El regimiento de Cangas de Tineo
Sr. Director de El Carbayón
Muy señor mío: Ni yo, ni en general los cangueses, somos amigos de exhibiciones ni de dar a la publicidad nuestros acontecimientos. Cuando tenemos desgracias, nosotros las sufrimos y entre nosotros las lloramos, y cuando alegrías y satisfacciones, también en casa, o sea en la villa, las gozamos, y bien ve usted lo poco que le cansamos con artículos y comunicados, constituyendo raro caso que su ilustre periódico tenga que ocuparse de nosotros, y es caso frecuente que muchas personas de relativa instrucción de esta provincia no sepan que existe un concejo de 24.000 almas con una capital que se llama Cangas de Tineo.
Con nuestro humilde y modesto periodiquín «El Narcea», que es hijo del pueblo y escrito para los que por suerte o desgracia tuvieron que alejarse de sus lares, nos vamos arreglando, escribiendo poco, trabajando mucho y guardando para nosotros y para los nuestros, acontecimientos que con facilidad otros publican aunque solo a ellos atañen.
Pero, Señor Director, hoy creo que debemos hacer una excepción, porque también es verdaderamente excepcional el hecho o hechos que la motivan, y al dar estos a la publicidad no es romper nuestra costumbre como lo sería si de hechos vulgares se tratase, y máxime si los acontecimientos de que hoy voy a dar cuenta, deben ser conocidos para después ser imitados.
[…]
Teníamos aquí, como oro en paño, una bandera, la autentica bandera del Regimiento de Cangas de Tineo que heroicamente tremoló en la épica Guerra de la Independencia. Bandera de mala seda, rota y maltrecha por lo mucho que se tremoló y por la acción del tiempo, que no por los ultrajes inferidos por los soldados de Napoleón; trapo ajado y hecho jirones, pero recuerdo santo, emblema precioso del patriotismo de nuestros abuelos, testigo presencial de tantos hechos heroicos como estos realizaron en defensa de su Dios, de su Rey y de su patria.
Cien años hace que se formó ese Regimiento y se lanzó a la lucha para cubrirse de gloria, y los cangueses queremos conmemorar tan noble acontecimiento y dedicar un cariñoso recuerdo a los que con valor heroico se sacrificaron en aras de la patria, trazando con su sangre el camino que debemos recorrer si caso análogo se vuelve a presentar.
Del buen deseo de todos y del común sentir surgió una junta, que por unanimidad acordó un programa que una comisión había de llevar a la práctica. Y merece citarse uno de los acuerdos tomados al redactar el programa y fue el que no había de mediar dinero, y que quien fuese necesario había de prestar sus servicios sin remuneración alguna, y tal como se pensó se realizó, y nunca honras fúnebres tuvieron lugar en la iglesia y en el Campo de la Vega, ni se vio procesión más ordenada ni concurrida, ni música más sentida, ni coros mejor armonizados ni más nutridos.
Los días designados para las funciones eran el 14 y el 15 [de julio de 1908], y con la mayor solemnidad se verificaron en esta forma:
Día 14. Procesión cívica en nuestro hermoso Campo de la Vega, misa en el mismo lugar, sermón por un Padre Dominico y retorno hasta la Casa Consistorial para descubrir la lápida conmemorativa dedicada a los héroes del regimiento cangués.
La procesión se encabezaba con el batallón infantil, que marchaba con una marcialidad digna de los cangueses que les precedieron. Seguían los maestros del concejo, modestos y resignados campeones de la instrucción elemental, base de cualquier otra ilustración. Luego, todo el personal de Obras Públicas con banderolas y presididos por el cangués de adopción ingeniero señor Diz Tirado, por el ayudante y el sobrestante.
Continuaba la mayor parte del clero del concejo, clase social que respondió con los PP. Dominicos, a quien presidía el Sr. Rector, como un solo hombre. Cincuenta y dos parroquias tiene el concejo y todos los curas, a quienes mayores deberes no los retienen en sus puestos, acudieron y se distinguieron por sus sentimientos patrióticos y pruebas de admiración a los que tan alto colocaron el nombre de Cangas luchando por la independencia de la patria.
Proseguían los juzgados con sus secretarios, abogados y procuradores. El Ilustre Ayuntamiento iba a continuación con los diputados provinciales y todos sus invitados, llevando la bandera nacional el síndico y la del Regimiento de Cangas el alcalde. Detrás, la banda de música y un numeroso coro de jóvenes tocando y cantando el hermoso himno compuesto a este propósito por el director de la orquesta Sr. Castro y por don Alfredo Flórez. Y finalmente seguía numerosísimo público, que silenciosa y respetuosamente se descubría al paso de nuestra bandera que nos atestiguaba las heroicidades de nuestros abuelos.
Majestuosamente, como dije antes, llegó la procesión al Campo de la Vega, y al aire libre, sobre un tablado, a la sombra de los copudos tilos que solo permitían pasar algunos rayos de sol tamizados por las frondosas ramas, se celebró la misa por el coadjutor de esta parroquia, y un muy Reverendo P. Dominico pronunció un discurso de tonos tan patrióticos, con oratoria tan sublime, que hizo romper en estruendosos aplausos a toda la concurrencia, loca de admiración y entusiasmo […].
A la vuelta, con el mismo orden de ida, se descubrió la lapida conmemorativa y pronunció desde el balcón del Ayuntamiento un corto pero enérgico y florido discurso el Dr. D. Ambrosio Rodríguez.
Los balcones todos de la calle ostentaban hermosas colgaduras y por la noche vistosa iluminación, mientras hacía más ameno el paseo por la calle Mayor la banda municipal tocando en la plazuela de la Refierta.
El día 15, a las diez de la mañana, se celebraron las honras fúnebres en nuestra hermosa colegiata. Los sacerdotes que en la víspera habían asistido a la procesión y misa, y aun muchos otros, concurrieron este día. Dijo la misa el Padre Rector de Corias y la cantó la capilla del convento, acompañada por su organista, todo con la severidad y pompa que estos actos requieren. El señor cura de Cangas predicó un hermosísimo sermón que aún superó a los mejores que tan justa fama de orador sagrado le dieron […].
El pueblo de Cangas, Sr. Director, se mostró esta vez, como lo hace siempre en todo asunto importante, a una altura bien digna de ser imitada: honró a los muertos, rogó al cielo por ellos y prometió solemnemente imitarles y enarbolar su bandera en todo caso que lo requiera la defensa de su Dios, de su santa libertad y de su tan querida patria.
Estos acontecimientos eran los que yo quería dar a la publicidad por medio de su tan ilustrado periódico para que vean en Oviedo y en el resto de la provincia, y fuera de la provincia también, que Cangas, como los demás pueblos asturianos, trabaja y lucha por su vida presente, pero sabe glorificar a quienes perdieron la suya muriendo la muerte de los héroes.
Y termino haciendo especial mención de don Manuel Flórez Uría y don Bernardo Villamil que fueron los organizadores, y el primero iniciador también, de todos los actos de este centenario, y mención del alcalde don Nicolás de Ron, que desde el primer momento hasta el último contribuyó con todo su poder al esplendor que alcanzaron las fiestas.
José Gómez y López-Braña
(El Carbayón, 27 de julio de 1908)
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