El Mercáu
La historia de cuando El Mercáu se quedó sin mercado, 1805-1820
El nombre de los lugares recuerda en muchos casos hechos del pasado de los que sólo queda ese nombre. De este modo, ninguna de las personas que vivimos hoy recordará haber visto en Los Nogales un nogal, pero en algún tiempo hubo allí más de uno. Igualmente en La Oliva, en alguna época debió haber un olivo, y donde está el regueiro Samartín sabemos que en la Edad Medía hubo una capilla dedicada a este santo francés, de la que hoy no queda ningún resto pero sí su nombre.
Lo mismo sucede con el nombre de El Mercáu o Mercado que le damos en Cangas del Narcea a la plaza situada delante del palacio del conde de Toreno o Ayuntamiento. Allí dejó de hacerse el mercado de los sábados en 1805 y, sin embargo, doscientos años después todavía seguimos llamando a ese lugar El Mercáu.
Todo empezó el 29 de marzo de 1805 con un acuerdo del Ayuntamiento que dispuso trasladar “el mercado que se celebra en la calle Mayor y sitio conocido con el nombre de Mercado a la plaza principal de la villa”, es decir a la Plaza de la Iglesia o Plaza Mayor.
Los promotores de este cambio fueron el alcalde Diego Valcárcel y el regidor José Fernández Flórez.
Al parecer, el mercado se llevaba haciendo desde hacía tres siglos delante de la casa de los Toreno y éstos abrían la puerta de su casa para dar más espacio a los concurrentes y para vender su vino; tal vez esto explique el gran tamaño que tiene el patio de este edificio terminado en 1702. Por motivos que desconocemos “la vizcondesa [de Matarrosa, nuera del conde de Toreno,] mandó cerrar las puertas del patio de fuera el sábado 23 [de marzo de 1805], con esta novedad se convocó a Ayuntamiento y se acordó trasladar el mercado a la plaza Mayor, así se verificó con general aplauso, a menos de Benitín y sus secuaces” (Carta de José Fernández Flórez a Lope de Ron, 31 de marzo de 1805).
El conde de Toreno se opuso a este traslado y alegó tres razones: 1. El gran perjuicio que le suponía a él, y a seis vecinos más, para la venta de «vino de sus cosechas en las bodegas que tienen en la misma plazuela del Mercado y sus inmediaciones»; es evidente que la afluencia de gente todos los sábados del año era muy beneficiosa para la venta de vino. 2. Le privaba de “las muchas basuras [es decir, estiércol o cagayón] que por la concurrencia y trafico de las caballerías se hacían todos los sábados días de mercado”; el excremento de las caballerías que se recogía al acabar el mercado era el principal abono de tierras y viñas, y era difícil conseguirlo de otro modo, y 3. La realización del mercado en la Plaza de la Iglesia iba a interrumpir y molestar el culto que se hacía en la iglesia colegiata, y el conde señalaba que a él le correspondía «defenderla como su patrono, procurando que con tales concurrencias, alborotos y deshonestidades no se cause turbación a los divinos oficios y horas canónicas que se celebran todos los días».
Además, el conde mencionaba que detrás de este acuerdo municipal había “intrigas, resentimientos y parcialidades” por parte del alcalde y el regidor citados, así como claros intereses personales, y señalaba que el gran beneficiado de este cambio era José Fernández Flórez, «porque casualmente posee una bodega en la calle Mayor contigua a la Plaza de la Colegiata y varias casas en la propia plaza”, y “porque con la traslación del mercado consiguió la ventaja de vender sus cosechas de vino con oportunidad y estimación, privando de ella al exponente [es decir, al conde de Toreno] y a otros vecinos».
El traslado del mercado se llevó a cabo en un momento de debilidad de los condes de Toreno. El conde en aquel tiempo, Joaquín José Queipo de Llano (1728-1805), estaba muy enfermo y morirá el 22 de diciembre de 1805. Su hijo, José Marcelino (1757-1808), vivirá fuera, perderá gran parte del control del poder local y fallecerá tres años después, y el sucesor de éste, José María (1786-1843), que fue el más famoso de los condes de Toreno, será un liberal perseguido y desterrado por el rey Fernando VII a partir de 1814. En medio de todo esto la Guerra de la Independencia.
Por el contrario, José Fernández Flórez era miembro de una familia que había ascendido en la segunda mitad del siglo XVIII, por cierto, al amparo de los Toreno; pertenecía a una nueva clase social, la burguesía, que invertía en fábricas y también en tierras. Su abuelo Cristóbal, natural de Salas, vino a Cangas a servir como criado mayor de la casa de Toreno y por su buen servicio lo nombraron administrador de las rentas de esta casa en La Muriella y la Colegiata; compró casa en Cangas y llegó a hacer una pequeña fortuna. Su hijo Ignacio Fernández Flórez continuo con la administración de las rentas de la Colegiata, compró muchas tierras, fundó en la villa de Cangas una fábrica de curtidos en 1792 y arrendó la casona que el conde de Miranda tenía en la calle de la Iglesia, junto a la Plaza; este Ignacio tuvo diversas diferencias con el conde de Toreno. Por su parte, el nieto, José Fernández Flórez, compró título de regidor perpetuo del concejo de Cangas, abrió en los primeros años del siglo XIX una fábrica de chocolate en la casona mencionada, «que le dio mucha utilidad», y aforó al conde de Adanero, que vivía en Medina del Campo, la casa de San Pedro de Árbas y toda su hacienda en el concejo de Cangas del Narcea.
La respuesta de José Fernández Flórez y otros trece comerciantes del concejo de Cangas del Narcea a las razones contrarias del conde de Toreno al traslado del mercado, no se hicieron esperar. Según ellos el cambio se hacía por «utilidad, conveniencia y necesidad común”: “la Plaza en que antes se hacía el mercado era una calle ancha y no otra cosa, y que pasando por ella la carretera para Castilla se interrumpía frecuentemente la comunicación de los comerciantes al mercado, al paso que la [Plaza de la Iglesia, en la] que se celebra actualmente, es mucho más capaz y susceptible de las comodidades que exigen los establecimientos de esta clase». En un informe del Ayuntamiento se incide en esto mismo: «en la plaza antigua todo era desorden, confusión y continuos trastornos para los concurrentes y transeúntes, y en la nueva o de la Iglesia, por su extensión y capacidad, es todo lo contrario». En cuanto a los inconvenientes para los oficios divinos, responden que en la iglesia colegiata «se dicen solo dos o tres misas en dichos días, sin practicarse otros oficios, y que este pretexto es tanto más despreciable y voluntario cuanto en dicha plaza se celebran y han celebrado de tiempo inmemorial, por su mejor disposición y más libre de inconvenientes, las grandes ferias de dicho pueblo de Cangas en los solemnísimos días del Corpus, Invención de la Santa Cruz, Pentecostés, San Andrés y San Mateo».
El conde de Toreno respondió al argumento de la incomodidad de la plaza del Mercado diciendo lo siguiente: «El sitio de la plaza del Mercado es más ventajoso, porque está a la salida del pueblo, los trajineros de Castilla no tienen necesidad de atravesar las calles con sus ganados y se precaven contingencias en las mujeres y niños especialmente, sin que contra esto pueda influir ni formar paralelo el único fundamento de celebrarse las ferias en la plaza principal, pues, según lo que se vende en ellas y su corta duración, son muy diferentes».
El enfrentamiento entre el conde de Toreno y el Ayuntamiento duró hasta 1820. El pleito se dirimió en la Real Audiencia de Asturias y el Consejo de Castilla, y se pidió consulta a los ayuntamientos de Ibias y Tineo, y al Obispo de Oviedo. Al final, la Justicia dio la razón al Ayuntamiento y el mercado semanal quedó en la Plaza de la Iglesia, donde todavía hoy continúa celebrándose.
[La información para hacer esta noticia está sacada en su mayor parte del archivo de los condes de Toreno que se conserva en la Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, de Toledo].
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