Don Rafael el Médico (1904 – 1982)

En 1979 durante la Transición Democrática se cambiaron los nombres de algunas calles y plazas de Cangas del Narcea. A una de las más principales, la antigua calle de la Iglesia, que desde los inicios de la villa en la Edad Media une la calle Mayor con la iglesia parroquial, se le puso el nombre de don Rafael Fernández Uría, suprimiendo el nombre de avenida de Galicia que le habían puesto los vencedores de la Guerra Civil en homenaje a las tropas gallegas que tomaron la villa el 22 de agosto de 1936. La decisión de este cambio lo acordó por unanimidad el pleno del primer Ayuntamiento democrático después de la dictadura franquista, presidido por  José Luis Somoano Sánchez, y a nadie en la calle le sorprendió este nuevo nombre que reconocía a don Rafael el Médico. Él todavía vivía, de modo que pudo disfrutar de este homenaje y agradecerles personalmente a los miembros de la corporación este acuerdo.

Calle de la iglesia en plano del s. XVIII y calle Rafael Fernández Uría en la actualidad.

Desde aquel cambio de callejero han pasado más de cuarenta años y hoy, muchos vecinos de Cangas que lean su nombre en la calle no sabrán quien fue este hombre bueno. Por este motivo, y porque creo que la vida de una persona que fue ejemplar para la comunidad no debe de olvidarse, he escrito esta semblanza.

 

DON RAFAEL EL MÉDICO
(1904 – 1982)

Juaco López Álvarez

Don Rafael nació en el palacio de los Uría en el pueblo de Santolaya, una familia hidalga con palacio y escudo de armas desde el siglo XVI, cuyos miembros tuvieron un gran protagonismo en la vida local desde finales del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX. Su tatarabuelo, Antonio Uría Queipo,  fue un ilustrado en cuya casa estuvo el mismísimo Jovellanos, y su bisabuelo, José Uría Terrero, y su abuelo fueron destacados liberales en la Cangas decimonónica. El abuelo, Rafael Uría del Riego (1820-1901), fue ahijado del famoso general Rafael del Riego, primo carnal de su madre, del que tomó su nombre, y, como su hermano José, al que están dedicadas las calles Uría de varias poblaciones asturianas, militó en el liberalismo y participó en la revolución de septiembre de 1868, que provocó la caída de Isabel II. Ambos hermanos fueron muy activos en política y ostentaron cargos importantes. José, a nivel nacional, fue diputado a Cortes por el distrito de Cangas del Narcea y director general de Obras Publicas, y Rafael, a escala más local, fue diputado provincial y alcalde de Cangas del Narcea. Este abuelo de don Rafael fue una persona muy singular; un audaz empresario que invirtió en la explotación de madera en Ibias, en ferrerías en Allande, en un alto horno en Navia y en la compraventa de montes y tierras, pero al que todos estos negocios le salieron mal. Se casó con Evarista Flórez-Valdés. Tuvieron cinco hijos: Carlos (1858-1900), Rafael (1859-1933), José, Antonio (1864-1927) y Blanca. Como ninguno de los varones se casaba decidieron que la única hermana, Blanca, debería de hacerlo para asegurar la continuidad de la casa. Se casó en 1901 con Antonio Fernández Fernández, vecino de la parroquia de Santolaya, de la casa de Cueiras, un hogar de campesinos acomodados, que, como no era el primogénito, es decir, no iba a heredar casi nada, había emigrado a Madrid. Allí, según tradición familiar, trabajó como sereno y sirviendo en la casa del duque de Alba, dos ocupaciones muy habituales entre los cangueses en la Corte. Era un hombre serio y organizador, que mantuvo la casa de Uría en unos tiempos en los que estas casas de terratenientes estaban desapareciendo. En los años veinte obtuvo premios en concursos de ganado. Fue concejal del ayuntamiento de Cangas del Narcea en 1927 y en abril de 1931 salió elegido en la candidatura republicana. Militó en el partido de Izquierda Republicana. El matrimonio tuvo cuatro hijos: María, que murió de tuberculosis con 16 años en diciembre de 1917, Rafael, Julia y Nieves. La madre falleció joven, en mayo de 1915, con 46 años de edad.

Edificio nº 5 en la Cava de San Miguel, Madrid, donde residió en sus años de estudiante de medicina don Rafael.

Don Rafael nació en Santolaya el 8 de septiembre de 1904. Estudió en la escuela de Cangas del Narcea con doña Jovita Rodríguez y don Ibo Menéndez Solar. Hizo el bachillerato interno en el Colegio de los Dominicos de Oviedo y al acabar se fue a Madrid a estudiar medicina en la Universidad Central. Como en la familia no sobraba el dinero, se alojaba en una pensión de la calle de la Cava San Miguel, número 5, junto a la plaza Mayor, donde en invierno estudiaba envuelto en una manta. Terminó la carrera en junio de 1929, con veinticinco años, y se presentó ese mismo año a oposiciones a tocólogo (según La Maniega, 23, noviembre-diciembre, 1929), aunque no sabemos con qué resultado.

La intención de este joven licenciado en medicina siempre fue la de volver a Cangas y establecerse aquí. Nunca tuvo deseos de quedar en Madrid o ejercer la profesión fuera de Cangas. Por eso en 1930 está instalado en Cangas y en mayo de 1931 es nombrado «médico interino del Juzgado de Primera Instancia de Cangas del Narcea».

Es uno de los fundadores del Partido Republicano en Cangas del Narcea en septiembre de 1930. Forma parte de la primera junta directiva, que esta integrada por trece hombres, que son profesionales, empresarios, comerciantes, industriales  y tres obreros. Algunos de ellos son también, como don Rafael, descendientes de liberales y republicanos del siglo XIX, como Gumersindo Díaz Morodo «Borí», Genaro Flórez González-Reguerín, Santiago García del Valle o Mario de Llano. Don Rafael es nombrado secretario. Este partido obtendrá unos buenos resultados en las elecciones municipales de abril de 1931, aunque no las ganará. Sin embargo, con la proclamación de la República el 14 de abril se hará cargo de la alcaldía su presidente Mario de Llano.

Don Rafael se casó en 1934 con Milagros Rodríguez Muñiz, hija del confitero Eduardo Rodríguez Francos y Florentina Muñiz Méndez. Tuvieron una hija, Blanca.

Don Rafael y su esposa Milagros en 1934. Fotografía Art Roca (Madrid).

Con el golpe de estado del 18 de julio de 1936 y la entrada del ejercito franquista el 22 de agosto de ese mismo año, es destituido de su puesto de médico forense y encarcelado. Entra en la cárcel el 9 de septiembre y al día siguiente también detienen a su padre por sus ideas republicanas. Dos días después les comunican que para salir de prisión tienen que pagar una multa de un millón de pesetas, una cantidad extremadamente alta en comparación con las multas que se ponen a otros presos en esas misma circunstancias. Horrorizados por lo que están viviendo con las sacas de presos, que son fusilados en las cunetas, y teniendo en cuenta que carecen de ese dinero deciden entregar como aval todos sus bienes para salir de la cárcel. Según Tano Ramos, que está investigando la represión franquista en Cangas del Narcea, esta multa exorbitada fue la consecuencia de un hecho en el que se vio involucrado don Rafael. En septiembre de 1936 los franquistas matan de noche a Pepín Ordás, vecino de Ambasaguas, y su madre, Esperanza, se entera a la mañana siguiente cuando le lleva el desayuno a la cárcel; va hasta el cuartel de la Guardia Civil, sede de la comandancia militar, y allí increpa a los guardias gritándoles: «¡Asesinos, criminales!», en un estado de gran nerviosismo. Cuando llega a su casa, su hija Mercedes, viendo su estado de ansiedad, avisa a don Rafael que acude a atenderla. En ese momento llegan dos guardias civiles a detener a la madre, pero sale don Rafael a la puerta y les dice que mientras la enferma esté bajo su custodia no se la pueden llevar. Los guardias no volvieron más, pero don Rafael fue encarcelado esa misma tarde del 9 de septiembre. Con el aval de sus propiedades, él y su padre son liberados el 11 de septiembre.

Volverán a ser detenidos el 2 de abril de 1937, pero al día siguiente consiguen cumplir el arresto en su domicilio. Son juzgados en un consejo de guerra el 17 de abril. Don Rafael sale absuelto, gracias a las declaraciones favorables de personas afines al nuevo régimen. En cambio, su padre es condenado a ocho años de cárcel, que cumplirá en la Isla de San Simón (Vigo); saldrá en libertad tres años después, en abril de 1940, y fallecerá al poco tiempo.

Don Rafael coincidió en la cárcel de Cangas con Pepe Llano y Pepe Álvarez Castelao, otros dos republicanos de familias pudientes de la villa. En ese tiempo se incorpora al léxico de la familia de don Rafael el dicho: «en esta vida vale más ser el paño que la tijera», que le dice doña Balbina Castelao Gómez a Milagros, la mujer de don Rafael, refiriéndose a que vale más pasar penalidades uno mismo que ser tú la causa de esas penas en otras personas. Será una sentencia muy repetida en la familia, donde se valora la bondad sobre todas las cosas.

La represión franquista también afectó a otros miembros de la familia de don Rafael: a sus dos cuñados, también médicos y republicanos. El marido de su hermana Julia, Alfredo del Coto, natural de Tineo y amigo íntimo del republicano José Maldonado (1900-1985), alcalde de Tineo entre 1931 y 1933, estuvo exiliado durante ocho años en Francia. Y el marido de Nieves, Primitivo Suárez, fue fusilado el 19 de abril de 1937 en el cementerio de Arayón, al día siguiente de dictarle la sentencia de pena capital tras un veloz consejo de guerra.

Ante este estado de cosas, don Rafael vivió muy atemorizado durante estos años de guerra y postguerra, pero no rendido. Trabaja por su cuenta como médico en Cangas del Narcea, y hace a escondidas algunas salidas nocturnas para atender a fugados en el monte o represaliados políticos, corriendo un gran riesgo. Una vez le llamaron para asistir al parto de una mujer fugada con su marido y lo llevaron, desde La Regla de Perandones a Veiga de Hórreo, con los ojos tapados para que no supiera donde estaban escondidos. También atendió a finales de los años cuarenta al padre de los Manzaninos, José Fernández, que estaba escondido con dos hijos en la bodega de la casa de su hija Lola, en Ambasaguas.

Cangas del Narcea. Calle de la Iglesia (actual, calle Rafael Fernández Uría) y esquina de la calle Dos Amigos, 1965.

Era un hombre de pocas palabras, pero preciso y certero en sus diagnósticos. Una de las anécdotas que se cuenta de él es la de un paisano que lo describió del siguiente modo: «Falar, fala pouco, pero cavilar, muito cavila». Tenía un carácter similar al de su tío Antonio y al de otros Uría de la familia. De este tío se escribió a su muerte que era un «hombre recto, de carácter amable, ecuánime y sencillo en extremo, era querido por todo el mundo y respetado en sus juicios y apreciaciones, ya que gozaba de fama de buen calculista y pensador profundo y certero». Y también que era «tan bueno, tan pacífico, que en los sesenta y dos años de su vida jamás ha reñido con nadie, ni levantado una voz más alta que otra» (La Maniega, 6, febrero de 1927). Así era también don Rafael.

En 1947 es rehabilitado por el régimen franquista y reingresa a su cargo como médico forense. Lo destinan al juzgado de Belmonte de Miranda, pero solicita una excedencia porque no quiere marchar de Cangas. Seguirá dedicado a la medicina privada hasta 1950 en que vuelve a ocupar el puesto en el juzgado de Cangas del Narcea. Pasado el vendaval de la guerra y la represión, vuelve don Rafael a una vida rutinaria. Se traslada en 1959 a vivir al primer piso del número 2 de la calle Dos Amigos (hasta entonces había vivido en la calle de La Fuente), a una de las primeras casas de pisos que se levantaron en la villa en aquel tiempo.

No era una persona de bares ni de vida pública. Él mismo se declara en 1937 «de carácter apocado y hombre muy casero». Era miembro de la Sociedad de Artesanos encargada de La Descarga, pero tenía pánico a los voladores. Le gustaba la soledad y se entretenía a menudo jugando a los solitarios con la baraja. También le gustaba la naturaleza, los paseos por el campo y bañarse en el río, y era conocido su miedo a los perros. Amigo de la conversación y la tertulia, pero con pocas personas. En los años cuarenta y cincuenta se reunía en la rebotica de la farmacia de Peñamaría (actual farmacia Pereda) con  su propietario, Joaquín Peñamaría, y el médico Manolo Gómez y su hermana María, y en los setenta iba a casa del abogado Mario Gómez del Collado en las tardes de invierno. El anfitrión era hermano de Grato, otro fundador del partido republicano y estudiante de medicina, que fue fusilado en Luarca por los franquistas en 1937 con 27 años de edad. En aquellas tertulias privadas se hablaba de todo.

Placa profesional del médico don Rafael.

Don Rafael, gracias a su buena memoria, era un gran narrador de historias y anécdotas que le habían sucedido a él en el ejercicio de su profesión como médico. Muchas de esas historias eran el resultado del contraste entre la vida y la mentalidad urbana y la rural, entre el licenciado en medicina, comprensivo y bueno, y la cultura de los campesinos marcada por las creencias populares, la tradición y la subsistencia.

Heredó el palacio de sus antepasados en Santolaya, y lo cuidó con esmero y perseverancia, en tiempos en los que el destino habitual de estas casonas era el abandono. Supo, además, transmitir a su hija y a sus nietos el interés por este patrimonio. Hoy, es uno de los pocos palacios que existen en Asturias que sigue en manos de la misma familia que lo construyó. En 1976 el historiador Alberto Gil Novales (1930-2016), especialista en el Trienio Liberal, les dedicó a don Rafael y a don José Suárez Faya, párroco de Cangas del Narcea, su libro Rafael del Riego. La Revolución de 1820, día a día (Editorial Tecnos, Madrid), calificándolos de «entusiastas de su tierra y de su historia». Don Rafael, que llevaba el nombre de su abuelo, que a su vez, como ya dijimos, se lo debía al mítico general del liberalismo español, colaboró con Gil Novales buscando información sobre el general Riego:

Y el inteligente y simpático don Rafael Fernández Uría, médico de Cangas a quien este libro va dedicado, me comunicaba en carta del 26 de febrero de 1975 que al indagar en Tuña (casa natal del general) sobre la existencia de documentos a él relativos, se le contestó «que sí era cierto que los había antes de la guerra civil, pero que el temor a represalias, durante ésta por su tenencia, les hizo ocultarlos en el campo, con la consiguiente desaparición», datos que comprobé yo mismo en una visita posterior a Tuña.

Don Rafael se jubiló en 1974. Se le organizó una comida de despedida en la que leyó un discurso que hemos encontrado en el archivo de Mario Gómez del Collado y que acompañamos a esta semblanza. Siguió atendiendo a sus conocidos y a las familias de sus antiguos correligionarios políticos hasta casi el final de sus días. En los últimos años, durante la Transición Democrática, como otros muchos de aquellos viejos republicanos y liberales españoles de los años treinta, fue un gran admirador de Adolfo Suárez y de su reforma política. Murió el 4 de enero de 1982.

En 1989, Nieves López, vecina de Cangas del Narcea, le dedicó un poema en la revista La Maniega, nº 48 (Cangas del Narcea, enero-febrero, 1989):

«Don Rafael»

¡Ay! que médico, Dios mío,
tuvimos en este Cangas,
trabajador, listo, bueno,
nada egoísta, con garra.

Recorrió todos los barrios,
sin cobrar una peseta,
con viento, frio y nieve,
alumbrando con linterna.

Ayudó a curar los maquis,
recorrió montes y vegas,
trajo al mundo niños pobres,
hijos de huidos de guerra.

A este hombre inigualable,
entregado a su carrera,
solo le imponía respeto
un perro en la carretera.

Era parco de palabras
y una vez una mujer
dijo de él, una frase
que demostró su valía:
«Don Rafael fala pouco,
cavilar, muito cavila».


Rafael Fernández Uría, año 1980.

Minuta para el acto de despedida
(de Rafael Fernández Uría, médico forense)

DOS PALABRAS nada más, contando con vuestra benevolencia y agradeciendo a unos y a otros la asistencia y presencia en este acto. Dos palabras cargadas de emoción por el significado y por las circunstancias que se me imponen.

AMIGOS TODOS. Siempre he sentido gran satisfacción en estas reuniones de hermandad y de compañerismo, como en San Raimundo de Peñafort, Santa Tasa y tantas otras; y gran sentimiento, en mayor o menor grado, con ocasión de despedidas de amigos funcionarios, de tantos como nos dejaron con su marcha durante años. Y hoy, por fuerza de la edad y de la reglamentación del caso, me toca a mí despedirme.

Se ha dicho, por voces autorizadas, que la jubilación encierra dos direcciones: una, la confortable, de lograr el deseado descanso después de muchos años de tarea profesional, con sus placeres y sinsabores inevitables; y otra, la desagradable, por sensación del retiro, es decir, de agotamiento, de incapacidad y si se quiere de complejo, al verse el jubilado en campo tan distinto y desacostumbrado, el ocio al fin. Pero yo creo, sin embargo, que en mi caso podré sobrellevar esta situación satisfactoriamente con la compañía de mi esposa e hijos, y con la ilusión del desarrollo y encauzamiento de mis nietos; y, además, porque sin ambiente extraño, como natural de estas tierras, seguiré entre vosotros viviendo en el mismo marco, contando con vuestra amistad y compañía, y con mayor o menor proximidad. Así pues, nada de incapacidad ni de complejo, sino con optimismo; a vivir se ha dicho y desde luego a vuestra disposición.

Guardo entrañable recuerdo de los compañeros médicos que me han precedido en el cargo, de los jueces y funcionarios judiciales que durante tantos años me han auxiliado o me hicieron más llevadera y menos ardua mi función forense, y de los profesionales del derecho y de la medicina con quienes he mantenido y mantengo, más que por méritos propios por deferencia inmerecida hacia mi persona, afable y sincera relación y colaboración. A todos mi mejor recuerdo y más sincera gratitud.

El médico, por sagrado deber y verdadero honor, debe llevar la salud a los más recónditos lugares, en todo tiempo, y me queda la satisfacción de haber pateado todo el territorio del concejo y casi del partido [judicial], incluso en años en que las grandes dificultades de comunicación, y de carencia de personal y de medios auxiliares, constituían verdadera penuria. También debe el médico auxiliar a la Justicia y al necesitado; en lo primero, mi función de forense ha sido cumplida en cuanto ha estado a mi alcance, y en lo segundo, puedo contar sin vanidad y sin vanagloria, que también he llegado muchas veces, con desinterés económico y con todo interés profesional, hasta la cama del pobre tanto como a la del rico. Esto queda para mí, con especial recordación y satisfacción.

Podría contar infinidad de anécdotas profesionales, de tantos años, ya que el anecdotario es un resumen de la vida y un historial de cada persona o circunstancia, y todo ello vendría a cuento, puesto que al fin me voy retirado de mis funciones, y no sin dejar huella de mis actos. Pero no quiero excederme de estas dos palabras, ni tampoco silenciar algunos recuerdos al respecto. Me decían que casi tendría tantos conocimientos como un abogado, porque veían en mi despacho muchos libros. Que por ser yo, persona de pocas palabras, acertaría o no con la enfermedad del paciente, pero por lo menos mucho cavilaba, es decir, mucho pensaba en la dolencia; aunque la verdad es que, terminado el reconocimiento y la prescripción facultativa, ningún pensamiento me quedaba, como no fuese por la dificultad del regreso a casa. Que podía ir tranquilo hasta el pueblo de residencia del enfermo, porque no había perros por el camino y que si alguno aparecía el acompañante se encargaría de tornarlo; porque cierto es que los perros, mastines por lo regular, y pese a su lealtad al hombre, no me inspiraban gran seguridad, y porque, sin alarde alguno, confieso que el miedo es libre. Y al paisano que me acompañaba en el trayecto solían preguntar los labradores desde sus fincas de labor, que contemplaban nuestro paso: – «¿Para quién va?», y el acompañante contestaba: «Para fulano de tal, de tal pueblo que está de plumonía»; pero tantas veces preguntaban, que el paisano familiar del enfermo, ya cansado de atender, en cuanto veía que uno se acercaba, sin esperar a la pregunta, decía que «va para fulano, de tal pueblo y de tal casa, que está en la cama», y así sucesivamente.

En una de tantas autopsias practicadas, me decía uno de los presentes: – «Tenga cuidado de que todo lo que salga caiga en tierra sagrada» (se refería al terreno del camposanto o cementerio). Y en otra ocasión advertían: «Que no se toque en el muerto hasta que venga la justicia. Y ¿qué es la Justicia?, pues la Justicia debe ser ese rabañau de xente que vien de cuando en cuando a ver las fincas».

Las demás anécdotas, siempre interesantes igualmente, quedan en el archivo de la memoria. Y así llego a punto de terminar.

Yo deseo a todos los presentes la mejor suerte en sus respectivos cometidos y que puedan llegar a la jubilación, al retiro o al descanso con el mismo bienestar que afortunadamente me acompaña.

Agradezco a todos, repito, la asistencia y presencia en este acto, que embargando de emoción mis palabras, tan solo me deja ya decir, con la esperanza y con la ilusión posible: hasta luego.

Y levanto mi copa como brindis de despedida y como símbolo de gratitud. A todos mil gracias y un cordial abrazo.

 

Cangas del Narcea, septiembre de 1974.


Gracias al magnetofón de Mario Gómez del Collado, en la fonoteca del «Tous pa Tous» conservamos el final de este discurso de la propia voz de don Rafael. Un estupendo colofón a esta semblanza. Escuchemos aquí a nuestro protagonista.

 

 


La calle Dos Amigos de Cangas del Narcea. Historia y vivencias

De pie, Cesar García Otero, Marta Muñiz y Maite Muñiz. Sentados, Alejo Rodriguez Peña, Jesús y Victorino Linde, y José Manuel Aller, en la calle Dos Amigos, h. 1970.

Varios antiguos vecinos de la calle Dos Amigos, de Cangas del Narcea, han reconstruido la historia de esta calle y recordado sus vivencias en ella. Todos han nacido en la calle, unos en los años cuarenta y los más jóvenes a finales de los sesenta del siglo XX. Juaco López escribe sobre los inicios de la calle en 1930, que fue promovida por los “amigos” Alfredo Ron y José Flórez; Manuel Flórez, nieto de uno de los promotores, relata la construcción de los edificios de la calle y los negocios que había en ella; Asun Rodríguez recuerda la edificación de su casa, la número 7, levantada por su abuelo el carpintero Lin de Peña, y María José López y Maite Muñiz, así como Francisco Redondo, recuerdan sus vivencias en aquella calle en la que transcurrió su infancia y primera juventud.

ENLACES:

  1. Historia de la calle Dos Amigos de Cangas del Narcea, por Juaco López Álvarez.
  2. Calle Dos Amigos de Cangas del Narcea. Edificios y establecimientos, por Manuel Flórez González.
  3. Recuerdos de la calle Dos Amigos. El número 7, por Asun Rodríguez Fernández.
  4. La calle Dos Amigos. Al Alimón, por Mª José López y Maite Muñiz.
  5. «La calle», por Francisco Jesús Redondo Losada

Historia de la calle Dos Amigos de Cangas del Narcea

Izda.: Casa de Trapiello desde la calle de La Fuente, 1930. Fotografía de José Luis Ferreiro. Dcha.: Calle Dos Amigos vista desde la calle de La Fuente en la actualidad.

Los inicios de la calle

La historia de esta calle comienza en el mes de marzo de 1930 con el derribo de una casona del siglo XVI. Situada en la calle de la Iglesia (hoy, calle Rafael Fernández Uría), en aquel tiempo era conocida como la casa de Trapiello por el apellido de sus últimos propietarios. Gracias a Roberto López-Campillo sabemos que fue construida por Fernando Osorio de Valdés, señor de Salas y sobrino-nieto del famoso arzobispo de Sevilla Fernando de Valdés y Salas, y levantada por el cantero Pedro Pérez de la Agüera, vecino de Güemes, en Trasmiera (Cantabria), que contrató la obra en 1582. En su fachada figuraba un gran escudo que hoy se conserva en el portal de la casa de Ferreiro, en el n.º 1 de la plaza del notario Rafael Rodríguez.

El derribo de esta casa va a  suponer un cambio muy significativo en la villa, tanto para la trama urbana como desde el punto de vista social. Mario Gómez describe estos cambios en la revista La Maniega (n.º 25, marzo-abril de 1930):

              Ya han empezado los derribos de lo que veníamos llamando casa de Trapiello. […] Está desapareciendo el que fue palacio de los condes de Miranda, el que más tarde legó D. José Fernández Flórez a su doméstica Pachina, y que pasó luego a manos de los Trapiello. Con el recio arco de sillería, con el típico patio de espacios corredores, se va de Cangas algo muy característico de sus tiempos señoriales; se va la pátina que dejaron unos siglos del mayor poderío cangués. Las piedras heráldicas, orgullo y blasón de unas generaciones, dejan sitio para airosos balcones y alegres miradores; de aquellas carcomas, y de aquellos sentires estrechos y tradicionalistas, surge una nueva vida, más rica, más activa, más sociable y más culta e igualitaria y de miras amplias y mundiales.

Izda.: Casa de Trapiello derribada en 1930. Dcha.: Entrada a la calle Dos Amigos con la casa levantada por Luis González «Silvela» en 1950. Fotografía de Alarde, hacia 1960.

Los promotores del derribo fueron dos vecinos de Cangas del Narcea: Alfredo Ron González y José Flórez García “Pachón”, que tenían el proyecto de abrir una nueva calle en el solar de la casa y en su huerta, parcelar el terreno y venderlo para la construcción de viviendas. Desde el siglo XVI esta casa tenía en su trasera una gran huerta con una puerta que daba acceso a La Vega.

La apertura de esta calle va a permitir que la calle de la Iglesia se comunique con La Vega y el barrio de El Caleal. Se traza en línea recta,  paralela a la calle Mayor, y al final, ante la imposibilidad de seguir de frente, la calle da un quiebro de noventa grados para bajar a La Vega por una pronunciada cuesta.

Travesía Dos Amigos o cuesta de Las Güertonas

La calle se bautiza con el nombre de “Dos Amigos” y en la placa figuraran los nombres de los dos promotores que la abrieron. Por su parte, la cuesta se llamará “Travesía de Dos Amigos”, aunque durante muchos años se conocerá como cuesta del Aldeano o cuesta de La Güertona.

Los “dos amigos” eran personas muy conocidas en Cangas del Narcea. Alfredo Ron era hijo de Estanislao Ron Bailira, natural de Pesoz, y de Saturnina González Pardo, de Villar de Vildas. En 1930 tenía 63 años de edad, estaba soltero y vivía en la calle de La Fuente en compañía de dos hermanas y un sobrino, en una casa construida por él y cuya fachada da a la calle de la Iglesia. Su profesión, según el padrón de ese año, es “propietario”. Pero era mucho más. En 1915, el periódico Narcea lo define como “recaudador de contribuciones, propietario, cosechero de vino, fabricante, prestamista”. Y en efecto, fue el recaudador de las contribuciones de la Zona de Cangas del Narcea (Degaña, Ibias, Leitariegos y Cangas) desde 1894 a los años cuarenta. Poseía viñas en Oubanca. También explotó madera de roble en el curso alto del río Ibias y construyó una serrería con un salto de agua y una turbina de 68 caballos en La Viliella, y en 1942 estaba extrayendo antracita en mina “Rufina”, en San Martín de Eiros, para lo que solicita instalar un cable aéreo con el fin de transportar el carbón desde la explotación a la carretera de Ventanueva-Puente de Corbón; autorización que se le concede en diciembre de aquel mismo año. Es decir, Alfredo Ron fue un inversor en todo lo que daba dinero en Cangas y una de sus inversiones va ser esta nueva urbanización en el centro de la villa.

Placas calle Dos Amigos

Su socio y amigo, José Flórez García, de casa Pachón de Ambasaguas, tenía 47 años en 1930 y vivía en el barrio de El Corral. Era propietario de una sierra de madera y de un importante taller de carpintería en El Reguerón; también construía edificios por encargo. Estaba casado con Amalia Manso Alonso y tenían once hijos. Los mayores, Julio y Joselín, ya trabajan en la carpintería y poco después les seguirán Manuel y Ramón. Fabricaban muebles de calidad (dormitorios completos, armarios, mesas, sillas) y toda clase de carpinterías para casas, empleando maderas del país, sobre todo castaño.

Cangas del Narcea en 1915; en rojo el trazado de la calle Dos Amigos abierta en 1930 con el derribo de la casa de Trapiello. Fotografía de Benjamín R. Membiela.

Esta operación urbanística de la calle Dos Amigos coincidió en el tiempo con otra de gran importancia, también en el centro de la villa. Fue el derribo del convento de dominicas, situado en la calle Mayor, y que supondrá la apertura de la calle Maestro Don Ibo y la puesta en el mercado de muchas parcelas para construir.

El ambiente y las expectativas de negocio que existían en Cangas del Narcea en aquel tiempo para este negocio los conocemos a través de un diario de la vida local que escribió en 1930 el médico Manuel Gómez Gómez. Así lo cuenta:

[31 de marzo de 1930]

Hoy empezó el derribo de la casa de Trapiello que, según se dice, compraron en sociedad D. Alfredo Ron y Pachoncín. No sé sabe que piensan hacer, pero en la villa el comienzo de las obras fue muy bien recibido porque, bajo el punto de vista artístico y aun histórico, se pierde un caserón muy antiguo con un gran escudo de la Casa de Alba, pero resultan unos cuantos solares que están haciendo mucha falta y es como una promesa de muchos jornales, cosa importante, porque este invierno escasearon mucho. Además, era [una casa] muy antihigiénica, porque el patio, muy destartalado, estaba siempre sumamente sucio y con estiércol y aguas estancadas.

La creencia general es que para Alfredo Ron y Pachoncín será un mal negocio, porque desde el momento en que se resolvió el derribo del convento de las monjas los que piensan comprar solar, y acaso comprasen de los de la casa de Trapiello, esperaran porque los del convento son mucho más céntricos.

Cuando hace un año se empezaron por Alfredo las negociaciones para la compra de dicha casa surgió un incidente que hizo creer en un ruidoso pleito. Parece ser que un antepasado de María Argüelles había dejado en herencia dicha casa a un antepasado de los Trapiello, pero con la condición de que si alguna vez se dividía volvería la propiedad a su familia. Se dividió entre los Trapiello de Tineo y los de Cangas, y fundados en eso sostenían algunos que tenía María Argüelles probabilidad de ganar el asunto. Las monjas consultaron fuera el asunto, porque como es monja María Luisa Trapiello a ellas pertenece la parte correspondiente a los Trapiello de Cangas. Es de suponer que los de Tineo también habrán consultado y, según se dijo como cosa cierta, en virtud de esas consultas la propiedad es de los Trapiello. Lo cierto es que la gente cesó de hablar de este asunto y cuando ahora se dijo que había hecho la compra Alfredo Ron, en sociedad con Pachoncín, apenas se mencionó el asunto de María Argüelles.

[28 de noviembre de 1930]

La calle que Alfredo Ron y Pachón están construyendo de la Plaza al sitio de la Vega llamado El Caleal ya une los dos puntos, y en cuanto a explanación solo falta ensancharla. Por ahora, no puede utilizarse porque es un barrizal intransitable.

Esta calle la hacen para transformar en solares la huerta de Trapiello que compraron con la casa. Hasta ahora no se sabe que hayan vendido ni un palmo de terreno, ni siquiera que haya nadie tratado de comprar nada, pues si bien dicen que los de Alfonso preguntaron por el precio de la huerta lindante de su casa, desistieron de comprar en vista de lo caro.

Se dijo que don Marcelino Peláez había preguntado el precio de la casa de la Caruja, que es donde las dominicas tienen el colegio, pero que no se habían puesto de acuerdo. También se habló de otros compradores de solares en lo que hoy es convento, pero públicamente no se sabe nada de fijo. La gran abundancia de solares, por estar a un tiempo en venta todos los de la casa y huerta de Trapiello y todos los del convento, hace que se retraigan los compradores, que no pueden ser muchos porque aquí no hay americanos ricos; los ricos de Cibea y San Juliano no tienen afición a la villa y los comerciantes –únicos que necesitan locales en el centro y que tienen algún dinero- no tienen bastante para inmovilizar veintitantos mil duros que se calculan necesarios para una casa que esté en consonancia con los cuatro a seis mil duros que costaría el solar.

Una prueba de que en Cangas no hay capitales que permitan adquirir casas de ese precio, es que la casa llamada de la Fonda en La Refierta estuvo en venta bastante tiempo y al fin se vendió en 17 ó 18 mil duros porque la compró Calamina, de Vega de Rengos, para alquilarla, y la posesión de La Cortina, que es lo mejor que hay aquí para pasar el verano, estuvo también en venta mucho tiempo y al fin la compró un indiano de Allande en otros 17 á 18 mil duros.

Es verdad que la viuda de don Joaquín Rodríguez (de Nardo) vendió en la carretera [calle Uría] una casa sumamente antihigiénica en 20 mil pesetas a un aldeano que vive en Madrid, pero eso demuestra que aquí y de aquí hay muchos capitalistas, muchas personas, que de camareros, serenos, etc. hicieron una pequeña fortuna que les permite retirarse a su pueblo o, mejor dicho, a la capital de su ayuntamiento, pero no hay más que eso. Los pocos que tienen más de 20 mil duros o tienen casa o necesitan el dinero para su comercio. Algunos pocos tienen más de ese capital en fincas de aldea.

Calle Dos Amigos en 1970

Las previsiones de Manuel Gómez no iban descaminadas y, además, la guerra civil no favoreció mucho las cosas. Hasta los años cuarenta no se levantaron los primeros edificios en la calle Dos Amigos y algunos solares tardaron más de cincuenta años en ser edificados, como sucedió con el solar del n.º 1, depósito de carbones de Alfredo Ron hasta su venta a mediados de los años cincuenta al panadero Francisco Álvarez del Otero “El Astorgano”, o con los solares del fondo de la calle, un espacio conocido como La Güertona, que no se construirán hasta los años noventa.

La ocupación de los solares comenzó a mediados de los años cuarenta y fue intensa en los años cincuenta. La mayor parte son casas de cuatro pisos con grandes ventanas a la calle, carpinterías de castaño y cocinas de carbón; todas ellas carentes de calefacción central y ascensores. La población y la minería comenzaban a crecer y con ellas la necesidad de viviendas. Además, una nueva generación de profesionales y técnicos demandaba un tipo de viviendas que en Cangas en aquel tiempo no abundaba. En los años cincuenta fue una calle de alquileres caros. A fines de 1951, el médico Rafael Fernández Uría ocupó el primer piso de la casa del n.º 2, pagando una renta de 700 pesetas al mes; el alquiler de vivienda más elevado en Cangas en aquel tiempo.

Portales números 4 y 8 de la calle Dos Amigos.

Los dos promotores, según nos cuenta Manuel Flórez González, nieto de José Flórez García, dividieron la calle en dos partes: la margen izquierda para Alfredo Ron y la derecha para José Flórez. El primero vendió los solares, pero el segundo, construyó él mismo casi toda la margen derecha, desde el n.º 4 al 10. En este último levantó su propia casa, un chalé unifamiliar. El edificio del n.º 2 fue construido por Luis González Perdiz “Silvela” en 1950. Del n.º 10 en adelante, no se construyeron más edificios en la calle, porque esos terrenos no eran propiedad de la casa de Trapiello, sino huertas traseras que pertenecían a tres casas de la calle Mayor. La relación de todas las casas de la calle Dos Amigos y de los establecimientos comerciales que había en sus bajos, nos ha sido proporcionada por Manuel Flórez González, y a ella les remitimos.

 

Los años sesenta

Chalet de José Flórez, construido en 1944

Entre los años cincuenta y mediados de los setenta del pasado siglo fue una calle muy poblada y con mucha actividad. En ella nacimos muchos. En la calle y aledaños pasamos gran parte de nuestra infancia. Jugábamos en la misma calle, en el solar de La Astorgana y en La Güertona, se hacían “campamentos”, tómbolas con tebeos y juguetes viejos, se jugaba a las chapas en las aceras; al gua en La Güertona, que estaba de tierra; a la comba, la goma, el cascayu, el fútbol e incluso al tenis, a “cuchi, teje, ojo” y hasta se hacía teatro en los portales o unos modestos juegos olímpicos cuyos premios eran unos caramelos que daba Lucia Pachón. No circulaban coches. Los únicos vehículos aparcados en la calle eran el Land Rover de Correos y la Vespa del cartero. Por el día había mucho movimiento de gente, sobre todo, a la oficina de Correos (que durante mucho tiempo identificó a esta calle, conocida por la mayoría como “la calle Correos”), al Bar Royalty, regentado por Manolo (natural de Llano) y Fuencisla, y a la Sastrería Linde, de Victorino Linde y Delia Menéndez, a la que acudían numerosos clientes, viajantes de pañería y también vecinos de los pueblos de El Puelo y Villavaser (Allande), de donde ellos eran originarios, que usaban la sastrería como punto de encuentro; en este local, situado en el centro de la calle, con un gran ventanal, caliente en invierno y con olor a eucalipto, se hacían tertulias y a su alrededor giraba gran parte de la vida de la calle gracias al buen carácter de sus propietarios. Por la noche, en especial los fines de semana, los clientes del Club eran los que animaban la vía.

A principios de los años setenta, en el bajo de la casa de Silvela, en el n.º 2 de la calle, se instaló una sala de juegos con billares, futbolines, máquina de discos y máquinas recreativas; esta sala remplazó a la tienda de ultramarinos y panadería de esta familia, y en ella pasamos bastantes horas los jóvenes de aquel tiempo, que íbamos poco a poco abandonando el juego en la calle.

Portales números 3 y 7 de la calle Dos Amigos

Era una calle en la que vivían profesionales (médicos, dentistas, abogados, fotógrafos), comerciantes (Muñiz), carniceras (Concha), sastres, técnicos de minas, camioneros (Domingo, Redondo, Queipo, Vallinas) y, sobre todo, carpinteros, como cuentan en sus relatos Francisco Redondo, Manuel Flórez y Asun Rodríguez. El ramo de la madera era el predominante. Por una parte, estaban la mueblería de los hermanos Flórez Manso, regentada por Lucía, en el n.º 6; la Carpintería de Lin en el n.º 7 con varios obreros y maquinaria moderna que se oía desde el exterior, y el taller de Celesto en el n.º 9, en el que solo trabajaba él y que menudo sacaba a la calle para su venta vacías de la matanza, bancas y banquetas, que eran su principal producción. Por otra parte, en la calle residían todos los dueños de esos negocios y otros carpinteros, como los Araniego, que eran dueños del edificio del n. 3, varios hermanos Flórez Manso (los Pachón) y Pepe Gancedo, que trabajaba en la sierra y carpintería de Cuervo en el barrio de Santa Catalina.

De pie, Cesar García Otero, Marta Muñiz y Maite Muñiz. Sentados, Alejo Rodriguez Peña, Jesús y Victorino Linde, y Manuel Aller, en la calle Dos Amigos, h. 1970.

Pero en aquel tiempo, entre los años sesenta y primeros de los setenta, los niños no éramos conscientes de esas cosas y para nosotros la calle solo era un espacio familiar y un lugar de juego en el que pasábamos muchas horas con otros vecinos de nuestra misma edad.  El grupo al que yo pertenecía estaba  formado por los nacidos entre 1958 y 1963, muchos habíamos nacido en la misma calle: César García Otero, María José y Rafael Ron Fernández, Alejo Rodríguez Peña, María y Manuel Aller Fernández-Baldor, Jesús y Victorino Linde Menéndez, María Victoria y Gilberto Guerrero, Mario Queipo Rodríguez, Luis Roberto y Ana Domínguez González, Charo y Elisa Espina Fernández y mi hermano Pedro López Álvarez. Lógicamente, en la calle vivían otros jóvenes más mayores y otros más pequeños, pero esos pertenecían a otros grupos.

 

El presente

Pisos con grandes ventanas en calle Dos Amigos.

Hoy, la calle Dos Amigos, noventa años después de abrirse, es una sombra de lo que fue. La mayor parte de sus viviendas están vacías, aquellos piso tan deseados en los años cincuenta y sesenta, están desocupados y muchos en venta. La mayor parte de los bajos están también vacíos y los talleres de carpintería cerrados. En el Club hace tiempo que no se pone música.  Su historia y su presente son un buen testigo del devenir de la villa de Cangas del Narcea desde 1930 a la actualidad.

Calle Dos Amigos, de Cangas del Narcea. Edificios y establecimientos

Placa de la calle Dos Amigos

La calle Dos Amigos se abre en el año 1930, mediante  la adquisición del palacio de Trapiello por parte de don Alfredo de  Ron y don José Flórez García (Pachón). Estos dos señores derriban el edificio existente y se reparten la calle: la margen derecha para José Flórez y la izquierda para Alfredo de Ron.

Una vez hecho el reparto comienzan las edificaciones. José Flórez García construyó la primera casa hacia el año 1940. Es el edificio del n.º 4, con bajo y  cinco alturas (cuatro pisos y una buhardilla); en el cuarto piso instala su domicilio el mismo constructor y en el bajo se establece la oficina de Correos de Cangas del Narcea. A continuación,  entre 1943 y 1944, edifica  su casa, un chalet de dos plantas, en el n.º 10. Hacia el año 1952, él mismo comienza las obras del n.º 6 y, antes de finalizar éstas, las del n.º 8; los dos edificios son iguales y tienen bajo,  cuatro plantas y buhardilla. Por otra parte, en 1950 se levanta el edificio del n.º 2.

Chalet de José Flórez, en el n.º 10 de la calle, construido en 1944.

Siguiendo en la margen derecha de la calle, después del n.º 10, no hay edificaciones, existen dos huertas y, al final, hay un edificio en cuyo bajo está la Sidrería Narcea, abierta hace unos veinte años. Pero si nos remontamos a los años cincuenta del pasado siglo, lo que había al final de la calle eran dos barracones de madera: el derecho,  junto con una huerta, era propiedad de José Flórez García y en él se guardaba el camión de su taller de carpintería,  y el izquierdo, propiedad de Vicentón Alfonso,  era una carbonería que regentaba Pelayo, que hacía el reparto con maniegos al hombro.

Margen izquierdo de la calle Dos Amigos.

En cuanto a la margen izquierda de la calle, el n.º 1, hasta 1980, fue el solar de La Astorgana (la de la panadería), espacio muy conocido y apreciado por todos los niños que vivimos en la calle y, también, por los de la Plaza de la Iglesia. En el n.º 3 Marcelo el Araniego construyó, hacia 1955, un edificio de cinco alturas. Seguido a este, en el n.º 5, había un garaje mecánico propiedad de la familia Silvino, que lo tenía alquilado a el Catalán, que duró poco tiempo; alrededor de 1957, los propietarios lo derribaron e hicieron el  Club, sala de fiestas y cafetería (que aún existe hoy día). En el n.º 7, a finales de los años cuarenta, se edificó la casa de Lin con carpintería en el bajo y dos pisos para vivienda. Por último, en el  n.º 9 está la casa de Celesto (Celestino), natural de Villarino de Limés, de bajo y dos alturas, construida alrededor de 1955.

Lo que hoy es Travesía de la Calle Dos Amigos, que termina en la Vega, se llamaba entonces la Cuesta del Aldeano,  y en ella había solo tres casas a la izquierda: la continuación de la casa del n.º 9;  la casa de Pepe Gancedo y Pilar, de planta baja y dos pisos, y la casa levantada por el constructor Emilio Espina.

Antes de urbanizar la calle, con aceras y asfalto, era de tierra; en los años cincuenta solamente había una acera que hizo José Flórez García, desde el n.º 4 al 6, donde jugábamos los niños a las chapas y al cascayo.

En aquellos años cincuenta había muchos niños viviendo en la calle, también en los sesenta, pero ya menos. Jugábamos principalmente en el solar de La Astorgana, donde desarrollamos nuestra imaginación, haciendo carreteras, transportando “carbón” de las minas Matiella y Perfectas a Soto del Barco,  hacíamos túneles en los montones de arena que algunas veces depositaban para obras en la zona, etc. El recuerdo es muy grato, no se puede olvidar, pues nuestras mentes siempre estaban inventando algo a que jugar: las bolas, pídola, “cuchi, teje, ojo”, etc.

En Cangas hubo una gran tradición en el trabajo de la madera, había muchos carpinteros y la calle Dos Amigos fue un lugar central de este oficio. En ella vivían José Flórez García y sus hijos, que tenían su taller de carpintería en El Reguerón; Marcelo el Araniego, que lo tenía a la salida de Cangas; Lin en la misma calle; Celesto, que hacía en su casa pequeños trabajos, y Julio Gancedo, que trabajaba en la carpintería de Cuervo, en Santa Catalina.

Fue una calle donde vivió gente de muchas profesiones: jueces, notarios, registradores, abogados, médicos, dentistas, veterinarios, comerciantes, carpinteros, ebanistas, profesionales de la minería, transportistas, etc..

En los años 50 y 60 del siglo pasado, principalmente, la calle Dos Amigos tenía mucha vida. Todos los edificios estaban ocupados y en casi todos, por no decir en todos, había niños.

Margen derecho de la calle, donde casi todas las casas fueron construidas por José Flórez.

Hubo distintas actividades comerciales que, como digo, daban mucho ambiente a la calle. En la margen derecha estaban los establecimientos siguientes: en el n.º 2, la panadería de Silvela, hoy tienda de ropa de Lucía;  en el n.º 4, la Oficina de Correos, siendo su administrador Pepe, natural de Corias, cuyo local está hoy vacío;  en el n.º 6 estaba la mueblería del Taller de carpintería Flórez (los hijos de José Flórez García: José, Manolín y Ramón), hoy en día es una floristería; en el bajo del n.º 8, la Sastrería Linde, que permaneció abierta hasta hace unos ocho años y hoy día está cerrada, y a continuación, en el bajo del n.º 10, estaba el dentista Mario Rodríguez, que durante muchos años tuvo allí su consulta y al dejar la actividad quedó el local cerrado. Al fondo de la calle, a la izquierda, estaba la mencionada carbonería de Pelayo, que estuvo abierta hasta que derribaron el barracón, y a la derecha, en la actualidad, está la Sidrería Narcea regentada por Javi y su mujer.

Pasamos a la margen izquierda. Lo primero, el solar de La Astorgana, en el n.º 1, centro neurálgico para los niños hasta que se cerró con un muro infranqueable; desde los años ochenta hay un edificio, de Valentín, con un comercio de ropa en el bajo. En el n.º 3, el Bar Restaurante Royalti, también pensión, regentado por Jerónimo, que funcionó durante muchos años y era un establecimiento muy concurrido, a él acudían numerosos clientes de la villa  y los viajantes de comercio que venían a vender a Cangas; hoy día está cerrado. En el n.º 5, como ya comenté, estaba la Sala de Fiestas Club, que  hoy  está cerrada, y en el n.º 7 la carpintería Lin, regentada por Manolín y su hijo y dos o tres empleados, que hoy también está cerrada.

Recuerdos de la calle Dos Amigos. El número 7

El número 7 de la calle Dos Amigos.

Como dice Sabina, “vivo en el número 7”, no de la calle Melancolía, sino de la calle Dos Amigos, en Cangas del Narcea, en la casa en la que nací y que siempre perteneció a mi familia. Corría el año 1949 cuando mis abuelos, Lin de Peña, de la familia Peña de Santa Catalina, y Asunción, hija del cartero y tratante de Limés, Emilio “Fortugo”, un hombre emprendedor y muy trabajador, compraron este solar. En aquel entonces había varios solares libres en la calle, solo estaban construidas las casas de Pachón, la del Araniego y la de Correos, y el edificio que más tarde fue El Club, donde tenía el horno la panadería de Silvino y posteriormente fue el garaje del Catalán. Sin embargo, mi abuelo lo quería para montar un taller de carpintería y le pareció mejor este del número 7. Trabajaba en el taller de Cuervo y ganaba tres pesetas a la semana, por eso, cuando Alfredo Ron le pidió diez mil pesetas por él, le pareció mucho; tiempo después le pidió quince y tampoco se decidió, pero él quería el solar y volvió a intentarlo de nuevo, entonces le pidió veinticinco mil pesetas y Lin dijo: ”Pues de aquí no pasa”.  Construyó un tendejón en el que montó su taller al tiempo que construía parte de lo que ahora es la casa, junto con su hijo, mi padre, que por aquel entonces tenía catorce años, y sus cuatro obreros: Pisco, Tano el carpintero, Sindo el del Cascarín y Robustiano el de Pancilla. Tardaron casi dos años en levantar el edificio que da a la calle Dos Amigos: una planta baja con sótano, el primer piso y un desván. El bajo funcionó como taller de carpintería desde 1950 hasta 1997, año en el que se jubiló mi padre, quien había heredado  del suyo tanto el oficio como el negocio

Construcción de la casa. De izquierda a derecha, arriba: Antón de Moína, Rancaño, Lin de Peña, Pepe el de Joselón, Francisco el mampostero, el hermano de Sindo el del Cascarín y Antón el de Pancilla. Abajo, Sindo el del Cascarín, Manuel, mi padre (Lin de Peña), Pisco y Robustiano el de Magadán.

Tiempo más tarde, mis abuelos decidieron  construir dos viviendas que dan a la calle Tres Peces y a la terraza del edificio. En una de ellas, recién terminada, pues en aquella época había pocas viviendas de alquiler en Cangas, se instalaron en 1964 Celestino Queipo y su mujer, Nieves, con su hijo Pepín, que tenía dos años.  Un año después vinieron a vivir a la otra, Mario Queipo, el Perchas, y su mujer Carmina, con su hijo mayor, Mario. En 1966 se casaron mis padres y rehabilitaron la segunda planta de la casa que da a la calle Dos Amigos, donde nací y pasé una infancia muy feliz, rodeada de niños, todos varones: Javier y Jorge Queipa, y José Ramón, hijo del Perchas, siendo la consentida del edificio por ser niña.

La calle fue el otro  gran paraíso de mi infancia, una calle repleta de niños con los que jugar, además de mis vecinos de casa, recuerdo con enorme cariño a los hermanos Redondo, a Paz la del otorrino, Grisel la del Araniego y su hermano Domingo, Fuencisla y Ana las del Royalti, Adela la de Pozo, Alejandro el de La Astorgana… Pero esta parte de la historia ya la ha contado de manera brillante mi amigo Francisco Redondo, con el que comparto infancia y recuerdos.


Asun Rodríguez Fernández, hija y nieta de Lin de Peña


La calle Dos Amigos. Al alimón.

Mi hermano Joaquín, para recordar la vida en la calle donde nacimos, quiere una visión femenina, pero mis recuerdos me llevan a la vida dentro de la casa. Otros hablarán de los comercios que rodeaban nuestra vivienda: Lucía y su mueblería, donde mi hermano Pedro pasaba mucho tiempo; Delia y Victorino en la sastrería, siempre trabajando y siempre con una palabra amable para todos; la oficina de Correos; la sala de juegos de la esquina; la consulta del dentista Mario Rodríguez; el bar Royalty; el Club; la carpintería de Lin… todos estos sitios formaban parte de nuestro mundo, aunque Cangas para nosotros tenía pocos límites y los juegos nos llevaban a recorrer el pueblo al grito de “tres marinos a la mar” o a la Plaza, donde jugábamos al cascayo o a la comba.

Vivir en la casa donde se nace era normal en aquella época, a mí me hacia ilusión. Viví en esa casa y en esa calle hasta que termine COU en 1973.  Bajar a la calle a jugar era suficiente explicación para cualquier momento del día. ¡Qué felicidad!

El n.º 8 de la calle Dos Amigos

Una escalera de sesenta peldaños llevaba desde el portal oscuro, el n.º 8 de la calle, a mi casa, en el tercer piso. En el primero vivía una planchadora con su familia, a los que se les veía poco. En el segundo piso vivía la familia de Maite Muñiz, mi amiga hasta hoy, de la que no recuerdo cuándo nos conocimos. Los pisos superiores eran terreno poco explorado, los hijos del cuarto piso, Manolín y Marisa, eran mayores que nosotros y eso a esas edades suponía una limitación.

Cuantas veces salimos y entramos de aquel portal, idéntico al de al lado, el n.º 6, con el que nos comunicábamos por el patio interior.

Generalmente, la vida en la calle era con las amigas, no salíamos con los mayores. Nuestra calle era nueva, a diferencia de otras del pueblo, y ahí vivíamos familias con niños y niñas de mi misma edad, así que las fotos que conservamos de aquella época son celebraciones de cumpleaños en otras casas o las fiestas de disfraces en el Club.

Disfraces en el Club, hacia 1966

Hay que reconocer que era una calle fría, poco soleada. Por la noche se oía el río y cuando abría el Club, la música. Por la mañana nos despertaba el gallo del gallinero que había en las huertas que quedaban entre nuestra casa y las casas de la calle Mayor.

Con las amigas de la calle íbamos mucho a jugar a la Plaza de la iglesia. Recuerdo una época en la que organizamos un teatro con niños más pequeños en un portal al final de la calle. Es el portal del n.º 9, que hace esquina y que tiene un rellano amplio que hacía de escenario.

En aquella época, los niños, si teníamos la suerte de tener hermanos, como era mi caso, jugábamos también mucho dentro de casa. Los sábados por la mañana jugábamos a la guerra con los soldados o al oeste americano, y yo intentaba jugar a las familias que se quedaban en el fuerte. En el pasillo, una baldosa rota servía para jugar al guá.

Para terminar, una anécdota de nuestra escalera, ahora muy de actualidad. Durante unos días un murciélago se colocó en el techo delante de la puerta del segundo piso, para mi era horrible subir y bajar por la escalera con aquella cosa negra colgada; me daba la impresión de que a los demás no les molestaba mucho, y se fue como vino.

En la calle el tiempo no contaba.

La calle estaba llena de vida.

En la calle había sitio para todos.

‘La Calle’

El número 9 de la calle Dos Amigos

Nací el 30 de marzo de 1968 en el número nueve de la calle Dos Amigos de Cangas del Narcea. La casa la habían levantado a finales de los años cincuenta Celesto y María, originarios del concejo de Cangas. Los dos habían marchado para Madrid, él era carpintero, ella había enviudado y tenía un niño, también llamado Celestino, que todos los cangueses conocerán con el tiempo como “Tino el fotógrafo”. Cuando regresaron construyeron esta casa de vecinos, de planta baja, piso y buhardilla, en total cinco viviendas. Es un edificio grande que hace esquina, ocupando el final de la calle y el principio de “la cuesta” o “cuesta del Aldeano” que baja a La Vega; toda su trasera da a la calle Tres Peces.

Soy la única persona que nació en ese edificio; mi hermano Juan, mayor que yo, nació en Oviedo y llegó a Cangas siete días después. Desde el día de mi nacimiento, la casa dejó su huella en mí. De madrugada, a la vez que mi madre rompía aguas, la casa también lo hizo: reventó la tubería del agua caliente inundando el piso. Según me contaron, mi padre salió a buscar a Cundo “el fontanero” y mi tía a Marisol “la comadrona”, amiga de juventud de mi madre por tierras de Laciana; pero ésta había salido esa noche a atender otro parto en un pueblo del concejo y al final fue “Cabezas el practicante” el que me “cogió”. Antes de que nadie llegara, mi madre y yo, hicimos el trabajo solos, ella me tuvo y yo nací. Según contaba fui como un “pedín” y salí sin darse cuenta.

Cuando yo era un crío, las cinco viviendas de la casa estaban habitadas. En la planta baja vivían mis apreciados Ana Amor y Marcos Verano (el bisabuelo de la saga); para mí Ana fue también un poco abuela. En el primero derecha vivían los propietarios de la casa: María (todo un carácter) y Celesto, y a la izquierda, la familia Redondo: mis padres Manolito y Mercedes, mi querido hermano Juan y yo. Los pisos de encima eran abuhardillados. En el segundo izquierda vivían Carmina y Eduardo Villamil, y cuando éstos se fueron llegaron Adela Jacón, su marido Luis Pozo y su nieta Adela; la abuela fue la última persona que vivió de continuo en el edificio. En la buhardilla de la derecha, Pili y Tino el fotógrafo, que tenían en la misma planta un salón que utilizaban como estudio de fotografía, que antes había utilizado otro fotógrafo, Enrique, casado con Carmina la peluquera. En ese mismo piso habitó la familia Baragaño (su hijo José vivió en él desde sus primeros días de vida, pero había nacido en Mieres), y también vivieron en el edificio Los Vascos, cuyo padre era camionero, y Pin Moreno el taxista; todos ellos antes de llegar mi familia.

Nuestra vivienda tenía tres habitaciones, salón, una buena cocina con despensa y baño. Durante muchos años una de las habitaciones se utilizaba de salita y desde su ventana fui descubriendo el mundo. La ventana daba a “la cuesta”, a “el prao” o “la huertona” y a “la huerta”. Tengo todavía muy presente el recuerdo de estar apoyado en el cristal de la ventana, viendo pasar los días, las estaciones, los vecinos, el mercado de ganado de todos los sábados, cuando “el prao” se llenaba de vacas y caballos, aquellas “nevadonas” que cubrían nuestro “territorio” de un manto blanco listo para jugar…

En el bajo de la casa estaba el taller de carpintería de Celesto, que era un carpintero “estacional” y vivía básicamente de hacer vacías para la matanza y banquetas de madera; no tenía herramienta moderna y trabajaba con maestría el saber antiguo, empleando sierras, serruchos, viejos sargentos de todos los tamaños, cepillos de varias clases, berbiquís… ¡qué bien entendía la madera!

Esquina del número 9 de la calle Dos Amigos.

La casa tiene varios bajos, que en aquel tiempo se empleaban para varias cosas. A la calle Dos Amigos da un bajo con tres portones, que se utilizaba como cochera y que también servía, en la temporada de matanza, como exposición y venta de las vacías que hacía Celesto. En la cuesta hay otro portón que daba acceso a una especie de bodega (para mí siempre fue un misterio) y que años después se utilizó como almacén de fruta. Y, por último, en la parte trasera del edificio, con fachada a la calle Tres Peces, hay un pequeño patio donde estaba la carpintería y encima de ésta una terraza donde se apilaban los tablones de madera.

En el portal, debajo de las escaleras, hay una carbonera, con un pasillo que se empleaba para aparcar las bicicletas, y la puerta de la vivienda de Ana Amor. La puerta de entrada es grande y esta insertada en esa fachada esquinera tan singular, que tiene un poyete de piedra donde pasábamos en aquellos años horas y horas sentados. Y de ahí, al paraíso, a “la calle”.

Cuando era muy pequeño la calle estaba llena de chicos grandes, algunos ya hombrecitos, recuerdo a: Juaco y Pedro los de Pepita, Jesús y Víctor Linde, Alejo el de Mario el dentista, Mario Perchas, María y Kiko los del otorrino, Celso el de Angelines, Luis Robustiano y su hermana Ana, Gilberto y María Victoria los de Esperanza, Pepín Queipo, los Morodo (que vivían en La Vega)…

Después ya llegaron los míos. Crecí rodeado de muchos niños, que eran “los amigos”: Paz la del otorrino, Cova (la nena) y mi apreciado Cundín los de Teresa y Cundo, Alejandro el de Pepita, José Ramón “Perchas”, Inma la de Silvela, Dolores la de Loli, Grisel y Domingo los de Esperanza, Adela Jacón, Asún la de Lin, Javi el de Espina, Javi y Jorge Queipo, Raulín y Guillermo los de la discoteca, Pablo y Eugenia los de Pepita, mi quinto y querido Dioni y su hermano Evaristo Morodo. Muchos otros fueron llegando: los Solana, Fuencisla y Ana del Royalty, Patri y Ángel del Molinón, Los Gemelos, los hermanos Dupont… Y otros que iban y venían, Amaya y las gemelas de los Araniegos, Santiago de los de Pachón, Humberto Ron, las nietas de Pila y Pepe Gancedo…

En aquel paraíso que se extendía desde El Caleal, pasando por La huerta con su pozo, El prao, La cuesta, La calle, La acera, Los portales, hasta llegar al paraíso dentro del paraíso, el solar de La Astorgana con montones de pilas de leña donde, durante años, construimos nuestros campamentos.

La calle abierta por los dos amigos en 1930 fue ocupada en su gran mayoría por el gremio de la madera: los Pachón, Araniegos, Lin, Celesto y Pepe Gancedo. Con los años también la ocupó el gremio de los transportista: Guerrero, Perchas, Queipo, Marcos Verano, El Vasco, Redondo…

En 2015, gané el Certamen Nacional de Arte de Luarca con “Espacio Amueblado”, una escultura que, de alguna manera, rinde un homenaje a aquel mundo de madera tan presente en mi niñez. Contar con tanto estímulo visual y material, como era el hierro del taller de Robustiano, la madera de “El solar” y el buen oficio de los carpinteros, fue fundamental para desarrollar mi capacidad creadora.

Podría contar cientos de recuerdos, pero creo que el más importante es el de la felicidad y el cariño que guardo de esos lugares y de esas gentes, fue un placer y no lo olvidaré nunca.

Calle a Pedro Diz Tirado en Cangas del Narcea, ‘por su actividad y celo en pro de las obras públicas de esta comarca’

Cuesta de Pedro Diz Tirado hacia 1910. Fotografía de Benjamín R. Membiela. Colección de Juaco López Álvarez.

En los primeros años del siglo XX la villa de Cangas del Narcea necesitaba crecer. La prosperidad que trajeron la apertura de las carreteras de La Espina-Ponferrada y la de Ouviaño, a fines del siglo XIX, todavía no había tenido su reflejo en la trama urbana. Era necesario comunicar el casco viejo, formado por las calles Mayor, La Fuente y la Iglesia, con las nuevas carreteras. La villa tenía que expandirse y comunicarse interiormente. Para ello se hizo un plan de reforma que contemplaba la apertura de tres calles que uniesen la calle Mayor y el Mercado con la calle Uría, que era por donde transitaba la travesía de la mencionada carretera La Espina-Ponferrada.

Para hacer estas calles hubo que derribar casas en la calle Mayor, y ocupar viejas viniellas o callejas y huertas de propiedad particular. La mayor parte de los propietarios cedieron los terrenos gratuitamente, estimulados por la mejora de la villa y también porque estas nuevas calles revalorizaban sus fincas.

Plano con la distribución de la zona en 1870 antes de la apertura de la calle Diz Tirado. (Archivo Municipal de Cangas del Narcea)

Una de estas nuevas calles fue la que se denominó Pedro Diz Tirado, que unirá la calle Mayor y la plaza del Centro (hoy, plaza del notario Rafael Rodríguez) con la calle Uría. En el plano que acompañamos, de 1870, puede verse como era este tramo de la calle Mayor antes de la apertura de esta calle. Para abrir esta nueva vía hubo que derribar una casa, romper la viniella o calleja de Las Huertas y ocupar terreno particular, que cedieron sus dueños gratuitamente y también a cambio de apropiarse de una parte de esta viniella. El resultado fue la calle tal cual la conocemos hoy.

En la calle Diz Tirado nunca se construyó una casa nueva. Solamente se reformaron y repararon las fachadas laterales de la casa de Valle, a la izquierda, subiendo desde la calle Mayor, y del palacio de Peñalba, a la derecha, que, además, mejoró su trasera haciendo un gran jardín cerrado. Estas reparaciones tardaron en hacerse y en 1914 el periódico El Narcea criticaba la actitud de los propietarios de estas casas, recordándoles que, a pesar de un bando del alcalde referente a las viviendas que debían adecentarse, algunas seguían en un estado penoso. Una de estas casas era la de la familia Valle:

“A estas tenemos que añadir la conocida por casa de Pacho Valle, que tiene la fachada que da a la calle  Diz Tirado hecha una verdadera porquería… pues más se parece a una choza de los Cadavales que a un edificio situado en la parte moderna de Cangas de Tineo” (“Limpieza pública”, El Narcea, 24 de julio de 1914).

Calle Pedro Diz Tirado en la actualidad vista desde El Paseo o calle Uría.

El acuerdo municipal para denominar Pedro Diz Tirado a esta nueva calle se tomó el 21 de junio de 1910. Desde 1901, Diz Tirado era el ingeniero de caminos encargado de las carreteras de esta zona del occidente de Asturias y venía con frecuencia a Cangas del Narcea, como puede comprobarse por la prensa local que anuncia su llegada o salida de la villa. Eran años de mucha actividad en la mejora de la red viaria de esta parte de Asturias; estaban en marcha las carreteras de Grandas de Salime-Cangas del Narcea, La Florida-Cornellana, Ventanueva-Ibias y Ventanueva-Puente-Corbón.

Nuestro hombre había nacido en 1870 en Ponce, en la isla de Puerto Rico, todavía colonia de España. Su padre era Pedro Diz Romero, natural de Torrelavega (Cantabria), licenciado en Jurisprudencia por la Universidad de Valladolid en 1852 y alcalde mayor de Ponce desde 1862; el apellido Diz procedía de Santa Justa de Moraña (Pontevedra), de donde era su abuelo Manuel Diz Díaz, alcalde mayor de Torrelavega. Su madre era Isabel Tirado Hinsch, natural de Ponce e hija de venezolanos. Sus padres estaban los dos viudos cuando se casaron en 1865.

Diz Tirado estudió en Madrid en la Escuela de Ingenieros de Caminos y al terminar la carrera entró en el Cuerpo Nacional de Ingenieros de Caminos, al que  perteneció hasta su jubilación en 1940. En su larga dedicación a la obra pública trabajó en carreteras, puertos, ferrocarriles, saneamiento, conducción de aguas, urbanismo, etc. Su primer destino, a fines del siglo XIX, fue León y Palencia. En León participó en 1897 en el proyecto para el ensanche de esta ciudad y redactó en 1900 el proyecto de conducción del agua y red de distribución. En 1900 pasó a la Diputación de Ávila como director de carreteras provinciales y el 1 de mayo de 1901 fue ascendido a ingeniero segundo del Cuerpo de Caminos.

Calle Pedro Diz Tirado en la actualidad vista desde la calle Mayor

A finales de 1901 fue destinado a Oviedo. En aquel tiempo había en esta demarcación de Obas Públicas un ingeniero-jefe y ocho ingenieros de caminos, todos residente en Oviedo, que tenían a su cargo diferentes sectores de la provincia. Diz Tirado era el encargado de la zona occidental. Algunos de sus proyectos más importantes fueron el de un gran puente metálico sobre el río Navia en la carretera Grandas de Salime-Cangas del Narcea de 1907, y los proyectos de mejora y construcción de los puertos de San Esteban de Pravia de 1905 y de Luarca de 1907. En enero de 1909 asciende a oficial de administración de primera clase.

En 1915 es nombrado ingeniero director de la Junta de Obras del Puerto de Gijón, donde dio un gran impulso al puerto de El Musel, pasando tres años más tarde a Madrid a la Dirección General de Obras Públicas. En los años veinte trabajó como ingeniero asesor en la Zona del Protectorado Español en Marruecos y en los treinta fue ingeniero-jefe de la Tercera Jefatura de Estudios y Construcciones de Ferrocarriles (Cantábrico). Cesó en el servicio activo del Estado el 19 de noviembre de 1940, con setenta años de edad; su último puesto fue el de consejero inspector general del Cuerpo de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos.

Era un hombre activo,  colaborador y preocupado con la divulgación de la ingeniería. Fue vicesecretario de la Cruz Roja en León en 1898; en 1902 y 1903 imparte cursos de Extensión Universitaria en el Centro Obrero de Oviedo sobre “Saneamiento urbano”; fue vocal de la primera junta del Real Automóvil Club de Asturias, y en 1913 es uno de los tres ingenieros de caminos españoles que asiste al III Congreso de Carreteras, celebrado en Londres, en representación del Ministerio de Fomento. Asimismo, colaboró en diferentes revistas (Madrid científico, Revista de obras públicas, África. Revista de tropas coloniales, etc.) en las que publicó numerosos  artículos sobre sus proyectos y sobre cuestiones que consideraba de interés divulgar: electricidad popular, saneamiento urbano, obras publicas en Marruecos, comunicaciones radio-eléctricas con la Guinea española, etc.

Señalización de la calle Diz Tirado en la fachada lateral del edificio del antiguo hotel Truita.

Por último, debió ser un funcionario eficaz y voluntarioso, al menos, en lo que respecta a su dedicación a las carreteras del occidente de Asturias en aquellos primeros años del siglo XX. Pero también debió ser una persona culta y de trato agradable, con mucho que contar dada su historia familiar y personal. No puede ser casualidad el hecho de que tres poblaciones de esta parte del país le dedicasen en esos años una vía urbana: Grandas de Salime, una avenida; Allande, una plaza, y Cangas del Narcea, una calle. Las razones aparecen expresadas con gran claridad en el acuerdo que, por unanimidad, tomó el Ayuntamiento de Allande, el 12 de septiembre de 1907, de poner el nombre de Pedro Diz Tirado a una plaza en la Pola: “por su actividad y celo en pro de las obras públicas de esta comarca”.

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Cangas del Narcea en la tarjeta postal, 4. “Recuerdo de Cangas del Narcea” de Fotomely (1954)

altHacia 1954 la casa de Ediciones y reportajes gráficos “Fotomely”, de Oviedo, editó una tira de diez tarjetas postales fotográficas, que se presentaba empaquetada en una funda de cartulina, con el título: “Asturias. Recuerdo de Cangas del Narcea”. Fotomely tenía su domicilio en Monte Santo Domingo, nº 5 y se dedicaba a hacer tarjetas postales de ciudades y villas asturianas (Oviedo, Pravia, Pola de Lena, Ribadesella, etc.), así como retratos de personas; trabajaban como fotógrafos de calle y ambulantes en unos años en los que en las villas había pocos estudios fotográficos.

La colección que presentamos hoy en la web del Tous pa Tous es probablemente la última serie de postales dedicada a Cangas del Narcea que se hizo con este tipo formato, en el que el comprador tenía que adquirir el conjunto completo. Después seguirán haciéndose muchas más tarjetas postales de Cangas, pero se venderán por unidades.

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Vista parcial. Cangas del Narcea, desde la carretera del Acebo con el convento de las dominicas en primer plano. Fotomely, 1954

La tira contiene las siguientes fotografías:

  1. Vista general. Cangas del Narcea
  2. Presa sobre el río Luiña. Cangas del Narcea
  3. Corias y monasterio. Cangas del Narcea
  4. Puente romano sobre el río Narcea. Cangas del Narcea
  5. Reguerón. Cangas del Narcea
  6. Vista parcial. Cangas del Narcea
  7. Vista general. Cangas del Narcea
  8. Puente Nuevo sobre el río Narcea. Cangas del Narcea
  9. Cuesta de la Vega. Cangas del Narcea
  10. Escalera de la Fuente. Cangas del Narcea
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Fachada de la iglesia parroquial de Cangas del Narcea. Fotomely, 1954

Además de estas diez tarjetas, Fotomely publicó otras postales con fotografías de Cangas del Narcea y de esa misma fecha de hacia 1954. Conocemos dos: 1) “164. Vista parcial. Cangas del Narcea”, que es una fotografía de la villa sacada desde la carretera del Acebo con el nuevo convento de las dominicas en primer plano, y 2) la fachada de la iglesia parroquial.

Las imágenes de Fotomely nos permiten conocer el aspecto de Cangas del Narcea en un momento en el que ya había comenzado la transformación urbana del centro de la villa. La demolición en los años anteriores del convento de las dominicas del siglo XVII y la casa consistorial del siglo XVIII en la calle Mayor, y de los viejos palacios de la calle de la Iglesia, permitieron la apertura de las calles Ibo Menéndez Solar, Alcalde Díaz Penedela, Dos Amigos y Tres Peces, el ensanche de la calle de la Iglesia (actual, Médico Rafael Fernández Uría) y la construcción de casas de pisos en esas nuevas calles. En las imágenes de Fotomely aún se ven muchos solares vacíos y calles recién trazadas.

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Detalle vista general de Cangas del Narcea desde la Carretera de Nueva. Fotomely, 1954

En las fotos se ven también tres construcciones muy significativas de aquel tiempo, que acababan de construirse en la calle Uría: el Hotel Truita de 1953, el chalet de Joaquín Rodríguez “el Soliso” y el chalet de Braulio Sánchez y Marina Morodo (desaparecido). Por el contrario, el resto de la villa y sus alrededores (véase la fotografía de El Reguerón) mantendrán su fisonomía decimonónica hasta veinte años más tarde, en que los cambios y la especulación del suelo comenzarán a llegar a todos los rincones de la urbe.

 


Cangas del Narcea en la tarjeta postal, 2. Enrique Gómez (1915)

Retrato de un niño hacia 1900. Fotografía de Enrique Gómez

Las primeras fotografías de mi abuelo paterno, Joaquín López Manso, y de su hermano Luis las hizo el fotógrafo Enrique Gómez alrededor de 1900 en Cangas del Narcea. Las casualidades de la vida han hecho que yo mantenga trato y amistad con un nieto del fotógrafo, Luis Gómez, de Luarca, que es el que me facilita la mayor parte de la información que utilizó en esta noticia.

Enrique Gómez Rodríguez nació en Mirallo de Arriba, concejo de Tineo, en 1867. Emigró a Madrid como tantos otros asturianos y allí trabajó de cochero de Juan Prim Agüero (1858 – 1930), hijo del famoso general Prim. Este señor era muy aficionado a la fotografía y fue el que le enseñó los primeros conocimientos de la técnica fotográfica. Enrique se casó con María Pastora Sánchez, natural  de Écija (Sevilla), que trabajaba en Madrid como señora de compañía de  la marquesa de Viana.

Impreso publicitario fotógrafo Enrique Gómez, Madrid.

Después de contraer matrimonio se estableció como fotógrafo profesional en Madrid, en la Glorieta de Bilbao, nº 5. Tuvo siete hijos. Los cinco primeros murieron todos niños y un médico le recomendó trasladarse a vivir a algún lugar de la costa cantábrica para evitar tanta mortandad infantil. Decide trasladarse a Luarca, a donde viene durante algunos años sólo en verano (época que también aprovechaba para trabajar) y donde se establece definitivamente en 1902. Sobrevivieron dos hijos: Camilo, nacido en Madrid en 1896 y Néstor que nació en Luarca en 1904; los dos se dedicaron a la fotografía. Enrique Gómez murió en Luarca en 1934.

En la villa de Luarca, Gómez se estableció con un socio, Rubio, que también vino de Madrid, pero este regresó enseguida a la Corte. Unos años más tarde abrió una sucursal en Trevías. Además del estudio fotográfico, también tuvo una bodega de vinos.

Impreso publicitario fotógrafo Enrique Gómez, Luarca.

Como era costumbre en aquellos primeros años del siglo XX, donde los fotógrafos profesionales eran escasos en el medio rural e, incluso, en las villas asturianas, Enrique Gómez trabajó como fotógrafo ambulante por todo el occidente de Asturias. Su principal trabajo era hacer retratos individuales, familiares o de grupos. Asimismo, hizo tarjetas postales de varias villas de esta parte de Asturias, entre las que está la serie que dedicó en 1915 a Cangas del Narcea.

Esta serie esta formada por ocho tarjetas postales impresas y numeradas. Llevan en el anverso rotulado el título y en el reverso el nombre del fotógrafo. En todas las fotografías, salvo en las vista generales, aparecen grupos de vecinos posando, que dan a las fotos de Gómez un estilo peculiar, que no es frecuente en las tarjetas postales donde lo habitual es que las calles aparezcan vacías o con transeúntes ocasionales. Tal vez el carácter alegre y juerguista que tenía este fotógrafo, que tocaba la guitarra y acordeón, expliquen ese gusto por colocar en sus fotografías estos grupos de personas.

La serie de Enrique Gómez está formada por las siguientes tarjetas postales:


Cangas del Narcea en la tarjeta postal, 1. Modesto Morodo (1910 – 1912)

Portada bloc con diez tarjetas postales de Modesto Morodo.

Las tarjetas postales ilustradas con fotografías fueron una moda que comenzó a fines del siglo XIX y llegó hasta casi nuestros días. En este tiempo millones de personas se enviaron por correo tarjetas en las que aparecen imágenes muy variadas: calles de ciudades y villas, vistas generales, pueblos, monumentos, costumbres populares, tipos humanos, fábricas, puertos, barcos, estaciones de ferrocarril, puentes, etcétera. En los lugares turísticos abundaban estas postales que los visitantes enviaban a familiares y amigos. Estas tarjetas tenían unas características reguladas por unas normas internacionales. Sus medidas eran siempre las mismas: 9 x 13 centímetros y su reverso, desde 1906, se dividía en dos partes: una, para poner la dirección y el sello, y otra, para escribir un mensaje. Normalmente los editores de tarjetas postales publicaban series dedicadas a una población, que se presentaban en blocs o en tiras de diez o más fotografías. Desde muy pronto, comenzó el coleccionismo de estas tarjetas.

Romería del Acebo, Cangas de Tineo, 1912. Modesto Morodo.

No abundan las tarjetas postales dedicadas a Cangas del Narcea, porque nunca fue éste un centro turístico. De todos modos, como la villa era una población importante tuvo desde los inicios del siglo XX tarjetas postales en las que aparecían vistas de la villa y de Corias. Las primeras tarjetas postales dedicadas a nuestro concejo son las dos que editó en 1901 la Fototipia y Tipografía de Bellmunt y Díaz, en Gijón, en las que aparecen el barrio de Ambasaguas y el puente de Corias. Este taller aprovechaba para sus tarjetas postales las fotografías publicadas entre 1894 y 1901 en la obra Asturias, dirigida por Octavio Bellmunt y Fermín Canella. De esa misma fecha, 1901, es una tarjeta con una vista general de la villa publicada por Artes Graficas, de Gijón, y de 1903 son cinco tarjetas editadas por Hauser y Menet, de Madrid, con las siguientes fotografías: “Lavanderas en el Narcea”, “Orillas del Narcea”, mercado en la villa, feria de Vallado y convento de Corias. Más reciente, de hacia 1915, es otra tarjeta postal de Modesto Montoto con una vista general de la villa. En todos estos casos, son unas pocas fotos del concejo de Cangas del Narcea que aparecen en series más amplias dedicadas a Asturias. La mayoría de estas tarjetas postales pueden verse en el Álbum de Fotografías Antiguas de la página web del Tous pa Tous.

En las primeras décadas del siglo XX se publicaron cuatro series de fotografías dedicadas exclusivamente a Cangas del Narcea: dos de Modesto Morodo; una de Enrique Gómez, de Luarca, y otra del Monasterio de Corias editada en 1930 por los dominicos.

Además de todas las tarjetas mencionadas hay que citar las que hizo Benjamín R. Membiela, que es el primer fotógrafo profesional que se establece en el concejo de Cangas del Narcea, en concreto en el pueblo de Corias. Membiela hizo muchas tarjetas postales, pero, a diferencias de los fotógrafos o casas editoriales mencionadas, nunca las tiró en una imprenta y siempre las hizo él manualmente, una a una. Sus tarjetas no llevan normalmente firma, pero son inconfundibles porque están rotuladas a mano. En el Álbum de Fotografías Antiguas del Tous pa Tous pueden verse muchas de sus fotos.

Anuncio en prensa del negocio de Modesto Morodo

Modesto Morodo Díaz nació en Cangas del Narcea en 1884 y se instaló como fotógrafo y relojero hacia 1910. Tenía una tienda llamada La Suiza. Antes de establecerse definitivamente en Cangas había estado emigrado durante unos pocos años en Buenos Aires. A su regreso residió en Oviedo, donde se forma como fotógrafo en el estudio del famoso retratista Ramón García Duarte. Siempre tuvo una salud delicada, que le impidió ejercer el oficio de fotógrafo fuera del estudio que tenía en la calle Mayor. Murió en 1946.

Modesto Morodo editó hacia 1910 un bloc con diez tarjetas postales que lleva el titulo de “Recuerdo de Cangas de Tineo (Asturias)”. Son diez fototipias realizadas en la casa de Artes Gráficas Mateu S. A., de Madrid, dedicadas solamente a la villa. De estas diez fotografías conocemos nueve, que son las siguientes:

  1. Cangas de Tineo (Asturias). Vista general
  2. Cangas de Tineo (Asturias). Vista parcial
  3. Cangas de Tineo (Asturias). Calle Mayor
  4. Cangas de Tineo (Asturias). Plaza y Palacio del Conde Toreno
  5. Cangas de Tineo (Asturias). Vista de Ambas-Aguas. Una nevada
  6. Cangas de Tineo (Asturias). Desembocadura del río Luiña en el río Narcea
  7. Cangas de Tineo (Asturias). Puente romano de Ambasaguas
  8. Cangas de Tineo (Asturias). Una vista del río Narcea
  9. Cangas de Tineo (Asturias). Juzgado y cárcel

Factura del taller de fotografía de Modesto Morodo del año 1918.

Dos años más tarde, en 1912, editó varias tarjetas más dedicadas a Cangas del Narcea. En este caso las fototipias las encargó a la Casa Editorial PHG, de Valladolid. Las tarjetas están editadas con esmero y elegancia. Todas están firmadas. No sabemos exactamente cuántas tarjetas postales componen esta serie, porque no van en un bloc, ni llevan número de serie. Nosotros conocemos cinco:

  1. Cangas de Tineo. Vista general
  2. Cangas de Tineo. Vista parcial
  3. Cangas de Tineo. Calle Mayor
  4. Cangas de Tineo. Fuentes del Reguerón.
  5. Cangas de Tineo. Romería del Acebo.

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La calle So el Mercado o Rastraculos, una vía abierta en el año de 1700

Placa de la calle

A la memoria de Julia Perandones, vecina de esta calle.

A fines del siglo XVII el tercer conde de Toreno, Fernando Queipo de Llano y Valdés, y su mujer, Emilia de Dóriga y Malleza, decidieron levantar un palacio nuevo en el mismo sitio donde estaba la “casa antigua [de los Queipo], que por su mucha antigüedad fue preciso demoler”. Pero el solar era pequeño para el nuevo palacio que pretendían construir y tuvieron que añadir un “pedazo que era libre”. La casa estaba situada a la salida de la villa de Cangas del Narcea y junto al camino real que conducía al puerto de Leitariegos y a Castilla.

Plaza del Mercáu con el palacio del conde de Toreno y las almenas en la actualidad.

El proyecto de los condes incluía además otras actuaciones alrededor de la nueva construcción que cambiarían considerablemente la fisonomía de esta zona de la villa. Una de estas fue la apertura de la calle de So el Mercado, que debido a su fuerte pendiente acabó llamándose calle Rastraculos. De todos modos, la denominación de esta calle es el reino de la confusión. En la documentación del siglo XVIII se denomina calle de So el Mercado. En los años sesenta del siglo XX había una placa en la calle que ponía: “Calle Submercado”, aunque el nombre que se escuchaba a los vecinos era el de calle Rastraculos. En la actualidad hay dos placas en la calle: una pone “Calle So el Mercado” y la otra: “Calle Sul Mercáu / Arrastraculos”. No deja de ser estrambótico que la misma calle tenga tres “nombres oficiales” diferentes.

Huertas de So el Mercado y calle de Rastraculos vistas desde la calle Pelayo, Cangas del Narcea, 1892. Fotografía publicada en Asturias. ‘Álbum anunciador’, Luarca, 1893.

Pero volvamos a los conde de Toreno y a su proyecto de remodelación de su casa y su entorno. El proyecto comenzó a prepararse hacia 1685 y concluyó en 1702 con la edificación de un palacio de dos torres y un gran patio central, que se valoró en 30.000 ducados. Este palacio es, desde 1951, la sede del Ayuntamiento de Cangas del Narcea. En ese tiempo se realizaron otras tres actuaciones que fueron las siguientes:

1.

Detalle del documento donde se menciona la cesión de los conde de Toreno para hacer ‘la calle nueva de So el Mercado’.

Hacer en la trasera del palacio y en su costado sur una gran finca en una sola pieza y cerrada con un muro. El objetivo de los condes era “que la cerca salga en cuadro por todas partes, en línea recta”. Para conseguir esto tuvieron que permutar varias huertas con vecinos de la villa de Cangas. En 1686 cambiaron tierras con Cristóbal Francisco de Yebra, en 1690 con Juan Flórez de Llano y en 1695 con Miguel Queipo de Llano Valcárcel. De este modo, el palacio dispuso junto a él de un gran espacio cerrado en el que había un jardín, una huerta, una plantación de frutales y una viña que se llamaba “La Cerca”. En los años sesenta del siglo XIX, esta finca se partirá en dos, con gran pesar de sus propietarios, para permitir el paso a la carretera La Espina-Ponferrada.

Detalle del dibujo de la villa de Cangas del Narcea en 1771, donde puede verse la calle de So el Mercado

2. La construcción de una explanada delante del palacio con el fin de ampliar el espacio para el mercado público que se hacía los sábados en ese lugar, así como para dar vistas y monumentalidad a la casa. Para hacer esta explanada los condes tuvieron que levantar un muro de contención, que se remató con unas almenas que buscaban dar mayor realce al nuevo espacio, y demoler un par de casas que había en esta plaza del Mercado. Las casas tuvieron que comprarlas. Una se la adquirieron a María Antonia de Sierra y Omaña, y como ellos mismos dicen se compró y derribó “para hacer la plazuela, que sirve a la entrada de nuestra casa, más dilatada y para mayor lustre y desembarazo de ella”. La otra casa, “cuya entrada está frente al Mercado”, era de Francisco Flórez de la Ymera. Los mismos condes explican que las “dos casas y suelos especificados y plazuela que de ellos se ha hecho, declaramos por accesorias a nuestra casa principal o partes necesarias de ella para el beneficio del vino, su vendaje y otros frutos, usos y menesteres”.

y 3. Adquirieron a la misma María Antonia de Sierra y Omaña “una huerta que llaman de So el Mercado” (es decir, “debajo del Mercado”) con el fin de hacerse con la propiedad de todo el espacio que había delante de sus almenas y de abrir una nueva calle. El documento de donde sacamos estas noticias dice: “y cedimos una porción [de la huerta] a esta villa para hacer la calle nueva de So el Mercado, y lo restante lo metimos e incorporamos con la antigua [huerta], según que una y otra están cerradas de pared que fabricamos”. La fecha de esta cesión a la villa no la sabemos con exactitud, pero tuvo que ser entre 1695 y 1700.

Calle de So el Mercado o Rastraculos en la actualidad.

Para perder el menor espacio posible de huerta, la “calle nueva de So el Mercado” se trazó pegada al talud del terreno y con una fuerte pendiente. No se desperdició tierra haciendo un trazado más sinuoso que hiciese menos cuesta la calle.

En el siglo XVIII, todas las casas que se construyeron en esta nueva vía estaban pegadas al talud. Es probable que estos solares los vendiesen los mismos condes de Toreno, pero no lo sabemos con certeza. A partir de mediados del siglo XIX se comenzó a ocupar terreno de las huertas para levantar viviendas, empezando por la calle de La Fuente y abriendo la calle de la Presa. Este proceso de ocupación concluyó a fines del siglo XX con casas a ambos lados de la calle.

Calle de So el Mercado o Rastraculos en la actualidad.

La calle de So el Mercado comunicó directamente el puente de piedra y la calle de La Fuente con el Mercado, la casa de los conde de Toreno y el camino real al puerto de Leitariegos. Recordemos que por ese puente tenían que pasar todos los vecinos de las parroquias de Besullo, Las Montañas, Regla de Perandones, Cibuyo, el Río Rengos, el Rio del Couto e incluso muchos del Río Naviego que venían a la villa de Cangas por el camino real de la sierra del Pando. Todos ellos y muchos más entraban a Cangas por ese puente de piedra y por la calle de La Fuente.

Entronque de las calles de La Fuente y Rastraculos en la actualidad.

La apertura de la calle de So el Mercado hizo más fácil, rápida y directa la llegada de todos estos visitantes a la plaza del Mercado y al patio de la casa de Toreno. Este patio se abría todos los sábados para ampliar el espacio del mercado y recibir a la numerosa afluencia de forasteros y vecinos del concejo que acudían a comprar y vender productos, y en el mismo patio se vendía el vino que producía el conde y que se despachaba en una bodega que había en los bajos de la casa, la conocida hasta pocos años como la “Bodega del Conde”.

El vino fue una de las principales fuentes de ingresos de la casa de Toreno desde el siglo XVII al XX. En 1752 tenía tres lagares de vino: dos en Cangas (uno probablemente estaba en los bajos del palacio) y uno en Limés, y numerosas viñas. La venta de vino durante todos los sábados del año, con el mercado delante y dentro de su propia casa, era una de las salidas más importantes de este producto, y, por ello, el tercer conde de Toreno hizo en su palacio un patio tan grande, amplió la plaza que había delante y cedió tierras a la villa para abrir la calle Rastraculos o So el Mercado. Todo con un objetivo: vender vino.

En 1805, como ya contamos en otra noticia de esta misma web del Tous pa Tous sobre El Mercáu, el mercado de la villa se trasladó por una orden del Ayuntamiento a la Plaza Mayor, junto a la iglesia parroquial, y aunque el conde de aquel tiempo intentó impedirlo a toda costa, no lo consiguió.

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El nombre de la ‘Plaza de La Refierta’ por Manuel Flórez de Uría

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Plaza de La Refierta (actual, Mario Gómez), hacia 1901, en la que aparece una diligencia y muchas losas que se estaban empleando para reformar la plaza y la escalera de La Fuente.

En este articulo, Manuel Flórez de Uría ofrece una explicación del nombre de la plaza de La Refierta, que a pesar de llamarse hoy oficialmente plaza de Mario Gómez, todavía sigue manteniendo su nombre antiguo.

Este nombre de La Refierta para referirse a esta plaza de la villa de Cangas del Narcea es muy antiguo, y está perfectamente documentado en los primeros años del siglo XVI. La palabra “refierta”, hoy en desuso y fuera del diccionario de la Real Academia Española, significaba: “oposición, contradicción, repugnancia”, y así aparece en el diccionario de 1817 de esta academia. Para Flórez de Uría ese nombre procede de un hecho histórico que sucedió allí en el siglo XIV y fue la oposición que el pueblo de Cangas proclamó de viva voz contra Enrique II de Castilla (1333-1379), que había asesinado a su hermanastro el rey Pedro I (1334-1369) en 1369. Aunque el autor no menciona ninguna fuente de información y en el artículo hay algún dato erróneo, como el citar al conde Marcel de Peñalba como presente en ese acto, cosa imposible porque ese titulo fue otorgado por Felipe IV a García de Valdés y Osorio en el siglo XVII, es una opinión sugerente que no podemos desdeñar.

La lucha entre estos dos hermanastros, hijos de Alfonso XI, provocó una guerra civil en el reino de Castilla y León entre 1366 y 1369. En Asturias hubo partidarios de los dos bandos. Los de don Enrique de Trastámara estaban sobre todo en el centro y oriente de la región, y los del rey Pedro I en el centro y occidente. Lo que cuenta Flórez de Uría es muy posible, porque el linaje de los Valdés, encabezado por Diego Menéndez de Valdés, señor de las Torres de San Cucao de Llanera, tomó partido por Pedro I y sus descendientes, y en la villa de Cangas esta familia ya era poderosa en aquel tiempo. En el siglo XV, los Valdés poseían dos casas en esta población: una en la calle Mayor, donde está el palacio de Marcel de Peñalba, y otra en la misma plaza de La Refierta, en el solar de la conocida hoy como Casa de la Reguerala. Sobre esta guerra y los partidarios de los dos bandos en Asturias ha escrito Juan Ignacio Ruiz de la Peña, en el tomo 5 de la Historia de Asturias, dedicado a la Baja Edad Media, editada por Ayalga Ediciones en 1977.

En el mismo articulo Flórez de Uría relata como los vecinos de la villa para evitar la venganza de Enrique II se pusieron bajo la protección de la Virgen del Carmen y ese mismo año comenzó a hacerse la procesión desde la capilla de Entrambasaguas a la iglesia parroquial de Cangas. Tampoco aquí cita fuentes históricas, y es extraño pensar que existiese en la parroquia de San Tirso, más tarde trasladada a Entrambasaguas, el culto a la Virgen del Carmen en el siglo XIV, cuando fue una devoción que se generalizó en el mundo católico a partir del siglo XVI y sobre todo en el XVII.

Manuel Flórez de Uría y su mujer en Cangas del Narcea, h. 1925. Colección de Adela Rodríguez Flórez de Uría

Manuel Flórez de Uría Sattar fue un prolífico periodista cangués nacido en 1864. Escribió en varios periódicos de Cangas del Narcea: El Narcea y El Distrito Cangués, fundó y dirigió La Verdad, y colaboró en periódicos de Oviedo, Gijón, Grado, Pravia y Madrid, en los que firmaba con su nombre o con el seudónimo de “Juan de Cangas”. Autor de dos obras lamentablemente perdidas: «Apuntes para la historia de Cangas de Tineo y su concejo» e «Historia del Regimiento de Voluntarios de Cangas de Tineo», basada en las memorias de su abuelo paterno, que había participado en aquel regimiento y fue uno de los pocos voluntarios que regresaron a Cangas al terminar la Guerra de la Independencia en 1814. En los años veinte fue nombrado miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia.

Flórez de Uría era maestro y procurador de los tribunales. Tuvo una vida política intensa. En 1902 era presidente del Comité Municipal Republicano de Cangas de Tineo (así aparece en Las Dominicales. Semanario Librepensador, Madrid, 15 de agosto de 1902). Más adelante perteneció a los comités locales del Partido Reformista y de su sucesor el Partido Republicano Liberal Demócrata, liderados los dos por el político asturiano Melquiades Álvarez. Durante muchos años fue concejal del Ayuntamiento de Cangas del Narcea.


EL NOMBRE DE LA “PLAZA DE LA REFIERTA”
 
Manuel Flórez de Uría

 

Los que tuerto li tienen o que la desirvieron,
d’Ella mercet ganaron si bien gela pidieron;
nunca repoyó Ella a los que la quisieron,
ni lis dio en refierta el mal que li fizieron.
 
Gonzalo de Berceo,
Los milagros de Nuestra Señora, siglo XIII

 

En los tiempos de Gonzalo de Berceo, cura de su pueblo natal, del que lleva el apellido, diócesis de Calahorra, próximo a San Millán de la Cogolla, se decía refierta por “respuesta”. Eso era término de uso corriente entre la gente culta, la del Mester de Clerecía, y de creer es que venía ya de muy antiguo.

 En Cangas del Narcea, antes Cangas de Tineo, existe una plaza llamada “Plaza de la Refierta”. ¿Por qué ese nombre? ¿Qué significa Refierta?. Esa pregunta, en la actualidad, no existe cangués que la conteste.

 Vamos a descorrer la cortina que los siglos echaron sobre el suceso memorable, digno de eterna loa, que originó el nombre dado a la entonces plaza principal de la villa de realengo “Cangas de Sierra”, más tarde “Cangas de Tineo” y hoy “Cangas del Narcea”.

 Corrían los últimos años de la lucha cruenta, terminada en fratricidio poco después, entre Don Pedro I de Castilla y de León [1334-1369] y su hermano el Bastardo Don Enrique de Trastámara [1333-1379], y la Junta General de Asturias convocó a la nobleza asturiana y a los procuradores o personeros de los concejos, así como de las “Cuatro Sacadas” y villas de realengo, para la Junta que se celebró en el Convento de Santa María de la Vega de Oviedo (hoy, fábrica nacional de fusiles). En las sesiones de esa Junta, la nobleza y los procuradores se declararon por el Rey legítimo, y tacharon de felón y desleal al Bastardo Don Enrique. Esta fue la hidalga contestación que dieron a los emisarios del Infante rebelde.

 Pero éste no desistió de su intento. Tomó el camino que tan popular le hizo y que con el tiempo le valió el sobrenombre de “Enrique el de las Mercedes”. Consumado el regicidio de Montiel [el 14 de marzo de 1369, en el que Enrique mató al rey Pedro I], su noticia llegó a estas villas envuelta con el perdón a los partidarios del Rey caído y la concesión de donaciones, encomiendas y privilegios para los altos dignatarios eclesiásticos, los monasterios, la nobleza y los concejos. El interés quebrantó en casi todos estos la fe y lealtad jurada al Rey legítimo, y casi en totalidad se pasaron al partido del Bastardo y abandonaron el de las hijas del Rey asesinado.

 Pero el Duque de Lancaster, príncipe inglés que casara con doña Constancia de Castilla, hija primera del Rey Don Pedro y Doña María de Padilla, hizo proclamar, allá en sus Estados de Inglaterra, Reina de Castilla y de León a su esposa, y a Castilla llegó la noticia de que reclutaba gente de armas para realizar en estos reinos un desembarco para reivindicar por las armas la Corona que correspondía a su esposa.

 Esa Corona, tinta en la aún humeante sangre de Montiel, la consideraba el Bastardo tan poco segura sobre su frente, que, para reafirmarla, resolvió pedir el juramento de fidelidad a los municipios que no se habían declarado hasta entonces ostensiblemente de su partido, uno de los cuales era el de Cangas de Sierra.

 Los Comisarios Reales llegaron a Cangas en los primeros días del mes de julio del año 13.., y convocada la municipalidad en la Plaza de la Villa y el pueblo a son de clarín, atabal y voz de pregonero, la comisión dice por boca de su presidente Don…, conde Marcel de Peñalba, que preguntó en voz alta: “¿Reconocéis, vos, Corregidor e Alcalde Mayor, e vosotros regidores perpetuos, ansi como vosotros hijosdalgo e pecheros, por vuestro Rey e Señor natural al Rey Nuestro Señor Don Enrique, y le juráis fidelidad y pleitesía?”. Y el Corregidor, en nombre del Regimiento (Ayuntamiento) y de hijosdalgo y pecheros, contestó en voz alta y fuerte: “¡No! questa villa es y será fiel al señor Rey Don Pedro y las señoras sus fijas, e esto os refiertamos e sostendremos en todas formas, así la Virgen Santa María nos socorra”. Y el pueblo a coro dijo: “Amen”.

 Los comisionados salieron el mismo día de la villa y se acogieron al Coto de Corias, en como monasterio se les amparó y escoltó luego por el territorio de su coto abadengo hasta introducirlos por el de Barzana de la Cabuerna, que también era de dichos monjes benedictinos, hasta tierras de Tineo.

 A los pocos días, el 16 de dichos mes y año, en la parroquia cercana de San Tirso se celebraba la fiesta de la Virgen del Carmen, en la primitiva ermita de Entrambasaguas (sobre el mismo solar se alza desde el siglo XVI la ermita actual), por primera vez, concurriendo en corporación la Municipalidad con las solemnidades rituales de la época, asistió a la misa solemne, se trajo la imagen de la Virgen del Carmen en procesión solemne, entre músicas y cantos, a la iglesia parroquial de Cangas (la antigua, emplazada entonces en la plaza de la Oliva), implorando la protección de la Virgen que les amparara y protegiera contra la saña real.

 De entonces data ese nombre de “Refierta” dado a la plaza, y también la costumbre de que las fiestas del Carmen, aunque propias de la feligresía de San Tirso, más tarde llamada de Entrambasaguas, fueran consideradas por Cangas como suyas propias; la costumbre de celebrarlas mixtas entre ambas parroquias (hoy es una sola), trayendo la imagen procesionalmente el día 16 de julio, todos los años, a la Iglesia Colegial, y volviéndola a la tarde en igual forma a la ermita, y de entonces y hasta el día, el entusiasmo (algo idolátrico e irracional) de los cangueses a la Virgen del Carmen. Dándose el caso raro de que personas de gran cultura, de ideas extremadas por lo avanzado, incrédulas, materialistas, acaso, indiferentes en religión, que no practican culto ritual alguno, asisten reverentes a esos festejos, se descubren al paso de esa imagen y, desde donde quiera que están, contribuyen con esplendidas dadivas para el esplendor de sus festejos. A un cangués, que oye indiferente, acaso, blasfemias y burlas sangrientas contra Dios, la Virgen y los Santos, que no le mienten irrespetuosamente de la Virgen del Carmen de Entrambasaguas. Puede ser, y con frecuencia es, peligroso.

Un paseo por Cangas en 1985

“Un paseo por Cangas” es un conjunto de veinte fotografías en blanco y negro realizadas por Ignacio Martínez Alonso, “Naciu‘i Riguilón”, en la villa de Cangas del Narcea en el mes de noviembre de 1985. Aunque las fotografías no tienen una gran calidad técnica, conforman un reportaje gráfico de una época de grandes cambios en la villa de Cangas en el que aparecen algunos espacios que ya son solo recuerdos fijados en estas imágenes.

 

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El Mercáu

La historia de cuando El Mercáu se quedó sin mercado, 1805-1820

El Mercáu y el palacio de los condes de Toreno h. 1910

El nombre de los lugares recuerda en muchos casos hechos del pasado de los que sólo queda ese nombre. De este modo, ninguna de las personas que vivimos hoy recordará haber visto en Los Nogales un nogal, pero en algún tiempo hubo allí más de uno. Igualmente en La Oliva, en alguna época debió haber un olivo, y donde está el regueiro Samartín sabemos que en la Edad Medía hubo una capilla dedicada a este santo francés, de la que hoy no queda ningún resto pero sí su nombre.

Lo mismo sucede con el nombre de El Mercáu o Mercado que le damos en Cangas del Narcea a la plaza situada delante del palacio del conde de Toreno o Ayuntamiento. Allí dejó de hacerse el mercado de los sábados en 1805 y, sin embargo, doscientos años después todavía seguimos llamando a ese lugar El Mercáu.

Día de mercao en la plaza de La Oliva o plaza Mayor de Cangas del Narcea, en 1905

Todo empezó el 29 de marzo de 1805 con un acuerdo del Ayuntamiento que dispuso trasladar “el mercado que se celebra en la calle Mayor y sitio conocido con el nombre de Mercado a la plaza principal de la villa”, es decir a la Plaza de la Iglesia o Plaza Mayor.

Los promotores de este cambio fueron el alcalde Diego Valcárcel y el regidor José Fernández Flórez.

Al parecer, el mercado se llevaba haciendo desde hacía tres siglos delante de la casa de los Toreno y éstos abrían la puerta de su casa para dar más espacio a los concurrentes y para vender su vino; tal vez esto explique el gran tamaño que tiene el patio de este edificio terminado en 1702. Por motivos que desconocemos “la vizcondesa [de Matarrosa, nuera del conde de Toreno,] mandó cerrar las puertas del patio de fuera el sábado 23 [de marzo de 1805], con esta novedad se convocó a Ayuntamiento y se acordó trasladar el mercado a la plaza Mayor, así se verificó con general aplauso, a menos de Benitín y sus secuaces” (Carta de José Fernández Flórez a Lope de Ron, 31 de marzo de 1805).

Plaza de Toreno o el Mercao, h. 1915

El conde de Toreno se opuso a este traslado y alegó tres razones: 1. El gran perjuicio que le suponía a él, y a seis vecinos más, para la venta de «vino de sus cosechas en las bodegas que tienen en la misma plazuela del Mercado y sus inmediaciones»; es evidente que la afluencia de gente todos los sábados del año era muy beneficiosa para la venta de vino. 2. Le privaba de “las muchas basuras [es decir, estiércol o cagayón] que por la concurrencia y trafico de las caballerías se hacían todos los sábados días de mercado”; el excremento de las caballerías que se recogía al acabar el mercado era el principal abono de tierras y viñas, y era difícil conseguirlo de otro modo, y 3. La realización del mercado en la Plaza de la Iglesia iba a interrumpir y molestar el culto que se hacía en la iglesia colegiata, y el conde señalaba que a él le correspondía «defenderla como su patrono, procurando que con tales concurrencias, alborotos y deshonestidades no se cause turbación a los divinos oficios y horas canónicas que se celebran todos los días».

Además, el conde mencionaba que detrás de este acuerdo municipal había “intrigas, resentimientos y parcialidades” por parte del alcalde y el regidor citados, así como claros intereses personales, y señalaba que el gran beneficiado de este cambio era José Fernández Flórez, «porque casualmente posee una bodega en la calle Mayor contigua a la Plaza de la Colegiata y varias casas en la propia plaza”, y “porque con la traslación del mercado consiguió la ventaja de vender sus cosechas de vino con oportunidad y estimación, privando de ella al exponente [es decir, al conde de Toreno] y a otros vecinos».

El traslado del mercado se llevó a cabo en un momento de debilidad de los condes de Toreno. El conde en aquel tiempo, Joaquín José Queipo de Llano (1728-1805), estaba muy enfermo y morirá el 22 de diciembre de 1805. Su hijo, José Marcelino (1757-1808), vivirá fuera, perderá gran parte del control del poder local y fallecerá tres años después, y el sucesor de éste, José María (1786-1843), que fue el más famoso de los condes de Toreno, será un liberal perseguido y desterrado por el rey Fernando VII a partir de 1814. En medio de todo esto la Guerra de la Independencia.

Por el contrario, José Fernández Flórez era miembro de una familia que había ascendido en la segunda mitad del siglo XVIII, por cierto, al amparo de los Toreno; pertenecía a una nueva clase social, la burguesía, que invertía en fábricas y también en tierras. Su abuelo Cristóbal, natural de Salas, vino a Cangas a servir como criado mayor de la casa de Toreno y por su buen servicio lo nombraron administrador de las rentas de esta casa en La Muriella y la Colegiata; compró casa en Cangas y llegó a hacer una pequeña fortuna. Su hijo Ignacio Fernández Flórez continuo con la administración de las rentas de la Colegiata, compró muchas tierras, fundó en la villa de Cangas una fábrica de curtidos en 1792 y arrendó la casona que el conde de Miranda tenía en la calle de la Iglesia, junto a la Plaza; este Ignacio tuvo diversas diferencias con el conde de Toreno. Por su parte, el nieto, José Fernández Flórez, compró título de regidor perpetuo del concejo de Cangas, abrió en los primeros años del siglo XIX una fábrica de chocolate en la casona mencionada, «que le dio mucha utilidad», y aforó al conde de Adanero, que vivía en Medina del Campo, la casa de San Pedro de Árbas y toda su hacienda en el concejo de Cangas del Narcea.

La Plaza, con puestos de cacharros de cerámica de L.lamas del Mouro y de El Rayu (Siero), 1910

La respuesta de José Fernández Flórez y otros trece comerciantes del concejo de Cangas del Narcea a las razones contrarias del conde de Toreno al traslado del mercado, no se hicieron esperar. Según ellos el cambio se hacía por «utilidad, conveniencia y necesidad común”: “la Plaza en que antes se hacía el mercado era una calle ancha y no otra cosa, y que pasando por ella la carretera para Castilla se interrumpía frecuentemente la comunicación de los comerciantes al mercado, al paso que la [Plaza de la Iglesia, en la] que se celebra actualmente, es mucho más capaz y susceptible de las comodidades que exigen los establecimientos de esta clase». En un informe del Ayuntamiento se incide en esto mismo: «en la plaza antigua todo era desorden, confusión y continuos trastornos para los concurrentes y transeúntes, y en la nueva o de la Iglesia, por su extensión y capacidad, es todo lo contrario». En cuanto a los inconvenientes para los oficios divinos, responden que en la iglesia colegiata «se dicen solo dos o tres misas en dichos días, sin practicarse otros oficios, y que este pretexto es tanto más despreciable y voluntario cuanto en dicha plaza se celebran y han celebrado de tiempo inmemorial, por su mejor disposición y más libre de inconvenientes, las grandes ferias de dicho pueblo de Cangas en los solemnísimos días del Corpus, Invención de la Santa Cruz, Pentecostés, San Andrés y San Mateo».

El conde de Toreno respondió al argumento de la incomodidad de la plaza del Mercado diciendo lo siguiente: «El sitio de la plaza del Mercado es más ventajoso, porque está a la salida del pueblo, los trajineros de Castilla no tienen necesidad de atravesar las calles con sus ganados y se precaven contingencias en las mujeres y niños especialmente, sin que contra esto pueda influir ni formar paralelo el único fundamento de celebrarse las ferias en la plaza principal, pues, según lo que se vende en ellas y su corta duración, son muy diferentes».

El enfrentamiento entre el conde de Toreno y el Ayuntamiento duró hasta 1820. El pleito se dirimió en la Real Audiencia de Asturias y el Consejo de Castilla, y se pidió consulta a los ayuntamientos de Ibias y Tineo, y al Obispo de Oviedo. Al final, la Justicia dio la razón al Ayuntamiento y el mercado semanal quedó en la Plaza de la Iglesia, donde todavía hoy continúa celebrándose.


[La información para hacer esta noticia está sacada en su mayor parte del archivo de los condes de Toreno que se conserva en la Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, de Toledo].


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La calle “Tres Peces”

Mucha gente se preguntará de donde salió ese nombre de Tres Peces con el que se denomina a una pequeña y céntrica calle de nuestra villa de Cangas del Narcea, en la que están algunas de las casas de comidas más concurridas de la población: el Mesón Payva, el Bar Caniecho…, y que rememora a la famosa calle de Los Tres Peces, del barrio de Lavapiés de Madrid.

El nombre de la calle madrileña, según Pedro de Répide en su libro Las calles de Madrid, procede de una casa que había allí, “perteneciente a la memoria de don Pedro de Solórzano, cuya condición era la de dar todos los años, el día de San Francisco de Paula, tres peces grandes al Convento de la Victoria; otros tres, en el día de San Rafael, al Hospital San Juan de Dios; tres igualmente, en el día de la Concepción, al de San Francisco, y otros tantos al de San Bernardino, y para que no se perdiese la costumbre de esta contribución fueron labrados en la fachada de la casa tres peces de piedra”. Veamos ahora de donde proceden los Tres Peces de la calle de Cangas del Narcea.

Calle de la Iglesia en 1910, a la izquierda está la casa de La Riva, que se derribó en 1923 para abrir la calle Tres Peces y hacer seis solares.

La calle se abrió en 1923, cuando se derribó una de las viejas casonas que había en la calle de la Iglesia (actual, calle don Rafael Fernández Uría), próxima a la Plaza Mayor, conocida como casa de La Riva. Este edificio lo compraron por cincuenta mil pesetas en 1922 tres personas, que serán los “Tres Peces” que dan nombre a la calle: el rentista Gonzalo Ortega Martínez, emigrante enriquecido en la isla de Cuba, hijo de Pascual Ortega, alguacil del juzgado, y de María Martínez Flórez; el industrial Antonio Fernández Gayón, y el zapatero y guarnicionero Luis Martínez, “Garabuyos”.

Gumersindo Díaz Morodo, “Borí”, nos ofrece en una crónica canguesa publicada en La Habana, en la revista El Progreso de Asturias, el 10 de julio de 1923, las claves del nombre de esta calle:

“Otra obra que contribuye mucho al embellecimiento e higiene de la villa se está llevando a efecto. El viejo, antiestético y poco higiénico caserón de La Riva, situado en la plaza Mayor, ha sido en su mayor parte demolido, y en ese solar se están construyendo nada menos que seis casas, abriéndose una calle por el centro, calle que ya “Carrón” bautizó con el nombre de “Los Tres Peces”, aludiendo a Ortega, Gayón y Garabuyos, que fueron los compradores del caserón y quienes planearon la división en seis solares. Esta nueva calle no tiene por el momento salida, pero se supone que con el tiempo siga su trazado por las huertas de la Vega a enlazar con la [calle] Mayor junto al teatro”.

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La calle de Anselmo del Valle (antigua calleja de Reigada)

Algún día tendremos que empezar a escribir en el Tous pa Tous la historia de las calles y plazas de la villa de Cangas del Narcea, y a desvelar la biografía de los personajes que les dan nombre. Ya hemos dado algunos pasos con las biografías de Mario Gómez, José Francisco Uría, el padre Luis Alfonso de Carballo, Alejandro Casona, y los alcaldes José Mª Díaz “Penedela” y Joaquín Rodríguez, pero todavía nos queda mucho por hacer.

Hace unas semanas nos encontramos en el Archivo Municipal, en un libro de actas de las sesiones del ayuntamiento, el acuerdo para poner el nombre de Anselmo González del Valle (La Habana, 1852 – Oviedo, 1911) a una calle de la villa. En realidad, el nombre dado a la calle, que es el que todavía mantiene hoy, fue el de Anselmo del Valle, que era como se le conocía a este filántropo, industrial, músico y modernizador del vino de Cangas. El acuerdo se tomó el 25 de enero de 1891, siendo alcalde José de Llano Valdés, y dice así:

“Acordó asimismo el Ayuntamiento por unanimidad aprobar las obras y gastos hechos en el arreglo de la calleja de Reigada, la cual se llamará de D. Anselmo del Valle por haber cedido una faja de terreno con dicho objeto”.

Detalle del acta de la sesión del ayuntamiento de 25 de enero de 1891 donde se acordó poner el nombre de Anselmo del Valle a una calle de Cangas del Narcea

La calle, para los pocos que no la conozcan, une la calle de La Fuente con La Veiguitina y el río Narcea.

Una de las consecuencias del crecimiento de las urbes es la desaparición del espacio rural circundante y de los viejos nombres de esos lugares; la apertura de calles nuevas trae consigo, en la mayor parte de los casos, nombres nuevos. El nombre de Anselmo del Valle vino a sustituir a otro que hoy ya no recuerda nadie en Cangas del Narcea: la calleja de Reigada.

Calle de Anselmo del Valle en Cangas del Narcea, 14 de febrero de 2012

El nombre de Reigada es probable que viniese de una familia que con ese apellido vivía en el número 22 de la calle de La Fuente. De todos modos, este apellido procede del topónimo La Reigada, que es muy frecuente en Asturias; da nombre a varios pueblos de los concejos de Allande, Tineo, Candamo, Pravia e Illas, así como a otros muchos lugares: La Reigada, por ejemplo, se llaman unos praos en el camino de Besullo a El Pumar de las Montañas. Según Xosé Lluis García Arias, este nombre procede de la palabra latina radix, “raíz”, y en concreto del adjetivo radicatus que significa “enraizado”.

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Vistas aéreas de Cangas del Narcea en el verano de 1971

Son cuatro fotografías aéreas en blanco y negro que muestran la villa de Cangas del Narcea por sus cuatro costados. Son un testimonio muy revelador de un periodo de transición entre la vieja urbe decimonónica, de tradición medieval, caracterizada por unas pocas calles y un caserío formado por unas casas de poca altura, unos pocos edificios de pisos y media docena de palacios, y la Cangas actual, que ha crecido de una manera desordenada tanto en superficie como en alturas.

En las fotografías aparecen edificios recién terminados, algunos de ellos muy significativos para la villa, como los bloques de casas de El Fuejo, el Instituto de Enseñanza Media o el chalet del arquitecto Pepe Gómez, y sobre todo muchas casas de pisos, situadas en el centro de la villa, en la calle Uría o en el Barrio Nuevo, y proyectadas en la mayor parte de los casos por el mencionado Pepe Gómez. Llama la atención, el número tan alto de casas que estaban en construcción.

En 1971 aún no se habían edificado casas de cinco alturas en el barrio de El Corral, ni en las afueras de la villa, y La Cogolla y la carretera de El Acebo eran espacios totalmente despoblados. Tampoco existía el puente colgante que comenzará a levantarse al año siguiente. Todo esto cambiará muy poco tiempo después, con el inicio de un crecimiento urbanístico que causará el derribo de muchas casas, la ocupación de todos los solares libres del centro urbano y la extensión de la villa en todas las direcciones posibles.

Estas fotos, que nos retrotraen a medio siglo atrás, además de ser un testimonio histórico, son una fuente de recuerdos y nostalgias para los nacidos antes de la década de los años sesenta. En ellas aparecen espacios, ya desaparecidos, en los que transcurrieron las andanzas de muchos cangueses y que ahora, gracias a estas fotos, podemos contemplar desde el cielo de Cangas.

 

Vistas aéreas de Cangas del Narcea en el verano de 1971


La fuente de El Reguerón cumple cien años, 1909-2009

La fuente del Reguerón en 1910. Fotografía de Eduardo Méndez-Villamil

La villa de Cangas del Narcea nunca tuvo muchas ni buenas fuentes. Hasta que se hizo la traída de aguas, la única fuente en el centro de la villa era la de la calle de La Fuente. Las otras estaban en las afueras, como la fuente del Cascarín y otras. Pero además, el agua de aquella fuente pública nunca gozó de buena fama.

Para paliar esta carencia de fuentes, muchas casas de Cangas tenían un pozo de agua. Por todo esto, no es extraño que la fuente de El Reguerón, que da agua abundante y de calidad durante todo el año, causase impresión y muy buenos servicios a varias generaciones de cangueses. La fuente era muy antigua y muy apreciada. En el periódico El Narcea, de 31 de enero de 1913, se da la noticia de la preocupación que estaba motivando la disminución de caudal de esta fuente y en ella se dice: Todos sabemos los inapreciables servicios que al vecindario de Cangas le presta desde tiempo inmemorial la fuente del Reguerón. En la última epidemia tífica que hemos padecido, clausuradas fuentes y pozos de la villa, el agua de ese manantial –que es la más sana de todo este contorno- salvó tal vez la vida a muchas personas, contribuyendo a que la epidemia nos abandonase.

La fuente está en la actualidad rodeada de construcciones y su protagonismo en El Reguerón ha quedado muy reducido. Pero cuando se construyó en 1909 era una obra de empaque, casi lujosa, y muy útil para los vecinos de Cangas, para las personas que hacían el paseo de Cangas a Corias y para los viajeros que transitaban por esta carretera de La Espina-Ponferrada. Esta fuente acaba de cumplir cien años y el Tous pa Tous quiere celebrarlo.

Para celebrar su aniversario vamos a reproducir un artículo que le dedicó en 1950 Carlos Graña Valdés y que se publicó en el diario La Nueva España. El autor, a la vez que manifiesta su querencia por esta fuente y solicita su reparación, nos ofrece datos sobre quién la construyó, que materiales se emplearon y que significó en su época. Asimismo, en homenaje a la fuente del Reguerón, acompañamos esta noticia con un par de fotografías realizadas por Modesto Morodo y Eduardo Méndez-Villamil poco después de su construcción en 1909.

¡Felicidades y larga vida a la fuente de El Reguerón!


Fuente del Reguerón, hacia 1912. Fotografía de Modesto Morodo

LA FUENTE DEL REGUERÓN

por Carlos Graña Valdés

Por el año 1909 desempeñaba el cargo de sobrestante [capataz] de Obras Públicas en esta zona don Carlos Fernández, quien demostró claramente, en cuantas ocasiones se le presentó oportunidad de demostrarlo, sentir cariño hacia nuestro municipio, laborando gustoso en beneficio de su capital y de cualquiera de sus numerosos pueblos.

Entre las obras que durante el largo periodo de su gestión se realizaron en el concejo por el Estado figura la fuente del Reguerón, punto medio del bello paseo, de dos kilómetros de buena carretera, extendido entre Cangas y Corias.

Dicha fuente, con doble caño, de un líquido potable abundantisimo durante las cuatro estaciones, se construyó con el hermoso mármol de las canteras vírgenes de Rengos, en este término municipal; y para adorno y embellecimiento de la misma, se le colocó por delante una amplia acera y se le adicionaron por su derecha y su izquierda, formando semicírculo, cómodos asientos.

La obra se realizó en perfectas condiciones de solidez, como bien lo demuestra su larga duración en buen estado; pero la acción del tiempo, que todo lo destruye, y la falta de reparaciones, produjeron desgaste y la descomposición del cemento, presentando actualmente la acera y los asientos un aspecto lamentable.

¿Podrá la jefatura de Obras Públicas de la provincia reparar debidamente la fuente del Reguerón, sita en la carretera La Espina a Ponferrada, en su kilómetro 39, lugar de mucho transito, en un lugar esplendido?

Nosotros, y con nosotros la totalidad de los cangueses, quedaríamos sumamente agradecidos a la jefatura, si ordenase, por creerlo justo, ejecutar los trabajos necesarios para que la fuente del Reguerón vuelva a presentar a la mirada de las gentes la gala que ofreció durante más de seis lustros.

La Nueva España, 6 de octubre de 1950

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Tres fotos magníficas

Con la publicación de estas tres fotografías que ya están en el álbum de la Villa, queremos recordar la labor de recuperación que se está haciendo por parte de algunos socios y animar a más gente como Antonio Menéndez, a que colaboren con el GRAN ÁLBUM fotográfico del TOUS PA TOUS.

  •  El Molín, hacia 1935. Fotografía de Elisa Álvarez Castelao. Colección de Antonio Menéndez.
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Antiguo molino harinero, el más grande del concejo de Cangas del Narcea y uno de los mayores de Asturias en número de muelas. Aparece mencionado en el catastro del marqués de la Ensenada (1752): «En la parroquia de esta villa, uno [molino] de quatro molares, sobre el río Naviego, que muele todo el año, trigo, centeno, mijo, maíz y panizo, propio de D. Arias de Omaña»; en ese año era el único molino que había en la parroquia de Cangas del Narcea. Vuelve aparecer mencionado en el Diccionario Geográfico de Pascual Madoz (1845-1850): En Cangas del Narcea «existe un molino harinero con 8 muelas en continuo ejercicio». A comienzos del siglo XX, José María Díaz «Penedela», lo convirtió en central hidroeléctrica. Es uno de los edificios industriales más interesantes de la villa y del concejo.
  • La presa del Molín, hacia 1935. Fotografía de Elisa Álvarez Castelao. Colección de Antonio Menéndez.
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En la presa del Molín se lavaba la ropa y se bañaban todos los nenos de Cangas del Narcea. En la foto se ve el Lagarón, construido a fines del siglo XIX para lagar y bodega de vino, y el nuevo convento de las dominicas que se comenzó a construir en 1930.
  • «Fábrica de la luz» en el barrio de Santiso, hacia 1932. Fotografía de Elisa Álvarez Castelao. Colección de Antonio Menéndez.

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Hay que destacar en estas tres fotografías un detalle que les da un valor añadido y es que están hechas por una mujer, Elisa Álvarez Castelao. En esas fechas, en Asturias, son rarísimas las mujeres que se dedican a la fotografía, tanto profesionalmente (que se cuentan con los dedos de una mano), como aficionadas.
Como podéis observar, el álbum se sigue ampliando y por ello queremos recordar los principios que lo animan. No se trata de colgar todas las fotos que tenemos en casa donde aparecemos nosotros o nuestros antecesores, sino fotos que nos representen colectivamente y que tengan calidad fotográfica. Que representen una generación, un momento, una fiesta, una celebración, una tradición, un modo de vestir, una moda, una época, etc. También queremos señalar que si alguien reconoce un lugar o a alguna persona, que lo diga. Que la idea es hacer un álbum de fotografías entre «tous» y para disfrute y memoria de «tous».