La venta de la cruz procesional de Bimeda y más noticias de esta iglesia parroquial en 1888
El 24 de junio de 1888 apareció en el periódico republicano “La Propaganda Federal”, de Oviedo, una carta enviada a su director y firmada con el seudónimo de Justo Duro y Alto-Claro, en la que se contaba la venta de la cruz procesional de plata de la parroquia de Bimeda (Cangas del Narcea) y se criticaba al párroco por esta venta, realizada sin conocimiento ni consentimiento de los vecinos, y también por el destino del dinero.
Lamentablemente no conocemos ninguna descripción, ni imagen de esa cruz, solo sabemos lo que dice esta carta: que era una “soberbia cruz que, según algunos de los que la han tenido en sus manos, pesaba de diez a quince kilos”. Es muy probable que fuese una cruz barroca del siglo XVII; esta suposición se basa en que si fuese una cruz anterior, románica o gótica, hubiese llamado la atención de Ciriaco Miguel Vigil, que sabemos que estuvo en la iglesia de Bimeda, y la hubiese mencionado en su obra Asturias monumental, editada en 1887.
A fines del siglo XIX se vendieron en Asturias varias cruces procesionales de plata. El caso más conocido, gracias al estudio de Rafael Balbín, fue el de la cruz de la parroquia de Fuentes, en el concejo de Villaviciosa. Esta valiosa cruz románica del siglo XII fue vendida en 1898 por el obispo de Oviedo al coleccionista de antigüedades Ernest Guilhou, hijo del empresario francés Numa Guilhou, fundador de Fábrica de Mieres. Ernest Guilhou la llevó a su casa de Bayona (Francia) y pocos años después la subastó junto al resto de su colección. La cruz la adquirió el empresario y coleccionista de arte norteamericano J. P. Morgan. Tras su muerte, sus herederos la donaron en 1917 al Museo Metropolitano de Nueva York, donde está expuesta permanentemente.
La carta de “La Propaganda Federal” menciona también muchas obras y compras de ornamentos realizadas en la iglesia parroquial de Bimeda en los últimos años del siglo XIX, que sirven para conocer la actividad de un templo parroquial de nuestro concejo en esas fechas. De este modo, veremos el papel que jugaban los emigrantes de la parroquia residentes en Madrid, así como las donaciones de uno de ellos, Juan Rodríguez y Pérez, enriquecido en la Corte; las colectas de la mujeres jóvenes para comprar ornamentos; las obras de mejora de la iglesia, etc.
CARTA DE «LA PROPAGANDA FEDERAL»
Muy señor mío: en el número 75 de su bien escrito semanario, aparece una carta del Notario eclesiástico de Cangas de Tineo, D. Francisco Álvarez Uría, en contestación al suelto que, relativo a la distracción de la cruz de plata de Bimeda, se insertó en el número 73 del mismo periódico. El Sr. Uría confirma con su carta lo que por la feligresía de Bimeda se sospechaba, es decir, que la cruz se había vendido, y sin conocimiento ni menos consentimiento de la parroquia que era su verdadera dueña.
Algunas centurias hace que un feligrés regaló la mencionada cruz a la iglesia de Bimeda, y aunque se ignoran las bases de la donación, es de suponer que en la mente del donante estaría que la cruz existiese a perpetuidad en la parroquia, para esplendor del culto, y que ni remotamente sería su ánimo que andando el tiempo pudiese ningún cura enajenarla, aunque fuese un digno cura, como dice el Sr. Uría en su carta, y el importe de la cruz se invirtiese en obras de necesidad e importancia reconocida. Mas, no es mi ánimo tratar aquí de la competencia o incompetencia del cura de Bimeda para enajenar la cruz, porque, amigo director, en asuntos de iglesia y sacristía lo peor es meneallo. Otro es mi objeto, y a él voy.
El Sr. Uría, en su carta, dice que el importe de la cruz se invirtió en obras y ornamentos. Duro me es el decir a nadie que no es cierto lo que asegura, y mucho más al Sr. Uría que se presenta bastante comedido en su carta; pero por esta vez, cuando menos… el Sr. Uría se equivoca. Salvo el caso de que las obras a que alude, y lo mismo los ornamentos, no fuesen para la iglesia… Lo que yo digo lo demostraré a continuación.
Próximamente diez años ha que don Dionisio Sierra Pambley y Díaz está encargado de la cura de almas de esta parroquia, y desde ese tiempo la Iglesia aumentó en ornamentos y alhajas lo siguiente: una lámpara grande de metal blanco; un manto para la Virgen; un palio; un estandarte; unos tapetes de hule para los altares; dos capotes de seda blanco; una casulla, boles de corporales, etc. negros; dos faroles que sirven de ciriales; un acetre e hisopo de metal amarillo; una cruz de metal para sustituir la de marras; dos lamparitas de metal blanco, casi invisibles por lo económicas.
Estos ornamentos y alhajas llegaron a la iglesia por el siguiente conducto:
La lámpara grande y los tapetes de los altares, como donación del vecino de Bimeda D. Juan Rodríguez y Pérez. El manto de la Virgen, como producto de una colecta entre las jóvenes de la feligresía. El palio y el estandarte, producto de otra colecta entre las personas de la parroquia que residen en Madrid. Los dos capotes, la casulla, los faroles, el acetre e hisopo, la cruz y las microscópicas lamparitas, ignoro si son o no producto de alguna ofrenda; tal vez hayan sido comprados por el cura estos objetos, pues nadie ignora que toda parroquia disfruta de una cantidad anual con el nombre de culto.
Vamos a las obras que se han realizado en la iglesia desde el advenimiento de este cura.
El medio punto –los pilares, los antiguos- de un arco de sillería que sostiene la bóveda de la iglesia, que el antiguo amenazaba ruina. Otro ídem –éste en su totalidad- en reemplazo del desvencijado que formaba la puerta de entrada. Poner de tabla el piso de la iglesia, que antes estaba en terreno. Mudar de posición la escalera del coro. Encerrar en una especie de gallinero con barrotes de madera la pila bautismal. Poner puertas nuevas a la iglesia. Instalar ante éstas un cancel (vulgo ratonera), con el santo objeto de que no huyan, como suelen, los poco místicos feligreses de los chaparrones de pajosa elocuencia que en forma o con nombre de pláticas dominicales, les propina un domingo sí y otro también el celosísimo párroco. Agrandar una lumbrera, que aunque en tamaño menor, existía ya a la derecha del altar mayor. Abrir de nuevo una rendija con nombre de lumbrera a la izquierda de la puerta, para que supla con su luz la que el bendito cancel priva de dar a la antedicha. Dar de cal a la iglesia, a parte de ella solamente. Poner unas losas sobre la espadaña del campanario, que por lo buenas y bien puestas que fueron, hay que ponerlas ahora de nuevo. Hacer dos confesonarios.
He aquí las obras: pero conviene antes de tratar de la procedencia del dinero con que se hicieron, consignar que todo lo que pudo pasar con remiendos o con reformas, no se hizo de nuevo, pues en todo procede el párroco de que tratamos con arreglo a la más estricta economía. El vulgo es necio, como ha dicho el poeta, y ha dado en decir que al cura lo consume la avaricia; pero yo no creo que esté poseído de tan feo vicio. Hecha esta relación, entraremos en materia.
El antes mencionado vecino de Bimeda, D. Juan Rodríguez, dio al cura para reparaciones en la iglesia, 2.500 pesetas o sean 10.000 reales. Poco después de terminadas las obras antes mencionadas, el cura dijo por su mismísima boca que le había sobrado dinero y que lo iba a invertir en ornamentos. Tal vez con este resto comprase los ornamentos de que hemos hablado y que no son producto de donaciones particulares.
Ya vemos que las obras y ornamentos fueron producto, o de donaciones voluntarias, o de los perros del Sr. Rodríguez y Pérez. Dígasenos ahora qué fue del culto correspondiente a los diez años. Dígasenos igualmente qué de lo que haya producido la soberbia cruz que, según algunos de los que la han tenido en sus manos, pesaba de diez a quince kilos, o sean de veinte a treinta libras. Dígasenos también qué se hizo de lo que haya valido al cura (caso de que le hubiera valido algo, que no lo sabemos) la cesión a D. Juan Rodríguez del cementerio viejo para que hiciese de él un sitio de recreo; pues ni la parroquia consintió en ello, ni tuvo otro provecho que el nada halagüeño de ver los restos de sus mayores rodar por los calles del pueblo y servir de diversión a los perros y los gatos al ser trasportados a carros del viejo al nuevo cementerio; verdad es que esto pasa a giorro, pues entre un montón de tierra que, extraída de la iglesia, ordenó el cura se amontonase a la izquierda de la puerta del cementerio, existen aún fragmentos de huesos humanos, como puede ver cualquiera con solo escarbar con cualquier cosa en el dicho sitio.
Otra utilidad reporta a los vecinos de Bimeda la falta de cementerio viejo y la insuficiencia del nuevo, y es que cada vez que ocurre la inhumación de un cadáver, pueden hacer un estudio práctico de anatomía en los dos o tres que, en completo estado de descomposición, se ven precisados a exhumar los enterradores, para hacer la sepultura. Y no hay que dejarse en el tintero lo convenientes que serán –al cura, acaso- a los vecinos del pueblo de Bimeda, en cuyo centro está el cementerio, y sobre todo a los pobres enterradores los miasmas pútridos que exhalan los cadáveres en descomposición.
Asegura el Sr. Uría en su carta que, con lo que el cura de Bimeda ha gastado de su peculio en provecho de la parroquia, tenía para comprar muchas pelucas si las necesitase. Lo de que la necesita es una verdad de a puño, y en cuanto a lo de que el cura haya gastado en provecho de la parroquia tanto, ni cuanto, ni nada, que me lo claven a mí en la frente. Si usted dijera, Sr. Uría de mis pecados, que gasta cuanto puede, y aún pide a la parroquia, para hacerse con tierras, prados, vacas y xatos, estaba bien dicho; pero ¿en bien de la parroquia? ¡Vamos, hombre! Usted xa delira.
Todo lo que antecede es la verdad pura y neta, y si no que se demuestre lo contrario.
Es verdad que a mi nada me importa la parroquia de Bimeda ni sus asuntos, mucho menos el cura de ídem, y aún menos el que a este último le haya salido un Cirineo en Cangas; pero tengo en mi poder un papelorio firmado por una porción de vecinos de aquella parroquia, que aseguran cuanto va dicho, y al ver que el Sr. Uría de Cangas, salía con su carta, tentóme Pateta poner las cosas en su lugar, y… ¡zas! Allá fui.
Además, ¡si usted viera, amigo Director, cuántos casos y cuántas cosas dejo en el tintero! Pero si mis ocupaciones me lo permiten, y me dan lugar a ello, ya saldrá todo, ya.
Por hoy no me queda por decirle más, sino que, como usted no ignora, es su amigo y correligionario de siempre seguro servidor q. b. s. m.
Justo Duro y Alto-Claro
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