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A la memoria de Agustín Jesús Barreiro Martínez (1865-1937), naturalista, antropólogo e historiador de la Ciencia de la Naturaleza

Agustín J. Barreiro con el birrete de doctor en 1909.

La biografía de este hijo de la desaparecida Casa Barreiro, de Cibuyu (Cangas del Narcea), que fue una autoridad en el estudio de la historia de la ciencia española, puede leerse en varias publicaciones, tanto en papel como en internet. Sobre él escribieron personalidades como Ignacio Bolivar (1850-1944), catedrático de Entomología y director del Museo de Ciencias Naturales, en su contestación al discurso de ingreso de Barreiro en la Real Academia de Ciencias en 1928; Constantino Suárez (1890-1941) en Escritores y artistas asturianos (Madrid, 1936), en donde además enumera todas sus publicaciones hasta 1934; Ignacio Acebal que escribió “La obra científica del P. Agustín Barreiro” en la revista Archeion, 22 (1940); Jesús Álvarez Fernández OSA que redactó su biografía y enumeró sus obras para el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia, y Eduardo Hernández Pacheco (1872-1965), catedrático de Geología de la Universidad de Madrid, y Emiliano Aguirre, catedrático de Paleontología, en sendos prólogos a la historia de El Museo Nacional de Ciencias Naturales (1711-1935) que escribió Barreiro. Nosotros vamos a hacer un breve resumen de su biografía.

Agustín Jesús Barreiro nació en 1865. Sus padres fueron Manuel Barreiro  y Josefa Martínez. Fue el mayor de cinco hermanos: dos emigraron a Argentina (uno trabajó de cocinero en un ballenero) y otros dos se quedaron en el pueblo. Él, después de estudiar en la escuela de Cibuyu, marchó con 15 años a Valladolid al Colegio de Agustinos Filipinos donde se ordenó en 1882. No fue el primer religioso de la familia: tenía una tía monja y un tío canónigo. Después continuó sus estudios teológicos en La Vid (Burgos) y El Escorial. El 16 de septiembre de 1889 está en Barcelona, camino de Filipinas, y desde allí escribe a su casa:

El día 20 del presente embarcaremos con dirección a Manila 24 compañeros y connovicios agustinos, acompañados de religiosos recoletos y franciscanos. […] El buque en donde haremos el viaje se llama “San Ignacio”. Si desea algún encargo para fray Antonio Fuertes o para mi tío me lo hace presente por carta al convento de San Pablo de Manila Agustinos Filipinos.

En Filipinas estuvo cinco años, que fueron determinantes para este joven de Cibuyu. El descubrimiento de la exuberante naturaleza de aquellas islas, y el contacto con una cultura tan diferentes a la que dejaba atrás, hizo que se aficionase al estudio de las ciencias naturales y la antropología. Aprendió la lengua nativa  y fue destinado a la provincia de Pampanga, al norte de Manila. El 29 de junio de 1891 escribe a su casa desde Lubao:

[…] desde aquí adelante en lugar de Lubao escribirán a Floridablanca, que es un pueblecito inmediato a este, a donde supongo pasaré como párroco dentro de unos días. En este pueblo de Floridablanca no hay convento o casa parroquial, como en los demás pueblos, aunque sin embargo se dispone de una casita de madera cubierta con tejido de vipa, que es una hoja con que suelen cubrir los indios sus casas después de colocarla en forma conveniente para que no gotee cuando llueve. En cuanto a los sirvientes, suelen escogerse muchachos indios que después de educados sirven regularmente. La comida, sobre poco más o menos, es la que se da en nuestros colegios de España, pues aquí se puede disponer de pan, carne y pescado bueno o por lo menos regular. Tengo una ventaja en ese pueblo y es que a corta distancia del mismo se hallan el padre con quien he aprendido idioma, y un compañero y condiscípulo mío con quien puedo pasar el rato casi todos los días.

De Floridablanca pasó a las parroquias de Candaba, San Luis, San Fernando y San Simón. En 1894 regresó a España y se dedicó a la enseñanza de las ciencias naturales en colegios de agustinos. Como carecía de título universitario, estudió el bachillerato en el instituto de Valladolid y la carrera de Ciencias Físico-Naturales en la Universidad de Salamanca, obteniendo la licenciatura en la Universidad Central de Madrid en 1902 y doctorándose en esta misma universidad en 1909 con la tesis: “Estudio psicológico y antropológico de la raza malayo-filipina desde el punto de vista de su lenguaje”. Impartió clases en la Universidad de Valladolid como auxiliar de cátedra. En 1914, por problemas de salud, abandonó la enseñanza y se trasladó a Madrid, donde se dedicará plenamente a la investigación.

Se especializó en el estudio de la zoología de invertebrados y la antropología, pero a partir de los años veinte se centró en el estudio de la historia de las ciencias de la naturaleza en España, reivindicando el papel que habían tenido los estudiosos en esta materia y las expediciones científicas españolas en América, Extremo Oriente y África, sobre todo en los siglos XVIII y XIX. Lamentablemente parte de las colecciones de estas expediciones se había perdido por abandono y los resultados, en la mayoría de los casos, nunca se habían publicado. Como escribió Ignacio Bolivar en 1928: “Podría decirse en verdad que ningún otro país gastó más ni contribuyó menos a la bibliografía científica. […] ¡Cuánta labor, cuánta inteligencia y cuánto dinero malgastados inútilmente!”. El mérito de Barreiro fue dar a conocer los trabajos de estos investigadores olvidados y relegados. Buscó la información, que estaba dispersa en archivos, museos o el Jardín Botánico, así como en las familias de los investigadores. Su gran obra en este ámbito fue la Historia de la Comisión Científica del Pacífico (1862 a 1865), editada por el Museo Nacional de Ciencias Naturales y la Junta para Ampliación de Estudios de Investigaciones Científicas en 1926, y la publicación en 1928 del diario de esta expedición escrito por Marcos Jiménez de la Espada.

Otra de sus grandes aportaciones fue la Historia del Museo Nacional de Ciencias Naturales, fundado en 1771, al que él llamaba “nuestra casa solariega”. El libro se publicó póstumamente en 1944, con un extenso prólogo de Eduardo Hernández Pacheco, y se reeditó aumentado en 1992, con una larga introducción de Emiliano Aguirre. Es una obra que todavía hoy sigue siendo imprescindible para conocer el devenir de esta institución hasta 1935, así como el desarrollo de las ciencias naturales en España, pues desde el siglo XVIII su estudio estuvo muy ligado a este museo.

Barreiro será uno de los pocos historiadores españoles en este campo. En 1932, el historiador de las ideas científicas Francisco Vera (1888-1967), “republicano, masón y teósofo”, en un artículo sobre “La enseñanza de la historia de las ciencias en España” destaca solo a cinco personas:

En este orden de ideas quiero destacar cinco nombres: José A. Sánchez Pérez, profesor del Instituto-Escuela de Madrid, y los catedráticos universitarios José M. Millás Vallicrosa y Francisco Cantera, de Madrid y Salamanca, respectivamente, en las ciencias exactas y físico-químicas, y el académico P. Agustín Barreiro y el profesor Francisco de las Barras en las naturales, quienes allegan meritísimos materiales para el conocimiento de la historia de la Ciencia española (Archeion, XIV, págs. 91-93)¹

Agustín J. Barreiro, 1923. Fotografía de ‘El Adelanto’, 24 de junio de 1923.

Además de dedicarse a la investigación, Barreiro realizó una ingente labor para difundir el olvidado trabajo de aquellos naturalistas españoles que él estudiaba. Dio muchas conferencias en ciudades españolas y asistió a numerosos congresos de Ciencias (Sevilla, Valladolid, Bilbao, Barcelona, Oporto, Coimbra, Lisboa, Salamanca). En una noticia sobre el Congreso de las Ciencias de Salamanca que publicó El Adelanto, el 24 de junio de 1923, se dice sobre Barreiro:

El padre Barreiro tiene su mejor cualidad en el ardor y entusiasmo por comunicar a todos su ciencia. Es un misionero de la ciencia, pues expone por ella su vida, sacrificando más de una vez su salud.

Su trabajo fue reconocido por la Real Academia de las Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, que lo eligió como miembro de número en 1927. Su elección fue una noticia destacada en la prensa, pues era el primer religioso que entraba en esta academia fundada en 1847. Su discurso de ingreso trató sobre su amada Filipinas y el papel de los españoles en su conocimiento: «Características de la fauna y de la flora filipinas y labor española en el estudio de las mismas».

Esa labor de divulgación y promoción de las ciencias también la hizo en otras sociedades científicas, a las que perteneció y en las que participaba activamente. Fue socio fundador de la Sociedad Española de Antropología, Prehistoria y Etnografía, creada en 1921, en la que fue elegido presidente en 1926; miembro de la Real Sociedad Geográfica Española y de la Sociedad Española de Historia Natural, y fundador y presidente de la Asociación de Historiadores de la Ciencia Española, fundada en 1934.

Fue una persona muy respetada. Los que lo conocieron dijeron de él que era modesto, asequible y de trato amable. Eduardo Hernández-Pacheco lo calificó como “hombre sabio y bueno” y el diario El Adelanto lo definió como de “carácter comunicativo y sencillo, afable y simpático en extremo, vive en relación y amistad con los más sabios de España, estimado y ponderado aun por lo que en religión tienen ideas opuestas” (24 de junio de 1923). En Región, de Oviedo, con motivo de su entrada en la Real Academia de Ciencias, escribieron lo siguiente:

En España, el mérito extraordinario del P. Barreiro está para los científicos muy por encima de cualquier otra consideración, cuando militan en campo opuesto al suyo. […] y han sido principalmente figuras de las izquierdas las que ahora le han llevado a la Academia, dispensándole un honor que se concede por primera vez a un sacerdote.

Mantuvo estrecha relación con Asturias y con Cangas del Narcea. Fue socio del “Tous pa Tous. Sociedad Canguesa de Amantes del País” desde su fundación en 1926 y hasta su disolución en 1932, y en el boletín de esta asociación, La Maniega (1926–1932), se informaba puntualmente de sus éxitos y publicaciones. Enviaba todos sus libros a la biblioteca del colegio de segunda enseñanza de Cangas del Narcea, al que también donó varias colecciones de ciencias naturales. Asimismo, ayudaba a los cangueses emigrados en Madrid, que no eran pocos. La Maniega da noticia de todo ello en 1927, con motivo de su nombramiento como académico:

Cuando el padre Barreiro se ve más asistido por el éxito en sus publicaciones jamás se olvida de que en la escuela de Cibuyo aprendió a leer, y de todas aquéllas manda ejemplares dedicados a nuestro Colegio de segunda enseñanza [de Cangas del Narcea]. El Tratado de Historia Natural, el de Higiene Humana, el estudio comparativo de la raza malayo-filipina, el del origen de la raza de las Islas Carolinas, el comparativo de las lenguas aborígenes, polinesias y americanas, la Historia de la Comisión científica al Pacífico, están, pues, al alcance de los cangueses. A nuestro Colegio ha donado algunas colecciones mineralógicas y raros ejemplares madrepóricos.

De la vida religiosa de nuestro eximio paisano sólo sabemos que ha ejercido en la Orden los más delicados cargos. Su gran virtud, su claro don de consejo, su abnegación asistiendo a los enfermos trascienden en los más dilatados contornos de [iglesia del] Beato Orozco en los barrios de Salamanca y Pardiñas, y son muchos los cangueses en Madrid que a él acuden cuando se ven agobiados por sus cuitas, sus problemas o su desamparo. Las penas de los cangueses, la cultura canguesa, el bienestar cangués le merecen atención preferente, y justo es, por eso, que el concejo conozca y dedique loores al hijo que tanto vale y tanto le ama. (La Maniega, núm. 9 , agosto de 1927, 10-11).

El padre Barreiro falleció en Madrid el 25 de marzo de 1937, durante la Guerra Civil, refugiado en la embajada de Chile. Tenía 72 años de edad.

Ahora, el 12 de julio de 2020, casi cien años después de publicarse aquellas palabras en La Maniega, un nuevo Tous pa Tous va a colocar una placa a su memoria en el pórtico de la iglesia parroquial de Cibuyu para que sus vecinos y los que se acerquen hasta allí conozcan y recuerden quién fue Agustín Jesús Barreiro Martínez, un hijo de Casa Barreiro de Cibuyu (Cangas del Narcea), naturalista, antropólogo y, sobre todo, historiador de las ciencias de la naturaleza.


¹ Citado por José M. Cobos Bueno, “La Asociación Española de Historiadores de la Ciencia: Francisco Vera Fernández de Córdoba”, Llull, 26 (2003), 57-81.


Marcelino Peláez Barreiro (Ounón, 1869 – Mar del Plata, Argentina, 1953)

Chafán de la plazoleta entre las calles Don Ibo y Las Huertas, con la placa a la memoria de Marcelino Peláez

Publicamos aquí una breve biografía escrita por nuestra compañera Mercedes Pérez Rodríguez con motivo del homenaje a Marcelino Peláez y leída por ella misma en el acto a la memoria de este emigrante cangués. En una de las esquinas de la plazoleta existente en Cangas del Narcea, entre las calles maestro Don Ibo y Las Huertas, el Tous pa Tous descubrió una placa de bronce a su memoria. Días después, hemos sabido que el Ayuntamiento de Cangas del Narcea, a petición del Tous pa Tous y por decreto de alcaldía de 24 de septiembre de 2015, acordó incoar expediente para dar el nombre de “Marcelino Peláez Barreiro” a la citada plazoleta.


Marcelino Peláez Barreiro (Ounón, 1869 – Mar del Plata, Argentina, 1953)

Desde mediados del siglo XIX y hasta 1930, cincuenta millones de europeos emigraron a ultramar. Unos 350.000 eran jóvenes asturianos, la mayoría entre 15 y 17 años.

Unos pocos se enriquecieron y algunos de ellos favorecieron a su tierra natal bien por altruismo bien por interés social o económico.

Marcelino Peláez emigró a Argentina donde sus comienzos debieron de ser muy duros. Por Amalia Fernández, hija de un administrador suyo, sabemos que tenía un almacén de Ramos Generales en San Agustín, a unos 100 Km de Mar de Plata. Estos comercios vendían de todo, generaban mucho dinero y no estaban exentos de peligros porque tanto los gauchos como los indígenas eran “gente muy brava». Marcelino Peláez invirtió en tierras sobre las que gestionó la fundación de núcleos de población como Mechongué.

Los indianos o “americanos”, edificaron palacetes y panteones para uso propio y financiaron obras públicas como traídas de agua, casinos, iglesias, hospitales, asilos, boleras, lavaderos, y favorecieron especialmente la educación de los jóvenes, construyendo escuelas, dotándolas de materiales didácticos y comedores escolares, incentivando a los maestros y premiando a los mejores estudiantes.

La construcción de una escuela era una tarea que implicaba al Estado, al Ayuntamiento, a los vecinos y a los emigrantes. La intervención de los emigrantes adoptó varias fórmulas:

  • Las sociedades de instrucción, cuyo ejemplo es la Sociedad de los Naturales de Boal, nacida en La Habana en 1911, que construyó a sus expensas más de veinte escuelas en el concejo de Boal.
  • La colecta, en la que además de participar los emigrantes enriquecidos lo pudieron hacer otros menos favorecidos por la fortuna.
  • La individual, en la que un «americano» financiaba la escuela; destaco a Pepín Rodríguez, uno de los propietarios de la fábrica de tabaco «Romeo y Julieta», de La Habana, quien constituyó una fundación que no solo construyó el edificio sino que también se preocupó del proyecto didáctico, de la dotación de materiales y profesorado.

Se calcula que unas doscientas noventa y cuatro escuelas asturianas se beneficiaron del capital de los emigrantes.

Pese a lo dicho, encontrar capital para estos fines no era tarea fácil, como señalaba Carlos Graña Valdés en carta abierta en La Maniega en diciembre de 1928, “el número de personas que se desprenden de cantidades de dinero para ayudar a sus aldeas a construir sus edificios se cuenta por los dedos”.

¿Qué hace tan peculiar el caso de Marcelino Peláez? El hecho de que no solo costeó la escuela de su pueblo natal, Ounón, como hicieron muchos «americanos», sino que también colaboró en la construcción de la escuela de otros pueblos, donando 1.000 pesetas para todas las escuelas que se construyesen en cualquier pueblo del concejo y 25.000 para las escuelas graduadas de la villa. Es el único caso en Asturias.

Apreciemos la importancia de esa cantidad si la comparamos con otras, así para la construcción de la escuela de Naviego el Ayuntamiento puso 1.975 pesetas, la Sociedad Cangas del Narcea de Buenos Aires 1.250 pesetas y la mayoría de las donaciones solía ser de 50 pesetas.

Los pueblos beneficiados por Marcelino Peláez fueron Porley, Villar de Lantero, Santa Marina, San Pedro de Culiema, Bergame, Naviego, Linares del Acebo, Agüera del Couto, Carballo, Bimeda, Llano (con 2.000 pesetas), Santa Marina, San Cristóbal, Araniego, Carballedo, Acio y Caldevilla de Acio, etc. Disponía el concejo de Cangas del Narcea en 1931 de cincuenta y cinco escuelas, más once que estaban en construcción y esperaban llegar a las noventa en cuatro años.

Marcelino Peláez Barreiro detectó el problema de la escasa instrucción, del analfabetismo; según La Maniega en abril de 1929 en Ounón de 34 habitantes, 21 eran analfabetos, y quiso remediar esta penosa situación favoreciendo la construcción de escuelas. ¿Qué pensaría de la situación actual, cuando la despoblación aboca a muchas de estas escuelas rurales al cierre y aún presentan dificultades para impartir una enseñanza de calidad en igualdad de condiciones para todos los alumnos?

La generosidad de Marcelino Peláez no se limitó al terreno educativo, también donó importantes cantidades al Hospital Asilo de Cangas, a los pobres de Ounón y contribuyó a pagar el plano de la villa en 1930. Y sin alardear de ello, numerosos testimonios lo califican de hombre modesto; el médico Manuel Gómez en 1930 alaba su discreción: “su mano izquierda no sabe lo que la derecha hace”.

Podemos preguntarnos si tanto altruismo fue correspondido por los cangueses. Desde el Ayuntamiento de Cangas del Narcea parten dos muestras de agradecimiento:

  • Una el 9 de julio de 1930, la Corporación presidida por Joaquín Rodríguez-Arango, acordó ofrecer a Marcelino Peláez Barreiro un álbum artístico como expresión de agradecimiento de todo el concejo. Firman en él el alcalde, los concejales, y muchos maestros y escolares. Este entrañable y sencillo homenaje, costeado por suscripción popular y conservado por sus descendientes, puede verse reproducido en la Web del Tous pa Tous.
  • El otro tuvo lugar durante el pleno del 14 de mayo de 1932, cuando se hace público el agradecimiento y se acuerda dar el nombre de Marcelino Peláez a la mejor de las calles que se abran en el centro de la villa tras el derribo del convento de dominicas. Este acuerdo nunca se llevó a cabo porque la memoria de los pueblos y de sus representantes suele ser débil.

El Tous pa Tous. Sociedad Canguesa de Amantes del País descubre hoy esta placa, un monumento público que refresca la memoria del pueblo mostrando sus valores, y ha solicitado al Ayuntamiento que a esta pequeña plaza se le dé el nombre del “benefactor de las escuelas de Cangas del Narcea”, del apodado por Gumersindo Díaz Morodo «Borí» como “sembrador de cultura”, de Marcelino Peláez Barreiro.

Restaurada la lápida de homenaje a los voluntarios cangueses de 1808

Placa restaurada dedicada a los héroes del Regimiento de Voluntarios de Cangas de Tineo

El pasado mes de septiembre nos hacíamos eco en esta misma página web del aspecto penoso que presentaba la lápida de homenaje a los voluntarios cangueses de 1808, único testimonio que existe en nuestro concejo que conmemora un hecho histórico en el que participaron colectivamente todos los cangueses y que honra a unos muertos que lucharon por la libertad.

La falta de decencia cívica y de respeto al pasado, la ignorancia y la estupidez de algunas personas fueron la causa de esta situación. Aunque tuvo que repararse con dinero de todos, hoy nos congratula saber que el Ayuntamiento de Cangas del Narcea ha concluido los trabajos de rehabilitación, poniendo remedio al desaguisado realizado por uno o varios descerebrados.

El Ayuntamiento también ha restaurado dos humildes testigos de la modernización de España en el siglo XIX ubicados en Brañas de Abajo. Dos azulejos de color blanco con letras y números azul cobalto en los que aparecen el nombre de la calle en uno y el pueblo, la parroquia, el partido judicial y la provincia en el otro. A continuación se puede visualizar el magnífico resultado de los trabajos realizados.  Esperemos que duren muchos años. Desde aquí nuestra felicitación a los responsables municipales por cuidar de estos detalles.


 


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Maltrato a la lápida de homenaje a los voluntarios cangueses de 1808

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Placa dedicada a los héroes del Regimiento de Voluntarios de Cangas de Tineo

En el mes de junio de 1808, como reacción a la invasión de España por el ejército francés se constituyó el Regimiento de Voluntarios de Cangas de Tineo. En él se alistaron 944 jóvenes del concejo, que el 10 de noviembre de ese año entraban en combate por primera vez en Espinosa de los Monteros (Burgos). Al finalizar la guerra de la Independencia en 1814 solo regresaron con vida 22 de aquellos hombres.

Un siglo después, el 14 de julio de 1908, el pueblo de Cangas del Narcea homenajeaba a aquellos voluntarios colocando una lápida en la fachada de su ayuntamiento, situado entonces en la calle Mayor. Fue un día cargado de emoción y recuerdos. Se organizó una procesión cívica en la que participaron todas las clases sociales de la villa. El orden era el siguiente: un batallón infantil;

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Grabado del siglo XIX alegórico a la Batalla de Espinosa de los Monteros (10 y 11 de noviembre de 1808) en la que interviene el Regimiento de Voluntarios de Cangas de Tineo.

“niñas y niños de las escuelas públicas” con sus maestros; todo el personal de Obras Públicas (el ingeniero Diz Tirado, el ayudante, el sobrestante y los peones camineros); los curas párrocos y los dominicos de Corias; las autoridades municipales con el alcalde Nicolás de Ron, que portaba la bandera del Regimiento de Voluntarios de Cangas de Tineo; los diputados provinciales; los empleados del juzgado, abogados y procuradores; militares residentes en la villa; el orfeón y la banda municipal, y “cerrando la comitiva el pueblo en masa”. La procesión fue desde el Campo la Veiga hasta el antiguo ayuntamiento y allí el alcalde descubrió una lápida “para perpetuar la memoria” de los voluntarios cangueses, que estaba colocada en el centro de la fachada de aquel edificio. El acto fue solemne y multitudinario; sobre él se publicaron varias crónicas en periódicos locales y regionales (José Gómez López-Braña en El Carbayón, de Oviedo, y Adolfo en El Popular, de Gijón).

Hoy, en 2013, doscientos años después de aquella guerra y ciento cinco años después de haberse colocado, la lápida está pintarrajeada y presenta un aspecto penoso. La falta de decencia cívica y de respeto al pasado, la ignorancia y la estupidez de algunas personas son la causa de esta situación. Sabemos que en los próximos meses el Ayuntamiento de Cangas del Narcea va a remediar su estado, encargando su limpieza y reparación. Con dinero de todos tendrá que repararse el desaguisado realizado por uno o varios descerebrados. La lápida es un símbolo de nuestra historia y se merece esta reparación, primero, para honrar a unos  muertos que lucharon por la libertad y segundo, porque es el único testimonio que existe en nuestro concejo que conmemora un hecho histórico en el que participaron colectivamente todos los cangueses.


A continuación dejamos dos enlaces a sendas crónicas periodísticas publicadas en el mes de julio de 1908 y mencionadas más arriba:


Más información:


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Breve semblanza de Mario Gómez Gómez (1872-1932)

Mario Gómez Gómez en Cádiz, 1915. Fotografía de M. Iglesias. Col.: familia Álvarez Pereda.

A continuación reproducimos la semblanza, combinación de una especie de bosquejo biográfico y otro autobiográfico, pronunciada por el secretario de El Payar del Tous pa Tous, Manuel Álvarez Pereda, en el acto a la memoria de Mario Gómez Gómez (Cangas del Narcea, 1872-1932):

En Limés, Cangas del Narcea, a 20 de octubre de 2012

Del derecho y del revés
soy de Cangas de Tineo.
Tonto o listo; guapo o feo,
soy de Cangas; soy Cangués.

Y Cangas mi pueblo es
porque así fue mi querer,
que si en Madrid tuve el ser,
fui a Cangas conducido,
y nací donde escogido,
tenía para nacer.

Así empieza el libro De Bogayo, escrito en 1915 por nuestro protagonista, sin duda una de las personalidades más carismáticas del Cangas de todos los tiempos. Y así empieza el libro, en respuesta a una pregunta que el propio Mario Gómez se hace a sí mismo y en la que me apoyaré a lo largo de esta exposición: ¿Que, quién soy yo?, se preguntaba. Una pregunta que en Cangas, la podía responder cualquiera, y en otros muchos lugares, mucha o bastante gente.

Mario Gómez fue un personaje muy popular, que conocía muy bien a sus paisanos porque trataba con todo el mundo, con todas las clases sociales. Conocedor de las costumbres canguesas, del lenguaje, sabía desenvolverse en cualquier situación como “Pedro por su casa”. Pero sobre todo, siempre tenía todas las potencias de su alma fijas en esta tierra que tanto quería porque le vio nacer, porque, según él mismo decía, sufrió muchas de sus travesuras de rapaz, y porque en ella tenía, según decían todos, el cariño de cuantos siquiera una sola vez le trataron.

Otro ilustre cangués y amigo suyo, Borí (Gumersindo Díaz Morodo) en 1916 escribía lo siguiente:

«Removiendo en los recuerdos de la infancia, veo a ese querido cangués gozando ya de una popularidad envidiable. Rapaz inquieto y de iniciativas, supremo jefe de la juventud canguesa, no se organizaba en esta villa una parranda, o una fiesta, o una cabalgata carnavalesca, o una excursión a las montañas que nos circundan… cuando no se emprendía una cruzada contra los gatos o se desarrollaba descomunal pedrea, en que él no estuviese al frente, ordenando, mandando como general que guía sus huestes al combate y a la victoria.

Cuando estudiante, en el tiempo que fuera de Cangas se hallaba, se parecía la villa a una balsa de aceite. En la época de vacaciones, los jóvenes se comunicaban unos a otros la buena nueva, la próxima llegada de Mario Gómez, el cual seguramente traería u organizaría algo nuevo, desconocido, exótico, que haría las delicias de todo el pueblo, de grandes y de chicos, de hombres y de mujeres. […]»

Y es que esto que escribía Borí lo afirmaba el propio Mario:

Desde el Matorro al Mercado;
Del Cascarín al Corral,
no hay un rincón ni un portal
donde yo no haya jugado.

Ni un aldabón respetado,
ni ventana en que asomada
alguna vieja rabiada
con furia no me riñera
al verme tirar certera
a su gato, una pedrada.

De casa de la Calea
a mas allá de Arayón
no hay un pozo ni un rabión
que no sepa, del Narcea.

Ni hay nogal, cuya cacea
no haya manchado mis manos,
ni perales ni manzanos
por donde no gatease,
ni pared que bien guardase
los nisales y avellanos.

Mozo ya, corrí el Concejo
caminante y andarín
a caballo o en pollín
a pelo o con aparejo.

A la vera del pellejo
o de las cubas al pie
mucho bebí y más canté
en todas las romerías,
y repartiendo alegrías
alegría atesoré.

¡Que tiempo feliz aquel! …

Que lo digan Victorino
Fernando Ron, Avelino
Luis de Carballo o Abel.

En bullicioso tropel,
del Acebo a Carrasconte;
del Puelo a San Luis del Monte
marcábamos gayas huellas
y Arvas, Touzaque o Caniel.las
dábannos poco horizonte.

De pedreas, de fiestas, de parrandas… Cierto es, que cuando Mario Gómez estaba aquí, en este su Cangas del alma, todo en él era gozo y alegría, pero esto no era impedimento alguno para que desde muy joven tuviese un gran sentido de la responsabilidad. Terminó brillantemente sus estudios en Madrid, se graduó en Medicina, preparó oposiciones al cuerpo de Sanidad Militar e ingresó en el Ejército tras aprobarlas.

Primer destino África, con base en Melilla, después Trubia (Oviedo), Valladolid, Vitoria, Gijón, y otra vez Trubia destinado en la Fábrica de Armas. Está claro que el hombre tiraba para la patria chica aunque alguna ‘mano negra’ empujaba más fuerte y vinieron más destinos: Pamplona, Reus (Tarragona), vuelta a Melilla y a primera línea de fuego en distintos campamentos de África. Parecía que se iba a librar de la morisma en Barcelona, Manresa… pero, de vuelta al país del moro no sin antes hacer guarnición unos meses en Leganés (Madrid). Durante unos años participó activamente en la campaña de África y por los méritos que fue acumulando consiguió ascender. Pasó a Galicia como Director del Hospital Militar de Vigo. También fue Director del Hospital Militar de Carabanchel (Madrid). Por otro ascenso pasó al Ministerio de la Guerra como Comandante-Médico, dirigió el buque hospital «Almería» y ascendió a Teniente Coronel Médico destinado como director del Hospital Militar de Córdoba. De aquí se hace cargo del buque hospital «Castilla» y pasa a Marruecos donde permanece evacuando heridos hasta el conocido naufragio en aguas de Melilla el 12 de mayo de 1927. Tras dos años de excedencia forzosa en Trubia, se le concede la placa de la Orden Militar de San Hermenegildo pasando a prestar sus servicios a la Capitanía General y al Gobierno Militar. La proclamación de la Segunda República Española en 1931 le pone en Cangas después de casi 35 años de servicio a la Patria. ¡Más de la mitad de su vida!

Agotador, ¿verdad?… así lo contaba el protagonista:

A Madrid fui a estudiar,
pero no se si estudiaba
porque yo siempre cantaba
y era en cangués mi cantar.

Me hice luego militar.
Contra la morisma perra
fui tres veces a la guerra,
y a la sombra del pavés
seguí pensando en cangués;
seguí queriendo a mi tierra.

Cual si a ambulatorio sino
siempre estuviese sujeto,
siempre en marcha, siempre inquieto,
voy de destino en destino.

Mas, ya me cansa el camino.
Jadeante y anheloso
de este mar tempestuoso,
roto el timón y la quilla
va buscando mi barquilla,
de Cangas, almo reposo.

Pero quiero volver a Trubia, porque como os decía antes, no sólo en Cangas era conocido nuestro fundador, no olvidemos que aunque estuvo treinta y cinco años defendiendo la Patria Grande es nuestro fundador, fundó en 1925 el Tous pa Tous y la revista La Maniega, recordad…

y a la sombra del pavés
seguí pensando en cangués;
seguí queriendo a mi tierra.

Pero estábamos en Trubia. ¿Qué armaría (por aquello de la fábrica de armas) nuestro paisano allí para que los trubiecos lo hiciesen Hijo Adoptivo de Oviedo? Durante su estancia como médico en la fábrica de armas, edificó un sanatorio para obreros y les creó centros educativos y de recreo, en los que invertía sus escasos ratos libres dando charlas sobre higiene, alcoholismo, visitando enfermos pobres, facilitándoles alimentos y todo de forma altruista.

Su afán por hacer el bien y ayudar a los más necesitados llevó al Ministerio de la Gobernación a concederle la Cruz de Beneficencia. Y lo dicho, las gentes de Trubia lo acogen en su seno como hijo adoptivo de Oviedo. Pero lo mejor viene ahora…

En agradecimiento, nuestro paisano dedica en 1927 al pueblo de Trubia “un abrazo filial” haciendo gala de su modestia, ya que no le gustaba, para nada, recibir elogios, y les dice:

Y al abrazaros hoy, llamo a mi pueblo natal para abarcarlo entre nosotros: al acercarme a esta pila bautismal, he de bendecir la pila de Cangas del Narcea, en la que recibí el nombre de cangués, con el que me honré toda mi vida y que, con el de trubieco, seguiré honrándome; llamo al pueblo en que nací, donde se informó mi espíritu y en el que descansan mis padres. En este abrazo de hoy abrazo a Trubia y a Cangas, anhelando que también los dos pueblos se abracen.

Abrazaos, pues, los dos pueblos, el industrial y el agrícola, que buenas son las relaciones de Ceres con Vulcano; ambos os mantenéis firmes en las virtudes asturianas, los dos sois igualmente pródigos de corazón. El Trubia y el Narcea llevan unos mismos sones con matices tomados en Covadonga, con cadencias de las gestas hispanas […]

Ya sabéis…

y a la sombra del pavés
seguí pensando en cangués;
seguí queriendo a mi tierra.

Yo, la verdad, a lo mejor no soy objetivo, pero creo que no existió, ni existirá una persona, un personaje, que se merezca más la placa que hoy vamos a descubrir que este paisano. Lo que os acabo de contar son pequeñas pinceladas de lo que Mario Gómez amaba esta tierra que le vio nacer. Médico, militar, escritor en prosa, en verso, cronista, periodista, benefactor, alegre, dicharachero, pero sobre todo, CANGUÉS. CANGUÉS HASTA LA MUERTE y para muestra…:

Sueño ya, de mis vejeces,
despertar por las mañanas
al son de aquellas campanas
que llaman a aquellas preces.

El sol que nace en Rañeces;
y muere por Adralés,
alumbrándome en Cangués
mitigará mis dolores
y él hará crecer las flores
sobre mi tumba, después.

Solo en Cangas pienso ya.
Camino voy del retiro
y solo hacia el pueblo miro
donde mi retiro está.

Cansada mi vida va
en busca de la Refierta
a esperar me abran la puerta
de las tragedias canguesas,
y en barro de amigas huesas
quede mi huesa cubierta.

Como sabéis, a esta casa que él construyó es donde vino a vivir cuando se retiró del Ejército en 1931. El 2 de mayo de ese año escribe en una carta:

“Como habrás leído en la prensa, la República está haciendo las reformas que yo esperaba y a mí me ha traído un aguinaldo dándome mucho más de lo que yo esperaba. En vista de tal bicoca ya cursé la instancia pidiendo el retiro y cuento que para primeros de junio estaré en Limés libre ya e independiente para ir donde quiera”.

Y es que Mario tenía sus planes de jubilación (que no tienen nada que ver con lo que hoy conocemos por planes de pensiones). Como continuación a lo recitado antes sobre su deseo de morir en Cangas decía…

Pero antes que el trance llegue
haréme a las parcas fuerte
y haréle cara a la muerte,
si es que conmigo se atreve.

Antes que el diablo me lleve
daráme otras picardías
y otras nuevas alegrías
en mi pecho brotarán
y cantando pasarán,
leves las vejeces mías.

Tal vez mis piernas cansadas
se animen algún domingo
y pueda echar un respingo
o tejer unas pernadas.

Tal vez en glorias pasadas
se despierte mi mollera,
y sediento o moscardón
eche flores a un pendón
y eche al cuerpo una puchera.

Sueño en la paz del hogar;
sueño al amor de la lumbre
una tibia dulcedumbre,
y un tranquilo meditar.

Sueño en la vera del llar
y en los alegres corrillos
donde con mis chascarrillos
y mis cuentos y consejas
haré escándalo en las viejas
y reir a los chiquillos.

Lamentablemente, disfrutó muy poco tiempo de este retiro y de su querida casa de Limés. Falleció once meses después. Pero esto es algo triste y sin duda don Mario de triste tenía poco. Así que para terminar cantad conmigo: 

Ay macou-se la Pispireta
Pispireta ta muy mancada
Ay mancou-se la Pispireta
En camín de Veiga Pousada.  

Yo soy ferreirín
Nací nel Pumar
Crieime en Bisuyo
Caseime en Vitsar.

¿Queréis saber quién es el autor de esta letra? Pues, descubrid la placa.

Placa a la Memoria de Mario Gómez en Limés

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N’acurdanza de Åke W:son Munthe

altEl pasado 20 de julio de 2012 el Tous pa Tous colocó en Cangas del Narcea una placa a la memoria de Åke W:son Munthe (1859 – 1933) en la casa donde se alojó este lingüista sueco en el verano de 1886. Munthe vino a nuestro concejo a estudiar la lengua asturiana y a recopilar cantos populares. El resultado de su estancia fueron dos estudios pioneros en Asturias y en España: uno sobre el dialecto occidental del asturiano, que fue el primer estudio dialectológico científico que se hizo en España, y otro sobre el folclore o «saber popular», una ciencia nueva que en Asturias casi no tenía cultivadores. La placa se colocó en la casa donde está el Café Madrid, en la calle Mayor.

A continuación publicamos la historia de la estancia de Munthe en Cangas del Narcea y su biografía.

Más información: MUNTHE, Åke W:son

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Placas a la memoria de Genaro G. Reguerín (1918) y José Mª Flórez (1915)

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José Mª Flórez, hacia 1885. Fotografía de Ribot, Oviedo. Col. José Ramón Flórez Areces.

El sábado 11 de junio de 2011, a las 20:30 h., el «Tous pa Tous» descubrió una placa de bronce dedicada a la memoria de Luis Alfonso de Carballo en el barrio de Ambasaguas. Con motivo de este acontecimiento nos propusimos dar cuenta en nuestra web de las lápidas y placas que existen en la villa de Cangas del Narcea en recuerdo de algunos cangueses. En esta noticia vamos a tratar de las dedicadas a los maestros Genaro González Reguerín y José María Flórez y González, que están colocadas a la entrada de las Escuelas Públicas. Estas dos placas de bronce estuvieron hasta fines de los años sesenta del siglo XX en la escuela que estaba en la calle Mayor, y al derribarse este edificio se trasladaron a su ubicación actual. Lamentablemente se colocaron en un sitio poco adecuado: no están protegidas de la lluvia, y en consecuencia han comenzando a corroerse, y están medio tapadas por unos arbustos. Creo que alguien, en la Escuela o en el Ayuntamiento, debería hacer algo para favorecer su conservación y la memoria de estos dos maestros.

Reguerín y Flórez tuvieron varias cosas en común: fueron maestros buenos y respetados, publicaron libros escolares, eran republicanos federales y acabaron siendo familia, pues una hija del primero, Maria Teresa, se casó con el segundo.

: Genaro G. Reguerín y su esposa, hacia 1890. Fotografía de Fernando del Fresno, Oviedo. Col. José Ramón Flórez Areces.

Genaro G. Reguerín nació en Cangas del Narcea en 1817 y murió en 1898. No sabemos mucho sobre su vida. Comenzó a trabajar de maestro en la villa de Cangas en 1839 y se jubiló en 1889. En octubre de 1868 es vocal de la Junta Revolucionaria que se constituye en la localidad con motivo de la Revolución de Septiembre de 1868 y el 6 de julio de 1869 firma, junto a José Mª Flórez, el manifiesto de constitución del comité asturiano del Partido Republicano Federal, como delegado de Cangas del Narcea (puede leerse en el periódico madrileño La Discusión, de 16 de julio de 1869).

Placa dedicada a Genaro González Reguerín, 1918. Obra de Alfredo Flórez.

La iniciativa de dedicarle una placa partió de Mario Gómez Gómez, fundador del Tous pa Tous, que fue alumno suyo. La idea fue muy bien acogida por otros discípulos que sufragaron la placa de bronce. El diseño lo realizó Alfredo Flórez González, nieto de Genaro González Reguerín, que era médico y artista aficionado, y su firma aparece en la misma placa. La obra se fundió en Madrid. En ella aparece el busto del homenajeado elevado sobre unos libros y junto a él dos genios, uno de los cuales sujeta una corona de laurel sobre la cabeza, como símbolo de su triunfo en el magisterio. Todos los elementos que aparecen en la placa hacen alusión al saber, a la enseñanza y al homenaje perpetuo. Tiene la inscripción: AL GRAN MAESTRO E INSIGNE CIUDADANO / D. GENARO G. REGUERÍN. 1817 – 1898. SUS DISCIPULOS. 1918.

Placa de bronce dedicada a José Mª Florez, 1915. Obra de Pedro Estany

De más calidad artística y mayor tamaño es la placa dedicada a José María Flórez. Este maestro nació en Cangas del Narcea hacia 1830 y murió en Oviedo en 1890. Hijo de maestro, estudió en Madrid, enseñó en Bujalance (Córdoba) y fue profesor de la Escuela Normal de Oviedo, en la que ocupó el puesto de director desde 1879 hasta su fallecimiento. Fue un activo miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País de Asturias y de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos, y como tal realizó la primera excavación arqueológica del castro de Coaña. También fue un destacado poeta en asturiano occidental, lengua que en el siglo XIX contó con muy pocos escritores. Sus poemas se recopilaron en 1883 en el libro titulado Composiciones en dialecto vaquero, y constituyen una joya literaria y costumbrista en esta lengua. Durante toda su vida su vinculación a Cangas del Narcea fue permanente y en la villa pasaba gran parte del verano, participando en veladas literarias y musicales en las que también intervenían sus dos hijos: Alfredo y Roberto.

Descubrimiento de la placa dedicada a José María Flórez González en las escuelas públicas de la calle Mayor, en Cangas del Narcea, en 1915.

La placa para perpetuar la memoria de Flórez se sufragó con una suscripción popular. La iniciativa partió del periódico El Distrito Cangués y los donativos se recogían en su redacción. La suscripción se realizó entre junio y octubre de 1914, y en sus páginas se publicaban los nombres y las aportaciones de los donantes. En total se recaudaron 206,50 pesetas. El destino inicial de la placa era el lavadero que, junto al puente de piedra de Ambasaguas, estaba construyendo Alfredo Flórez, hijo de Jose María, con el fin de regalarlo al pueblo de Cangas. El lavadero se inauguró el 25 de octubre de 1914, pero la colación de la placa tuvo que aplazarse “para cuando el artista, a quien se ha encargado ese trabajo, la tenga terminada”.

Placa dedicada a José Mª Flórez (detalle de la firma del escultor Pedro Estany)

El artista, cuya firma aparece en la parte inferior izquierda de la placa, era Pedro Estany Capella, escultor nacido en 1865 en Castelló de Ampurias (Gerona) y establecido en Madrid, que en aquellos años gozaba de bastante prestigio en su profesión. Se había formado en la Escuela de Bellas Artes de San Jorge (Barcelona) y a partir de 1885 había completado sus estudios en París. En 1904 ingresó como profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid y después obtuvo la plaza de Modelado y Composición Decorativa en la Escuela Profesional de la Mujer. Fue uno de los escultores que participó en el monumento a Alfonso XII en el parque del Retiro (Madrid); también en esta misma ciudad hizo el mausoleo del político Ríos Rosas, levantado en 1905 en el Panteón de Hombres Ilustres (Basílica de Atocha), el monumento a Federico Chueca en la Rosaleda del parque del Retiro y el erigido al doctor José María Esquerdo (1915). Otras obras suyas son un monumento al mismo Esquerdo en Villajoyosa (Alicante) y una estatua dedicada al músico Jesús de Monasterio (1906) en Potes (Cantabria). Murió en Madrid en 1923.

Placa dedicada a José Mª Flórez (detalle de la inscripción)

En la placa de bronce dedicada a José Mª Flórez aparece en primer plano y a gran tamaño el homenajeado, sentado sobre una piedra, y en segundo plano se ve a una multitud de vaqueiros que están celebrando una fiesta junto a una capilla. Tiene la inscripción siguiente: AL CANTOR DE LAS BRAÑAS Y EXIMIO MAESTRO D. JOSÉ Mª FLÓREZ. POR SUSCRIPCIÓN POPULAR. 1915. La placa fue fundida en unos talleres madrileños.

La existencia de estas dos placas, y la calidad de la dedicada a José Mª Flórez, no son fruto de la casualidad, sino la muestra de una época y de una sociedad canguesa proclive a reconocer el valor de la instrucción pública, la educación y la cultura como elementos imprescindibles para el progreso de los pueblos.