugá, tras haber vivido “una auténtica noche madrileña” montada para ellos solos.

Alfredo, en la transvigilia del alba, humedece el chuzo de nostalgia de Cangas, a ver qué vida, pero aguanta bien en Madrid, que ya tiene los hijos grandes. Es el que sube a la casa de la suicida y el que le echa un ojo a la adolescente drogada y pelona que duerme en la acera. “No creo yo que eso de los nuevos serenos vaya a resultar”. Es un autogestionario de la noche, sólo servil en lo justo. Es un solitario que hace su obra cuando los demás duermen. Casi como un escritor.

Superviventes; Delfina, la filandera de Cerecedo de Besullo

Delfina filando

Durante el período de autarquía desde el final de la guerra civil hasta los años cincuenta, España vivió una crisis permanente, caracterizada por una larga y profunda depresión económica, provocada por el aislamiento internacional. Ante estas condiciones las políticas económicas que se siguieron buscaban el autoabastecerse de productos nacionales sin recurrir a las importaciones de terceros países que nos tenían aislados.

Esto provocó que en los mercados faltaran la mayoría de los productos básicos. Cuando se habla con gente de aquella época todos coinciden que fue una época dura que aún teniendo dinero, no había productos en el mercado para poder comprarlos.

Esta situación nacional, provocó a nivel local, en los pueblos, otro tipo de autarquía ya que los vecinos de los pueblos intentaban autoabastecerse sin más recursos que los que la naturaleza les ponía a mano. Esta situación creó una generación de hombres y mujeres que tuvieron que vivir condiciones muy precarias, de forma espartana, con muchísimo esfuerzo y una gran imaginación para autoabastecerse del medio natural que los rodeaba.

Esquilando la oveja

Hoy se ven programas en televisión con títulos tan sugerentes, como supervivientes o supervivientes desnudos en la selva; en estos programas suelen salir personajes más o menos creíbles que intuyo tienen un equipo de cámaras al lado para grabarlos y, como es lógico suponer, ante cualquier problema que tengan los protagonistas les ayudarán con buena comunicación, con fuego, con comida, etc.

Lavando la lana

Hay otros supervivientes reales que pasaron los tiempos malos después de la guerra y que sin apoyo de ningún tipo han salido adelante produciendo su comida, sus vestidos y sus herramientas de trabajo; utilizando la imaginación y los conocimientos ancestrales para autoabastecerse de la naturaleza que los rodeaba. Este es el caso de Delfina la hilandera de casa Cascarín de Cerecedo de Besullo. Esta mujer tiene 82 años, nació en casa Xuan Díaz de Fuentes de las Montañas y se casó para el pueblo de Cerecedo.

Delfina pertenece a la generación de la posguerra y le tocó lidiar la vida con mucho esfuerzo y precariedad para salir adelante. Me cuenta Delfina como tuvo que trabajar desde niña en todas las labores de la casa, me cuenta los miedos que le provocaba la guerra en su infancia cuando venían al pueblo a llevar gente, me imagino que de ambos bandos ya que ella como era pequeña no se acuerda quiénes eran.

Preparación de la lana

Cuando le señalo a Delfina la crisis actual, ella esboza una sarcástica sonrisa y añade que si tuviéramos que vivir ahora la crisis que ella vivió, seguro que la mitad nos suicidaríamos ya que según ella, no sabemos producir nada con nuestras manos, solo sabemos consumir.

Me relata los precarios medios que se disponían para poder vivir y la mayoría se producían en la unidad familiar con productos del contorno. Las herramientas para trabajar se hacían de madera; arados, rastrillos (engazas), cestas, etc. Las verduras y las frutas se conseguían de la huerta; la carne para todo el año era de la matanza donde se trasformaba el cerdo en todo tipo de embutidos y del que se aprovechaba todo, hasta la sangre para hacer fixuelas. La grasa derretida de este animal se utilizaba para sustituir el aceite de oliva que no había en el mercado; hasta los cuernos de las vacas se reutilizaban. La lana de las ovejas y la piel de las cabras eran utilizadas para crear prendas de vestir tras sufrir una serie de procesos de transformación artesanal muy imaginativos.

Haciendo un colchón

Delfina es especialista en estos procesos de elaboración de ahí el sobrenombre de filandera de Cerecedo; esta filandera me cuenta con detalle todo el proceso artesanal de la lana, desde el esquilado de la oveja hasta la confección de las prendas de vestir según la moda del momento.

Todo empieza con el esquilado de la oveja (tosquilar), le sigue el lavado de la lana, el escarpinado (abrir la lana), el hilado (filar), torcer y devanar (presentarla en ovillos) y finalmente tejerla y golpearla en un pisón hidráulico para darle resistencia.

Con los procesos anteriores ya se podía disponer de material para confeccionar todo tipo de mantas, calcetines, colchones, carpinos, chaquetas, vestidos, etc.

Diferentes colores de la lana teñidos con elementos naturales

Todo lo anterior demuestra la dureza y el trabajo que tuvieron que soportar para sobrevivir las gentes de la generación de la posguerra. Utilizando unos medios muy limitados, consiguieron adaptarse y aprovechar de forma sostenible todo lo que la naturaleza del contorno les brindaba.

Utensilios para devanar y teñir la lana

Sophie Landrin, periodista de “Le Monde“, intentando describir la ciudad del futuro señala que la arquitectura de las futuras ciudades deben tomar la forma de los materiales de la naturaleza y serán ciudades biomiméticas; serán remansos repletos de vegetación, se abandonará lo superfluo y se alcanzará la autarquía. Resalta que es necesario luchar contra la sociedad de consumo frenético que impulsado por la publicidad nos ha hecho creer que lo superfluo es indispensable llenando nuestra basura de cosas innecesarias.

Bien, pues estos intelectuales de nueva generación, no están descubriendo nada nuevo, ya que la generación de Delfina ya experimentó con éxito algo parecido viviendo de forma sostenible con la naturaleza que los rodeaba.

Por otro lado, pienso al ver la claridad mental, la inteligencia y el estado de ánimo que tiene Delfina, pues aún trabaja la huerta, tiene gallinas, hace su propia comida y mantiene su casa totalmente impecable a la edad de 82 año, como después de tanto trabajo y penurias se puede estar al cien por cien de resistencia en esta edad tan avanzada.

Productos hechos con lana

Hay tres posibles explicaciones. La primera es evidente que puede ser Mendeliana y achacar esta virtud a una genética excepcional. La segunda puede ser Darwiniana seleccionando la vida a los más fuertes para sobrevivir y creo que la más acertada es la tercera posibilidad, que es que personas como Delfina han vivido como verdaderos supervivientes en un medio hostil, consumiendo lo mínimo, trabajando y haciendo ejercicio constantemente desde pequeños, comiendo productos elaborados por ellos mismos sin pesticidas ni colorantes. Toda la forma de vida anterior contrasta totalmente con la forma de vida de las actuales generaciones, sentadas ante una consola, haciendo ejercicio físico por medio de videojuegos y consumiendo un exceso de calorías que llevan a crear niños con obesidad.

Es admirable ver con que sabiduría utilizaba la generación de Delfina los medios para subsistir. Producían y consumían todo lo que necesitaban, cerrando el ciclo de forma sostenible con el medio ambiente. Los desperdicios se aprovechaban para alimentar los cerdos y animales de la casa produciendo la carne que se consumía para todo el año y los orgánicos se utilizaban para abonar la tierra cerrando el ciclo de producción y consumo. Los recipientes eran reutilizables, jarras de barro, cestos de madera, no se necesitaban las nefastas bolsas de plástico actuales. Las herramientas y el calzado estaban hechos de madera. Para confeccionar las prendas de vestir se aprovechaba la lana de las ovejas y la piel de las cabras, hoy esta lana se tira. Como se puede ver, todo era elaborado con conocimientos ancestrales que irremediablemente perderemos.

Madreñeiro

En el mundo actual de las telecomunicaciones, de las grandes obras de ingeniería, de los grandes adelantos en medicina donde un especialista introduce una cámara microscópica por una vena para acceder al corazón e implantar un elemento mecánico que modifique el flujo sanguíneo; con todo este conocimiento si llega a ocurrir un holocausto social, económico o de otro tipo, que nos obligue a vivir de nuevo en los tiempos de Delfina, lo más probable es que la mayoría no sepamos sobrevivir.

Si nos quitan los supermercados llenos de productos elaborados y posiblemente bastante adulterados; si nos quitan las tiendas de ropa Zara, Mango, Cortefiel, etc., la mayoría no sabría con que vestir, como poner un botón, como plantar un tomate y algunos tendrían la duda razonable de si la leche sale de la vaca o de la nevera.

Bien, esta vez no me enrollaré más y dejaré que la propia Delfina lo cuente en el vídeo que acompaño, seguro que con el entusiasmo que le pone esta activa mujer de 82 años, es más entretenido que lo que yo pueda escribir y se aprovechan mejor los matices y los pequeños detalles de la conversación que mantuve con ella en su casa de Cerecedo de Besullo.



 

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Un sereno de vanguardia en 1930

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Manuel Fernández, de Cangas del Narcea, sereno de Madrid que prestaba sus servicios en bicicleta

De manera que ¿es usted el Ramón Gómez de la Serna de la vigilancia nocturna?—le pregunto al sereno que presta sus servicios en la calle de Castelló, en el trozo comprendido entre Goya y Hermosilla.

—¿Cómo ha dicho usted?—me pregunta a su vez el aludido, que añade— Hablemos de buena fe si es que le parece.
El hijo de Cangas—porque es de un pueblecito situado cerca de Cangas de Tineo—no ha entendido mi intención o no ha querido entenderla.
Hombre original, de vanguardia y superrealista, es un poco desconfiado como todos los genios y cree yo no sé qué cosas respecto a mí y a mis intenciones.
Y yo lo admiro sinceramente. El hecho de emplear una bicicleta para prestar su servicio es de una novedad extraordinaria.
—¡El chuzo! ¡No sea usted atrasado!—me responde—. Eso casi pertenece a otra generación. ¿Para qué quiere el chuzo el hombre que desempeña su cargo en bicicleta y pronto lo desempeñará en aeroplano, cuando todas las casas sean rascacielos y le llame a uno cualquier vecino desde un vigésimo piso, pongo por caso? Estaría bonito que uno fuese a perder el tiempo y hacérselo perder a la parroquia. ¿Sabe usted inglés?
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Manuel Fernández, en su domicilio de Madrid cuidando de su bicicleta

—Yo no. ¿Y usted?—le respondo un poco aterrado. —Yo tampoco; pero lo sabré.

—¿Por qué me pregunta usted que si sé inglés? —Porque me han dicho que hay un refrán, que traducido al español quiere decir que el tiempo es algo así como cuproníquel.
—Sí, señor. Exacto.
—A ese refrán responde la idea que he tenido de utilizar la bicicleta para mi trabajo. ¡Y quién sabe si pronto tendré que recurrir al automóvil!
Es un orientador—pienso y se lo digo á Alfonsito que en aquel momento pensaba lo mismo.
—Hay que renovarse—prosigue diciéndome el sereno de vanguardia, que no sé si será lector de La Gaceta Literaria y por consiguiente admirador de los escritores que creen que hay que cambiar todo lo existente… hasta el sentido común—. Hay que renovarse no con palabras sino con hechos. ¿Cree usted que está bien que un sereno haga esperar a sus parroquianos? Tan rápida como su llamada debe ser su presencia en el sitio adonde se le requiere. Y no digamos nada cuando hay que avisar al médico, o hay que ir a la farmacia o prestar alguno de los servicios urgentes para los que nos llaman. ¿Comprende usted?
—Sí, señor.
— ¿Va usted viendo las ventajas que se obtienen con el empleo de la bicicleta para la vigilancia nocturna y para el desempeño de nuestra dificilísima y a veces salvadora misión? ¡En cuántas ocasiones la rapidez con que acude uno al lugar donde se le manda, evita una desgracia irreparable, y en cuántas ocasiones ha sido mi bicicleta—esta bicicleta que cuido como a mí mismo—la providencia de muchos de mis vecinosl
—Tiene usted razón—respondo, completamente convencido, y pregunto:
—¿Cómo se llama usted?
—Manuel Fernández.
¿Es usted irlandés? Lo digo por el apellido.
—¡Ji, ji, ji! Aunque, hablando en serio, le digo que ojalá fuera yo de uno de esos países extraños.
—¿SÍ?
—Como se lo estoy afirmando.
—No le entiendo.
—¿No ha oído usted nunca hablar del Polo Norte?
—Muchas veces.
—¿Y no sabe usted que allí, en el Polo Norte, cada noche dura seis meses?
—Eso dicen los que lo han visto.

—Pues figúrese usted la suerte que tiene el que sea sereno en el Polo. ¡Una noche de seis meses! ¡Y abriendo las puertas! Para hacerse millonario en poco menos de un año.


Publicado en la revista semanal madrileña CRÓNICA, 2 de febrero de 1930.


Pero yo no hice nada

El periodista cangués Tano Ramos durante una entrevista con motivo de la presentación de su libro `El caso Casas Viejas`

Bajo el título que nos ocupa, “Pero yo no hice nada”, incorporamos a la biblioteca digital del Tous pa Tous un relato que el periodista cangués, Tano Ramos, narra a partir de unos documentos que encontró sobre la historia de Ramón “el de la calle de Abajo”, de sus últimos meses de vida, como si el propio Ramón le hablase.

TANO RAMOS GARCÍA nació en Cangas del Narcea en 1958. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, inició su actividad periodística como reportero de agencias en Madrid y, en 1986, comenzó a trabajar para la agencia EFE en Oviedo. Al año siguiente se incorporó a la redacción del periódico LA VOZ DE ASTURIAS, de Oviedo, donde permaneció cuatro años. Volvió entonces a la agencia Efe como corresponsal y, desde 1997, trabaja en DIARIO DE CÁDIZ. En 2011 obtuvo el prestigioso Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias convocado por Tusquets Editores por El caso Casas Viejas, en donde reconstruye el levantamiento anarquista de Casas Viejas (Cádiz) en 1933 y la respuesta militar que este hecho provocó, que trajo la muerte de catorce campesinos y puso en serios aprietos al Gobierno de Manuel Azaña.


Hacia el Trópico: José Fernández Rodríguez en Guinea Ecuatorial

José Fernández Rodríguez, en su casa de Villacanes, el 26 de julio de 2013

José Fernández Rodríguez, en su casa de Villacanes, el 26 de julio de 2013

Cuentan que los bueyes tiraron tan fuerte que a Mariano Mora, de casa Castán, en el pueblo de Chía, del aragonés valle de Benasque, se le rompió el arado cuando estaba un día labrando la tierra, y agarró tal cabreo que allí dejó bueyes, arado y campo. Se fue a casa y con cuatro trapos hizo un hatillo que colocó en el extremo de un palo para descender la montaña hasta alcanzar Barcelona. Desde allí, con la ayuda de los padres claretianos con los que había estudiado, llegó a la isla de Fernando Poo, en Guinea Ecuatorial, donde se estableció fundando una empresa de cultivo y exportación de cacao y desde donde pronto comenzó a reclamar ayuda de familiares y vecinos ribagorzanos del valle de Benasque, que fueron llegando para trabajar en el cacao y la madera. Mariano Mora, por cierto, se convertiría en el primer representante de una saga, la de la casa Mora-Mallo, propietaria de algunas de las fincas más importantes de la isla y que adquiriría fama dedicándose al cultivo del cacao.
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Pepe Avello. Donde viven los amigos

Pepe Avello conversando con Alfonso López Alfonso

Pepe Avello conversando con Alfonso López Alfonso

18 Feb de 2015.- El pasado lunes fallecía en Madrid, el socio fundador del Tous pa Tous, Pepe Avello, autor de la letra del himno de nuestra asociación y el mejor escritor de Cangas del Narcea del último tercio del siglo XX. Sus familiares y gran cantidad de amigos acudieron a despedir sus restos que desde esta misma tarde descansan en su última morada en el cementerio cangués de Arayón.

Para rendir homenaje a su memoria publicamos a continuación un escrito de nuestro socio, el también escritor cangués, Alfonso López Alfonso.

Descanse en paz Pin Estela.


Pepe Avello. Donde viven los amigos

Todos sabemos que la vida, en el mejor de los casos, es un estado transitorio que no presagia nada bueno. “Mi vida es ligera, esperando el viento de la muerte, / como una pluma en el dorso de mi mano”, escribió T. S. Eliot. Sí, es la muerte tan avariciosa que vivir es ir muriendo un poco, y, en cambio, morir es no vivir en absoluto. Sin embargo, hay una frase que le gusta mucho repetir a Javier Cercas y sirve de consuelo a todo escritor: la realidad mata y la ficción salva. A José Avello Flórez, Pepe Avello, o Pin Estela, como le llamaban los que más le conocían, le ha llegado la muerte tan callando que quienes esperábamos volver a verle nos sentimos como si nos hubieran disparado por la espalda. Juega sucio la muerte, y nunca da explicaciones. “Vale más desaparecer sin huella. Desconocer el propio origen es un don precioso del que muy pocos hombres gozan”. Son palabras del personaje José Manuel Río en la novela La subversión de Beti García. Bellas palabras, cargadas de poesía y verdad literaria, esa clase de verdad que suele resultar mentira en la vida. Son palabras que escribió Pepe Avello, pero que no sirven para retratarle, porque siempre tuvo muy claro su origen y porque ha desaparecido dejando el legado literario más valioso que cangués alguno haya sido capaz de amasar de Alejandro Casona a esta parte.

Narrador ambicioso, para conseguir esto le han bastado dos novelas, publicadas con un intervalo de diecisiete años entre ambas: La subversión de Beti García, con la que fue finalista del Premio Nadal en 1983 y que se publicó en la editorial Destino al año siguiente, y Jugadores de billar, premio Villa de Madrid, editada por Alfaguara en 2001. Nacido en Cangas del Narcea en 1943, Pepe Avello fue uno de esos hombres que “hacen país”. Lo hizo desde las páginas de La subversión de Beti García, donde no cuesta identificar a la villa de Ambasaguas con Cangas y en la que aparecen, entreverados en la ficción, topónimos como el partido de Sierra, Onón, Ambres, Genestoso o Leitariegos. Para hacer país escribió la letra del himno del refundado Tous pa Tous, a la que puso música Gerardo Menéndez y cantó Joaquín Pixán. Y haciendo país nos dio a conocer a todos un puñado más de letras de canciones al publicarlas en La Maniega -en el número de septiembre-octubre de 2014-. Letras  que tenían que ver con ese mismo espíritu entre nostálgico y festivo que le llevó a escribir el himno del Tous pa Tous. “Al cruzar el Puente Roto / rompióseme el corazón, / ella bailaba con otro / abrazada en la verbena / y a mi me abrazó la pena”, comienza, evocadora e irónica, la titulada “El Puente Roto”.

Pepe Avello bajo la sombra del tejo de Regla de Cibea, marzo de 2014

Pepe Avello bajo la sombra del tejo de Regla de Cibea, marzo de 2014

Licenciado en Derecho, trabajó para una empresa francesa de obras públicas en Guinea Ecuatorial y allí le tocó vivir el proceso de independencia de esta antigua colonia española en 1968. Durante los primeros años setenta se instala definitivamente en Madrid, donde, mientras trabaja como directivo para una empresa de producción industrial, establece relación con gente de las letras y del cine, entre otros Marcos Ricardo Barnatán, Álvaro del Amo, Marisa Paredes o Javier Maqua. En 1973 publica el cuento “La confesión” en Papeles de Son Armadans, la revista que dirigía Camilo José Cela, y unos años más tarde, en 1978, aparece su cuento “Cómo vencer al reúma” en el libro colectivo Sueños de la razón. Cuentos y dibujos, en el que también participan algunos nombres que pronto alcanzarían notoriedad, como Luis Antonio de Villena o Pedro Almodóvar. Y en la revista venezolana Zona franca publica en 1983 el relato titulado “La violación”. Eran ensayos previos a esa gran novela totalizadora que pretendía con La subversión de Beti García –el primer borrador llegó a alcanzar las mil páginas-, que terminaría por dejarlo exhausto y desencantado durante algunos años. En los primeros ochenta también dirigió con los argentinos Santiago Sylvester y Héctor Tizón una revista literaria de vida efímera (1980-1981), como casi toda quimera de este orden. Estaciones, se titulaba, y en sus cuatro números unió la literatura latinoamericana con la que se hacía en España en esos momentos. Y es también en este tiempo cuando se vincula a la Universidad Complutense de Madrid, primero como profesor de Teoría de la Comunicación, en la Facultad de Ciencias de la Información, y después de Sociología de la Cultura, en la de Bellas Artes, hasta su jubilación en el año 2010.

A Pepe Avello, amante de la vida, sociable, amable, entrañable, no le podría pasar nunca lo que le pasa a Álvaro, ese personaje que comienza siendo el más raro y esquinado de Jugadores de billar y que acaba siendo de los pocos que se salvan. Álvaro es un hombre con esa “edad en que ya es tarde para hacer lo que antes no se hizo, ni se intentó, ni se pudo, la edad en que los anhelos y los sueños pierden verosimilitud ante la conciencia y, si se persiste ciegamente en ellos, comienzan a convertirse en torpes delirios”. Pepe Avello soñó un tipo de literatura y la llevó a cabo con ambición y sosiego, con la ambición de quien cree que ha llegado para decir algo nuevo, para establecer un discurso, y con la calma que dan la sabiduría, la experiencia y la ecuanimidad de haber vivido de manera lo bastante intensa y con la suficiente diversidad como para alcanzar a comprender buena parte de esos conflictos que azotan eternamente el alma humana.

Conocí a Pepe Avello, como tantas otras cosas que merecen la pena, a través de Juaco López Álvarez, y a finales de 2013 Cristóbal Ruitiña y yo nos reunimos con él en un hotel de Oviedo para hacerle una entrevista que se publicó en la revista Clarín a principios de 2014. Para terminar aquella entrevista le preguntamos en qué proyectos literarios ocupaba su jubilación, y nos decía que tenía una novela empezada desde hacía mucho tiempo. La novela estaba ambientada en África y el título provisional que nos dio fue La distancia. “En Guinea, si queréis que os lo resuma mucho –nos decía-, lo primero que se percibe es la distancia. Primero el país es fascinante, pero la gente es impenetrable para un europeo. Yo esa distancia cultural no la conseguí traspasar nunca”. Y en relación a ese proyecto, añadía: “Pero ya veremos, porque ya soy muy viejo, y o lo hago ahora o ya nunca”. No sé si le habrá dado tiempo a terminar aquella novela. Ojalá sí, porque me gustaría leerla.

No me resisto a meter en esta especie de improvisada elegía una escena de La subversión de Beti García, porque esa escena también tiene un tono elegiaco y porque nos hace entender que la ficción puede salvar incluso cuando mata. En esta novela aparece brevemente Conrado, un viejo limpiabotas que cuando llega la Revolución de Octubre de 1934 cree vislumbrar una nueva aurora y participa activamente en los acontecimientos de aquellos quince días que conmovieron al mundo. Derrotado, acabará huyendo junto a Beti y otros revolucionarios hacia la braña del Acebal. El cansancio y el frío terminarán por dar muerte al viejo Conrado antes de que alcancen la braña, y entre sus cosas, los compañeros encuentran un cuaderno en el que hay anotados unos versos: “Yo sé que no hay en la vida / ni amores ni amigos ciertos / así que cómo ha de haberlos / cuando uno ya está muerto”. Son palabras desengañadas, que cuadran a la perfección con el personaje de Conrado, cargadas por tanto de verdad literaria, pero que, de nuevo, no nos servirían en absoluto en esa verdad de la vida si se las quisiéramos aplicar a quien las escribió, porque si algo tuvo Pepe Avello en vida y sigue teniendo cuando ya está muerto es una inacabable ristra de amigos ciertos. Y tuvo además el valor y la elegancia de dejarnos a todos una muy valiosa lista de amigos inciertos, ficticios -José Manuel Río, Beti García, Álvaro Atienza, Floro Santerbás, Rodrigo de Almar o Manolo Arbeyo-, amigos que nos ayudan a salvarnos. Son amigos que se levantan del papel, que salen de la ficción y toman la realidad, caminan a nuestro lado y nos acompañan. Están ahí para hacernos reír, como Floro, o para hacernos temblar, como Álvaro. Están ahí, algunos orondos y risueños, otros esquinados y cortantes. Todos tan creíbles como si fueran de carne y hueso, como si por sus venas circulara la sangre que nos mantiene de pie, vivos.

Pepe Avello supo, como todo auténtico escritor, ser un fingidor, meterse en la piel de éste y aquél, auscultar la sociedad, capturar la realidad, condensarla, pasarla por su tamiz y convertirla en verdad a través de la ficción, que no otra cosa hace un novelista. En la triste verdad de la realidad, Pepe Avello está muerto, pero la verdad de sus ficciones permanece viva entre nosotros para alumbrarnos el camino, para ayudarnos a conocernos, para poner el foco sobre nuestros defectos y virtudes y hacernos algo más llevadero el enigma de vivir, para, en definitiva, hacernos mejores. A Pepe Avello le ha matado la cruel realidad, pero supo construir una obra literaria lo suficientemente consistente como para que la ficción lo salve. Ya se sabe, lo dice Javier Cercas, que la realidad mata y la ficción salva.


Doña Cloti

Doña Cloti y alumnos a principios de los años 60

Doña Cloti y alumnos a principios de los años 60

Abuelita, te has ido, pero eso no quiere decir que te vayamos a olvidar, tenlo por seguro, por eso con esta carta quiero describirte tal y como eras, mostrando los valores que nos has inculcado, tanto a nosotros, tu familia, como a los tantos y tantos alumnos a los que has dado clase. Muchas son las palabras que podría usar para definirte, pero en especial estas que voy a relatar a continuación son las más significativas para mi:

  • Sabiduría: a lo largo de los años has demostrado ser una persona sabia, todos tus consejos rara vez han caído en saco roto, demostrándose con el paso del tiempo ser los más acertados. Sabiduría no solo significa ser sabio, sino también saber discernir entre lo bueno y lo malo, tenías experiencia.
  • Presencia: has demostrado siempre saber estar en todos y cada uno de los lugares a los que has ido sin protagonismos, has sabido acudir a aquellos sitios en los que se te valoraba tal y como eras y dejar a un lado actos frívolos y triunfalistas a los que en estos tiempos estamos tan acostumbrados a ver.
  • Amor: todo lo que hacías lo hacías con amor, amor al prójimo, amor por todas la cosas que hacías, amor por lo tuyo, por lo que durante tantos años te dedicaste en cuerpo y alma a construir para llevar una vida plena de felicidad y bondad.
  • Paciencia: quizás por tu dedicación a la enseñanza, quizás por tu forma de ser, el caso es que no he conocido persona que mostrase tanta paciencia como la que tu mostraste a lo largo de la vida fuesen cuales fuesen las circunstancias. Esto es tal vez es lo que intentaremos conseguir como una de las metas de nuestra vida, saber ser paciente como tu eras.
  • Prudencia: en parte la prudencia es sabiduría, ya he escrito arriba sobre ello, pero ser prudente en la vida y diferenciar cosas buenas de malas es algo que siempre has sabido hacer y ninguna o muy pocas veces equivocarte. Doy fe.
  • Amistad: a lo largo de 90 años cultivaste unas amistades que perduraron para siempre y no dejaste de hacerlo nunca, esto creo que no es fácil aunque en estos duros momentos tengo amigos que me demuestran su amistad y eso lo valoro muchísimo, como tú me enseñaste.
  • Felicidad: no importaba cuales fuesen las circunstancias, tu siempre sonreías, siempre irradiabas una felicidad contagiosa que durante estos días todo el mundo destacaba, entre otras cosas, de ti.
  • Discreción: nunca una salida de tono, nunca una palabra más alta que otra, siempre discreta, sólo preocupándote de lo tuyo y de los tuyos.
  • Generosidad: sin límites, tu generosidad abarcaba lo material y lo humano, siempre tenías palabras de ánimo y cariño hacia todo el mundo, siempre pensando en ayudar a gente que lo estaba pasando mal, siempre nos dabas alguna propina para gasolina, tomar algo, lo que fuese, daba igual. Siempre comprando cosas pensando en los demás, siempre ayudabas a todo el mundo, daba igual que fuese de la familia o no.
  • Fe: fe en lo que hacías, fe en los tuyos y sobretodo tu fe en el Señor, fe que te llevo a peregrinar a muchos sitios, a ser catequista y de esta manera poder enseñar los principios y dogmas del catolicismo en los que tu tanto creías. Todo ello nos lo inculcaste y de una manera o de otra seguimos cultivando para en algún momento de nuestra vida poder llegar a parecernos a ti.
  • Energía: la tenías toda, daba igual la circunstancia, últimamente cogías el bastón y te ponías el mundo por montera, fuese a donde fuese, eso con 90 años realmente es digno de admiración, nos gustaría tener la misma energía que has tenido tu, complicado será, ya que estabas hecha de “otra pasta”.

Con todo esto abuelita, quiero darte las gracias por haber vivido la vida junto a ti y haber disfrutado de ti hasta el último momento. Espero estar a la altura de las circunstancias y hacer vivir a mi hija lo que tú me enseñaste y me permitiste vivir.

Descansa en paz abuelita, te quiero.


Bruno Tejón Fernández-Gayón

Tapia de Casariego, octubre de 2014


‘De Combo a Fuente del Real’, memorias de una canguesa

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Mari Luz Álvarez Lago con su libro el 13 de marzo de 2010. Foto: PAÑEDA en ‘EL COMERCIO’

Ha llegado a nosotros un libro publicado en 2010 que merece ser reseñado en el Tous pa Tous. Son las memorias de Mari Luz Álvarez Lago, nacida en 1926 en el pueblo de Combo, en el Río del Couto, en casa El Murgueiro. Mari Luz comienza sus memorias así:

“Quiero a través de esta narración mostrarles una visión de lo que fue la vida de una mujer que, como a tantas de mi época, me tocó vivir los turbulentos años antes de la guerra, la Revolución del 34 y, después, la guerra civil y la posguerra, todos estos acontecimientos con apenas diez años. Pasamos bastantes penalidades y gran dificultad para vivir, dadas las circunstancias que atravesaba España. Esa época marcó nuestra existencia de forma imborrable y al día de hoy pesan más las batallas que tuvimos que vencer y los momentos difíciles pasados, que gracias nuestra juventud, quizás la inconsciencia de los pocos años, que te hace ver las penalidades y tragedias como algo con lo que tienes que vivir y te acostumbras a ello, sin más, y lo asumías como parte de tu propia vida, salvando las dificultades y penurias, que íbamos resolviendo en nuestra lucha diaria, como gran parte de las mujeres de la España de entonces”.

Mari Luz vivió hasta los diez años en Combo. A esa edad fue a vivir con unos tíos a la parroquia de Castiello en Gijón. Se casó en 1950 y tuvo una hija. Se estableció poco después en esta ciudad en la calle Fuente del Real, en el barrio de El Llano. Aquí abrió un bar tienda, llamado “Mari Luz”, en la que daba también comidas y que atendió durante cuarenta y cinco años. Cuando escribió el libro estaba ya jubilada, pero seguía llevando una vida social muy intensa. Es del tipo de personas que no sabe estar quieta.

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Portada del libro de Mari Luz.

En Combo trabajó desde los cinco años cuidando el ganado, subiendo y bajando a la braña, y ayudando a trabajar la tierra. La vida en su casa giraba alrededor de la madre, Dolores, porque su padre, Benigno, trabajaba en Madrid de sereno y “solo volvía a Combo durante las vacaciones por el verano”. El matrimonio tuvo diez hijos, que se fueron dispersando enseguida por Oviedo, Ponferrada y Valladolid. Mari Luz cuenta en el libro la vida en Combo en aquellos años treinta: la casa, la braña, la matanza, los filandones, las fiestas, los bailes y el mucho trabajo. A los ochenta y tantos años Mari Luz escribe sobre su infancia lejana:

“Afortunadamente y a pesar de marchar para Gijón con pocos años, me sirvió mucho todo lo que aprendí en Combo, lo mismo a valerme por mi misma y ser capaz de desenvolverme por la vida, que en lo relativo a las faenas del campo, pues nunca dejé de atender nuestra finca con constancia, de la que tenemos sacado bastante provecho y aún lo seguimos sacando, pues no compramos ni patatas ni hortalizas”.

En Gijón siguió trabajando duramente, primero en casa de sus tíos, donde más que una hija adoptiva fue una “esclava doméstica, porque con diez y once años ya empecé a ir a vender a la plaza de abastos de Gijón, con la cesta en la cabeza” y también le “tocó acarrear agua desde un kilómetro con un caldero en cada mano y otro en la cabeza”. Años más tarde comprará una xarré para llevar a la Plaza del Sur la fruta, verduras, etc. En la calle Fuente del Real siguió trabajando y trabajando.

Mari Luz Álvarez Lago es sobre todo una mujer optimista, que siempre gozó de buena salud y que ha vivido con el principio vital de hacer agradable la vida a los demás.

“De Combo a Fuente del Real” es un testimonio muy interesante de la vida de una mujer trabajadora escrita por ella misma. Es de lamentar que no contemos con más memorias de esta clase para que en el futuro no olvidemos como fue la vida de muchas de las protagonistas del pasado siglo XX.


Querido Pin…

Después de esta prematura e inesperada marcha tuya, quiero reflexionar contigo esto de los recuerdos. Pretendo que los nuestros sigan siendo nuestros, antes que pasen a ser los recuerdos de otros.

Pero, ¿por dónde empezar? Hay una cosa clara, un nexo de unión a lo largo de nuestra vida que no es otro que la música. Desde muy temprana edad, ésta nos atrapó e hizo que todos nosotros fuésemos más felices, hasta tal punto de que no concebiríamos la existencia sin ella.

¿Te acuerdas en el balcón de tu antigua casa, en aquellas noches de verano con olor a magnolias, cuando ensayábamos “Verde campiña” de The Brothers Four, cuya letra en castellano traduciría más tarde José Guardiola: Verde campiña, dormida al sol, verde esperanza, ¿qué fue de nuestro amor? del valle umbrío ya el cielo no es azul, la flor se muere, porque te fuiste tú…  canción que ocupaba los sueños con la que fue el primer amor de tu vida?

Por aquella época cuando en obligada diáspora todos estábamos repartidos, Quevedo, Pin Estela en los Claretianos; Modesto, Puente, Pepe Luis, Pin Chacón, tú mismo y alguno más que ahora no me acuerdo, en los Jesuitas de Gijón, Gerardo Marcos en León con los Maristas; Nel Cuesta, en Oviedo con los Dominicos (por cierto dale un fuerte abrazo cuando lo veas) y el resto también con los Dominicos pero en Corias… estábamos esperando que llegaran las vacaciones para, además de vernos y comentar nuestras aventuras trimestrales, buscar el momento propicio para  intercambiar conocimientos sobre nuestros hallazgos guitarrísticos en un autodidactismo en el que la comunicación era casi inexistente. Solamente Marcos tenía alguna posibilidad de adquirir aquellas joyas grabadas en discos de colores: Blue Diamonds: Ramona, te cantan todos al mirar, Ramona, tus lindos ojos verde mar… otro mensaje para aquel platónico amor primero.

Fue en esa época cuando creamos una pequeña rondalla (Puente, Modesto, Gerardo Marcos, tú y yo) que intentara alegrar un poco las calles en tiempos señalados como en la Navidad.  Luego se sumarían a los ya citados Pacuti, César Manuel el de Pacho el Guardia –dile que no lo olvidamos–, Luis el de la peluquera, quien por cierto aparece en una foto en la cruz del Acebo que ahora circula por ahí y en la que estamos además, Nel Cuesta, Modesto Freije, Secundino y nosotros dos…bueno que me despisto, sigo con los de la “tunilla”: Miguel Ángel Quevedo, Jorge el cubano, ¡sí hombre,  te tienes que acordar! El sobrino de Concha, Avelino, José Manuel el barbero, los hermanos Suárez-Cantón… después Domingo Otero nos vestiría de tunos para rondar a nuestras queridas compañeras y musas, una de ellas está por esos campos floridos, dale muchos besinos a Olguita.

Este primer encuentro musical, (por cierto bendecido por una gran personalidad canguesa, Carlos Graña),  nos llevaría a otro nivel como era convertir en realidad la romántica idea de formar un grupo de música moderna y convertirnos en grandes figuras. Ramón Blanco fue sin duda el gran impulsor. Después traería a Miguel A. Cabanellas y a Elías Carsi, quienes reforzaron exponencialmente el grupo con ideas y técnicas “capitalinas”.

Complicado llevar una cronología porque constantemente me vienen a la memoria momentos irrepetibles.

Hay otra canción que en ti hizo mella a pesar de la diferencia generacional. Verás, te recuerdo: Confitería Rey, en la parte de atrás, aquel comedor polivalente en el que también se celebraban populares saraos y en las horas muertas de tardes vacías, largas partidas de cartas y como música de fondo en aquel antiguo y enorme “pic up” el inolvidable tango de Gardel y Lepera “Volver”, que llegaría a ser una de tus mejores creaciones…. Sentir, que es un soplo la vida, que veinte años no es nada…   Pepe, pasaron ya más de cincuenta.

Bueno ¡qué me dices de “Dieciséis toneladas” primero en la versión inglesa de “The Plater´s” y luego aquella más asequible para nuestras posibilidades de José Guardiola de nuevo, por cierto, ¡qué extraño era oír en la voz de un chaval, un tema con tesitura tan grave! Bueno en realidad tu voz de registro de bajo, con peculiar trémolo no dejaba indiferente a nadie, además por su versatilidad, pongo por ejemplo y como contraste tímbrico, los temas que tanto cantaste de aquel prodigio de mensajes quinceañeros y de timbre aniñado, Adamo: …Tu amor de noche me llegó y un claro día se me fue, maldigo el sol que se llevó, tus juramentos y mi fe.  También aquella otra: Mis manos en tu cintura, pero mírame con dulzor, porque tendrás la aventura de ser tú… mi mejor canción… también creabas un clima especial con “En bandolera” y también,”Inch Allah”, tus fans llegaban al paroxismo dejando al resto de Los Murciélagos, huérfanos de éxito.

Fue después tu ídolo, Joan Manuel Serrat, de quien bordaste (siempre en petit comité y con tu guitarra como único acompañamiento) el poema de Alberti: Se equivocó la paloma, se equivocaba, por ir al norte fue al sur, creyó que el trigo era agua, se equivocaba… o aquel doloroso canto de Antonio Machado al Cristo de los gitanos que siempre nos dejaba emocionados.

Sería también la canción italiana en su época de esplendor, cuando poema y música iban de la mano y la inspiración melódica, su indeleble sello: …más allá de las cosas más bellas, más allá  de las estrellas, estás tú Al di la… canción que  incorporaste a nuestras vidas, creo que el autor e intérprete era Emilio Perícoli.

Pero el verdadero bombazo vino a nuestras vidas en primer lugar de la mano de Pucho Boedo, cantante de  los “Trovadores de la Coruña”, luego sería la versión quizás más difundida en Cangas, la de Marino, “vocalista” de la “Orquesta Nopal” pero tú cogiste la antorcha para llevarla a otra dimensión, me refiero naturalmente a aquel homenaje a la figura de Gary Cooper: “Gary”: …Ya estarás cabalgando por rutas estrelladas, la serena mirada del que ve más allá… Nunca pusiste un pero ni un solo atisbo de hastío ante las miles de veces que se te demandó su discurso, siempre la interpretabas como si fuera primicia.

¿Qué me dices ahora de los lugares donde transcurría todo esto? Ya hablamos de la confitería Rey, me viene el recuerdo del cine “Toreno”, desde cuya perrera volaban hacia el patio de butacas toda suerte de objetos que perfectamente y en parábola de guerra táctica practicaban algunos líderes de las tinieblas; El Club, donde menos dormir, vivíamos bajo la tolerante mirada de nuestro Tino; El Julter, parientes tuyos, la vanguardia, la modernidad, Teresa y Julio  de  eternas sonrisas y miradas condescendientes; La sala y cine Trébol, testigos de primeras manitas, la discoteca que con gran tacto y paternalismo dirigiera El Habanero; “Los Faroles”; decía el escritor Paul Eduard: Hay otros mundos, pero están en éste,  efectivamente Cándido Reitán descubrió mundos paralelos que nos dio a conocer como la tolerancia, la confianza, despreocupación… ¿Qué decir de Casa Lola, la de Llano, quien con maternal trato nos daba cobijo a cualquier hora y donde la habilidad del Morocho se convertía en suculentas meriendas de truchas; o Casa Sotero, sidra, rana, escarceos amorosos, pantagruélicas meriendas… Avellanas en los Nogales; fiestas y más fiestas, Corias, Llano, La Regla, Besullo, El Acebo compartido con El Avellano de Pola, San Roque en Tineo, brumosa romería en la que los voladores sonaban… lejos. También trabajando en las Fiestas del Carmen bajo la dirección de Alfonso Rueda, al que te encontrarás ayudando a los demás a ser más felices, o financiando cualquier acto festivo de renombre, un abrazo para él también… y bueno,  para todos los que por ahí están y que irás encontrando.

¡Cuántos momentos felices! ¡Cuántas reuniones de amigos alrededor de una copa para hablar de temas intrascendentes, sin importarnos lo más mínimo de los posibles logros propios o ajenos! Lo importante era simplemente vernos, aunque fuesen largas las temporadas sin saber de cada cual, en el mismo instante del reencuentro aparecía el primitivo instinto, la ancestral llamada de la camada que nos impregnaría con el olor de siempre, el de nuestra infancia que seguirá en nosotros como un marchamo marcado a fuego.

¡Cuántos éxitos en todas cuantas salas tocamos! Totalmente rendida la juventud del valle de Laciana: Caboalles, Villablino, Villaseca… hasta Ponferrada, donde tanto en el Club de Tenis como en el Casino éramos recibidos con los brazos abiertos, pero también  Gijón, Luarca, Ribadesella y un larguísimo etc. fueron destinos donde hicimos felices a aquella irrepetible generación nuestra.

¡Cuántas anécdotas! Desde cantar la misa en la fiesta de Villar de Naviego… recuerdas al cura: “Ustedes son los músicos y los músicos, en este pueblo, cantan la misa” (menos mal que nuestro pasado en colegios de frailes facilitaron el compromiso, así como la buena voluntad del sacerdote)… o aquella vez que perdimos los instrumentos (mal atados en el escaso espacio del Land Rover) en el Puerto de Leitariegos, por suerte había medio metro de nieve que amortiguó la caída… o cuando una simpática paisanina, se acercó al templete improvisado donde apenas cabíamos para decirnos una de las mejores críticas: “Hay que ver, sonan como na radio”.

Viene ahora inexorable la parte que yo más temía desde el principio y que no es otra que la de la despedida, la de decirte lo huérfanos que nos has dejado a tantos y tantos amigos que te han querido y que se sintieron por ti también queridos… amigos que seguro tendrán para el resto de sus vidas el recuerdo de una persona íntegra, cordial, afectuosa, aunque a veces te costara expresarlo… un amigo, un hermano al que me permito en nombre de todos cuantos te queremos, decirte que pronto nos volveremos a ver y correremos y jugaremos a “pídola”, a “cuchi teje ojo”, a “tres marinos a la mar” y a tantas y tantas cosas… en aquel paseo con tres hileras de plátanos de sombra, a la escasa luz de las farolas escondidas entre sus hojas, donde diseñábamos incursiones a las huertas de frutales para partirnos de risa después, contando nuestra propia y novelada experiencia. ¡Hasta siempre! 


Esta carta fue escrita como un homenaje póstumo a Pepe Rengos de todos sus amigos. También se ha escrito con la finalidad de decirle adiós al amigo y enviarle un abrazo fraternal de parte de todos quienes le han querido y un agradecimiento de los que se sintieron queridos por él.

El pasado mes de agosto, se reunieron en Cangas un número importante de estas personas. La finalidad de esta reunión, a parte de volver a disfrutar de la compañía de unos con otros después de muchos años, era hacerle una especie de homenaje en vida a Pepe Rengos pero, sin que él lo supiera, ni antes, ni después. Su delicado estado de salud ya no le permitiría asistir, aunque como podemos observar en el siguiente audiovisual, estuvo presente en el recuerdo y la memoria de todos los asistentes.

Descanse en paz Pepe Rengos y a su familia, nuestro sentimiento de condolencia.


Bienvenidos a casa


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«El Carmen en Cangas del Narcea: Un paisaje literario de Evaristo Valle», 1929

Máquinas de voladores en el Cascarín antes de La Descarga, 16 de julio de 1931

Hermoso recorrido (por la Asturias occidental. Grado, Cornellana, Salas, Corias. Monasterios, iglesias, torreones, hórreos y casonas solariegas a los lados de una carretera espléndida, dorada y terca.

También iban mis amigos Alfredo Fernández y Evaristo Eguren, muy conocido por estos lugares. Él siempre lo ha dicho.- Y sí, es cierto, su popularidad en Salas es evidente. ¡Qué de saludos! ¡Qué cordial y afectuoso momento social! Vímonos, de pronto, en esta villa, rodeados de sus innumerables amistades que nos prestaron útil servicio dando vueltas y más vueltas en busca de las llaves de la Iglesia parroquial… «¿Por dónde andará? ¿Dónde estará el sacristán?» No se oían otras frases. Y nos quedamos perplejos al saber que aquel hombre de súbito aparecido, después de una hora, cargado de moldes de hojalata para hacer quesos, era el sacristán deseado. Supondréis que nuestra finalidad sólo consistía en poder contemplar el sepulcro del eminente asturiano fundador de la Universidad de Oviedo. Así es que después de obtenidas las llaves no nos ocupamos más del sacristán ni de su fachada lamentable.

Y sigamos adelante dejando atrás los redondos y verduscos lomos del puerto de la Espina, monstruo quieto y variante de matiz según la luz de las horas y el capricho de las nubes. Y también dejemos de paso las demás maravillas del camino, entrando de lleno por esta de la Sierpes, que no otra parecía ser, en este día, la calle principal de Cangas del Narcea.

Fiesta del Carmen y de sol sevillano que prometía los mayores lujos para las tracas famosas de la tarde. ¡Oh, qué grandezas! Hay que verse sobre el puente romano, al pie de la Imagen venerada y en el fragor del entusiasmo para concebirlo y comprenderlo.

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La Descarga, hacia 1933

Bajo el cielo vibrante al estallido de doce mil voladores, un calofrío corrió por todo mi cuerpo y me estremecí, entrelazándose mis pensamientos henchidos de poesía y heroísmo. Cada vecino, con máquinas especiales, por las faldas de los montes circundantes, esforzábase con la mecha para precipitar los disparos. Era toda una raza en plena actividad simbólica. Raza admirable que solo mira a su propio corazón. Raza despreciadora de los tesoros americanos por serle los suyos suficientes para vivir dichosa con el vino sabroso de sus viñas. Era todo aquello junto, mil cacerías de jabalíes, cien batallas de Covadonga realizadas a la moderna, y, sobre todo, la tradición y la felicidad de un pueblo hidalgo. La complacencia se inflamaba en los pechos, en este día caluroso de julio, a la sombra de los aleros de los palacios, en las fértiles laderas y en las frescas cuevas donde los cuencos, de mano en mano, repartían alegría. ¡Dichoso pueblo que en estos tiempos frívolos logra un día tan fuerte y encantador! Sí, no hay duda, estos son los descendientes de Don Pelayo.

¡Qué momentos más agradables!… Eguren, en la procesión, se emocionó y exclamó a mi oído: «¡Qué pueblo tan simpático; parecemos príncipes; observa cómo nos miran las chavalas!». Y de nuestros ojos se desprendieron lágrimas de gratitud y dicha.

No era para menos si se toma en consideración el orden de las cosas. Porque primero iban los estandartes, después seis monumentales ramos de los que pendían rosquillas gigantescas, luego nosotros tres con el señor Alcalde, dando escolta a la santísima Virgen del Carmen, y seguía el clero, las músicas, el señorío y la muchedumbre.

También yo me emociono y me pongo romántico donde se mantenga una chispa de sentimiento; y en el rincón de mis recuerdos hoy se añade uno más para que en otras horas de tristeza en mi mente surja Cangas del Narcea y alivie mis penas.

¿A quién tenemos que agradecer este día, uno de los más felices de los muchos que voy viviendo? A una persona hasta este instante desconocida por mí. Hay que ser optimista; porque tras los nublados despierta un amanecer que borra los años y nos devuelve la dicha de la juventud. Esta persona es don Antonio Arce, alcalde de Cangas del Narcea, que se desvivió en obsequio nuestro con suprema amabilidad y cortesía, a la que correspondo humildemente con estas breves líneas en prueba de agradecimiento inefable.

Si el día ha sido dichoso, la noche rivalizó en aquel inmenso robledal de luces, de sombras, de músicas, de bailes, de cenas sobre el césped… ¡Oh, cómo me divertí!… Y, después de bien servidos, en la confusión de la fantástica verbena, perdí a todos mis amigos y me vi bailando, al son de un tambor, estrechando entre los brazos a una hermosísima vaqueira: Y yo le dije: «Bellísima vaqueira, dime, explícame, ¿cómo llegué hasta aquí?» Se echó a reír con la cara iluminada por un farolillo rojo, y al ver el juego de sus ojos exclamé: «¡Esto es París!…» Y siguió riendo mientras decía: «Yo soy pastora, y allá arriba en el monte tengo una choza; ven conmigo, y en el alba te daré de beber néctar de mis cabras…» Abrí los ojos sobresaltado por los latidos de un corazón. Era el motor del auto que se esforzaba subiendo los altos de la Espina. Comenzaba a amanecer. Alfredo y Eguren roncaban en un profundo sueño. El chófer medio soñoliento se fumaba un gran puro, y yo, en el asiento de atrás, pedí a Dios salud para volver en el año próximo y conseguir otro día feliz en Cangas del Narcea.

¡Cangas del Narcea te recordaré siempre! ¿Serás tú la vaqueira?

Evaristo Valle


Publicado en La Prensa, núm. 2.156, Gijón, 21 de julio de 1929


Las fotos de Balito, 1930-1932

Ubaldo Menéndez Morodo, ‘Balito’, a bordo del vapor ‘Veendam’, 1930

Ubaldo Menéndez Morodo (Cangas del Narcea, 1902-1968), conocido como “Balito”, era un cangués alegre y muy sociable. Aficionado a compartir viajes y comida con sus amigos, en los años treinta fue un activo miembro de la sociedad excursionista canguesa “La Golondrina” y uno de los fundadores de la peña “El Arbolín”.

En los años veinte emigró a México, donde también estaba su hermano José. En ese país trabajó en la fábrica de papel San Rafael, localizada en el municipio de Tlalmanalco a 50 kilómetros de la ciudad de México, que en aquel tiempo era la más importante del país y de toda Hispanoamérica. En ella trabajaba de escribiente en las oficinas de la empresa. La fábrica todavía existe.

En México se aficionó a la fotografía y en aquella fábrica tomó muchas imágenes de sus compañeros de trabajo, del equipo de fútbol de la empresa, en el que él jugaba, de indios o personajes singulares, de fiestas, comidas, viajes, etc.

A comienzos de 1930 vino a Cangas a pasar unas largas vacaciones. Viajó por Asturias, Madrid y Barcelona, y también por el concejo en compañía de Mario Gómez. Hizo muchas fotografías de la villa de Cangas y de los pueblos, algunas de las cuales se publicaron en la revista La Maniega. Como buen fotógrafo aficionado captó imágenes de lugares y rincones que ningún otro fotógrafo tuvo la curiosidad de tomar. Muchas de sus fotografías de la villa pueden verse en el Álbum de fotografías del Tous pa Tous.

En junio de 1931 regresó a México y a fines del verano de 1932 estaba de vuelta en Cangas del Narcea, para no volver a salir de aquí nunca más. Se casó en este tiempo con Estefanía Avello Díaz (Cangas del Narcea, 1904-2003), la recordada “Fanía”. No tuvieron hijos.

Con la muerte de don Mario Gómez en el mes de abril de 1932, el final de La Maniega y la guerra civil, Balito perdió la afición por la fotografía. Pero de aquellos años de fotógrafo compulsivo quedaron un par de álbumes, que hoy pertenecen a la familia Menéndez Liste, en los que aparecen las fotografías de México y Cangas del Narcea, los dos mundos donde Balito fue feliz.



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La vida en Rosa

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Rosa Fernández posa con el lazo rosa símbolo de la lucha contra el cáncer de mama. Foto: Mario Rojas

Se pasan malos momentos. Pero se pasan. Y lo importante es tener la cabeza limpia, llenarla de objetivos, no permitir que la enfermedad la ocupe por completo. A Rosa Fernández (Cangas del Narcea, 1960) el cáncer de mama –hoy se celebra el Día Mundial contra la enfermedad– le ratificó a pies juntillas lo que la vida y la montaña ya le habían enseñado antes, que «hay que pelear». Y ella, acostumbrada a pegarse con alturas de pánico y nieves perpetuas, hizo cumbre aquel afortunado día de enero de 2009 cuando se encontró con un amigo ginecólogo que casi la forzó a una revisión que preveía retrasar hasta después de pasar por el Himalaya. «Lo mío fue una suerte tremenda, soy la típica que nunca tengo tiempo para ir al médico y es que además me sentía muy bien, pero me encontré a un amigo, me preguntó por las revisiones y le dije que no podía hasta final de año, que tenía unos meses muy movidos». No contento con la respuesta, el amigo insistente le marcó una cita para dos días después. Y en ese momento apareció el bulto y tras él la biopsia que confirmó los peores presagios. «Yo me marchaba a los Pirineos, y a los tres días me llamaron diciendo que me tenía que presentar en el hospital al día siguiente». Una semana después estaba en el quirófano y quince días más tarde recibía su primera sesión de radioterapia. Después llegaría también la quimio. Y más tarde, una recuperación que aún, en su caso, no está garantizada al cien por cien. «No tengo el alta total, pero casi», dice sin miedo.

En ese camino hacia la sanación, Rosa ha aprendido varias lecciones. La primera, la importancia de acudir a las revisiones. La segunda: «Hay que confiar plenamente en los médicos. Yo me despreocupé, les dije: voy a hacer lo que me digáis». Y no le ha ido nada mal. En pleno tratamiento hizo un descanso para coger fuerzas en la montaña –en Pakistán– y en lugar de lamentar no poder subir ese 2009 dos ochomiles por la falta de fuerzas, optó por no perder la forma física con otros deportes. «Empecé con la quimio y tuve que hacer cosas más pequeñas», relata. Recorrió el Camino de Santiago en bicicleta, aprendió a bucear, asumió que no podía subir ochomiles en ese momento y simplemente esperó a que pasara lo peor. Aquellas dos montañas que quedaron pendientes en 2009 no se iban a mover de su sitio. «Aquel proyecto lo pude hacer en 2011», rememora.

A ella le ayudó la montaña a superar la enfermedad y plantarle cara. Pero, sostiene, «todos tenemos nuestras montañas para salir a adelante: los niños, la familia, el trabajo…». Y todos tenemos una cabeza que es clave en la recuperación. Porque la cabeza manda seguir y Rosa Fernández todavía no ha parado de asumir nuevos retos. Dentro de nada –el 9 de enero– se va rumbo al Aconcagua junto a Indalecio Blanco, un hombre con un 60% de discapacidad motora, que subirá con ella hasta siete mil metros en favor de Mensajeros de la Paz. «Va a ser duro, sé que me va a costar», dice. Pero sabe que ha vivido experiencias mucho más duras. «El cáncer de mama hay que tomárselo como algo pasajero», advierte. Y por eso su mejor consejo es este: «Les recomiendo a otras personas que no se paren a pensarlo, que no permitan que la enfermedad ocupe todo su tiempo, que hay otras cosas, hay que marcarse objetivos, hay que seguir adelante, hay que pelear».


Fuente: EL COMERCIO, sábado 19/10/2013 

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El regimiento de Cangas de Tineo

Sr. Director de El Carbayón

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Reproducción de soldado con bandera coronela o principal del Regimiento de Voluntarios de Cangas de Tineo, 1813

Muy señor mío: Ni yo, ni en general los cangueses, somos amigos de exhibiciones ni de dar a la publicidad nuestros acontecimientos. Cuando tenemos desgracias, nosotros las sufrimos y entre nosotros las lloramos, y cuando alegrías y satisfacciones, también en casa, o sea en la villa, las gozamos, y bien ve usted lo poco que le cansamos con artículos y comunicados, constituyendo raro caso que su ilustre periódico tenga que ocuparse de nosotros, y es caso frecuente que muchas personas de relativa instrucción de esta provincia no sepan que existe un concejo de 24.000 almas con una capital que se llama Cangas de Tineo.

Con nuestro humilde y modesto periodiquín “El Narcea”, que es hijo del pueblo y escrito para los que por suerte o desgracia tuvieron que alejarse de sus lares, nos vamos arreglando, escribiendo poco, trabajando mucho y guardando para nosotros y para los nuestros, acontecimientos que con facilidad otros publican aunque solo a ellos atañen.

Pero, Señor Director, hoy creo que debemos hacer una excepción, porque también es verdaderamente excepcional el hecho o hechos que la motivan, y al dar estos a la publicidad no es romper nuestra costumbre como lo sería si de hechos vulgares se tratase, y máxime si los acontecimientos de que hoy voy a dar cuenta, deben ser conocidos para después ser imitados.

[…]

Teníamos aquí, como oro en paño, una bandera, la autentica bandera del Regimiento de Cangas de Tineo que heroicamente tremoló en la épica Guerra de la Independencia. Bandera de mala seda, rota y maltrecha por lo mucho que se tremoló y por la acción del tiempo, que no por los ultrajes inferidos por los soldados de Napoleón; trapo ajado y hecho jirones, pero recuerdo santo, emblema precioso del patriotismo de nuestros abuelos, testigo presencial de tantos hechos heroicos como estos realizaron en defensa de su Dios, de su Rey y de su patria.

Cien años hace que se formó ese Regimiento y se lanzó a la lucha para cubrirse de gloria, y los cangueses queremos conmemorar tan noble acontecimiento y dedicar un cariñoso recuerdo a los que con valor heroico se sacrificaron en aras de la patria, trazando con su sangre el camino que debemos recorrer si caso análogo se vuelve a presentar.

Del buen deseo de todos y del común sentir surgió una junta, que por unanimidad acordó un programa que una comisión había de llevar a la práctica. Y merece citarse uno de los acuerdos tomados al redactar el programa y fue el que no había de mediar dinero, y que quien fuese necesario había de prestar sus servicios sin remuneración alguna, y tal como se pensó se realizó, y nunca honras fúnebres tuvieron lugar en la iglesia y en el Campo de la Vega, ni se vio procesión más ordenada ni concurrida, ni música más sentida, ni coros mejor armonizados ni más nutridos.

Los días designados para las funciones eran el 14 y el 15 [de julio de 1908], y con la mayor solemnidad se verificaron en esta forma:

Día 14. Procesión cívica en nuestro hermoso Campo de la Vega, misa en el mismo lugar, sermón por un Padre Dominico y retorno hasta la Casa Consistorial para descubrir la lápida conmemorativa dedicada a los héroes del regimiento cangués.

La procesión se encabezaba con el batallón infantil, que marchaba con una marcialidad digna de los cangueses que les precedieron. Seguían los maestros del concejo, modestos y resignados campeones de la instrucción elemental, base de cualquier otra ilustración. Luego, todo el personal de Obras Públicas con banderolas y presididos por el cangués de adopción ingeniero señor Diz Tirado, por el ayudante y el sobrestante.

Continuaba la mayor parte del clero del concejo, clase social que respondió con los PP. Dominicos, a quien presidía el Sr. Rector, como un solo hombre. Cincuenta y dos parroquias tiene el concejo y todos los curas, a quienes mayores deberes no los retienen en sus puestos, acudieron y se distinguieron por sus sentimientos patrióticos y pruebas de admiración a los que tan alto colocaron el nombre de Cangas luchando por la independencia de la patria.

Proseguían los juzgados con sus secretarios, abogados y procuradores. El Ilustre Ayuntamiento iba a continuación con los diputados provinciales y todos sus invitados, llevando la bandera nacional el síndico y la del Regimiento de Cangas el alcalde. Detrás, la banda de música y un numeroso coro de jóvenes tocando y cantando el hermoso himno compuesto a este propósito por el director de la orquesta Sr. Castro y por don Alfredo Flórez. Y finalmente seguía numerosísimo público, que silenciosa y respetuosamente se descubría al paso de nuestra bandera que nos atestiguaba las heroicidades de nuestros abuelos.

Majestuosamente, como dije antes, llegó la procesión al Campo de la Vega, y al aire libre, sobre un tablado, a la sombra de los copudos tilos que solo permitían pasar algunos rayos de sol tamizados por las frondosas ramas, se celebró la misa por el coadjutor de esta parroquia, y un muy Reverendo P. Dominico pronunció un discurso de tonos tan patrióticos, con oratoria tan sublime, que hizo romper en estruendosos aplausos a toda la concurrencia, loca de admiración y entusiasmo […].

A la vuelta, con el mismo orden de ida, se descubrió la lapida conmemorativa y pronunció desde el balcón del Ayuntamiento un corto pero enérgico y florido discurso el Dr. D. Ambrosio Rodríguez.

Los balcones todos de la calle ostentaban hermosas colgaduras y por la noche vistosa iluminación, mientras hacía más ameno el paseo por la calle Mayor la banda municipal tocando en la plazuela de la Refierta.

El día 15, a las diez de la mañana, se celebraron las honras fúnebres en nuestra hermosa colegiata. Los sacerdotes que en la víspera habían asistido a la procesión y misa, y aun muchos otros, concurrieron este día. Dijo la misa el Padre Rector de Corias y la cantó la capilla del convento, acompañada por su organista, todo con la severidad y pompa que estos actos requieren. El señor cura de Cangas predicó un hermosísimo sermón que aún superó a los mejores que tan justa fama de orador sagrado le dieron […].

El pueblo de Cangas, Sr. Director, se mostró esta vez, como lo hace siempre en todo asunto importante, a una altura bien digna de ser imitada: honró a los muertos, rogó al cielo por ellos y prometió solemnemente imitarles y enarbolar su bandera en todo caso que lo requiera la defensa de su Dios, de su santa libertad y de su tan querida patria.

Estos acontecimientos eran los que yo quería dar a la publicidad por medio de su tan ilustrado periódico para que vean en Oviedo y en el resto de la provincia, y fuera de la provincia también, que Cangas, como los demás pueblos asturianos, trabaja y lucha por su vida presente, pero sabe glorificar a quienes perdieron la suya  muriendo la muerte de los héroes.

Y termino haciendo especial mención de don Manuel Flórez Uría y don Bernardo Villamil que fueron los organizadores, y el primero iniciador también, de todos los actos de este centenario, y mención del alcalde don Nicolás de Ron, que desde el primer momento hasta el último contribuyó con todo su poder al esplendor que alcanzaron las fiestas.

José Gómez y López-Braña


(El Carbayón, 27 de julio de 1908)