alt

Descripción geográfica-histórica del concejo de Cangas del Narcea en 1802

“Son los naturales [de Cangas del Narcea] de estatura regular, pero hacia los puertos más robustos
y agraciados; aguantan mucho trabajo. Su índole generalmente es pacífica y son muy adheridos a su país”.
alt

Puente de Tebongo sobre el río Narcea. Los puentes de piedra que existían en el concejo en 1802 aparecen mencionados en esta ‘Descripción’.

La Descripción que publicamos a continuación fue escrita para el “Diccionario geográfico-histórico de Asturias”, que bajo la dirección del canónigo asturiano Francisco Martínez Marina (Oviedo, 1754 – Zaragoza, 1833) promovió la Real Academia de la Historia en los primeros años del siglo XIX. Este Diccionario se incluía en un proyecto más amplio, iniciado en 1772, cuyo fin era la realización del Diccionario geográfico-histórico de España.

El “Diccionario de Asturias” nunca llegó a publicarse, sin embargo información y textos extraídos de la documentación recopilada para él –como es el caso de nuestra Descripción– fueron aprovechados para confeccionar el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España realizado por Pascual Madoz entre 1845-1850.

Martínez Marina solicitó para realizar este Diccionario la ayuda de muchas personas de Asturias, a las que remitía un detallado cuestionario. En el caso de Cangas del Narcea pidió ayuda al conde de Toreno, Joaquín José Queipo de Llano (Cangas del Narcea, 1727 – 1805), y a Pedro de Ayala, canónigo de Oviedo, pero ambos rehusaron colaborar. Esto mismo le sucedió a Martínez Marina con otras muchas personas en otros lugares de Asturias y fue la causa de que la obra se retrasase y al final, debido a este y otros contratiempos, no viera la luz.

alt

Vista del monte de Muniellos desde Pena Ventana en agosto de 2012

Uno de los grandes apoyos que tuvo Martínez Marina fue el Obispo de Oviedo, Juan de Llano Ponte (Avilés, 1727-1805), que colaboró personalmente en la redacción de algunas noticias y, sobre todo, solicitó la ayuda de muchos curas de su diócesis. El 9 de marzo de 1802 Llano Ponte escribe a Martínez Marina: “Llegó y remito la relación del concejo de Cangas de Tineo, que está bien exacta, aunque la razón de las producciones del concejo debería ser por parroquias”. Esta “relación” es la Descripción que publicamos ahora en la web del Tous pa Tous y que lleva por título completo: “Descripción geográfica histórica del concejo de Cangas de Tineo en el Principado de Asturias, hecha por encargo del Ilmo. Sr. Obispo de Oviedo. Año de 1802”.

La Descripción no está firmada, aunque es casi seguro que su autor fue el párroco de la villa de Cangas del Narcea que unos meses más tarde envía unas “Adicciones a la Descripción Geográfico-histórica del concejo de Cangas de Tineo (cuyo mapa acompaña)”; en estas adicciones recopila información sobre cangueses que han destacado por sus carreras militar, política y eclesiástica. En 1802 el párroco era Gerónimo de la Faya, que no era natural de Cangas del Narcea, pero cuya vida transcurrió en gran parte aquí: en 1787 ya aparece empadronado en la villa y el 8 de junio de 1820 muere en ella, y es enterrado en la Colegiata.

El manuscrito original de esta Descripción del concejo de Cangas del Narcea escrita en 1802 está en la Real Academia de la Historia, en Madrid, y consta de 39 folios. Nosotros tenemos que agradecerle a Adolfo García Martínez que nos haya pasado una fotocopia del escrito original. Esta es la primera vez que se publica íntegramente.

Su contenido se divide en cuatro partes:

1ª parte. Descripción de los límites y el terreno del concejo, con especial hincapié en sus ríos.

2ª parte. Dedicada a la villa de Cangas del Narcea, donde se enumeran sus edificios más notables, la forma del gobierno del concejo y su actividad industrial (tenería o fábrica de curtidos, explotación del monte de Muniellos).

3ª parte. Relación de las 45 parroquias y siete anejos del concejo, en la que se menciona su localización, los pueblos que las integran, el número de vecinos y otros datos como la existencia de puentes y de restos antiguos (lápidas antiguas, capillas, castillos, torres).

y 4ª parte. Enumeración de datos sobre la población, producciones e industrias del concejo, así como algunas características sobre su naturaleza y habitantes.

NOTICIAS ARQUEOLÓGICAS

Uno de los aspectos que más interesaba a la Real Academia de la Historia, como se desprende del cuestionario enviado a los colaboradores del Diccionario, era la existencia de restos u obras antiguas: “castillos fuertes”, iglesias, ermitas, santuarios, sepulcros, “lápidas con inscripciones romanas o góticas”, “antiguallas, vestigios o ruinas de pueblos”, e incluso la noticia de “algún sitio, batalla o suceso memorable”.

En la Descripción del concejo de Cangas del Narcea se recogen los textos de varias lapidas funerarias o de consagración de iglesias, como los que existen en las parroquias de Cibea, Cibuyo, Castanedo, Naviego o en el Monasterio de Corias, así como noticias de restos de “castillos antiguos”, que corresponden a poblados castreños de época prerromana o romana y también a castillos medievales. Estas noticias constituyen las primeras referencias escritas que existen sobre estos yacimientos arqueológicos. Sin embargo, el autor, aunque tiene muy presente la idea de un tiempo pasado, no sitúa estos restos en un periodo determinado de la antigüedad y a los castros los cita como “castillos antiguos”, destacando en algunos casos su localización inexpugnable.

En relación con estas noticias se dice en la parroquia de Besullo: “Y en sus inmediaciones y las de la parroquia anterior [Las Montañas] se hallan varios vestigios de haberse beneficiado allí minerales”. Estos “vestigios” todavía se conservan y pertenecen a explotaciones auríferas de época romana.

La relación de “castillos” o castros que menciona la Descripción de Cangas del Narcea de 1802 es la siguiente:

Villa de Cangas del Narcea

Parroquia de Cangas del Narcea: en la Descripción se dice que la villa de Cangas había “estado antiguamente en su cumbre, llamada La Cogolla, como a un tiro de bala de donde hoy se halla, defendida de un castillo fuerte, del que aún también se dice allí el Vallado”.

Río Rengos o Río Narcea

Parroquia de Santa Eulalia de Cueras: en Llano, “vestigios de un castillo antiguo llamado de Segura”. Catalogado por J. M. González con el nombre de El Castro.

Parroquia de Cibuyo: “A media legua más arriba, también a la parte occidental del río, se ven aún ruinas de un castillo antiguo llamado la Palanquera, cuyo nombre conserva aquel sitio”. Probablemente se trata del castro que hay en Veiga’l Castro conocido hoy como Las Torres.

Parroquia de Posada de Rengos: Un poco más arriba de la unión del río que baja por el valle de Moal con el río Narcea “se hallan vestigios de un castillo antiguo, cuyo sitio se llama aún el Castro”. Catalogado por J. M. González con el nombre de El Castro en el pueblo de Ventanueva.

alt

Castro sobre el pueblo de Tremáu de Carballo, mencionado en esta Descripción de 1802.

Río Cibea

Parroquia de Cibea: en el sitio de Miramontes (Sorrodiles), “cuya situación y torre indican que hubo allí castillo”. Catalogada actualmente como una torre bajomedieval.

Parroquia de Carballo: en Tremado, “sobre el mismo lugar hubo antiguamente un castillo llamado Trasmato, del que aún se ve tal cual ruina”. Catalogado por J. M. González con el nombre de El Castro.

Partido de Sierra

Parroquia de Tebongo: en Portiella, “frente a este último, que está del lado occidental del río, y en el que hubo un castillo antiguo de su nombre, desagua el río de Onón”. Lugar conocido como El Castiechu y catalogado actualmente como una torre medieval.

Parroquia de Santa María de Regla de Jarceley: “E inmediato a Pambley, en una roca escarpada sobre el río, se ven varios trozos de las ruinas de un castillo muy antiguo, que por su situación sería inexpugnable en aquellos tiempos”.

Parroquia de Tainás: “Poco más abajo de Castiello (en que se dice hubo un castillo antiguo donde hoy llaman los Castros) se une el otro brazo del río…”. Catalogado por J. M. González con el nombre de El Chano las Coronas.

Parroquia de Santiago de Sierra: en “Becerrales (donde se dice hubo un castillo antiguo)”. El castro conocido más cercano a este pueblo es El Castiecho, en Valcabo.

Descripción geográfico-histórica del concejo de Cangas de Tineo en el Principado de Asturias
Año de 1802
BIBLIOGRAFÍA
FERRERO, M., Linajes asturianos: Padrones de la villa y concejo de Cangas de Tineo (Madrid: I. Salazar y Castro, 1967).
GONZÁLEZ, J. M., “Catalogación de los castros asturianos”, en Miscelánea histórica asturiana (Oviedo: 1976).
PÉREZ DE CASTRO, J. L. El Diccionario Geográfico Histórico de Asturias (Oviedo: I.D.E.A., 1959).

Breve reportaje sobre el Tous pa Tous en LNE

{iframe width="100%" height="1430"}http://www.lne.es/occidente/2012/08/29/historia-cangas-tous-pa-tous/1290416.html{/iframe}

alt

Los quintos de Cangas del Narcea en 1886

Recuperado el Libro del Reemplazo de ese año, que será entregado en las próximas semanas al Archivo Municipal de Cangas del Narcea.

alt

Soldados de Cangas del Narcea retratados en Corias, hacia 1927. Fotografía de Benjamín R. Membiela.

El socio del Tous pa Tous Eladio Regueral Martínez ha encontrado en su casa el Libro del Reemplazo de 1886 del concejo de Cangas del Narcea, en el que se recoge todo lo concerniente al llamamiento de mozos para el servicio militar obligatorio, cuya responsabilidad recaía en los ayuntamientos.

El servicio militar obligatorio se había establecido en España en 1835. En 1886 duraba tres años. Los ayuntamientos tenían encomendada por la Ley de Reclutamiento y Reemplazo del Ejército el llamamiento de todos los varones de 19 años para el cumplimiento de ese servicio. La lista de los mozos se solicitaba a los alcaldes de barrio y a los curas párrocos, que la hacían a partir de los libros de bautizados. En la casa consistorial, ante una comisión integrada por representantes del municipio, dos médicos, un oficial del Ejército y un sargento tallador, se medía la estatura de los mozos y se presentaban las alegaciones para librarse de este servicio. Existían varias causas para no hacer la mili: no alcanzar la talla mínima exigida (1,50 metros), padecer alguna enfermedad o defecto físico y tener una situación familiar desfavorable: hijo de viuda, hijo de padre pobre e impedido, “hermano de soldado y mantener a su padre impedido y pobre”, etc. Cuando el joven no se presentaba, eran su padre o su madre quienes comunicaban a la comisión que su hijo había fallecido o residía fuera. Para avalar la situación familiar del mozo, este tenía que presentar dos testigos ajenos a la familia y un informe del párroco.

alt

Circular del alcalde de Cangas del Narcea solicitando al párroco y al alcalde de barrio de Larna la relación de mozos de la parroquia para el llamamiento al servicio militar, 20 de diciembre de 1919.

Toda esta información se recogía, año tras año, en unos libros que se conservaban en los archivos municipales y que son una fuente de información muy útil para conocer la vida de nuestros antepasados. Lamentablemente, en el Archivo Municipal de Cangas del Narcea solo se conserva un libro de esta clase del siglo XIX, el que corresponde al reemplazo de 1848, y los del siglo XX comienzan en 1918 y llegan hasta la desaparición del servicio militar obligatorio en 2001. Todos los libros que faltan, desde 1848 hasta 1918, fueron inexplicablemente tirados a la basura en los años sesenta del siglo XX, por orden de un secretario municipal, y eso, a pesar de que estos libros habían sido encuadernados a conciencia con el fin de perdurar en el tiempo.

El libro de 1886 aparecido ahora se conservó gracias a Eladio Regueral Uría, funcionario municipal, que decidió “salvarlo” porque uno de los mozos que aparece en él es su padre, Adoración Regueral Flórez.

alt

Gráfica que refleja el nº de mozos del Reemplazo de 1886 clasificados según la talla.

Los jóvenes del reemplazo de 1886 habían nacido en 1867. En Cangas del Narcea fueron llamados a filas: 237 mozos, de los cuales se tallaron 209. La talla media de estos jóvenes era: 1,52 metros. Una estatura realmente baja para jóvenes varones. En esa época la talla media de los reclutas españoles era de 1,61 m., que era, además, la más baja de la Europa occidental: la de los franceses era 1,66 m., y la de los ingleses y suecos: 1,69 m. Todos los estudiosos de la estatura humana están de acuerdo en que estos registros constituyen el mejor parámetro para evaluar el bienestar biológico y la nutrición de las poblaciones. “La talla -según el estudioso James Tanner- es el espejo del nivel de vida de una sociedad”, y conociendo la talla de los mozos de Cangas del Narcea en 1886 está claro que la penuria en la que vivían muchos de nuestros antepasados era grande.

El mozo más bajo del concejo de Cangas del Narcea en 1886 medía 1,09 m. (José Torre Hidalgo, de Robledo de Tainás), había otro de 1,20 m. (Rudesindo Rodríguez Pérez, de Peñas), y cinco de 1,30 m. (Juan Amago Álvarez, de Escrita; Manuel Rubio Rodríguez, de Trones; Francisco Rubio González y Enrique Fernández Berdasco, de Parada de Tainás, y Manuel Blanco, de La Linde). Cincuenta y nueve mozos medían entre 1,45 y 1,49 metros. Los más altos alcanzaban la talla de 1,70 m. y eran cuatro. Eso sí, ninguno de todos estos fue al Ejercito, ni los bajos ni los altos.

alt

Lista de los mozos del Reemplazo de 1886 (I)

Los primeros libraron por su baja estatura y los últimos por diversos motivos: Alfredo Ron González, de Cangas del Narcea, alegó defectos físicos y fue declarado inútil; José Iglesias, de Arbolente, hijo de padres desconocidos, “alegó enfermedad del pecho y defecto en un pie”; Segundo López López, de Gedrez, “alega mantener a su madre viuda y pobre, y para probarlo presenta por testigos a Pablo Collar, su vecino, y Manuel Iglesias, de esta villa, los que juramentados en forma declaran: El Collar que conoce a la madre del alegante, viuda y pobre, y que solo tenía cuatro hijos varones, llamados Manuel, que está impedido [según los médicos tenía un bocio bastante voluminoso que le impedía dedicarse a cualquier clase de trabajo], José y Benito, estos dos menores de diez y siete años, y al alegante, que es quien se dedica constantemente al cultivo de una corta labranza que llevan parte de arriendo y parte en propiedad, con lo que, calcula el testigo, aporta a su madre cuatro reales diarios con los que le ayuda a vivir y sin estos auxilios la madre y hermanos se verían reducidos a la miseria”, y, por último, Ladislao López Fernández, de Cangas del Narcea, “alegó deformidad del tórax con dificultad de la respiración y de los movimientos; pero si no le fuese suficiente alegó también mantener a su hermano Benito, menor de 17 años e impedido, exención que presenta para que se le oiga sino es suficiente la primera”.

No era algo excepcional alegar motivos para evitar el servicio militar. En España nadie quería ir al Ejército y por eso casi la totalidad de los 237 mozos cangueses alegaron algún motivo para evitarlo. Las razones eran muchas. En aquellas fechas el servicio militar era muy largo (tres años) y las condiciones de los cuarteles eran penosas: había poca higiene, la comida era mala y el trato al soldado era muy duro. Además, muchos iban destinados para las colonias de Ultramar, especialmente a la isla de Cuba y allí morían muchos soldados, no en combate, sino por enfermedad; la cifra era terrible, de cada dos soldados que marchaba a Cuba, uno fallecía. Por otra parte, en un concejo de campesinos como era Cangas del Narcea en 1886, el que un hijo de 19 años se marchase durante tres años y no trabajase para su casa en la labranza y la cría del ganado suponía una pérdida muy grande.

alt

Lista de los mozos del Reemplazo de 1886 (II)

El destino de los quintos cangueses de 1886 fue el siguiente: 98 mozos fueron excluidos totalmente por medir menos de 1,50 metros y nueve fueron declarados inútiles por defectos físicos; la mayor parte de los mozos fueron declarados “soldados condicionales” o “en depósito” porque alegaron mantener a sus padres pobres o sexagenarios, o ser hijos de viuda o de madre soltera y pobre (16 mozos eran hijos de mujeres solteras), etc. En definitiva, solo 45 mozos del concejo de Cangas del Narcea fueron sorteados como soldados ese año.

Ocho mozos fueron declarados prófugos: Evaristo Díaz Argüelles, de Cangas del Narcea, “se presentó su padre y expresó que se halla en la República Argentina y residiendo en Buenos Aires, sin que sepa la calle”; Pedro Díaz Fernández, de San Pedro de las Montañas, “se presentó su tío Manuel Díaz y manifestó que el mozo se halla en la Isla de Cuba, sin que sepa su paradero ninguno de la familia”; Quintín Álvarez, de El Otriello, “se presentó su padrastro Antonio Campos y expresó que el mozo se halla de viaje, pero que padece defecto físico”; Marcial Martínez Álvarez, de El Otriello, “en Madrid desde hace cinco años”; Miguel Díaz Rodríguez-Castellano, de Fuentes de las Montañas, “se presentó su padre y manifestó que su hijo se halla en la Isla de Cuba y que no sabe de su paradero hace cuatro años”; Antonio Martínez González, de Anderve, “no se presentó nadie”; Manuel López Flórez, de Regla de Cibea, “se presentó su padre y expresó que el mozo se halla en Madrid y que tenía algunos defectos físicos”; Ginés Gómez López, de Caldevilla de Rengos, “según manifestación de José Pérez, de Posada, tanto él como sus padres y hermanos viven en Madrid”.

La emigración fue uno de recursos habituales que tuvieron los pobres para escapar del servicio militar: Cuba, Argentina y, sobre todo, Madrid. Más de una veintena de los mozos llamados a filas en Cangas del Narcea residían en Madrid, y los testigos que se presentaban en el ayuntamiento juraban que eran aquellos mozos los que mantenían a sus padres, “pobres e impedidos”, con el dinero que enviaban por medio de los arrieros de El Puerto o de algún vecino. Algunos de estos mozos mencionan sus trabajos en Madrid: Manuel Collar Collar, de Gedrez, “camarero en el café de la Concepción”; Vicente García Rodríguez, de Cibuyo, aguador, o José Ramón Vega Álvarez, “dedicado al comercio”.

alt

Lista de los mozos del Reemplazo de 1886 (III)

Los motivos que alegan los mozos y sus familiares para no ir al servicio militar constituyen un mosaico de vidas canguesas en aquel año de 1886. Ese año y los anteriores fueron tiempos de hambre y penuria debido a malas cosechas, que provocaron la escasez de alimentos y la pobreza generalizada. Por ejemplo, el caso de Celestino Rodríguez Álvarez, de Olgo, que reside en Madrid desde mayo de 1885, tiene una hermano casado que solo vive de su trabajo en el campo, y, según un testigo “él era quien cultivaba la labranza que el padre posee y con cuyos productos lo mantenía; que si marchó para Madrid fue con objeto de ganar algún dinero para ayuda de pagar contribuciones, rentas y algunas deudas que tiene el padre sobre sí; que desde que está en Madrid saben que le ha remitido algunas ropas, y el padre cuenta con lo que el hijo gane para salir de sus atrasos”.

Otro caso más: Faustino Acevedo Fernández, de Carballo, también residía en Madrid, su padre, según los médicos, tenía una “gastritis crónica” y sus dos hermanos era “raquíticos y no pueden ayudar en nada al padre”; Faustino, según un testigo, “hasta hace cosa de dos meses que marchó para Madrid se dedicaba constantemente a ganar un jornal en la carretera o en las viñas, cuyo producto de cinco reales entregó siempre al padre como buen hijo; que el padre es sumamente pobre y está impedido, por cuya razón le es indispensable el auxilio del hijo Faustino, el cual desde que marchó para Madrid le remitió treinta reales y algunas ropas por los arrieros del Puerto”.


Centro Vitícola de Obanca (Cangas del Narcea), 1902

Cada día vamos descubriendo más cosas sobre el vino de Cangas, que confirman la altura que alcanzó el cultivo del viñedo y la elaboración del vino en nuestro concejo de Cangas del Narcea en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX.

A los trabajos de Nicolás Suárez Cantón, a la modernización promovida por Anselmo González del Valle con técnicos franceses y a la información proporcionada por el “diario de un viticultor” del médico José Gómez López-Braña, sumamos ahora otro testimonio más de esa época de oro de la viticultura canguesa: la existencia del “Centro Vitícola de Obanca”, dirigido por Olegario Martínez, que era también su propietario.

Este centro se anunciaba como “el primer establecimiento de España para el cultivo de los injertos, como lo prueban las grandísimas existencias que posee de los mismos y los magníficos resultados que con ellos se obtienen, debido a que todos los injertos son hechos sobre mesa en estacas del grueso suficiente y cuando se expiden son todos de la misma dimensión de patrón o pie americano, y la raíz tiene solo un año, condición indispensable para su desarrollo”.

El “Centro Vitícola de Obanca” vendía una gran variedad de vides injertadas sobre variedades americanas resistentes a la filoxera, algunas autóctonas, como el Alvarín blanco, Alvarín negro o Carrasquín. Como se sabe la replantación con vides americanas, inmunes a la filoxera, fue la única solución que se encontró para luchar contra esta plaga, que destruyó gran parte de los viñedos europeos en el último tercio del siglo XIX, y que a Cangas del Narcea llegó en 1893.

Hasta el momento, la única información que tenemos sobre este centro vitícola es un folleto publicitario de cuatro páginas, impreso para la temporada 1902-1903, que publicamos a continuación y que ha llegado a nuestras manos gracias al socio del Tous pa Tous Eladio Regueral Martínez. Ahora, a partir de esta pista, habrá que comenzar a investigar cuál fue la historia de este centro y de su director.

alt

Recuperación libro de actas de los plenos municipales de 1887 a 1890

altEl presidente del Tous pa Tous, Juaco López Álvarez, habla en esta entrevista en Onda Cero Cangas del Narcea el pasado 20 de agosto de 2012 sobre el libro de actas de los plenos municipales de 1887 a 1890 recuperado por nuestra asociación. Juaco nos cuenta alguna de las decisiones tomadas por el Ayuntamiento entre 1887 y 1890, entre ellas el rechazo a la solicitud de vecinos del Río Cibea y  San Xulianu d’Árbas de formar un concejo independiente que se llamaría La Unión y tendría su capital en Miravalles.



alt

“Viña Grandiella” 2011, medalla de oro en el Concurso Internacional de Vinos de Montaña

altEl vino blanco Monasterio de Corias “Viña Grandiella” 2011 ha obtenido la medalla de oro en el XX Concurso Internacional de Vinos de Montaña, celebrado en Aosta (Italia).

Este certamen es el único concurso internacional que valora los vinos elaborados en zonas de montaña adscritas al Centro de Investigación, Estudio, Salvaguarda, Coordinación y Valorización de la Viticultura de Montaña (CERVIM), un organismo constituido en 1987 específicamente para valorar y salvaguardar la viticultura heroica.

Los criterios que definen esta viticultura heroica es que se lleve a cabo en terrenos con más del 30% de pendiente, con una altitud superior a 500 metros sobre el nivel del mar, que las viñas estén ubicadas en terrazas de cultivo o paratas o la que se realiza en islas de pequeño tamaño.

Durante el concurso 24 catadores técnicos y 6 periodistas del sector probaron los 601 vinos registrados procedentes de 12 países europeos y exclusivamente de zonas de montaña de los que 598 vinos fueron finalmente admitidos y se concedieron dos medallas de oro dobles, 44 medallas de oro y 135 medallas de plata.

El Monasterio de Corias “Viña Grandiella”, único vino español que alcanzó la Medalla de Oro en su categoría, está elaborado mayoritariamente con Albarín blanco, una variedad propia de la zona, y está encuadrado dentro de los Vinos de Calidad de Cangas.

NOTICIA RELACIONADA: Cangas da en el blanco

Busco familiares de Cangas del Narcea

Hola!

Mi abuela materna se llamaba María Agudín Rubio, y vivió hasta los 20 años en El Viso (parroquia de Abanceña), Cangas del Narcea. En el año 1936 vino a mi país, Argentina, para nunca más regresar. No se nada de familiares que aun pueda tener por allí, ni tampoco si es de vuestra incumbencia. De todos modos aprovecho para saludarles y decirles que aunque no he visitado aun Asturias, estoy emocionado y feliz de contactar con ustedes.

Un gran saludo.

Martín Esteban Suriano Sinito

alt

Tres artículos de Gumersindo Díaz Morodo Borí publicados durante la Guerra Civil en el periódico republicano El Diluvio, de Barcelona

alt

Cabecera de un ejemplar de 1 de junio de 1938 del periódico izquierdista El Diluvio

En el año 2009, con la imprescindible ayuda de Juaco López Álvarez y la del Ayuntamiento de Cangas del Narcea, me encargué de recoger en libro una selección de crónicas periodísticas de Gumersindo Díaz Morodo Borí (Cangas del Narcea, 1886 – Salsigne, Francia, 1944), un peculiar escritor, furibundamente republicano, que con un estilo ágil y directo se enfrentó abiertamente a los caciques y al clero de su tiempo desde las páginas de El Distrito Cangués, periódico que tuvo en propiedad, y desde las de otras publicaciones con las que colaboró y en las que quedaron dispersos sus escritos. El libro se tituló Alrededor de mi casa y se completaba con las cartas que Constantino Suárez Españolito le había enviado a Borí con el fin de que éste le informara sobre escritores y artistas cangueses para incluirlos en su Escritores y artistas asturianos. Lo que Alrededor de mi casa pretendía era rescatar del olvido y poner al alcance de todos al escritor local más explosivo, raro, apasionante y apasionado que hemos tenido.

alt

Cabecera de un ejemplar de 15 de julio de 1938 del periódico izquierdista El Diluvio

Pese a que Borí murió en 1944 en Francia, en el exilio, mientras preparábamos el libro no fui capaz de encontrar ningún escrito suyo publicado después de 1928. El 20 de junio de aquel año salía en El Progreso de Asturias -una revista de la emigración editada en Cuba- un artículo en el que se hacía eco del cambio de nombre de la villa, que el año anterior había dejado de llamarse Cangas de Tineo para convertirse en Cangas del Narcea, y en el que recordaba cariñosamente al notario Rafael Rodríguez González, antiguo compañero de escuela fallecido poco antes. Precisamente con ese artículo se cerraba la selección de crónicas del libro. Cuando Alrededor de mi casa estuvo por fin impreso, a una de las primeras personas que se lo llevé fue a mi antiguo profesor y generoso amigo Antonio Fernández Insuela. Yo estaba muy contento con el resultado y se lo entregué con esa tonta euforia de quien se cree que ha hecho algo importante. Él lo recibió con la alegría del maestro que a pesar de los años transcurridos comprueba, más allá de los resultados prácticos, que sus enseñanzas despertaron interés. Después de darle el libro estuvimos un rato largo hablando de Borí, de la revista Asturias y de José Díaz Fernández (Aldea del Obispo, Salamanca, 1898 – Toulouse, Francia, 1941), de quien Insuela estaba reuniendo todos los artículos que el escritor había publicado en El Diluvio, un periódico izquierdista de Barcelona en el que Díaz Fernández colaboró mucho durante la II República y la Guerra Civil. Me sorprendió ese hecho porque por aquellos días yo también había empezado a trabajar sobre Díaz Fernández, al que, junto a Borí, me había encontrado entre las páginas de la revista Asturias de La Habana, y nos despedimos celebrando la coincidencia.

Algún tiempo después, Antonio me avisó de una nueva coincidencia: Mientras rescataba los artículos de José Díaz Fernández en El Diluvio se había encontrado con que en aquel periódico también había colaborado, al menos en tres ocasiones, Gumersindo Díaz Morodo, Borí. Ese descubrimiento asentaba sólidamente lo que hasta entonces, para quienes nos hemos ocupado de su vida, no era más que una hipótesis: que como tantos otros republicanos había abandonado el país vía Cataluña al final de la Guerra Civil. Antonio puso a mi disposición los tres artículos que Borí publicó en El Diluvio durante los meses de febrero y marzo de 1938, en una sección que se titulaba “Visiones de guerra”, y comprobé con agrado que proyectaban algo de luz sobre su trayectoria durante la contienda, de la que no sabíamos nada.

alt

Cabecera de un periódico de 8 de noviembre de 1934, época en que El Diluvio retomó durante unos meses el nombre de El Telégrafo.

El Diluvio fue un diario de pensamiento federalista que, según informa Antonio Checa Godoy en Prensa y partidos políticos durante la II República, era, tras La Vanguardia, el más vendido en Barcelona de los que se editaban en castellano. Empezó a publicarse en 1858 como El Telégrafo –nombre que retomará brevemente en octubre de 1934, cuando, como buena parte de la prensa de izquierdas, se vea suspendido- y en 1879 pasa a llamarse El Diluvio. Durante la II República tiraba unos 50.000 ejemplares y siguió publicándose hasta el final de la Guerra Civil.

Borí nos proporcionó con sus crónicas canguesas una visión combativa del concejo en el primer tercio del siglo XX, y aunque los artículos que publicó en El Diluvio se alejan de Cangas del Narcea, mantienen intacto su estilo punzante, agresivo y algunas veces también excesivo, a mi juicio razón suficiente para transcribirlos aquí como natural prolongación de Alrededor de mi casa. El lector se dará cuenta además de que el azar, que no se cansa de enredar las cosas, nos regala todavía una coincidencia más, puesto que el primero de los tres artículos, publicado el miércoles 9 de febrero de 1938 y titulado “Se acabó el cuento”, se lo dedicó Borí a José Díaz Fernández.


Un artículo de 1884 sobre el Monasterio de Corias

Vista de Corias, hacia 1915. Fotografía de Benjamín R. Membiela. Col. Juaco López Álvarez.

En el periódico El Occidente de Asturias de los días 8 y 11 de julio de 1884 apareció un artículo dedicado al monasterio de San Juan Bautista de Corias que recoge una información muy interesante sobre la construcción la iglesia en el siglo XVII y la reedificación del monasterio a finales del XVIII, después del incendio que arrasó la antigua casa con excepción de la iglesia en 1763. El artículo se completa con noticias sobre la compra del coto jurisdiccional del monasterio por el Ayuntamiento de Cangas del Narcea en el siglo XVI y las desavenencias que tenían los vecinos de la villa y los monjes de Corias.

El desconocimiento de este artículo por los estudiosos del arte asturiano y español (debido a la rareza de las series completas de El Occidente de Asturias, que ahora, gracias al Tous pa Tous, comienzan a conocerse) es la causa de que datos que aparecen en él se publicasen como inéditos en los últimos años como, por ejemplo, el nombre del maestro constructor de la iglesia, Domingo de Argos, natural de Arnuero, merindad de Trasmiera (Cantabria), que fue publicado en 1985 por Luis Fernández Martín, o del autor de la sillería del coro, Juan de Ucete, escultor vecino de Toro (Zamora), por Javier González Santos en 1989 y 1997.

El artículo atribuye al arquitecto Jerónimo García de Quiñones (Salamanca, 1731- post 1804) el proyecto del actual monasterio, levantado entre finales del siglo XVIII y primeros años del siguiente. Hasta ahora se viene atribuyendo la autoría del edificio al arquitecto Miguel Ferro Caaveiro (Santiago de Compostela, hacia 1740-1807), maestro mayor de la catedral de Santiago, y es seguro que este fue el principal responsable de la obra, pero también lo es que los frailes de Corias contasen en un primer momento con el arquitecto y académico Jerónimo García de Quiñones que era maestro mayor de la catedral de Salamanca.

El autor de este artículo es Eugenio Carrizo, natural de Tineo y con familia en la villa de Cangas, que estando de encargado de la Delegación de Hacienda en Oviedo pudo consultar la documentación del archivo del monasterio de Corias, que había sido trasladada a Oviedo después de la Desamortización y la exclaustración de los monjes benedictinos en 1835. Carrizo tuvo en sus manos la documentación relacionada con la construcción de la iglesia en el siglo XVII y del monasterio en el XVIII, es decir: los contratos firmados entre los maestros constructores y los frailes, así como los pleitos derivados de su formalización. Estos documentos, como el mismo Carrizo señala, desaparecieron y nunca llegaron al Archivo Histórico Nacional (Madrid), donde se conserva hoy el grueso del archivo de Corias, según él «porque como no expresaban bienes que desamortizar, se mirarían con desprecio»; es decir: al Estado solo interesaba la documentación contable, la que expresaba los bienes inmuebles y las rentas del clero regular.

“Apuntes curiosos del EX-MONASTERIO DE SAN JUAN DE CORIAS, de la orden de San Benito (Asturias)”

Vamos a dar a nuestros lectores algunas noticias de este monasterio, tomadas hace algunos años de los documentos recogidos cuando la exclaustración, que se hallaban en el archivo de las oficinas de Hacienda Pública de la provincia, a cargo entonces del que estas líneas escribe.

Claustro del monasterio de Corias en 1915, según E. Carrizo “es notable por su solidez y elegancia, y es la obra mejor de todo el edificio”, construido a fines del siglo XVIII. Foto de Benjamín R. Membiela. Col. Juaco López Álvarez.

El monasterio de San Juan de Corias se halla situado a orillas del río Narcea, a dos kilómetros de la villa de Cangas de Tineo, en un valle muy estrecho cercado de altos cerros, de buen clima y cielo alegre. El edificio es de gran tamaño, de tres pisos y planta baja; las fachadas del S., N. y O. cuentan 240 huecos exteriores; la del E. se halla casi arrimada a la montaña, y en ese lado está situada la iglesia y noviciado. Tiene dos patios o claustros interiores; el de entrada es notable por su solidez y elegancia, y es la obra mejor de todo el edificio. La escalera principal de cantería montada al aire, la sala capitular, el local que ocupó la biblioteca y otras habitaciones, todas son proporcionadas a tan grande casa. La iglesia, de regulares proporciones, del orden jónico, de una sola nave, crucero con media naranja, pero muy escasa de luces; la afean bastante las capillas laterales a la nave, que son muy raquíticas y desproporcionadas, llamando la atención los arcos rebajados que sostienen el coro. Para dar una idea exacta de todo el edificio, sería preciso una persona entendida, que podría escribir un volumen.

Es tan difícil determinar de un modo seguro la época de la fundación del Monasterio de Corias, que el maestro Yepes, abad que fue de él, dice que mejor daría razón del sitio en que se fundó, que del tiempo, porque en eso varían los escritores y las escrituras.

El Padre Risco en su España sagrada, después de varias consideraciones y comparaciones, fija la conclusión de la iglesia en el año 1031 y del monasterio en el 1043. Yepes refiere largamente la historia de la fundación, según datos tomados del Tumbo Coriense, que resumiremos.

Los condes D. Piñole Ximénez y D.ª Aldonza Muñoz tuvieron cuatro hijos, que murieron de corta edad; perdida la esperanza de tener otros, convinieron en fundar una iglesia y dejarla por heredera de todos sus bienes. Retardado en ejecutar su pensamiento, Dios se le acordó por tres veces por conducto de su criado o mayordomo llamado Suero, haciéndole ver bajar desde el cielo una hermosa iglesia a un lugar inculto lleno de malezas, a la orilla oriental del río Narcea, inmediato a un pueblo que llamaban Courias donde había un oratorio consagrado a San Adriano, en una heredad propia de D. Rodrigo Díaz, conde de Asturias, hermano de Gimena Díaz esposa que fue del Cid Campeador. En 19 de marzo de 1032, según el Tumbo, se hizo permuta entre el rey Don Bermudo y los condes en el terreno referido y otros en Perperal y Cangas de Tineo, por los que a los condes correspondían en Mallayo, Rivera del Sella y diferentes puntos, para que pudiese fundarse el monasterio libre de toda carga real.

Dieron orden al mayordomo Suero que buscase todos los oficiales que pudiese hallar, para la pronta edificación de la obra, y en 1043, según Risco, se consagró el primer abad Adriano por el obispo de Oviedo Froilán, agregándose doce monjes más, que seguían con gran rigor la regla de San Benito.

De la antigua iglesia y monasterio no existe vestigio alguno. En una carta dirigida al Rey en 1560 por el Licenciado Juan de Zárate, juez para la revisión del monasterio, consta que la iglesia y monasterio estaban derribados para su reparación; también dice que parece que en la iglesia de dicho monasterio están enterrados el Serenísimo Sr. Rey Don Bermudo 2.º y la Reina Emilona su mujer en unos enterramientos de bulto, altos, labrados de piedra, con sus tejas alrededor, y a más sus doseles y armas reales. Hoy no existen más que los sepulcros de los fundadores.

En 25 de julio de 1593 se puso la primera piedra de la actual iglesia por el abad Fray Antonio de Yepes; fue rematada y construida por el que se titulaba maestro de arquitectura y cantería Domingo de Argés [Argos], vecino de Valladolid, que ajustó hacerla en nueve años por 13.300 ducados; no la terminó en el plazo estipulado, porque en 1607 cayó parte de lo edificado, por haber empleado malos materiales, y se mandó revisar por el maestro mayor de las obras de la Iglesia Mayor de Santiago de Galicia, Ginés Martínez, el que en 10 de enero de 1608 declaró ser necesario derribar parte de lo construido, y hacer algunas variaciones en el plan para aligerar el edificio. Sin datos para comprobar la fecha de la terminación de la iglesia, creo debió ser en 1610, porque en aquel año se ajustó la sillería del coro con el maestro escultor de Toro, Juan de Ocete [Ducete], a 20 ducados cada una de las 39 de que se compone, y en 6 de octubre de 1611, después de varias cuestiones sobre el contrato, se otorgó por el maestro carta de pago ante el escribano de la villa de Corias, Juan Menéndez. Los órganos, el de la izquierda fue construido en 1858 por el maestro de Santiago de Galicia Alberto de la Peña; el de la derecha, por las obras de talla que contiene, indica ser de la época de terminación de la iglesia, o mediados del siglo XVII.

En 27 de setiembre de 1763 el monasterio fue consumido por las llamas, salvándose solo la iglesia y el archivo. La causa se atribuyó a haber ido por la noche con poca precaución los criados a los pajares. Se volvió a reedificar como hoy existe por el proyecto del arquitecto de Madrid Quiñones, y bajo la dirección de los entendidos frailes hermanos José e Hilarión Ugaldea, concluyéndose las obras en 1802, que importaron unos cuarenta millones, sin contar las maderas y trabajo de los oficiales de la casa.

Este monasterio gozó de grandes libertades, franquicias y exenciones; tenía la jurisdicción civil, criminal, alta y baja; mero y mixto imperio en los cotos de Corias, Brañas y Bárcena en el concejo de Tineo, y parroquias de Vegalagar, Besullo, Corias, Bergame, Montañas, San Damías y S. Pedro de Agüera, por privilegio de D. Bermudo II, confirmado por D. Alonso VII el Emperador. D. Alfonso de León trató de modificar sus regalías, pero presentados en las Cortes de Toro sus privilegios, se declaró que nada tenían que ver con el monasterio y sus vasallos, confirmándolos dicho Rey, como igualmente D. Alfonso XI, D. Enrique II, D. Juan I, D. Enrique III y D. Juan II.

En 1.º de enero de cada año el abad nombraba los oficiales de justicia de los cotos, alcalde, teniente, regidor, procurador general por el estado de los hijodalgos, otro por el estado llano, y ministro alguacil; oía en el acto las excusas, que resolvía de plano sin otro recurso, y juraban a su presencia, la del escribano y testigos, y los nombrados entraban en posesión de sus cargos por un año.

Hasta el reinado de Felipe II gozó el monasterio de las jurisdicciones de los cotos y feligresías citados, que incorporó a la Corona, en virtud de la facultad que le concedió Su Santidad Gregorio XIII, y en 13 de diciembre de 1579 se expidió a su favor albalá, en que refiriéndose a la comisión del juez Zárate para la averiguación del producto de las rentas jurisdiccionales en el quinquenio de 1574 a 1578, resultó que debía percibir 24.532 maravedises por ese concepto, acordando que se le diese esa renta a juro en cada año desde 1.º de enero de 1580, situándosela en las alcabalas de la Zapatería de Oviedo, quedando hecha la desmembración. Vendida después la jurisdicción a Alonso del Camino, la tomó a este Arias de Omaña, que no debía de ser muy amigo de los frailes de Corias, porque acudieron enseguida para que no se efectuase a su favor, y al mismo tiempo pidió la villa de Cangas que se le cediese, por estar enclavada dentro de sus términos y serle muy perjudicial en poder de otro dueño. Se presentaron en Madrid el abad de Corias Fray Ambrosio de Tamayo y el apoderado del concejo de Cangas D. Juan Queipo de Llano, el Mozo, con sus respectivas pretensiones, y allí entraron en arreglo, que efectuaron en escritura de 12 de diciembre de 1579, en que la villa de Corias con la casa-monasterio y cien pasos a la redonda quedase de su jurisdicción, contándose así: «Que por la parte de hacia Cangas se contasen desde las últimas casas, y por la de Obanca también, y hacia la de Regla se ha de contar desde la iglesia que está fuera del lugar, y por la otra banda del río, que es por donde está el monasterio, quede con la dicha villa de Corias todo el término que la dicha casa tiene cercado, con más cien pasos a la redonda como se contó lo demás, excepto que a la parte de hacia el río quede para el monasterio solo el río, después de acabados los cien pasos de la otra banda y más concuerdan que las justicias de la villa de Cangas puedan pasar por 1a dicha villa de Corias con vara alta para los lugares de su jurisdicción, por ser paso forzoso, pero no puedan juzgar ni hacer autos».

En 22 de marzo de 1583 se otorgó escritura en favor de la villa de Cangas de Tineo vendiendo la jurisdicción de los cotos y feligresías enclavados en su concejo, que perteneciesen al monasterio, excepto la villa de Corias y términos convenidos en la escritura citada de 12 de diciembre de 1579, por la cantidad de 5.628.924 maravedises, estableciendo varias condiciones, entre ellas que los pleitos pendientes se remitiesen a la justicia de Cangas; que se diese Real cedula para repartir por sisa, tomando a censo sobre sus propiedades, lo que fuese necesario para el pago del precio de la compra a los plazos pactados; que la provisión de la Escribanía quedase a beneficio del Concejo, pudiendo usarse los oficios con solo la aprobación del Concejo, sin otra elección ni confirmación. Los cotos vendidos y feligresías tenían entonces 298 vecinos.

A pesar de haberse apartado el monasterio de la jurisdicción dicha, según el convenio ya citado con el apoderado de la villa de Cangas, luego que el Rey Don Felipe II falleció, acudió de nuevo en 5 de agosto de 1600, fundado en el testamento del Monarca, en que disponía se devolviesen los vasallos a las iglesias donde se habían tomado, pidiendo se le restituyese la jurisdicción enajenada, porque sin ella los frailes eran menospreciados y no podían cobrar sus rentas con comodidad, que, aunque estaban pobres y el monasterio por edificar, pagarían el importe de la venta hecha a la villa de Cangas, según los libros de razón, etcétera. Notificada esta petición al Ayuntamiento de Cangas en 14 de enero de 1601, es curiosa la contestación que dio el mismo día, y siguiente; dice así: «Diego García de Sierra, Regidor y Depositario general, fue de opinión que debería recibirse los maravedises que se habían dado por los cotos, en atención a la pobreza de la tierra y a grandes pestes y hambres que hubiera en ella desde el tiempo que se comprara; entonces existían más de cuatro mil vecinos y en aquella fecha no había mil quinientos. Gonzalo Rodríguez el Prieto, Juez ordinario por el estado de hijosdalgo, Gonzalo de Coque, Marcos de Uría, Francisco de Sierra de Pambley, Suero de Llano y Pero Suárez de Osorio dijeron que Diego García Sierra era interesado, como Depositario general de la villa, por pensar que el dinero se había de poner en su poder, y que lo tenía muchos años, y se aprovecharía de él, y los frailes les hicieron dos o tres foros por tenerlo propicio». Acordando oponerse a la petición del monasterio, dieron poder al capitán Suero Queipo de Llano el Mozo, alférez mayor de la villa de Cangas, y a Suero Queipo de Llano el Viejo, procurador general de la misma para salir a la defensa.

El capitán se traslado a Madrid para cumplir su comisión. Para conocer hasta qué punto había estado abatida la villa cuando las jurisdicciones vendidas eran del monasterio, copiaremos algunos párrafos del escrito que presentó al Consejo de Hacienda en 5 de febrero de 1604, dice así: «La villa de Cangas sin los cotos no tiene jurisdicción alguna sino en cuanto a las casas de ella, y en saliendo de ella es la jurisdicción de los dichos cotos; de lo cual en tiempo que la jurisdicción de ellos fue del dicho convento resultaron grandes daños e inconvenientes, porque ni la Justicia de la dicha villa podía salir de ella, y en saliendo tenía encuentros y diferencias con los frailes del dicho convento, ni los vecinos podían salir de sus casas con seguridad, porque con cualquier leve ocasión de enojo, cogiéndolos fraile en su jurisdicción, los molestaban mal, en tanto que en el dicho tiempo sucedió diversas veces que saliendo la Justicia de dicha villa, los frailes en los dichos cotos derribaron de los caballos a los Jueces, y los quitaban las varas, y los llevaban presos, y les quitaban muchos de los prisioneros que llevaban, trayéndolos de los otros términos de la jurisdicción de la villa; lo otro, porque sin la jurisdicción de los dichos cotos la dicha villa y vecinos de ella, estaban y estarían como prisioneros y cercados, por estar en la redondez de toda la dicha villa la jurisdicción de los dichos cotos, y semejante sujeción en la villa tan honrada y de tan honrados vecinos que es de lo mejor de todo el Principado de Asturias, en ninguno manera se debe permitir; lo otro, porque no puede obstar el decir que por no ser del convento la jurisdicción de los dichos cotos, no pueden cobrar con comodidad las rentas que tienen en ellos, porque es cierto que la Justicia realenga de la dicha villa les administra justicia principalmente que los jueces no son todos naturales de ella, y la Justicia principal de ella es el Teniente de Corregidor de Oviedo, nombrado por dicho Corregidor y Letrado, por el Consejo que de ordinario reside en la villa; y es mucho más puesto en razón que los dichos frailes cobren los que se les debe, pidiéndolo ante la Justicia realenga de S. M., que no ellos sean jueces de sus propias causas».

No consiguió el monasterio su pretensión y siguió ejerciendo las jurisdicción solo en la villa de Corias y sus términos.

Los documentos de donde tomamos estos ligeros apuntes, probablemente habrán desaparecido, porque como no expresaban bienes que desamortizar se mirarían con desprecio.

En febrero de 1860 el Gobierno concedió el ex-monasterio y posesión a los Padres Dominicos de la Orden de Predicadores, los que, con mano prodiga, atendieron a sus reparaciones, que ya era necesaria después de un abandono de 27 años; hoy se encuentra en el mejor estado.

Esos señores son queridos y respetados en la comarca por su ilustración y afabilidad con todo al mundo, que los capta las simpatías de cuantos los conocen, prestando importantes servicios, y dedicándose a la enseñanza. ¡Lo que va de tiempos a tiempos! Los que había antes de Felipe II, querían ser respetados por la fuerza de las riquezas; los de hoy, por la fuerza de la ciencia, la virtud y la modestia.

Tineo, julio de 1884
E. Carrizo.
alt

El «Tous pa Tous» recupera el libro de actas de los plenos municipales de 1887 a 1890

Entregado al Archivo Municipal de Cangas del Narcea

Lista de las personas que integraban el Ayuntamiento de Cangas del Narcea, encabezada por el alcalde Salvador Martínez Valle, en junio de 1887.

La documentación conservada en los archivos es una de las fuentes de conocimiento imprescindibles para conocer el pasado y comprender el presente de las sociedades. Uno de los archivos más importante en cualquier población es el archivo municipal. El de Cangas del Narcea no es muy rico, ni muy antiguo, porque en 1809, durante la Guerra de la Independencia, los franceses castigaron a nuestros antepasados quemando toda la documentación que había en el archivo. Lo mismo hicieron en otros concejos asturianos como represalia contra los vecinos. Los franceses querían hacer daño y para ello destruían la historia del pueblo, dejándolo sin memoria escrita.

Los archivos municipales contienen información referida a las competencias históricas de los Ayuntamientos: la población, a partir de los padrones de habitantes; las actividades industriales y comerciales, que estaban grabadas por la contribución industrial que cobraban los ayuntamientos; las quintas o el reclutamiento de mozos para el servicio militar obligatorio; los proyectos de construcciones de todo tipo que se edificaban en el concejo; los caminos y los puentes, las escuelas y la instrucción pública, los cementerios, etc.

Los acuerdos que se tomaban en los plenos del Ayuntamiento, integrados por el alcalde y los concejales, los anotaba detalladamente el secretario en unos libros, en los que año tras año se van escribiendo muchas decisiones que afectaban a la vida de los vecinos. En el Archivo Municipal de Cangas del Narcea se conservan los libros de actas de los plenos desde 1854 hasta la actualidad. Lamentablemente, faltan los libros desde 1809 hasta ese año de 1854, y también los correspondientes a los años: 1857 a 1865, 1887 a 1890 y 1976 a 1978.

La falta de estos libros, y de otra mucha documentación de los siglos XIX y XX que no está en nuestro archivo municipal, es el resultado de extravíos y, sobre todo, de una inexplicable “limpieza” efectuada en los años sesenta del siglo XX en la que se tiraron muchos libros y documentos a la basura. Faltan, por ejemplo, muchos de los libros donde se anotaban los quintos que iban al ejército, los padrones de habitantes, los libros de la contribución industrial, etc.

El «Tous pa Tous» ha logrado recuperar gracias a Ana y Amelia de Ron Fernández el libro de actas del Ayuntamiento de Cangas del Narcea correspondiente a 1887-1890. Este libro procede de la casa de los Rodríguez-Arango, algunos de cuyos miembros ocuparon en esos años de finales del siglo XIX y durante el primer tercio del siglo XX la alcaldía, y llevaba muchos años perdido en unas cajas.

El libro fue entregado al Archivo Municipal de Cangas del Narcea. De este modo, el «Tous pa Tous» continúa la labor de colaborar en el conocimiento de nuestro concejo, así como en la de promover la conservación y difusión de nuestro patrimonio cultural.

alt

La venta de la cruz procesional de Bimeda y más noticias de esta iglesia parroquial en 1888

Cruz de Fuentes (Villaviciosa), del siglo XII, vendida en 1898 por el Obispo de Oviedo; desde 1917 pertenece al Museo Metropolitano de Nueva York.

El 24 de junio de 1888 apareció en el periódico republicano “La Propaganda Federal”, de Oviedo, una carta enviada a su director y firmada con el seudónimo de Justo Duro y Alto-Claro, en la que se contaba la venta de la cruz procesional de plata de la parroquia de Bimeda (Cangas del Narcea) y se criticaba al párroco por esta venta, realizada sin conocimiento ni consentimiento de los vecinos, y también por el destino del dinero.

Lamentablemente no conocemos ninguna descripción, ni imagen de esa cruz, solo sabemos lo que dice esta carta: que era una “soberbia cruz que, según algunos de los que la han tenido en sus manos, pesaba de diez a quince kilos”. Es muy probable que fuese una cruz barroca del siglo XVII; esta suposición se basa en que si fuese una cruz anterior, románica o gótica, hubiese llamado la atención de Ciriaco Miguel Vigil, que sabemos que estuvo en la iglesia de Bimeda, y la hubiese mencionado en su obra Asturias monumental, editada en 1887.

A fines del siglo XIX se vendieron en Asturias varias cruces procesionales de plata. El caso más conocido, gracias al estudio de Rafael Balbín, fue el de la cruz de la parroquia de Fuentes, en el concejo de Villaviciosa. Esta valiosa cruz románica del siglo XII fue vendida en 1898 por el obispo de Oviedo al coleccionista de antigüedades Ernest Guilhou, hijo del empresario francés Numa Guilhou, fundador de Fábrica de Mieres. Ernest Guilhou la llevó a su casa de Bayona (Francia) y pocos años después la subastó junto al resto de su colección. La cruz la adquirió el empresario y coleccionista de arte norteamericano J. P. Morgan. Tras su muerte, sus herederos la donaron en 1917 al Museo Metropolitano de Nueva York, donde está expuesta permanentemente.

La carta de “La Propaganda Federal” menciona también muchas obras y compras de ornamentos realizadas en la iglesia parroquial de Bimeda en los últimos años del siglo XIX, que sirven para conocer la actividad de un templo parroquial de nuestro concejo en esas fechas. De este modo, veremos el papel que jugaban los emigrantes de la parroquia residentes en Madrid, así como las donaciones de uno de ellos, Juan Rodríguez y Pérez, enriquecido en la Corte; las colectas de la mujeres jóvenes para comprar ornamentos; las obras de mejora de la iglesia, etc.

 

CARTA DE “LA PROPAGANDA FEDERAL”

 

Sr. Director de LA PROPAGANDA FEDERAL
Peña-Sacra a 17 de junio de 1888

Muy señor mío: en el número 75 de su bien escrito semanario, aparece una carta del Notario eclesiástico de Cangas de Tineo, D. Francisco Álvarez Uría, en contestación al suelto que, relativo a la distracción de la cruz de plata de Bimeda, se insertó en el número 73 del mismo periódico. El Sr. Uría confirma con su carta lo que por la feligresía de Bimeda se sospechaba, es decir, que la cruz se había vendido, y sin conocimiento ni menos consentimiento de la parroquia que era su verdadera dueña.

Algunas centurias hace que un feligrés regaló la mencionada cruz a la iglesia de Bimeda, y aunque se ignoran las bases de la donación, es de suponer que en la mente del donante estaría que la cruz existiese a perpetuidad en la parroquia, para esplendor del culto, y que ni remotamente sería su ánimo que andando el tiempo pudiese ningún cura enajenarla, aunque fuese un digno cura, como dice el Sr. Uría en su carta, y el importe de la cruz se invirtiese en obras de necesidad e importancia reconocida. Mas, no es mi ánimo tratar aquí de la competencia o incompetencia del cura de Bimeda para enajenar la cruz, porque, amigo director, en asuntos de iglesia y sacristía lo peor es meneallo. Otro es mi objeto, y a él voy.

El Sr. Uría, en su carta, dice que el importe de la cruz se invirtió en obras y ornamentos. Duro me es el decir a nadie que no es cierto lo que asegura, y mucho más al Sr. Uría que se presenta bastante comedido en su carta; pero por esta vez, cuando menos… el Sr. Uría se equivoca. Salvo el caso de que las obras a que alude, y lo mismo los ornamentos, no fuesen para la iglesia… Lo que yo digo lo demostraré a continuación.

Próximamente diez años ha que don Dionisio Sierra Pambley y Díaz está encargado de la cura de almas de esta parroquia, y desde ese tiempo la Iglesia aumentó en ornamentos y alhajas lo siguiente: una lámpara grande de metal blanco; un manto para la Virgen; un palio; un estandarte; unos tapetes de hule para los altares; dos capotes de seda blanco; una casulla, boles de corporales, etc. negros; dos faroles que sirven de ciriales; un acetre e hisopo de metal amarillo; una cruz de metal para sustituir la de marras; dos lamparitas de metal blanco, casi invisibles por lo económicas.

Estos ornamentos y alhajas llegaron a la iglesia por el siguiente conducto:

La lámpara grande y los tapetes de los altares, como donación del vecino de Bimeda D. Juan Rodríguez y Pérez. El manto de la Virgen, como producto de una colecta entre las jóvenes de la feligresía. El palio y el estandarte, producto de otra colecta entre las personas de la parroquia que residen en Madrid. Los dos capotes, la casulla, los faroles, el acetre e hisopo, la cruz y las microscópicas lamparitas, ignoro si son o no producto de alguna ofrenda; tal vez hayan sido comprados por el cura estos objetos, pues nadie ignora que toda parroquia disfruta de una cantidad anual con el nombre de culto.

Vamos a las obras que se han realizado en la iglesia desde el advenimiento de este cura.

El medio punto –los pilares, los antiguos- de un arco de sillería que sostiene la bóveda de la iglesia, que el antiguo amenazaba ruina. Otro ídem –éste en su totalidad- en reemplazo del desvencijado que formaba la puerta de entrada. Poner de tabla el piso de la iglesia, que antes estaba en terreno. Mudar de posición la escalera del coro. Encerrar en una especie de gallinero con barrotes de madera la pila bautismal. Poner puertas nuevas a la iglesia. Instalar ante éstas un cancel (vulgo ratonera), con el santo objeto de que no huyan, como suelen, los poco místicos feligreses de los chaparrones de pajosa elocuencia que en forma o con nombre de pláticas dominicales, les propina un domingo sí y otro también el celosísimo párroco. Agrandar una lumbrera, que aunque en tamaño menor, existía ya a la derecha del altar mayor. Abrir de nuevo una rendija con nombre de lumbrera a la izquierda de la puerta, para que supla con su luz la que el bendito cancel priva de dar a la antedicha. Dar de cal a la iglesia, a parte de ella solamente. Poner unas losas sobre la espadaña del campanario, que por lo buenas y bien puestas que fueron, hay que ponerlas ahora de nuevo. Hacer dos confesonarios.

He aquí las obras: pero conviene antes de tratar de la procedencia del dinero con que se hicieron, consignar que todo lo que pudo pasar con remiendos o con reformas, no se hizo de nuevo, pues en todo procede el párroco de que tratamos con arreglo a la más estricta economía. El vulgo es necio, como ha dicho el poeta, y ha dado en decir que al cura lo consume la avaricia; pero yo no creo que esté poseído de tan feo vicio. Hecha esta relación, entraremos en materia.

El antes mencionado vecino de Bimeda, D. Juan Rodríguez, dio al cura para reparaciones en la iglesia, 2.500 pesetas o sean 10.000 reales. Poco después de terminadas las obras antes mencionadas, el cura dijo por su mismísima boca que le había sobrado dinero y que lo iba a invertir en ornamentos. Tal vez con este resto comprase los ornamentos de que hemos hablado y que no son producto de donaciones particulares.

Ya vemos que las obras y ornamentos fueron producto, o de donaciones voluntarias, o de los perros del Sr. Rodríguez y Pérez. Dígasenos ahora qué fue del culto correspondiente a los diez años. Dígasenos igualmente qué de lo que haya producido la soberbia cruz que, según algunos de los que la han tenido en sus manos, pesaba de diez a quince kilos, o sean de veinte a treinta libras. Dígasenos también qué se hizo de lo que haya valido al cura (caso de que le hubiera valido algo, que no lo sabemos) la cesión a D. Juan Rodríguez del cementerio viejo para que hiciese de él un sitio de recreo; pues ni la parroquia consintió en ello, ni tuvo otro provecho que el nada halagüeño de ver los restos de sus mayores rodar por los calles del pueblo y servir de diversión a los perros y los gatos al ser trasportados a carros del viejo al nuevo cementerio; verdad es que esto pasa a giorro, pues entre un montón de tierra que, extraída de la iglesia, ordenó el cura se amontonase a la izquierda de la puerta del cementerio, existen aún fragmentos de huesos humanos, como puede ver cualquiera con solo escarbar con cualquier cosa en el dicho sitio.

Otra utilidad reporta a los vecinos de Bimeda la falta de cementerio viejo y la insuficiencia del nuevo, y es que cada vez que ocurre la inhumación de un cadáver, pueden hacer un estudio práctico de anatomía en los dos o tres que, en completo estado de descomposición, se ven precisados a exhumar los enterradores, para hacer la sepultura. Y no hay que dejarse en el tintero lo convenientes que serán –al cura, acaso- a los vecinos del pueblo de Bimeda, en cuyo centro está el cementerio, y sobre todo a los pobres enterradores los miasmas pútridos que exhalan los cadáveres en descomposición.

Asegura el Sr. Uría en su carta que, con lo que el cura de Bimeda ha gastado de su peculio en provecho de la parroquia, tenía para comprar muchas pelucas si las necesitase. Lo de que la necesita es una verdad de a puño, y en cuanto a lo de que el cura haya gastado en provecho de la parroquia tanto, ni cuanto, ni nada, que me lo claven a mí en la frente. Si usted dijera, Sr. Uría de mis pecados, que gasta cuanto puede, y aún pide a la parroquia, para hacerse con tierras, prados, vacas y xatos, estaba bien dicho; pero ¿en bien de la parroquia? ¡Vamos, hombre! Usted xa delira.

Todo lo que antecede es la verdad pura y neta, y si no que se demuestre lo contrario.

Es verdad que a mi nada me importa la parroquia de Bimeda ni sus asuntos, mucho menos el cura de ídem, y aún menos el que a este último le haya salido un Cirineo en Cangas; pero tengo en mi poder un papelorio firmado por una porción de vecinos de aquella parroquia, que aseguran cuanto va dicho, y al ver que el Sr. Uría de Cangas, salía con su carta, tentóme Pateta poner las cosas en su lugar, y… ¡zas! Allá fui.

Además, ¡si usted viera, amigo Director, cuántos casos y cuántas cosas dejo en el tintero! Pero si mis ocupaciones me lo permiten, y me dan lugar a ello, ya saldrá todo, ya.

Por hoy no me queda por decirle más, sino que, como usted no ignora, es su amigo y correligionario de siempre seguro servidor q. b. s. m.

Justo Duro y Alto-Claro