Agustín J. Barreiro con el birrete de doctor en 1909.
La biografía de este hijo de la desaparecida Casa Barreiro, de Cibuyu (Cangas del Narcea), que fue una autoridad en el estudio de la historia de la ciencia española, puede leerse en varias publicaciones, tanto en papel como en internet. Sobre él escribieron personalidades como Ignacio Bolivar (1850-1944), catedrático de Entomología y director del Museo de Ciencias Naturales, en su contestación al discurso de ingreso de Barreiro en la Real Academia de Ciencias en 1928; Constantino Suárez (1890-1941) en Escritores y artistas asturianos (Madrid, 1936), en donde además enumera todas sus publicaciones hasta 1934; Ignacio Acebal que escribió “La obra científica del P. Agustín Barreiro” en la revista Archeion, 22 (1940); Jesús Álvarez Fernández OSA que redactó su biografía y enumeró sus obras para el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia, y Eduardo Hernández Pacheco (1872-1965), catedrático de Geología de la Universidad de Madrid, y Emiliano Aguirre, catedrático de Paleontología, en sendos prólogos a la historia de El Museo Nacional de Ciencias Naturales (1711-1935) que escribió Barreiro. Nosotros vamos a hacer un breve resumen de su biografía.
Agustín Jesús Barreiro nació en 1865. Sus padres fueron Manuel Barreiro y Josefa Martínez. Fue el mayor de cinco hermanos: dos emigraron a Argentina (uno trabajó de cocinero en un ballenero) y otros dos se quedaron en el pueblo. Él, después de estudiar en la escuela de Cibuyu, marchó con 15 años a Valladolid al Colegio de Agustinos Filipinos donde se ordenó en 1882. No fue el primer religioso de la familia: tenía una tía monja y un tío canónigo. Después continuó sus estudios teológicos en La Vid (Burgos) y El Escorial. El 16 de septiembre de 1889 está en Barcelona, camino de Filipinas, y desde allí escribe a su casa:
El día 20 del presente embarcaremos con dirección a Manila 24 compañeros y connovicios agustinos, acompañados de religiosos recoletos y franciscanos. […] El buque en donde haremos el viaje se llama “San Ignacio”. Si desea algún encargo para fray Antonio Fuertes o para mi tío me lo hace presente por carta al convento de San Pablo de Manila Agustinos Filipinos.
En Filipinas estuvo cinco años, que fueron determinantes para este joven de Cibuyu. El descubrimiento de la exuberante naturaleza de aquellas islas, y el contacto con una cultura tan diferentes a la que dejaba atrás, hizo que se aficionase al estudio de las ciencias naturales y la antropología. Aprendió la lengua nativa y fue destinado a la provincia de Pampanga, al norte de Manila. El 29 de junio de 1891 escribe a su casa desde Lubao:
[…] desde aquí adelante en lugar de Lubao escribirán a Floridablanca, que es un pueblecito inmediato a este, a donde supongo pasaré como párroco dentro de unos días. En este pueblo de Floridablanca no hay convento o casa parroquial, como en los demás pueblos, aunque sin embargo se dispone de una casita de madera cubierta con tejido de vipa, que es una hoja con que suelen cubrir los indios sus casas después de colocarla en forma conveniente para que no gotee cuando llueve. En cuanto a los sirvientes, suelen escogerse muchachos indios que después de educados sirven regularmente. La comida, sobre poco más o menos, es la que se da en nuestros colegios de España, pues aquí se puede disponer de pan, carne y pescado bueno o por lo menos regular. Tengo una ventaja en ese pueblo y es que a corta distancia del mismo se hallan el padre con quien he aprendido idioma, y un compañero y condiscípulo mío con quien puedo pasar el rato casi todos los días.
De Floridablanca pasó a las parroquias de Candaba, San Luis, San Fernando y San Simón. En 1894 regresó a España y se dedicó a la enseñanza de las ciencias naturales en colegios de agustinos. Como carecía de título universitario, estudió el bachillerato en el instituto de Valladolid y la carrera de Ciencias Físico-Naturales en la Universidad de Salamanca, obteniendo la licenciatura en la Universidad Central de Madrid en 1902 y doctorándose en esta misma universidad en 1909 con la tesis: “Estudio psicológico y antropológico de la raza malayo-filipina desde el punto de vista de su lenguaje”. Impartió clases en la Universidad de Valladolid como auxiliar de cátedra. En 1914, por problemas de salud, abandonó la enseñanza y se trasladó a Madrid, donde se dedicará plenamente a la investigación.
Se especializó en el estudio de la zoología de invertebrados y la antropología, pero a partir de los años veinte se centró en el estudio de la historia de las ciencias de la naturaleza en España, reivindicando el papel que habían tenido los estudiosos en esta materia y las expediciones científicas españolas en América, Extremo Oriente y África, sobre todo en los siglos XVIII y XIX. Lamentablemente parte de las colecciones de estas expediciones se había perdido por abandono y los resultados, en la mayoría de los casos, nunca se habían publicado. Como escribió Ignacio Bolivar en 1928: “Podría decirse en verdad que ningún otro país gastó más ni contribuyó menos a la bibliografía científica. […] ¡Cuánta labor, cuánta inteligencia y cuánto dinero malgastados inútilmente!”. El mérito de Barreiro fue dar a conocer los trabajos de estos investigadores olvidados y relegados. Buscó la información, que estaba dispersa en archivos, museos o el Jardín Botánico, así como en las familias de los investigadores. Su gran obra en este ámbito fue la Historia de la Comisión Científica del Pacífico (1862 a 1865), editada por el Museo Nacional de Ciencias Naturales y la Junta para Ampliación de Estudios de Investigaciones Científicas en 1926, y la publicación en 1928 del diario de esta expedición escrito por Marcos Jiménez de la Espada.
Otra de sus grandes aportaciones fue la Historia del Museo Nacional de Ciencias Naturales, fundado en 1771, al que él llamaba “nuestra casa solariega”. El libro se publicó póstumamente en 1944, con un extenso prólogo de Eduardo Hernández Pacheco, y se reeditó aumentado en 1992, con una larga introducción de Emiliano Aguirre. Es una obra que todavía hoy sigue siendo imprescindible para conocer el devenir de esta institución hasta 1935, así como el desarrollo de las ciencias naturales en España, pues desde el siglo XVIII su estudio estuvo muy ligado a este museo.
Barreiro será uno de los pocos historiadores españoles en este campo. En 1932, el historiador de las ideas científicas Francisco Vera (1888-1967), “republicano, masón y teósofo”, en un artículo sobre “La enseñanza de la historia de las ciencias en España” destaca solo a cinco personas:
En este orden de ideas quiero destacar cinco nombres: José A. Sánchez Pérez, profesor del Instituto-Escuela de Madrid, y los catedráticos universitarios José M. Millás Vallicrosa y Francisco Cantera, de Madrid y Salamanca, respectivamente, en las ciencias exactas y físico-químicas, y el académico P. Agustín Barreiro y el profesor Francisco de las Barras en las naturales, quienes allegan meritísimos materiales para el conocimiento de la historia de la Ciencia española (Archeion, XIV, págs. 91-93)¹
Agustín J. Barreiro, 1923. Fotografía de ‘El Adelanto’, 24 de junio de 1923.
Además de dedicarse a la investigación, Barreiro realizó una ingente labor para difundir el olvidado trabajo de aquellos naturalistas españoles que él estudiaba. Dio muchas conferencias en ciudades españolas y asistió a numerosos congresos de Ciencias (Sevilla, Valladolid, Bilbao, Barcelona, Oporto, Coimbra, Lisboa, Salamanca). En una noticia sobre el Congreso de las Ciencias de Salamanca que publicó El Adelanto, el 24 de junio de 1923, se dice sobre Barreiro:
El padre Barreiro tiene su mejor cualidad en el ardor y entusiasmo por comunicar a todos su ciencia. Es un misionero de la ciencia, pues expone por ella su vida, sacrificando más de una vez su salud.
Su trabajo fue reconocido por la Real Academia de las Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, que lo eligió como miembro de número en 1927. Su elección fue una noticia destacada en la prensa, pues era el primer religioso que entraba en esta academia fundada en 1847. Su discurso de ingreso trató sobre su amada Filipinas y el papel de los españoles en su conocimiento: “Características de la fauna y de la flora filipinas y labor española en el estudio de las mismas”.
Esa labor de divulgación y promoción de las ciencias también la hizo en otras sociedades científicas, a las que perteneció y en las que participaba activamente. Fue socio fundador de la Sociedad Española de Antropología, Prehistoria y Etnografía, creada en 1921, en la que fue elegido presidente en 1926; miembro de la Real Sociedad Geográfica Española y de la Sociedad Española de Historia Natural, y fundador y presidente de la Asociación de Historiadores de la Ciencia Española, fundada en 1934.
Fue una persona muy respetada. Los que lo conocieron dijeron de él que era modesto, asequible y de trato amable. Eduardo Hernández-Pacheco lo calificó como “hombre sabio y bueno” y el diario El Adelanto lo definió como de “carácter comunicativo y sencillo, afable y simpático en extremo, vive en relación y amistad con los más sabios de España, estimado y ponderado aun por lo que en religión tienen ideas opuestas” (24 de junio de 1923). En Región, de Oviedo, con motivo de su entrada en la Real Academia de Ciencias, escribieron lo siguiente:
En España, el mérito extraordinario del P. Barreiro está para los científicos muy por encima de cualquier otra consideración, cuando militan en campo opuesto al suyo. […] y han sido principalmente figuras de las izquierdas las que ahora le han llevado a la Academia, dispensándole un honor que se concede por primera vez a un sacerdote.
Mantuvo estrecha relación con Asturias y con Cangas del Narcea. Fue socio del “Tous pa Tous. Sociedad Canguesa de Amantes del País” desde su fundación en 1926 y hasta su disolución en 1932, y en el boletín de esta asociación, La Maniega (1926–1932), se informaba puntualmente de sus éxitos y publicaciones. Enviaba todos sus libros a la biblioteca del colegio de segunda enseñanza de Cangas del Narcea, al que también donó varias colecciones de ciencias naturales. Asimismo, ayudaba a los cangueses emigrados en Madrid, que no eran pocos. La Maniega da noticia de todo ello en 1927, con motivo de su nombramiento como académico:
Cuando el padre Barreiro se ve más asistido por el éxito en sus publicaciones jamás se olvida de que en la escuela de Cibuyo aprendió a leer, y de todas aquéllas manda ejemplares dedicados a nuestro Colegio de segunda enseñanza [de Cangas del Narcea]. El Tratado de Historia Natural, el de Higiene Humana, el estudio comparativo de la raza malayo-filipina, el del origen de la raza de las Islas Carolinas, el comparativo de las lenguas aborígenes, polinesias y americanas, la Historia de la Comisión científica al Pacífico, están, pues, al alcance de los cangueses. A nuestro Colegio ha donado algunas colecciones mineralógicas y raros ejemplares madrepóricos.
De la vida religiosa de nuestro eximio paisano sólo sabemos que ha ejercido en la Orden los más delicados cargos. Su gran virtud, su claro don de consejo, su abnegación asistiendo a los enfermos trascienden en los más dilatados contornos de [iglesia del] Beato Orozco en los barrios de Salamanca y Pardiñas, y son muchos los cangueses en Madrid que a él acuden cuando se ven agobiados por sus cuitas, sus problemas o su desamparo. Las penas de los cangueses, la cultura canguesa, el bienestar cangués le merecen atención preferente, y justo es, por eso, que el concejo conozca y dedique loores al hijo que tanto vale y tanto le ama. (La Maniega, núm. 9 , agosto de 1927, 10-11).
El padre Barreiro falleció en Madrid el 25 de marzo de 1937, durante la Guerra Civil, refugiado en la embajada de Chile. Tenía 72 años de edad.
Ahora, el 12 de julio de 2020, casi cien años después de publicarse aquellas palabras en La Maniega, un nuevo Tous pa Tous va a colocar una placa a su memoria en el pórtico de la iglesia parroquial de Cibuyu para que sus vecinos y los que se acerquen hasta allí conozcan y recuerden quién fue Agustín Jesús Barreiro Martínez, un hijo de Casa Barreiro de Cibuyu (Cangas del Narcea), naturalista, antropólogo y, sobre todo, historiador de las ciencias de la naturaleza.
¹ Citado por José M. Cobos Bueno, “La Asociación Española de Historiadores de la Ciencia: Francisco Vera Fernández de Córdoba”, Llull, 26 (2003), 57-81.