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Veinte melodías asturianas de Anselmo González del Valle (Números 13 al 16)

Anselmo González del Valle (La Habana, 1852 – Oviedo, 1911), uno de los compositores más destacados que tuvo Asturias, fue un personaje muy importante para Cangas del Narcea. En 2011, el «Tous pa Tous» y el Museo del Vino de Cangas, celebraron en el Teatro Toreno un homenaje a este personaje peculiar con motivo del centenario de su fallecimiento.

En el siguiente audiovisual que hemos elaborado para la web del «Tous pa Tous» se pueden escuchar algunas de sus composiciones (números 13 al 16) recogidas en su publicación Veinte melodías asturianas para piano, editada por Víctor Saenz. Imprenta y litografía musical de C.G. Röder G.m.b.H., Lipsia.

Grabaciones sonoras:

13. – Santa María. Gijón, diciembre de 1906. Ded.: «A María Josefa».
14. – Si te dan chocolate. Oviedo, noviembre de 1906. Ded.: «A María Josefa».
15. – Aquel pobre marino. Oviedo, diciembre de 1906. Ded.: «A Jose María».
16. – El jueves compré un gochinín. Oviedo, diciembre de 1906. Ded.: «A Jose María».



Veinte melodías asturianas de Anselmo González del Valle (Números 17 al 20)

Anselmo González del Valle (La Habana, 1852 – Oviedo, 1911) realizó estudios musicales con los mejores maestros de Oviedo y Madrid. Por lo que se refiere a la capital de España, todo apunta a que la enseñanza que recibió fue de carácter privado; las referencias de su familia señalan que el compositor no hizo estudios oficiales de música, sino que fue una enseñanza libre. González del Valle tuvo mucha relación con Cangas del Narcea y tiene una calle dedicada a él en la capital del concejo.

Don Anselmo se marchó de Cangas del Narcea del mismo modo que había llegado en 1878: precipitadamente. El 6 de noviembre de 1901 vende en Oviedo (ante el notario Secundino de la Torre y Orvíz) todas sus propiedades en el concejo, que eran más de doscientas, a los hermanos Alfredo y Roberto Flórez Gonzalez, por 175.000 pesetas. El precio de la venta fue bastante más bajo que el que había pagado González del Valle por estas propiedades veintitrés años antes, a las que además había que sumar las inversiones en un molino nuevo, una bodega moderna y otras mejoras. Los compradores no eran unos desconocidos para él. Eran nietos de Genaro González Reguerín, administrador suyo en Cangas del Narcea en 1897 y 1898, e hijos de José María Flórez González, al que Gonzalez del Valle tuvo que conocer en Oviedo, porque los dos pertenecían a la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos, y compartían afición por la enseñanza, las bellas artes  y la música.

En el siguiente audiovisual que hemos elaborado para la web del «Tous pa Tous» se pueden escuchar algunas de sus composiciones (números 17 al 20) recogidas en su publicación Veinte melodías asturianas para piano, editada por Víctor Saenz. Imprenta y litografía musical de C.G. Röder G.m.b.H., Lipsia.

Grabaciones sonoras:

17. Ni tú, ni tú, ni yo – Oviedo, diciembre de 1906.- Ded.: «A José María».
18. Has de saber – Oviedo, enero de 1907.- Ded.: «A José María»
19. ¡Que chaquetilla tan curra! – Oviedo, enero de 1907.- Ded.: «A José María»;
20. La camisa del majo – Oviedo, noviembre de 1906.- Ded.: «A su amigo Baldomero Fernández».



 

La Princesa Encantada de «La Cartuja» en Cangas de Tineo

Cangas del Narcea y La Cartuja vista desde el barrio de Santa Catalina, hacia 1901.

Este cuento ambientado en Cangas del Narcea (Asturias) y más concretamente en La Cartuja y el río Luiña, fue publicado el 3 de marzo de 1901 en El Globo n.º 9.219, que como diario liberal-demócrata, en el periodo finisecular se convertiría en cómodo refugio de la “aristocracia” de la generación del 98, según señala Gómez Aparicio, resaltando la incorporación a su redacción de Pío Baroja y Azorín. En este caso, el firmante de La Princesa Encantada es AMADER, pseudónimo del abogado cangués Ángel Martínez de Ron, a la postre, un importante colaborar de la revista La Maniega. Boletín del Tous pa Tous. Por esta revista, y más concretamente por su número 22 de septiembre-octubre de 1929 sabemos que el autor era también el propietario de La Cartuja. La noticia dice así: «Regresó a la corte, después de disfrutar durante el verano de las frescas brisas del Luiña, en su posesión de la Cartuja, don Ángel Martínez de Ron, con su señora e hijas Isabelita y Soledad.»

 

CUENTO
LA PRINCESA ENCANTADA

En la parte occidental del Principado de Asturias se halla la villa de Cangas de Tineo, situada en la confluencia de los ríos Luiña y Narcea, que se unen a su vez con el Nalón; y en la parte Sur de dicha villa, entre la carretera de Castilla y el citado río Luiña, existe una vetusta posesión, denominada «La Cartuja», rodeada de viñedos, hortalizas, prados y árboles frutales, en su generalidad manzanos, que producen óptimo fruto.

¿Que por qué se llama «La Cartuja»? Ni el caserón perteneció a aquella monástica institución, ni fue posesión de ningún padre de la Orden, ni propiedad de alguna rica hembra que dicho apodo llevara. No se ha encontrado hasta la fecha nada que justifique la denominación, a menos que la soledad, el aislamiento, el silencio y la placidez que respira aquel rincón y la presencia en él, durante la época veraniega, de algunas personas que verdaderamente desean «veranear», hayan dado motivo al bautizo. Todo allí es antiguo; pero bien conservado, y, sobre todo, confortable.

Los alrededores ofrecen panoramas tan variados como hermosos, algunos de los cuales son designados por las crédulas gentes del campo como teatro de extraordinarios acontecimientos, mezcla de verosímiles y fantásticos, zurcidos quizá en las crudas noches de invierno, junto a la chimenea, al resplandor incierto de añosas leñas, entre sus crujidos y chisporroteos, y corregidos y aumentados de generación en generación.

Uno de estos acontecimientos es digno de relato.

Es el caso que, según la tradición, existió en «La Cartuja», hace muchos siglos (no se sabe cuántos) una noble y linajuda familia, compuesta de un matrimonio con un hijo y una hija, que, dada la calidad real de su procedencia, recibían estos últimos los nombres de Príncipe Rodulfo y Princesa Elena.

Constituían la familia más feliz en muchas leguas a la redonda de esta comarca, porque, además de los derechos que tenían sobre los habitantes de la región, disfrutaban pingües rentas y se hallaban rodeados de una numerosa servidumbre de ambos sexos, atenta siempre a adivinar hasta los más pequeños caprichos de sus señores para acudir con presteza a satisfacerlos.

Esto, aparte del gran cariño y afecto que se profesaban entre si los individuos que la componían viniendo con ella a completar la mayor felicidad posible en esta vida.

Pero como todas las dichas terrenas concluyen, llegó un día en que todos experimentaron la primera tristeza con la separación del príncipe Rodulfo, que, habiendo optado por la carrera de las armas, tuvo precisión de acudir a donde el deber militar le llamaba.

Pasaron años sin que Rodulfo pudiera regresar a su casa solariega; y entre tanto, ocurrió que la princesa Elena, que era un ideal de hermosura, se enamoró perdidamente, con la fuerza de los mejores años, de un gallardo mozo llamado Arcadio, que había venido a casa de su padre con un importante mensaje sobre arreglo de fronteras señoriales.

Tanto como ella, se enamoró el galán, no pudiendo resistir al esplendor de belleza de la princesa Elena. Desgraciadamente, las excelentes cualidades físicas que adornaban al mancebo no correspondían con las de su alma, y abusando de la confianza que le dispensó tan noble familia, burló a la inocente niña, abandonándola luego a su desesperación.

Este fue el segundo disgusto enormísimo que sufrió tan distinguida familia, y no pudo sustraerse de comunicar acontecimiento tan lamentable al príncipe Rodulfo, el cual, enterado del nefasto suceso, pidió reales licencias, que, obtuvo, a sus monarcas y jefes, para regresar a su país a fin de vengar y lavar con sangre la ofensa recibida.

Orgulloso por sus gloriosas victorias, que le proporcionaron las más altas distinciones y condecoraciones, se hallaba satisfecho de sí mismo, y sólo le atormentaba la sed de venganza contra el ladrón de la honra de su familia, que a manera de culebra de fuego se enroscaba en su corazón.

Inmediatamente envió un mensaje de reto al indigno seductor de la bella Elena, el cual contestó en forma aceptando el desafío, que tuvo lugar en un campo, límite de las dos regiones señoriales, y a presencia de innumerables vasallos de ambas partes.

El encuentro fue reñido y sangriento; pero como el príncipe Rodulfo se hallaba más habituado al manejo de las armas, logró tender a sus pies a su adversario, cubierto su cuerpo de innumerables heridas.

Lavada ya la ofensa, volvió el príncipe a la guerra, dejando a sus padres en el más triste desconsuelo, y sobre todo a su hermana, que sufría horriblemente la pérdida del ser amado y la ausencia de Rodulfo.

La desgraciada Elena no hallaba alivio a sus males, que la atormentaban en extremo, y vagaba desorientada por la finca de «La Cartuja», derramando abundantes lágrimas, con las que regaba todos los sitios que recorría.

Una tarde en que sentía los más acerbos dolores en su corazón, fue, sin darse cuenta, hasta un punto peñascoso, al pie del cual existe un pozo de gran profundidad, formado por una excavación en el cauce del mencionado río Luiña.

Se sentó en una peña, y con la amargura de su triste situación, contemplaba abstraída la extraordinaria cantidad de agua que tenía a su vista, sólo comparable con las lágrimas por ella vertidas, y como queriendo encontrar lenitivo a sus penas en aquel sitio, el más retirado de la posesión.

De repente, su calenturienta imaginación hízole ver que salía de las aguas una vieja de aspecto horripilante, con la cabellera suelta y enmarañada, los ojos saltones, como queriendo salirse de sus órbitas, la boca inmensamente grande, los brazos escuálidos, y cuerpo extenuado; que montaba en una escoba que la servía de barquilla y que se le acercó, le dijo:

—Estoy enterada, Elena, de las grandes amarguras que sufrís, siendo el mayor dolor que os aflige la pérdida de vuestro Arcadio, que, a pesar de su mal comportamiento, le amáis aún. ¿No es verdad?
—Con toda mi alma, con todo mi corazón —contestó la princesa—
—Luego—prosiguió la vieja—tendríais gran contento en volverle a ver, ¿no es cierto?
—Desgraciadamente eso no es posible —replicó la princesa— porque le mató mi hermano en noble lucha y en vindicación de mi honra…
—Sí es posible —insistió la vieja— y si queréis volver a verle tan arrogante y gallardo como antes, no tenéis más que arrancar un cabello de mi cabeza.

Elena, loca con idea tan halagüeña, alucinada con el vehemente deseo de ver de nuevo a aquel a quien tanto amaba, sin reflexionar sobre el asunto, alargó su delicada y trémula mano y arrancó a la vieja el misterioso cabello que había de surtir tan maravillosos efectos.

Instantáneamente la princesa quedó convertida en una trucha, y dando un enorme salto cayó sobre las aguas, desapareciendo en ellas, en pos de la vieja, que la guiaba por aquellas inmensas profundidades.

La desaparición de la princesa causó tan hondo sentimiento a sus padres que quedaron postrados por el dolor. Pusieron en movimiento los poderosos elementos de que disponían para averiguar su paradero, sin haber conseguido el objeto deseado.

En esta situación de verdadera tristeza recibieron la fatal noticia de la muerte de su hijo, ocurrida en una colosal batalla que se había librado, y en la cual había demostrado su valor sin límites; y no pudiendo resistir a este nuevo golpe de la fatalidad que hacía tiempo les perseguía, fallecieron en el mismo día víctimas de la inmensa pena.

Muchos comentarios se hicieron en la comarca respecto a los acontecimientos ocurridos en «La Cartuja» pero donde más se fijó la atención pública, fue en el maravilloso encantamiento de la princesa Elena.

Referían las gentes que habían pasado por las inmediaciones del pozo, que desde entonces se llamó «Pozo de la Encantada», que oían a medianoche gritos y relatos que partían del fondo de las aguas. Parece ser que la princesa, en tales momentos, manifestaba lo que le había ocurrido con la vieja, y que queda ya relatado, agregando que la había llevado a un palacio de encantamiento, donde, después de cruzar soberbios y suntuosos salones, la condujo a un recinto verdaderamente maravilloso donde, en efecto, vio a Arcadio, sin que pudieran hablarse ni comunicarse sus afectos de modo alguno, siendo un verdadero tormento el que sufrían, que al parecer era la consecuencia del maligno encantamiento.

Pedía, por lo tanto, la princesa, que la libraran de aquel horrible sufrir, a fin de conseguir su desencantamiento.

Tal horror produjo en los habitantes lo relatado, que nadie se atrevía a aproximarse al «Pozo de la Encantada»; horror y verdadero miedo que no se han extinguido.

Como consecuencia de ello, los alrededores de aquel sitio estaban tan cubiertos de arbustos, zarzas y malezas, que hacían imposible penetrar hasta él.

Conocedores varios jóvenes de aquella villa de la fantástica historia, y con objeto de completarla, emprendieron el verano último grandes trabajos, con el fin de procurar a todo trance el desencantamiento de la princesa; principiaron haciendo un camino para poder llegar al misterioso sitio; luego hicieron un examen detenido para ver si hallaban algún vestigio que les sirviera de guía; y, por último, demostrando un valor nada común, puesto que la mayor parte de la gente se asustaría sólo de la idea de acercarse a dicho punto, se resolvieron a lanzarse al líquido elemento bañándose diariamente en el temido «Pozo de la Encantada», y nadando por debajo de las aguas, hicieron observaciones con todo detenimiento por el peñascoso suelo, sin que, a pesar de estos esfuerzos extraordinarios, hayan podido dar… ni con la princesa… ni con la trucha.


 

El libro «La minería del carbón en Cangas del Narcea» de Enrique RG Santolaya

El ingeniero técnico de minas de la extinguida empresa CARBONAR, Enrique Rodríguez García (Enrique RG Santolaya), es el autor de este libro editado conjuntamente por el «TOUS PA TOUS. Sociedad Canguesa de Amantes del País» y la Librería Treito de Cangas del Narcea.

CARBONAR tenía su yacimiento en Vega de Rengos y las oficinas centrales de la empresa se localizaban en Oviedo. Este yacimiento de antracita fue el último en cerrar en el concejo asturiano de Cangas del Narcea.

Con esta publicación completamos todo un conjunto de material gráfico y audiovisual, así como incorporamos a nuestra biblioteca el libro en formato digital. Todo ello queda recopilado en el apartado de Memoria canguesa, sección Minería de esta página web, dejando constancia para el futuro de lo que fue la industria que hasta hace muy poco movía nuestra comarca.

En el siguiente vídeo recogemos la presentación de la publicación por parte de su autor. Un libro técnico, en el que hablan datos tecnológicos, económicos y estadísticos de la minería del carbón en la comarca canguesa, bien hilvanados y elaborados. La grabación se realizó el 26 de febrero de 2021, en la sala TOUS PA TOUS de la Casa de Cultura «Palacio de Omaña» de Cangas del Narcea, contando para ello con la colaboración de Benito Sierra González (BSG•MEDIA).



A continuación, y tras el éxito de su primera edición totalmente agotada, publicamos el libro «La minería del carbón en Cangas del Narcea» para su consulta y descarga en formato pdf:


 

Recuerdos del «San Martín», tiempo de matanzas

Productos de matanza; pueblo de Santulaya.

Ya estamos metidos en noviembre, ya estamos en las fechas de San Martín. Estas fechas son aprovechadas en las zonas rurales para hacer la matanza del año. Este es el momento en que los cerdos pagan la cómoda vida que llevan durante un año, sin ningún tipo de preocupación, comiendo a pierna suelta todo tipo de manjares: pienso, berzas, maíz, castañas, y otros productos que obtienen de forma gratuita de sus dueños. Si tuvieran un poco de inteligencia, tendrían que desconfiar, nada en la vida es gratis, y como muy bien dice el dicho, «a todo gochín le llega su sanmartín».

Esta matanza, antiguamente era uno de los momentos más importantes que tenían los pueblos para la supervivencia de todo el año. Dependían totalmente de que se hiciera con esmero y se conservara bien. Hay que añadir que, en aquellos tiempos, no había neveras ni congeladores, y la matanza era el principal aporte energético del año.

Una proporción equivocada o deficiente de los conservantes naturales en dicha matanza podía producir que se malograra,  y, cuando llegaba el  invierno, podía haber  muchos problemas si había poca comida en la despensa. Esta responsabilidad de que saliera bien la matanza recaía en las mujeres, verdaderas  conocedoras de las cantidades exactas de condimentos y proporciones de carne necesarias para hacer un buen embutido.

Probando productos de la matanza; pueblo de Santulaya.

Cada casa tenía una receta particular, esto le daba cierta categoría de chef a la mondonguera, que aplicaba su receta para hacer un buen embutido (muchas veces a ojo, sin pesar los ingredientes, sólo con verlos). Estas mezclas particulares hacían que en cada casa fuera diferente el sabor del chorizo. En una casa podía ser más picante o más dulce que en otra, tener diferentes intensidades de sal, perejil, ajo, diferente ahumado, etc.

Paralelamente, el matachín (matarife) también era un especialista en su materia, ya que si era bueno el cerdo moría con poco sufrimiento, sangraba bien y esto era bueno para la curación de la carne. La maestría de este hombre a la hora de salar era fundamental para que ésta no se estropeara. Era importante como cortar las piezas, como colocarlas en el duernu, como echar la sal entre la carne sin que queden huecos entre las piezas, también tiene que controlar los días de salado, para que quede un producto perfecto. Otro punto importante para que la calidad de la matanza fuera buena, es la comida que se daba a los cerdos dos meses antes del sacrificio. En otoño, se recogían las castañas, y éstas venían a hacer la función de las bellotas que se les da a los cerdos en las dehesas de Extremadura. En algunos pueblos, incluso se soltaban los cerdos por los castañales para que ellos mismos las comieran.

Días anteriores a la matanza, se preparan minuciosamente los medios necesarios para poder efectuar todo el proceso. Se prepara el duernu donde se pelarán los cerdos; se prepara el banco donde se matarán; se afilan los cuchillos, se preparan los ganchos de colgar, se compra la sal,  se compra el pimentón natural de la Vera, el bramante para atar los chorizos, las tripas necesarias para enchorizar, etc. También era necesario llamar para estos días a varios familiares y algún vecino para ayudar, ya que, para sujetar los cerdos, se necesita un grupo mínimo de personas. Estas colaboraciones eran recíprocas, primero me ayudas tú a mí y después yo te ayudaré a ti.

Los trabajos ya estaban de mano definidos, los hombres mataban los cerdos, pelaban, descuartizaban y salaban el producto final: buenos jamones, lacones, cabezadas, tocinos, uñinos, zarraus (columna vertebral del cerdo), etc. Los hombres también se encargaban de limpiar el estómago de la vaca para hacer los callos que se comerían el día en que se acababa el proceso de matanza y se celebraba en familia una gran comida. Digo que limpiaban los callos de la vaca porque añadida a la matanza de los cerdos, casi siempre se mataba una vaca, que añadía a esta matanza cecina, costillares y carne que se mezclaba con la de los cerdos. Las mujeres limpiaban las tripas y eran responsables de la producción de todos los embutidos: morcillas, chorizos, choscos, lomos, butiechos y chenguanizas (longanizas). Estas últimas, las longanizas, en tiempos más ancestrales, tenían una utilidad especial ya que se utilizaban para amenizar la comida de las pedidas de mano  de las mozas casaderas en las casas de labranza. Esto no sé cuánto tiene de realidad pero siempre lo escuché y lo cuento de forma breve, pues es llamativo.

Pueblo de Genestoso.

Cuando había un muirazo casadero en un pueblo y se entablaban conversaciones con una moza, era necesario ir a formalizar esta relación con propósitos de boda a casa de la moza. Esto se llamaba ir a la chenguaniza (longaniza). Se llamaba así porque en esa visita, la casa de la moza agasajaba a sus invitados mayoritariamente con buena longaniza y vino de Cangas.

El mozo iba a la casa de la moza acompañado con un personaje que era el embustero; este tenía mucha responsabilidad, ya que dependía mucho de él que el padre de la novia quedara convencido y cediera a que se celebrara la boda. Este embustero, mientras  cenaba buena chenguaniza, ensalzaba las virtudes personales y económicas del novio, esto casi siempre lo hacía de forma exagerada, y, algunas veces, contaba mentiras para aumentar las bondades que el novio aportaba al matrimonio. Por lo general, tendía a describir posesiones y tierras que el novio tenía, las describía mucho más grandes de lo que eran en realidad. Las bondades del novio las ensalzaba de tal forma, que éste parecía un ser lleno de todas las virtudes conocidas. Era serio, buen vecino, de palabra, respetuoso, etc. Si era algo borracho o un elemento de cuidado, por supuesto, lo callaba. Por otra parte, la cuenta corriente que el novio tenía en el banco, siempre se presentaba muy saneada, y, si el mentiroso veía que el padre de la novia tragaba su historia, iba aumentando la bola, añadiendo que el novio era un gran prestamista de cuartos a intereses y que todo el mundo sabía que disponía de un buen capital.

Si el mentiroso hacía bien su función, el padre de la novia quedaba convencido y se le ponía fecha a la boda. Ese mismo día, el padre de la novia marcaba la dote que aportaba la novia al matrimonio. Esta dote se escribía en un documento público para que quedara de forma legal registrado. La dote podían ser aportaciones físicas como una habitación completa, un ajuar, una finca, ropas o también podía ser una dotación económica significativa.

¡Cuántos desengaños debió de traer antiguamente este sistema! ¿Qué pensarían aquellas novias cuando la mayoría de las veces se encontraban con una realidad muy diferente a la que describía el embustero? Se encontraba una casa terriblemente humilde, un marido bastante bruto, y, para rematar, sin cuartos en el banco. Bien, pues ya era tarde, no quedaba otra, había que tirar para adelante acordándose de los muertos del maldito embustero.

Este día de longaniza solía ser para los muirazos, los herederos de las casas. Los otros hermanos lo tenían difícil, no eran buenos pretendientes y no estaban bien vistos para pretender las mozas,  estos desheredados no tenían medios ni futuro. Me contaron una historia real, que ocurrió hace muchos años en la zona, y que demuestra hasta qué punto llegaba esta situación. Evidentemente la contaré, olvidándome de los nombres de los participantes, para no abrir de nuevo heridas cerradas.

Atizando el «caldeiro».

Por lo visto en un pueblo de la zona se hacía filandón (baile) todos los domingos. Una pareja de hermanos de otro pueblo subía asiduamente a bailar con las mozas. Uno se enamoró perdidamente de una moza del pueblo, pero este chaval tenía la desgracia que no era el muirazo de la casa. Todos los domingos subía a ver la moza y a bailar con ella, digo a bailar con ella porque en aquellos tiempos adentrarse algo más en la relación era casi imposible; desde el cura hasta la anciana más impedida del pueblo estaban pendientes de que no se cometieran pecados que pusieran en peligro las virtudes de las mozas. Con esta vigilancia, la madre de la moza rápido supo con quién andaba la hija, y, como aquí en Cangas nos conocemos todos, también supo de qué familia era. Quedó contenta la madre, el mozo era de buena familia, era de casa pudiente, pero aún faltaba algo para pasar el examen y era saber si aquel mozo iba a ser el heredero, el muirazo de la casa. Rápido empezó aquella madre a enterarse por otras vecinas que el mozo tenía un hermano mayor  y este sería el muirazo y que el que andaba con la fía era un desheredado que tenía que marcharse a buscarse la vida.

Esta madre, cuando supo esto, se convirtió en la mayor pesadilla del mozo, cada vez que subía al filandón para ver a la novia, salía la madre, metía la moza en casa y se dice que incluso le tiraba piedras al rapaz, como si fuera un apestado para que se marchara. Bueno, este mozo lloró por las esquinas o mejor dicho apagó las penas por los bares de Cangas bebiendo buen vino de la época, y no le quedó más remedio que olvidarse de aquella aparición maravillosa con la que bailaba en el filandón. Cada vez que se acordaba de ella, veía la cara de la bruja de la madre despreciándolo y tirándole piedras. La vida sigue y no queda más remedio que levantarse, el mozo marchó para Madrid, y, con mucho esfuerzo  se hizo un nombre en la capital, tenía buenos negocios y venía al pueblo a la casa natal, de vacaciones todos los veranos. Ahora era conocido en el concejo, su hermano —el muirazo— estaba muy orgulloso de él. Todo aquel que necesitaba dinero para arreglar una cuadra, una casa o comprar una finca, esperaba que llegara el verano para pedírselo a intereses al veraneante madrileño que tenía mucho capital y hacía de prestamista.

Preparando el cerdo en el duerno para pelarlo. Casa Eulogio, Genestoso.

En uno de estos veranos, Manuel, le voy a poner un nombre habitual de la zona para poder contar la historia, subió de nuevo al filandón del pueblo de la que fuera su novia, pero llegó tarde, esta moza ya estaba casada con un muirazo. Pero en la casa de la novia aún quedaba una hermana más pequeña, que estaba casadera, y, Manuel, que era un tipo elegante, con dinero, bien vestido y que hablaba muy bien, como los de los madriles, no lo tuvo nada difícil para ennoviarse con esta moza.

La madre cuando lo supo, no sabía si bajar al polvorín a comprar voladores o subir al Acebo para dar unas cuantas misas de agradecimiento. Rápido, invitó a casa a comer la chenguaniza a Manuel. El mozo siguió todo el curso legal de la relación con petición de matrimonio incluida, en la que no faltó un amigo que subió de embustero para ensalzar todas las posesiones que Manuel tenía en Madrid. Se marcó la boda, se dieron las proclamas en la iglesia y llegó el día de la boda. Manuel salió por la puerta de atrás de la casa de su hermano para que no lo vieran, y marchó corriendo para Madrid, dejando a la novia, a la futura suegra y a los invitados esperando en la puerta de la iglesia.

Eso lo llamo yo servir una venganza fría. Está claro que el odio que tenía Manuel a aquella mujer que le tiraba piedras y que no lo dejó casarse con su verdadero amor, era irracional. También está claro que la hija pequeña no tenía ninguna culpa de los errores cometidos por el diablo de su madre.

Vuelvo a la matanza y para esto escojo uno de los lugares más emblemáticos del concejo, el pueblo de Genestoso. Me levanto una mañana fría y desapacible de noviembre; una de esas mañanas en las que sólo apetece estar con amigos en un lugar recogido con ambiente caluroso. A ver si encuentro este ambiente en Genestoso. Esta vez no voy de ruta de montaña hacia el Cabril, esta vez me quedaré en el pueblo, en casa de Eulogio, que va a hacer la matanza del año acompañado de familiares y vecinos.

Salgo en las Mestas por la carretera que sube a Cibea y hacia el frente disfruto del viaje adentrándome en las curvas de la carretera de Cibea. Paso al lado del palacio de Carballo,  que se presenta hoy un con una manta blanca creada por la frialdad de la noche. Sigo por el puente de Valsagra y llego al Puente Nuevo, donde se bifurca la carretera  hacia Vallado y hacia Genestoso. Salgo por la izquierda hacia Genestoso. A la altura de Villar de los Indianos miro hacia  la Gobia de Cibea,  y veo como se asoma la nieve por este pico. Llego a Genestoso, y ya veo la casa de Eulogio. Entro y saludo a los dueños, Modesto, Benita y a su hijo Carlos. En el interior están desayunando todo el equipo de vecinos y familiares que van a ayudar con la matanza. Saludo a Juan de casa Teresín, Perales de casa Gavilán, Roberto de casa Pila, José de casa Laureano, y a las mujeres que harán el embutido, asesoradas por la dueña de la casa. Son Elenita, Mari y Herminia.

Sacando los uños del cerdo. Casa Eulogio, Genestoso.

En el exterior hay un fuego encendido que tiene encima un caldero ennegrecido lleno de agua que se utilizará para pelar los cerdos. En la cuadra están los cerdos gruñendo porque tienen hambre, llevan un día sin darles de comer para que su sistema digestivo esté limpio y sea más fácil lavarles las tripas.

Tras tomar un buen almuerzo y un buen café, todos los hombres se dirigen hacia la cuadra para sacar el primer cerdo. Lo sacan, lo sujetan al banco y proceden a matarlo. Actualmente, para matarlo se dispara con una pistola en la cabeza del animal para evitarle el sufrimiento y después se procede al sangrado. Antiguamente, la solución era más dramática, y, por supuesto, este primer paso es el más desagradable de la matanza, no lo describiré, pero es totalmente inevitable. Sin cerdo muerto, no hay matanza. La intención final es que el cerdo sangre bien, ya que esto es fundamental para que a la carne le entre mejor la sal.

Parte de la sangre se recoge y se utiliza para hacer las morcillas. Antiguamente se hacía con ella también las fixuelas (una especie de fixuelos con sangre).

Pelando el cerdo en el banco. Casa Eulogio, Genestoso.

Después de muerto el gocho, se mete en el duerno, recipiente donde se echa agua hirviendo para poder pelar el cerdo. Este agua hirviendo está en contacto unos minutos por todo el cuerpo del animal. Esto se consigue dándole vueltas al cerdo sin parar en el duerno. A continuación, se saca y se coloca encima del banco de matar, y aquí todos los hombres empiezan un frenético pelado o afeitado del cerdo. Este proceso debe de ser lo más rápido posible, ya que el tiempo de proceso es fundamental, si el cerdo se enfría mucho, pelará muy mal.

Se cuelga el cerdo y se abre en canal, extrayéndole las vísceras para que las mujeres las laven. Estas tripas servirán para hacer los embutidos, el estómago y la vejiga serán los recipientes donde se  meterán los huesos de butiecho. El estómago de la vaca, el morro y las pezuñas serán la base de la pota de callos, que se zamparán el día de la cena de las chuletas.

Después de terminada la mañana de la matanza, se meten las canales de cerdo a buen recaudo, tienen que estar bien colgados y abiertos para que enfríen bien y puedan cortarse al día siguiente.

El primer día de matanza ya finalizó para los hombres y se procede a degustar una buena comida en la que no falta lacón cocido, chosco y todo tipo de carnes de la matanza pasada.

Las mujeres pican la grasa de los cerdos y la cebolla para hacer toda la tarde morcillas. Esta tarde se acaba embutiendo, cociendo y colgando estas morcillas.

El segundo día de matanza toca partir la carne, es el día de partir, y, por la noche, es el día de celebración, el día de las chuletas. El matachín empieza a partir y a separar las distintas piezas del cerdo. Unas piezas irán al sal en la pila de salar de la bodega (recipiente para salar la carne), estas piezas son los jamones, lacones, el zarráu (columna del cerdo), cabezadas, uñinos y tocinos. Las partes restantes se llevan a las mujeres para que las preparen y puedan ser elaboradas en forma de embutidos. Finalmente, se preparan las costillas y las chuletas que se comerán en la cena, donde estarán invitados todos los participantes de la matanza. A esta cena también se le añade los callos de la vaca.

Las piezas que van para la pila de salar deben ser colocadas con mucho esmero por el matachín. Este les saca la sangre que aún está en la carne apretando con las manos las piezas, les echa sal procurando que todas las superficies estén en contacto con ésta e intenta colocar las piezas como si fuera un Tetris, procurando no dejar muchos huecos entre pieza y pieza. Un error aquí, y la carne puede salir mal salada, malogrando las reservas de la familia para todo el año. No todo el mundo es matachín, este trabajo requiere de cierta experiencia.

Como dije, las otras partes del despiece, pasan a la zona de elaboración de las mujeres, las mondongueras. Aquí se despieza y se seleccionan todos los tipos de carne que se agregarán a los embutidos, a los huesos de butiecho, a los lomos y a los choscos.

Pelando el cerdo y recogiendo el agua del duerno. Casa Eulogio, Genestoso.

Después de tener todas las piezas bien seleccionadas, se pasa a picar la carne. Con esta carne picada,  la mondonguera o chef de la casa mezclará de forma secreta las proporciones de carne y  adobo adecuadas para tener un producto especial. Cada casa tiene su fórmula particular. Este adobo está compuesto de conservantes y especias naturales, como son el perejil, ajo, pimiento dulce, pimiento picante, sal, etc.

Como podemos ver, la responsabilidad de esta mondonguera es muy grande, si sale mal el embutido se estropea, si el adobo no es el adecuado el embutido puede salir con un sabor demasiado salado, demasiado picante, o, simplemente, estar incomible. Cuando veo dar estrellas Michelín por comidas hechas con nitrógeno líquido y otras extravagancias, me acuerdo de estas mondongueras que no tienen ningún premio y son las que hacen comida de verdad.

Finalizado todo este proceso de picado y amasado de la carne se procede a llevar los recipientes a una zona fresca, donde se maceran bien las mezclas para ser embutidas el día siguiente. Este es el momento más álgido de la matanza. Finaliza el proceso más complicado y empieza la verdadera celebración, la cena de las chuletas. En esta cena se tira la casa por la ventana, se invita a todos los participantes de la matanza y a algunos familiares, y se inicia la prueba de resistencia a ver quién cena más fuerte esa noche. Se empiezan por los callos, que si están buenos, algunos repiten dos platos, se sigue con las chuletas, para pasar después a las costillas fritas.

Abriendo el cerdo. Casa Correo, Santulaya.

Es algo tradicional que todo esto nunca se acompañe con ensaladitas de verdura y otras zarandajas. Debe de ser solo carnes y buen vino. Antiguamente, si se iba a una cena de estas y aparecía algo de verduras para entretener, esto se tomaba muy mal por los comensales. Eso no era una cena de matanza tradicional, eso solo significaba que el ama de la casa era una tacaña y esta quería fartar a los comensales con verduras para que no comieran lo que realmente era importante, las chuletas, las costillas y los callos.

Una vez que se catan todas estas viandas, se pasa al postre, que ya no lo describo, pues cada casa tiene sus preferencias. Pero una vez más puedo decir que no tenían nada que envidiar a los de las estrellas Michelín. Está claro que con esta cena, alguien tenía que explotar, pero como dato curioso nunca se supo que alguien muriera en todo el contorno del concejo, así que tan malo no puede ser cenar tanto.

Colgando la matanza. Casa Eulogio, Genestoso.

Pero todavía no acaba aquí la historia. Después del postre, se hace una sobremesa hasta altas horas de la noche. Esta sobremesa era amenizada por dos elementos fundamentales. Uno era el río de bebidas, licores, cafés y demás excitantes que se ofrecían a los comensales. El otro elemento eran las historias que se contaban toda la noche. El lector tiene que trasladarse a épocas en las que no había televisión en las casas, y la única diversión era contar o escuchar viejas historias. Recuerdo que aquellos paisanos tenían una capacidad para contar historias impresionante, desarrollaban hasta el más mínimo detalle, te hacían vivir en presente la historia que contaban, y, lo mejor de todo, era que te hacían creer que era real, pues siempre las adornaban con nombres y lugares conocidos.

Era muy común contar historias con temas un tanto paranormales. Todo eran apariciones y situaciones extrañas e inexplicables. Estas historias dejaban intuir la existencia de mundos paralelos, el nuestro y algo más.

Pelando las cebollas.

Recuerdo como los pequeños de la casa callábamos y escuchábamos esas historias sin pestañear. Hasta aquí todo muy bien, pero cuando se acababa todo, había que ir para la cama, y esto se convertía en un suplicio. Aparecía el miedo a los fantasmas de las historias, se miraba debajo de la cama que no hubiera nadie, se ponía una silla detrás de la puerta para que no se pudiera abrir, cualquier ruido era sobrenatural, sacar las piernas de las sabanas podía ser un error mortal. Uno se dormía por inanición, se dormía de cansancio por estar en vigilia toda la noche escuchando los ruidos sobrenaturales que había fuera.

Picando cebolla y grasa para las morcillas.

Estas historias están escritas a fuego en mi subconsciente, nada mejor para no olvidarlas que el miedo que producían después. Como digo, tengo muchas en el recuerdo y describiré a continuación alguna. Llevaban sello de realidad, tenían nombres quienes las vivían, y esto les daba mayor veracidad. Está claro que la mayoría eran mentiras, simples puestas en escena de quien las contaba. Otras aparentaban ser reales, sobre todo desde el punto de vista de quien las interpretaba, otras seguro que eran producidas por los miedos irracionales de quien las vivía, pero da igual, son muy entretenidas e imaginativas. Además, muchas ya pertenecen al folclore de la zona.

A continuación describo algunas de estas historias que se contaban, y, para no extenderme, las simplificaré. No se me ocurre adornarlas con la riqueza de detalles que eran contadas, porque sería muy largo.

La sombra y Juaco de Mingón

Embutiendo las morcillas y colgadero para ahumarlas en la cocina vieja o chariega.

Contaban que un tal Juaco de Mingón, casado en  Santa Eulalia, subía de noche hacia Moral, su pueblo natal. El venía de cortejar de Santa Eulalia y por la carril del Pando, antes de llegar a San Antonio, se le apareció una sombra que lo acompañaba. Esta sombra cada vez se hacía más grande, hasta que llegó un punto a la altura de San Antonio que ocupaba toda la pista. Juaco, impresionado, y no sabiendo a lo que se enfrentaba, se dirigió  a aquel fenómeno preguntándole si lo dejaba pasar. La sombra le contestó con un consejo, “andar de día que la noche es mía”. Juaco contaba que, después de pasar esto, quedó totalmente inconsciente sin saber dónde estaba. Cuando se recuperó, siguió camino de Moral y  la sombra desapareció sin dejar rastro.

La explicación podría ser que en Santa Eulalia siempre tuvimos muy buenas viñas y muy soleadas. Aquel día, Juaco, en Santa Eulalia, pudo empinar demasiado el codo y esto le provoco que viera sombras subiendo hacia Moral.

Pepe, el matachín de casa de Olaya de Arayón

Preparando la carne para picar.

Por lo visto, hace muchos años, un tal Pepe de casa de Olaya de Arayón era el matachín que hacia las matanzas en el pueblo de Santa Eulalia. En una de estas matanzas, se quedó hasta muy tarde en la cena del día de las chuletas, y, finalizada la fiesta, se marchó para su casa de Arayón. Bajando hacia Arayón por el camino que va de Llano a Cangas, se encontró con una anciana vecina del pueblo de Llano que también se dirigía por el mismo camino y en la misma dirección. Pepe la reconoció e intento entablar conversación con ella. Le pareció raro, ésta sólo caminaba y no respondía a la conversación. Pepe consideró que la vejez de la señora y su posible sordera eran la causa de su silencio, así que la acompañó  hasta la zona denominada del Vache. En esta zona se despidió de la anciana, y bajó hacia la presa dirección a Arayón.

Al día siguiente, Pepe volvió a Santa Eulalia a hacer otra matanza y nada más llegar escuchó a los vecinos decir que por la tarde tenían que ir al entierro de una vecina de Llano. Pepe cuando escuchó esto, quedó frío; dijo, ¡hombre, que mala suerte!, todavía ayer a las tres de la madrugada me acompañó, iba dirección a Cangas. Los vecinos le increparon a Pepe que tenía que estar equivocado, ya que la vecina había muerto a las siete de la tarde. Pepe, como nos podemos imaginar, quedó impresionado, y siempre afirmó que quien lo acompañó esa noche era esa vecina de Llano o su espíritu.

El fantasma y Lola la de Lache

Chorizando. Pueblo de Santulaya.

Hubo un tiempo en el que un fantasma tenía atemorizados a todos los que andaban de noche desde Cangas a Llano. La gente veía un fantasma que aparecía y desaparecía y nunca se dejaba ver de cerca. Esto no solo le ocurrió a una persona, sino que lo veía mucha gente de la zona.  Al ser la visión tan pública, era fácil creer que era una realidad aquel fantasma. Si lo veía más de una persona, le daba credibilidad a la aparición, todos los que veían el fantasma no estarían locos. Bien, pues tiempo después, se descubrió cual era el motivo de la aparición del fantasma.

Por lo visto los Manzaninos de Cangas estaban escondidos en un nicho del cementerio para no ser apresados, y Lola, la de Lache, subía la pobre mujer disfrazada de noche a llevarles la cena. Cuando se encontraba de lejos con algún vecino que viajaba de noche, ésta se escondía y cuando pasaba volvía a aparecer. Ese era el motivo del fantasma que nunca daba la cara y aparecía y desaparecía.

La escopeta y el perro sin dientes

Atando chorizos y haciendo lomos.

Decían de un vecino de Rengos que era muy fanfarrón, que un día estaba cenando en una casa de La Viliella después de una jornada de caza, y, tras la cena, se preparó para marchar hacia su casa en Rengos. Para esto tenía que pasar el puerto del Rañadoiro. Fuera hacía una de esas noches malísimas, una de esas noches de invierno oscuras, que dicho sea de paso, son muy propicias para contar este tipo de historias. Bueno, el caso es que los demás comensales de la cena le indicaron que se quedara a dormir, ya que la noche era como mínimo muy desagradable y podía ser peligrosa. El sacó su fanfarronería, dejando ver lo valiente que era, y dijo las siguientes palabras: “yo con esta escopeta  y el perro tan bueno que tengo, no le tengo miedo ni a Dios ni al Diablo”. Se marchó de La Viliella dirigiéndose a la espesa arboleda del Rañadoiro, y los vecinos se quedaron preocupados viendo como las tinieblas del puerto lo engullían. Al día siguiente, no apareció en su casa; la cama estaba sin deshacer. La preocupación empezó a sentirse en los dos pueblos, y se pusieron a buscarlo por el monte del Rañadoiro.  Dieron con él a la media tarde del día siguiente, estaba acurrucado debajo de un xardón, con las ropas rotas, con la escopeta totalmente inutilizada y con el perro sin dientes en la boca. Le preguntaron qué le había pasado, pero estaba ido, nunca más habló y se murió cinco días después. Nunca se pudo saber qué fue lo que vio o lo que le pasó.

El perro de encima de casa de Cueiras

Esto ocurre en tiempos de las guerras carlistas. Se cuenta que había partidas carlistas por esta zona que iban a los pueblos y todos los chavales que valían para la guerra los forzaban a alistarse al ejército.

Subían vecinos de  Santa Eulalia y de Llano por el camino que pasa por casa de Cueiras y por  la plaza de los Moros, en dirección al baile que se hacía en el pueblo de Acio de Caldevilla. Cuando llegaron a la altura de la peña de la Guallina, se les apareció un inmenso perro blanco en el medio del camino impidiéndoles pasar. Cuanto más se enfrentaban al perro, este más fiero se ponía. El caso es que tuvieron que frenarse y en ese momento escucharon subir a lo lejos, por el regueiro de la casiecha, un ruido ensordecedor. Este ruido fue desapareciendo dirección a las Tabladas de San Antonio. Cuando ya no se escuchaba nada, el perro blanco desapareció de repente como una ligera niebla ante los atónitos ojos de los vecinos. Estos prosiguieron hacia el baile de Acio de Caldevilla. Al día siguiente, supieron que aquel ruido que subía por el regueiro de la casiecha, era una partida de carlistas que estaban buscando chavales para alistarlos a su ejército.

La historia cuenta que aquel perro que apareció y desapareció misteriosamente salvó a los chavales de Santa Eulalia y de Llano de ir a enfriar balas a una guerra que no iba con ellos.

Las ánimas andan por el cementerio de Cangas

Colgadero con embutido preparado para ahumar. Casa Eulogio, Genestoso.

Por lo visto, una noche estaban unos chavales de Cangas pescando a la rechumada en el río Narcea, debajo del cementerio de Cangas, cuando escucharon unas voces y unos ruidos de ultratumba que provenían del cementerio. Los chavales, al escuchar semejantes lamentos, se asustaron. Dejaron los bártulos y las truchas que tenían en el río, y se fueron para Cangas, pero estos ruidos de ultratumba siguieron sintiéndose todas las noches de los días siguientes, amedrantando a los vecinos que se trasladaban a esas horas intempestivas y pasaban cerca del cementerio.

Esto creó, como nos podemos imaginar, muchos comentarios, y, sobre todo, mucho miedo, en unos tiempos oscuros donde todas las explicaciones acababan siendo algo sobrenatural. Por lo visto se supo o se culpó después a unos curas de Cangas, que hacían esto para que se dieran misas.

Esto último no hay que cogerlo al pie de la letra, seguro que quien contó lo de los curas, tenía las mismas pruebas que los que achacaban el fenómeno a fuerzas sobrenaturales.

Los serradores y el ovni del Pando

En el pueblo de Llano había dos hermanos que se ganaban la vida serrando a mano la madera para hacer las casas. Un día subían por el Pando en dirección al pueblo de Pixán donde tenían trabajo. Tenían que serrar madera para hacer el tejado de una casa. Para llegar al amanecer a Pixán, salieron de noche de Llano, y, cuando subían por encima de Moral, vieron salir una figura redonda por el perfil de la montaña del Acebo. Esta figura era grandísima y en su centro brillaba un sol, era como si tuviera fuego dentro.

Cuando esta bola redonda se aproximó a la montaña del Pando, cogió dimensiones descomunales y los dos vecinos de Llano quedaron petrificados de miedo viendo aquello. La forma brillante se dirigió hacia Adralés, desapareciendo detrás de la montaña. Nunca se explicaron los dos hermanos que podía ser eso que vieron.

Hoy, desde la distancia, yo me inclino a pensar que era un globo aerostático que venía viajando por esta zona y el fuego brillante interior, era el quemador que tienen para variar la densidad del aire.

Pero claro, yo actualmente tengo esa información, pero en aquellos tiempos remotos, en una zona aislada como esta, ¿quién sabía lo que era un globo aerostático?; era fácil impresionarse.

Juaco de Xipón de Santa Eulalia, el Cristo y las Ánimas de la Santa Compaña

Esta siempre la contaba Juaco de Xipón, que tenía un don especial para narrar este tipo de historias.

Bajaba Juaco de Xipón de Santa Eulalia de cortejar en Veiga, y se le echó la noche encima. A la altura de la casilla de Llano, vio salir del río una figura como un Cristo crucificado, parecía un fantasma, y este andaba con una cruz al hombro y emitía grandes lamentos. Xipón, se paró, pues estaba todo muy oscuro, y, al pararse, también percibió un sonido a lo lejos como una campanilla que sonaba rítmicamente. Xipón, impresionado, no lo dudó: “esto deben de ser las Animas de la Santa Compaña”. Dejó que se alejara aquella figura crucificada, y, de repente, siente un repicar metálico de botas subir por la carretera. Era Juanín de Vegapope, que subía de cazar y calzaba unas botas ferradas con elementos metálicos, a éste le acompañaba su perro de caza. Este perro tenía un cascabel, y el sonido que producía era igual al que Juaco había escuchado de acompañamiento del crucificado. A Juaco ya solo le quedaba saber quién era el crucificado para entender todo lo que había visto. Le preguntó a Juanín si se había cruzado con un fantasma que arrastraba una cruz y Juanín le dijo que sí. Que el fantasma era un vecino de Llano que llevaba una piértiga de madera al hombro para hacer un carro, y, como era tan pesada, se iba lamentando y de vez en cuando se acordaba de todos los santos.

Lo que son estas historias, de noche todos los gatos son pardos. Si Juaco no se cruza con Juanín de Vegapope, le queda el cuento de que vio un ser lamentándose con voces de ultratumba que  llevaba una cruz a cuestas, y, para rematar lo acompañaban Ánimas de la Santa Compaña que al andar hacían sonidos metálicos y tocaban campanillas.

El muerto de Amago que robaba las veceras del agua a los vecinos

Matanza recién sacada de la sal. Casa de Agustina, Moral.

Un vecino de Amago subió a la cena de la matanza con su padre al pueblo de Villar de Adralés, y, a altas horas de la noche, bajando ya para su pueblo, vieron el espíritu de un vecino muerto cambiando la vecera del agua en un prado.

Este vecino, en vida ya había sido muy problemático, pues tenía la mala costumbre de andar de noche robando el agua de riego de otros vecinos para echarla a los prados de su propiedad. Por lo visto, esta manía le quedó después de muerto, y el espíritu no descansaba en el más allá, volvía todas las noches a hacerles la misma faena a los vecinos.

Las pegas (urracas) y los perros huelen la muerte

Se contaban infinidad de casos donde las pegas tenían un protagonismo un tanto misterioso. Por lo visto, estas olían la muerte, o, simplemente, la veían cuando venía a hacer su trabajo con la guadaña. Días ante de morir alguien en una casa, a veces ocurrían sucesos especiales con las pegas. Estas se ponían medio locas y acudían en manada a picar contra las ventanas de la casa. Chocaban repetidamente con los cristales de las ventanas, lo hacían con tanta intensidad que a veces dejaban su propia sangre en los mismos. Esto era un mal presagio, algo le iba a pasar a algún miembro de la casa. Finalizaban la historia relatando varios nombres de varias casas que murieron en los días siguientes del suceso de las pegas.

Los perros también huelen la muerte, estos empezaban a aullar insistentemente en la casa donde en pocos días habría una defunción.

Apariciones

Eran muchas las historias de apariciones. Un vecino de Llamas está en la habitación acostándose, apaga la luz y siente un peso importante a los pies de la cama. Se incorporó y ve la imagen de su hermana muerta mirando para él. Sobresaltado, le preguntó qué quería, y ella dirigiéndole una leve sonrisa desapareció. Evidentemente, el vecino de Llamas tiene nombre y apellidos, esto no dejaba lugar a dudas, la aparición tuvo que ser real.

Otro sentía como todas las noches las vacas en la cuadra se sobresaltaban y cuando bajaba a ver lo que pasaba todo estaba en calma. Una noche bajaron el dueño de la casa y su hijo para coger al ladrón que alteraba las vacas y la sorpresa fue mayúscula, en el centro de la cuadra estaba la imagen del abuelo fallecido. El amo de la casa casi se desmaya. Le preguntó a la imagen que qué quería, y esta no contestó, se giró y desapareció.

 

Podría seguir escribiendo miles de estas historias. Hay que ponerse en la piel de un niño de nueve años que está escuchando todo esto; ahora se puede entender porque yo no quería ir a dormir el día de la cena de la matanza.

En la matanza del año siguiente, mis primos y yo no nos acordábamos del miedo que pasábamos escuchando estas historias, y repetíamos el proceso, callados y sin pestañear volvíamos a escuchar las nuevas historias que se contaban en la sobremesa del día de las chuletas.

Tras estas historias, vuelvo al tema que nos ocupa, que es la matanza, y describo lo que se hacía el ultimo día, que era al día siguiente de la cena de las chuletas. Este día se prepara todo el embutido y se cuelga. Esto es todo un espectáculo. Normalmente estos colgaderos ocupaban toda la superficie del techo de una cocina vieja. Este techo está totalmente ennegrecido por el humo. El contraste de colores es total, de fondo el color negro del techo ahumado, delante todo el embutido de color rojo pimiento. ¡Qué plasticidad, qué expresividad, qué capacidad de combinación de los colores! Ni Van Gogh, ni Picasso, ni nada. No hay lienzo mejor que este colgadero de embutidos.

Las semanas siguientes se empieza a esmesar (sacar) porciones de chorizo para freírlo acompañado de unos huevos. Degustar este plato tan simple se convierte en un momento sublime.

Todo el producto que resulta de esta matanza, la dueña de la casa la va distribuyendo en porciones controladas para que dure todo el año. Si esta mujer era buena administradora, la matanza duraba hasta la siguiente, si por el contrario no lo era, a mitad del año ya no había nada en los colgaderos.

Genestoso. Enrique RG Santolaya probando el embutido en casa Eulogio, con Modesto y su hijo Carlos.

Por Navidad había que mandar paquetes para los familiares de Madrid con la prueba de la matanza, ellos enviaban el turrón.

También había otros momentos de más gasto en los que se tenían que poner más cantidad de comida. Por lo general, esto ocurría siempre en las celebraciones y en la recogida de las cosechas, como la recogida de la hierba, del trigo, del maíz, del vino, etc. A estos trabajos acudían muchos vecinos a ayudar, y tenía que disponerse de más comida. Con el vino pasaba lo mismo.

Alguna vez me contaron que para segar un prado por la zona de las chamas de Llano, había cinco hombres, y el amo del prado subió un garrafón de veinticinco litros de vino y lo metió en un pozo de agua para que estuviera frío. Cada maracho (hilera) de hierba que segaban, paraban y echaban un trago. La anécdota fue que a las doce del mediodía, el dueño del prado tuvo que bajar de nuevo a casa a por más vino porque se acabó todo. Esto demuestra que la comida y la bebida desaparecían muy rápido en esos días de recogida donde se juntaba tanta gente.

Escribiendo este último párrafo, pienso yo, como pudieron acabar el prado aquellos segadores después de beber tanto vino. Si yo bebo cinco litros de vino por la mañana, solo pueden ocurrir dos cosas: o me tumbo debajo de un árbol a dormir la mona, o me tienen que bajar directamente para el hospital de Cangas.

Enrique R.G. Santolaya


Vídeo: Proceso de elaboración de la matanza en el pueblo de Santulaya


Entrevista realizada en Buenos Aires a Alejandro Casona (Besullo, 1903 – Madrid, 1965)

Entrevista realizada en Buenos Aires (Argentina) al escritor español Alejandro Casona con motivo de su regreso a España y que ha sido efectuada por el periodista argentino Hugo Ferrer el 8 de enero de 1962.

  • Min. 01.24: Toma la palabra Alejandro Casona para hacer referencia a las largas temporadas que pasa fuera de España, continúa con una pequeña autobiografía.
  • Min. 05.05: Casona comenta los hechos más importantes en su labor de autor teatral por toda Iberoamérica.
  • Min. 08.24: Continúa la entrevista enumerando algunas comedias más exitosas como, “Prohibido suicidarse en primavera”, “La dama del alba”, “Los árboles mueren de pie”, “La tercera palabra” y “La casa de los siete balcones”.
  • Min. 10.27: Prosigue la entrevista centrándose en la obra teatral “Los árboles mueren de pie”, representada con éxito por todo el mundo.
  • Min. 14.47: Hugo Ferrer, pregunta a Casona por su seguimiento del movimiento literario español (teatro, poesía…), así como de los autores españoles.
  • Min. 19.16: Finaliza la entrevista con el anuncio del regreso a España para estrenar una de sus obras.


 

Contra el revisionismo histórico (II)

Sobre la República y la Guerra Civil, tratadas conjuntamente, son muy recomendables, para entrar en materia, dos libros generalistas pero escritos con rigor y objetividad:

  • LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA (1936-1939) (Ed. Argos Vergara), del hispanista norteamericano Stanley G. Payne, un estudio analítico de los aspectos clave que contribuyeron al estallido de la Guerra Civil, su desarrollo y su desenlace, que determinan las especiales características de este conflicto. Como señala el autor, cuatro son los aspectos cruciales que marcan dicha singularidad: los orígenes de la guerra; el carácter y la extensión del proceso revolucionario en la zona republicana; el lugar que ocupan la revolución y la Guerra Civil españolas respecto a las revoluciones y guerras civiles europeas; y, por último, los factores que posibilitaron el ascenso de Franco y la victoria de su ejército, y que marcaron el destino del país durante casi cuarenta años.
  • LA REPÚBLICA ESPAÑOLA Y LA GUERRA CIVIL 1931-1939 (Ed. Grijalbo), del también hispanista norteamericano Gabriel Jackson, obra que al momento de su publicación en España (1976) fue considerada como la mejor síntesis sobre aquella época.

La II República no se proclamó el día 14 de abril de 1931 tras unas elecciones generales o un plebiscito, sino a raíz de unas elecciones municipales celebradas dos días antes y que forzaron, al verlas venir, la abdicación del rey Alfonso XIII y su partida al exilio.

Este período tan interesante de la Historia de España podríamos dividirlo en tres etapas:

= El bienio reformista (1931-1933), con mayoría de la coalición Republicana-Socialista, siendo el Jefe del Estado don Niceto Alcalá-Zamora y Torres y su Presidente de Gobierno don Manuel Azaña Díaz, proclamándose la Constitución de 1931 e iniciándose importantes reformas en los ámbitos agrarios, militar, religioso, educativo, organización territorial del Estado (autonomías), etc… Durante este período, concretamente en el mes de enero de 1933, tuvieron lugar los lamentables sucesos de «Casas Viejas» (Cádiz), minuciosa y magníficamente estudiados por el periodista cangués Tano Ramos en su galardonado libro «El caso Casas Viejas: crónica de una insidia» (Ed. Tusquets).

= El bienio conservador (1933-1936), surgido tras las elecciones generales de noviembre de 1933, las primeras en las que votaron las mujeres, con triunfo de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) liderada por don José María Gil Robles, permitió continuar como Jefe de Estado al don Niceto Alcalá-Zamora y Torres, pero siendo sustituido en la Presidencia del Gobierno por don Manuel Azaña Díaz sucesivamente por don Alejandro Lerroux García y otros. Durante este periodo se regresó a la situación antecedente a 1931, de modo que todas las reformas que fueron dadas en el primer bienio fueron desmanteladas por completo. En octubre de 1934 se produjo una revolución por parte de los partidos de izquierda, quienes consideraron la entrada de la CEDA como una deriva al fascismo, dando lugar a una revolución social en Asturias y un movimiento separatista en Cataluña ante el temor de que el Estatuto creado en el primer bienio fuera revocado.

= Y el Frente Popular (1936), nacido tras las elecciones generales celebradas en febrero de 1936. Para presentarse a estas elecciones los partidos de izquierdas (republicanos, comunistas y socialistas) se agruparon en lo que fue denominado “Frente Popular”, formándose un gobierno de republicanos de izquierda presidido por el don Manuel Azaña Díaz, decretándose amnistía para los encarcelados por los sucesos de octubre de 1934 y estableciéndose el Estatuto de Autonomía de Cataluña. Se acelera la aplicación de la Ley de Reforma Agraria. Los sindicatos impulsan huelgas para mejorar sus condiciones de trabajo. Crece la violencia callejera: atentados, enfrentamientos, ataques e incendios de edificios religiosos. Tras la destitución de don Niceto Alcalá- Zamora y Torres, don Manuel Azaña Díaz se convierte en Presidente de la República (con dos breves interinidades por parte de don Diego Martínez Barrio) y don Santiago Casares Quiroga en Presidente del Gobierno, a quien sucederían un buen número de ciudadanos.

En total, la República, que tan solo duró cinco años y tres meses contando hasta la proclamación de la Guerra Civil, tuvo 22 gobiernos distintos, lo que da idea de su inestabilidad política.

Por eso, cuando veo a algún ciudadano luciendo la bandera tricolor me pregunto ¿a qué etapa de la República se estará refiriendo?.

El día 17 de julio de 1936 se produjo el levantamiento militar que dio paso a la Guerra Civil.

Acudiendo a trabajos monográficos, sobre la República propiamente dicha recomiendo:

  • LA SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA. UNA CRÓNICA. 1931 – 1936 (Ed. Destino), del periodista catalán Josep Plá, redactor del periódico barcelonés La Veu de Catalunya quien, nada más proclamarse aquella, fue enviado a Madrid como corresponsal, siendo espectador privilegiado y testigo directo del advenimiento, desarrollo y caída del régimen. El apasionante día a día de ese inestable periodo contó con un testimonio de excepción mediante certeras crónicas prácticamente diarias que trazaron una singular panorámica crítica de los protagonistas y motivaciones de estos años clave de nuestra historia contemporánea, marcados por la agitación política y social, y que desembocarían en la guerra civil. Para mí, el libro de cabecera de esta etapa tan convulsa de Historia de España.
  • CUATRO HISTORIAS DE LA REPÚBLICA (Ed. Destino), de los periodistas Julio Camba, «Gaziel«, Josep Plá y Manuel Chaves Nogales. En estos cuatro textos, de quienes han sido calificados como los mejores periodistas españoles de todos los tiempos, se juntan la crónica y el comentario, la pasión y el escepticismo, la ironía y la gravedad, lo vivido y lo narrado, y, por encima de todo, la voluntad permanente de decir la verdad.
  • EL COLAPSO DE LA REPUBLICA: LOS ORÍGENES DE LA GUERRA CIVIL (1933-1936) (Ed. La Esfera de los Libros), del citado hispanista norteamericano Stanley G. Payne, con el que el autor pretende abrir un nuevo debate, ahonda sobre todo en el estudio de los seis meses previos a la guerra. Así, analiza, entre otros muchos aspectos, la labor de los diversos sectores del movimiento socialista y la rivalidad entre ellos, el debate interno en el seno del Gobierno, las actividades y las discusiones entre los republicanos de izquierda, la política del Gobierno en materia de seguridad y el papel desempeñado por la policía, el empleo de delegados revolucionarios, el frecuente desorden en los campos del sur, las agresiones a la Iglesia, el cierre de las escuelas católicas, la incautación o el incendio premeditado de las propiedades eclesiásticas, la falta de tacto en política militar o el defectuoso sistema electoral que otorgaba gran proyección a las alianzas.

La izquierda caniche siempre ha sacado pecho sobre los resultados de las elecciones generales celebradas en febrero de 1936, y que dieron el triunfo al denominado Frente Popular, pero una investigación rigurosa e inédita ha demostrado que la victoria estuvo rodeada en todo el país de trampas y malas artes. Me refiero al libro:

  • 1936 FRAUDE Y VIOLENCIA EN LAS ELECCIONES DEL FRENTE POPULAR (Ed. Espasa), de los historiadores Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García.

Tras el triunfo del Frente Popular en dichas elecciones se inició un lamentable período de agitación política y social, sin precedentes, que desembocó en el conflicto bélico entre las dos Españas.

A esos tristes meses del año 1936 se refiere el libro:

  • LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA VISTA POR UNA REPUBLICANA (Ed. Espuela de Plata), de Clara Campoamor. La mujer que consiguió el voto femenino en España, y que, según muchos socialistas de entonces, con don Francisco Largo Caballero a la cabeza –El Lenin español-, fue lo que permitió el triunfo de la derecha en las elecciones generales de 1933 (victoria que, para los mismos, sirvió luego para justificar la Revolución de octubre de 1934, un verdadero golpe de estado de los socialistas contra su “amada” República). La primavera y el verano de 1936 sorprendieron a esta señora en Madrid, donde asistió a los prolegómenos de la Revolución y luego al estallido de la Guerra Civil, sufriendo en primera persona el terror vivido en la capital bajo control republicano. Temiendo por su vida, Clara Campoamor tuvo que huir de la zona republicana en el otoño de 1936 y se instaló en Suiza, donde murió.

Este libro es absolutamente demoledor: constituye un clarividente análisis de los orígenes de la Guerra Civil, así como de las previsibles dificultades que nacerían de la victoria de cualquiera de los contendientes.

Sobre un personaje tan interesante como doña Clara Campoamor Rodríguez (1888-1974) escribiré aquí otro día monográficamente, pues da para mucho, máxime desde que el PSOE, tras elevarla a los altares a raíz de su victoria electoral del año 1982 (sus militantes acérrimos llegaron a poner su nombre a sus hijas), la ha arrojado a los infiernos al descubrirse sus memorias en este libro.

De recrear a falsear media poco trecho; y es que muchos querían ocultar a la persona para apoderarse del símbolo.

¡¡¡ Ay de mi güey !!!

(Continuará)

Sobre la correspondencia de Lauro Olmo con Alejandro Casona y la representación de «La camisa» por el I.F.T. en Buenos Aires

Lauro Olmos y Alejand

Los dramaturgos Lauro Olmos (izda) y Alejandro Casona (dcha) en 1962.

Antonio Fernández Insuela, Catedrático jubilado de Literatura Española de la Universidad de Oviedo, especialista en teatro, minucioso erudito, maestro generoso e inestimable amigo, lleva varias décadas sacando adelante muy diversos estudios sobre la vida y la obra de Alejandro Casona, algunos de ellos ya consultables en nuestra web, muchos otros recogidos en el libro-homenaje Un teatro de cordiales fantasías. Estudios sobre Alejandro Casona (KRK, 2019), donde las editoras de la obra ­—María del Carmen Alfonso García, Raquel Fernández Menéndez y María Martínez-Cachero Rojo— recopilaron los estudios que el profesor Insuela fue dedicándole al dramaturgo de Bisuyu / Besullo desde 1990. Antonio Fernández Insuela es, junto con José Rodríguez Richart, quien más y mejor se ha ocupado de la vida y la obra de Alejandro Casona, dejando siempre claro el compromiso ético del dramaturgo con los desfavorecidos y los vencidos, su identificación emocional con aquellos que no han conseguido ganar, como, por otra parte, expresaba él mismo en una de sus intervenciones en la radio argentina recopiladas por Evaristo Arce en Obra inédita de Alejandro Casona: charlas radiofónicas (IDEA, 1982), donde en la titulada “Estética del fracaso”, nos dice: “Basar la educación de un pueblo en la simpatía sentimental al débil, al caído, al pobre, al eterno vencido, aunque sea muy evangélico no creo que resulte un programa aconsejable. Pero basarla en el culto pragmático del éxito atando los ideales públicos al carro del vencedor es moralmente el regreso a la más pura barbarie, y políticamente la mejor cantera para la fabricación en serie de esclavos voluntarios”.

Programa de «La Camisa». Teatro Alkazar, 1964

Desde ahora, los seguidores de Alejandro Casona y del «Tous pa Tous» podrán disfrutar de una nueva aportación a la bibliografía de nuestro escritor más universal. En este caso se trata, además, de una pieza en la que podemos leer las palabras literales que el propio Casona le dedicó a un joven compañero de profesión: Lauro Olmo, uno de los dramaturgos más sobresalientes del teatro español de posguerra que veía en Casona un referente. Quien vivió un cuarto de siglo en el exilio tras la guerra civil y quien se ocupaba de tratar de mostrar la realidad de la vida cotidiana en la España franquista de los años cincuenta y sesenta poniéndole una guirnalda de fantasía (tan propia de Casona) se conectan con exhaustividad y maestría en este artículo titulado “Sobre la correspondencia de Lauro Olmo con Alejandro Casona y la representación de La camisa por el I.F.T. en Buenos Aires”. El artículo acaba de salir en el libro colectivo A la sombra de las luces. Homenaje a Fernando Doménech, publicado por Fundación Universitaria Española y de cuya edición se han encargado las profesoras Ana Contreras Elvira y Guadalupe Soria Tomás. A ambas, así como al propio Antonio Fernández Insuela, queremos agradecer su amabilidad por dejarnos reproducirlo.



 

Contra el revisionismo histórico (I)

La izquierda caniche, con el gobierno Frankenstein a la cabeza, como se adelantó a denominarlo el fallecido líder socialista don Alfredo Pérez Rubalcaba incluso antes de que aquél se constituyera formalmente, está emperrada en reescribir la Historia de España, aunque a veces ello le suponga hacer el ridículo más espantoso.

El año pasado, sin ir más lejos, don Pedro Sánchez y Pérez-Castejón (la conjunción copulativa separando los dos apellidos, y el guion dividiendo el segundo para hacerlo compuesto, me fascinan por ese tufillo nobiliario que desprenden) tuvo los santísimos níscalos de manifestar a los cuatro vientos que la Constitución Española había sido “alumbrada” por el PSOE, cuando todos sabemos que de los siete ponentes de la misma solo uno de ellos, don Gregorio Peces-Barba Martínez, pertenecía al partido, o que la Ley del Divorcio era “obra” del PSOE, cuando también es de público y general conocimiento que se trató de una propuesta del entonces ministro de justicia de UCD don Francisco Fernández Ordóñez, que fue el verdadero impulsor de la modernización del Derecho de Familia español.

Estas mentiras, cometidas a sabiendas de que son vulgares embustes, son fácilmente detectables cuando, como pasa con aquellos dos ejemplos, se refieren a sucesos más o menos recientes, pero, sin embargo, para la mayoría de la población pasan inadvertidas según nos vamos alejando en el tiempo.

Pero a mí la patulea no me la da, como suele decirse, ni con queso.

Todo empezó en la época de don José Luis Rodríguez Zapatero, con su malvada Ley de la Memoria Histórica, y ha culminado recientemente con el citado presidente socialista con aires (al menos apellidos) “aristocráticos”, con su perversa Ley de la Memoria Democrática, dos iniciativas legislativas que insultan hasta a la inteligencia más básica y primitiva.

La “nueva” versión de la II República y de la Guerra Civil, reducidas ahora a la democracia más bucólica e idealizada de nuestra historia y a una confrontación bélica entre “buenos” (solo ellos) y “malos” (los demás) provocada por estos últimos para acabar precisamente con aquella, es una simplificación francamente intolerable, y absolutamente insoportable, al tergiversar por completo la realidad, como se comprueba simplemente leyendo; solo con eso, documentándose mínimamente.

Porque contra la manipulación, la tergiversación y el engaño respecto al pasado, solo hay una luz: la de la investigación honesta y contrastada.

Todos tenemos en nuestras cabezas una idea preconcebida de ambas etapas de la Historia de España porque la fuimos configurando con el paso del tiempo a través de los relatos de nuestros ascendientes y antepasados que las vivieron en primera persona, pero, claro, como dice el refrán popular, cada uno habla de la feria según la va en ella. Pero eso, lógicamente, son anécdotas familiares más o menos ciertas, pero indudablemente no es historia.

Sin el más mínimo ánimo petulante por mi parte, con el único afán de que ante tanta mentira brille de una vez por todas la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad, voy a recomendar la lectura de una serie de libros sobre cada época.

Pero antes de empezar con la República y la Guerra Civil quiero recordar el consejo de una querida amiga, tristemente fallecida hace unos pocos años, doña Gloria de Cossío Aguirre, que fue directora del departamento de Historia del Instituto de Enseñanza Secundaria de Cangas del Narcea, con quien tengo polemizado mucho sobre ambas etapas, y que siempre me decía, con toda la razón, que para entender la España del siglo XX había que conocer muy bien la del siglo XIX.

Como lo de profundizar en un tema es complicado y laborioso, y por tanto lleva mucho tiempo, voy a facilitar al lector dos breves libros que le ayudarán al menos a centrarse:

  • ESPAÑA, 1808–1975 (Ed. Ariel), del prestigioso hispanista inglés Raymond Carr, obra que cumple tres funciones primordiales: la de informar ampliamente al lector no especializado; la de servir de introducción y guía a los que deseen conocer la Historia Contemporánea de España; y la de auxiliar al propio especialista como obra de referencia general.
  • ESPAÑA CONTEMPORÁNEA (1814-1953) (Ed. Acantilado), del poco conocido historiador catalán Jaume Vicens Vives. En 1953, cuando la historia contemporánea no era aún una disciplina extendida y dominante en el mundo académico, y los historiadores españoles, incluido el Sr. Vicens Vives, acababan de establecer débiles y subordinadas relaciones culturales con el entorno continental, un colega italiano, por encargo de un editor prácticamente desconocido en España, Marzorati, invitó al catedrático catalán a participar en un proyecto majestuoso: una nueva historia contemporánea de Europa. Vicens redactó en poco más de medio año un texto ilusionante y valiente, completamente sincero, y lo anunció a algunos de sus amigos y corresponsales extranjeros como lo mejor que había escrito, su obra culminante. La accidentada y dificultosa edición de un proyecto colosal retrasó su publicación hasta los últimos meses de su vida. Hoy, el Vicens de Marzorati se nos presenta como un monumento. Una obra que iniciaba el viraje definitivo del maestro hacia un nuevo mundo (Europa, el contemporaneísmo y su clarividente análisis del franquismo en transformación), tan sólo intuido en ese momento.

Ambos libros, como sus propios títulos nos indican, constituyen sendas versiones de los siglos XIX y XX españoles. No son ensayos profundos, pero sirven para tener una idea general, y seria, de esas épocas.

¡¡¡ Ay de mi güey !!!

(Continuará)

 

Derecho Consuetudinario Asturiano: las pingueras

Las pingueras, que en otras partes de esta región se le conoce como bistechu, es una figura del Derecho Consuetudinario Asturiano consistente en el espacio comprendido entre la línea formada por la caída de las aguas desde el final del alero al suelo y la pared de la construcción (sea casa, hórreo o pajar), y que discurre paralelo a esta.

Me explico: cuando la construcción se va levantar en colindancia con otras propiedades ajenas o con camino público, el dueño de aquella debe de retranquear o retirar previamente la pared de la construcción sobre el solar a edificar para hacer coincidir el límite de este con el extremo del alero, de suerte que las aguas pluviales provenientes del tejado caigan siempre sobre su propio suelo y no sobre el de la propiedad colindante[1], lo que a la postre podría llegar a constituir una servidumbre de vertiente de tejados sobre el terreno vecino.

Este espacio de suelo bajo el alero de la construcción suele tener entre 30 y 60 centímetros de ancho y es propiedad del dueño de la misma en tanto no haya prueba de lo contrario.

Como escribió el erudito filólogo besullense don Lorenzo Rodríguez Castellano (1905-1986)[2] para definir expresivamente esta institución: “de las mias pingueras pa adentro todo yia miou”.

Las pingueras han cumplido una función como espacio anejo a la casa muy importante, según sus dimensiones, no solo para instalar los andamios y reparar la fachada o el tejado sino también como lugar de descanso, tertulia, trabajo y depósito de aperos y leñas.

Sobre las pingueras he dado muchas consultas e intervenidos en varios pleitos, una veces defendiendo al dueño de la construcción y otras al del terreno colindante, porque no todos los casos son iguales ni, por supuesto, las soluciones las mismas.

¡¡¡ Ay de mi güey !!!


[1] Artículo 586 del Código Civil.

[2] “Contribución al vocabulario del bable occidental”, Oviedo 1957, p. 183.

Lectura obligatoria

Estos días, aprovechando las mini vacaciones que a los abogados nos ha regalado el gobierno de España, al haber declarado a efectos judiciales como inhábil el periodo comprendido entre los días 24 de diciembre y 6 de enero, ambos inclusive (tiempo durante el cual ni hay señalamientos ni cuentan los plazos), he terminado de leer un libro de lectura deliciosa, que me ha sorprendido gratamente y que recomiendo vivamente a todos aquellos que, como yo, observan la vida pública con mirada crítica, no siendo sin embargo aconsejable su lectura por parte de los talibanes de los partidos que, tras el pesebrismo imperante (para unos ejerciente y para otros esperado), hoy son legión.

Se trata del libro de la editorial Hoja de Lata, de Gijón, titulado “No hay país. Crónica política (y sentimental) de Asturias (1975-2022)”, cuyo autor es el veterano periodista Xuan Cándano y que está prologado por su colega Ángeles Caso.

Un riguroso acercamiento al pasado inmediato de nuestra tierra para el que el autor ha entrevistado a más de un centenar de sus protagonistas (hubo muchos que se negaron a serlo) y consultado de manera exhaustiva las fuentes documentales. Un libro en el que se analiza la transformación de la región desde la muerte de Franco hasta la descarbonización.

Tal y como escribe la prologuista, “Probablemente este libro se convertirá en un manual imprescindible para conocer muchas de las cosas que han sucedido en Asturias desde la muerte de Franco, en lo público, en lo social y en lo cultural”, y por qué, desgraciadamente, desde hace años la región está en franca decadencia, en caída libre; pero yo aún digo más y me atrevo a proponer su lectura obligatoria en todos los centros de enseñanza secundaria para que las nuevas generaciones impidan que semejantes desmanes y desaguisados vuelvan a repetirse, al menos con la grosera impunidad de la que han gozado los tratados en este estupendo trabajo.

Al parecer, la editorial Hoja de Lata inicialmente se lo había encargado al profesor, escritor y activista republicano Luis Arias Argüelles-Meres pero, por su muerte prematura, su autor ha terminado siendo quien iba a ser el prologuista del libro.

Juan Manuel Fernández Suárez, que es el verdadero nombre de Xuan Cándano, lleva casi cuarenta años ejerciendo su profesión de periodista, habiendo trabajado en agencias informativas, prensa, radio y televisión.

Conocí a Xuan Cándano en Cangas del Narcea en el año 2009, cuando vino a presentar la estupenda revista “Atlántica XXII”, de la que era director y a la que me suscribí de inmediato: todo un soplo de aire fresco que se coló por la ventana regional para abrirse camino entre aquel ambiente irrespirable por el pestilente hedor que destila la corrupción. Luego profundizamos un poco más con motivo de la “Operación Marea”, en la que yo intervenía como abogado y el cubría la información para la RTVE, de la que finalmente fue represaliado a instancias de la UGT, lo que dice bastante a su favor. Pero nuestra amistad se congeló cuando, tras relatarle la represión laboral padecida por tres empleados del Ayuntamiento de Cangas durante el gobierno IU-PP, el cuatrienio negro como denomino yo a ese período, se mostró interesado por el tema y quedó en enviar a verme a un colaborador de la revista, como así fue, personaje este, de cuyo nombre no quiero acordarme, a quien hice entrega de las resoluciones judiciales en las que se calificaba expresamente la actuación del alcalde Martínez (IU) con dichos trabajadores como “represión laboral”, así como suena, pero sin embargo este individuo escribió un reportaje pasando por el tema de puntillas y centrándose en la época del mariscal Cuervo, lo que no venía a cuento. Me enfadé, me quejé a Xuan Cándano, que se disculpó amablemente, di de baja la suscripción y hasta hoy. Pese a todo, reconozco abiertamente que Xuan Cándano es un periodista astuto e inteligente y, lo que para mí es mucho más importante en su profesión, un periodista independiente, como sin duda queda patente en este magnífico libro.

Con motivo de su presentación, el autor ha concedido multitud de entrevistas, en alguna de las cuales fue preguntado sobre el por qué de su título “No hay país”, respondiendo que “Es una frase recurrente que yo oí a mucha gente hablando de Asturies como un lamento de que no haya sociedad civil, que aquí es muy débil. País en el sentido que le daba Jovellanos, no con connotaciones nacionalistas. Ese es uno de los grandes problemas de la sociedad asturiana, que es una sociedad invertebrada. Claro que hay un país: una historia, una geografía, una cultura (…) Pero la sociedad civil es débil, está acogotada y no tiene la voz suficiente, y eso se nota”. Asturias, lamenta Xuan Cándano, optó por un camino mirando siempre hacia Madrid, y en eso tiene mucha importancia el peso que tuvo aquí la empresa pública. Eso de esperarlo todo del Estado, esa lectura economicista de la realidad, el estar siempre pendiente de las infraestructuras y de inversiones foráneas, tiene mucho que ver en esta situación”, llegando a afirmar con rotundidad que «Asturias lo que necesita es una fartura de autoestima, mientras sigamos como estamos nunca iremos a ningún lado».

El libro, en mi modesta opinión, es objetivo e imparcial a la vez que demoledor, de los que engancha, y, en expresión de don Miguel de Cervantes en El Quijote, no deja títere con cabeza.

Los que peinamos canas fuimos testigos directos de todos los sucedidos a que se refiere Xuan Cándano, pero en versión jibarizada y manipulada, por el enorme peso de los partidos políticos en los medios de comunicación, por lo que los datos y detalles, los nombres y apellidos, que aquél nos facilita ahora, sin pelos en la lengua, son muy de agradecer.

Y el libro termina con un práctico índice onomástico de todos los personajes citados a lo largo del mismo.

¡¡¡Ay de mi güey!!!