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El Fuejo y Obanca en 1752, cuando las construcciones se cubrían con paja

Primera página de la relación de bienes de Ares José de Omaña en el concejo de Cangas del Narcea, 1752.

En 1752 se llevó a cabo en muchas regiones de España el conocido como catastro del marqués de la Ensenada. Cada vecino tenía que declarar todas sus propiedades y los ingresos por sus actividades. Hoy, es una fuente de información muy valiosa para conocer el siglo XVIII. Lamentablemente, las respuestas que dieron los vecinos del concejo de Cangas del Narcea desaparecieron en 1808 cuando los franceses quemaron el archivo municipal. Hemos tenido la suerte de encontrar en la colección documental reunida por José Luis Ferreiro Blanco una copia de la declaración que entregó don Ares José de Omaña, dueño de la casa de Omaña, de los bienes que tenía en el concejo de Cangas del Narcea.

La casa de Omaña era dueña en este concejo de casas, hórreos, molinos, tierras, viñas, brañas y pueblos enteros. Entre estos últimos estaban el lugar de El Fuejo y el sitio de Obanca, ambos de la parroquia de Santa Marina de Obanca, que los Omaña llevaban en foro perpetuo otorgado por el monasterio de San Juan de Corias, que era el propietario del dominio directo. El señor de Omaña pagaba cada año a los benedictinos veinte cántaras (313 litros) de vino tinto  y una hemina (48,43 litros) de trigo por El Fuejo, y cuatro heminas de centeno y otras cuatro de trigo por Obanca. Y él a su vez cobraba unas pingües rentas a los tres vecinos de El Fuejo: Manuel González, Diego Tejón y Juan de Antón, y al único que vivía en Obanca: Antonio Coque. Los tres primeros pagaban de renta anual: 16 heminas de trigo y otras 16 de centeno, seis jamones, dos carneros o doce reales por cada uno, dos cerdas o dieciséis reales por cada una, y la cuarta parte de la uva que vendimiaban. Comparando esta renta con la que pagaba el Omaña a los monjes de Corias por este mismo lugar, se comprende bastante bien que la pobreza del campesinado asturiano no era la consecuencia de una tierra montañosa y lluviosa, sino el resultado de una renta abusiva por parte de los terratenientes.

La declaración también ofrece una información muy valiosa para conocer las características de El Fuejo y Obanca a mediados del siglo XVIII: los limites geográficos; las construcciones que había: casas terrenas, hórreos, bodegas y un molino de cuatro muelas, todas ellas cubiertas de paja de centeno; la clase de tierras labrantías, prados y árboles, así como sus productos (trigo, centeno, mijo, maíz, habas, yerba, castañas, manzanas, peros1Peru, palabra asturiana, ‘variedad de manzana pequeña, dura y muy sabrosa’., nisos2Nisu, palabra asturiana, ‘ciruela pequeña y negra’., cerezas, nueces, higos, moras), y las rentas que pagaban. Mención especial ocupan las viñas. En El Fuejo estaba el formal3Terreno donde se agrupan varias viñas, normalmente de pequeño tamaño. de Trigales, que ocupaba una superficie de 45 hombres de cava (8.010 m2), por el que sus llevadores pagaban «la cuarta parte del fruto que producen» y en Obanca había una viña, «que se dice también de Obanca», de siete hombres de cava (1.246 m2) que pagaba «en uva la mitad del fruto que diese».

El Fuejo ocupaba una superficie de 515,37 áreas y el espacio se repartía de la manera siguiente: el 28% se dedicaba a monte de castaños bravos; 26% a tierra de cultivo de cereales (trigo, centeno y maíz) y habas; 15% tierra brava de ínfima calidad que se sembraba cada veinte años con centeno y mijo; 13% de viñedo; 8% de prados para yerba; 2% de árboles frutales y 8% que ocupaban edificios, peñas y matorrales infructíferos. Por el contrario, Obanca era sobre todo un gran prado de regadío, «de dar yerba de guadaña», de 125,7 áreas, y su principal actividad era la industria molinera que funcionaba con un molino hidráulico de cuatro muelas que aprovechaba las caudalosas aguas del río Narcea.

El Fuejo y Obanca, situados en la periferia de la villa de Cangas del Narcea, al otro lado del río Narcea, se mantuvieron hasta los años sesenta del siglo XX como espacios rurales con unas características similares a las que aparecen en esta declaración de bienes de Ares José de Omaña (ver fotografías 1 y 2). Sin embargo, a partir de 1970 cambiarán considerablemente, en especial El Fuejo. Este lugar, con la construcción del Puente Nuevo a fines del siglo XIX y, en especial, con el puente colgante en 1973, quedó unido a la villa y fue urbanizado en su totalidad. Obanca, en cambio, solo fue urbanizado en parte con un polígono industrial y dos centros de enseñanza, que se construyeron en el extremo norte de su territorio, y todavía hoy puede vislumbrarse el Obanca de 1752 en la casa de Coque, apellido que después de 250 años sigue vinculado a este lugar.

A continuación transcribimos la relación de los bienes de la casa de Omaña en El Fuejo y Obanca en 1752. Hemos hecho una transcripción actualizada para facilitar su lectura, y entre corchetes ponemos algunas equivalencias al sistema métrico decimal de las antiguas medidas: vara (0,835 m), hemina (48,43 l), cántara (15,6 l), día de bueyes (12,57 áreas) y hombre de cava (178 m2).

 

El Fuexo

El lugar del Fuexo es por entero del mencionado don Ares según se deslinda por el  oriente con el río de Narcea; por el mediodía con tierra de bravo de don Pedro Velarde; al poniente con tierras de dicho don Pedro y de don José Alfonso, vecinos de esta villa, y al norte con el arroyo que se dice de Trigales.

Dentro de cuyos términos hay tres casas de habitación, que la una se compone de portal, cocina, corte4 Cuadra. para los ganados, pajar y una bodega, tiene de frente dieciocho varas y ocho de fondo [15 x 6,60 m]. Las otras dos [casas] están unidas, que se componen de dos portales, dos cocinas, dos cortes para los ganados y sus dos pajares, tiene de frente cuarenta y cuatro varas y ocho de fondo [36,75 x 6,60 m]. Y todas se componen de piedra, madera y su techo de paja. Más [hay] dos bodegas que la una tiene ocho varas de frente y seis de fondo [6,70 x 5 m], la otra siete de frente y seis de fondo [5,9 x 5 m], que su artefacto y cubierta es de lo mismo que las casas. Más [hay] un orrio con cuatro pies de madera cubierto también de paja […].

El territorio que hay dentro de los dichos términos son cuarenta y un días de bueyes [515,37 áreas], de los que doce son de tierra labrantía, los ocho de mediana calidad y los cuatro de ínfima; los de mediana calidad dan trigo, centeno, habas y maíz alternando, y los de ínfima, centeno, habas y maíz alternando, y todos ellos sin descanso. Cuatro días [de bueyes] de prados, los tres de mediana calidad que se riegan con el agua del arroyo que baja de Trigales en tiempo de invierno, de verano son secanos, dan yerba de guadaña y algo de pación de otoño; el otro [día de bueyes] de ínfima calidad de secano, que solo da yerba de guadaña. Siete días [de bueyes] de tierra brava de ínfima calidad, que dan centeno y mijo de veinte en veinte años según costumbre. Trece días de bueyes de monte de castaños bravos de ínfima calidad; un día de bueyes que ocupan los peros, manzanos, nisos, cerezos y nogales. Cuatro días [de bueyes] que ocupan el casco del lugar, peñas y matorrales infructíferos. Más hay un formal5Conjunto de viñedos de diferentes propietarios. de viña que se dice de Trigales de cuarenta y cinco hombres de cava [8.010 m2] de ínfima calidad, cepada según costumbre.

Cuyas casas, bodegas, orrio, tierras, montes y lomas expresados dentro de dicho término llevan en arrendamiento Manuel González, Diego Tejón y Juan de Antón, caseros y habitantes en dichas casas, y pagan de renta en cada un año treinta y dos heminas de trigo y centeno por mitad, seis perniles, dos carneros o doce reales por cada uno, que es el precio en que están puestos así en este lugar como en todos los demás, [y] dos marranas o diez y seis reales por cada una. Todo esto lo pagan por la hacienda expresada, y por las viñas [pagan] la cuarta parte del fruto que producen.

Y todo lo referido dicho lugar con sus términos lo lleva el expresado don Ares por foro perpetuo del monasterio de San Juan de Corias por [el] que paga en cada un año veinte cántaras [313 l] de vino tinto y una hemina de trigo [48,43 l].

 

Obanca

El sitio de Obanca es del mencionado don Ares Joseph de Omaña según se deslinda por el oriente y mediodía con el río de Narcea, por el poniente y norte con cierro de viña quintera del monasterio de Corias, dentro de cuyas demarcaciones hay una casa de habitación cubierta de paja que se compone de portal, cocina, bodega o cuarto terreno y corte con su pajar para los ganados, y unida a ella hay otra con cuatro molares harineros que muelen con el agua de dicho río Narcea, que una y otra tienen veinticuatro varas de frente y ocho de fondo [20 x 6,70 m] hechas de piedra y madera con su techo de paja. Más un orrio con cuatro pies de madera cubierto de paja junto a dicha casa. […]

Más hay dentro de dichas marcaciones un día de bueyes de tierra labrantía de mediana calidad que un año da centeno, otro habas y maíz sin descanso; más un prado de diez días de bueyes [125,7 áreas]de mediana calidad, que se riega con el agua que sale para dichos molinos, de dar yerba de guadaña pación de primavera y otoño, y a las márgenes de dicho prado y sitio hay veinte castaños, cincuenta nisales6Nisal, ‘ciruelo de fruta pequeña y negra’., veinte cerezos, cuatro nogales, seis manzanos, dos higueras [y] un moral. Que a la orilla del río que baña dicho prado hay cien omeros7Omero, umeiro, ‘aliso’..

Por cuya tierra y prado y más arboleda si se arrendase dieran de renta en cada un año trescientos reales, y aunque Antonio Coque, llevador de dicha casa, molinos y sitio, según va deslindado, paga de renta en cada un año catorce heminas de centeno [678 l], seis de trigo [290,58 l] y seiscientos y sesenta reales en dinero es por estar de cargo de dicho don Ares costear y mandar hacer las muelas, rodeznos y canales, componer las expresadas casas y orrio, como también en el fuerte o estacada para sacar el agua a dichos molinos y prado, que uno y otro, por ser el río tan caudaloso de aguas, tiene de costo el expresado don Ares para su manutención más de seiscientos reales de vellón en cada un año.

Más tiene junto a dicho término una viña, que se dice también de Obanca, de mediana calidad, poblada según costumbre, de siete hombres de cava [1.246 m2], linda por el oriente con viñas de Andrés y Joseph Pertierra, por el mediodía y poniente con camino servidero y por el norte con arroyo que baja del lugar de Santa Marina, la que también lleva el referido Antonio Coque a medias, pagando en uva la mitad del fruto que diese, y así esta viña como el sitio de Obanca, según va deslindado, lo lleva el expresado don Ares por razón de foro perpetuo por el que paga al dicho monasterio de San Juan de Corias, según constará de su respectiva relación, ocho heminas de trigo y centeno, por mitad, en cada un año.


 

Vestido de paisana de Cangas de Tineo, 1918

Ficha de la fotografía del ‘Arxiu Mas’ (Archivo Mas).

Adolf Mas Ginestà (Solsona, 1860 – Barcelona, 1936) se formó como fotógrafo en Barcelona a finales del XIX. En 1901 funda un primer establecimiento de venta de material fotográfico que se convertiría, unos años más tarde, en el «Estudio de Fotografía A. Mas», antecesor del «Arxiv Mas».

Muy cercano a los círculos artísticos de la época, entre sus clientes habituales destacan instituciones nacionales como es el caso del Instituto de Estudios Catalanes, la Junta de Museos de Barcelona, el Centro de Estudios Históricos de Madrid e internacionales como la Hispanic Society of America, la Frick Art Reference Library, el Metropolitan Museum, la Harvard University, etc.

Después de la Guerra Civil, el Archivo Mas fue adquirido, en 1941, por Teresa Amatller. Este hecho permitió la supervivencia del mismo, incorporándolo así a la colección del Instituto Amatller de Arte Hispánico (Barcelona).

La fotografía que protagoniza esta entrada pertenece al Archivo Mas y fue realizada por Adolf Mas en 1918, en Cangas de Tineo (Asturias), que una década después pasaría a denominarse Cangas del Narcea.

Vestido de paisana. Cangas de Tineo, Asturias, 1918. Fotografía de Adolf Mas perteneciente al Archivo Mas (colección del Instituto Amatller de Arte Hispánico).

Mediante inteligencia artificial (IA) la hemos coloreado para ver si el resultado coincidía con la descripción de su ficha: «Vestido de paisana. Dengue de seda negra y franja encarnada. Falda verde o encarnada con dibujos negros. Delantal seda negra. Justillo de terciopelo negro. Madreñas», y este es el efecto obtenido:


 

Concurso de ganados en Cangas del Narcea en 1930

Cangas del Narcea. La Vega un día de mercado, hacia 1901.

Fuente:

En el año 1929 fue constituida en el concejo de Cangas del Narcea la Junta Local de Ganaderos que en muy poco tiempo fue cogiendo gran arraigo entre la clase labradora. Tal es así, que un año después de su constitución, esta Junta contribuyó muy eficazmente en la planificación del Concurso de ganado vacuno, organizado por la Excma. Diputación Provincial de Oviedo, el Ayuntamiento de Cangas y la Junta Regional de Ganaderos de Asturias.

Tenía este Concurso la particularidad de ser el primero que se celebraba en Cangas del Narcea; y teniendo esto en cuenta, bien cabe afirmar que tuvo un éxito completo, pues la curiosidad despertada en el público y la atención con que todos los ganaderos seguían las observaciones y deliberaciones del Jurado, revelaban un trascendental interés por el fomento de la riqueza ganadera del concejo cangués.

Se celebró este histórico Concurso en la magnífica explanada de La Vega de la villa canguesa, la mañana del viernes 22 de agosto de 1930, siendo presentados cerca de cuarenta ejemplares.

El Jurado calificador lo presidió el alcalde de Cangas, don Joaquín Rodríguez-Arango Fernández-Argüelles, y lo formaban D. Antonio Fernández, Ingeniero Agrónomo y Secretario de la Junta Regional de Ganaderos; los veterinarios: D. Francisco Lorenzo, D. Benito Gaite y D. Manuel Rodríguez Feito; y en representación de la Excma. Diputación Provincial, D. Jesús Vázquez.

El reparto de premios se hizo de la forma siguiente:

  • GRUPO I — RAZA ASTURIANA — SUBRAZA DE MONTAÑA Y DE LOS VALLES.

    Ramón Tosar Fernández, de casa Jacinto de Gillón, propietario del toro ‘Artillero’, premiado en la Sección 1ª —Toros con cuatro o más dientes permanentes, en el Concurso de 1930.

    • Sección 1ª —Toros con cuatro o más dientes permanentes.
      Primer premio, 200 pesetas; se declara desierto.
      Segundo premio, 150 pesetas, al toro “Artillero”, de Ramón Tosar Fernández, de Gillón.
    • Sección 2ª — Novillos con menos de cuatro dientes permanentes.
      Primer premio, 150 pesetas, al novillo “Rojo”, de Ignacio Galán, de Trasmonte de Arriba.
      Segundo premio, 100 pesetas, al novillo “Brillante”, de Primitivo Álvarez Vicente, de Cibea.
    • Sección 3ª — Vacas con cuatro o más dientes permanentes. 
      Primer premio, 100 pesetas, a la vaca “Guapina”, de Manuel Flórez Sierra, de Leitariegos.
      Segundo premio, 70 pesetas, a la vaca “Galana”, de Francisco González Rodríguez, de Morzó.
    • Sección 4ª — Novillas con menos de cuatro dientes permanentes.
      Primer premio, 70 pesetas, a la novilla “Castilla”, de Francisco Fuertes Riesgo, de Villategil.
      Segundo premio, 50 pesetas; se declara desierto.
  • GRUPO II — GANADO CRUZADO.
    • Sección 5ª — Vacas con cuatro o más dientes permanentes.
      Primer premio, 70 pesetas, a la vaca “Chavala”, de David Barreiro Martínez, de San Esteban de Cibuyo.
      Segundo premio, 40 pesetas, a la vaca “Pinta”, de Antonio Fernández y Fernández, de Santa Eulalia.
  • También se concedieron las siguientes menciones:
    •  Tres, de 30 pesetas cada una, a los novillos “Lucero”, de Rafael Collar, de Posada de Rengos; “Gallardo”, de Manuel Boto, de Villacanes, y “Lindo”, de Francisco Collar Agudín, de San Pedro de las Montañas.
    • Tres, de 25 pesetas cada una, a las vacas de raza asturiana “Roxa”, de José Hidalgo, de Carceda; “Granada”, de Manuel Flórez Sierra, de Leitariegos, y “Guapina”, de Manuel García López, de Castro de Limés.
    • Cuatro, de 20 pesetas cada una, a las vacas cruzadas “Jardinera”, de Joaquín Carrizo, de Cangas del Narcea; “Navarra”, de Leandro Flórez Gómez, de Murias de Bimeda; “Galana”, de José Rodríguez Vuelta, de Adralés, y “Salada”, de Claudio Alfonso, de Morzó.

    Paisano y toro, Cangas del Narcea, hacia 1918. Fotografía de Benjamín R. Membiela. Colección de Juaco López Álvarez.



Nueite de San Xuan

Con esta actividad se pretende investigar sobre costumbres y tradiciones propias del Concejo de Cangas del Narcea en relación a la festividad de San Juan, dando respuesta de esta manera a uno de los pilares de centro que es la identidad rural, entendiendo ésta, como la realización de actividades que fomenten el valor de nuestras tradiciones culturales y patrimoniales.

En el proyecto participan familiares cercanos al alumnado, y también vecinos del pueblo donde se localizan las diferentes escuelas del CRA Río Cibea. De esta manera, la escuela cumple un papel social, y dinamiza las localidades, haciendo partícipes no solo a la comunidad educativa sino también a toda la población, con el fin de generar comunidad, fomentar el arraigo y favorecer la identidad rural.

Los participantes en este proyecto pertenecen al concejo de Cangas del Narcea, concretamente a los pueblos de:

Genestoso, Tremao de Carballo, Rañeces de Sierra, Puenticiella, Los Eiros, Regueira`l Cabo, El Mato, Linares, Limés, Villarino de Limés, Carballo, Veigapope, La Regla de Perandones, Las Tiendas, Corias, Sonande, Pixán, Cangas del Narcea, Tainás, Villadestre y Olgo. También hay informantes de Castaosa
(Ibias), La Borra (Salas).

Cabe destacar que, por la recogido en esta actividad, el Partido de Sierra conserva en su memoria un mayor número de recuerdos de muchas costumbres y rituales relacionados con esta festividad, en comparación con otras zonas del concejo.



 

Cibuyo y los «rumbos» de Mario Gómez

Vista parcial de Cibuyo de mediados de los años 50. Col.: Familia de Jorge Rodríguez Meléndez.

El fundador del «Tous pa Tous», Mario Gómez, describe en su libro Rumbos, Viaje por Cangas del Narcea 1928-1932, su llegada al pueblo de Cibuyo: «Es este un valle feraz, de amplias vegas y exuberantes huertos, de gran pradería, de casas grandes, ricas y bien traídas. En la carretera hay casas de construcción moderna, bien ataviadas y algunas de tres pisos. Cibuyo, en esta barriada, tiene el aspecto de una moderna villa».

En esta fotografía, perteneciente a mi familia, vemos una vista parcial del pueblo de Cibuyo, entorno al año 1955, en ella podemos ver todo lo que describía Mario Gómez, con las veigas sembradas de maíz, las huertas con las patatas, los frejoles, las fabas, tomates y demás productos, los cortinales con el trigo y centeno recién segados y ya en cuelmos, también vemos alguna facina en las eras esperando la mayadora. Por encima de los campos de labranza están los prados, los de regadío y las camperas de secano.

Vemos también las casas que menciona Mario Gómez, la de Don Joaquín al lado de la iglesia y la de Melchora en el pico del pueblo, con su espléndida panera. A la derecha de la espadaña de la iglesia parroquial se observa la desaparecida casa de Barreiro, donde nació el P. Agustín Jesús Barreiro. En la carretera general vemos una casa de tres pisos, casa Antonio, un comercio, tienda y bar, que en la actualidad sigue funcionando, al lado se puede ver un coche, es un Renault 4-4 de un vecino de Cibuyo emigrado en Madrid.

Espero que os guste. Saludos.

Jorge Rodríguez Meléndez
(04/05/2023)

 

«Moal y Muniellos: el pueblo y el bosque»

Moal, Cangas del Narcea. Camino de casa Baragaño y el hórreo de casa Moreno. Años 60.

Exposición fotográfica

MOAL EN EL RECUERDO

A lo largo de los años 2021 y 2022, los maestros del C.P. Rengos, Tito Casado e Inés Gómez, con la colaboración de los vecinos de Moal y sus asociaciones se dedicaron a recoger fotografías sobre Moal y Muniellos entre los vecinos y vecinas de este “Pueblo Ejemplar de Asturias”.  Lo que en un principio iba a ser una recopilación de unas docenas de fotos que sirviese para crear un álbum colectivo de recuerdos, se vio desbordado por la aportación masiva de fotografías que prolongó en el tiempo el trabajo de clasificación y documentación y por lo que se decidió llevar a cabo una exposición en la que todo el mundo pudiese contemplar estas imágenes físicamente o verlas simultáneamente proyectadas en pantalla mediante la elaboración de varios PowerPoint que favoreciese su visión. Para ello, las 125 fotografías de que consta esta colección se organizaron por temas:

  • El pueblo y la gente
  • La mujer
  • Los nenos y las nenas
  • La economía
  • Vehículos y medios de transporte
  • Muniellos: la madera
  • Muniellos: la caza
  • El ocio
    • Las fiestas
    • Las meriendas

Una vez seleccionadas y clasificadas las fotografías se contó con la intervención de las personas mayores de Moal, que visualizaron las fotos, localizando a las personas y los lugares y en caso de ser posible, datando la fecha aproximada en que se hicieron.

La exposición contó también con entrevistas a varios/as vecinos/as de Moal, desde los mayores del pueblo, hasta la última niña escolarizada en la escuela rural del pueblo. Estas entrevistas se llenaron de recuerdos y nostalgia sobre las formas de vida, los trabajos, las costumbres, los noviazgos o fiestas de este entrañable pueblo. El montaje audiovisual de estas entrevistas fue realizado por otra maestra del Colegio Vega de Rengos, Verónica Díez.

Ahora, gracias al trabajo y la colaboración de Tito Casado, Inés Gómez y Verónica Díez, todo este material pasa a estar a disposición del «TOUS PA TOUS» y por tanto de todos los usuarios de esta página para que, si es de su gusto, conozcan un poco más de la vida de Moal y de su historia.

Recuerdos del «San Martín», tiempo de matanzas

Productos de matanza; pueblo de Santulaya.

Ya estamos metidos en noviembre, ya estamos en las fechas de San Martín. Estas fechas son aprovechadas en las zonas rurales para hacer la matanza del año. Este es el momento en que los cerdos pagan la cómoda vida que llevan durante un año, sin ningún tipo de preocupación, comiendo a pierna suelta todo tipo de manjares: pienso, berzas, maíz, castañas, y otros productos que obtienen de forma gratuita de sus dueños. Si tuvieran un poco de inteligencia, tendrían que desconfiar, nada en la vida es gratis, y como muy bien dice el dicho, «a todo gochín le llega su sanmartín».

Esta matanza, antiguamente era uno de los momentos más importantes que tenían los pueblos para la supervivencia de todo el año. Dependían totalmente de que se hiciera con esmero y se conservara bien. Hay que añadir que, en aquellos tiempos, no había neveras ni congeladores, y la matanza era el principal aporte energético del año.

Una proporción equivocada o deficiente de los conservantes naturales en dicha matanza podía producir que se malograra,  y, cuando llegaba el  invierno, podía haber  muchos problemas si había poca comida en la despensa. Esta responsabilidad de que saliera bien la matanza recaía en las mujeres, verdaderas  conocedoras de las cantidades exactas de condimentos y proporciones de carne necesarias para hacer un buen embutido.

Probando productos de la matanza; pueblo de Santulaya.

Cada casa tenía una receta particular, esto le daba cierta categoría de chef a la mondonguera, que aplicaba su receta para hacer un buen embutido (muchas veces a ojo, sin pesar los ingredientes, sólo con verlos). Estas mezclas particulares hacían que en cada casa fuera diferente el sabor del chorizo. En una casa podía ser más picante o más dulce que en otra, tener diferentes intensidades de sal, perejil, ajo, diferente ahumado, etc.

Paralelamente, el matachín (matarife) también era un especialista en su materia, ya que si era bueno el cerdo moría con poco sufrimiento, sangraba bien y esto era bueno para la curación de la carne. La maestría de este hombre a la hora de salar era fundamental para que ésta no se estropeara. Era importante como cortar las piezas, como colocarlas en el duernu, como echar la sal entre la carne sin que queden huecos entre las piezas, también tiene que controlar los días de salado, para que quede un producto perfecto. Otro punto importante para que la calidad de la matanza fuera buena, es la comida que se daba a los cerdos dos meses antes del sacrificio. En otoño, se recogían las castañas, y éstas venían a hacer la función de las bellotas que se les da a los cerdos en las dehesas de Extremadura. En algunos pueblos, incluso se soltaban los cerdos por los castañales para que ellos mismos las comieran.

Días anteriores a la matanza, se preparan minuciosamente los medios necesarios para poder efectuar todo el proceso. Se prepara el duernu donde se pelarán los cerdos; se prepara el banco donde se matarán; se afilan los cuchillos, se preparan los ganchos de colgar, se compra la sal,  se compra el pimentón natural de la Vera, el bramante para atar los chorizos, las tripas necesarias para enchorizar, etc. También era necesario llamar para estos días a varios familiares y algún vecino para ayudar, ya que, para sujetar los cerdos, se necesita un grupo mínimo de personas. Estas colaboraciones eran recíprocas, primero me ayudas tú a mí y después yo te ayudaré a ti.

Los trabajos ya estaban de mano definidos, los hombres mataban los cerdos, pelaban, descuartizaban y salaban el producto final: buenos jamones, lacones, cabezadas, tocinos, uñinos, zarraus (columna vertebral del cerdo), etc. Los hombres también se encargaban de limpiar el estómago de la vaca para hacer los callos que se comerían el día en que se acababa el proceso de matanza y se celebraba en familia una gran comida. Digo que limpiaban los callos de la vaca porque añadida a la matanza de los cerdos, casi siempre se mataba una vaca, que añadía a esta matanza cecina, costillares y carne que se mezclaba con la de los cerdos. Las mujeres limpiaban las tripas y eran responsables de la producción de todos los embutidos: morcillas, chorizos, choscos, lomos, butiechos y chenguanizas (longanizas). Estas últimas, las longanizas, en tiempos más ancestrales, tenían una utilidad especial ya que se utilizaban para amenizar la comida de las pedidas de mano  de las mozas casaderas en las casas de labranza. Esto no sé cuánto tiene de realidad pero siempre lo escuché y lo cuento de forma breve, pues es llamativo.

Pueblo de Genestoso.

Cuando había un muirazo casadero en un pueblo y se entablaban conversaciones con una moza, era necesario ir a formalizar esta relación con propósitos de boda a casa de la moza. Esto se llamaba ir a la chenguaniza (longaniza). Se llamaba así porque en esa visita, la casa de la moza agasajaba a sus invitados mayoritariamente con buena longaniza y vino de Cangas.

El mozo iba a la casa de la moza acompañado con un personaje que era el embustero; este tenía mucha responsabilidad, ya que dependía mucho de él que el padre de la novia quedara convencido y cediera a que se celebrara la boda. Este embustero, mientras  cenaba buena chenguaniza, ensalzaba las virtudes personales y económicas del novio, esto casi siempre lo hacía de forma exagerada, y, algunas veces, contaba mentiras para aumentar las bondades que el novio aportaba al matrimonio. Por lo general, tendía a describir posesiones y tierras que el novio tenía, las describía mucho más grandes de lo que eran en realidad. Las bondades del novio las ensalzaba de tal forma, que éste parecía un ser lleno de todas las virtudes conocidas. Era serio, buen vecino, de palabra, respetuoso, etc. Si era algo borracho o un elemento de cuidado, por supuesto, lo callaba. Por otra parte, la cuenta corriente que el novio tenía en el banco, siempre se presentaba muy saneada, y, si el mentiroso veía que el padre de la novia tragaba su historia, iba aumentando la bola, añadiendo que el novio era un gran prestamista de cuartos a intereses y que todo el mundo sabía que disponía de un buen capital.

Si el mentiroso hacía bien su función, el padre de la novia quedaba convencido y se le ponía fecha a la boda. Ese mismo día, el padre de la novia marcaba la dote que aportaba la novia al matrimonio. Esta dote se escribía en un documento público para que quedara de forma legal registrado. La dote podían ser aportaciones físicas como una habitación completa, un ajuar, una finca, ropas o también podía ser una dotación económica significativa.

¡Cuántos desengaños debió de traer antiguamente este sistema! ¿Qué pensarían aquellas novias cuando la mayoría de las veces se encontraban con una realidad muy diferente a la que describía el embustero? Se encontraba una casa terriblemente humilde, un marido bastante bruto, y, para rematar, sin cuartos en el banco. Bien, pues ya era tarde, no quedaba otra, había que tirar para adelante acordándose de los muertos del maldito embustero.

Este día de longaniza solía ser para los muirazos, los herederos de las casas. Los otros hermanos lo tenían difícil, no eran buenos pretendientes y no estaban bien vistos para pretender las mozas,  estos desheredados no tenían medios ni futuro. Me contaron una historia real, que ocurrió hace muchos años en la zona, y que demuestra hasta qué punto llegaba esta situación. Evidentemente la contaré, olvidándome de los nombres de los participantes, para no abrir de nuevo heridas cerradas.

Atizando el «caldeiro».

Por lo visto en un pueblo de la zona se hacía filandón (baile) todos los domingos. Una pareja de hermanos de otro pueblo subía asiduamente a bailar con las mozas. Uno se enamoró perdidamente de una moza del pueblo, pero este chaval tenía la desgracia que no era el muirazo de la casa. Todos los domingos subía a ver la moza y a bailar con ella, digo a bailar con ella porque en aquellos tiempos adentrarse algo más en la relación era casi imposible; desde el cura hasta la anciana más impedida del pueblo estaban pendientes de que no se cometieran pecados que pusieran en peligro las virtudes de las mozas. Con esta vigilancia, la madre de la moza rápido supo con quién andaba la hija, y, como aquí en Cangas nos conocemos todos, también supo de qué familia era. Quedó contenta la madre, el mozo era de buena familia, era de casa pudiente, pero aún faltaba algo para pasar el examen y era saber si aquel mozo iba a ser el heredero, el muirazo de la casa. Rápido empezó aquella madre a enterarse por otras vecinas que el mozo tenía un hermano mayor  y este sería el muirazo y que el que andaba con la fía era un desheredado que tenía que marcharse a buscarse la vida.

Esta madre, cuando supo esto, se convirtió en la mayor pesadilla del mozo, cada vez que subía al filandón para ver a la novia, salía la madre, metía la moza en casa y se dice que incluso le tiraba piedras al rapaz, como si fuera un apestado para que se marchara. Bueno, este mozo lloró por las esquinas o mejor dicho apagó las penas por los bares de Cangas bebiendo buen vino de la época, y no le quedó más remedio que olvidarse de aquella aparición maravillosa con la que bailaba en el filandón. Cada vez que se acordaba de ella, veía la cara de la bruja de la madre despreciándolo y tirándole piedras. La vida sigue y no queda más remedio que levantarse, el mozo marchó para Madrid, y, con mucho esfuerzo  se hizo un nombre en la capital, tenía buenos negocios y venía al pueblo a la casa natal, de vacaciones todos los veranos. Ahora era conocido en el concejo, su hermano —el muirazo— estaba muy orgulloso de él. Todo aquel que necesitaba dinero para arreglar una cuadra, una casa o comprar una finca, esperaba que llegara el verano para pedírselo a intereses al veraneante madrileño que tenía mucho capital y hacía de prestamista.

Preparando el cerdo en el duerno para pelarlo. Casa Eulogio, Genestoso.

En uno de estos veranos, Manuel, le voy a poner un nombre habitual de la zona para poder contar la historia, subió de nuevo al filandón del pueblo de la que fuera su novia, pero llegó tarde, esta moza ya estaba casada con un muirazo. Pero en la casa de la novia aún quedaba una hermana más pequeña, que estaba casadera, y, Manuel, que era un tipo elegante, con dinero, bien vestido y que hablaba muy bien, como los de los madriles, no lo tuvo nada difícil para ennoviarse con esta moza.

La madre cuando lo supo, no sabía si bajar al polvorín a comprar voladores o subir al Acebo para dar unas cuantas misas de agradecimiento. Rápido, invitó a casa a comer la chenguaniza a Manuel. El mozo siguió todo el curso legal de la relación con petición de matrimonio incluida, en la que no faltó un amigo que subió de embustero para ensalzar todas las posesiones que Manuel tenía en Madrid. Se marcó la boda, se dieron las proclamas en la iglesia y llegó el día de la boda. Manuel salió por la puerta de atrás de la casa de su hermano para que no lo vieran, y marchó corriendo para Madrid, dejando a la novia, a la futura suegra y a los invitados esperando en la puerta de la iglesia.

Eso lo llamo yo servir una venganza fría. Está claro que el odio que tenía Manuel a aquella mujer que le tiraba piedras y que no lo dejó casarse con su verdadero amor, era irracional. También está claro que la hija pequeña no tenía ninguna culpa de los errores cometidos por el diablo de su madre.

Vuelvo a la matanza y para esto escojo uno de los lugares más emblemáticos del concejo, el pueblo de Genestoso. Me levanto una mañana fría y desapacible de noviembre; una de esas mañanas en las que sólo apetece estar con amigos en un lugar recogido con ambiente caluroso. A ver si encuentro este ambiente en Genestoso. Esta vez no voy de ruta de montaña hacia el Cabril, esta vez me quedaré en el pueblo, en casa de Eulogio, que va a hacer la matanza del año acompañado de familiares y vecinos.

Salgo en las Mestas por la carretera que sube a Cibea y hacia el frente disfruto del viaje adentrándome en las curvas de la carretera de Cibea. Paso al lado del palacio de Carballo,  que se presenta hoy un con una manta blanca creada por la frialdad de la noche. Sigo por el puente de Valsagra y llego al Puente Nuevo, donde se bifurca la carretera  hacia Vallado y hacia Genestoso. Salgo por la izquierda hacia Genestoso. A la altura de Villar de los Indianos miro hacia  la Gobia de Cibea,  y veo como se asoma la nieve por este pico. Llego a Genestoso, y ya veo la casa de Eulogio. Entro y saludo a los dueños, Modesto, Benita y a su hijo Carlos. En el interior están desayunando todo el equipo de vecinos y familiares que van a ayudar con la matanza. Saludo a Juan de casa Teresín, Perales de casa Gavilán, Roberto de casa Pila, José de casa Laureano, y a las mujeres que harán el embutido, asesoradas por la dueña de la casa. Son Elenita, Mari y Herminia.

Sacando los uños del cerdo. Casa Eulogio, Genestoso.

En el exterior hay un fuego encendido que tiene encima un caldero ennegrecido lleno de agua que se utilizará para pelar los cerdos. En la cuadra están los cerdos gruñendo porque tienen hambre, llevan un día sin darles de comer para que su sistema digestivo esté limpio y sea más fácil lavarles las tripas.

Tras tomar un buen almuerzo y un buen café, todos los hombres se dirigen hacia la cuadra para sacar el primer cerdo. Lo sacan, lo sujetan al banco y proceden a matarlo. Actualmente, para matarlo se dispara con una pistola en la cabeza del animal para evitarle el sufrimiento y después se procede al sangrado. Antiguamente, la solución era más dramática, y, por supuesto, este primer paso es el más desagradable de la matanza, no lo describiré, pero es totalmente inevitable. Sin cerdo muerto, no hay matanza. La intención final es que el cerdo sangre bien, ya que esto es fundamental para que a la carne le entre mejor la sal.

Parte de la sangre se recoge y se utiliza para hacer las morcillas. Antiguamente se hacía con ella también las fixuelas (una especie de fixuelos con sangre).

Pelando el cerdo en el banco. Casa Eulogio, Genestoso.

Después de muerto el gocho, se mete en el duerno, recipiente donde se echa agua hirviendo para poder pelar el cerdo. Este agua hirviendo está en contacto unos minutos por todo el cuerpo del animal. Esto se consigue dándole vueltas al cerdo sin parar en el duerno. A continuación, se saca y se coloca encima del banco de matar, y aquí todos los hombres empiezan un frenético pelado o afeitado del cerdo. Este proceso debe de ser lo más rápido posible, ya que el tiempo de proceso es fundamental, si el cerdo se enfría mucho, pelará muy mal.

Se cuelga el cerdo y se abre en canal, extrayéndole las vísceras para que las mujeres las laven. Estas tripas servirán para hacer los embutidos, el estómago y la vejiga serán los recipientes donde se  meterán los huesos de butiecho. El estómago de la vaca, el morro y las pezuñas serán la base de la pota de callos, que se zamparán el día de la cena de las chuletas.

Después de terminada la mañana de la matanza, se meten las canales de cerdo a buen recaudo, tienen que estar bien colgados y abiertos para que enfríen bien y puedan cortarse al día siguiente.

El primer día de matanza ya finalizó para los hombres y se procede a degustar una buena comida en la que no falta lacón cocido, chosco y todo tipo de carnes de la matanza pasada.

Las mujeres pican la grasa de los cerdos y la cebolla para hacer toda la tarde morcillas. Esta tarde se acaba embutiendo, cociendo y colgando estas morcillas.

El segundo día de matanza toca partir la carne, es el día de partir, y, por la noche, es el día de celebración, el día de las chuletas. El matachín empieza a partir y a separar las distintas piezas del cerdo. Unas piezas irán al sal en la pila de salar de la bodega (recipiente para salar la carne), estas piezas son los jamones, lacones, el zarráu (columna del cerdo), cabezadas, uñinos y tocinos. Las partes restantes se llevan a las mujeres para que las preparen y puedan ser elaboradas en forma de embutidos. Finalmente, se preparan las costillas y las chuletas que se comerán en la cena, donde estarán invitados todos los participantes de la matanza. A esta cena también se le añade los callos de la vaca.

Las piezas que van para la pila de salar deben ser colocadas con mucho esmero por el matachín. Este les saca la sangre que aún está en la carne apretando con las manos las piezas, les echa sal procurando que todas las superficies estén en contacto con ésta e intenta colocar las piezas como si fuera un Tetris, procurando no dejar muchos huecos entre pieza y pieza. Un error aquí, y la carne puede salir mal salada, malogrando las reservas de la familia para todo el año. No todo el mundo es matachín, este trabajo requiere de cierta experiencia.

Como dije, las otras partes del despiece, pasan a la zona de elaboración de las mujeres, las mondongueras. Aquí se despieza y se seleccionan todos los tipos de carne que se agregarán a los embutidos, a los huesos de butiecho, a los lomos y a los choscos.

Pelando el cerdo y recogiendo el agua del duerno. Casa Eulogio, Genestoso.

Después de tener todas las piezas bien seleccionadas, se pasa a picar la carne. Con esta carne picada,  la mondonguera o chef de la casa mezclará de forma secreta las proporciones de carne y  adobo adecuadas para tener un producto especial. Cada casa tiene su fórmula particular. Este adobo está compuesto de conservantes y especias naturales, como son el perejil, ajo, pimiento dulce, pimiento picante, sal, etc.

Como podemos ver, la responsabilidad de esta mondonguera es muy grande, si sale mal el embutido se estropea, si el adobo no es el adecuado el embutido puede salir con un sabor demasiado salado, demasiado picante, o, simplemente, estar incomible. Cuando veo dar estrellas Michelín por comidas hechas con nitrógeno líquido y otras extravagancias, me acuerdo de estas mondongueras que no tienen ningún premio y son las que hacen comida de verdad.

Finalizado todo este proceso de picado y amasado de la carne se procede a llevar los recipientes a una zona fresca, donde se maceran bien las mezclas para ser embutidas el día siguiente. Este es el momento más álgido de la matanza. Finaliza el proceso más complicado y empieza la verdadera celebración, la cena de las chuletas. En esta cena se tira la casa por la ventana, se invita a todos los participantes de la matanza y a algunos familiares, y se inicia la prueba de resistencia a ver quién cena más fuerte esa noche. Se empiezan por los callos, que si están buenos, algunos repiten dos platos, se sigue con las chuletas, para pasar después a las costillas fritas.

Abriendo el cerdo. Casa Correo, Santulaya.

Es algo tradicional que todo esto nunca se acompañe con ensaladitas de verdura y otras zarandajas. Debe de ser solo carnes y buen vino. Antiguamente, si se iba a una cena de estas y aparecía algo de verduras para entretener, esto se tomaba muy mal por los comensales. Eso no era una cena de matanza tradicional, eso solo significaba que el ama de la casa era una tacaña y esta quería fartar a los comensales con verduras para que no comieran lo que realmente era importante, las chuletas, las costillas y los callos.

Una vez que se catan todas estas viandas, se pasa al postre, que ya no lo describo, pues cada casa tiene sus preferencias. Pero una vez más puedo decir que no tenían nada que envidiar a los de las estrellas Michelín. Está claro que con esta cena, alguien tenía que explotar, pero como dato curioso nunca se supo que alguien muriera en todo el contorno del concejo, así que tan malo no puede ser cenar tanto.

Colgando la matanza. Casa Eulogio, Genestoso.

Pero todavía no acaba aquí la historia. Después del postre, se hace una sobremesa hasta altas horas de la noche. Esta sobremesa era amenizada por dos elementos fundamentales. Uno era el río de bebidas, licores, cafés y demás excitantes que se ofrecían a los comensales. El otro elemento eran las historias que se contaban toda la noche. El lector tiene que trasladarse a épocas en las que no había televisión en las casas, y la única diversión era contar o escuchar viejas historias. Recuerdo que aquellos paisanos tenían una capacidad para contar historias impresionante, desarrollaban hasta el más mínimo detalle, te hacían vivir en presente la historia que contaban, y, lo mejor de todo, era que te hacían creer que era real, pues siempre las adornaban con nombres y lugares conocidos.

Era muy común contar historias con temas un tanto paranormales. Todo eran apariciones y situaciones extrañas e inexplicables. Estas historias dejaban intuir la existencia de mundos paralelos, el nuestro y algo más.

Pelando las cebollas.

Recuerdo como los pequeños de la casa callábamos y escuchábamos esas historias sin pestañear. Hasta aquí todo muy bien, pero cuando se acababa todo, había que ir para la cama, y esto se convertía en un suplicio. Aparecía el miedo a los fantasmas de las historias, se miraba debajo de la cama que no hubiera nadie, se ponía una silla detrás de la puerta para que no se pudiera abrir, cualquier ruido era sobrenatural, sacar las piernas de las sabanas podía ser un error mortal. Uno se dormía por inanición, se dormía de cansancio por estar en vigilia toda la noche escuchando los ruidos sobrenaturales que había fuera.

Picando cebolla y grasa para las morcillas.

Estas historias están escritas a fuego en mi subconsciente, nada mejor para no olvidarlas que el miedo que producían después. Como digo, tengo muchas en el recuerdo y describiré a continuación alguna. Llevaban sello de realidad, tenían nombres quienes las vivían, y esto les daba mayor veracidad. Está claro que la mayoría eran mentiras, simples puestas en escena de quien las contaba. Otras aparentaban ser reales, sobre todo desde el punto de vista de quien las interpretaba, otras seguro que eran producidas por los miedos irracionales de quien las vivía, pero da igual, son muy entretenidas e imaginativas. Además, muchas ya pertenecen al folclore de la zona.

A continuación describo algunas de estas historias que se contaban, y, para no extenderme, las simplificaré. No se me ocurre adornarlas con la riqueza de detalles que eran contadas, porque sería muy largo.

La sombra y Juaco de Mingón

Embutiendo las morcillas y colgadero para ahumarlas en la cocina vieja o chariega.

Contaban que un tal Juaco de Mingón, casado en  Santa Eulalia, subía de noche hacia Moral, su pueblo natal. El venía de cortejar de Santa Eulalia y por la carril del Pando, antes de llegar a San Antonio, se le apareció una sombra que lo acompañaba. Esta sombra cada vez se hacía más grande, hasta que llegó un punto a la altura de San Antonio que ocupaba toda la pista. Juaco, impresionado, y no sabiendo a lo que se enfrentaba, se dirigió  a aquel fenómeno preguntándole si lo dejaba pasar. La sombra le contestó con un consejo, “andar de día que la noche es mía”. Juaco contaba que, después de pasar esto, quedó totalmente inconsciente sin saber dónde estaba. Cuando se recuperó, siguió camino de Moral y  la sombra desapareció sin dejar rastro.

La explicación podría ser que en Santa Eulalia siempre tuvimos muy buenas viñas y muy soleadas. Aquel día, Juaco, en Santa Eulalia, pudo empinar demasiado el codo y esto le provoco que viera sombras subiendo hacia Moral.

Pepe, el matachín de casa de Olaya de Arayón

Preparando la carne para picar.

Por lo visto, hace muchos años, un tal Pepe de casa de Olaya de Arayón era el matachín que hacia las matanzas en el pueblo de Santa Eulalia. En una de estas matanzas, se quedó hasta muy tarde en la cena del día de las chuletas, y, finalizada la fiesta, se marchó para su casa de Arayón. Bajando hacia Arayón por el camino que va de Llano a Cangas, se encontró con una anciana vecina del pueblo de Llano que también se dirigía por el mismo camino y en la misma dirección. Pepe la reconoció e intento entablar conversación con ella. Le pareció raro, ésta sólo caminaba y no respondía a la conversación. Pepe consideró que la vejez de la señora y su posible sordera eran la causa de su silencio, así que la acompañó  hasta la zona denominada del Vache. En esta zona se despidió de la anciana, y bajó hacia la presa dirección a Arayón.

Al día siguiente, Pepe volvió a Santa Eulalia a hacer otra matanza y nada más llegar escuchó a los vecinos decir que por la tarde tenían que ir al entierro de una vecina de Llano. Pepe cuando escuchó esto, quedó frío; dijo, ¡hombre, que mala suerte!, todavía ayer a las tres de la madrugada me acompañó, iba dirección a Cangas. Los vecinos le increparon a Pepe que tenía que estar equivocado, ya que la vecina había muerto a las siete de la tarde. Pepe, como nos podemos imaginar, quedó impresionado, y siempre afirmó que quien lo acompañó esa noche era esa vecina de Llano o su espíritu.

El fantasma y Lola la de Lache

Chorizando. Pueblo de Santulaya.

Hubo un tiempo en el que un fantasma tenía atemorizados a todos los que andaban de noche desde Cangas a Llano. La gente veía un fantasma que aparecía y desaparecía y nunca se dejaba ver de cerca. Esto no solo le ocurrió a una persona, sino que lo veía mucha gente de la zona.  Al ser la visión tan pública, era fácil creer que era una realidad aquel fantasma. Si lo veía más de una persona, le daba credibilidad a la aparición, todos los que veían el fantasma no estarían locos. Bien, pues tiempo después, se descubrió cual era el motivo de la aparición del fantasma.

Por lo visto los Manzaninos de Cangas estaban escondidos en un nicho del cementerio para no ser apresados, y Lola, la de Lache, subía la pobre mujer disfrazada de noche a llevarles la cena. Cuando se encontraba de lejos con algún vecino que viajaba de noche, ésta se escondía y cuando pasaba volvía a aparecer. Ese era el motivo del fantasma que nunca daba la cara y aparecía y desaparecía.

La escopeta y el perro sin dientes

Atando chorizos y haciendo lomos.

Decían de un vecino de Rengos que era muy fanfarrón, que un día estaba cenando en una casa de La Viliella después de una jornada de caza, y, tras la cena, se preparó para marchar hacia su casa en Rengos. Para esto tenía que pasar el puerto del Rañadoiro. Fuera hacía una de esas noches malísimas, una de esas noches de invierno oscuras, que dicho sea de paso, son muy propicias para contar este tipo de historias. Bueno, el caso es que los demás comensales de la cena le indicaron que se quedara a dormir, ya que la noche era como mínimo muy desagradable y podía ser peligrosa. El sacó su fanfarronería, dejando ver lo valiente que era, y dijo las siguientes palabras: “yo con esta escopeta  y el perro tan bueno que tengo, no le tengo miedo ni a Dios ni al Diablo”. Se marchó de La Viliella dirigiéndose a la espesa arboleda del Rañadoiro, y los vecinos se quedaron preocupados viendo como las tinieblas del puerto lo engullían. Al día siguiente, no apareció en su casa; la cama estaba sin deshacer. La preocupación empezó a sentirse en los dos pueblos, y se pusieron a buscarlo por el monte del Rañadoiro.  Dieron con él a la media tarde del día siguiente, estaba acurrucado debajo de un xardón, con las ropas rotas, con la escopeta totalmente inutilizada y con el perro sin dientes en la boca. Le preguntaron qué le había pasado, pero estaba ido, nunca más habló y se murió cinco días después. Nunca se pudo saber qué fue lo que vio o lo que le pasó.

El perro de encima de casa de Cueiras

Esto ocurre en tiempos de las guerras carlistas. Se cuenta que había partidas carlistas por esta zona que iban a los pueblos y todos los chavales que valían para la guerra los forzaban a alistarse al ejército.

Subían vecinos de  Santa Eulalia y de Llano por el camino que pasa por casa de Cueiras y por  la plaza de los Moros, en dirección al baile que se hacía en el pueblo de Acio de Caldevilla. Cuando llegaron a la altura de la peña de la Guallina, se les apareció un inmenso perro blanco en el medio del camino impidiéndoles pasar. Cuanto más se enfrentaban al perro, este más fiero se ponía. El caso es que tuvieron que frenarse y en ese momento escucharon subir a lo lejos, por el regueiro de la casiecha, un ruido ensordecedor. Este ruido fue desapareciendo dirección a las Tabladas de San Antonio. Cuando ya no se escuchaba nada, el perro blanco desapareció de repente como una ligera niebla ante los atónitos ojos de los vecinos. Estos prosiguieron hacia el baile de Acio de Caldevilla. Al día siguiente, supieron que aquel ruido que subía por el regueiro de la casiecha, era una partida de carlistas que estaban buscando chavales para alistarlos a su ejército.

La historia cuenta que aquel perro que apareció y desapareció misteriosamente salvó a los chavales de Santa Eulalia y de Llano de ir a enfriar balas a una guerra que no iba con ellos.

Las ánimas andan por el cementerio de Cangas

Colgadero con embutido preparado para ahumar. Casa Eulogio, Genestoso.

Por lo visto, una noche estaban unos chavales de Cangas pescando a la rechumada en el río Narcea, debajo del cementerio de Cangas, cuando escucharon unas voces y unos ruidos de ultratumba que provenían del cementerio. Los chavales, al escuchar semejantes lamentos, se asustaron. Dejaron los bártulos y las truchas que tenían en el río, y se fueron para Cangas, pero estos ruidos de ultratumba siguieron sintiéndose todas las noches de los días siguientes, amedrantando a los vecinos que se trasladaban a esas horas intempestivas y pasaban cerca del cementerio.

Esto creó, como nos podemos imaginar, muchos comentarios, y, sobre todo, mucho miedo, en unos tiempos oscuros donde todas las explicaciones acababan siendo algo sobrenatural. Por lo visto se supo o se culpó después a unos curas de Cangas, que hacían esto para que se dieran misas.

Esto último no hay que cogerlo al pie de la letra, seguro que quien contó lo de los curas, tenía las mismas pruebas que los que achacaban el fenómeno a fuerzas sobrenaturales.

Los serradores y el ovni del Pando

En el pueblo de Llano había dos hermanos que se ganaban la vida serrando a mano la madera para hacer las casas. Un día subían por el Pando en dirección al pueblo de Pixán donde tenían trabajo. Tenían que serrar madera para hacer el tejado de una casa. Para llegar al amanecer a Pixán, salieron de noche de Llano, y, cuando subían por encima de Moral, vieron salir una figura redonda por el perfil de la montaña del Acebo. Esta figura era grandísima y en su centro brillaba un sol, era como si tuviera fuego dentro.

Cuando esta bola redonda se aproximó a la montaña del Pando, cogió dimensiones descomunales y los dos vecinos de Llano quedaron petrificados de miedo viendo aquello. La forma brillante se dirigió hacia Adralés, desapareciendo detrás de la montaña. Nunca se explicaron los dos hermanos que podía ser eso que vieron.

Hoy, desde la distancia, yo me inclino a pensar que era un globo aerostático que venía viajando por esta zona y el fuego brillante interior, era el quemador que tienen para variar la densidad del aire.

Pero claro, yo actualmente tengo esa información, pero en aquellos tiempos remotos, en una zona aislada como esta, ¿quién sabía lo que era un globo aerostático?; era fácil impresionarse.

Juaco de Xipón de Santa Eulalia, el Cristo y las Ánimas de la Santa Compaña

Esta siempre la contaba Juaco de Xipón, que tenía un don especial para narrar este tipo de historias.

Bajaba Juaco de Xipón de Santa Eulalia de cortejar en Veiga, y se le echó la noche encima. A la altura de la casilla de Llano, vio salir del río una figura como un Cristo crucificado, parecía un fantasma, y este andaba con una cruz al hombro y emitía grandes lamentos. Xipón, se paró, pues estaba todo muy oscuro, y, al pararse, también percibió un sonido a lo lejos como una campanilla que sonaba rítmicamente. Xipón, impresionado, no lo dudó: “esto deben de ser las Animas de la Santa Compaña”. Dejó que se alejara aquella figura crucificada, y, de repente, siente un repicar metálico de botas subir por la carretera. Era Juanín de Vegapope, que subía de cazar y calzaba unas botas ferradas con elementos metálicos, a éste le acompañaba su perro de caza. Este perro tenía un cascabel, y el sonido que producía era igual al que Juaco había escuchado de acompañamiento del crucificado. A Juaco ya solo le quedaba saber quién era el crucificado para entender todo lo que había visto. Le preguntó a Juanín si se había cruzado con un fantasma que arrastraba una cruz y Juanín le dijo que sí. Que el fantasma era un vecino de Llano que llevaba una piértiga de madera al hombro para hacer un carro, y, como era tan pesada, se iba lamentando y de vez en cuando se acordaba de todos los santos.

Lo que son estas historias, de noche todos los gatos son pardos. Si Juaco no se cruza con Juanín de Vegapope, le queda el cuento de que vio un ser lamentándose con voces de ultratumba que  llevaba una cruz a cuestas, y, para rematar lo acompañaban Ánimas de la Santa Compaña que al andar hacían sonidos metálicos y tocaban campanillas.

El muerto de Amago que robaba las veceras del agua a los vecinos

Matanza recién sacada de la sal. Casa de Agustina, Moral.

Un vecino de Amago subió a la cena de la matanza con su padre al pueblo de Villar de Adralés, y, a altas horas de la noche, bajando ya para su pueblo, vieron el espíritu de un vecino muerto cambiando la vecera del agua en un prado.

Este vecino, en vida ya había sido muy problemático, pues tenía la mala costumbre de andar de noche robando el agua de riego de otros vecinos para echarla a los prados de su propiedad. Por lo visto, esta manía le quedó después de muerto, y el espíritu no descansaba en el más allá, volvía todas las noches a hacerles la misma faena a los vecinos.

Las pegas (urracas) y los perros huelen la muerte

Se contaban infinidad de casos donde las pegas tenían un protagonismo un tanto misterioso. Por lo visto, estas olían la muerte, o, simplemente, la veían cuando venía a hacer su trabajo con la guadaña. Días ante de morir alguien en una casa, a veces ocurrían sucesos especiales con las pegas. Estas se ponían medio locas y acudían en manada a picar contra las ventanas de la casa. Chocaban repetidamente con los cristales de las ventanas, lo hacían con tanta intensidad que a veces dejaban su propia sangre en los mismos. Esto era un mal presagio, algo le iba a pasar a algún miembro de la casa. Finalizaban la historia relatando varios nombres de varias casas que murieron en los días siguientes del suceso de las pegas.

Los perros también huelen la muerte, estos empezaban a aullar insistentemente en la casa donde en pocos días habría una defunción.

Apariciones

Eran muchas las historias de apariciones. Un vecino de Llamas está en la habitación acostándose, apaga la luz y siente un peso importante a los pies de la cama. Se incorporó y ve la imagen de su hermana muerta mirando para él. Sobresaltado, le preguntó qué quería, y ella dirigiéndole una leve sonrisa desapareció. Evidentemente, el vecino de Llamas tiene nombre y apellidos, esto no dejaba lugar a dudas, la aparición tuvo que ser real.

Otro sentía como todas las noches las vacas en la cuadra se sobresaltaban y cuando bajaba a ver lo que pasaba todo estaba en calma. Una noche bajaron el dueño de la casa y su hijo para coger al ladrón que alteraba las vacas y la sorpresa fue mayúscula, en el centro de la cuadra estaba la imagen del abuelo fallecido. El amo de la casa casi se desmaya. Le preguntó a la imagen que qué quería, y esta no contestó, se giró y desapareció.

 

Podría seguir escribiendo miles de estas historias. Hay que ponerse en la piel de un niño de nueve años que está escuchando todo esto; ahora se puede entender porque yo no quería ir a dormir el día de la cena de la matanza.

En la matanza del año siguiente, mis primos y yo no nos acordábamos del miedo que pasábamos escuchando estas historias, y repetíamos el proceso, callados y sin pestañear volvíamos a escuchar las nuevas historias que se contaban en la sobremesa del día de las chuletas.

Tras estas historias, vuelvo al tema que nos ocupa, que es la matanza, y describo lo que se hacía el ultimo día, que era al día siguiente de la cena de las chuletas. Este día se prepara todo el embutido y se cuelga. Esto es todo un espectáculo. Normalmente estos colgaderos ocupaban toda la superficie del techo de una cocina vieja. Este techo está totalmente ennegrecido por el humo. El contraste de colores es total, de fondo el color negro del techo ahumado, delante todo el embutido de color rojo pimiento. ¡Qué plasticidad, qué expresividad, qué capacidad de combinación de los colores! Ni Van Gogh, ni Picasso, ni nada. No hay lienzo mejor que este colgadero de embutidos.

Las semanas siguientes se empieza a esmesar (sacar) porciones de chorizo para freírlo acompañado de unos huevos. Degustar este plato tan simple se convierte en un momento sublime.

Todo el producto que resulta de esta matanza, la dueña de la casa la va distribuyendo en porciones controladas para que dure todo el año. Si esta mujer era buena administradora, la matanza duraba hasta la siguiente, si por el contrario no lo era, a mitad del año ya no había nada en los colgaderos.

Genestoso. Enrique RG Santolaya probando el embutido en casa Eulogio, con Modesto y su hijo Carlos.

Por Navidad había que mandar paquetes para los familiares de Madrid con la prueba de la matanza, ellos enviaban el turrón.

También había otros momentos de más gasto en los que se tenían que poner más cantidad de comida. Por lo general, esto ocurría siempre en las celebraciones y en la recogida de las cosechas, como la recogida de la hierba, del trigo, del maíz, del vino, etc. A estos trabajos acudían muchos vecinos a ayudar, y tenía que disponerse de más comida. Con el vino pasaba lo mismo.

Alguna vez me contaron que para segar un prado por la zona de las chamas de Llano, había cinco hombres, y el amo del prado subió un garrafón de veinticinco litros de vino y lo metió en un pozo de agua para que estuviera frío. Cada maracho (hilera) de hierba que segaban, paraban y echaban un trago. La anécdota fue que a las doce del mediodía, el dueño del prado tuvo que bajar de nuevo a casa a por más vino porque se acabó todo. Esto demuestra que la comida y la bebida desaparecían muy rápido en esos días de recogida donde se juntaba tanta gente.

Escribiendo este último párrafo, pienso yo, como pudieron acabar el prado aquellos segadores después de beber tanto vino. Si yo bebo cinco litros de vino por la mañana, solo pueden ocurrir dos cosas: o me tumbo debajo de un árbol a dormir la mona, o me tienen que bajar directamente para el hospital de Cangas.

Enrique R.G. Santolaya


Vídeo: Proceso de elaboración de la matanza en el pueblo de Santulaya


El ailanto, una especia exótica invasora

Las hojas son compuestas formadas por hojuelas dispuestas en pares a lo largo de un raquis o eje situándose una hoja única al final, se clasifican por esto último como imparipinnadas (Santiso, setiembre 2022).

Paseando por el entorno de la villa de Cangas del Narcea estos últimos años me ha llamado la atención la proliferación de un árbol que nunca había visto o al menos no me había fijado en él.

Se trata de un árbol caducifolio, con hojas compuestas formadas por hojuelas dispuestas en pares a lo largo de un raquis rojizo o eje situándose una hoja única al final, son por tanto hojas imparipinnadas. El tronco es grisáceo y se diferencian individuos hembras y machos como corresponde a una especie dioica. Florece en primavera formando alargados panículos a modo de largos racimos de un color verde claro. El fruto es alado, sámara, con la semilla hacia el centro de su gran ala; forman grandes racimos que se pueden ver ya a finales del verano.

Crecen principalmente en los márgenes de las carreteras, en los eriales tan abundantes por nuestro territorio, especialmente antiguas huertas, prados y viñas hoy abandonados y en terrenos baldíos.

Buscando información vi que se trata del Ailanthus altissima (Miller) Swingle conocido vulgarmente como ailanto, árbol del cielo, árbol de los dioses o zumaque falso. Originario de China y Corea, en 1740 el jesuita Pierre d’Incarville envió semillas desde Pekín a París; una parte se sembraron allí y otra se envió a Londres, así se inició su expansión por Europa. Se plantaron muchos ejemplares por su buen porte y rápido crecimiento en parques y jardines como árbol ornamental. En otros lugares se plantaron para alimentar a los gusanos de seda. Hoy en día están naturalizados prácticamente en toda Europa, salvo Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y parte de Bielorrusia según el European Alien Species Information Network (EASIN).

Crecen en los márgenes de las carreteras por la facilidad de dispersión de las semillas con el viento (Santiso, 2022).

En España comenzó a plantarse en el siglo XIX y actualmente está clasificado como especie exótica invasora. La Ley 42/2007, de 13 de diciembre, del Patrimonio Natural y de la Biodiversidad, define una especie exótica invasora como “aquella que se introduce o establece en un ecosistema o hábitat natural o seminatural y que es un agente de cambio y amenaza para la diversidad biológica nativa, ya sea por su comportamiento invasor, o por el riesgo de contaminación genética”. El ailanto ya figura en el primer listado oficial publicado en 2011 y en el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras, Real Decreto 630/2013, actualizado en 2019 y 2020. Así mismo figura en el listado de Plantas Alóctonas del Principado de Asturias.

¿Qué características del Ailanthus altissima facilitan su rápida expansión? Según Álvaro Enríquez (2020), las siguientes:

1.- La facilidad con que se reproducen, debido a tres elementos:

Los frutos son del tipo sámara, se componen de un ala fibrosa, que favorece su dispersión, con la semilla casi en el centro.

a) Las raíces extendidas en una red que permite tanto la obtención de agua como el rebrote incluso a 15 m del árbol. Estos rebrotes pueden alcanzar hasta 3 m de altura en un año. Este sistema contribuye a su pervivencia tras los incendios.
b) Las abundantes semillas (un ejemplar adulto puede producir 350.000 en un año) dispuestas en sámaras fácilmente transportadas por el viento en las carreteras, en las riberas, etc., y por el agua de ríos, arroyos y cunetas.
c) Un tocón con gran capacidad de rebrote.

2.- El ataque a la competencia biológica mediante:

a) La presencia de sustancias alelopáticas tóxicas, tanto para otras plantas como para animales, actuando como herbicidas y como repelentes de fitófagos.
b) La rapidez del crecimiento en altura le permite aprovechar la luz y restársela con su sombra a otros vegetales.

No requieren un suelo rico, crecen por cualquier lado, en este caso en la acera hacia Corias.

Cabe preguntarse ¿qué problemas presenta para el territorio causantes de la declaración como especie invasora que implica la prohibición de su comercialización y plantación? Señalaré las siguientes:

  • Desplazan a especies autóctonas.
  • Transmiten un sabor desagradable a la miel.
  • Las vacas y otros animales domésticos no comen la hierba próxima al ailanto.
  • Pueden provocar daños en alcantarillado y otras infraestructuras debido al desarrollo de sus raíces.
  • Provocan alergias en las personas.
  • Contaminan las aguas.

El mismo Álvaro Enríquez diferencia dos situaciones al estudiar estos árboles en la Comunidad de Madrid:

  • Invasión, fase de entrada y propagación.
  • Infestación, fase con daños a la vegetación natural.

También podemos preguntarnos sobre las posibles ventajas. Sin duda su rápido crecimiento, su altura y belleza añaden un valor ornamental, sujetan el terreno en las fuertes pendientes y crecen en suelos pobres, resisten la contaminación, contienen sustancias aprovechables en medicina, sus hojas permiten la alimentación de los gusanos de seda y pueden utilizarse para fabricar pasta de papel.

Con sus ventajas e inconvenientes este árbol está presente en nuestro entorno cada vez con mayor frecuencia, en nuestras manos y en las de las autoridades competentes está contribuir a su expansión o a su control. Creo que cada persona debería erradicarlos en sus fincas y las autoridades competentes en los terrenos baldíos o al menos controlar su expansión. En un entorno de parques naturales con las actividades humanas tan restringidas resulta chocante que esta especie campee a sus anchas.

El tronco es grisáceo con líneas más claras (hermoso ejemplar cerca de Corias, setiembre de 2022)

 

Los frutos forman grandes racimos, un árbol adulto puede dar unas 350.000 sámaras.

 

Ejemplares con frutos y sin frutos conviven próximos (La Cortina, setiembre de 2022).

 

Este ejemplar naturalizado en La Cortina es buen ejemplo del gran porte y belleza que llegan a alcanzar. Por este valor ornamental se plantaron en parques y jardines, hoy esto está prohibido porque constan en el Catálogo Español de Especies Invasoras Exóticas.

 

Adquieren gran presencia en el talud de la carretera AS-213 entre Santa Catalina y Santiso.

 

Crecen también en terrenos pedregosos alcanzando gran altura incluso con un tronco muy delgado. Ejemplares en la CN-1.

 

Las riberas de los ríos constituyen un buen lugar de expansión por la facilidad de transporte de las semillas, en este caso en el margen izquierdo del Narcea por donde el pozo de El Corral.

 

La propagación es rápida en huertas abandonadas (Santiso, setiembre 2022)

 

Los terrenos baldíos y eriales son muy aptos para la propagación de esta especie (Calle Clarín, setiembre de 2022).

 

El ailanto es capaz de entrar en competencia con los pinos, incluso creciendo entre ellos, como estos ejemplares en la CN-1.

Mercedes Pérez, setiembre de 2022

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Bibliografía:
SALAMANCA, Álvaro Enríquez de. «La Expansión De Ailanthus Altissima (Mill.) Swingle en La Comunidad De Madrid.» Flora Montiberica 76 (2020)
GONZÁLEZ COSTALES, Alejandro. Plantas alóctonas invasoras en el Principado de Asturias. Consejería de Medio Ambiente, Ordenación del Territorio e Infraestructuras (2007)
Ministerio para la Transición Ecológica y Reto Demográfico. Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras (consultado en setiembre de 2022)


 

Exposición Virtual: «MUYERES DE CANGAS DEL NARCEA, 1907-1940. 200 retratos fotográficos de Benjamín R. Membiela»

La Sociedad Canguesa de Amantes del País «Tous pa Tous» y el Museo del Pueblo de Asturias presentan esta exposición virtual cuyas protagonistas son las mujeres del concejo de Cangas del Narcea. En ella se muestra una selección de doscientos retratos fotográficos realizados por Benjamín Rodríguez Membiela entre 1907 y 1940. Las fotografías pueden verse también en el repositorio digital de los museos municipales de Gijón: fondos.gijon.es, junto a otras de este fotógrafo cangués.

Benjamín R. Membiela, fotógrafo

Membiela fue el primer fotógrafo profesional que abrió estudio de modo estable en el concejo de Cangas del Narcea, firmando sus trabajos como «Benjamín R. Membiela». Su amplia labor durante más de treinta años permite conocer un siglo después cómo era el paisaje del concejo y los rostros de quienes lo habitaron y transformaron, y de ahí su valor como testimonio insustituible.

Benjamín Rodríguez Membiela. Autoretrato en la relojería, hacia 1915.

Nació en Llamas del Mouro en 1875 y falleció en Corias, a los 68 años de edad, en 1944. Comenzó muy joven sus estudios en el Monasterio de Corias con la intención de ingresar en la Orden de Santo Domingo; sin embargo, conoce a Sofía Montoto González en Corias, con la que contrae matrimonio en 1898, formando una familia con once hijos. Ya casado, en los primeros años del siglo XX, decide emigrar solo a Cuba. Su estancia en la isla será corta, pero muy útil en su formación y muy provechosa en lo económico. Aprende los oficios de relojero y fotógrafo, y logra ahorrar una cantidad suficiente para a su retorno, entre 1906 y 1907, iniciar la construcción de una casa en Corias, junto a la carretera, que finalizará en 1909. En ella vivirá con su amplia familia e instalará el estudio de fotografía, el taller de relojería y un bar restaurante.

Su actividad profesional como fotógrafo se documenta entre 1907 y 1940, combinando el trabajo de estudio con los paisajes y vistas de las villas y pueblos de los concejos de Cangas del Narcea, Allande y Tineo, extendiendo la producción de este género a otras localidades de Asturias como Pravia, Gijón, Avilés o Mieres. Muchos de estos negativos los positivaba en papeles al gelatino en formato de tarjeta postal, pero nunca los reprodujo con otras técnicas fotomecánicas como hicieron los fotógrafos Modesto Morodo, de Cangas del Narcea, o Enrique Gómez, de Luarca, que sí editaron álbumes de tarjetas postales de Cangas del Narcea. Contribuyó de manera decisiva a la difusión de la imagen de su concejo a través de las revistas de la emigración editadas en La Habana, como Crónica de Asturias, Asturias y El Progreso de Asturias. Su firma fue habitual en la revista La Maniega, de Cangas del Narcea, y aportó también fotografías para ilustrar algunos libros, como Bellezas de Asturias, de Aurelio de Llano, publicado en 1928, que incluye fotografías de Cangas del Narcea, Corias y Celón (Allande) de su autoría.

El retrato como eje

En los orígenes de la fotografía, el genero del retrato será el que atraiga las primeras miradas e intereses de los profesionales. Estos retratos son herederos directos de las miniaturas pintadas, que era accesibles a muy pocos. El retrato fotográfico abrirá múltiples vías de indagación y transformación hasta convertirse en un elemento inexcusable de los modos de civilización de los siglos XIX y XX. La popularización del retrato fue la culminación de un proceso que definió la razón de ser primera de los profesionales de la fotografía, que siempre tuvieron en el retrato el grueso de sus encargos y, en consecuencia, la fuente primera de sus ingresos.

Membiela, como profesional de su tiempo y el primero en un ámbito geográfico extenso como el de su concejo natal, llegaba con la experiencia de su aprendizaje cubano y sabía que acercarse a la hipotética clientela era fundamental. De ahí que su estudio estuviese estratégicamente situado al borde de la misma carretera, lo que explica que todo tipo de transeúntes y medios de locomoción aparezcan en muchas de sus fotografías, pudiendo decirse que Membiela salía al camino con su cámara. Además, también se trasladaba a pueblos del concejo para lo que empleó una bicicleta y más tarde una motocicleta.

Dada su larga trayectoria, en sus fotografías aparece la vida de sus convecinos a través de la efigie de cuatro generaciones, un retablo plagado de rostros que evolucionan al compás del tiempo, desde las primeras luces hasta el ocaso, la vida de quienes, paso a paso, van construyendo una biografía que se nos antoja menos anónima si leemos miradas, gestos o posturas. Actitudes de los que, con una solemnidad no carente de naturalidad, sabían de la trascendencia de esa fotografía, que detenía en un instante su verdad para después hacerla cautiva y al mismo tiempo poder multiplicarla y así llegar a cualquier punto del mundo.

El retrato es el eje sobre el que pivota la impagable entrega del fotógrafo profesional, del que sabe armonizar la atmósfera del estudio con un ambiente referencial. El reducido espacio del estudio se amplía con fondos de paisajes; es un ambiente soñado y noble de telones con patios de añoranzas andaluzas, escalinatas que se abren a jardines, frondosas riberas, vegetaciones del trópico, que en su torpeza artística recreadora dan más empaque a las figuras y las centran en su verdadero marco. El mobiliario, de modesta factura, se reduce a sillas, sillones, macetas con grandes plantas y portamacetas con algún velador de contrapunto. No falta el reclinatorio para los retratos de Primera Comunión, niñas orantes en la inocencia y en la pureza. En sus recorridos por los pueblos, Membiela despliega como fondo único un paño de lienzo blanco; un blanco que siluetea la figura y refuerza los rasgos del rostro.

Muyeres. Un protagonismo inexcusable

La mujer, pese a ser el pilar de la familia en la sociedad rural y urbana de aquel tiempo, vivía en el anonimato de la vida pública, como escribe el antropólogo Adolfo García Martínez. Su papel era primordial para la continuidad y unidad de la familia. Por ello, el Tous pa Tous y el Museo del Pueblo de Asturias se han unido para rescatar y dar a conocer esta amplia galería de fotografías, que constituyen la verdadera imagen de las mujeres de aquel tiempo en Cangas del Narcea, pero que también podría ser la de la mujer en cualquier concejo asturiano en ese primer tercio del siglo XX.

En estas doscientas fotografías aparecen mujeres de todas las edades y condiciones, retratadas individualmente o en grupos de amigas o familiares, pero también con sus familias, maridos, hijos, nietos y amigos. La mayoría son retratos realizados en el estudio de Corias en los que las mujeres muestran la imagen que querían dar y trasladar de sí mismas; otros son retratos hechos al aire libre, delante de un portón o ante ese telón portátil que el fotógrafo utilizaba en sus desplazamientos a los pueblos. Es muy probable que muchas de las retratadas se colocasen por vez primera ante una cámara fotográfica, y de ahí que las contemplemos hieráticas, serias y como esquivando su nerviosismo. Por el contrario, las vecinas de la villa aparecen más distendidas, sonrientes, y adoptando en algún caso posturas desenfadadas y “modernas”.

Este conjunto de retratos encierra todo el poder comunicativo de la fotografía, al plasmar en la plenitud de su verdad el carácter espiritual y el aspecto físico de las personas. Los retratos suman a su valor objetivo como documentos un sinfín de lecturas como imágenes de un tiempo concreto. Muestran la diversidad de la sociedad de aquel tiempo: el mundo rural y el urbano, las clases sociales, y también los cambios que se suceden. Desde las variaciones del vestuario, que parten del atuendo tradicional y muestran las transformaciones introducidas por la influencia de las modas de cada periodo, hasta la diversidad de composiciones, según los acontecimientos que hayan propiciado el retrato: del matrimonio al reencuentro con los ausentes, del grupo familiar amplio en torno a la abuela al retrato individual. Es en las versiones del retrato individual femenino donde es posible apreciar al detalle la calidad técnica y formal de Membiela. En los de cuerpo entero, de pie o sentada, el carácter de la retratada se desenvuelve desde la naturalidad y frescura de la adolescencia y juventud hasta la austeridad gestual de la madurez, y en los retratos de primer plano, de busto o de rostro,  se indaga con seguridad en la personalidad de la retratada, atrayendo la mirada en lo que se nos antoja un descubrimiento.

Sin duda, estos 200 retratos femeninos cautivarán a quienes desde diversas perspectivas se acerquen a ellos, pues son una de las contribuciones más completas de la fotografía asturiana de su época a un universo tan misterioso y complejo como olvidado.


EXPOSICIÓN VIRTUAL

MUYERES DE CANGAS DEL NARCEA, 1907-1940

200 retratos fotográficos de Benjamín R. Membiela



Cooperativismo y Sindicalismo Agrario en el Suroccidente Asturiano. Época de la Transición

Mercado de ganados en el Recinto Ferial de La Imera, Cangas del Narcea.

Los concejos de Cangas del Narcea, principalmente, y Tineo son los protagonistas de este trabajo fin de grado (calif. 10) de nuestro socio Adrián Rodríguez Álvarez (Sta. Eulalia de Cueras, Cangas del Narcea, 1997), realizado bajo la tutela de Jorge Uría González, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Oviedo.

En el presente estudio monográfico el autor analiza una serie de procesos de índole cooperativista y sindical agrarios focalizados en el suroccidente de Asturias, que derivaron en una red de colaboración entre campesinos, la cual adquirió una notable importancia y trascendencia. El germen de un sindicato articulado por toda la Comunidad Autónoma aun hoy vigente; la formación de candidaturas políticas independientes de campesinos para las alcaldías municipales; la instauración de regímenes cooperativistas transformadores de los medios de producción en una determinada aldea, son algunos de los hitos que este movimiento cooperativo-sindical logró fraguar.

Una parte esencial de este trabajo son las fuentes orales. En el siguiente vídeo se reproducen entrevistas con personajes destacados de este proceso, sobre todo sindicalistas de primera hora, que daban un modelaje directo de todo lo que fueron sus vivencias y actividades.


 

Brañas del concejo de Cangas del Narcea

Braña La Feltrosa con el Pico Caniechas enfrente. Foto JM Collar

Comenzamos hoy la publicación de una lista de brañas del concejo de Cangas del Narcea hecha por José Manuel Collar Álvarez. Hemos localizado 217, pero es probable que haya más. A lo largo de los próximos meses iremos publicando aquí sucesivas listas por ríos o valles, hasta completar todo el concejo. El objetivo de este trabajo es sentar las bases para realizar un inventario en el que se consignen su localización exacta, altitud, propiedad, número y tipo de cabañas, fechas de ocupación, usos y costumbres que se practicaban en la braña, etc. Se trata de conocer en profundidad uno de los espacios más importantes del territorio montañoso y de la actividad económica del concejo de Cangas del Narcea. La cría de ganado no se puede entender sin estos asentamientos de ocupación estival. Fueron, además, espacios que marcaron la vida de los campesinos del concejo y son también lugares de gran belleza paisajística.

En la actualidad, las brañas siguen siendo espacios muy utilizados por los ganaderos, pero el manejo del ganado ha cambiado considerablemente y en la mayor parte de ellas las cabañas están abandonadas y en ruinas.

A estas brañas, antiguamente, junto a los vecinos del concejo, también subían sus ganados los vaqueiros de alzada, procedentes de los concejos de Tineo, Navia, Villayón, Salas y, sobre todo, Valdés, que pasaban en ellas cuatro o cinco meses, y pastores de ovejas merinas que llegaban de Castilla y Extremadura.

Para completar esta lista, así como para recabar información y fotografías de las brañas del concejo de Cangas del Narcea, solicitamos la ayuda de todos los cangueses, que pueden enviar los datos que consideren útiles a través del siguiente enlace: Contacto

  1. PARROQUIAS DE LA CUENCA ALTA DEL RÍO NARCEA Y LARÓN
  2. PARROQUIAS DEL RÍO NAVIEGO
  3. PARROQUIAS DEL RÍO CIBEA
  4. PARROQUIAS DEL PARTIDO DE SIERRA
  5. PARROQUIAS DEL RÍO DEL COUTO
  6. PARROQUIAS DE BESULLO, LAS MONTAÑAS Y TRONES
  7. PARROQUIAS DEL RÍO NARCEA

 

 

Úrsula, una osa de Monasterio de Hermo en la Guerra Civil

Fuente: ‘Diario de la Guerra Civil. La Aventura de la Historia. Unidad Editorial Revistas. Suplemento nº 5’

Esta es una historia de supervivencia y libertad que empieza en los montes de Cangas y casi termina en Sobradiel muy cerca de Zaragoza. La Guerra Civil marcó el destino de esta osa, que cruzó los verdes valles y escarpados montes de su Asturias natal hasta llegar a las vastas llanuras aragonesas camino del mar Mediterráneo y el fin de la contienda.

La osa Úrsula fue capturada en plena Guerra Civil en Cangas del Narcea, concretamente en los montes de Monasterio de Hermo. Algunos miembros del Cuerpo del Ejército de Galicia se hicieron con Úrsula, entonces una osezna de apenas dos meses de vida, y la convirtieron en su mascota.

Con aquella Unidad militar recorrería Úrsula la península en guerra, desde Asturias hasta Levante. Pero la osezna se fue transformando en osa por el camino. Creció y empezó a hacerse incómoda como mascota. Hasta que el general Aranda, al mando del Ejército de Galicia, decidió donarla al parque de atracciones del Monte Igueldo en San Sebastián, a donde llegó el 25 de mayo de 1938 para empezar a dar vueltas en su enjaulado recinto. Allí sería la reina de las miradas infantiles durante más de veinte años y protagonista de las más diversas «leyendas urbanas».

De mascota militar pasó a ser emblema del parque donostiarra hasta que en 1959 los protectores de animales la llevaron al zoo de Barcelona para proporcionarle las comodidades que no le daba Igueldo pero,… murió a los pocos días.

Triste final para una osita que vivía con su familia en los montes de Cangas del Narcea cuando, en plena guerra civil, fue encontrada por unos soldados que iban monte a través camina que te caminarás.

Una osa con dos oseznos se acercaron al campamento donde dormía la tropa a la que tanto asustaron que terminaron por dispararles… La madre y una de las crías escaparon pero la otra trepó a uno de los árboles. Capturada por los militares la criaron como si de su mascota se tratara y como era osa la llamaron Úrsula. Y la llevaban de aquí para allá hasta que un día, estando en las llanuras aragonesas, decidieron que Úrsula no se acostumbraba al ruido de las bombas y que era un incordio para el personal. Los aviones de la República habían bombardeado el pueblo de Sobradiel donde los nacionales habían instalado su cuartel general y Úrsula, temiendo lo peor,  con un leve tirón se deshizo de las cadenas que la mantenían prisionera y asustadísima empezó a recorrer el pueblo. El general Aranda que mandaba la Unidad conocía al gobernador de la provincia de Guipúzcoa y le llamó por teléfono… ¿quieres una osa?… ¡Ahí te la mando!… Y uno de sus capturadores, el alférez Luis de Armiñán, con el teniente Pérez Cinto la llevaron al Monte Igueldo en un camión desde las proximidades de Zaragoza. San Sebastián era entonces la ciudad mimada de la zona nacional.

Parece ser que el viaje de la osa desde Sobradiel hasta San Sebastián generó más curiosidad, e incluso más temor, que la batalla de Teruel,  la mayor ofensiva del Ejército Popular de la República y con ella, la batalla más cruenta del conflicto (Teruel, una posición en teoría insignificante, iba a decidir la Guerra Civil). Pero Úrsula no fue culpable. Había perdido su libertad, intentó romper sus cadenas y lo hizo en mala hora pues le llevó a ser encerrada en una jaula, y dedicada a la humillante exhibición de su cautiverio.

Fue primero mascota para los soldados, después juguete y regalo de los niños, espejo de los mayores y mala conciencia de muchos. Pasó por el monte Igueldo como una sombra, sin que nadie la recuerde, sin una fotografía, sin una placa y mucho menos sin una estatua como la del oso anónimo de la Puerta del Sol de Madrid. Úrsula perdió a su familia en Cangas del Narcea, perdió la libertad en Sobradiel y a sus amigos en tierras aragonesas: sin un mal gesto, sin retorcer el hocico, sin un solo rugido. Por mucho menos otros tienen nombres de calles.



Noticias del Grupo de baile “Son de Arriba” de Cangas del Narcea (1922-1955)

Los bailes a lo suelto servirán de modelo para la formación del repertorio de los grupos de baile formados desde finales del siglo XIX. El gaitero, cantos asturianos arreglados para piano, partitura cortesía de la Sociedad Valle, Ballina y Fernández, h. 1897, col. Muséu del Pueblu d’Asturies.

 

  1. Folklore y baile asturiano.

La folklorización del baile popular, o presentación en forma de espectáculo de una selección de ejemplos admitidos como representativos de la idiosincrasia de un pueblo, es un proceso desarrollado a partir de la segunda mitad del siglo XIX, aunque resulta difícil establecer su fecha inicial y rastrear sus primeros pasos. La razón es que, desde hace cuatro décadas, el baile asturiano se aborda desde una perspectiva etnográfica, acudiendo a la historia oral en el intento de restaurar una práctica ya obsoleta, pero percibida como un patrimonio enriquecido por su historicidad. Desde este planteamiento, la actividad folklórica, desarrollada en paralelo y moldeada por una mediación ideológica y estética, no se reconoce como fuente de conocimiento, negándosele toda posibilidad de explicar la raíz cultural que la origina. Si algo caracteriza a la actual corriente de recuperación del baile tradicional es la insistencia en obviar el mencionado proceso de folklorización en busca de unas formas “auténticas”, suponiendo que estas, preservadas en la memoria de sus transmisores, han permanecido ajenas a toda influencia y, por lo tanto, inalteradas. La consecuencia ha sido el profundo desconocimiento de una etapa en la que aún estamos inmersos y cuya naturaleza espectacular no la excluye de la historia, a pesar de que se haya pretendido.

El baile asturiano se convierte en icono de la asturianía, usándose como reclamo publicitario desde el siglo XIX. Tarjeta postal, h. 1910, col. Muséu del Pueblu d’Asturies.

En estas circunstancias, los únicos medios disponibles para reconstruir siglo y medio de actividad folklórica son, por este orden, la prensa, la fotografía y los ya escasos testimonios de sus últimos protagonistas, cuya memoria no abarca hoy la totalidad del proceso que nos ocupa. A la luz de esta documentación, solo pueden trazarse las líneas generales del comienzo de la espectacularización del baile percibido como asturiano, de cuya existencia, sin embargo, ya se había tomado conciencia con anterioridad. Lo anticipa Luis Alfonso de Carvallo en Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias (1695) cuando habla de “bailes asturianos al son de gaitas”; le da contenido Jovellanos en la “Carta de las romerías de Asturias” al fijar la danza prima como su máxima expresión; y lo universaliza Roxó de Flores en su Tratado de recreación instructiva de la danza presentándola como propia de Asturias, al igual que la muiñeira lo es de Galicia, de Aragón la jota y de las Vascongadas el zortziko.

Habrá que esperar al advenimiento del nacionalismo musical y la ciencia del folklore en el siglo XIX para que esta conciencia se verifique en acciones positivas como la recolección de bailes populares y, algo más tarde, la formación de grupos cuyo objetivo, tantas veces declarado, es que esos bailes “no se pierdan”. El retroceso de los usos propios de las sociedades preindustriales en una coyuntura de desarrollo tecnológico y cambio social es, pues, el segundo factor que desencadena este proceso y de él se deriva la actitud restrictiva de esos grupos, caracterizados por la visión indigenista de la cultura e influenciados por el evolucionismo dominante. La formalización de sus tres principales elementos constitutivos ―vestuario, instrumentación y repertorio― fue el resultado de la percepción que de ellos se tenía cuando surgió la corriente folklórica. Ese momento coincidió con el declive de una sociedad admitida como paradigma de lo que significa ser asturiano, dentro de unas fronteras culturales en parte reales y en parte imaginadas, pero presentes en la mentalidad colectiva; por lo tanto, nada que perteneciera a un tiempo posterior y a un espacio tenido por ajeno sería admitido en la ortodoxia folklórica: lo moderno, lo urbano y lo foráneo quedaron excluidos.

 

  1. Los primeros grupos de baile en Asturias.

Aunque el nacimiento de aquellas primeras agrupaciones se explica en el contexto descrito, faltaría por aclarar de qué forma sucedieron las cosas. La prensa de la época nos proporciona los escasísimos datos disponibles y nos permite entrever que los grupos de baile no surgieron de la nada ni como un fenómeno enteramente novedoso, sino que se fueron gestando en el entorno de los agasajos populares ofrecidos a los visitantes reales y, más allá, en las alegrías nacionales cuyos programas festivos solían incluir danzantes profesionales que quizá les hayan servido de primer modelo, siquiera en los aspectos más generales. A lo largo del siglo XIX, la prensa ofrece la crónica de las visitas regias a Asturias en textos que, aunque sucintos, suelen contener pinceladas con sabor local. Así, en el transcurso del viaje por España de Isabel II y Francisco de Asís durante el verano de 1858, el diario La Época del 6 de agosto refiere que, en Oviedo, varias parejas bailaron en su honor “la danza prima y otros bailes del país”, agasajo que se repetiría en Gijón unos días después; y La Correspondencia de España del 20 de julio de 1877 relata que en el transcurso de la visita de Alfonso XII a Gijón tuvo lugar un baile en el que tomaron parte “más de 200 parejas de aldeanas y aldeanos al son de la clásica gaita y el indispensable tamboril”. En estos y otros documentos, los bailes asturianos se describen como parte de un programa de actividades, dándose así los dos pasos iniciales de la transición entre el ―llamémoslo así― baile espontáneo y el folklórico: primero, que se haya fijado un canon de baile admitido como asturiano; y segundo, que ese baile haya adoptado forma de espectáculo, exigiendo como mínimo un espacio de acción y, consecuentemente, una organización del movimiento en función de un virtual observador. La evolución desde estos divertimentos confiados a formaciones efímeras hasta llegar a ser grupos estructurados y estables se produjo sin generar documentación alguna. Los pormenores de cómo se reunieron, quién los instruyó, de qué manera eligieron su repertorio, a qué criterios escenográficos recurrieron y cuál fue su recompensa, todos de la mayor importancia, se quedan en la pura especulación.

Nada se adivina en los dos textos mencionados acerca del vestuario que utilizaron los bailarines en una época en la que el traje del país iba siendo una rareza, desplazado por los tejidos industriales y las nuevas modas urbanas; no obstante, algo se entrevé en el relato de la visita a Langreo de María Cristina de Borbón recogida en La Libertad del 25 de octubre de 1864, pues narra que “había doce lindas aldeanas, tan gallardas como bien vestidas, cada una con un ramo de flores y un cesto de productos agrícolas de esas montañas”, interpretándose más tarde “las alborozadas danzas del país”. Con todas las objeciones que se desee, el uso de la expresión “aldeanas” bien puede hacer referencia al hecho de ir vestidas como tales, pero en 1864 es muy posible que el atuendo que lucieron ante los monarcas no fuera ya el de uso cotidiano, sino otro preparado para la ocasión según lo que en aquel momento se entendía por “traje de aldeana”. No consta el origen puntual de este atuendo, cabiendo dos posibilidades: que saliera de los arcones en los que se guardaban antiguas prendas de cierto valor ­―lo que explicaría en parte la posterior insistencia en sobrecargar los trajes regionales con pedrerías, bordados y tejidos ricos― o que se confeccionara ex profeso tomando como modelo dichas prendas. Aunque continuamos moviéndonos en un terreno especulativo, entendemos que no habrá sido muy diferente el inicio de una indumentaria simbólica cuyo desarrollo en torno a aquellos años se constata en la fotografía, que nos revela su aún vacilante constitución formal.

En cuanto a los instrumentos musicales, constituyen el aspecto más fácil de reconstruir, porque sobre los mismos ya existía alguna literatura costumbrista, sin que faltaran textos que los describiesen, aunque de forma somera y con algunos errores. En cualquier caso, las crónicas periodísticas de las romerías de la época, prácticamente mudas en lo que a la técnica del baile se refiere, suelen introducir alusiones a gaitas, tambores, panderos y castañuelas, retratando un instrumentario que la documentación posterior no desmentirá, si bien irá constatando su progresiva diversificación.

Bailarinas llaniscas y gaiteros que tomaron parte en el Festival Asturiano organizado en 1904 por Manuel Sánchez Dindurra en la plaza de toros de Gijón. Programa de mano, col. Muséu del Pueblu d’Asturies.

Paralelamente, se gesta en Asturias otro fenómeno que, a nuestro entender, ha podido contribuir a la definición formal de los grupos folklóricos. Se trata de los concursos, convocados en contextos festivos en torno a cuatro modalidades: asturianada, gaita, traje y baile. Desde finales del siglo XIX la prensa incluye referencias que se incrementarán a lo largo del XX. Siguen siendo textos escuetos, pero transmiten inequívocamente la idea de la excelencia interpretativa, que habrá de estar muy presente en el mundo del baile regional. Así, por citar algunos ejemplos, El Noroeste del 11 de junio de 1903 anuncia un premio para “el mozo que bailando la jota mejor toque las castañuelas” en los concursos programados para las fiestas de San Antonio en Cangas de Onís. El mismo diario, describiendo el Festival Asturiano que tuvo lugar el 21 de agosto de 1911 en la plaza de toros de Gijón, hace constar que durante el concurso de baile “se acreditaron como bailadores excelentes las parejas Marcelina Mencías y Rufino Suárez, y Mercedes Berros y Joaquín Santianes”. No estamos en condiciones de afirmar que los mismos concursantes que destacaron en aquellos certámenes hayan sido miembros de las primeras agrupaciones folklóricas, pero esto es muy posible, dada la estrecha relación entre concursos y muestras de baile, invariablemente representados en el mismo espacio escénico.

Los Mariñanes retratados en Madrid en 1916 con el Gaiteru Libardón y el Tambor de L’Abadía. Fotógrafo desconocido, col. Muséu del Pueblu d’Asturies.

Pero, ¿cuáles fueron esas primeras agrupaciones? Sobre el siglo XIX poco podemos decir, salvo lo que se recoge en el disco-libro que conmemora el cincuentenario de Los Xustos (Los Xustos. 50 aniversario, 1953-2003, Gijón, 2003), grupo gijonés cuyas raíces se hallan en una renombrada formación anterior: Los Mariñanes, conjunto inicialmente compuesto por entre tres y seis parejas de aficionados al baile procedentes de Castillo de la Marina (Villaviciosa) y acompañados por los músicos populares más célebres de aquel tiempo: Ramón García Tuero “El Gaiteru de Libardón” y José Sánchez “El Tambor de L’Abadía”. Siempre según el relato contenido en el mencionado disco-libro, en sus primeros momentos este grupo se reunía y trabajaba con cierta espontaneidad, sin programa conocido de ensayos, y sus actuaciones consistían en bailar, durante las romerías de la zona, el repertorio del entorno de Villaviciosa que habrían aprendido por transmisión oral. Pero lo hacían con plena conciencia de ofrecer un espectáculo y para ello utilizaban como vestuario el traje del país. Su evolución posterior, que se prolongaría hasta la disolución del grupo en 1959, tendería a reforzar esta línea espectacular, llegando a autodefinirse como “compañía” e incluyendo en su programa canción asturiana y escenas costumbristas a cargo de actores profesionales.

Si bien Los Mariñanes parecen haber sido pioneros en la fundación de grupos de baile asturiano ya en los últimos años del siglo XIX, desde comienzos del XX queda constancia de varias formaciones más. La tenemos gracias a la prensa, que proporciona noticias acerca de otro fenómeno vinculado con la práctica folklórica: los festivales asturianos que, con altibajos y cambios estéticos, perduran hasta nuestros días. Entre estos festivales cabe destacar los organizados desde al menos 1904 en la plaza de toros de El Bibio (Gijón) por el empresario Manuel Sánchez Dindurra (1858-1933), el Festival Patriótico Asturiano celebrado en 1909 en la plaza de toros de Buenavista (Oviedo) y el Festival de Folklore de Oviedo de 1922, cuya programación corrió a cargo de Eduardo Martínez Torner. Las crónicas periodísticas de estos eventos hacen referencia a varias agrupaciones llegadas desde distintos puntos de Asturias. Estas tomaban su nombre del baile más característico de su repertorio local, incluso de la “etnia” que se les atribuía; pero, en general, su denominación no se revela, quedando identificadas simplemente por su procedencia. Así, las formaciones cuya existencia está documentada en la primera década del siglo XX eran, aparte de Los Mariñanes de Villaviciosa: Corri Corri de Cabrales, Pericote de Llanes, Vaqueiros de Valdés y otras anónimas procedentes de Gijón, Avilés, Colunga, Cudillero, Mieres y Pola de Siero. Por falta de documentación, desconocemos cuándo y de qué manera comenzaron a gestarse estos grupos pero, en fechas tan tempranas, sin duda es llamativa su diversidad, como también lo es el hecho de que hayan podido acreditar su capacitación para ser admitidos en un espectáculo urbano de extraordinaria afluencia en aquel tiempo, como evidencian los doce mil asistentes al Festival Patriótico Asturiano de 1909. En este sentido, La Prensa del 14 de septiembre de 1922, al describir el Festival Asturiano celebrado en 1908 en el Teatro de Campoamor, menciona que se organizaba “con carácter de ensayo” y en él se dieron “pequeñas involuntarias deficiencias por todos perdonadas”, quizá en parte atribuibles a la actuación de los propios grupos.

 

  1. El caso de Cangas del Narcea: El grupo de baile “Son de Arriba”.

También Cangas del Narcea aportó una formación al panorama folklórico de comienzos del siglo XX, pero no antes de 1922, cuando tuvo lugar en Oviedo el festival organizado por Eduardo Martínez Torner al que ya hemos hecho referencia. Fue en ese año cuando la prensa reparó en una agrupación antes desconocida en el centro de Asturias, procedente de Cangas del Narcea y llamada “Son de Arriba” en referencia a un baile de parejas enfrentadas, aún practicado en el siglo XX en Cangas del Narcea, Somiedo y norte de León. No nos extenderemos aquí sobre las características de este baile, pues son sobradamente conocidas, pero sí nos interesa el hecho de que, por aquellos años, ya se hubiera convertido en una seña de identidad canguesa, lo cual revela hasta qué punto había calado la percepción de la cultura popular como un patrimonio digno de preservación. Quedaban superados, por tanto, los tiempos en los que solo la danza prima ostentaba la consideración de baile asturiano: la reelaboración escénica de determinados bailes locales se estaba generalizando y aportaba al canon folklórico ejemplos que se han perpetuado como parte de las identidades específicas que aún hoy reconocemos dentro de Asturias. Y, del mismo modo que se propagó la visión folklórica, se extendieron sus prácticas concretas; sirva de ejemplo el programa de las Fiestas del Carmen de Cangas del Narcea de 1912, en el cual, junto a las habituales atracciones de gaitas, gigantes, cabezudos e iluminaciones, se preveía para el 20 de julio un “concurso de bailes regionales, adjudicando un premio a la pareja que mejor baile” (El Narcea, 6 de julio de 1912). No será la única vez que se documenten este tipo de eventos.

En qué circunstancias y por quién fue seleccionado el “son de arriba” para representar colectivamente a Cangas no se ha establecido, aunque Martínez Torner debió influir en su posterior admisión en el canon folklórico asturiano al transcribir en su cancionero de 1920 dos ejemplos de Leitariegos (nos 333 y 334). Ciertamente, ni uno solo de los álbumes pianísticos publicados desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la aparición de este cancionero lo había recogido, ni figuraba en escritos de naturaleza etnográfica; pero no cabe dudar que, bien entrado el siglo XX, el “son de arriba” era un fenómeno vivo. Salvo mejor documentación, el primer texto descriptivo, redactado en 1903, se debe al musicólogo leonés Rogelio Villar González (1875-1937), quien, ciñéndose a la montaña de León, sin duda describe el mismo baile de Cangas:

En la Montaña hay dos bailes principales: el que propiamente se llama baile y en Laceana son de arriba, y los Pollos. El primero, que es el más importante, el más usual y el más típico, consta de tres partes: paso, contrapaso y baile propiamente dicho. Empiezan dos mozas tocando el pandero (que es un bastidor cuadrado con doble parche, sin sonajas y que suele tener entre los dos parches unas cuerdas de guitarra, caracterizándose por un sonido muy grave), a un ritmo de tres tiempos, y las parejas, colocadas por sexos en dos filas, inician un balance a dos tiempos, de derecha a izquierda y viceversa, de tres pasos cada uno: esto es lo que se llama el paso; las tocadoras de pandero cambian el movimiento para indicar que van a cantar la copla, y los bailadores hacen un movimiento hacia atrás, que constituye el contrapaso, que es como preparación para el baile. Este empieza cuando las dos mozas cantan al unísono el son en un movimiento que va cada vez más fuerte y vivo; el baile se hace a dos tiempos, mientras el son es de tres. En las dos primeras partes mozos y mozas llevan los brazos péndulos, mientras que los primeros, durante la última parte, los elevan al nivel de la cabeza. Al terminar, mientras las cantadoras sostienen la última nota en prolongado calderón, los bailadores giran en una especie de semicírculo, los mozos sobre el pie derecho y las mozas sobre el izquierdo, haciendo un gracioso movimiento para tocar ligeramente la mano izquierda de los primeros con la derecha de las segundas, que es a lo que se llama la agachadura. Antes, porque ahora ha decaído bastante, las mujeres usaban unas castañuelas de tamaño regular, mientras que los hombres las llevaban grandes, algunas descomunales, que producían un ruido grave y ensordecedor. Cada baile consta de dos manos, en cada una de las cuales se cantan cuatro o cinco coplas. Entre las dos manos hay un descanso largo, durante el cual se corteja; y cortejar se reduce a conversar, y mejor, a discretear cada uno con su pareja [Rogelio Villar: “Cantos y bailes de la provincia de León”, Fidelio, 21 de junio de 1903].

Habrá de ser la prensa local la que recoja alguna noticia sobre la práctica e incluso sobre la etnicidad del “son de arriba”. Abundan las menciones genéricas a bailes: tanto de salón y verbena a cargo de la orquesta y el organillo, como del país con acompañamiento de gaita, acordeón o clarinete: “En la carretera de Corias hubo animado paseo y en la de Llano, frente a casa de ‘Pepinitos’, un baile animadísimo al son de clarinete y bombo” (El Distrito Cangués, 29 de abril de 1913); pero la brevedad de la columna periodística no permite la descripción pormenorizada. El tenor de estas inserciones queda bien representado, por ejemplo, en la noticia del baile de Corpus en Cibuyo el 25 de mayo de 1913, en el que hubo “tres gaitas, tambor, panderos, castañuelas, mucha gente y baile animadísimo en el Campo del Cristo” (El Distrito Cangués, 3 de junio de 1913). Seguramente estos panderos y castañuelas acompañaron al “son de arriba” aquella tarde, pero el texto no lo aclara. Sin embargo, en otras ocasiones el “son de arriba” se menciona inequívocamente con su propio nombre y bailado por la concurrencia, pero no por una agrupación folklórica. Así, en la descripción de las fiestas de San Lorenzo en Casares, El Distrito Cangués del 9 de septiembre de 1913 nos dice que en la espaciosa casa de una vecina de nombre Cayetana “tuvo lugar el filazón y qué de son de arriba se bailó, quedando a todos grato recuerdo de tan simpática fiesta” (El Distrito Cangués, 9 de septiembre de 1913). Con ocasión del Ecce Homo de San Juliano, el mismo periódico relata que “hubo colosal derroche de son de arriba, luciendo sus habilidades incontables parejas, que bailaban al compás del pandero y castañuelas, no faltando a cortos intervalos algún ¡quién baila! o ¡ijujú! lanzado por robusto y fornido pecho” (El Distrito Cangués, 19 de septiembre de 1914).

Pero queremos destacar, sobre estos y otros textos similares, la recensión de Odón Meléndez de Arbas aparecida en el mismo medio con motivo de la publicación en 1915 del libro De Bogayo, escrito por Mario Gómez y considerado como el primer retrato literario de Cangas y sus habitantes. En una serie de referencias nostálgicas a un modo de vivir que estaba desapareciendo, Meléndez de Arbas se detiene en el “son de arriba” y escribe:

Y quién sabe si desaparecerá nuestro son de arriba con sus castañolones, que, llenos de papas, llevaría cada uno el almuerzo para dos cavadores; el ruido de los panderos, los cantares de las mozas que los tocan, que con los ijujús de los mozos bastaba un baile de son de arriba en una de estas laderas para espantar los lobos en dos leguas a la redonda [El Distrito Cangués, 12 de junio de 1915].

Y más adelante, hablando sobre las canguesas que ejercían de criadas en Madrid, añade:

Eran fieles; eran buenas. ¡Como que no habían bailado nunca más que giraldilla y son de arriba! ¡Asturianas!

A nadie se le habrá escapado la expresión “nuestro son de arriba”, en la que el baile queda inequívoca y sentimentalmente definido como propio de Cangas del Narcea. Tampoco puede dejar de percibirse la hiperbólica descripción de las castañuelas y del brío del baile, capaz de espantar a los lobos. Mucho menos puede ignorarse la referencia a su moralidad ―puesto que preserva la inocencia de quienes lo practican―, alusión que encierra un velado ataque contra el “agarrao”, tan perseguido por los defensores de las tradiciones, a veces con el radicalismo de autores como el vasco Sabino Arana. Un texto así no puede calificarse de etnográfico o meramente periodístico: es una exaltación de la identidad y revela que en Cangas había prendido esta corriente de pensamiento. El siguiente paso consistirá en materializar estos contenidos ya simbólicos y representativos de una comunidad. El “son de arriba” tenía un lugar entre ellos y lo conservaría en años sucesivos, como se aprecia en el relato “Una boda de aldea”, publicado en 1926 (La Maniega, 4 y 5), donde leemos: “el baile, dicen en donde aún conservan esta típica danza, y ya saben que no puede referirse ni a los agarraos, ni a la jota, ni a otro baile que no sea este”. Se le consideraba, por lo tanto, el baile cangués por antonomasia y la forma elegida para respaldarlo fue la creación de un grupo folklórico que ostentase su nombre.

Nuevamente, carecemos de noticias acerca de los pormenores de la fundación de este grupo de baile, que debió de ser muy próxima a 1922, como veremos. El único dato disponible, aunque dudoso, es el que nos proporciona La Maniega (agosto-septiembre de 1930), ocho años después de la primera documentación fehaciente del grupo. En una breve nota, el redactor hace constar el viaje a Barcelona de algunos vecinos del concejo, todos de Cibuyo y Pandiello, para bailar el “son de arriba” en la fiesta asturiana celebrada con motivo de la Exposición Internacional. De manera imprecisa, por tratarse de personas conocidas, identifica a catorce bailarines y al gaitero que los acompañó:

Fueron a bailar el son de arriba a la ciudad catalana, de Cibuyo, Pepa de Molín, con sus hijas Constantina y María; Manuel Fernández Carabina, con sus hijas Josefa y Consuelo, Félix Coque y su esposa, José Meléndez de Quintín, José de la Ponte, Odón Meléndez de Bernardo; Villa de Clarón, de Pandiello, con dos hijas suyas, y el gaitero de La Regla, Dionisio López.

Grupo de vaqueiros de Valdés durante su participación en el Festival Patriótico Asturiano celebrado en 1909 en la plaza de toros de Oviedo. Rogelia Gayo, su fundadora, aparece la segunda por la izquierda en la fila inferior. Fotógrafo desconocido, col. Muséu del Pueblu d’Asturies.

Pese a describir un acontecimiento de naturaleza folklórica, el cronista no pone nombre a la delegación que lo protagonizó, por lo que sería aventurado afirmar que era un conjunto estable y quizá el mismo que había aparecido por primera vez en la prensa ocho años antes; no obstante, en aquel tiempo no abundaban estas agrupaciones, por lo que es razonable pensar que sí. Comoquiera que haya sucedido, es un hecho la presencia del grupo Son de Arriba en el festival celebrado en la plaza de toros de Oviedo el domingo 17 de septiembre de 1922, recogido por los diarios La Prensa y El Noroeste sin ambigüedad alguna en lo que a los participantes se refiere. El primero anuncia el acontecimiento y menciona a los siguientes grupos: “el del Corri-corri de Cabrales, el del Son de arriba de Cangas de Tineo, El Perlindango de Cudillero, El Pericote de Llanes y los Vaqueiros de Alzada” (La Prensa, 14 de septiembre de 1922). Rememora, de paso, dos festivales celebrados con anterioridad en la capital: el de 1908 en el Teatro de Campoamor y el de 1909 en la plaza de toros, a ninguno de los cuales habían concurrido representantes de Cangas del Narcea. Hasta 1922 no volvería a programarse ningún otro evento de esta clase en Oviedo, por lo que sin duda la primera actuación de los cangueses tuvo lugar en ese año, siendo “entusiásticamente aplaudidos”, según recoge El Noroeste.

En cuanto a Gijón, donde los festivales regionales se venían celebrando anualmente, la misma prensa aclara que Cangas del Narcea nunca había estado representada en ellos antes de 1922, seguramente porque su grupo aún no existía. Así lo leemos en el anuncio del festival previsto para el primero de octubre, a renglón seguido del ovetense, en el que tomaría parte “el afamado grupo compuesto de diez personas denominado Son de Arriba, de Cangas de Tineo, nuevos en Gijón” (La Prensa, 28 de septiembre de 1922). El Noroeste del 10 de octubre también se hace eco de su novedad, mencionando “la presentación del grupo Son de Arriba, de Cangas de Tineo, con sus cadenciosos bailes y cantos, por aquí desconocidos”[1]. Finalmente, el grupo telegrafió desde Cangas del Narcea anunciando que no acudiría, por lo que se decidió repetir el evento el domingo siguiente en la plaza de toros:

El próximo domingo tendrá lugar un nuevo festival de bailes y cantos asturianos en el que tomará parte el grupo de Cangas de Tineo denominado Son de Arriba, que no pudieron venir el domingo pasado y que se presentarán con sus típicos trajes y castañueles [sic] y pandero. Tomarán también parte parejas del Pericote de Llanes, y cantadores y bailadores asturianos [La Prensa, 5 de octubre de 1922].

Los festivales ovetense y gijonés se programarían de nuevo en 1923 y 1924, pero en los años siguientes las referencias cesan, sin que sepamos la causa. No parece haberse debido a la extinción de los eventos folklóricos, ya que, organizados en circunstancias y lugares variados ―incluso la plaza de toros―, seguirán siendo objeto de escuetas noticias periodísticas. Puede conjeturarse una disminución del público por la repetitividad del espectáculo o quizá una reducción del cuadro artístico por razones económicas o de otra índole, pero lo cierto es que no disponemos de más información.

Compartiendo cartel con los habituales representantes de Llanes, Cabrales y Valdés, el grupo Son de Arriba volverá a figurar en La Voz de Asturias, La Prensa y El Noroeste con motivo  de las fiestas celebradas en Madrid en 1932 por el aniversario de la proclamación de la II República Española. Es algo más extensa la crónica de La Maniega, que da cumplida cuenta de la formación del grupo:

Bailadoras: Balbina, de Santiago de Saburcio; Josefina, del Carabinero de ídem; Constantina, de casa de Pepa, “el Molín de Cibuyo”; María de Fonso, de Vega de Castro, y Laura de Tarambana, de ídem. Bailadores: José de Jaime, de Combarro; José, de casa de Pepa, “el Molín de Cibuyo”; Dionisio López, sastre, relojero y gaitero, de La Regla; Manuel el Carabinero, y su hijo Mario, de Saburcio. Cantadoras: Virginia de Cabanín, de Pandiello, y Elvira, de casa de Jaime, de Combarro [La Maniega, mayo-junio de 1932].

Fiesta Española celebrada en 1918 en la plaza de toros de Gijón, en la que participó el grupo Los Mariñanes. Programa de mano, col. Muséu del Pueblu d’Asturies.

Comparando estos nombres con los de los enviados a Barcelona en 1930 y teniendo en cuenta la ambigüedad que se deriva de la familiaridad con la que están consignados, no parece que muchos se repitan, lo que sugiere una inestabilidad que también se aprecia en el variable número de participantes. Esto nos lleva a considerar que solo se reunían en las ocasiones especiales y según las posibilidades de cada momento, como seguramente sucedería con las demás agrupaciones asturianas de aquellos años. Con el tiempo de sus integrantes ocupado en otros quehaceres, su estatus en el ámbito folklórico nunca debió pasar del de aficionados. Solo Los Mariñanes lograrían mantenerse como entidad profesional, como hemos visto.

Las referencias a un conjunto cangués con el nombre de “Son de Arriba” no vuelven a aparecer hasta la década de los años cincuenta, en un contexto político bien conocido sobre el que no nos extenderemos; baste mencionar que, en toda España, la materia folklórica se hallaba bajo el control del aparato del Estado a través de la Sección Femenina de Falange y Educación y Descanso de la Organización Sindical Española, que establecieron la conocida red de Grupos de Coros y Danzas por todo el país. La proliferación de los eventos folklóricos, empezando por los concursos nacionales de folklore convocados desde 1942 por la Regiduría de Cultura y celebrados en el Teatro Español de Madrid, es consecuencia del contenido esencialmente conservador de tales manifestaciones. Pero los eventos no solo crecen, sino que se diversifican para satisfacer las necesidades propagandísticas del régimen. Así, por ejemplo, leemos en el diario Voluntad sobre la Feria Internacional del Campo, cuya primera edición tuvo lugar en mayo de 1953 y contó con un Día de Asturias:

Camaradas de Coros y Danzas de la Sección Femenina de Oviedo y Gijón y los grupos folklóricos de Educación y Descanso, Vaqueiros de Alzada, Son de Arriba de Cangas del Narcea, parejas de Tambor y Gaita de Oviedo, el Orfeón de la Obra y las masas corales de la Fábrica de Armas y Mieres de Turón constituyen el grueso de esta aportación asturiana a los grandes festivales organizados con motivo de la feria y que se celebrarán en el recinto de esta [Voluntad, 23 de mayo de 1953].

En los días siguientes se publican algunas otras noticias que coinciden en mencionar separadamente los grupos del Movimiento y los restantes, figurando siempre Son de Arriba entre los últimos, de lo que se deduce que el grupo no había sido absorbido por el aparato folklórico estatal, como sucedió en otros casos. Por la crónica del evento, sabemos además que su actuación incluyó “las estrofas de la ofrenda del ramo que portaban durante la ceremonia los Vaqueiros de Alzada” (Voluntad, 30 de mayo de 1953), de lo que se infiere que el repertorio del grupo era más extenso que su nombre; pero no podemos aclarar si esta circunstancia era reciente o ya se daba en sus primeras actuaciones.

La única noticia posterior data de 1955. El grupo de baile Son de Arriba acudió a Oviedo para tomar parte en el desfile del Día de América, al que también concurrió el grupo folklórico de la Sección Femenina de Cangas del Narcea, quedando despejada cualquier duda sobre la independencia del primero (Voluntad, 24 de septiembre de 1955), pero a partir de este momento no tenemos otro testimonio de su continuidad.

En 1971 comienzan a figurar en las crónicas festivas Los Son d’Arriba, denominación que, como es bien sabido, hace referencia no ya a un grupo de baile, sino al célebre conjunto de gaitas y percusiones que en 1969 habían formado Cándido, Fariñas, Neto, Pepe Serrano y Chapinas.

 

  1. Conclusión.

Nuestro relato debe detenerse aquí sin que hayamos podido presentar una sola fotografía de aquel grupo de baile Son de Arriba que, según los datos que proporciona la prensa, debió funcionar al menos entre 1922 y 1955. Sin duda de las de los integrantes de este grupo habrá de salir alguna fotografía que se echa de menos en esta breve historia, cuya mayor utilidad sería estimular a los lectores a aportar más información.

Baile a lo suelto en Piloña. Modesto Montoto, h. 1910, col. Muséu del Pueblu d’Asturies.

Por último, hay que decir que tanto el grupo Son de Arriba como otras formaciones de su tiempo han ejercido una insospechada influencia en la conservación del patrimonio local, por lo que su valor para la historia no puede ignorarse. No es casual que, allí donde surgió una agrupación folklórica, continúa hasta nuestros días una línea de transmisión que ha contribuido a fijar la forma concreta de lo que hoy entendemos por “baile asturiano”. Díganlo, si no, los llaniscos, los cabraliegos, los pixuetos y los valdesanos. Y no puede dudarse que el “son de arriba” es una parte importante. Decaído a lo largo del siglo XX en su práctica cotidiana y mantenido por vías folklóricas, como sucedió en tantos lugares de Asturias, continuó su trayectoria en las dos muestras de folklore organizadas en 1983 por el Coletivu Etnográficu Urogallos a instancias de la Sociedad Ovetense de Festejos, grabadas en directo y publicadas en el doble LP Folklore astur (Sociedad Fonográfica Asturiana, 1984). Estas grabaciones y las realizadas por José Manuel Fraile Gil (De encuesta por León y Asturias, Saga, 1985 y 1986) rescataron los testimonios de sus últimos transmisores. Ambos trabajos se inscriben en una corriente de divulgación en la que participaron distintas agrupaciones coetáneas, culminando con el estudio monográfico de Fernando Manuel de la Puente Hevia El baille d’arriba. El son de la montaña astur-leonesa (Oviedo, 2000). Desde este ámbito puramente etnográfico, el “son de arriba” entró en la música folk con el primer LP de Xuacu Amieva, Onde l’agua ñaz (Fonoastur, 1986) y hoy son pocos los grupos dedicados a la música tradicional asturiana que, cualesquiera que sean su procedencia geográfica y opción estética, no tengan algún ejemplo en su repertorio.

El 23 de julio de 2019, “Muyeres” recibió una ovación cerrada del público que asistió a su concierto en la Plaza Mayor de Gijón, en el que se interpretó un “son de arriba” grabado en Trasmonte de Arriba por Fraile Gil. Esto sucedía casi cien años después de que pandeiros y castañolones retumbaran por primera vez en Gijón en las manos de las cantadoras y los bailarines del grupo Son de Arriba. Y es la mejor prueba de la fructífera labor de una gente entusiasta a la que dedicamos estas páginas.


[1] El desconocimiento de la Asturias interior era grande, en efecto, si se tiene en cuenta que, en la publicidad insertada en El Noroeste del 29 de septiembre de 1922, se habla del “famoso coro Son de Arriba formado por vaqueiros de alzada, esas gentes pintorescas de Asturias que han sabido guardar con toda pureza los tipos de la raza”. Quizá la antigua denominación “Cangas de Tineo” haya tenido algo que ver con este dislate, aunque creemos que queda mejor explicado por la confusión con otro grupo procedente de Aristébano, en la frontera entre Tineo y Valdés. Este grupo era Los Vaqueiros de Alzada, lo dirigía Rogelia Gayo y había sido fundado en 1906 para asistir a la boda de Alfonso XIII.

Noticias de los Vaqueiros en Cangas del Narcea en 1917

Interrogatorio de Juan Uría Ríu y contestación de Manuel Flórez de Uría

El 29 de noviembre de 1917, Juan Uría Ríu (Oviedo, 1891-1979), con 26 años recién cumplidos, escribe desde Oviedo a Manuel Flórez de Uría Sattar solicitándole información sobre los vaqueiros de alzada en el concejo de Cangas del Narcea para hacer un estudio desde el ámbito de la Geografía Humana. Flórez de Uría había nacido en esta villa en 1864, era procurador, periodista y estudioso de la historia local.

Braña de Los Chanos, todavía en uso como braña y como pueblo

Uría Riu era en 1917 estudiante de Historia en la Universidad Central de Madrid. Había obtenido en 1914 la licenciatura de Derecho por la Universidad de Oviedo, pero su verdadera vocación era la Historia, que comienza a estudiar ese mismo año de 1914 y concluye en 1918. En Madrid se inicia en el conocimiento de los estudios etnográficos con visitas frecuentes al Museo de Antropología y las enseñanzas de Luis de Hoyos y Telesforo de Aranzadi, dos de los pioneros de los estudios de antropología en España.

El interés de Uría Ríu por los vaqueiros empezó muy pronto. Él mismo contaba que: “A los catorce años cayó en mis manos el artículo que don Fermín Canella escribió en la obra Asturias sobre los vaqueiros de alzada, y empecé a interesarme por el tema” (Juan Ignacio Ruiz de la Peña, “Semblanza de un maestro”, pág. XV). En sus estudios cita testimonios orales recogidos por él a vaqueiros de Lugo de Llanera, Boves (Siero), Lavango (Belmonte), Sapinas y Busantianes (Valdés), y Folgueras del Río (Tineo) entre 1911 y 1917. En la recogida de información compaginó la entrevista personal con documentación histórica tomada en numerosos archivos privados y públicos, y con interrogatorios como el que mandó a Manuel Flórez de Uría.

El resultado de sus investigaciones sobre los vaqueiros quedará recogido en siete artículos, publicados entre 1924 y 1968, que cambiaron la visión y el conocimiento histórico que hasta entonces se tenía de este importante grupo social. Están recogidos en Los vaqueiros de alzada y otros estudios, Oviedo, Biblioteca Popular Asturiana, 1976.

Braña de El Acebal

A continuación publicamos la carta-interrogatorio de Juan Uría Ríu y el borrador de la contestación que le mandó Manuel Flórez de Uría desde Cangas del Narcea, que informa sobre la presencia de los vaqueiros de alzada en este concejo en aquel año de 1917.

Los vaqueiros tuvieron un papel muy importante en la historia de este concejo desde los siglos XV y XVI. En verano llegaban cientos de familias de este grupo social que ocupaban más de quince brañas. Su presencia decayó en el siglo XX. En la actualidad, su recuerdo está desvaneciéndose y en la mayor parte de sus brañas solo quedan cabañas ruinosas (como en la braña de Oul.ladas) o montones de piedras (braña de El Acebal).

 

Carta de Juan Uría Ríu a Manuel Flórez de Uría

Oviedo, 29-11-1917

Muy Señor mío y de mi mayor consideración. Enterado ya hace tiempo por referencias de su amigo D. Luis Suárez Cantón de su conocimiento y competencia en las cosas históricas de esa región. Tengo el atrevimiento de dirigirme a usted pidiéndole noticias que si no son precisamente de carácter histórico no por eso dejaran de ser fácilmente adquiridas por usted. Las que deseo, son al tenor del siguiente interrogatorio:

1.º ¿Cuantas brañas hay en ese concejo a las cuales vengan ganados de la marina en tiempo de verano?

2.º ¿Como se llama cada una de estas brañas?

3.º ¿Que gentes las aprovechan y pueblan?

4.º ¿De que brañas de invierno proceden estas gentes?

5.º ¿Cuales son las brañas aprovechadas por familias enteras que colectivamente emigran desde la marina, y cuales lo son por pastores a sueldo, o una sola familia de vaqueros o parte de ella que se encargan del ganado de una o más brañas marítimas?

6.º ¿Cual es la braña de más importancia por la extensión de los pastos y el número de cabezas de ganado?

Y si le es posible contestar esto último y séptimo que ahora voy a apuntar se lo agradecería también, aunque considerando que es más difícil ruégole no se moleste en averiguarlo si es que fácilmente no lo hace.

7.º ¿Que caminos recorrían en la emigración de la marina a la montaña, indicando las sierras principales y lugares poblados que marcan su itinerario?

8.º ¿Hay algún pueblo actualmente del que se sepa que en lo antiguo era braña de vaqueros procedentes de la marina que allí se quedaran a vivir permanentemente?

9.º ¿Han sido abandonadas muchas brañas de verano en ese concejo por los vaqueros, disminuyendo con ello el nomadismo pastoril en él?

Cabaña ruinosa en la braña de Oul.ladas

Para mayor facilidad por su parte ruégole escriba la contestación con esta carta a la vista, poniendo los números 1º, 2º, 3º, encabezando cada una de las contestaciones dejando en blanco aquellas cuya averiguación no le haya sido posible.

Mucho siento la molestia que con ello habré seguramente de causarle, pero me veo obligado a ello por la necesidad que tengo de terminar un trabajo que he de publicar en breve sobre el nomadismo pastoril en Asturias desde el punto de vista de la Geografía Humana. En este trabajo, como es natural, irá su nombre unido a las noticias que usted pueda facilitarme como es rigurosa costumbre en todos los trabajos de investigación en que alguien aporta datos.

Sin mas queda de usted affmo. amigo y S. S. que b. s. m.

Juan Uría y Ríu

s/c Calle de Campoamor, Oviedo

 

Borrador con las respuestas de Manuel Flórez de Uría

1.º ¿Cuantas brañas hay en ese concejo a las cuales vengan ganados de la marina en tiempo de verano? y 2.º ¿Como se llama cada una de estas brañas?

1.ª y 2.ª El Acebal, Junqueras, La Feltrosa, El Liburnal, Soldepuesto, Olladas, El Teixidal.

Restos de una cabaña en la braña del Acebal

3.º ¿Que gentes las aprovechan y pueblan? y 4.º ¿De que brañas de invierno proceden estas gentes?.

3.ª y 4.ª Vaqueiros de alzada que tienen sus brañas de invierno en los concejos de Navia, Luarca y Tineo. Las alzadas a que vienen pertenecen con frecuencia en su dominio útil a los mismos vaqueiros, en todo o en parte, por haberse acogido a la gracia foral que las leyes desamortizadoras concedieron a las familias de los antiguos colonos de los monjes del convento de Corias o de otros de quienes las llevaban en arrendamiento desde antes del año 1800. En otras [brañas] son simples arrendatarios de varios copropietarios y en otras, por fin, concurren en ellas ambas razones de poseer.

5.º ¿Cuales son las brañas aprovechadas por familias enteras que colectivamente emigran desde la marina, y cuales lo son por pastores a sueldo, o una sola familia de vaqueros, o parte de ella que se encargan del ganado de una o más brañas marítimas?

5.ª Actualmente no vienen familias enteras, y sí solo una persona por familia de la braña de invierno y aun con frecuencia estas solo vienen a traer el ganado en uno o más rebaños, quedando en la alzada tres, cuatro o a lo más cinco personas que cuidan el ganado de todos, y los otros regresan a sus brañas invernales hasta septiembre que vienen a recoger el ganado. Los que se quedan suelen ser criados, sobre todo las mujeres.

6.º ¿Cual es la braña de más importancia por la extensión de los pastos y el número de cabezas de ganado?

6.ª Las del Acebal y La Feltrosa.

Cabaña en la braña de Oul.ladas

7.º ¿Que caminos recorrían en la emigración de la marina a la montaña, indicando las sierras principales y lugares poblados que marcan su itinerario?

7.ª Ya no trashuman por cañadas y cumbres de sierras bajas como antes, debido a la comodidad y seguridad que les ofrecen las carreteras y nuevos caminos vecinales, por eso es difícil determinar sus itinerarios en la mayor parte del recorrido antiguo.

8.º ¿Hay algún pueblo actualmente del que se sepa que en lo antiguo era braña de vaqueros procedentes de la marina que allí se quedaran a vivir permanentemente?

8.ª Si. Brañameana, El Cabanal, Castilmouro [Castilmoure], Los Llanos.

9.º ¿Han sido abandonadas muchas brañas de verano en ese concejo por los vaqueros, disminuyendo con ello el nomadismo pastoril en él?

9.ª Si. Otardelobos, Frisneo, Busdondio, La Juncal, El Espín, Mudreiros.

La Sociedad Industrial de Besullo, una Cooperativa de Ferreiros en 1872

A la memoria de Lulo Benino, Manuel Álvarez Faidiel, uno de los últimos de aquellos inquietos, curiosos y cultos ferreiros de Besullo.

Besullo, hacia 1985

Desde el siglo XVIII, Besullo / Bisuyu, en el concejo de Cangas del Narcea, es un pueblo en el que numerosos vecinos se dedicaban a la industria del hierro, compaginando esta actividad con el cultivo de la tierra y la ganadería. En 1736 había un mazo en Pontones para estirar, ensanchar o adelgazar el hierro, propiedad de Pedro de Llano Flórez, vecino de Besullo, que lo tenía arrendado a dos vecinos de aquel sitio; en 1752, según el catastro de Ensenada, en todo el concejo de Cangas del Narcea solo existía ese mazo que estaba arrendado “a diferentes herreros, vecinos del concejo de Allande”. Cien años más tarde eran cuatro los mazos que funcionaban en las inmediaciones de Besullo, que aprovechaban el agua del río de las Veigas para mover sus máquinas hidráulicas (el mazo y la barquinera): el mazo del L.leirón en El Pumar (parroquia de Las Montañas), el mazo de Pontones, el mazo d’Abaxu en Besullo y el mazo de L’Otriello. Alguno era de un solo dueño, que lo arrendaba, pero lo habitual es que la propiedad fuese compartida entre varios ferreiros o herreros; tanto los arrendatarios como los propietarios trabajaban en el mazo por rigurosa vecera o turno y por el tiempo que les correspondiese: dos días, uno o medio día. Su trabajo era intenso. Lorenzo Rodríguez-Castellano escribe en 1954: “hace unos 40 o 50 años la actividad de la industria del hierro en Pontones y Besullo era tal que los tres mazos del río de la Veigas apenas tenían un minuto de descanso” (“La industria popular del hierro: el mazo”, en Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 22). El trabajo del hierro se acababa en unas veinte fraguas instaladas en las casas de estos cuatro lugares. En ellas se fabricaban todo tipo de aperos (fesorias, hachas, reas o rejas de arado, etc.), piezas de cocina (caldeiros, tambores de castañas, cazos o sartenes, preganzas o llares, trébedes, etc.), clavos de diferentes clases y ruedas de carro.

Esta industria permitió a algunos ferreiros llevar una vida acomodada y a una minoría de ellos formar parte a fines del siglo XIX de las listas de electores como mayores contribuyentes del concejo de Cangas del Narcea. En general, los ferreiros eran personas alfabetizadas, formadas y de ideas avanzadas, los cuales, a partir de la Revolución de septiembre de 1868, que supuso el fin del reinado de Isabel II, y de la Constitución de 1869, se manifestarían política y religiosamente en consonancia con esas ideas.

La Constitución de 1869, aprobada el 1 de junio, permitía por primera vez en España el derecho de reunión y de asociación. Un mes más tarde de su aprobación, en julio de 1869, se constituía el Comité Republicano Federal de Besullo. La noticia se publicó en varios diarios republicanos de Madrid, como La Igualdad (29 de julio de 1869) y La Discusión (30 de julio de 1869), con los nombres de los integrantes de la junta directiva:

Presidente: Estanislao Rodríguez [vecino de Besullo].
Vicepresidente: Casto Rodríguez Castellano [de Besullo].
Secretarios: Pedro Méndez y Antonio Rodríguez de Alba [de Pontones].
Vocales: Francisco Rodríguez Castellano [de Besullo], Manuel Rodríguez de Alba [de Besullo], Ramón Rodríguez de Alba [de Besullo], Manuel García, Celestino Díaz y Antonio Marcos [de Cupuertu].

Ferreiros en el Mazo d’Abaxu, Besullo

Al menos, el vicepresidente, un secretario y tres vocales, que llevaban los apellidos Rodríguez Castellano y Rodríguez de Alba, eran ferreiros, y el presidente también estaba vinculado a la industria del hierro.

Por otra parte, gracias también a la Constitución de 1869, España alcanzaba por primera vez la libertad de cultos religiosos, una de las grandes aspiraciones de los progresistas y republicanos españoles del siglo XIX, y en Besullo se constituyó hacia 1871 la primera iglesia evangélica de Asturias. La principal actividad de esta nueva congregación será el establecimiento de una escuela para niños y niñas, y el apoyo a los alumnos más aventajados para continuar fuera sus estudios.

El republicanismo y el protestantismo tuvieron entre los trabajadores del hierro de Besullo muchos partidarios y devotos. La población de este pueblo era pequeña. En 1866, según el padrón municipal, Besullo tenía 150 habitantes repartidos en 49 casas, y en sus inmediaciones estaban los lugares de Pontones (11 habitantes y 4 casas), L’Outriello (34 habitantes y 8 casas), Faidiel (13 habitantes y 4 casas), y Cupuertu (10 habitantes y 3 casas), que eran como barrios de aquel.

El republicanismo del siglo XIX promovió la fundación de cooperativas de producción y de distribución, inspiradas en el reformista galés Robert Owen (1771 – 1858), así como de sindicatos agrarios, con el fin de mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Estas iniciativas llegaron hasta Besullo y en 1872 los republicanos, encabezados por el presidente de su comité, promovieron la constitución de la Sociedad Industrial de Besullo con el fin de organizar y racionalizar la industria local del hierro, favoreciendo la cooperación, la formación, la eficacia y la riqueza de sus integrantes y buscando, en definitiva, el beneficio del país y de toda la sociedad:

Los comparecientes, animados por el justo deseo de instruirse y perfeccionarse más y más en el arte a que desde su respectiva infancia vienen dedicándose, por el de proteger y aumentar sus recíprocos intereses y los de sus familias, amparando al mismo tiempo los del país y de la sociedad en general, que en más dilatada esfera y con seguridad más cierta se desarrollaran por este medio.

La sociedad la constituyeron trece personas: doce hombres y una mujer, todos dedicados “al oficio de herreros”. La mayoría de los socios y sus esposas se apellidaban Rodríguez, Rodríguez-Castellano y Rodríguez de Alba; así, Domingo Gayo estaba casado con Ramona Rodríguez-Castellano (Padrón de Cangas del Narcea de 1866). Cuatro de ellos eran miembros de la junta directiva del Comité Republicano local: Estanislao Rodríguez (presidente del comité y gerente de la Sociedad Industrial), Antonio Rodríguez de Alba (secretario del comité) y Francisco Rodríguez Castellano y Ramón Rodríguez de Alba (vocales del comité). La única mujer de la sociedad era Josefa Gómez, viuda, que en 1866 tenía 40 años y vivía en Besullo con dos hijos menores y un criado.

Toda la información que tenemos sobre la sociedad procede de la escritura de constitución, hecha en Cangas del Narcea el 13 de marzo de 1872, en la que se establecían los fines, secciones y reparto de las acciones, funcionamiento y reglamento, así como la creación de un tribunal arbitrador (véase en el apéndice la transcripción íntegra de esta escritura de constitución).

Mazo d’Abaxu, Besullo

Sus objetivos eran los siguientes: 1. Acabar la competencia entre los herreros que les perjudicaba enormemente; 2. Comprar con mayor ventaja el hierro que necesitaban para trabajar; 3. “Auxiliarse recíprocamente en los casos de enfermedad, crisis monetaria” o cualquier otra vicisitud; 4. Premiar “el genio y aplicación del que progresa”, y 5. “Castigar el descuido o apatía del indiferente” y “las faltas o delitos de los que a sabiendas perjudican a tercero”.

La sociedad se organizaba en tres secciones: El Otriello, Besullo y Pontones, en cada una de las cuales había un mazo. Cada sección tenía sus accionistas que eran propietarios o arrendatarios de los mazos. El número total de acciones era de quince y media, que se repartían entre los trece socios fundadores, que poseían catorce y media, y el gerente, que tenía una.

El gerente era el encargado de la administración, compra de materia prima, venta de obra, correspondencia y contabilidad. El cargo lo ocupaba el mencionado Estanislao Rodríguez Montaño, vecino de Besullo y presidente del Comité Republicano Federal, que aportó dos mil pesetas de su bolsillo “para las perentorias atenciones de la misma”. La sociedad disponía de un almacén en este pueblo, cabecera de la parroquia, para guardar el hierro en bruto y las piezas elaboradas. Todas estas piezas tenían que ser supervisadas por el gerente y una comisión de tres herreros elegidos en junta general; si se consideraba que una pieza estaba mal hecha se devolvía a la sección correspondiente para su “recomposición”. Las ventas se efectuaban en su mayor parte en las ferias y mercados de Cangas del Narcea.

Las secciones gozaban de cierta independencia. En cada una trabajaba un maestro o director, que era el responsable de la sección, así como también oficiales y braceros o jornaleros. Se establecía una flexibilidad laboral en el sentido de que si era necesario los trabajadores tenían que moverse de sección. Todos los asociados se comprometían a no trabajar en el oficio o arte de herrería mientras la sociedad estuviese viva. Los accionistas trabajaban en la sociedad y en caso de fallecimiento o incapacidad debían ser sustituidos por un heredero o una persona capaz.

El sueldo del personal se fijaba según categorías, pero podía modificarse en función del compromiso del trabajador con la sociedad y con su tarea:

“[…] después de conocido el resultado de los trabajos, la disposición y [la] voluntad de cada uno, estos sueldos o jornales se modificarán por la comisión atrás señalada o por otra especial que al efecto y en la misma forma se nombre”.

Se trabajaba todos los días del año que no fueran festivos. La jornada laboral era de doce horas y media en verano (de 1 de marzo a 1 de octubre) y de doce horas en invierno (de 1 de octubre a 1 de marzo). El horario era el siguiente:

Verano: de 5 a 12 h (descanso de 7.30 a 8 h) y de 14.30 a 20 h (descanso de 17 a 17.30 h).
Invierno: de 7 a 12 h (descanso de 8.30 a 9 h) y de 13 a 20 h (descanso de 17 a 18 h).

El horario establecido era el habitual en la industria de aquel tiempo, como puede comprobarse en las respuestas enviadas por las provincias al cuestionario remitido en 1883 por la “Comisión para el estudio de las cuestiones que interesan a la mejora o bienestar de las clases obreras, tanto agrícolas como industriales, y que afectan a las relaciones entre el capital y el trabajo”, para conocer las condiciones de los trabajadores españoles:

De La Coruña se responde que “en la industria salazonera se trabaja desde las cinco de la mañana hasta las ocho de la noche”; en El Ferrol: “trabaja el obrero en verano desde las cinco de la mañana hasta las ocho de la noche, sin más descanso que el de una hora para almorzar y dos para comer”, y en invierno “desde que amanece hasta que anochece, con el solo descanso de una hora para comer. […]. En la fábrica de fósforos de Cascante, en Navarra: “las obreras entran en verano a las cinco, y en invierno de seis a siete de la mañana; salen para comer de doce a una de la tarde, vuelven a esta hora y se marchan cuando concluyen la tarea, y lo efectúan antes o después, según su aplicación o ligereza”. En Oviedo: “Trabajase ordinariamente durante doce horas, descansando media para almorzar y una en el invierno y dos en el verano para comer. Los ebanistas, tallistas, sastres y zapateros emplean más tiempo, porque velan o trabajan dos o tres horas por la noche durante la cruda estación. En algunas industrias suelen trabajar medio día el domingo.” (Carmen Sarasúa, “Trabajo y trabajadores en la España del siglo XIX”, en Working Papers, 7, 2005).

En la Sociedad Industrial de Besullo la impuntualidad en el trabajo, llegar tarde de seis a diez minutos, se penalizaba rebajando el jornal del trabajador. También se castigaba el extravío o venta de pertenencias.

Una de las grandes novedades y ventajas de esta sociedad cooperativa fue el amparo que ofrecía a los trabajadores por enfermedad o accidente laboral, algo desconocido en los oficios de la sociedad rural de aquella época:

Treinta y dos
El socio que por razón de enfermedad justificada no pudiese trabajar una semana hasta el completo de un mes, tendrá el derecho a percibir la mitad de su sueldo; y si pasase de este tiempo, sea el que fuere, percibirá la cuarta parte.

Treinta y tres
El socio que en servicio de la sociedad se inutilizase para el trabajo, temporal o perpetuamente, percibirá, mientras la sociedad dure, la mitad de su sueldo.

Mazo d’Abaxu, Besullo

La sociedad se regía democráticamente mediante juntas generales ordinarias, que debían celebrarse cada mes, además de “las extraordinarias que sean precisas”. En ellas solo gozaban de voz y voto los accionistas, que tenían tantos votos como acciones.

Por último, para la interpretación de las bases de la sociedad y resolución de dudas o conflictos se nombraba un jurado o tribunal “arbitrador y amigable componedor”, integrado por tres vecinos de la villa de Cangas del Narcea: el abogado y juez Ceferino Gamoneda y González del Barreiro; el maestro Genaro González Reguerín, que llevaba desde 1840 impartiendo escuela en la villa de Cangas, y el propietario Ceferino del Valle y Nera. Los dos últimos eran activos republicanos y, por tanto, personas afines y de confianza de los fundadores de esta Sociedad Industrial de Besullo.

La escritura de constitución de la sociedad fue firmada por todos los socios, con excepción de dos, Josefa Gómez Álvarez y Domingo Gayo Barrero, que no sabían escribir.

La fundación de esta sociedad de artesanos del hierro fue una iniciativa completamente novedosa en el medio rural asturiano de fines del siglo XIX. No conocemos nada de su devenir. Es probable que no haya funcionado muchos años, a tenor de la falta de información que existe sobre ella. Tal vez el final de la Primera República Española, el 29 de diciembre de 1874, trajo también su fin. No lo sabemos. Habrá que seguir investigando para saber que pasó con estos inquietos y cultos ferreiros de Besullo que en 1872 intentaron poner en marcha una cooperativa de producción para poder llevar una vida mejor.

Fundación de la Escuela de San Juliano de Árbas en 1819

Una de las primeras escuelas rurales del concejo de Cangas del Narcea

La escuela es algo relativamente reciente en la vida de los cangueses. La enseñanza primaria reglada es una novedad que comienza en el siglo XIX promovida por particulares, vecinos de los pueblos y más tarde por el Estado. En 1865 existían en el concejo de Cangas del Narcea, según Pedro González Arias, 25 escuelas (dos en la villa, una de niños y otra de niñas, y el resto distribuidas por el concejo), y en 1901, según Fermín Canella, eran 28 escuelas de niños y 5 de niñas, “en general en mal estado y defectuosas, […], y necesitadas de material pedagógico”. En fin, a comienzos del siglo XX casi la mitad de las cincuenta parroquias del concejo carecían de escuela y las que la tenían era en unas condiciones bastante precarias.

Escuela vieja de San Juliano de Árbas con dos puertas, una para entrar en el aula y otra para la casa del maestro

Una de las primeras escuelas que se fundó en el concejo fue la de San Juliano de Árbas en 1819. Su fundador fue el canónigo Manuel Arias Flórez de Llano, que en los años ochenta del siglo XVIII había estado de párroco en aquella extensa feligresía, “montuosa y quebrada”, formada por quince pueblos situados junto al puerto de Leitariegos: Árbas, Corros, Xilán, L.lindouta, Miravalles, Otardexu, L’Outeiru, Rimolín, San Juliano, San Romano d’Árbas, Trascastro, Veigamioru, Veigairréi, Villaxer y Villar de Rogueiro. Los eclesiásticos fueron los principales fundadores de escuelas en los siglos XVII y XVIII. Para ello creaban obras pías que dotaban con dinero y tierras que generaban unas rentas que servían para mantener las escuelas y pagar a los maestros.

Vista de la escuela vieja en San Juliano de Árbas

El fundador fue un alto dignatario de la iglesia asturiana de su tiempo. Nació en La Regla de Cibea (Cangas del Narcea) hacia 1745 y pertenecía a una familia de “hijosdalgos notorios de casa y solar conocido” en la que abundaban los clérigos. Tuvo dos hermanos: Nicolás, que se quedó en la casa de Cibea y uno de cuyos hijos, Benito, fue sacerdote, y Teresa, que se casó en la villa de Cangas del Narcea con Ignacio Fernández Flórez, uno de las personas más poderosas e influyentes de esta villa a caballo entre los siglos XVIII y XIX. Manuel Arias Flórez fue párroco de San Juliano de Árbas (donde está empadronado en 1787) y en 1787 fue nombrado Arcediano de Grado y canónigo de la Catedral de Oviedo. Fue profesor de la Universidad de Oviedo, juez de Estudios en ella, y rector en 1790 y 1791. Tuvo numerosos cargos más: examinador sinodal del Obispado, juez apostólico y real de las Tres Gracias de la Santa Cruzada, inspector y director general de los Hospitales del Real Ejército Asturiano, y chantre y canónigo de la catedral de Durango en el reino de México. Después de la guerra de la Independencia se retiró a Cangas del Narcea; en 1815 aparece empadronado en la villa y al año siguiente vivía “achacoso” en el monasterio de Corias. Falleció el 24 de enero de 1822.

Escuela vieja de San Juliano de Árbas

En este periodo de retiro en Cangas, fundó y dotó la escuela de San Juliano de Arbas con el fin de instruir a la juventud y teniendo muy en cuenta a los jóvenes que emigraban sobre todo a Madrid: “conociendo por lo mismo las ventajas y beneficios que se les pueden proporcionar sabiendo leer, escribir y contar, máxime aquellos varones que, obligados de las circunstancias del país, se ven precisados a ir a la Corte u otras provincias a proporcionarse su sustento”. La escritura de fundación está en el Archivo Histórico de Asturias entre los protocolos del escribano Manuel Folgueras (15 de octubre de 1819, fol. 231, caja 13643). En ella se enumeran todas las condiciones que el fundador establece para la escuela, así como el capital de dos mil ducados y las rentas en los que sustenta dicha fundación. Todo esta escrito en ese protocolo que reproducimos literalmente al final de esta noticia.

La figura principal de la fundación es el maestro. Tenía que ser católico, persona de buena vida y costumbres, y no haber sido condenado por la Inquisición. Era un puesto de carácter vitalicio, y solo se le podía despojar de él por incumplimiento de sus deberes, embriaguez, blasfemia y afición al juego. Tenía que poner escuela cinco meses al año, desde el 18 de octubre al 18 de marzo, durante todos los días, sin excepción (salvo fiestas muy señaladas como Navidad, día de San Julián, Martes de Carnaval y Semana Santa); había que aprovechar bien ese tiempo de invierno, pues el fundador sabía que el resto del año los niños tenían que trabajar en sus casas cuidando el ganado, trabajando la tierra o recogiendo castañas.

La escuela era solo para varones, “niños y adultos”, tanto de la parroquia de San Juliano de Árbas como de las de los alrededores. Pero había una diferencia entre unos y otros: los de San Juliano no tenía que pagar ninguna cantidad de dinero, los de otras parroquias si. La única condición que tenían que cumplir los padres de los alumnos de San Juliano de Árbas era llevar a “la casa de la escuela y a disposición del maestro” un carro de leña por cada niño que asistiese a la escuela.

Detalle de la hornacina

En la escuela se enseñaría a leer, escribir y contar; la doctrina cristiana, y la “debida obediencia al Rey y autoridades que gobiernan en su nombre” y respeto a los ministros de la Iglesia. Después de la Revolución francesa, la guerra de la Independencia, las Cortes de Cadiz y la lucha encarnizada entre absolutistas y liberales en aquel tiempo, el fundador, probablemente un firme partidario de Fernando VII, quería influir en la medida de sus posibilidades en la orientación ideológica de los vecinos de San Juliano de Árbas.

La escuela dependería de un patronato integrado por el párroco, el mayordomo de la fabrica de la parroquia, el “vistor mayor” o alcalde pedáneo y dos vecinos, que tenían que saber leer y escribir, elegidos por los cabezas de familia de la parroquia.

Para albergar la escuela se aforó una casa a José Uría Álvarez-Terrero, señor de la Casa de Uría en Santolaya y de la de Miravalles, en la parroquia de San Juliano de Árbas, situada en el mismo pueblo de San Juliano. La casa dispondrá de una “oficina capaz para la escuela” y cocina y habitación para el maestro y su familia. La reparación de este edificio tendrán que sufragarla los vecinos. La existencia de un edificio dedicado solo a escuela y casa del maestro era una gran novedad, pues hasta bien avanzado el siglo XIX lo más frecuente era que la enseñanza en el medio rural se impartiese en la sala de una casa particular o en el pórtico de la iglesia parroquial.

El edificio de la vieja escuela de San Juliano de Árbas todavía se conserva en pie, aunque hace setenta y cinco años que dejó de ser escuela; tiene junto a la puerta de entrada una hornacina de cantería que seguramente cobijó alguna imagen religiosa. La parte dedicada a aula tiene unas amplias ventanas para dar luz y ventilación. Esta escuela se vendió en pública subasta en 1944 para ayudar en la construcción de una nueva.

Escuela nueva de San Juliano de Árbas, construida en 1944 con aulas para niños y niñas y dos viviendas para los maestros


La nueva escuela fue pagada casi en su integridad por los vecinos de la parroquia. En el acta del pleno del Ayuntamiento de Cangas del Narcea de 17 de abril de 1944 puede leerse: “[…] el vecindario del distrito escolar de San Juliano de Árbas, en este concejo, ha construido un hermoso edificio para la escuela de niños y de niñas, con vivienda para los maestros, hallándose las obras casi terminadas, pues solo falta dividir la vivienda de la maestra, construyendo los tabiques necesarios; que la edificación alcanza un coste de más de cien mil pesetas, todas hasta la fecha a cuenta del vecindario, y que este no solicitó ayuda económica del Estado, como debiera haber hecho al tratarse de una construcción tan importante. Acordó solicitar al Ministerio de Educación Nacional una subvención de veinte mil pesetas” para concluir la escuela.

Puedes descargar desde los siguientes enlaces la escritura de fundación de la Escuela de San Juliano de Árbas y el anexo con los Censos para sostenimiento.

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Álbum de Homenaje a Marcelino Peláez en 1931

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Detalle de la placa que va en la cubierta del álbum

En 9 de julio de 1930, el Ayuntamiento de Cangas del Narcea, presidido por Joaquín Rodríguez-Arango, acordó ofrecer a Marcelino Peláez Barreiro (Ounón, 1869 – Mar del Plata, Argentina, 1953) un álbum como expresión de agradecimiento de todo el concejo por su colaboración en la construcción de casas-escuela, pues “desde hace varios años viene concediendo un donativo de 1.000 pesetas para cada casa-escuela que se construya en este concejo y que levantó a sus expensas un buen edificio escolar en Onón, pueblo de su nacimiento”.

Con tal fin, el ayuntamiento abrió una suscripción popular. Los donativos podían entregarse en las confiterías de Milagros Rodríguez y Joaquín López Manso, y en los comercios de Vicente Oliveros, Evaristo Morodo, y Morodo y López. Se recaudaron 600 pesetas. La relación de donantes puede verse en los números 27 a 35 de la revista La Maniega de 1930 y 1931. Fueron muy numerosas las donaciones de maestros y padres de alumnos de los pueblos favorecidos por la generosidad de Marcelino Peláez: Cangas del Narcea, Cibuyo, La Regla, Pousada de Rengos, San Pedro de Arbas, Villacibrán, Carballo, Villategil, Gedrez, Santa Marina, Carballéu, Pousada de Besullo, Las Montañas, Bimeda, Biescas, Acio y Caldevilla, Sillaso, Mieldes, Leitariegos, Naviego, Porley, Vallado, Valleciello, San Pedro Coliema, etc.

El álbum fue obra de Tomás F. Bataller (Madrid, 1891-Oviedo, 1962), artista especializado en dibujar diplomas, títulos y esta clase de álbumes honoríficos. En las primeras páginas aparece el retrato de Marcelino Peláez y dibujos de su casa natal y la escuela de Ounón, así como de una vista de la iglesia de Cangas del Narcea y el palacio de Omaña desde el río. A continuación aparecen las firmas del alcalde (Mario de Llano) y los concejales de la corporación el 14 de abril de 1931, de los miembros de la comisión que se encargó de la suscripción popular y de los maestros de las escuelas que él ayudó a construir y de algunos niños de cada escuela.

El álbum lo conservan sus descendientes en Cangas del Narcea.

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Breve historia del molinero y el ‘bollu preñáu’ de Cangas del Narcea

Molino de Veigapope

Si nos adentramos en los valles y riberas de nuestro concejo, vemos que todos tienen algo en común, en todos se escucha el agradable murmullo que produce el agua de algún río que tintinea al trascurrir nerviosa entre las piedras del cauce. Este agua riega las vegas haciéndolas ricas y fértiles, además de darles frescura y verdor. El color verde de estas vegas genera un contraste evidente en los meses de verano, entre el valle y las zonas altas circundantes que están totalmente secas y muestran un color más apagado.

Estos ríos se van escondiendo a medida que avanzamos hacia su guarida, celosos de su intimidad, y en su nacimiento solo dejan ver un pequeño reguero rodeado de una espesa vegetación; un ejemplo lo tenemos en el nacimiento del Narcea en Monasterio de Hermo.

Molino en Sestorraso

Si uno es observador, también se da cuenta que siguiendo estas riberas, de cuando en cuando, nos asaltan grandes y pequeños molinos de agua. La mayoría de las veces están totalmente desvencijados y abandonados, aunque con sorpresa se ven algunos muy bien conservados. Estos molinos están unidos irremediablemente al río, al sonido del agua, a las peñas tapizadas de musgo, a los árboles de ribera y a los tonos verdes de la hierba regada de los prados. La primera sensación que experimentamos cuando divisamos uno de estos molinos, es que tenemos un encuentro mítico con un mini paisaje, donde los sonidos indescifrables del río nos llevan a creer que realmente existen en estas zonas seres misteriosos y mitológicos, como el Trasgu que se esconde debajo del molino y cambia de sitio objetos y piezas relacionadas con la molienda.

Piedra francesa, molino de casa Queipo de Monasterio del Couto

Esta proliferación de ingenios hidráulicos es una muestra de la gran importancia que tuvieron en un pasado no muy lejano, ya que algún molino todavía funciona en la actualidad.

Estacada del molino de Fariñas con una escala salmonera para comunicar la parte inferior y superior del río

Antiguamente, este concejo no se caracterizaba precisamente por estar bien comunicado con la Meseta ni con el centro de la región; esto provocó que durante muchos años fuera difícil el intercambio de productos y el comercio con otros centros de producción, lo que obligó a nuestros antepasados a tener que ingeniárselas para autoabastecerse. Las zonas rurales normalmente cerraban el círculo de sus necesidades produciendo todo lo que necesitaban en la unidad familiar; producían y elaboraban su propia carne, patatas, verdura, vestidos hechos con lana de oveja, herramientas fabricadas con madera de la zona y, como producto base y estrella, sembraban su propio trigo. Pero este último producto no bastaba solo con sembrarlo y recogerlo, ya que para poder elaborarlo en forma de pan, bollu preñáu, frixuelo y otros artículos de consumo, era necesario pasarlo por un proceso intermedio, que es la molienda para convertir el grano en harina (farina).

Presa y pozo del ‘molín’ de casa Queipo de Monasterio del Couto. La construcción anexa era la minicentral hidroeléctrica del pueblo.

Para moler este trigo era necesario tener molinos en cada zona del concejo y esto explica que haya tantos ingenios hidráulicos al lado de nuestros ríos y regueiros. Para hacer funcionar estos artefactos era imprescindible tener un profesional que conociera perfectamente todo el sistema mecánico e hidráulico del molino; este antiguo profesional era el molinero.

Para escribir este artículo me acompañaré de este personaje, quien me llevará a descubrir todo el proceso que rodeaba su trabajo y la parte humana que lo acompañaba.

Antiguo molino de uso particular en el río de Corros

Los molinos en Asturias no los mueve el viento, como aquellos que atacaron a nuestro loco y entrañable Don Quijote de la Mancha; los de Asturias los mueve el agua. El funcionamiento del sistema se basa en almacenar una cantidad de agua a una determinada altura respecto de la turbina del molino; esta altura suele ser de dos o tres metros. Esto permite disponer de una energía potencial que se trasformará en energía cinética y mecánica en la parte baja del molino.

Molino de Agüera de Castanéu. Carro excéntrico para mover la pinera o ‘peneira’

La situación del molino es casi siempre la misma, cerca del río, a cotas superiores se hace una estacada o banzáu para retener y dirigir el agua hacia una presa que la conduce hacia el pozo de acumulación, situado junto al molino. Este pozo tiene dos finalidades, la primera y fundamental es crear una diferencia de altura entre el pozo y la zona baja del molino donde va situado el rodezno, una rueda horizontal que gira impulsada por la energía cinética que le transmite el agua, produciendo un momento de fuerza que hace girar los elementos mecánicos del molino. La segunda finalidad del pozo es acumular agua suficiente para que cuando se soliciten caudales importantes para moler, el molino no se quede sin agua.

El agua incide con cierta presión y velocidad sobre los canjilones del rodezno situado en la parte inferior del molino. Este agua genera un momento de fuerza que hace girar un eje vertical de madera que está unido a la muela superior (volandera o muela de arriba), que gira sobre otra inferior que permanece estática (muela de abajo o barranco); entre estas dos muelas se hace pasar el cereal para triturarlo y convertirlo en harina.

Parte inferior del ojo del molino o infierno

En general, los molinos ofrecen una estampa de gran belleza, pues siempre están construidos en un entorno donde los árboles de ribera se mezclan con los agradables sonidos del agua; además, estas construcciones poseen una arquitectura poco agresiva con el medio, ya que el molino consta generalmente de dos plantas de dimensiones bastante reducidas. En la segunda planta están todos los utensilios de la molienda con un pequeño almacén y en la planta inferior es donde se produce todo el proceso hidráulico. Esta planta inferior se reconoce muy bien, ya que le da personalidad al molino con los típicos arcos de piedra; se la denomina como los ojos del molino o el infierno.

Los molinos pueden ser de una muela para uso particular o de varias muelas para moler el trigo de otros vecinos a cambio de una compensación económica o en especie, la maquila. Este último molino se convertía en una pequeña y próspera industria familiar, ya que la afluencia de clientes era muy grande porque todos los vecinos tenían que hacer el pan cada quince días aproximadamente; además también tenían que moler el maíz y otros cereales para el ganado.

Picando la muela

Con esta pequeña industria se creó una nueva profesión artesana, la de molinero. Las tareas más frecuentes de éste eran limpiar periódicamente la presa que comunica el molino con la estacada del río, reparar las fugas de agua, mantenimiento de todos los elementos mecánicos del molino, engrase de cojinetes, picado de las muelas… El picado de las muelas era un trabajo de gran precisión para el que se requería mucha experiencia, pues de él dependía el buen resultado de la molienda. Otros trabajos son los siguientes: arrancar el molino; cargar la tolva o muxega con el grano; regular bien la velocidad de la muela actuando sobre el caudal de agua; conocer exactamente la aproximación que deben de tener las muelas para hacer una harina fina o más gruesa, etc.

Herramientas de widia (wie diamant) para picar la muela

Aunque el molino en su conjunto parece una máquina simple y sencilla, tiene, como todas las cosas mecánicas, secretos fundamentales que hay que conocer tanto en su construcción como en su explotación, para que el resultado final sea un producto de calidad. La construcción del molino debe ser meticulosa y perfecta, las muelas deben estar bien picadas y equilibradas, el molinero debe tener experiencia y conocer los pequeños detalles para conseguir moler con éxito.

Hasta ahora hemos descrito al molino y al molinero de una forma técnica y objetiva, pero en la tradición popular queda abundante constancia de testimonios donde se describen de otra forma más entretenida.

Los molinos eran lugares en los que se concentraba la gente esperando la molienda de su grano,

Estacada o ‘banzao’ del molino de Agüera de Castanéu

esto permitía comunicarse entre los pueblos vecinos que se contaban los chismes del momento; además, los mozos y las mozas utilizaban el viaje al molino para cortejar fuera del control de sus padres. Al estar situados en lugares escondidos y agazapados en las orillas fluviales, los molinos se convertían en objeto de murmuraciones y rumores sobre amoríos y otros tejemanejes más pecaminosos. Hay muchos dichos y canciones populares sobre esto:

Los molinos no son casas,
porque están por los regueros,
son cuartitos retirados
para los mozos solteros.
 
Si vienes a mi molino
solita te moleré,
si vienes a mi molino
yo no te maquilaré.

Moderna turbina con dos salidas de agua del molino de Monasterio del Coto

Estas libertades del molino fueron mal vistas y criticadas por algún clérigo de la época, como Fray Toribio de Pumarada y Toyos (raro para los clérigos), natural de La Riera de Colunga, que en 1712 amenazaba con frases como: ir a dormir al molino, es como ir a la casa del diablo.

El molinero en la tradición popular no sale mejor parado que el molino, ya sea por envidia o por cachondeo, siempre se le consideraba de dudosa reputación a la hora de «maquilar» (cantidad cobrada en especie de cereal). El molinero solía conseguir unos ingresos considerables para la época y evidentemente, en tiempos de poca abundancia, en el único sitio donde no faltaba el pan era en casa del molinero. Esto provocaba la tendencia a pensar que la riqueza del molinero provenía de coger más grano del que le correspondía por la molienda.

Pozo y presa del molino de Vegapope

El cancionero popular está lleno de cantares y dichos que confirman esta dudosa reputación del molinero:

La molinera trae corales
y el molinero corbatín,
no sé como da pa tanto
la tarabica del molín
 
Gasta la molinera ricos pendientes
del trigo que maquila a los clientes.
 
 
 
Cambiarás de molinero pero no de ladrón
 
Una clienta vio al molinero cambiar las ventanas del molino y le hizo la siguiente pregunta:
– Molineiro ¿para qué pones las ventanas, para que no entren los ladrones de afuera o para que no salgan los que hay dentro?.
 

Pinera manual y pinera de molino

La verdad es que algo habría de cierto, ya que siguiendo con el refranero: cuando el río suena agua lleva… Pero los que conocimos a molineros de la zona podemos decir que lo que ganaban lo tenían bien merecido, ya que estaban de sol a sol moliendo, incluidos sábados y domingos; siempre estaban cubiertos de polvo de harina, que además respiraban provocándoles problemas pulmonares. Por otro lado, al estar constantemente en contacto con el agua, la humedad y el frío de las heladas les producían bastantes enfermedades reumáticas.

Hoy, el oficio de molinero está desapareciendo, pero todavía queda alguno en activo que lo presentaré al final de este artículo.

Tolva o ‘muxega’ del molino de Veigapope, se puede ver la medida de volumen denominada ‘la cuarta’ es el cajón de madera que esta encima de la muela.

A continuación haré un breve recorrido por el proceso entero del trigo y sus productos, desde la siembra hasta el horno. Para desgranar como era este proceso, desde el cultivo hasta el horneado del pan, me dejaré asesorar por las mejores especialistas que hay en la materia, ya que lo vivieron en primera persona, y son esas abuelas que aún tenemos por los pueblos y que todavía poseen una mente muy brillante. No puedo anotar tantos detalles como me describen, pues si lo hiciera no haría un artículo, haría un libro; por lo tanto, simplificaré lo que me cuentan y lo escribiré con sus palabras de asturiano occidental o asturiano de Cangas, es decir, con asturiano d’aiquí.

Presa del molino de Fariñas en el río Luiña.

El trigo (Triticum) constituyó la variedad de cereal más apreciado a lo largo de la Edad Media. Mal adaptado al clima de nuestra región, no llegó a alcanzar en esa época la importancia que tuvo la escanda. A partir del siglo XIII aparece sembrado en tierras dispersas en localidades del concejo de Cangas del Narcea: Rubial, Llamera, Carballo y Agüera. En los siglos siguientes su cultivo ya se generaliza por toda la zona.

Segando el trigo

El trigo posee muchas variedades. Preguntando que variedades se sembraban en la zona, nadie me sabe contestar con rigor cuales eran, pero sí me las describen con el nombre popular con que eran reconocidas. Esencialmente había tres tipos de trigo con diferentes características: el primer tipo lo denominaban trigo «grande”, tenía el grano grande y solo se conseguía en las mejores tierras del pueblo; la harina que producía tenía un color muy blanco y se utilizaba para hacer muy buen pan; este trigo es posible que fuera el denominado Triticum Paledor. Otra variedad era el trigo “pequeno”, este también necesitaba sembrarse en las mejores tierras, la harina que salía de este trigo era la de mejor calidad y se reservaba para hacer productos muy finos, como los frixuelos y los dulces. El peor trigo lo denominaban parrucu y era el de peor calidad, teniendo que ser mezclado con el “grande” para conseguir un pan decente. El trigo parrucu provenía de las chombas de los montes del pueblo. Estas chombas eran trabajadas de forma diferente a las demás tierras de labor.

En los montes mancomunados de los pueblos se marcaba una proporción de terreno para cada vecino que lo denominaban chomba, que era cavada a mano con una azada (xadón); este trabajo se denominaba cavar borrones. Posteriormente, por el verano, todo el rastrojo del monte cavado se amontonaba y se prendía fuego en pequeños montones (borrón o borrones). Se sembraba el trigo dos años en estas zonas y después se dejaba descansar el terreno varios años.  A este sistema de agricultura se le llama barbecho, por eso estas zonas de monte eran conocidas como barbeitos. El trigo que salía del monte era de menor calidad, ya que crecía junto a otras hierbas que competían por los nutrientes del suelo, y esto hacía que el trigo fuera más pequeño, duro y sucio; este trigo del monte era el mencionado anteriormente como parrucu.

Mayando a mano con ‘manales’ en El Fuejo, Cangas del Narcea, 1927. En la imagen se ven las ‘facinas’ de centeno y de trigo. Fotografía de Fritz Krüger. Col. Museo del Pueblo de Asturias

Bien, ya tenemos los tipos de trigo y de tierra, ya podemos pasar a sembrar. La siembra se hacía en el mes de noviembre y la siega se hacía en agosto. La siega se realizaba a mano, necesitando mucha mano de obra. Una vez más nos encontramos con una actividad agraria que une a los vecinos para ayudarse de forma colectiva; la siega, el acarreo del trigo a la era y la mayada se hacían juntando esfuerzos entre todos los vecinos.

La siega del trigo se hacía a mano haciendo pequeños montones (gabiechas); estos montones se ataban formando los manoyos, y estos manoyos se juntaban haciendo los típicos montones de trigo que había en las tierras, los llamaban medas. Después de secar el trigo unos días en la tierra se acarreaba a las eras de la casa, disponiéndolo en montones de forma triangular que se llamaban facinas; éstas se ven en algunas fotografías antiguas de mayadas. Las eras de trigo marcaban la riqueza de la casa, pues la casa que tenía muchas facinas en la era dejaba claro que disponía de mucha tierra y de mucho pan, por lo tanto era una casa pudiente.

Mañores (Tineo), 1927.’Facinas’ de trigo en la era. Fotografía de Fritz Krüger. Col. Museo del Pueblo de Asturias.

Cuando el trigo estaba en todas las eras del pueblo se procedía a mayarlo. Esta operación consiste en separar el grano de la paja, generando dos productos: el grano se lleva al hórreo o la panera y con la paja se haci un nuevo montón que se llamaba colmeiro.

La mayada era una fiesta, todos los vecinos participaban de casa en casa, y como es natural en los intermedios y en las comidas no faltaban el jolgorio y buen humor; a esto último ayudaba bastante el que corriera de mano en mano abundantemente el vino de Cangas. (Ver: Una mayada en Rañeces en 1945)

Estando el trigo ya en la panera, el proceso sigue su curso bajando a moler el trigo al molino. Se bajaba cada quince días aproximadamente. El trigo iba metido en un recipiente especial, hecho de piel de oveja, que se denominaba fueche, con capacidad para unos 35 a 40 Kg.

Mayando a máquina

Al molinero se le pagaba con dinero o en especie, la maquila. Ésta, como ya expliqué, consistía en coger una proporción del grano de trigo que se molía. Cada molinero tenía su norma en la cantidad a maquilar; la competencia hacía que el molinero fuera prudente y no cogiera demasiado porcentaje.

Lo que me siguen contando estas abuelas es la parte más agradable de todo el proceso y, por supuesto, es la merecida recompensa a tanto esfuerzo. Con el trigo molido en casa se procedía a hacer el pan y el bollo preñao, hacer la fornada. El día anterior al amasado se ponía la levadura, mezclada con harina y agua templada en un recipiente (fader el furmiento). Esta mezcla se deja toda la noche para que reaccionen los microorganismos unicelulares de la levadura (cheldar). La levadura no se compraba, se dejaba un poco de masa del horneado anterior y se tenía siempre en casa en un recipiente con sal por encima y tapado con una berza. Preguntando para que se ponía la berza no me dan una explicación muy científica.

Moviendo la ‘fornada’ con el ‘rodabiel’ en un antiguo ‘forno’ de Bustelo

Al día siguiente se mezcla este furmiento con toda la masa de harina, agua y sal; se va amasando la fornada que se va a hacer y se deja cheldando, es decir, un tiempo tapada para que el CO2 que producen los hongos de la levadura hagan hinchar esta masa, creando los típicos ojos en la miga del pan. Después se corta esta masa en porciones que serán las futuras fogazas.

Lo que sigue es fácil de adivinar, se enciende el forno con leña. Cuando éste está bien caliente se sacan todas las cenizas con una escoba (el bascayo) que estaba hecha de xiniesta. A continuación se metían las fogazas en el forno con dos instrumentos de madera que son la pala y el rodabiel. Estas herramientas también tenían otras funciones, pues había la creencia, poco justificada, de que en los días de tormenta se debía poner en la era de la casa el rodabiel y la pala de madera haciendo una cruz para que alejaran los relámpagos de la casa. Si Benjamín Franklin supiera esto no se molestaría en hacer tantas tonterías para descubrir el pararrayos.

Horneando las ‘fogazas’ y el bollo

Volviendo al tema, lo mejor de este día de fornada era hacer el bollu preñáu, preñáu del mejor colesterol de la zona, buen chorizo, buen tocino, etc. Desde luego todo este esfuerzo merecía la pena, se conseguía un pan de verdad, sin nada de esos polvitos mágicos que ahora se echan en todos los procesos industriales, además se comía un bollo preñao que nos hacía acercarnos un poco más hacia la muerte en forma de colesterol, pero ¿qué es la vida sin un poco de riesgo?

Hogazas de pan de verdad (sin polvitos mágicos industriales)

A estas alturas del artículo es cuando me doy cuenta de la cantidad de trabajo, de medios, de profesionales y mano de obra que hacían falta para poder comer un buen pan, un buen bollo preñao o unos frixuelos. Yo recuerdo que aquel pan tenia la corteza y la miga de diferente color que el pan industrial que comemos hoy. Cada fornada de pan eran quince fogazas que duraban quince días; el último día el pan estaba perfecto para comer y eso que no llevaba ningún conservante, excepto la sal que tenía en la masa. Hoy compras esas barras de pan que te dan al precio de 2 por 1 y si lo dejas para la cena ya es chicle, y, por supuesto, ni se nos ocurre comerlo el día siguiente. Observando esto me asalta una pregunta: «¿realmente eso será pan? o ¿será un invento híbrido creado por algún químico de la Universidad de Oviedo?». Otra pregunta curiosa: «¿por qué hoy tenemos tantos celíacos, tanta intolerancia al gluten?». ¡Qué mal hizo la ciencia alterando algunos procesos naturales!

Para terminar presentaré algún molino importante del concejo de Cangas del Narcea. Empezaré presentando el que posiblemente fue el mejor molino de la zona, ya que su capacidad y tecnología superaba con creces a los demás. Este molino está en la villa de Cangas en el denominado Prao del Molín, pero su historia aparece en otro artículo de esta web del Tous pa Tous en la que se describe con todo detalle este molino: Historia del molín de la villa de Cangas del Narcea.

Antonio Fernández Rodríguez enseñando el molino de casa Terrao en Agüera de Castañedo

Otros molinos importantes en la actualidad son el de Agüera de Castanéu, el de Fariñas, el de Monasterio del Couto y el de Veigapope.

El molino de Agüera de Castanéu está situado en la orilla del río Narcea, en el pueblo de su nombre. El edificio es bastante moderno ya que fue reformado hace pocos años. Posee dos piedras de moler francesas y todavía está activo moliendo para clientes de los concejos de Cangas e Ibias. Quien me lo enseña es Jesús Antonio Fernández Rodríguez y quien estaba al frente del molino en los años de esplendor era su suegro: Antonio Menéndez de casa Terrao de Agüera.

Nilo González García enseñando el molino de Fariñas

Otro molino importante fue el de Fariñas, junto a Cangas y a orillas del río Luiña. Sus clientes eran todos los pueblos de la sierra del Acebo, de Limés y contornos. Este molino y su moderna estacada pueden verse caminando por el Paseo del Vino de Cangas del Narcea. El molino tiene dos muelas francesas y una toma de fuerza para enganchar una aventadora que servía para limpiar de impurezas el trigo. Quien me enseña el molino es Nilo González García, nieto del antiguo molinero Enrique García Tejón; este molinero era hermano del mítico gaitero José García Tejón «Fariñas». Hoy, este molino está parado, pero me dice Nilo que en sus buenos tiempos a su abuelo no le faltaba el trabajo, moliendo doce horas diarias.

Aventadora para limpiar el trigo que venía de Castilla; molino de Fariñas

El molino dejaba buenos ingresos y de él se podía vivir cómodamente; como anécdota cuenta Nilo que cuando se arregló la estacada del molino se necesitaron siete trabajadores diarios para construirla y lo que recaudaba diariamente el molino era suficiente para pagar a estos siete jornales.

Manuel Blanco ,de Casa Queipo de Monasterio del Coto, frente al molino de su propiedad

El molino de Monasterio del Couto está enclavado en un paraje espectacular al lado del río del Couto. En la actualidad este molino está inactivo. Quien me lo presenta es Manuel Blanco de casa Queipo de Monasterio, que en su día fue molinero como su padre Modesto Blanco. El molino fue construido por su abuelo. Consta de tres piedras, dos francesas y una más blanda del país. Tiene una peculiaridad que lo diferencia de los demás, y es que tiene una turbina moderna con dos salidas de agua para darle más fuerza a la muela. Los clientes de este molino eran los pueblos del Río del Couto, parte del concejo de Ibias, algún comerciante como el almacén del Cuco de la villa de Cangas, etc.

Interior del molino de Monasterio del Coto

En 1933 el molino fue reformado por el abuelo, Manuel Blanco Uría, y en 1950 el padre, Modesto, molía sin interrupción. Era un gran negocio, había grandes colas de caballos esperando por la fornada; dice Manuel que la entrada del molino parecía una feria. El molinero comía, merendaba y cenaba en el molino y a veces era necesario moler de noche con luz artificial. Coincide este molinero en afirmar que el trigo que se producía aquí era mucho mejor que el que venía de Castilla. La forma de pago era como en los demás molinos, en dinero o, lo más habitual, en especie, la maquila; en este molino se quedaban con un kilogramo por cada diez molidos. Otras medidas habituales eran el choupin como unidad de volumen básico y la cuarta que llevaba cuatro choupines.

José Martínez Fernández actual molinero de Vegapope

El molino tiene anexo una toma de fuerza para enganchar una mini central eléctrica que producía luz para el pueblo. Daba suficiente para tres bombillas por cada casa y cada bombilla era de 25 watios.

José Martínez Menéndez anterior molinero de Vegapope

El siguiente molinero es el héroe de estos tiempos, pues esta aún al frente del molino y con gran éxito, ya que mucha gente vuelve a los sabores tradicionales. Este molino está enclavado en el pueblo de Veigapope, en un paraje de gran belleza al lado del río Narcea del que coge su agua y su fuerza. La historia de este molino se pierde en el tiempo. Por él pasaron los diferentes dueños (muirazos) de la casa del Molineiro de Veigapope. Nos dice el molinero actual que tiene escritos donde indican que el molino tiene una antigüedad de varios centenares de años. Este molinero se llama José Martínez Fernández y me comenta que la época de mayor funcionamiento del molino fue la de su padre José Martínez Menéndez.

Molino de Vegapope moliendo

Los clientes de este molino eran de los pueblos colindantes: la Regla, Cibuyo, Llano, Santa Eulalia, Adralés… El molino consta de tres muelas francesas, una de las cuales funciona en la actualidad a pleno rendimiento. Hoy, muele trigo para la panadería Xiepe de Cangas, para la panadería Pan de Ibias, algún horno de Pola de Allande, particulares de Tineo, Valledor y del concejo de Cangas del Narcea. Comenta la mujer del molinero lo contenta que está escuchando de nuevo el ruido que producen las muelas y el agua al moler, ya que hace unos años este molino también estaba abocado a cerrar definitivamente.

José Martínez moliendo en el molino de Vegapope

Le pregunto a José por qué en esta zona se utilizó mucho el trigo, mientras que en otros lugares de la región se utilizaba mayoritariamente la variedad de escanda, me dice que posiblemente en tiempos remotos se utilizó también la escanda, pero esta variedad se cambió por el trigo que conocemos debido a que es más productivo; además, la escanda tiene mucha piel, es más difícil de recoger y es más dura de moler.

Es muy agradable acabar este artículo acompañado del último mohicano, del último molinero en activo, de la imagen viva de una saga de profesionales que durante muchos años de historia fueron la clave de nuestra alimentación. El pan de pueblo, los frixuelos y el bollo preñáu no serían nada sin la experta mano del molinero.


De caza y pesca por Cangas del Narcea

El tema del que hablaré en este artículo siempre despierta opiniones encontradas: habrá quien vea la caza como un arte, como un entretenimiento, un negocio, una herencia biológica ancestral de cuando cazar era el único medio de subsistir que tenía el hombre antes de ser recolector y agricultor; sin embargo, otros verán la caza como algo antinatural e innecesario, matar un animal por entretenimiento, no por necesidad, les parecerá un comportamiento de bárbaros.

Cuadrilla ‘Los Sobrantes’ de Cangas del Narcea.

Conociendo estas dos posturas enfrentadas, abordaré el tema de la forma más objetiva posible, sin entrar en mucha profundidad, sólo intentaré exponer el artículo de manera informal, amena y entretenida, dando a conocer una faceta más de nuestro concejo.

Por supuesto, parto siempre de la base de que hablaré de la caza que está bien regulada para que pueda ser sostenible en el tiempo, respetando la ley y eliminando el furtivismo. Con estas premisas se puede decir que la caza es una actividad que mueve mucho dinero en el concejo y es uno más de los atractivos que Cangas del Narcea suma al conjunto de actividades singulares de la zona.

Empezaré por hacer algo de historia para intentar comprender por que el cazador de Cangas del Narcea tiene ese impulso, esa necesidad de acosar, acometer y cazar un animal.

La versión más inmediata y más fácil es pensar que proviene de los tiempos en que los antepasados tuvieron que cazar para alimentarse y que de alguna forma esto quedó reflejado en el ADN del cazador actual. Pero yo tengo otra versión y la demostraré basándome en hechos históricos que apoyarán mis conclusiones.

Cuadrilla ‘Tiso’ Cangas del Narcea.

Me trasladaré hacia atrás en la historia e intentaré conocer como vivían nuestros antepasados en la denominada Protohistoria Asturiana, que comprende los siglos anteriores al último tercio del siglo I antes de Cristo. En este siglo los astures tienen un contacto serio con las tropas invasoras romanas y éstas nos dejan referencias escritas sobre los antiguos pobladores del norte.

Basándome en el geógrafo e historiador griego Estrabón (Στράβων, Amasia, Ponto, 64 o 63 a. C. – 19 o 24 d. C.), en su obra Geografía, la parte que dedica a Iberia, describe los pueblos del norte con cierto encono, posiblemente debido a la oposición que tuvieron nuestros antepasados a ser sometidos.

Describe Estrabón a los galaicos, astures, cántabros y vascones como salvajes que comen sentados sobre bancos construidos alrededor de las paredes, alineándose en ellos según sus edades y dignidades; los alimentos se hacen circular de mano en mano; mientras beben danzan los hombres al son de las flautas y trompetas saltando en alto y cayendo en genuflexión. Su rudeza y salvajismo no se deben solo a sus costumbres guerreras sino también a su alejamiento, pues los caminos marítimos y terrestres que conducen a estos terrenos son largos y esta dificultad de comunicaciones les hace perder toda sociabilidad y toda humanidad; viven con mucha austeridad, hacen una sola comida al día y duermen sobre jergones de paja; viven sin preocupaciones porque dejan transcurrir la vida sin mas apetencia que lo imprescindible. Viven en ginecocracia bajo el mando de las mujeres, un régimen no muy civilizado. Esto último, también lo dice Estrabón en su obra, (aclaro no vaya a ser que alguna fémina se sienta molesta con mi persona).

Atendiendo a esta descripción de Estrabón y observando el comportamiento de los actuales cazadores, uno empieza a comprender y explicar porque estos hombres necesitan cazar aunque no tengan necesidad de hacerlo para subsistir. Este poder tan grande que las mujeres tenían sobre nuestros antepasados, según Estrabón, desembocó en que la única salida interesante que tenían los hombres para no estar controlados por sus mujeres, era guerrear y cazar; esto les permitía escaparse del castro donde vivían y gozar de relativa libertad sin estar sometidos al capricho y al poder de sus opresoras.

Cazadores posando con la pieza.

Si observamos el comportamiento de las cuadrillas de cazadores es fácil ver que aún se tiene un comportamiento muy similar a los antepasados pobladores norteños, desde luego este comportamiento ahora no está muy justificado ya que la mujer actual nada tiene que ver con aquella que describe el historiador Estrabón. Las cuadrillas organizan la caza de la siguiente forma: queda toda la cuadrilla en el bar Amador a horas bien tempranas, empieza la tertulia, se toma el café, se traslada toda la cuadrilla al monte, se reparten las esperas, se echan los perros y se procede a cazar. Cuando la cuadrilla se despide deja fecha para una cena de todos los guerreros que la componen, se escoge un bar donde se cocine bien la caza y esto permite volver a reunirse toda la cuadrilla una noche para comer, estar de tertulia, bromas, cafés, etc. Sinceramente a que suena esto, claramente una vez mas la historia se repite, la caza vuelve a unir a los hombres para tener unos momentos de libertad sin ningún tipo de opresión como ya hacían aquellos pobladores antiguos del norte.

Chuzo o lanza para cazar cuerpo a cuerpo.

También hay otra versión posible que explica el placer que experimenta el hombre al cazar. Esta versión seguro que es más noble y realista que la explicación anterior. El hombre siempre necesitó estar en contacto con la naturaleza, además siempre necesita mostrar su audacia y su valor; hay casos de cazadores excepcionales en la región que así lo demuestran enfrentándose a la bestia sin mas armamento que una arma blanca que podía ser un cuchillo o un chuzo. Posteriormente se empezó a cazar con escopetas de pistón de un solo tiro. Ésta debía dispararse muy cerca de la pieza para que el tiro fuera efectivo, esto era tan peligroso como cazar a cuchillo, pues al disponer de un solo tiro, el cazador tenía que ser muy certero, de lo contrario la situación se volvía muy comprometida con una pieza de caza muy cabreada enfrente.

El trofeo más preciado en esta época era el oso, su caza suponía una gran exposición y peligro para el cazador y esto hacía que fuese una pieza rodeada de leyendas e imágenes heroicas.

Caza del oso en el Partido de Sierra, Cangas del Narcea, año 1924.

Antes de que se generalizaran las armas de fuego, parece ser que la modalidad de caza de este plantígrado era la de cuerpo a cuerpo; se buscaba una cueva donde estuviera el oso y se forzaba a salir al animal. En el momento en que el oso salía y se abalanzaba sobre el cazador, éste le arrojaba una manta a los ojos y acto seguido intentaba insertarle un cuchillo o un chuzo en el pecho de la presa, el cazador procuraba meter la cabeza entre los brazos del oso para poder esquivar las garras y la boca de la fiera.

Una vez más, Jovellanos nos vale para todo y nos describe muy bien esta modalidad de caza: El que lleva el Machuco del Monasterio por mote Catascios [¿Catasyas?] y a su padre le llamaban Mataosos, porque este era su ordinario entretenimiento. Buscábalos en el monte, los provocaba y dejaba venir hacia él, y cuando se erguían sobre los pies para acometerle, se metía por ellos. El oso no tiene juego en las manos, y entonces les metía un gran cuchillo de monte por las entrañas y los rendía y acababa.

En la región asturiana existieron cazadores míticos que utilizaban este método de caza:

    • Francisco Ortal, vecino de Vigidel (Villanueva de Teverga) mató 70 osos en los montes de Cuevalmundi, Llamaragil, Rebollada y Pillares.
    • Pedro Arias, también de Vigidiel (Teverga) dio muerte a 40 osos entre los años 1810 y 1860. Su hermano “el cura” mató 16.
    • Angelón de Cerredo.
    • Manuel Álvarez, de Urria (Somiedo), apodado “el cazador” y cuyo mote aún perdura en sus descendientes, mató 48, el primero a los 13 años, y murió a consecuencia de las heridas que le ocasionó una osa en el monte de Navatchos.
    • José Díaz, “el valiente”, que después de haber matado muchos es herido y muerto por un oso en 1840.
    • Juan Díaz Faes, «Xuanón de Cabañaquinta», mató 92 osos, algunos de ellos a cuchillo. Falleció a los 72 años el 20 de diciembre de 1894.
    • Francisco Hortal, natural y vecino de Vigidel (Teverga) que falleció en 1849 a los 80 años, mató 75.
    • Francisco Garrido Flórez que mató cerca de cien. Natural de Robledo (Somiedo) andaba siempre vestido de pieles. Usaba como la mayoría de sus compañeros de cacería, escopeta de chispa. A veces luchaba cuerpo a cuerpo. Vivió ochenta años.
    • José Calvo “Miza”, mató 19, es el último representante de esta saga de héroes populares, cuya aureola se pierde en nuestros días pasando de la admiración a la más execrable repulsa de los mismos.

Perros de caza atacando al jabalí.

Como no podía ser menos, en Cangas del Narcea también tuvimos alguno de estos cazadores míticos aunque no están registrados en ningún escrito. Sin embargo, todavía se recuerdan sus nombres en la transmisión oral de gente de la zona que cuentan las grandes gestas heroicas que acontecieron entre el oso y el cazador.

El primer cazador se llamaba Manolo, «Manolón el de Rita», de casa de Mingañán de Genestoso, hoy denominada casa Manolón; era famoso por cazar varios osos a cuchillo. El final de este hombre lo escribió un oso. Se enteró «Manolón el de Rita» que en el monte de Llamera había una osa y fue a cazarla al sistema tradicional de cuchillo; la batalla fue tan fuerte que Manolón perdió un brazo y un ojo, pocos días después fallecía debido a las heridas infligidas por la osa.

Hay referencias orales de que en la Reguera del Cabo había un vecino que también mataba los osos a cuchillo. Moal también contó con otro gran cazador de osos según cuenta Jose de casa Mingo en el siguiente enlace: Cazadores de osos.

Osos por los montes del concejo.

Del oso se utilizaba la piel y el unto (la grasa), este último lo utilizaban para los dolores reumáticos; la carne no la comían salvo en casos de extrema necesidad pues se decía que tenía una carne muy blanda, oscura, dulce y de sabor muy fuerte. Esto seguro que es lo que salvó al oso de su extinción pues si la carne fuera suculenta posiblemente en aquellos tiempos de tantas necesidades habrían acabado con todos.

Comparando estos antiguos cazadores con los actuales no podemos decir precisamente que estos últimos sean tan temerarios, basta echar un vistazo a la parafernalia de medios con los que el cazador actual se enfrenta a la fiera para ver que no corren ningún riesgo. Coches todo terreno, perros que sobrepasan los 4.000 euros, rifles de gran alcance y precisión milimétrica, visores especiales, móviles y emisoras de última generación, GPS de situación en el monte y un sinfín de pertrechos que hacen que el cazador tenga una desorbitada ventaja en el lance con el animal. Por lo tanto hoy día a los cazadores los hay que considerar como grupos que se juntan para pasar un buen rato en buena compañía y hacer un poco de ejercicio físico por nuestros montes, si puede ser, este ejercicio se hará encima del coche todo terreno cuatro por cuatro.

Pero lo fundamental y digno de destacar es que los cazadores actuales suelen ser muy respetuosos con el medio y son los primeros interesados en acatar las leyes que permiten la sostenibilidad de la caza, lejos quedan aquellas formas depredadoras que soportaba nuestra fauna.

Preparando un jabalí para ser ‘desfochado’ (quitarle la piel).

Los cazadores del concejo y los que vienen de visita para cazar, mueven un capital importante en los negocios de la zona, para entender esto basta hacer un número muy rápido sin profundizar demasiado sobre el dinero que mueve la caza actualmente en Cangas del Narcea todos los años. Hay 17 cuadrillas en el concejo con una media de 25 cazadores por cuadrilla, salen un total de 425 cazadores en la zona. Cada cazador paga de media al año 1.700 euros en gastos de impuestos, balas, pienso para perros, veterinarios, bares, cenas, reuniones, etc. En esta cifra no entra la compra de coches todo terreno, carros para perros, rifles, emisoras y otros elementos que aumentarían considerablemente el número dado anteriormente de gasto por cazador. Hacemos un cálculo rápido multiplicando 17 cuadrillas por 25 cazadores por cuadrilla salen 425 cazadores a 1.700 euros de gasto al año por cazador salen 722.500 euros que se distribuyen por la zona. A esta cifra hay que añadirle los 200 invitados que vienen de fuera de nuestro concejo a cazar, más los recechos que la Sociedad de Cazadores ofrece anualmente. También hay que sumar los 6 puestos de trabajo para guardas que esta sociedad soporta económicamente. Así que podemos decir que la caza mueve cifras anuales en la zona entre 700.000 y 800.000 euros.

Perandones en la sala de alevinaje de la Sociedad de Pescadores Mestas del Narcea

Atendiendo a los datos anteriores considero que este colectivo debe tenerse en cuenta como una pata más del entramado turístico de Cangas; evidentemente como dice la canción, aquí no hay playa y tenemos que diversificar y valorar los medios que tenemos a nuestro alcance. Una vez más, recalco que esta opinión sólo se mantiene mientras que la caza sea sostenible, con leyes bien marcadas que no permitan la más mínima posibilidad de poner en peligro la supervivencia de nuestra fauna.

Algo parecido pasa con la pesca y seguro que si se entrara en profundidad en presentar los números serían muy significativos, dejando ver la cantidad de dinero que mueve en el concejo.

Desovando el salmón.

Nuestros ríos son espectaculares y la pesca mueve a mucha gente de aquí, además de atraer a muchos turistas que vienen exclusivamente por el reclamo de pescar en nuestro concejo. Afortunadamente las Sociedades de Pescadores están haciendo una labor encomiable por la salud de estos ríos.

En el Narcea se puede destacar aguas abajo la Sociedad Mestas del Narcea con una planta de alevinaje de salmón y trucha para repoblar y un centro de interpretación. En Cangas del Narcea también existe una iniciativa de pescadores que forman la Sociedad de Pescadores Fuentes del Narcea; éstos también están haciendo un esfuerzo importante por el cuidado y la repoblación del río; tienen una estación de alevinaje en Regla de Naviego donde poseen un centro de interpretación de pesca.

Pescadores de Cangas mostrando su trofeo.

Considero que me he extendido demasiado con la caza y dejo demasiado corta la parte que dedico a la pesca en este artículo, el motivo no es otro que el de no abusar de la confianza de quienes me leen, haciendo un artículo demasiado extenso.

Que me disculpen los pescadores, soy conocedor de que la pesca en el concejo tiene suficiente entidad para escribir otro artículo entero.

La Escuela de Niñas de Sonande, 1869 – 1936

Mesa de la maestra y pupitres en el aula de la escuela de niñas de Sonande

La educación es el sustento principal de los países y de las personas. Y esto lo sabían muy bien los emigrantes que salieron de Asturias en otros tiempos, que descubrían fuera el valor que tenía la formación para ganarse la vida. En el siglo XIX había muy pocas escuelas en el concejo de Cangas del Narcea, y por eso, muchos emigrantes que quisieron ayudar a sus pueblos de origen lo hicieron construyendo a sus expensas escuelas y pagando de sus bolsillos a los maestros. En Cangas del Narcea hubo bastantes mecenas, hoy olvidados, que con su dinero hicieron mucho por la educación de sus vecinos. En la parroquia de Cibea fueron varios los emigrantes enriquecidos en Madrid que construyeron escuelas y en algunos casos crearon fundaciones para seguir manteniéndolas después de su muerte. El primero fue Domingo García Sierra que en 1861 instituyó en su testamento una Fundación benéfico-docente destinada a sostener una escuela elemental de niños en Llamera, que dotó con un local de escuela y ocho mil pesetas en acciones del Banco de España para su sostenimiento. A éste le siguieron Vicente Rodríguez Pérez que fundó una escuela para niñas en Sonande en 1869; Francisco Pérez Rodríguez, conocido como Teresín, que construyó una escuela en Xinestosu / Genestoso y a su muerte, el 16 de septiembre de 1894, dejó unas fincas cuyas rentas deberían servir para pagar al maestro y mantener la escuela, y Francisco Pérez, “el Maduro”, que levantó a su costa la escuela de Valláu / Vallado.

Vicente Rodríguez Pérez, hacia 1880

De todas estas escuelas, la de Sonande es, sin duda, la más original y novedosa por dos razones: primera, porque es una escuela solo para niñas, cosa infrecuente en aquel tiempo en el que no se estimaba la educación femenina y por consiguiente el analfabetismo entre las mujeres era muy elevado, y segunda, porque en este caso no se va a levantar una casa escuela, que es lo corriente, sino que el promotor hará la escuela y vivienda de la maestra en el interior de su propia casa.

El promotor de la escuela de niñas de Sonande fue Vicente Rodríguez Pérez un hombre natural de este pueblo que emigró a Madrid siguiendo a su tío Francisco Rodríguez, a quien heredará a la muerte de este en 1866. Los dos hicieron mucho dinero trabajando en casas de banca y en Bolsa, y los dos permanecieron solteros.

Inscripción y fecha de construcción de la casa

Vicente Rodríguez construyó en 1869 una gran casa en Sonande, la conocida como casa El Muirazo, que dedica a su tío Francisco. En su fachada principal puede leerse: «A la memoria de un hijo de este pueblo» y «En recuerdo del S. D. Francisco Rodríguez». La casa tiene planta baja y dos pisos, y la parte izquierda está habilitada para las funciones de escuela.

Casa de El Muirazo en Sonande, construida en 1869 por Vicente Rodríguez, donde está la escuela de niñas. A la derecha entrada y patio de recreo.

En la planta baja hay un local de entrada, donde las niñas dejaban las madreñas; en el piso primero está el local de escuela, que todavía conserva los pupitres, la mesa de la maestra y diverso material escolar (mapas, láminas), y en el piso segundo está la vivienda de la maestra con su cocina, dormitorio, sala y retrete. Los tres espacios están comunicados por una escalera reservada únicamente para este uso. Por fuera de la casa, las niñas tenían una entrada independiente de la principal y un pequeño patio para el recreo. En la fachada principal de la casa había una campana para llamar a la escuela.

La escuela comenzó a funcionar hacia 1870 y perduró hasta el comienzo de la Guerra Civil en 1936. Sus normas, establecidas por «el dueño», eran las siguientes:

Tienen derecho a concurrir a esta Escuela las niñas de todos los pueblos de la parroquia de Cibea y su hijuela de Genestoso sin distinción de ninguna clase.

También pueden concurrir las niñas de los parientes del dueño de la escuela aunque no sean de la parroquia de Cibea.

A las niñas se les da libros, papel y plumas para escribir por cuenta del dueño.

No se permite recibir ninguna niña que no tenga 6 años cumplidos.

Condiciones para la Sra. Maestra

Normas de la Escuela de Niñas de Sonande y lámina de ‘Vocales y consonantes’

Prohíbo que se dé a las niñas más castigo que ponerlas de rodillas y dejarlas encerradas sin salir a comer; dentro de la escuela no se permite distinción a ninguna niña.

Los días de vacaciones y punto los señala el dueño.

La Sra. Maestra en los días de vacaciones y punto tiene la obligación de estar al servicio del dueño de la escuela, y comerá en casa de dicho señor si lo estima conveniente.

Prohíbe a la Sra. Maestra tener tertulia ni visitas de personas que no sean de su familia para evitar habladurías del vecindario y que observe buena conducta.

Aula de la escuela de niñas de Sonande y lámina de ‘Pesos y medidas’

Por la escuela de Sonande pasaron cientos de niñas de la parroquia de Cibea. Se conservan tres libros de matrícula y asistencia diaria del siglo XX, y por ellos sabemos que el número de alumnas matriculadas era muy alto, por ejemplo: en 1906 había 46 niñas; en 1907: 38 niñas; en 1908: 54 niñas, y en 1912: 54 niñas. Las edades, según estos mismos libros, iban desde los 4 a los 14 años. Las faltas de asistencia a clase eran muy elevadas, debido a las distancias que tenían que recorrer algunas niñas, al mal tiempo en invierno y al trabajo que tenían que realizar en sus casas. En los primeros años del siglo XX estuvo de maestra Mª de Loreto Gallego y la última fue Paulina López Menendez, natural de Pigüeces (Somiedo), que acabó casándose en Sonande.

Esquela de Vicente Rodríguez en ‘El Imparcial’, 9 de abril de 1891

Vicente Rodríguez murió el 8 de abril de 1891 y su esquela apareció en el diario El Imparcial, de Madrid. Este periódico lo había fundado en 1867 Eduardo Gasset y era de tendencia liberal, progresista, demócrata y antidinástica, y había apoyado la Revolución de Septiembre de 1868, la llegada de Amadeo de Saboya y la Primera República Española. No es de extrañar por tanto que Vicente Rodríguez, lector de El Imparcial, fuese un liberal progresista y que su interés por la educación de las niñas de su parroquia natal se enmarcase en esa ideología muy preocupada por la igualdad de sexos en la enseñanza. Su acción filantrópica consiguió que en el valle de Cibea se redujese el analfabetismo femenino al mínimo en las primeras décadas del siglo XX, hecho que no se dará en otras parroquias del concejo.

La casa El Muirazo y la escuela de niñas se conservan muy bien gracias al esfuerzo de su actual propietaria Josín Sagarra Rodríguez, a quien tenemos que agradecer la información que nos dio para redactar esta noticia y su esfuerzo por esta conservación.

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Nombres de vacas III – El libro de aparcería de ganado de la casa de Miramontes, 1813 – 1826

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Vacas en la sierra de Arbolente, al fondo el Río del Couto.

Una de las fuentes de información más útil para conocer la historia de la ganadería en Asturias son los libros de aparcería o “comuña”, en los que los propietarios registraban las cuentas del ganado que daban a medias a campesinos. Nosotros tenemos uno de la casa de Miramontes, que perteneció a José Alfonso Argüelles y que comprende anotaciones desde 1813 a 1826. Este señor residía en la villa de Cangas del Narcea, pero la casa solar de su familia era la de Miramontes, la conocida como La Torre de Sorrodiles, en la parroquia de Cibea, donde vivía en aquel tiempo un casero. Sus propiedades estaban repartidas por Cibea, Xinestosu / Genestoso y el Partido de Sierra, y fuera de nuestro concejo por Valdés, Pravia, Laciana (León) y Valdeorras (Ourense). En el libro anota cada año las cuentas de las cabezas de ganado que tenía dadas en aparcería con varios campesinos: Vicente Martínez “el Colaso”; Manuel Menéndez, de Villarino de Cibea; Francisco Frade, del Térano de Cibea; Feliciano de Alba, de Genestoso; Francisco Gancedo “el Requel”, de Villarino de Cibea; Juan Martínez “el Indiano de Villanueva”; Diego Rodríguez, de Miramontes (casero de José Alfonso Argüelles), y “Joaquín, hijo de Pedro de Llamas”.

En aparcería tenía cabras, yeguas y, sobre todo, ganado vacuno: becerras, magüetas, vacas y bueyes. Los campesinos aprovechaban la leche, la fuerza de los animales para tirar del carro o aperos, y sus excrementos para hacer “cuitu” y abonar las tierras. Las crías de las vacas quedaban a medias entre el propietario y el llevador, y si se vendían se repartían el dinero. En el libro también aparecen los tratos que hacía con estos campesinos: “Hoy, 13 de marzo de 1826, compré o tomé una vaca y una novilla de dos años a Manuel Flórez, de Genestoso. Y se las dejé de aparcería. La vaca fue en trece duros y es mía sola, y las crías de a medias. Y la novilla en seis duros y lo que pase cuando se venda de los seis duros de a medias y las crías también de a medias”.

A veces se perdía toda la ganancia por muerte del animal. Se anotan cuatro causas de muerte: “se la comió el lobo” (se anota en tres casos); “lo comió el oso” (“Año de 1821. Un buey de a medias, de los dos que tenía el año de 20, pues el otro lo comió el oso”); “el mal bravo”, que es la causa más frecuente (“Murió una becerra de año del mal bravo y me dio la mitad del pellejo, hoy 7 de marzo de 26”) y una vaca que murió “derribada”. Cuando la muerte acontecía por las dos últimas causas se aprovechaba el pellejo del animal, que era para el propietario si la res era toda de él o se repartía a medias si la propiedad era compartida.

No todos los animales aparecen en este libro con nombres que los identifiquen. Los bueyes nunca se mencionan por su nombre; tampoco es habitual mencionar los de las becerras o las magüetas. Aparecen los nombres de dos novillos: Moreno (un novillo de dos años) y Pulido (“un novillo negro de tres años llamado el Pulido”). En cambio, las vacas madres son las que casi siempre se anotan con un nombre propio.

Los nombres que aparecen son los siguientes:

  • Abrila
  • Bragada
  • Cachorra, Calva, Castaña, Corala
  • Figuera
  • Garbosa
  • Lloura
  • Mariella, Melandra
  • Negra
  • Parda, Parrada, Pecha, Perusa, Peruya, Pinta, Prieta, Pulida
  • Rabona, Rana, Roja
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Las bodas en Leitariegos en 1898

Boda en la iglesia de Cibea, hacia 1920, con los novios, convidados y cantadoras con los panderos encintados. Col. Josefina González, de casa Alfonsa, Las Cuadriel.las de Vil.lalái.

[En 1898, Rodríguez Riesco envió una larga monografía sobre el concejo de Leitariegos al médico Octavio Bellmunt, de Gijón, con destino a la obra Asturias, que estaban editando este doctor y Fermín Canella desde diciembre de 1894. En el tomo tercero de esta obra solo apareció un breve resumen de ese texto, que puede leerse en nuestra Biblioteca Canguesa:

Rodríguez Riesco, José: Leitariegos (1900). En: Tous pa Tous. Sociedad Canguesa de Amantes del País, ed. facsímil, 2009.

El escrito completo ofrece mucha información desconocida y es muy interesante para conocer aquel concejo que se integró en el de Cangas del Narcea en 1925. En las próximas semanas publicaremos el escrito completo en la web del Tous pa Tous, hoy sólo vamos a dar a conocer la parte en que relata cómo eran las bodas y los tratos matrimoniales a fines del siglo XIX. El autor había nacido en 1853 en Brañas de Arriba y era maestro, y en aquel año de 1898 ejercía de secretario del Juzgado y del Ayuntamiento de Leitariegos. Juaco López Álvarez]

 

LAS BODAS EN LEITARIEGOS EN 1898
José Rodríguez Riesco

Nada más de común tienen las fiestas en Leitariegos, pero algo más de simbólico y emblemático tienen las bodas. No hemos de decir que en dichas alturas las bodas se contraen por interés o por amor, porque generalmente existen ambas cosas según las condiciones de los individuos, según se puede apreciar, si bien generalmente con tendencia a lo primero como más favorable. Se busca en primer lugar el mus y buena moza. Mas si no se encuentra ésta se decide por aquel y, al contrario, si no se encuentra dinero se elige una buena moza. No digamos que suelen gastar largas relaciones amorosas, porque éstas, la que más, dura medio año.

Se juzga igual y divierten sin excepcionar a ninguna, mas al llegar la época de tener que contraer matrimonio los mayorazgos, bien porque ellos lo propongan, bien por indicación de los padres, cuando van teniendo de los veinte y cinco a los treinta y cinco [años], pues de más jóvenes no suelen casarse, procuran buscar un embustero, los que no tienen la habilidad, memoria o influencia para el negocio que de por sí van habilitando, y ataviándose de sus mejores prendas, buen  mulo o caballo bien enjaezado (si tienen que salir del pueblo) se dirigen pretendiente y embustero, pero de noche, que es cuando suelen efectuarse estas aventuras para no ser vistos y uno en pos de otro discurren lo necesario para el trance supremo. Casos se han dado de salir a ello y no saber ni por asomo a dónde se iban a dirigir. El embustero habla y propone, que es el que no tiene vergüenza, y después de ser bien obsequiadas [las mozas] con tortillas, frisuelos y vino que llevan los pretendientes a veces surte efecto y otras queda pendiente, pero atrás o alante se deciden luego.

La mayoría paran por cuestión del dote, que es de sumo interés pues, como suelen decir, la casa de fulano (niegan todas las deudas) se merece tanto y cuanto y como tienen la boca grande para esto, es donde generalmente oscilan todos los reparos, pues una casa regular no se conforma de ocho mil reales abajo. La menor de 500 a 1.000 pesetas y las principales suelen llegar a los dos mil duros, que siempre se van dando a plazos de mil reales al año hasta solventarlo; además del ajuar de boda los hay que lo hacen de presentes, que es lo más lucido, así como poner onzas de oro o monedas de a cinco duros de arras en vez de duros o pesetas. Las arras suelen regalarse a la novia, pues es cuestión del padrino y siempre se buscan los más ricos. Se han dado casos de parar las bodas por causa de la vaca de la chueca, de si la había de llevar o no, aunque ya se perdió esta costumbre que antes prevalecía mucho, mas si pueden sacar un buen prado o tierra de dote esto sí lo hacen.

Generalmente se suelen casar parientes con parientes, costumbre de la que se ha usado mucho y en tal manera que hay pueblos como El Puerto que todos son parientes, unos vecinos de otros, y todos pues se apellidan Cosmen de primero o segundo apellido, pero apellido noble como se demostraron en  hijosdalgo y armas pintar cuyas Reales Cédulas tienen y conservan, sucediendo otro tanto en Braña de Arriba con los Rodríguez, Sierras y Tablados, y en Trascastro con los Rodríguez y Garcías y otros.

 Los mayorazgos o primogénitos son los que son troncarios y se casan en casa; los hijos restantes, si no van para casas de mayorazgas, todos se ausentan a Madrid y otros puntos, aunque siempre atienden y entran en casa.

En cuestión de pretensiones, corren velozmente por el pueblo y concejo las noticias pues nunca falta de la casa quien lo diga, cuando no se alaba la novia, a fin ya de alardear de tal o ya para que llegue otro [pretendiente] de más importancia, que suelen trocar sin escrúpulo porque aquí el que más tiene mejor vive.

Página del manuscrito de José Rodríguez Riesco sobre Leitariegos, 1898.

Llega el día de la boda y con anticipación, los convidados (que son todos los mozos del pueblo y las mozas) y, además, otros amigos y parientes, el cura y los sastres de la boda, se suelen preparar para la misma, siendo convidado igualmente ahora el Juez o su delegado que asista, que no se perdona una. Los mozos encargan la pólvora, el padrino los puros y la madrina las bollas. Las mozas del lugar y las de los pueblos por donde ha de pasar, ocho días antes se juntan todas las tardes para ensayar las seguidillas que les han de cantar, las cuales confeccionan para cada boda las suyas. Procuran obtener un buen día de sol, pues tienen mal presagio si llueve en el día de la boda de una, pues dicen que llora. Grandes variaciones deben de sufrir las enamoradas parejas, pues regularmente como desde el cura hasta el sacristán todos son casamenteros, unos dicen que va bien, otros que mal, otros que tiene mal genio, otros que no; algunos los desguían y dicen que mejor lo haría con fulano o bien a él con otra fulana, lo cual los ponen a la muerte pues les dan en qué pensar.

El día de la boda, temprano, se anuncia por los convidados con sendas descargas de pólvora, cada uno con el arma que puede adquirir o bien con voladores; hechos que se presentan incesantemente como si fuesen a montería, no siendo la primera vez que algunos por usar malas armas y cargar mucho para que suene se llevan los dedos de las manos sin que nadie se queje ni acuda a la autoridad. Todo el día se oye: ¡Viva la novia! ¡Viva la boda! Las mozas bien compuestas con panderos encintados y castañuelas, dos delante cantan, las demás responden, principiando a hacerlo al salir los novios de la iglesia, ellas delante y la gente del pueblo no convidada, que toda concurre aun en el día de mayor ocupación. Detrás siguen los novios y padrinos y luego el cura, juez y demás acompañamiento. Todos majestuosamente van acompasados, sin que puedan pasar delante de las cantadoras, y el padrino va repartiendo cigarros puros a todos. Es condición previa que si la boda sale del pueblo o viene de afuera, cada convidado ha de llevar buena caballería y bien aparejada y cuantos más mayor bombo. El novio ha de llevar dos, la suya y la de la novia, sucediendo en estos casos que con los continuos disparos se espanten las caballerías no acostumbradas y tiren los jinetes, que si son hembras, en el entusiasmo general, por verlas manejarse a las hábiles y llorar a las temerosas, haciendo los disparos por entre los caballos. Es pues esto una pura alegría para los convidados y un pesar para las que no saben cabalgar que siempre enseñan lo reservado.

El tiroteo es continuo y el canto melodioso y triste, que en la mayoría de las ocasiones hace prorrumpir a los desposados en amargo llanto y conmueve a los circundantes. Entre las muchas y generales que cantan allá van las siguientes:

Los buenos días les damos

a los novios y padrinos,

que todos juntos parecen

los serafines divinos[1].

Padrinos más elegantes

ni madrina más salada

aunque del cielo bajase

un pintor que los pintara.

Salga, salga la su suegra

a recibir la sua nuera,

a quererla y estimarla

como si hija suya fuera.

La enhorabuena les damos

en la puerta del Sagrario

a los novios y padrinos

y demás acompañados

El señor novio y la novia

bien se aconsejaron antes,

que llamaron a la boda

padrinos muy arrogantes.

Convídala, caballero,

con una jarra de plata,

que buena muchacha llevas

para gobernar la casa.

¡Qué mocedad tan florida,

qué acompañamiento grande,

qué padrinos tan hermosos,

qué novios tan elegantes!

Qué buena dicha ha tenido

madrugar el señor novio,

porque de la mejor huerta

se cogió el mejor repollo.

El señor padrino de hoy

es arrogante caballero,

ya nos vamos acercando

vayan soltando el dinero.

Padrinos tan elegantes

y novios de igual presencia,

al presentarse en la calle

hacen al sol competencia.

El padrino de esta boda

se ha portado bien del todo

que para casar los novios

ha puesto las arras de oro.

Y la señora madrina

también ha de regalar,

si han de ser dos sean cuatro

y sabremos dispensar.

La luna le dice al sol:

-No prosigas tu carrera,

que los novios y padrinos

los resplandores te llevan.

Y la señora madrina

lo hizo con arroganza

que para casar la novia

anillos puso de plata.

El padrino de esta boda

puede soltar el bolsillo,

para soltar la propina

de esas monedas de a cinco.

Contesta el sol a la luna:

-Detente y sale más tarde

que los novios y padrinos

alumbran toda la calle.

La novia que hoy se casó

viene muy aborrecida,

por Dios al novio pedimos

que le haga buena vida.

De esas monedas de a cinco

somos desinteresadas,

que a recibir cuatro duros

ya estamos acostumbradas.

Casada, ya estás casada

por los libros de San Pedro,

quiera Dios te haga dichosa

y los ángeles del cielo.

 

La novia que hoy se casó

fue pretendida de tantos,

el galán que la llevó

dio limosnas a los Santos.

La madrina de esta boda

quiera Dios que de hoy en quince

sea su primer pregón

y que a nosotras nos brinde.

Casada que hoy le pusieron

el yugo del matrimonio

quiera Dios que no te pese

ni tampoco al señor novio.

Por encima tu tejado

ya baja el sol a alumbrarte

y toda las tus amigas

venimos acompañarte.

Adiós te decimos todas

y a Dios tenemos pedido

que seas feliz, dichosa

al lado de tu marido.

El sol baja por su trecho,

la luna queda en su trono,

al ver gente tan lucida

de parte del señor novio.

Al pasear por la calle

y al revolver de la esquina

ya se divisa el palacio

donde ha de habitar la novia.

La despedida les damos,

disimulen nuestros yerros

que el que no tiene saber

no se ve libre de ellos.

Por el jardín del amor

el novio se ha paseado

y  del más alto rosal

una rosa se ha alcanzado.

Abran las puertas, señores,

ábranlas de par en par,

que a esta nueva casadina

venimos a acompañar.

Adiós te decimos todas

con bastante sentimiento,

quedamos pidiendo a Dios

que las nuestras sean luego.

Es esa que lleva al lado,

esa nacarada rosa,

que en la puerta de la iglesia

se la dieron por  esposa.

Salgan las de la cocina

a recibir la casada,

si nos permiten licencia

venimos a acompañarla.

 FIN

La novia y la madrina

son dos flores muy preciosas

de diamantes engarzadas

y perlecitas hermosas.

 

Abran las puertas señores,

ábranlas con alegría,

que aquí está la casada

y la señora madrina.

Después que acaban de cantar, o mejor dicho, cuando piden la propina a los padrinos (que la tienen que dar de tres a 25 pesetas, y la madrina una hogaza de trigo y en dinero de una a 5 pesetas, según clase) les dan las gracias o callan, cantando también.

Grabado del cuadro -Una boda de aldea- en Monasterio de Hermo, de Luis Álvarez Catalá, fines del siglo XIX.

Llegan a la puerta [de la casa] del novio; las puertas están abiertas de par en par y sale la suegra a buscar la nuera, que abraza y besa e introduce en compañía de todos al mejor sitio de la cocina o sala con lloros y suspiros, gritos de alegría, enhorabuena, etcétera. De antemano se tienen preparadas a la entrada fuentes con ricas mantecas del día y pan de trigo y vino blanco, y la madrina y el padrino o encargada reparten grandes rechas [rebanadas de pan] cargadas de miel o azúcar a todos los concurrentes de la boda y a todos los del pueblo, grandes y pequeños, sin que quede alguno, salvo las disidentes que sin darse por aludidas se escurren si puede ser. Sigue la algazara. Comida asombrosa a medio día, baile animado, cena de igual calibre y baile hasta el amanecer al cual concurren todos los mozos de los pueblos aunque disten dos leguas. Si hace mucho sol y es verano forman merienda campestre y en un carro la llevan al hermoso campo de Vistauril donde al lado de la gaita pasan el día alegremente.

Si viene la novia de otra parroquia o pueblo, además del canto dicho, salen a despedirla igualmente; por los pueblos que pasan salen a recibirlos con igual o variado son, pues en cada pueblo usan el suyo y los padrinos tienen que dar iguales propinas o pasar por donde no haya pueblos.

Tales son las bodas en Leitariegos, que si bien nunca pintaron mal hay dotes ofrecidas de muchos años que aún no se han pagado ni pagarán. Las que mejor suelen pintar, según se dice, son las de los propios pueblos, aunque no se distancia mucho para buscarlas.


[1] Por supuesto, en cada boda cantan, además de éstas, otras particulares alusivas a los casados, con descripción de nombres, apellidos y demás que les haya pasado y nobleza, etcétera.

Los vaqueiros de alzada en Xinestosu (y una súplica de los vaqueiros al rey Carlos III en 1776)

[nextpage title=»Brañas en Cangas del Narcea»]

BRAÑAS DE VAQUEIROS EN CANGAS DEL NARCEA

 

Brañas de Saldepuesto, Cangas del Narcea. Foto: Fernando M. Herrero Azcárate

Las alturas de las montañas del concejo de Cangas del Narcea hoy están completamente deshabitadas. Durante parte del año pastan en ellas muchas vacas, pero no se oye la voz de casi nadie, porque los dueños de ese ganado solo suben a vigilarlo de vez en cuando. Antiguamente no era así y en el verano las brañas y los pastos altos estaban repletos de personas, que pasaban allí varios meses guardando y cuidando el ganado. Además, a los vecinos del concejo se sumaban los vaqueiros de alzada que procedentes de Tineo, Villayón y, sobre todo, Valdés ocupaban brañas en términos de las parroquias de Las Montañas, Xarceléi, Santianes, Teinás, Villacibrán, Gillón, Monesteriu d’Ermu, Xinestosu o Leitariegos.

Brañas de vaqueiros eran Saldepuesto, Oul.ladas, La Feltrosa, Braniego, Xunqueras, Los Cadavales, Chanos o Valdecuélebre. También las de Burramil, Queixeira, Bujuvil, L’Acebal y Pantravieso, que en 1877 eran propiedad de Manuela de Llano y Merás, señora de la casa de Santianes de Porley, y ocupaban vaqueiros de los pueblos de Ablanedo y Candanosa, del concejo de Valdés. Y según Juan Uría Riu algunos pueblos de nuestro concejo habrían sido en su origen brañas de vaqueiros, como Castil del Moure, Brendimiana/Brañameana o El Cabanal, todos en la parroquia de L.linares del Acebo, o La Braña d’Ordial en Xarceléi.

Algunas de estas brañas eran muy grandes, como La Feltrosa y Xunqueras. En 1826, según el Diccionario Geográfico-estadístico de España, de Sebastián Miñano, la primera, situada en términos de Gillón, tenía en verano 60 vecinos y 275 habitantes, y la de Xunqueras, en la parroquia de Teinás, 40 vecinos; sobre esta última escribe lo siguiente:

Brañas de Saldepuesto, Cangas del Narcea. Foto: Fernando M. Herrero Azcárate

Esta braña se halla a la falda del puerto de Serrantina; se compone de varias chozas hechas de tapines, en donde en el verano habitan más de 40 vecinos con sus ganados que se mantienen en sus abundantes pastos, y en el invierno se retiran a la marina. No trabajan ni cultivan cosa alguna, pagan algún diezmo de manteca, queso y jatos, y contribuyen con pagas reales en el tercio de setiembre.

En Cangas del Narcea, los vaqueiros dejaron un folclore muy rico, que cada día está más olvidado. Adolfo García Martínez, que es en la actualidad el mejor conocedor de este grupo, nos ha recitado dos coplas referidas a brañas vaqueras de nuestro concejo:

Las vaqueras de Braniego
dan el l.leite a los galanes
ya van diciendo pa Buseco
que lo maman los tenrales.
 
Vaquerina de Xunqueras
si acabaste la farina
cue la vaca ya’l gochu
ya veite pa la marina.
 

Los vaqueiros son un grupo étnico que se trasladaba desde la marina hasta la cordillera en busca de pasto para su ganado. En invierno ocupaban pueblos bajos, situados en Gijón, Siero, Las Regueras, Llanera, Salas, Cudillero, Valdés, Tineo o Navia, y en verano residían en Somiedo, Cangas del Narcea, Tineo o Torrestío y Lumajo ya en la provincia de León. Además de criar ganado, los vaqueiros se dedicaban a la arriería y con sus caballos o machos transportaban mercancías de León y Castilla a Asturias. Su modo de vida diferente hizo que se convirtieran en un grupo aparte del resto de los campesinos.

Braña La Feltrosa (Gillón, Cangas del Narcea)

Debido a la competencia por el aprovechamiento de los pastos, la convivencia entre los vecinos de los pueblos y los vaqueiros no era siempre amable, y eran frecuentes las quejas de los primeros por el número tan elevado de cabezas que traían los vaqueiros y porque el ganado de estos entraba a pastar en sus tierras. Esto dio pie a numerosos pleitos y también a disputas que a menudo acababan a palos.

Los vaqueiros pasaban en el concejo de Cangas del Narcea unos cuatro o cinco meses al año. Ocupaban terrenos que arrendaban al monasterio de Corias o a grandes terratenientes, como las casas del conde de Toreno, Miramontes, Carballo o Santianes de Porley. En las brañas vivían en unas cabañas muy pobres. En 1752, en las respuestas generales que dan las parroquias del Coto de Cangas al catastro del marqués de La Ensenada sobre las casas y otras construcciones, se dice: “no regulan ninguna [renta] a los vaqueros por las chozas de su residencia, por consistir la fábrica de ellas en la unión de rozo de árgoma o escoba, que aun para la defensa del temporal necesita reedificarse cada mes”.  Y en las respuestas que sobre lo mismo da el concejo de Cangas del Narcea se dice: “sin que incluyan por casa, ni aun de ganado, las que los vaqueros de alzada tienen en las brañas de su residencia, por consistir la fábrica de ellas en la unión de rozo de árgoma o escoba”. Entrado el siglo XIX, las cabañas de estas brañas seguían siendo muy pobres, y en 1826 las de Xunqueras, como señala Miñano, eran “chozas hechas de tapines”.

Con el tiempo, las cabañas de los vaqueiros se fabricarán con piedra. Hasta no hace muchos años todavía existían en pie un par de cabañas en la braña de Saldepuesto, que eran unas construcciones de planta rectangular y cubierta a dos aguas con pequeñas losas. En ese lugar pueden verse las piedras de los restos de las numerosas viviendas que hubo allí, igual que sucede en las brañas de Braniego o La Feltrosa. La única de estas brañas en las que aún se mantienen las viviendas en buen estado es en la de Chanos (parroquia de Teinás), donde hasta hace pocos años todavía traían dos vaqueiros su ganado a pasar el verano, uno de Folgueras del Río (Tineo) y el otro de Argumoso (Valdés).

En 1927 se publicó en La Maniega (nº 6) un artículo titulado “Visitando una braña de vaqueiros” y firmado en Madrid por “Paco”, en el que describe el ambiente del interior de una cabaña de una braña de la que no da el nombre y que el autor había visitado el verano anterior. El mobiliario era de una gran probreza:

Por fin llego, echo pie a tierra, dejando en libertad al pollín para que se fartase bien de la fresca hierba que pisábamos. Me dirigí a una cabana; antes de llamar se abrió la puerta para dar paso a un hombre ya viejo, de baja estatura, pero de recia construcción; me hizo pasar a la pobre habitación, haciéndome sentar en el único asiento que allí tenía, pues todo su mobiliario consistía en un camastro con jergón de fueya, tapado con dos ordinarias mantas de lana y un cobertor; un tayuelo, encima del cual había una escudiecha y una cuchara de madera, utensilio que usaba para sus comidas. 

Conocida es la afabilidad de los vaqueiros, pues éstos no quedan contentos hasta que no fartan a uno de todo aquello que hallan a mano. Ofreciume primero una cazolada de cheite caliente y un trozo de pan más negro que su cogote, que ya es decir; aquello me supo a gloria; no hubiera yo cambiado aquello por el más suculento manjar que me pudieran presentar. Quiso hacerme probar unas papas de maíz que estaban en una mugrienta bolsa colgada de un palo metido en la pared.

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LOS VECINOS DE XINESTOSU CONTRA LOS VAQUEIROS EN EL SIGLO XVIII

 

Genestoso / Xinestosu, Cangas del Narcea.

En el siglo XVIII los vecinos de Xinestosu pleitearon con los vaqueiros para limitar su presencia en sus pastos. Desde “tiempo inmemorial” y durante varios meses de verano venían a este pueblo cuatro familias de vaqueiros procedentes del concejo de Valdés, en concreto de las brañas de Rioseco, parroquia de La Montaña, y Busindre, de Paredes. Allí, en una braña situada junto al camino que va al pueblo de Orallo, en Laciana (León), tenían sus cabañas para recogerse las familias y “alrededor de ellas, sin abrigo alguno, vivían los ganados”. A comienzos del siglo XVIII venían a este pueblo los vaqueiros: Antonio Corral, Pedro Jaquete, Alonso Guerrero y Francisco Antón.

En 1729 los vecinos de Xinestosu presentaron una queja porque una de esas familias se había desdoblado y a la cabaña que era del fallecido Antonio Corral iban dos hijos con sus respectivas familias. Los vecinos se oponían a la presencia de  uno de estos hijos y solicitaban que se fuese cuanto antes. Las razones que daban para su denuncia eran las siguientes:

[…] y aviándose muerto el dicho Antonio Corral dejó por sus hijos a Luis Corral, su hijo mayor, que esta fatuo, y el segundo que se llama Juan tomó estado de matrimonio y se recogió en dicha casa, y después de algunos años lo tomó el dicho Esteban, y se vino a dicho lugar con su mujer, recogiéndose ambos hermanos en dicha cabaña con ambas familias, y por este medio pretende [Esteban] avecindarse en el lugar y con el de ser hijo y heredero de dicho su padre, sin que él ni más hijos que de él hubiesen quedado tengan derecho alguno ni bienes, más que un pradico de medio carro de yerba y el derecho de pastar en los términos abertales de dicho lugar un solo hijo que habite dicha cabaña desde principios de mayo hasta principios de octubre de cada año; con la obligación de pagar los tributos reales, según su caudal, en todo el año como otro vecino, sin que tengan derecho alguno a roturar, ni abonar ningunos prados, ni heredades, ni pastar, ni cortar en los montes y abertales, más que un sucesor de cada uno de cuatro que tienen cabañas en dicho lugar y todos de crecida familia, y de permitírsele al dicho Esteban Corral esta mansión […] serán con el tiempo tantos que arruinarán y destruirán [a] los vecinos, que les será preciso desamparar el lugar, por tanto y para obviar este inconveniente

No sabemos cuál fue el resultado de este pleito, pero nos sirve para conocer la tensa convivencia que existía entre los vaqueiros y los vecinos de Xinestosu.

Convenio entre vecinos de Parada la Viecha y vaqueiros para aprovechar el pasto de las brañas de Burramilo, Cubilledo y Branaqueseira en 1543.

Cuarenta años después de aquella denuncia, los vecinos volvieron a demandar a los vaqueiros. Esta vez el motivo fue impedir el aprovechamiento y uso de los pastos comunes por lo vaqueiros de alzada. Su objetivo era expulsar a estos vecinos incómodos, que solo venían durante cinco meses al año, traían mucho ganado y no participaban de los trabajos comunales. Al parecer, otro objetivo oculto era deshacerse de ellos para alquilar los pastos en esos mismos meses de verano a los pastores de ovejas merinas, que procedentes de Extremadura o Castilla, pastaban en las proximidades de Xinestosu.

Este pleito llegó a la Real Audiencia de Asturias y allí, en 1771, se dictó una sentencia por la que se mandaba “que no se les permitiese a dichos vaqueiros el aprovechamiento de pastos comunes no viviendo como vecinos la mayor parte del año en dicho lugar de Genestoso”. La sentencia establecía como condición que durante ese tiempo tenía que vivir allí el cabeza de familia, residiendo en este lugar desde el verano hasta “el cumplimiento del Precepto Pascual”, es decir, hasta finales del mes de marzo o abril. Esto era algo imposible de llevar a cabo por los vaqueiros y contra la sentencia alegaron la elevada altitud de Xinestosu, la imposibilidad de residir allí “en tiempo crudo de nieves, yelos y aguas”, la mala calidad de sus refugios y la falta de alimento para el ganado. Pero todo esto no sirvió de nada.

A los vaqueiros de Xinestosu los apoyaron los dueños de las casas de Miramontes y de Carballo, que con su expulsión salían perjudicados, porque los vaqueiros llevaban en arrendamiento tierras suyas. E incluso la Junta General del Principado hizo una declaración en 1776 contra esta sentencia, que redactó el conde de Peñalba, en la que mencionaba el beneficio que traían consigo los vaqueiros “en los parajes que habitan” por “el abono que reciben aquellos terrenos con sus ganados” y por “ser unos continuos trajinantes de que se sigue al provecho a los lugares inmediatos a su habitación con los vinos que de los reinos de Castilla conducen, producto grande de la Real Hacienda y de los arbitrios impuestos sobre este licor”.

A pesar de todo, los vecinos de Xinestosu se salieron con la suya y los vaqueiros tuvieron que dejar de ir los meses de verano a aquel término. En 1817, el señor de la casa de Miramontes, José Alfonso Argüelles, hijo de José Alfonso Pertierra, que había defendido a los vaqueiros en 1771, escribió en una noticia histórico-geográfica de la parroquia de Cibea y su hijuela de Xinestosu sobre estos vaqueiros, los vecinos y los jueces de la Real Audiencia:

Y contiguo al camino de esta subida [de Orallo, en Laciana] estaba dicha braña, contra cuyos vaqueros, inquilinos y renteros de las dos casas atrás dichas, movieron pleito los vecinos de Genestoso por los años de mil setecientos y setenta, siendo los principales agentes y motores del pleito Cayetano Calvín y Francisco Gavilán, vecinos de Genestoso, con poder de los demás, alegando les consumían los pastos para sus ganados, que no eran vecinos los vaqueros, ni hacían funciones de serlo, y que solo subsistían en dicha braña el tiempo preciso y que les era útil para ellos, sin rendir utilidad alguna al pueblo de Genestoso. Logró este lugar la protección del Fiscal de la Real Audiencia de Oviedo y de su Oidor Decano, ambos amigos de jamones y manteca, y alegó el Fiscal que la propiedad de Miramontes y Carballo era intrusión contra la libertad y subsistencia de los pueblos, de quienes eran los pastos y pertenecían al vinculo regio. Se sentenció que viviendo los vaqueros en la braña la mayor parte del año, con funciones completas de vecinos, siguiesen en la braña, pero por lo riguroso les fue imposible y los persiguieron los vecinos hasta expelerlos.

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SÚPLICA DE LOS VAQUEIROS AL REY CARLOS III EN 1776

 

Representación de Manuel Redruello, vaqueiro, al rey Carlos III, 1776

Con motivo de aquella sentencia, dictada en 1771 por la Real Audiencia de Asturias, los vaqueiros vieron peligrar su sistema de vida y su propia existencia, porque si la actitud de los vecinos de Xinestosu se extendía a otros pueblos en los que ellos pasaban el verano y se repetía la misma sentencia, al final ellos no podrían subir con sus ganados a los pastos de altura. Y esto era una situación que amenazaba el “modo de vida y sustentarse” de todo el grupo, porque en el verano no podían alimentar su ganado con el pasto que tenían en las brañas o pueblos de la marina. Los vaqueiros no podían vivir sin “habitación de invierno y de verano”.

Esta situación les obligó a presentar una representación o súplica al rey Carlos III para exponerle el problema y buscar su intercesión. Este escrito, desconocido hasta ahora y que presenta el TOUS PA TOUS por primera vez, muestra las ideas que los vaqueiros de alzada tenían sobre sí mismos y sobre los aldeanos o xaldos, cómo veían ellos su propia vida y cómo interpretaban la inquina de los vecinos de los pueblos con los que tenían que convivir.

No creemos que la emulación que experimentamos provenga de nuestro modo de vivir, que no es envidiable, sino de los efectos y esquilmos que nos produce, los que apetecen nuestros vecinos, aunque no se mueven a imitarnos en el trabajo y afán. Solo quieren hacer compatibles su regalo y abundancia con la ociosidad y quietud.

Esta representación dirigida a Carlos III es un testimonio excepcional, en el que se tocan los grandes temas que hay alrededor de los vaqueiros de alzada. El documento procede del archivo de la Casa de Miramontes y lo reproducimos íntegramente a continuación: 

Señor

Manuel  Redruello,  vaquero de los que llaman del alzada en el Principado de Asturias, por sí y a nombre de los demás vaqueros de alzada que habitan y pueblan en tiempo de verano las mayores alturas y quebradas peñas del dicho Principado y especialmente de los que avecindamos con nuestras familias, por el referido tiempo, en el lugar de Genestoso, hijuela de la parroquia de Cibea, en el concejo de Cangas de Tineo, con tanta más confianza, cuanto mayor es su infelicidad y más lamentable su suerte y la de los demás sus compañeros, llega A. L. R. P. de V. M.  y con el más profundo respeto representa:

Que esta clase y porción de vasallos, por una vaga aunque heredada tradición o concepto obscuro de su origen y establecimiento en aquella provincia, experimentan   el sumo desprecio de aquellos naturales, sus convecinos, negándose a concurrir y alternar con ellos hasta en los templos, pues por evitar (a lo que parece) mayores escándalos y alborotos se les señala el ínfimo lugar en las iglesias para que desde él limitadamente puedan adorar a Dios y asistir a los divinos oficios, sobre cuyo particular está lleno el archivo eclesiástico de pleitos seguidos con el mayor tesón y ardimiento, y en la actualidad los hay pendientes. Este abatimiento lo han sufrido los suplicantes reduciéndose y acomodándose a tan ínfima condición, porque al fin han podido lograr su subsistencia a costa de una continua transmigración con sus familias, ganados y ajuares, en la forma que se expresará, pero ya no pueden continuar en su tolerancia porque se les impide y pone embarazos a su modo de vivir y sustentarse en el referido Principado desde su estancia. Es así, Señor, que nuestro ejercicio es la trajinería, conduciendo con caballos los abastos y géneros de otras provincias a la de Asturias, y nuestras mujeres entre tanto quedan en las alturas de los montes cuidando y apacentando un corto número de ganados vacunos y lanares. En tiempo de ivierno habitan en las montañas fronteras a el mar, donde su inmediación hace se experimente un clima menos riguroso. Allí hacen su mayor residencia, tienen sus casas donde se albergan con sus ganados y praderías para apacentarlos; por lo mismo, esta morada constituye su vecindario y feligresía, y en ella se les exigen las contribuciones reales y el Pecho Personal, así para el reemplazo de el ejercito como para el Servicio del Milicias, lo que se acredita de el testimonio que acompaña esta humilde representación. Pero en tiempo de verano faltan enteramente los pastos y se ven precisados a dejar yermas estas casas, cargando todos sus muebles y familia para conducir los ganados ocho, diez o más leguas, y buscarles el alimento en las más remotas brañas, que habiendo estado cubiertas de nieve producen en este tiempo hierbas frescas entre aquellas peñas, donde tenemos unas pequeñas chozas o, con más propiedad, nidos para que nuestras familias duerman a techo; no puede extenderse ni pasar tan incómoda mansión de cuatro meses, porque o vuelven las nieves o baten los vientos en aquellas alturas, de suerte que es forzoso dejarlas y restituirse a las habitaciones de ivierno. Así, nos llaman con propiedad vaqueros de alzada, porque andamos con el ganado vacuno en un continuo y progresivo alzamiento de casa o transmigración.

No creemos que la emulación que experimentamos provenga de nuestro modo de vivir, que no es envidiable, sino de los efectos y esquilmos que nos produce, los que apetecen nuestros vecinos, aunque no se mueven a imitarnos en el trabajo y afán. Solo quieren hacer compatibles su regalo y abundancia con la ociosidad y quietud. De este principio nace el empeño que han tomado los de el lugar de Genestoso de expelernos de las brañas pertenecientes al dicho lugar, donde siempre algunos de nosotros hicimos nuestra mansión de verano, y en prueba poseemos algunas porciones de prados que nuestros mayores nos dejaron con carga de Aniversario. Han seguido a este fin un largo pleito en vuestra Real Audiencia de Asturias sobre el despojarnos de esta posesión particular, apoyada de la general costumbre que va expuesta, admitida y hasta ahora no reclamada por otro lugar o vecindario alguno del Principado. Y sin embargo que hicimos nuestra defensa justificándola por notorio, y acreditando también las muchas y graves extorsiones que habíamos sufrido, aquel tribunal nos condenó por sentencia de vista y revista a que no pudiésemos aprovechar los referidos pastos, ni continuar nuestra antigua costumbre y posesión, no viviendo, ni habiendo en ellos vecindad la mayor parte del año; cuya providencia, ya por evitar nuestra entera ruina, nos allanabamos a cumplir deteniéndonos en nuestras miserables chozas, expuestos a la inclemencia y rigor de los tiempos, hasta verificar la residencia de más de los seis meses. Pero vuestro Fiscal que reside en aquella Audiencia ha tomado la voz de los vecinos contra nosotros con tanto empeño, que ha pedido y a su instancia se ha mandado, que esta morada haya de ser con la cabeza de familia, y afianzándola, y no solo esto, sino que se haya de cumplir en ella con el Precepto Pascual; siendo así que de nuestra habitación de ivierno a ésta de verano hay la distancia de once leguas, en una y otra no podemos cumplir y sin ambas no podemos vivir. En el ivierno es imposible permanecer en las brañas y alturas de Genestoso porque se cubren de nieves, en el verano nos es forzoso dejar las de Valdés porque perecerían nuestros ganados faltándoles el pasto; luego, los efectos de estas Providencias serán el privarnos de aquel suelo y extrañarnos de la provincia, no solo a nosotros los que pastamos el verano en Genestoso, sino a todos los demás vaqueros de alzada, nuestros compañeros, que pastan por esta dicha estación en las demás brañas del Principado, pues por lo proveído se extenderá a ellos el rigor que nosotros ya experimentamos, porque se verifica la misma razón, y si algunos quedasen será a costa de gratificar a los respectivos vecindarios porque no reclamen, como si tuviesen acción a contradecir y defender este aprovechamiento de sus términos, lo que por tanto tiempo han callado y lo han permitido. Ellos tienen sus casas en los valles y abrigos de los montes, y aunque en el  verano lleven sus ganados a las alturas, sobran en ellos los pastos para todos, a no ser que quieran utilizarse arrendándolos a extraños. Últimamente, Señor, no hay Ley en estos Reinos, según nos aseguran, que prescriba tales requisitos en asuntos de pastos, y aunque vuestra Audiencia y su Fiscal hayan contraído a el suelo de Asturias las doctrinas de autores que escribieron en otras provincias, donde el modo de población y el clima son diferentes, no deben a la verdad adaptarse, porque la incapacidad de habitarse aquellas alturas por nos de cuatro meses, excluye la circunstancia de que hayan de pasar de seis. En esta atención

A. V. M. humildemente suplicamos, que extienda su Real Clemencia a estos miserables vasallos, mandando que la Audiencia remita los autos que acreditarán toda nuestra narrativa y que informe a mayor abundamiento la Diputación del Principado si es así cierta la costumbre y nuestro modo de vivir, y en vista de todo libertarnos de la nueva servidumbre que se nos impone, suspendiendo entre tanto los efectos de las expresadas sentencias y resoluciones en su ejecución tomadas, para que continuemos nuestras antiguas posesiones, usos y costumbres. Así lo esperamos de vuestro paternal amor y Real protección.

Dios Nuestro Señor guie la C. R. P. de V. M. los muchos años que le pedimos y estos Reinos necesitan.

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Escuelas y maestros en el concejo de Cangas del Narcea en 1935 y 1936

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Foto y firma de Teresa Rodríguez en el carnet de identidad de inspectora de 1ª enseñanza, 1935. Col. de Luis M. Rodríguez Sánchez.

Hoy publicamos en el Tous pa Tous un texto excepcional. Se trata de las notas que escribió Teresa Rodríguez Álvarez, inspectora de primera enseñanza, en sus visitas a las escuelas del concejo de Cangas del Narcea en 1935 y 1936. Estas notas están escritas en una pequeña libreta que nos ha facilitado su sobrino Luis Miguel Rodríguez Sánchez.

Teresa era la primogénita del matrimonio formado por los maestros Gabino Rodríguez, de Besullo, y Faustina Álvarez, natural de León, y hermana de Alejandro Casona. Nació en 1900 en el pueblo de Canales (León), donde su familia tenía una casa. En su infancia y juventud vivió en diferentes lugares de León, Asturias y Murcia, acompañando a sus padres. Estudió magisterio, como el resto de sus cuatro hermanos (Alejandro, Matutina, José y Jovita), y el 6 de junio de 1932 ingresó en el cuerpo de inspectores de primera enseñanza.  Después de la Guerra Civil dejó de trabajar y se trasladó con su marido, el médico Florentino Hurlé Morán, a Pontevedra, donde falleció en 1966.

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Teresa Rodríguez con su marido y su padre en Pontevedra, 1942. Col. de Luis M. Rodríguez Sánchez.

Nuestra inspectora perteneció al colectivo de nuevos inspectores de enseñanza formado por la República Española, que tenía como objetivo primordial renovar el sistema educativo y auxiliar a los maestros en su tarea pedagógica. Hasta entonces la inspección era sobre todo un trabajo burocrático, a partir de ahora se hará visitando a menudo las escuelas para conocer la auténtica realidad de las aulas y asesorar a los maestros. El ideario republicano era una educación gratuita, laica y de carácter activo y creador.

Teresa era una profesional exigente y observadora. Recorrió el concejo de Cangas del Narcea en los meses de mayo y junio de 1935, y en los de enero y mayo de 1936. Iba a caballo. Las anotaciones que escribe de cada escuela son breves, pero muy ilustrativas para conocer la situación de la enseñanza en el concejo en aquellos años de la II República Española. En total visitó 67 escuelas o “locales provisionales” donde se impartían clases.

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Libreta de notas de Teresa Rodríguez

Una buena parte de estas escuelas se había construido durante la Dictadura de Primo de Rivera y la República. Diez años antes, Luis Bello, en las crónicas de su viaje por las escuelas de Asturias que publica en el diario El Sol, mencionaba que el concejo «no llega a tener cuarenta escuelas». En 1935, la existencia de un edificio destinado a este cometido y la presencia de un maestro con titulación era una novedad muy reciente en muchos pueblos. Teresa acude a algunos pueblos a conocer el solar donde se va a construir la escuela y a reconocer los «locales provisionales» que se emplean como aulas, que normalmente eran salas o desvanes de casas particulares.

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Planta del piso del proyecto de escuela para Limés del arquitecto Leopoldo Corugedo, diciembre de 1922, que nunca llegó a realizarse.

La mayoría de las escuelas eran unitarias, es decir, en una misma aula convivían niños y niñas de diferentes edades. En unos pocos pueblos había dos maestros y dos aulas, una para las niñas y otra para los niños, como sucedía en Bimeda, Naviego, San Julián de Arbas, Limés, Llano o Tebongo. La única escuela que agrupaba a los alumnos en grados era la de la villa de Cangas del Narcea, que ocupaba un edificio terminado de construir hacia 1877 y que en 1935 era insuficiente para albergar a tanto escolar como había.

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Planta baja del proyecto de escuela para Limés del arquitecto Leopoldo Corugedo, diciembre de 1922, que nunca llegó a realizarse.

Sin embargo, a pesar del avance de la instrucción pública, en 1935 el estado de muchos de los espacios donde se impartía la enseñanza era lamentable y la dotación de material escolar insuficiente. Por ejemplo, sobre la escuela de Llamas del Mouro, que visita el 1 de julio de 1935, escribe: “La escuela es malísima, húmeda, baja de techo, poca luz, faltan mesas, encerados, mapas, armario. Libros pocos y malos. […]. No hay libros de lectura”, y de la de Villaláez, que visita el 6 mayo de 1936, dice: “Escuela malísima, material infame. No hay mesas ni encerados, ni armario, ni nada. Únicamente algunos libros”.

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Fachada principal del proyecto de escuela para Limés del arquitecto Leopoldo Corugedo, diciembre de 1922, que nunca llegó a realizarse.

Con todo, el principal problema de la instrucción en Cangas del Narcea era la bajísima asistencia de los escolares a las aulas. Uno de los datos que siempre anota Teresa es el número de matriculados en la escuela y el número de alumnos que están presentes en el momento que ella realiza la inspección. La situación es desmoralizante. En Agüera de Castanedo escribe el 11 de mayo de 1936: «Matrícula 45. Término medio de asistencia 14. Hay muy poca asistencia, presentes hoy 7 y eso porque saben que yo vengo». La causa de estas ausencias la señala ella misma el 7 de mayo de 1935 en la escuela de Linares del Acebo, donde anota: «He podido apreciar lo siguiente: de los 28 niños matriculados solo hay presentes en el momento de la visita 8, siendo la asistencia ordinariamente muy irregular por dedicar a los niños al trabajo del campo y a cuidar el ganado». El problema se agudiza en julio, mes de la hierba; el 1 de julio visita Jarceley, donde hay 40 matriculados, y ese día «no hay ningún niño, están dedicados a las faenas del campo», y lo mismo sucede al día siguiente en la escuela de El Pládano. Por eso, en sus visitas, insta a los maestros a que fomenten la asistencia de sus alumnos a la escuela.

En las escuelas los maestros no eran todos iguales. Había maestros propietarios y maestros interinos, había mujeres y hombres. Unos empleaban métodos de enseñanza modernos y otros estaban anticuados para el modelo de enseñanza que propugnaba Teresa. Algunos maestros estaban muy comprometidos con la instrucción pública que propiciaba el Gobierno de la República. Teresa Rodríguez nos da los nombres de todos ellos. En total menciona a 72 enseñantes, de los cuales 46 son maestros y 26 maestras.

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Carnet de identidad de inspectora de 1ª enseñanza de 1935, libreta de notas y tarjeta de visita de Teresa Rodríguez Álvarez. Col. de Luis M. Rodríguez Sánchez.

Las notas de su libreta terminan el 1 de julio de 1936. Comenzaban las vacaciones de verano. El curso siguiente iba a ser muy diferente, porque el 18 de julio todo aquel universo escolar iba a estallar por los aires, y con el golpe de estado del general Franco aquel sistema educativo desaparecerá. También desaparecerán muchos de aquellos maestros que visitó Teresa Rodríguez. Gracias al libro de Leonardo Borque López, La represión violenta contra los maestros republicanos en Asturias (Oviedo, KRK Ed., 2010) y a otras informaciones, sabemos el triste destino de algunos de ellos. Celso García Rodríguez (natural de Sotrondio), maestro de Llamas del Mouro en 1935; Ceferino Farfante Rodríguez (natural de Besullo), primo de Teresa, maestro en Cangas en 1936 y Vicente Bosqued, maestro de Bergame en ese mismo año, fueron ejecutados por los franquistas. Juan Almeida Rabal, maestro de Carceda, de ideas conservadoras, fue asesinado en Porley en 1937. Manuel Pérez Rodríguez, maestro de Tebongo, fue condenado a 20 años de cárcel por sus ideas republicanas y murió en el penal del Dueso. Bernardino González García (natural de Viveiro, Lugo), maestro de Carballedo en 1935 y de la escuela de Cangas en 1936, fue condenado a pena de muerte, que le fue conmutada. María Dolores González, maestra de El Pládano; José Granell (natural de Rocafort, Valencia), maestro de Gedrez en 1935 y de Cibuyo en 1936, y otros muchos más fueron inhabilitados durante algún tiempo para el ejercicio de la enseñanza por ser maestros de la República. Celso López Rodríguez, maestro de Limés en 1935 y de Araniego en 1936, marchó en 1937 para Rusia acompañando a un grupo de «niños de la guerra».

El paso del tiempo ha convertido aquella pequeña libreta de notas de Teresa Rodríguez en  testigo de una etapa muy importante en la promoción y difusión de la instrucción pública en el concejo de Cangas del Narcea.

[Sigue en página 2]