Entradas

Recuerdos: La escuela y el maestro rural

Noticia en el periódico ‘La Nueva España’ del 23 de abril de 2004

Por Enrique R.G. Santolaya (2024)

 

Hoy estamos viendo como la población de las zonas rurales está desapareciendo a marchas forzadas, ya no hay niños jugando en las plazas de los pueblos ni en los recreos de las escuelas, ya no hay voces ni peleas, ya nadie juega a la guerra con pistolas de madera. La primavera de la vida que representaban estos niños, desapareció calladamente dejando los pueblos totalmente desolados, sin ruidos, en definitiva sin vida.

Viendo todo esto me vienen recuerdos de otros tiempos en que todo era diferente. Yo nací en el año 1963, pertenezco a una generación peculiar por ser bisagra entre dos formas de vida de nuestra historia reciente. Mi generación vivió el final de la dictadura y principios de la democracia. También pertenecemos a la generación llamada del baby boom, donde las familias tenían de media cuatro o cinco hijos. Eran tiempos donde los niños llenaban las plazas de los pueblos y los patios de los recreos de las escuelas, todo acompañado con un ruido ensordecedor producido por esa marabunta de críos jugando. Esto era un claro indicio de que había vida, había futuro, había savia nueva.

 Creo firmemente que los recuerdos de la infancia marcan definitivamente el futuro carácter de la persona, es un momento muy importante donde el niño absorbe todo lo que le rodea y esto lo modela para el futuro.  Yo debo de agradecer a la vida que me tocara una época tranquila y llena de buenos recuerdos. Evidentemente al nacer en una zona rural el trabajo siempre estaba presente, pero la alegría de vivir aún con pocos medios era impresionante.

Antes de entrar a hablar del maestro de escuela, me entretendré un poco haciendo historia de cómo estaba la situación social en aquel momento bisagra de la dictadura a la democracia, para que el chaval que lea este escrito sepa que no hace mucho tiempo los medios no eran tan abundantes como los que tienen hoy. Aquel era un tiempo en el que los cambios se producían muy rápido, pero partíamos de una situación todavía muy precaria.

Arrastre de carro por dos parejas de vacas y lavadero público.

En 1968 empecé la escuela en Llano, entonces se empezaba con cinco años y se entraba en parvulitos. En aquel momento en el pueblo de Santa Eulalia no había ninguna televisión, no había lavadoras, neveras, coches, tractores. Se trabajaban las fincas con parejas de vacas que tiraban de un carro o de un arado. Las mujeres tenían que lavar la ropa en los ríos, en los regueros o en un lavadero comunal. Por supuesto los niños no tenían ordenadores, móviles, iPad y todas las zarandajas que tienen hoy.

Está claro que no eran tiempos muy avanzados, pero alguien puede pensar que estábamos sumidos en una gran tristeza acompañada de grandes problemas mentales. Pues no, la palabra psicólogo no se conocía y realmente no hacía falta ningún. En los tiempos libres de trabajo no parábamos, éramos muchos y estábamos en comunidad como los lobos, físicamente estábamos como tarzanes jugando constantemente al escondite, a las canicas, al palillo, al pañuelo, a las cuatro esquinas, a las chapas, a la gallina ciega, al fútbol. Tomar naranjada de Mirinda y jugar con el yoyó que regalaban con ella fue más adelante.

La imaginación tampoco nos faltaba, para equilibrar la falta de MacBook Pro, iphones, tablets, consolas y videojuegos hacíamos carretones con ruedas de rodamientos que nos daban en los talleres de Los Nogales. Estos carros eran un peligro cuando bajaban por las pendientes ya que los frenos eran precarios y más de uno besó el suelo dejando las rodillas en el asfalto. Hacíamos arcos de ballestas de paraguas que eran muy peligrosos, se clavaban en la madera y podían matar sin problemas un cuervo o una pega (urraca). En esta época, quien tenía una bicicleta era un privilegiado, eso era pertenecer a una clase superior. También hacíamos embarcaciones con las cámaras de camión que igualmente, nos suministraban en los talleres de Los Nogales. Con estas balsas neumáticas bajábamos por el río Narcea en verano. Así como el río Misisipi fue el aliento de vida de Mark Twain, lo mismo era el río Narcea para nosotros, navegábamos por sus pozos y orillas descubriendo las zonas para pescar truchas a mano o a tenedor. Este río es menos caudaloso que el de Tom Sawyer, pero igual de aventurero.

Zona de baños en el río Narcea, pozo de Llano, puente y estacada.

Por supuesto, los baños en el río de Llano no podían faltar, subíamos la adrenalina tirándonos a los pozos de pie o de cabeza desde todas las peñas posibles que bordeaban el río; los más atrevidos o quizá, los más inconscientes, se tiraban desde el puente.

Como dije no se conocía ningún niño que tuviera que ir al psicólogo, toda aquella jungla de elementos con pantalón corto estaban como tarzanes. Me llama la atención también que nadie tenía un aparato para corregir la dentadura, si fuera así el que lo portara se sentiría desplazado del grupo por parecer un ser de otro planeta. Como dato curioso citar que podríamos ser más feos o más guapos, pero la dentadura, por lo general, la teníamos todos perfecta. La única explicación que le doy a esto, es que comíamos alimentos naturales, sin conservantes ni miserias añadidas y los lácteos  que se consumían tenían calcio de verdad.

Tres años después, en 1971, todo cambió de una forma continua, el avance era imparable, ya había televisiones, tractores, lavadoras y coches. Todo empezaba a avanzar, se notaba en ese momento el fuerte crecimiento que tenía España. Empezaba a dar frutos el apoyo decidido de EE.UU. y el abandono de la práctica autárquica en la que estaba sumido el franquismo. Los economistas tecnócratas de Franco estaban dando resultados y, aunque de forma tardía, esto se notaba en Santa Eulalia y sus contornos. También debo añadir que en esos momentos la minería estaba despegando con fuerza y empezaba a influir económicamente en todos los sectores del concejo.

Niñas y niños preparados para una función de teatro en la escuela mixta de Cibea. Año 1950. Maestro don Carlos.

Una vez fijada la situación histórica, retomaré el cómo era la escuela en aquel momento de mi infancia y describiré la labor que el maestro de escuela rural hacía con nosotros. Este tipo de maestro estuvo durante muchas generaciones anteriores a la mía dando un poco de luz a esos pueblos alejados del centro de las villas y ciudades, y su figura era la más pobre de las denominadas fuerzas vivas de una localidad. Le sobrepasaban económicamente el cura, el farmacéutico y el médico.

El trabajo de maestro estaba mal retribuido, era poco considerado socialmente. Su sueldo podía ser inferior al de un peón de albañil. De ahí sale la famosa frase: «pasas más fame que un maestro de escuela». En las zonas rurales estaba mejor tratado, añadía a su sueldo los regalos de huerta y de granja que los padres le ofrecían en señal de agradecimiento. En contraposición, el maestro estaba a disposición de los niños del pueblo, llegando a tener una relación muy directa con ellos y con sus familias.

Maestra y alumnas de la escuela de Llano (Cangas del Narcea), año 1960.

Maestros como Odón Meléndez de Arvas, natural de Carballo, que fue maestro en la escuela de La Regla de Perandones,  opinaba sobre la importancia de la enseñanza de la siguiente forma: “nada hay en el mundo tan importante como la instrucción y cuanto con ella se relaciona. La felicidad futura de un pueblo, será tanto más grande cuanto mayor y más acertada sea la instrucción y educación que reciba el niño. La instrucción es el primer elemento de la libertad”. Está claro que algunos maestros estaban convencidos de su función en la sociedad, influyendo en las nuevas generaciones para crear un mundo, como mínimo, menos embrutecido.

Mi primer contacto con este tipo de escuela rural fue en Llano, con cinco años. La forma de desarrollarse las clases en estas escuelas seguramente fue la misma que tuvieron mis padres y, posiblemente, mis abuelos, en la que sólo había un profesor para todos los cursos, y este profesor daba todas las materias. Era el modelo escolarizador basado en la escuela unitaria que funcionó en España hasta la Ley General de Educación de 1970.

Escuela típica rural año 1960.

Los alumnos estaban agrupados en secciones en función de los conocimientos que tenían. Un maestro o maestra daba clase a todos independientemente de su nivel académico. Si había bastantes alumnos se separaban en escuelas de niñas y niños. Hay que imaginar cómo era aquello, un solo maestro tenía que enfrentarse a una turba de niños y mayores todos juntos. En mi caso, en Llano, éramos los niños del pueblo de Santa Eulalia, los del mismo Llano y los de las casas de Arayón. No recuerdo exactamente, pero, tranquilamente, debíamos ser entre treinta o cuarenta niños y, por supuesto, en la escuela de niñas se repetía la misma cifra.

Se empezaba la escuela con cinco años y esto ya representaba una aventura nueva, nuevos juegos, conocer gente y, claro, desgraciadamente, también había que estudiar y hacer deberes. Esto último no era tan bueno, creaba momentos comprometidos con los padres si el maestro los llamaba para darles alguna noticia de mal comportamiento o desaprovechamiento escolar del alumno. No obstante, mayoritariamente, tengo muy buenos recuerdos de aquella época.

Ordenadores y tablets típicos de la época.

Para empezar, íbamos andando desde Santa Eulalia a Llano y no nos pasaba nada, hoy la superprotección extrema que tenemos con los niños nos lleva a que éstos anden lo menos posible, no se mojen, no corran porque pueden caerse y cuidado que no se pegue con alguien. Entiendo que evolucionamos para mejor, pero creo que en nuestra época contactábamos más con la vida real y aprendíamos a solucionar los problemas por uno mismo.

Como dije, empecé en parvulitos con un profesor único para todos los cursos, en mi caso era don Germán Moro Fernández. Este profesor ya le había dado clase a mi padre y era toda una institución en la parroquia. Era el vivo retrato del maestro de escuela rural que paso toda su vida en la escuela de Llano donde vivía y varias generaciones del pueblo pasaron por sus manos. El respeto que se tenía al profesor era total, hasta tal punto que, tengo escuchado a mi padre decir, cuando tenía veintidós años, siendo un mozo, fumaba, pero si veía a don Germán por Cangas, escondía inmediatamente el cigarro. Entiendo que esto hoy puede llamar la atención, pero era así y no podía ser de otra forma, hay que imaginar esa escuela rural con todos los cursos unidos para un solo profesor. Sin orden, sin respeto, eso sería imposible de sobrellevar. Como dije, pasaban de treinta alumnos para don Germán y otras tantas alumnas para doña Alicia. La verdad, visto hoy desde la distancia, estos maestros rurales hacían milagros, y hay que añadir que tampoco tenían bajas por depresión.

Escuela de Llano. Parte izquierda inferior, escuela de niños. Parte derecha inferior, escuela de niñas. Arriba viviendas para el maestro y para la maestra.

Don Germán empezaba el día poniendo tareas a los mayores, después se ocupaba de los pequeños, corrigiendo y dando instrucciones a todos. Aquellos maestros sí que tenían motivos suficientes para tener estrés con semejante carga de trabajo y semejante jarca de niños, pero esa palabra en aquellos tiempos tampoco se conocía, por lo tanto, no existía, nadie tenía estrés.

Las escuelas rurales tenían un mobiliario que se repetía en todas y la de Llano no era una excepción. Mesas de madera con dos plazas. En la zona superior del pupitre había un agujero para sujetar la tinta china marca Pelikan. Dos grandes mapas a cada lado de la pizarra, uno de España y otro mapamundi. Estos mapas abrían nuestra imaginación haciéndonos pensar que esas regiones y países estarían detrás del pueblo de Adralés o de la ermita del Acebo, los horizontes que veíamos con cinco años eran estos. También había un compás grande de madera y una regla en el encerado; la regla ayudaba mucho a que nos esforzásemos en hacer los deberes.

En la pared había un crucifijo y la fotografía de Franco, en aquel momento creíamos que en todos los países de aquel mapamundi, habría un Franco mandando, más adelante supimos que esto no era así. Pero bueno, no es para asustarse de nuestra ignorancia, también parecía que todo el mundo mundial tenía un solo transporte y este era el Alsa. Todo esto era normal, un crío de cinco años  empieza a descubrir y a investigar la vida con los referentes que tiene delante y tanto Franco como el Alsa salían por todas partes.

Sigo describiendo la escuela, había un reloj de madera con un péndulo que avisaba de las horas de recreo y de la salida de clase; en el centro de la escuela o en un lateral se situaba una estufa cilíndrica de leña con su chimenea, en esta estufa don Germán ponía en invierno una pequeña taza con agua y eucalipto que era bueno para los constipados. Encima del armario no podía faltar la bola inclinada que reflejaba a escala el mapa del mundo, girando aquello descubríamos que la tierra era redonda y aunque don Germán decía que no nos caíamos por el lado de abajo, la duda se mantuvo muchos años, hasta que otro profesor nos habló de la gravedad y nos convenció.

Mapa físico de España.

Todo este mobiliario era acertado, pero faltaba el disco duro donde se guardaba toda la información y el saber del mundo. Este disco duro era la enciclopedia Álvarez, no había nada conocido en el mundo que no estuviera reflejado en sus hojas. En un único libro había lengua, historia, matemáticas, naturales, física, astronomía, etc. Uno se preguntaba como el maestro podía tener todo aquel lío en la cabeza y lo peor era que semejante  lío nos lo quería meter en la nuestra. ¡Madre mía! ya no parecía tan buena idea ir a la escuela, ya no solo se venía a jugar y a conocer gente, además, también había que estudiar y llevar absurdas notas que tenían que firmar nuestros padres. Estas notas marcaban una estúpida escala de 0 a 10 y enfurecían a nuestros progenitores si la escala marcaba menos de un cinco. ¡Qué tontería! ¡Qué complicados eran los mayores!

Los recreos eran una maravilla, en mi caso los primeros años jugábamos al fútbol en la carretera general que pasa por delante de la escuela, poníamos dos piedras marcando las porterías en el medio de la calzada. Cuando subía un camión por la sierra de Brasín, escuchábamos el sonido y nos daba tiempo a recoger todo, una vez que el camión pasaba volvíamos a empezar. Para dar una idea, podía pasar un camión cada treinta minutos y era todo el tráfico rodado que había. Esto demuestra como en 1968 todavía había muy poco tráfico rodado, sólo pasaba algún camión que bajaba carbón de las incipientes minas de Rengos. Esto en tres años cambio rápidamente, estando en tercero, corría el año 1971, tuvimos que trasladar el campo de futbol por haber demasiado tráfico.

Otros recuerdos de la época.

El mejor momento en la escuela era cuando aquel reloj de péndulo daba la hora de la salida. Una tromba de niños de Llano y de Santa Eulalia, bajaban en estampida jugando a las quedas hasta La Venta, donde se bifurca el camino hacia los dos pueblos. Al último que le tocaba la queda indicaba que pueblo perdía. Si quedaba uno de Llano, perdía Llano y si era de Santa Eulalia, perdía Santa Eulalia. Después de esto, los de Santa Eulalia cruzábamos el puente de Llano y veníamos jugando hasta el pueblo al fútbol. Jugábamos con un balón o algo que se le pareciese como podía ser un bote de lejía vacío. Todo este proceso hacía que tardásemos casi una hora en llegar a casa. Lo normal es que recibiésemos una bronca por esto, pero al día siguiente no nos acordábamos y repetíamos el proceso otra vez.

Volviendo al maestro, éste nos aguantaba a todos juntos hasta 5º de E.G.B. Tras finalizar este curso, el mundo se ampliaba bajando a hacer 6º en un colegio que concentraba alumnos de varios pueblos y de la villa en El Reguerón.

En 1970 se crean colegios nacionales en las cabeceras comarcales con grupos de niños de la misma edad, creándose la 2ª etapa de E.G.B.  6º, 7º y 8º. Este proceso de concentración trajo el trasporte escolar, becas de comedor y escuelas-hogar. Esto perseguía proporcionar a todos los niños españoles —y en especial a la población rural— las mismas oportunidades de educación básica, con profesores para cada asignatura, reduciendo en lo posible las escuelas con maestro único. Se dotan los centros de salas de reuniones, campos deportivos, bibliotecas, etc.

Como se puede imaginar, la bajada al Reguerón era un cambio importante. Pasábamos de jugar en la carretera poniendo dos piedras de portería con don Germán de maestro único, al Reguerón, donde había muchísimos niños de todos los pueblos y de la villa, aulas independientes para cada curso, profesores para cada materia y campos de fútbol con porterías de madera. ¡’Hombre, eso era otro nivel!

Pero en este momento también aparecieron los problemas al chocar la zona rural con los de la villa. Afloraron en ese momento algo que siempre estuvo en el subconsciente de la tribu de la villa, la diferenciación entre los que eran de Cangas capital y los que eran de los pueblos. Cangas era todo el concejo, pero aún había, de forma indirecta, una diferencia entre la villa y el Cangas rural. Le tocó a mi generación vivir el final de este concepto, como dije somos la generación bisagra que nació entre dos momentos cruciales de la historia de España y también de la historia local.

Fotografías típicas de la escuela rural con el mapa físico de España detrás.

La primera experiencia entrando por el aula de 6º fue ver como los grupos se alineaban en dos, unos de los pueblos y otros de la villa. Bueno, estos que se consideraban de la villa me tienen que perdonar, pero eran mayoritariamente charnegos, pues la mayoría habían bajado de los pueblos a vivir a Cangas con la minería. En un primer momento, los de los pueblos estábamos acobardados, todo era nuevo, gente desconocida… En definitiva, era un mundo más complicado que la pequeña escuela rural de donde proveníamos. Se escuchaban por los mentideros que los de Cangas tenían la opinión de que este mestizaje de los pueblos y la villa bajaría el nivel educativo. Todo esto producía aún más tensión entre las dos partes. En mi caso, saltó la tensión delante de la puerta de 6º cuando dos de Cangas me dijeron que los de los pueblos  allí no entrabamos. La reacción no se hizo esperar, cuando la diplomacia no funciona sale la barbarie. Salté como un resorte sobre los dos villanos y creo que los cogí desprevenidos y no se esperaban una reacción tan rápida, les zurré de lo lindo. En ese momento comprendí que la violencia es mala, pero bien administrada es un placer.

La primera batalla ganada da confianza y esto fue el detonante del cambio de actitud, había que conquistar la zona y para esto se creó una mafia compuesta por decididos personajes de la tribu rural, entre los que me encontraba yo. La finalidad era clara, conseguir contrarrestar el abuso continuado de los miembros de la tribu de la villa. Los logros fueron evidentes, éramos más fuertes físicamente y en estos casos, esta variable es fundamental. Rápido se equilibraron las fuerzas y se entró en una guerra fría en la que ambos contendientes se respetaban para no destruirse.

Escolares de la escuela mixta de Cibea.

Pero demasiada confianza también es perniciosa, y se puede volver en contra de uno. En aquellos tiempos se jugaba a las canicas, y si perdías tenías que darle una canica al ganador. Había un jugador muy experto al que yo ya le debía diez canicas;  era un niño pequeño e inseguro, y un día se cansó y me presionó para que le diera las diez canicas que le debía. Yo, confiado en mi superioridad física, le contesté con altanería. Nunca me había pasado nada igual, aquel niño inseguro se precipitó sobre mí cogiéndome desprevenido y me dio lo mío, además, después me quitó las diez canicas que le debía. Eso no fue lo peor, lo malo de la situación era que todo esto ocurrió delante de  las niñas de 6º, eso sí que era degradante. Aquel día aprendí una nueva lección, nunca te descuides, no hay enemigo pequeño.

La parte académica en mi caso transcurría con normalidad, yo ya cumplía el principio básico del mínimo esfuerzo. Mis notas oscilaban entre suficiente, bien y algún notable esporádico, con esto tenía tranquilos a las fuerzas del orden que eran los profesores y los padres. La palabra excelencia entró en mi vocabulario más tarde, en ese momento, eso de tener buenas notas exigía demasiado esfuerzo y me quitaría tiempo de otras actividades más interesantes, como era investigar la villa de Cangas y la sala de juegos, donde había futbolín, máquinas de pinball y mesas de billar.

En el siguiente curso, 7º, las cosas cambiaron, ya estábamos totalmente introducidos en el sistema, el mestizaje era total, las tensiones étnicas entre tribus ya habían desaparecido. Como consecuencia directa de esto, las mafias extorsionadoras ya no tenían futuro y se disolvieron, excepto el grupo de Santa Catalina que duró un poco más en el tiempo.

Escuela Hogar y Colégio Público en El Reguerón, Cangas del Narcea, 1978.

El mestizaje era evidente, se jugaba al futbol indistintamente, mezclados, se tenían amigos de todos los lugares del concejo incluidos los de la villa. De vez en cuando había algún incidente, pero este solía ser académico. Recuerdo uno producido por un alumno llamado Jacobo, que pintó en el encerado antes de que entrara el profesor de francés la siguiente frase: «A don Tomás Tornadijo nadie le toca el pijo; si usted quiere saber más, vaya a clase con don Tomás». Entró don Tomás a dar clase y mirando para el encerado, por segundos se veía como se le hinchaba la cara y se ponía roja como un tomate. Este hombre, era un gran profesor y muy buena persona, pero, como era de esperar, todo tiene un límite, se giró hacia la clase y dijo las famosas palabras que los maestros aprenden en la Universidad de Oviedo para ser utilizadas en estos casos: «Todos castigados hasta que no salga el culpable». En otros tiempos, con generaciones pasadas, don Tomás lo habría tenido más difícil para sacar al culpable, pero mi generación, que gracias a Dios nunca tuvimos que enfrentarnos a una guerra, éramos cobardes y no estábamos acostumbrados a la presión. Todos al unísono dirigimos la mirada hacia Jacobo y esto bastó para que don Tomás supiera quien era el autor del escrito. La situación la salvó don Tomás con mucha elegancia pidiéndole educadamente en francés a Jacobo «la main s´il vous plait» todo esto acompañado de una pequeña regla que tenía en la mesa. Don Tomás era demasiado bueno y el castigo fue muy leve.

Escuela rural tipo de la década de los 60. Museo Etnográfico de Fonsagrada.

Recuerdo muchos de estos pequeños detalles y a todos los profesores con sus nombres, y todo lo recuerdo con cierta nostalgia. Para hacer justicia, tengo que decir también que como en todos los gremios, había alguno que no merecía pertenecer a la profesión. Tengo visto a niños llorar al coger el autobús por no querer ir a la clase de un loco que los humillaba a diario delante de los demás por el menor motivo. Estos eran casos excepcionales y no merecen más comentarios.

Llegó 8º y se acababa toda una etapa de nuestra vida, coincidía este curso con la edad de entrada en la adolescencia, y esto producía otras variables que complicaban más la vida. Las féminas ya nos empezaban a llamar la atención, pero esto sólo nos traía problemas. Eran muy desconsideradas, siempre los preferían mayores que nosotros. Por lo tanto, teníamos ganas de que pasara rápido el tiempo para ser mayores. Lo que es la vida, ahora me pasa lo contrario, quiero parar el tiempo, y si pudiera, volvería hacia atrás.

Pasada esta etapa llamada entonces E.G.B. dejábamos atrás al maestro de escuela y nos aventurábamos de nuevo en otro momento más complicado pero no menos interesante. Empezaban tiempos de hormonas desbordantes, canciones de verano con el baile del Bimbó de Georgie Dann, los discotequeros se movían al ritmo de Boney M., para los románticos, que bailaban lentas ya se escuchaba, The Sounds of Silence de Simon and  Garfunkel, los mas intelectuales dejaban sus mentes libres escuchando Wish you Were here y The Wall  de Pink Floyd,  Knockin on Heaven´s Door de Bob Dylan, The End de The Doors  o A Night at the Opera de Queen. Los más fiesteros entraban de lleno a la música de la movida madrileña, escuchando entre otros: La chica de ayer de Nacha Pop, Salta de Tequila, Tiempos nuevos, tiempos salvajes de Ilegales, Hoy no me puedo levantar de Mecano o ¿Qué hace una chica como tú  en un sitio como este? de Burning.

Jugando al guá (canicas).

Muchos de estos fiesteros cayeron desgraciadamente en nuevas adicciones que importábamos a la villa y eran más adictivas que las clásicas de los bares de Cangas. Unos cuantos conocidos desgraciadamente quedaron por el camino arrastrados y engañados por las nuevas modas de pasárselo bien, modas que a la larga solo producían demonios de la mente, generando graves problemas para ellos y para sus familias. Que pasara eso entonces tenía lógica, como digo, no había mucha información, lo triste es que aún esté pasando hoy a las nuevas generaciones, con la información que se tiene ahora, eso sí que es de imbéciles.

Otros, siguieron, como se decía entonces, la línea recta, la siguieron por casualidad o por el esfuerzo, una vez más, de aquel maestro de escuela que de nuevo utilizó una de aquellas frases lapidarias que estudiaban en la universidad de Oviedo para ser utilizadas con los alumnos indecisos, las palabras eran : “tú vales si quieres, eres inteligente pero te tienes que esforzar más, lo que te pasa a ti, es que eres un poco vago y algo mangante y como no cambies vas a ir por el mal camino y nunca serás nada en la vida”. Esto si te lo decían en un momento que estuvieras receptivo y débil, te quedabas pensativo y reflexionabas. Algunos le hicimos caso al  profesor  y acertamos. Se nota que ya estoy mayor, empiezo a expresarme como lo hacía mi padre en aquella época, con seriedad y con responsabilidad, arengando a las nuevas generaciones para que escojan la línea recta. Sé que no me harán ningún caso, investigarán por su cuenta y cometerán errores y alguno volverá dentro de sesenta años a escribir arengando a las nuevas generaciones como lo estoy haciendo yo hoy, es la vida.

Otros recuerdos de la época.

Así era aquel baby boom de los años 60, hoy somos todos sexagenarios y ya tenemos más pasado y recuerdos que futuro por delante. En mi caso, me agrada recordar esas vivencias en la escuela primaria, desde los cinco años hasta los catorce, y es inevitable que estos recuerdos siempre estén acompañados de algún maestro de escuela.

Escribo todo esto de una forma desenfadada y por supuesto algo exagerada e irreverente para que sea más entretenido el escrito. La verdad es que no nos dábamos tanta leña entre nosotros y éramos obedientes, todo transcurría como una balsa de aceite en la escuela. Los personajes que aparecen aquí son ficticios y todo parecido con la realidad es pura coincidencia. En conjunto, he intentado transmitir algunas  reflexiones importantes al escribir este recuerdo del maestro de escuela. En primer lugar refleja los cambios que se produjeron en la sociedad española en las décadas de los años 60 y los 70, que fueron cruciales y se pueden apreciar de forma simplificada en una población local como la de Cangas del Narcea.

Una de las últimas promociones de la escuela de Llano, hoy cerrada. Maestra Dña. Sagrario.

En segundo lugar, confirmar de primera mano lo acertado que fue concentrar en los últimos años la población de estudiantes para eliminar las diferencias entre los niños de la zona rural y los niños de poblaciones más significativas como son los de la villa. Esta concentración elimina el estereotipo del pasado que creaba una imagen de inferioridad de las zonas rurales. Además, consiguió que se pasara de una imagen negativa del campo, a ser valorados estos espacios rurales por sus verdaderas potencialidades, haciéndolos más atractivos para vivir en ellos, o al menos, eso quiero creer yo.

En tercer lugar, se intenta recordar la figura del maestro de escuela y, sobre todo, a aquellos de las escuelas unitarias que tenían que bregar con tantos alumnos. Reconocer la labor que hacían comprometiéndose a veces a desarrollar funciones a las que no estaban obligados. A mí no me tocó, pero sé que en generaciones anteriores estos maestros se adaptaban a la situación del pueblo y daban clase por la mañana a los chavales y por la noche a los mayores que tenían que trabajar y estaban sin escolarizar. Está claro que esos maestros tenían vocación porque el pequeño sueldo que cobraban no los incentivaba mucho.

En cuarto lugar, y parece que llega tarde, indicar lo importante que es estar preparado para poder desarrollar estas zonas rurales. Hoy más que nunca la juventud debe de estar muy preparada para enfrentarse a cualquier escenario. Si este escenario es rural, deben saber comunicarse, proyectar, organizar, valorar económicamente un proyecto y conocer el medio en el que hay que desenvolverse. En definitiva, tienen que estar bien preparados y seguir la línea recta. Espero que no se vuelva a escuchar aquello que se decía en mi época, «pa quedar nel campo nun fai falta estudiar, basta con saber chabrar«. Está claro que esto era un error monumental.


Entrevista a Sara Prieto, maestra rural de la escuela mixta de Cibea


 

AL LADO DEL RÍO. Un relato de Pin Estela en 1978

   Hace ya muchos años, quizá veinte, unos cuantos amigos entonces adolescentes fuimos, como otras muchas veces, a merendar a casa de Lola la de Llano. Era avanzado septiembre, ya muy pasado el Acebo, y teníamos el presentimiento de que el verano iba a terminar ese día bruscamente, tapado por un cielo hosco y gris. Porque los veranos terminan así, de repente, como si la gente y las nubes se pusiesen de acuerdo para dar paso a otro tiempo más íntimo y más lento. Aquel día la lluvia se afinó haciéndose más sutil y más fría, y el aire traía desencanto, robando el pensamiento hacia amagostos de castañas y gabardinas. Para entonces las cabezas de los caminantes tendían a hundirse entre los hombros en un gesto de recogimiento, las gentes avivaban el paso y todos sabíamos que los días soleados empezarían a ser casualidades.

   El carácter alegre y trabajador de Lola la de Llano disfrazaba de buen humor lo que en el fondo era una extraordinaria bondad: su casa siempre albergaba a diversos personajes desamparados que iban a calentar la soledad de su vejez en aquella chariega suya donde se sentía un permanente aroma de comida y amistad. Allí nos recogió a nosotros aquella tarde lluviosa. En el rincón del escaño, donde hay que tener cuidado para no quemarse las puntas de los zapatos y para no lagrimear con el humo, estaba sentado un viejo aldeano de rostro noble y ojos claros que tenía el cabello blanco como la leche. Pese a su boina raída y sus madreñas, pese a su chaleco arrugado y su chaqueta de pana que nos hablaban de un hombre de la tierra, por un cierto aire indefinible el viejo nos hacía pensar que había pasado una parte de su vida en Cuba. Quizás era por su forma de hablar —una extraña mixtura de tierras muy dispares, acaso inexistentes— o quizás fuese una cierta seguridad en sí mismo que más que aplomo parecía un reto. En efecto, cada vez que el viejo hablaba, por no sé qué oscura razón, uno se sentía como insultado, empequeñecido, despreciado. Quizás sólo era debido a su mandíbula cuadrada, demasiado recia para su edad.

   Nosotros, que en aquellos años no habíamos llegado más allá de Oviedo o Villablino, le escuchábamos con respeto y con esa devoción atenta que despiertan los hombres de mundo, sobre todo para quienes piensan que los viejos son sabios por el mero hecho de ser viejos, sin tener en cuenta que también los asnos llegan a viejos sin dejar de ser asnos. Aquel anciano de mandíbula recia nos hablaba de América, de grandes soles amarillos, de mujeres bellas como espejos, de piel color castaña, de riquezas sin límite, de casas con ascensor, de flores altas como hombres, de automóviles con bañera y también de pequeños regresos a los valles de Cangas, donde la vida era más dócil, la familia más amada y los recuerdos andaban cercanos y accesibles, como los amigos de todos los días.

   Mientras el viejo conversaba y Lola asaba chorizos con vino blanco en la cocina, la lluvia continuaba cayendo afuera. De vez en cuando alguno de nosotros se levantaba hasta la galería para ver el río que murmuraba al fondo; y junto a las playas tropicales y las ciudades soleadas de América que llevábamos en la cabeza, aparecían ahora montes sombríos que la lluvia llenaba de soledad, montes oscuros y desolados bajo cortinas de agua, como si en vez de estar habitados por hombres fuesen los hombres los que estuviesen habitados por montañas. Y cuando regresábamos a la chariega frotándonos las manos con ganas de calor e intimidad, el anciano nos hablaba de los grandes ríos tropicales, de su majestuoso caudal, y nos decía: «Los nuestros sólo son regueiros». Nos habló largamente de los ríos y nos dijo que los de aquí, el río del Coto, el de Naviego e incluso el mismo río Narcea nacen de una fuente en la montaña, de un regueirín; porque son ríos pequeños; pero que los ríos de América, cuyas orillas no se divisan entre sí, son tan gigantescos porque nacen del mar, de un mar lejano que queda más alto, al otro lado, más allá. Y para convencernos decía: «Porque América tiene mar por los dos lados». Nosotros opusimos resistencia con respetuosos argumentos, alegando que todos los ríos, incluso los de América, tienen las fuentes como origen, igual que los nuestros. Pero el anciano repetía obstinadamente: «Yo estuve allí, yo mismo lo vi, nacen en el mar». Confiaba más en sus recuerdos que en su razón.

   Acaso por defender la humillada posición de segundones en que se dejaba a nuestros ríos, o por no renunciar a nuestra lógica de escuela pública o por sentir que el viejo abusaba de su edad, nos fuimos haciendo un poco malvados y lo asaetábamos con preguntas malintencionadas de las que deducíamos que el anciano no había estado más que diez meses en Cuba con un hermano en el año 1928, que trataba de conservar con grandes esfuerzos un acento extraño más inventado que recordado, que se sentía solo y no sabía leer. Así, triste y acosado por nuestras pruebas contundentes, moviendo la boina en la cabeza sobre su pelo blanco, no tuvo más remedio que ceder y nos dijo: «Puede que tengáis razón, a lo mejor los ríos nuestros nacen también en el mar». Ya no tuvimos nada que responder, porque el misterio de los ríos era tanto que no resultaba soportable sin recurrir a la imaginación. Y para el anciano eran los ríos de su infancia, las aguas que huyen de su origen sin detenerse nunca más que brevemente en los pozos para recordar un instante y perderse luego otra vez, ya definitivamente sin memoria, en lugares desde donde nunca pueden regresar. El viaje a América del anciano había sido uno de esos pozos sombríos, con remolinos, donde se había anclado su memoria y de donde no quería salir. Pero las aguas de los ríos se van y no vuelven más. Por eso algunos piensan —quizás con razón— que lo mejor es no partir. Pero lo más probable es que tanto el origen como el final estén en el mismo sitio, en el mismo mar. Que por más que uno se aleje siempre lleva consigo y siempre regresa al lugar donde nació.

   Al final de la tarde regresábamos a Cangas caminando bajo los nogales y los castaños de la carretera, desde donde caían gotas retrasadas, grandes como manos y sutiles como lágrimas. Aquella tarde un poco triste, en la primera chariega del otoño habíamos aprendido una cosa: que América no existe, que es tan sólo la invención de un aldeano que no supo quedarse ni marchar.


José Avello Flórez
Junio, 1978

Recuerdos del «San Martín», tiempo de matanzas

Productos de matanza; pueblo de Santulaya.

Ya estamos metidos en noviembre, ya estamos en las fechas de San Martín. Estas fechas son aprovechadas en las zonas rurales para hacer la matanza del año. Este es el momento en que los cerdos pagan la cómoda vida que llevan durante un año, sin ningún tipo de preocupación, comiendo a pierna suelta todo tipo de manjares: pienso, berzas, maíz, castañas, y otros productos que obtienen de forma gratuita de sus dueños. Si tuvieran un poco de inteligencia, tendrían que desconfiar, nada en la vida es gratis, y como muy bien dice el dicho, «a todo gochín le llega su sanmartín».

Esta matanza, antiguamente era uno de los momentos más importantes que tenían los pueblos para la supervivencia de todo el año. Dependían totalmente de que se hiciera con esmero y se conservara bien. Hay que añadir que, en aquellos tiempos, no había neveras ni congeladores, y la matanza era el principal aporte energético del año.

Una proporción equivocada o deficiente de los conservantes naturales en dicha matanza podía producir que se malograra,  y, cuando llegaba el  invierno, podía haber  muchos problemas si había poca comida en la despensa. Esta responsabilidad de que saliera bien la matanza recaía en las mujeres, verdaderas  conocedoras de las cantidades exactas de condimentos y proporciones de carne necesarias para hacer un buen embutido.

Probando productos de la matanza; pueblo de Santulaya.

Cada casa tenía una receta particular, esto le daba cierta categoría de chef a la mondonguera, que aplicaba su receta para hacer un buen embutido (muchas veces a ojo, sin pesar los ingredientes, sólo con verlos). Estas mezclas particulares hacían que en cada casa fuera diferente el sabor del chorizo. En una casa podía ser más picante o más dulce que en otra, tener diferentes intensidades de sal, perejil, ajo, diferente ahumado, etc.

Paralelamente, el matachín (matarife) también era un especialista en su materia, ya que si era bueno el cerdo moría con poco sufrimiento, sangraba bien y esto era bueno para la curación de la carne. La maestría de este hombre a la hora de salar era fundamental para que ésta no se estropeara. Era importante como cortar las piezas, como colocarlas en el duernu, como echar la sal entre la carne sin que queden huecos entre las piezas, también tiene que controlar los días de salado, para que quede un producto perfecto. Otro punto importante para que la calidad de la matanza fuera buena, es la comida que se daba a los cerdos dos meses antes del sacrificio. En otoño, se recogían las castañas, y éstas venían a hacer la función de las bellotas que se les da a los cerdos en las dehesas de Extremadura. En algunos pueblos, incluso se soltaban los cerdos por los castañales para que ellos mismos las comieran.

Días anteriores a la matanza, se preparan minuciosamente los medios necesarios para poder efectuar todo el proceso. Se prepara el duernu donde se pelarán los cerdos; se prepara el banco donde se matarán; se afilan los cuchillos, se preparan los ganchos de colgar, se compra la sal,  se compra el pimentón natural de la Vera, el bramante para atar los chorizos, las tripas necesarias para enchorizar, etc. También era necesario llamar para estos días a varios familiares y algún vecino para ayudar, ya que, para sujetar los cerdos, se necesita un grupo mínimo de personas. Estas colaboraciones eran recíprocas, primero me ayudas tú a mí y después yo te ayudaré a ti.

Los trabajos ya estaban de mano definidos, los hombres mataban los cerdos, pelaban, descuartizaban y salaban el producto final: buenos jamones, lacones, cabezadas, tocinos, uñinos, zarraus (columna vertebral del cerdo), etc. Los hombres también se encargaban de limpiar el estómago de la vaca para hacer los callos que se comerían el día en que se acababa el proceso de matanza y se celebraba en familia una gran comida. Digo que limpiaban los callos de la vaca porque añadida a la matanza de los cerdos, casi siempre se mataba una vaca, que añadía a esta matanza cecina, costillares y carne que se mezclaba con la de los cerdos. Las mujeres limpiaban las tripas y eran responsables de la producción de todos los embutidos: morcillas, chorizos, choscos, lomos, butiechos y chenguanizas (longanizas). Estas últimas, las longanizas, en tiempos más ancestrales, tenían una utilidad especial ya que se utilizaban para amenizar la comida de las pedidas de mano  de las mozas casaderas en las casas de labranza. Esto no sé cuánto tiene de realidad pero siempre lo escuché y lo cuento de forma breve, pues es llamativo.

Pueblo de Genestoso.

Cuando había un muirazo casadero en un pueblo y se entablaban conversaciones con una moza, era necesario ir a formalizar esta relación con propósitos de boda a casa de la moza. Esto se llamaba ir a la chenguaniza (longaniza). Se llamaba así porque en esa visita, la casa de la moza agasajaba a sus invitados mayoritariamente con buena longaniza y vino de Cangas.

El mozo iba a la casa de la moza acompañado con un personaje que era el embustero; este tenía mucha responsabilidad, ya que dependía mucho de él que el padre de la novia quedara convencido y cediera a que se celebrara la boda. Este embustero, mientras  cenaba buena chenguaniza, ensalzaba las virtudes personales y económicas del novio, esto casi siempre lo hacía de forma exagerada, y, algunas veces, contaba mentiras para aumentar las bondades que el novio aportaba al matrimonio. Por lo general, tendía a describir posesiones y tierras que el novio tenía, las describía mucho más grandes de lo que eran en realidad. Las bondades del novio las ensalzaba de tal forma, que éste parecía un ser lleno de todas las virtudes conocidas. Era serio, buen vecino, de palabra, respetuoso, etc. Si era algo borracho o un elemento de cuidado, por supuesto, lo callaba. Por otra parte, la cuenta corriente que el novio tenía en el banco, siempre se presentaba muy saneada, y, si el mentiroso veía que el padre de la novia tragaba su historia, iba aumentando la bola, añadiendo que el novio era un gran prestamista de cuartos a intereses y que todo el mundo sabía que disponía de un buen capital.

Si el mentiroso hacía bien su función, el padre de la novia quedaba convencido y se le ponía fecha a la boda. Ese mismo día, el padre de la novia marcaba la dote que aportaba la novia al matrimonio. Esta dote se escribía en un documento público para que quedara de forma legal registrado. La dote podían ser aportaciones físicas como una habitación completa, un ajuar, una finca, ropas o también podía ser una dotación económica significativa.

¡Cuántos desengaños debió de traer antiguamente este sistema! ¿Qué pensarían aquellas novias cuando la mayoría de las veces se encontraban con una realidad muy diferente a la que describía el embustero? Se encontraba una casa terriblemente humilde, un marido bastante bruto, y, para rematar, sin cuartos en el banco. Bien, pues ya era tarde, no quedaba otra, había que tirar para adelante acordándose de los muertos del maldito embustero.

Este día de longaniza solía ser para los muirazos, los herederos de las casas. Los otros hermanos lo tenían difícil, no eran buenos pretendientes y no estaban bien vistos para pretender las mozas,  estos desheredados no tenían medios ni futuro. Me contaron una historia real, que ocurrió hace muchos años en la zona, y que demuestra hasta qué punto llegaba esta situación. Evidentemente la contaré, olvidándome de los nombres de los participantes, para no abrir de nuevo heridas cerradas.

Atizando el «caldeiro».

Por lo visto en un pueblo de la zona se hacía filandón (baile) todos los domingos. Una pareja de hermanos de otro pueblo subía asiduamente a bailar con las mozas. Uno se enamoró perdidamente de una moza del pueblo, pero este chaval tenía la desgracia que no era el muirazo de la casa. Todos los domingos subía a ver la moza y a bailar con ella, digo a bailar con ella porque en aquellos tiempos adentrarse algo más en la relación era casi imposible; desde el cura hasta la anciana más impedida del pueblo estaban pendientes de que no se cometieran pecados que pusieran en peligro las virtudes de las mozas. Con esta vigilancia, la madre de la moza rápido supo con quién andaba la hija, y, como aquí en Cangas nos conocemos todos, también supo de qué familia era. Quedó contenta la madre, el mozo era de buena familia, era de casa pudiente, pero aún faltaba algo para pasar el examen y era saber si aquel mozo iba a ser el heredero, el muirazo de la casa. Rápido empezó aquella madre a enterarse por otras vecinas que el mozo tenía un hermano mayor  y este sería el muirazo y que el que andaba con la fía era un desheredado que tenía que marcharse a buscarse la vida.

Esta madre, cuando supo esto, se convirtió en la mayor pesadilla del mozo, cada vez que subía al filandón para ver a la novia, salía la madre, metía la moza en casa y se dice que incluso le tiraba piedras al rapaz, como si fuera un apestado para que se marchara. Bueno, este mozo lloró por las esquinas o mejor dicho apagó las penas por los bares de Cangas bebiendo buen vino de la época, y no le quedó más remedio que olvidarse de aquella aparición maravillosa con la que bailaba en el filandón. Cada vez que se acordaba de ella, veía la cara de la bruja de la madre despreciándolo y tirándole piedras. La vida sigue y no queda más remedio que levantarse, el mozo marchó para Madrid, y, con mucho esfuerzo  se hizo un nombre en la capital, tenía buenos negocios y venía al pueblo a la casa natal, de vacaciones todos los veranos. Ahora era conocido en el concejo, su hermano —el muirazo— estaba muy orgulloso de él. Todo aquel que necesitaba dinero para arreglar una cuadra, una casa o comprar una finca, esperaba que llegara el verano para pedírselo a intereses al veraneante madrileño que tenía mucho capital y hacía de prestamista.

Preparando el cerdo en el duerno para pelarlo. Casa Eulogio, Genestoso.

En uno de estos veranos, Manuel, le voy a poner un nombre habitual de la zona para poder contar la historia, subió de nuevo al filandón del pueblo de la que fuera su novia, pero llegó tarde, esta moza ya estaba casada con un muirazo. Pero en la casa de la novia aún quedaba una hermana más pequeña, que estaba casadera, y, Manuel, que era un tipo elegante, con dinero, bien vestido y que hablaba muy bien, como los de los madriles, no lo tuvo nada difícil para ennoviarse con esta moza.

La madre cuando lo supo, no sabía si bajar al polvorín a comprar voladores o subir al Acebo para dar unas cuantas misas de agradecimiento. Rápido, invitó a casa a comer la chenguaniza a Manuel. El mozo siguió todo el curso legal de la relación con petición de matrimonio incluida, en la que no faltó un amigo que subió de embustero para ensalzar todas las posesiones que Manuel tenía en Madrid. Se marcó la boda, se dieron las proclamas en la iglesia y llegó el día de la boda. Manuel salió por la puerta de atrás de la casa de su hermano para que no lo vieran, y marchó corriendo para Madrid, dejando a la novia, a la futura suegra y a los invitados esperando en la puerta de la iglesia.

Eso lo llamo yo servir una venganza fría. Está claro que el odio que tenía Manuel a aquella mujer que le tiraba piedras y que no lo dejó casarse con su verdadero amor, era irracional. También está claro que la hija pequeña no tenía ninguna culpa de los errores cometidos por el diablo de su madre.

Vuelvo a la matanza y para esto escojo uno de los lugares más emblemáticos del concejo, el pueblo de Genestoso. Me levanto una mañana fría y desapacible de noviembre; una de esas mañanas en las que sólo apetece estar con amigos en un lugar recogido con ambiente caluroso. A ver si encuentro este ambiente en Genestoso. Esta vez no voy de ruta de montaña hacia el Cabril, esta vez me quedaré en el pueblo, en casa de Eulogio, que va a hacer la matanza del año acompañado de familiares y vecinos.

Salgo en las Mestas por la carretera que sube a Cibea y hacia el frente disfruto del viaje adentrándome en las curvas de la carretera de Cibea. Paso al lado del palacio de Carballo,  que se presenta hoy un con una manta blanca creada por la frialdad de la noche. Sigo por el puente de Valsagra y llego al Puente Nuevo, donde se bifurca la carretera  hacia Vallado y hacia Genestoso. Salgo por la izquierda hacia Genestoso. A la altura de Villar de los Indianos miro hacia  la Gobia de Cibea,  y veo como se asoma la nieve por este pico. Llego a Genestoso, y ya veo la casa de Eulogio. Entro y saludo a los dueños, Modesto, Benita y a su hijo Carlos. En el interior están desayunando todo el equipo de vecinos y familiares que van a ayudar con la matanza. Saludo a Juan de casa Teresín, Perales de casa Gavilán, Roberto de casa Pila, José de casa Laureano, y a las mujeres que harán el embutido, asesoradas por la dueña de la casa. Son Elenita, Mari y Herminia.

Sacando los uños del cerdo. Casa Eulogio, Genestoso.

En el exterior hay un fuego encendido que tiene encima un caldero ennegrecido lleno de agua que se utilizará para pelar los cerdos. En la cuadra están los cerdos gruñendo porque tienen hambre, llevan un día sin darles de comer para que su sistema digestivo esté limpio y sea más fácil lavarles las tripas.

Tras tomar un buen almuerzo y un buen café, todos los hombres se dirigen hacia la cuadra para sacar el primer cerdo. Lo sacan, lo sujetan al banco y proceden a matarlo. Actualmente, para matarlo se dispara con una pistola en la cabeza del animal para evitarle el sufrimiento y después se procede al sangrado. Antiguamente, la solución era más dramática, y, por supuesto, este primer paso es el más desagradable de la matanza, no lo describiré, pero es totalmente inevitable. Sin cerdo muerto, no hay matanza. La intención final es que el cerdo sangre bien, ya que esto es fundamental para que a la carne le entre mejor la sal.

Parte de la sangre se recoge y se utiliza para hacer las morcillas. Antiguamente se hacía con ella también las fixuelas (una especie de fixuelos con sangre).

Pelando el cerdo en el banco. Casa Eulogio, Genestoso.

Después de muerto el gocho, se mete en el duerno, recipiente donde se echa agua hirviendo para poder pelar el cerdo. Este agua hirviendo está en contacto unos minutos por todo el cuerpo del animal. Esto se consigue dándole vueltas al cerdo sin parar en el duerno. A continuación, se saca y se coloca encima del banco de matar, y aquí todos los hombres empiezan un frenético pelado o afeitado del cerdo. Este proceso debe de ser lo más rápido posible, ya que el tiempo de proceso es fundamental, si el cerdo se enfría mucho, pelará muy mal.

Se cuelga el cerdo y se abre en canal, extrayéndole las vísceras para que las mujeres las laven. Estas tripas servirán para hacer los embutidos, el estómago y la vejiga serán los recipientes donde se  meterán los huesos de butiecho. El estómago de la vaca, el morro y las pezuñas serán la base de la pota de callos, que se zamparán el día de la cena de las chuletas.

Después de terminada la mañana de la matanza, se meten las canales de cerdo a buen recaudo, tienen que estar bien colgados y abiertos para que enfríen bien y puedan cortarse al día siguiente.

El primer día de matanza ya finalizó para los hombres y se procede a degustar una buena comida en la que no falta lacón cocido, chosco y todo tipo de carnes de la matanza pasada.

Las mujeres pican la grasa de los cerdos y la cebolla para hacer toda la tarde morcillas. Esta tarde se acaba embutiendo, cociendo y colgando estas morcillas.

El segundo día de matanza toca partir la carne, es el día de partir, y, por la noche, es el día de celebración, el día de las chuletas. El matachín empieza a partir y a separar las distintas piezas del cerdo. Unas piezas irán al sal en la pila de salar de la bodega (recipiente para salar la carne), estas piezas son los jamones, lacones, el zarráu (columna del cerdo), cabezadas, uñinos y tocinos. Las partes restantes se llevan a las mujeres para que las preparen y puedan ser elaboradas en forma de embutidos. Finalmente, se preparan las costillas y las chuletas que se comerán en la cena, donde estarán invitados todos los participantes de la matanza. A esta cena también se le añade los callos de la vaca.

Las piezas que van para la pila de salar deben ser colocadas con mucho esmero por el matachín. Este les saca la sangre que aún está en la carne apretando con las manos las piezas, les echa sal procurando que todas las superficies estén en contacto con ésta e intenta colocar las piezas como si fuera un Tetris, procurando no dejar muchos huecos entre pieza y pieza. Un error aquí, y la carne puede salir mal salada, malogrando las reservas de la familia para todo el año. No todo el mundo es matachín, este trabajo requiere de cierta experiencia.

Como dije, las otras partes del despiece, pasan a la zona de elaboración de las mujeres, las mondongueras. Aquí se despieza y se seleccionan todos los tipos de carne que se agregarán a los embutidos, a los huesos de butiecho, a los lomos y a los choscos.

Pelando el cerdo y recogiendo el agua del duerno. Casa Eulogio, Genestoso.

Después de tener todas las piezas bien seleccionadas, se pasa a picar la carne. Con esta carne picada,  la mondonguera o chef de la casa mezclará de forma secreta las proporciones de carne y  adobo adecuadas para tener un producto especial. Cada casa tiene su fórmula particular. Este adobo está compuesto de conservantes y especias naturales, como son el perejil, ajo, pimiento dulce, pimiento picante, sal, etc.

Como podemos ver, la responsabilidad de esta mondonguera es muy grande, si sale mal el embutido se estropea, si el adobo no es el adecuado el embutido puede salir con un sabor demasiado salado, demasiado picante, o, simplemente, estar incomible. Cuando veo dar estrellas Michelín por comidas hechas con nitrógeno líquido y otras extravagancias, me acuerdo de estas mondongueras que no tienen ningún premio y son las que hacen comida de verdad.

Finalizado todo este proceso de picado y amasado de la carne se procede a llevar los recipientes a una zona fresca, donde se maceran bien las mezclas para ser embutidas el día siguiente. Este es el momento más álgido de la matanza. Finaliza el proceso más complicado y empieza la verdadera celebración, la cena de las chuletas. En esta cena se tira la casa por la ventana, se invita a todos los participantes de la matanza y a algunos familiares, y se inicia la prueba de resistencia a ver quién cena más fuerte esa noche. Se empiezan por los callos, que si están buenos, algunos repiten dos platos, se sigue con las chuletas, para pasar después a las costillas fritas.

Abriendo el cerdo. Casa Correo, Santulaya.

Es algo tradicional que todo esto nunca se acompañe con ensaladitas de verdura y otras zarandajas. Debe de ser solo carnes y buen vino. Antiguamente, si se iba a una cena de estas y aparecía algo de verduras para entretener, esto se tomaba muy mal por los comensales. Eso no era una cena de matanza tradicional, eso solo significaba que el ama de la casa era una tacaña y esta quería fartar a los comensales con verduras para que no comieran lo que realmente era importante, las chuletas, las costillas y los callos.

Una vez que se catan todas estas viandas, se pasa al postre, que ya no lo describo, pues cada casa tiene sus preferencias. Pero una vez más puedo decir que no tenían nada que envidiar a los de las estrellas Michelín. Está claro que con esta cena, alguien tenía que explotar, pero como dato curioso nunca se supo que alguien muriera en todo el contorno del concejo, así que tan malo no puede ser cenar tanto.

Colgando la matanza. Casa Eulogio, Genestoso.

Pero todavía no acaba aquí la historia. Después del postre, se hace una sobremesa hasta altas horas de la noche. Esta sobremesa era amenizada por dos elementos fundamentales. Uno era el río de bebidas, licores, cafés y demás excitantes que se ofrecían a los comensales. El otro elemento eran las historias que se contaban toda la noche. El lector tiene que trasladarse a épocas en las que no había televisión en las casas, y la única diversión era contar o escuchar viejas historias. Recuerdo que aquellos paisanos tenían una capacidad para contar historias impresionante, desarrollaban hasta el más mínimo detalle, te hacían vivir en presente la historia que contaban, y, lo mejor de todo, era que te hacían creer que era real, pues siempre las adornaban con nombres y lugares conocidos.

Era muy común contar historias con temas un tanto paranormales. Todo eran apariciones y situaciones extrañas e inexplicables. Estas historias dejaban intuir la existencia de mundos paralelos, el nuestro y algo más.

Pelando las cebollas.

Recuerdo como los pequeños de la casa callábamos y escuchábamos esas historias sin pestañear. Hasta aquí todo muy bien, pero cuando se acababa todo, había que ir para la cama, y esto se convertía en un suplicio. Aparecía el miedo a los fantasmas de las historias, se miraba debajo de la cama que no hubiera nadie, se ponía una silla detrás de la puerta para que no se pudiera abrir, cualquier ruido era sobrenatural, sacar las piernas de las sabanas podía ser un error mortal. Uno se dormía por inanición, se dormía de cansancio por estar en vigilia toda la noche escuchando los ruidos sobrenaturales que había fuera.

Picando cebolla y grasa para las morcillas.

Estas historias están escritas a fuego en mi subconsciente, nada mejor para no olvidarlas que el miedo que producían después. Como digo, tengo muchas en el recuerdo y describiré a continuación alguna. Llevaban sello de realidad, tenían nombres quienes las vivían, y esto les daba mayor veracidad. Está claro que la mayoría eran mentiras, simples puestas en escena de quien las contaba. Otras aparentaban ser reales, sobre todo desde el punto de vista de quien las interpretaba, otras seguro que eran producidas por los miedos irracionales de quien las vivía, pero da igual, son muy entretenidas e imaginativas. Además, muchas ya pertenecen al folclore de la zona.

A continuación describo algunas de estas historias que se contaban, y, para no extenderme, las simplificaré. No se me ocurre adornarlas con la riqueza de detalles que eran contadas, porque sería muy largo.

La sombra y Juaco de Mingón

Embutiendo las morcillas y colgadero para ahumarlas en la cocina vieja o chariega.

Contaban que un tal Juaco de Mingón, casado en  Santa Eulalia, subía de noche hacia Moral, su pueblo natal. El venía de cortejar de Santa Eulalia y por la carril del Pando, antes de llegar a San Antonio, se le apareció una sombra que lo acompañaba. Esta sombra cada vez se hacía más grande, hasta que llegó un punto a la altura de San Antonio que ocupaba toda la pista. Juaco, impresionado, y no sabiendo a lo que se enfrentaba, se dirigió  a aquel fenómeno preguntándole si lo dejaba pasar. La sombra le contestó con un consejo, “andar de día que la noche es mía”. Juaco contaba que, después de pasar esto, quedó totalmente inconsciente sin saber dónde estaba. Cuando se recuperó, siguió camino de Moral y  la sombra desapareció sin dejar rastro.

La explicación podría ser que en Santa Eulalia siempre tuvimos muy buenas viñas y muy soleadas. Aquel día, Juaco, en Santa Eulalia, pudo empinar demasiado el codo y esto le provoco que viera sombras subiendo hacia Moral.

Pepe, el matachín de casa de Olaya de Arayón

Preparando la carne para picar.

Por lo visto, hace muchos años, un tal Pepe de casa de Olaya de Arayón era el matachín que hacia las matanzas en el pueblo de Santa Eulalia. En una de estas matanzas, se quedó hasta muy tarde en la cena del día de las chuletas, y, finalizada la fiesta, se marchó para su casa de Arayón. Bajando hacia Arayón por el camino que va de Llano a Cangas, se encontró con una anciana vecina del pueblo de Llano que también se dirigía por el mismo camino y en la misma dirección. Pepe la reconoció e intento entablar conversación con ella. Le pareció raro, ésta sólo caminaba y no respondía a la conversación. Pepe consideró que la vejez de la señora y su posible sordera eran la causa de su silencio, así que la acompañó  hasta la zona denominada del Vache. En esta zona se despidió de la anciana, y bajó hacia la presa dirección a Arayón.

Al día siguiente, Pepe volvió a Santa Eulalia a hacer otra matanza y nada más llegar escuchó a los vecinos decir que por la tarde tenían que ir al entierro de una vecina de Llano. Pepe cuando escuchó esto, quedó frío; dijo, ¡hombre, que mala suerte!, todavía ayer a las tres de la madrugada me acompañó, iba dirección a Cangas. Los vecinos le increparon a Pepe que tenía que estar equivocado, ya que la vecina había muerto a las siete de la tarde. Pepe, como nos podemos imaginar, quedó impresionado, y siempre afirmó que quien lo acompañó esa noche era esa vecina de Llano o su espíritu.

El fantasma y Lola la de Lache

Chorizando. Pueblo de Santulaya.

Hubo un tiempo en el que un fantasma tenía atemorizados a todos los que andaban de noche desde Cangas a Llano. La gente veía un fantasma que aparecía y desaparecía y nunca se dejaba ver de cerca. Esto no solo le ocurrió a una persona, sino que lo veía mucha gente de la zona.  Al ser la visión tan pública, era fácil creer que era una realidad aquel fantasma. Si lo veía más de una persona, le daba credibilidad a la aparición, todos los que veían el fantasma no estarían locos. Bien, pues tiempo después, se descubrió cual era el motivo de la aparición del fantasma.

Por lo visto los Manzaninos de Cangas estaban escondidos en un nicho del cementerio para no ser apresados, y Lola, la de Lache, subía la pobre mujer disfrazada de noche a llevarles la cena. Cuando se encontraba de lejos con algún vecino que viajaba de noche, ésta se escondía y cuando pasaba volvía a aparecer. Ese era el motivo del fantasma que nunca daba la cara y aparecía y desaparecía.

La escopeta y el perro sin dientes

Atando chorizos y haciendo lomos.

Decían de un vecino de Rengos que era muy fanfarrón, que un día estaba cenando en una casa de La Viliella después de una jornada de caza, y, tras la cena, se preparó para marchar hacia su casa en Rengos. Para esto tenía que pasar el puerto del Rañadoiro. Fuera hacía una de esas noches malísimas, una de esas noches de invierno oscuras, que dicho sea de paso, son muy propicias para contar este tipo de historias. Bueno, el caso es que los demás comensales de la cena le indicaron que se quedara a dormir, ya que la noche era como mínimo muy desagradable y podía ser peligrosa. El sacó su fanfarronería, dejando ver lo valiente que era, y dijo las siguientes palabras: “yo con esta escopeta  y el perro tan bueno que tengo, no le tengo miedo ni a Dios ni al Diablo”. Se marchó de La Viliella dirigiéndose a la espesa arboleda del Rañadoiro, y los vecinos se quedaron preocupados viendo como las tinieblas del puerto lo engullían. Al día siguiente, no apareció en su casa; la cama estaba sin deshacer. La preocupación empezó a sentirse en los dos pueblos, y se pusieron a buscarlo por el monte del Rañadoiro.  Dieron con él a la media tarde del día siguiente, estaba acurrucado debajo de un xardón, con las ropas rotas, con la escopeta totalmente inutilizada y con el perro sin dientes en la boca. Le preguntaron qué le había pasado, pero estaba ido, nunca más habló y se murió cinco días después. Nunca se pudo saber qué fue lo que vio o lo que le pasó.

El perro de encima de casa de Cueiras

Esto ocurre en tiempos de las guerras carlistas. Se cuenta que había partidas carlistas por esta zona que iban a los pueblos y todos los chavales que valían para la guerra los forzaban a alistarse al ejército.

Subían vecinos de  Santa Eulalia y de Llano por el camino que pasa por casa de Cueiras y por  la plaza de los Moros, en dirección al baile que se hacía en el pueblo de Acio de Caldevilla. Cuando llegaron a la altura de la peña de la Guallina, se les apareció un inmenso perro blanco en el medio del camino impidiéndoles pasar. Cuanto más se enfrentaban al perro, este más fiero se ponía. El caso es que tuvieron que frenarse y en ese momento escucharon subir a lo lejos, por el regueiro de la casiecha, un ruido ensordecedor. Este ruido fue desapareciendo dirección a las Tabladas de San Antonio. Cuando ya no se escuchaba nada, el perro blanco desapareció de repente como una ligera niebla ante los atónitos ojos de los vecinos. Estos prosiguieron hacia el baile de Acio de Caldevilla. Al día siguiente, supieron que aquel ruido que subía por el regueiro de la casiecha, era una partida de carlistas que estaban buscando chavales para alistarlos a su ejército.

La historia cuenta que aquel perro que apareció y desapareció misteriosamente salvó a los chavales de Santa Eulalia y de Llano de ir a enfriar balas a una guerra que no iba con ellos.

Las ánimas andan por el cementerio de Cangas

Colgadero con embutido preparado para ahumar. Casa Eulogio, Genestoso.

Por lo visto, una noche estaban unos chavales de Cangas pescando a la rechumada en el río Narcea, debajo del cementerio de Cangas, cuando escucharon unas voces y unos ruidos de ultratumba que provenían del cementerio. Los chavales, al escuchar semejantes lamentos, se asustaron. Dejaron los bártulos y las truchas que tenían en el río, y se fueron para Cangas, pero estos ruidos de ultratumba siguieron sintiéndose todas las noches de los días siguientes, amedrantando a los vecinos que se trasladaban a esas horas intempestivas y pasaban cerca del cementerio.

Esto creó, como nos podemos imaginar, muchos comentarios, y, sobre todo, mucho miedo, en unos tiempos oscuros donde todas las explicaciones acababan siendo algo sobrenatural. Por lo visto se supo o se culpó después a unos curas de Cangas, que hacían esto para que se dieran misas.

Esto último no hay que cogerlo al pie de la letra, seguro que quien contó lo de los curas, tenía las mismas pruebas que los que achacaban el fenómeno a fuerzas sobrenaturales.

Los serradores y el ovni del Pando

En el pueblo de Llano había dos hermanos que se ganaban la vida serrando a mano la madera para hacer las casas. Un día subían por el Pando en dirección al pueblo de Pixán donde tenían trabajo. Tenían que serrar madera para hacer el tejado de una casa. Para llegar al amanecer a Pixán, salieron de noche de Llano, y, cuando subían por encima de Moral, vieron salir una figura redonda por el perfil de la montaña del Acebo. Esta figura era grandísima y en su centro brillaba un sol, era como si tuviera fuego dentro.

Cuando esta bola redonda se aproximó a la montaña del Pando, cogió dimensiones descomunales y los dos vecinos de Llano quedaron petrificados de miedo viendo aquello. La forma brillante se dirigió hacia Adralés, desapareciendo detrás de la montaña. Nunca se explicaron los dos hermanos que podía ser eso que vieron.

Hoy, desde la distancia, yo me inclino a pensar que era un globo aerostático que venía viajando por esta zona y el fuego brillante interior, era el quemador que tienen para variar la densidad del aire.

Pero claro, yo actualmente tengo esa información, pero en aquellos tiempos remotos, en una zona aislada como esta, ¿quién sabía lo que era un globo aerostático?; era fácil impresionarse.

Juaco de Xipón de Santa Eulalia, el Cristo y las Ánimas de la Santa Compaña

Esta siempre la contaba Juaco de Xipón, que tenía un don especial para narrar este tipo de historias.

Bajaba Juaco de Xipón de Santa Eulalia de cortejar en Veiga, y se le echó la noche encima. A la altura de la casilla de Llano, vio salir del río una figura como un Cristo crucificado, parecía un fantasma, y este andaba con una cruz al hombro y emitía grandes lamentos. Xipón, se paró, pues estaba todo muy oscuro, y, al pararse, también percibió un sonido a lo lejos como una campanilla que sonaba rítmicamente. Xipón, impresionado, no lo dudó: “esto deben de ser las Animas de la Santa Compaña”. Dejó que se alejara aquella figura crucificada, y, de repente, siente un repicar metálico de botas subir por la carretera. Era Juanín de Vegapope, que subía de cazar y calzaba unas botas ferradas con elementos metálicos, a éste le acompañaba su perro de caza. Este perro tenía un cascabel, y el sonido que producía era igual al que Juaco había escuchado de acompañamiento del crucificado. A Juaco ya solo le quedaba saber quién era el crucificado para entender todo lo que había visto. Le preguntó a Juanín si se había cruzado con un fantasma que arrastraba una cruz y Juanín le dijo que sí. Que el fantasma era un vecino de Llano que llevaba una piértiga de madera al hombro para hacer un carro, y, como era tan pesada, se iba lamentando y de vez en cuando se acordaba de todos los santos.

Lo que son estas historias, de noche todos los gatos son pardos. Si Juaco no se cruza con Juanín de Vegapope, le queda el cuento de que vio un ser lamentándose con voces de ultratumba que  llevaba una cruz a cuestas, y, para rematar lo acompañaban Ánimas de la Santa Compaña que al andar hacían sonidos metálicos y tocaban campanillas.

El muerto de Amago que robaba las veceras del agua a los vecinos

Matanza recién sacada de la sal. Casa de Agustina, Moral.

Un vecino de Amago subió a la cena de la matanza con su padre al pueblo de Villar de Adralés, y, a altas horas de la noche, bajando ya para su pueblo, vieron el espíritu de un vecino muerto cambiando la vecera del agua en un prado.

Este vecino, en vida ya había sido muy problemático, pues tenía la mala costumbre de andar de noche robando el agua de riego de otros vecinos para echarla a los prados de su propiedad. Por lo visto, esta manía le quedó después de muerto, y el espíritu no descansaba en el más allá, volvía todas las noches a hacerles la misma faena a los vecinos.

Las pegas (urracas) y los perros huelen la muerte

Se contaban infinidad de casos donde las pegas tenían un protagonismo un tanto misterioso. Por lo visto, estas olían la muerte, o, simplemente, la veían cuando venía a hacer su trabajo con la guadaña. Días ante de morir alguien en una casa, a veces ocurrían sucesos especiales con las pegas. Estas se ponían medio locas y acudían en manada a picar contra las ventanas de la casa. Chocaban repetidamente con los cristales de las ventanas, lo hacían con tanta intensidad que a veces dejaban su propia sangre en los mismos. Esto era un mal presagio, algo le iba a pasar a algún miembro de la casa. Finalizaban la historia relatando varios nombres de varias casas que murieron en los días siguientes del suceso de las pegas.

Los perros también huelen la muerte, estos empezaban a aullar insistentemente en la casa donde en pocos días habría una defunción.

Apariciones

Eran muchas las historias de apariciones. Un vecino de Llamas está en la habitación acostándose, apaga la luz y siente un peso importante a los pies de la cama. Se incorporó y ve la imagen de su hermana muerta mirando para él. Sobresaltado, le preguntó qué quería, y ella dirigiéndole una leve sonrisa desapareció. Evidentemente, el vecino de Llamas tiene nombre y apellidos, esto no dejaba lugar a dudas, la aparición tuvo que ser real.

Otro sentía como todas las noches las vacas en la cuadra se sobresaltaban y cuando bajaba a ver lo que pasaba todo estaba en calma. Una noche bajaron el dueño de la casa y su hijo para coger al ladrón que alteraba las vacas y la sorpresa fue mayúscula, en el centro de la cuadra estaba la imagen del abuelo fallecido. El amo de la casa casi se desmaya. Le preguntó a la imagen que qué quería, y esta no contestó, se giró y desapareció.

 

Podría seguir escribiendo miles de estas historias. Hay que ponerse en la piel de un niño de nueve años que está escuchando todo esto; ahora se puede entender porque yo no quería ir a dormir el día de la cena de la matanza.

En la matanza del año siguiente, mis primos y yo no nos acordábamos del miedo que pasábamos escuchando estas historias, y repetíamos el proceso, callados y sin pestañear volvíamos a escuchar las nuevas historias que se contaban en la sobremesa del día de las chuletas.

Tras estas historias, vuelvo al tema que nos ocupa, que es la matanza, y describo lo que se hacía el ultimo día, que era al día siguiente de la cena de las chuletas. Este día se prepara todo el embutido y se cuelga. Esto es todo un espectáculo. Normalmente estos colgaderos ocupaban toda la superficie del techo de una cocina vieja. Este techo está totalmente ennegrecido por el humo. El contraste de colores es total, de fondo el color negro del techo ahumado, delante todo el embutido de color rojo pimiento. ¡Qué plasticidad, qué expresividad, qué capacidad de combinación de los colores! Ni Van Gogh, ni Picasso, ni nada. No hay lienzo mejor que este colgadero de embutidos.

Las semanas siguientes se empieza a esmesar (sacar) porciones de chorizo para freírlo acompañado de unos huevos. Degustar este plato tan simple se convierte en un momento sublime.

Todo el producto que resulta de esta matanza, la dueña de la casa la va distribuyendo en porciones controladas para que dure todo el año. Si esta mujer era buena administradora, la matanza duraba hasta la siguiente, si por el contrario no lo era, a mitad del año ya no había nada en los colgaderos.

Genestoso. Enrique RG Santolaya probando el embutido en casa Eulogio, con Modesto y su hijo Carlos.

Por Navidad había que mandar paquetes para los familiares de Madrid con la prueba de la matanza, ellos enviaban el turrón.

También había otros momentos de más gasto en los que se tenían que poner más cantidad de comida. Por lo general, esto ocurría siempre en las celebraciones y en la recogida de las cosechas, como la recogida de la hierba, del trigo, del maíz, del vino, etc. A estos trabajos acudían muchos vecinos a ayudar, y tenía que disponerse de más comida. Con el vino pasaba lo mismo.

Alguna vez me contaron que para segar un prado por la zona de las chamas de Llano, había cinco hombres, y el amo del prado subió un garrafón de veinticinco litros de vino y lo metió en un pozo de agua para que estuviera frío. Cada maracho (hilera) de hierba que segaban, paraban y echaban un trago. La anécdota fue que a las doce del mediodía, el dueño del prado tuvo que bajar de nuevo a casa a por más vino porque se acabó todo. Esto demuestra que la comida y la bebida desaparecían muy rápido en esos días de recogida donde se juntaba tanta gente.

Escribiendo este último párrafo, pienso yo, como pudieron acabar el prado aquellos segadores después de beber tanto vino. Si yo bebo cinco litros de vino por la mañana, solo pueden ocurrir dos cosas: o me tumbo debajo de un árbol a dormir la mona, o me tienen que bajar directamente para el hospital de Cangas.

Enrique R.G. Santolaya


Vídeo: Proceso de elaboración de la matanza en el pueblo de Santulaya


12.- Pesa de lagar en Llano

12.- PESA DE LAGAR DE VINO

Localización

Chanu / Llano. Parroquia de Santolaya / Santa Eulalia. Está junto al edificio que albergó el lagar de vino, en su exterior, y a la vivienda n.º 40, en el centro del pueblo situado junto a la carretera AS-15. Hoy es propiedad de Casa Perico. El edificio fue reformado en las últimas décadas y se utiliza en la actualidad como almacén. No conserva ningún otro elemento vinculado a su antiguo uso como lagar de propiedad compartida.

Coordenadas

Huso: 29T.  X: 698.155, Y: 4.781.393, Z: 401

Descripción

De buena talla de arenisca y esquinas en bisel (aristas laterales verticales y superiores). Anclaje al fuso mediante entalle en la parte superior de la pieza. Presenta una perforación y argolla para enganche de alambre metálico para desplazamiento y traslado en los dos laterales cortos.

Es la pesa de más cuidada labra de las que se conservan en el concejo de Cangas del Narcea.

Medidas

Altura: 71 cm.  Sección de base y parte alta de 55 cm de lado.

En la parte superior presenta ranura longitudinal para engarce de pieza de madera de sujeción en “cola de milano”: 16 cm de profundidad; 10,5 cm de apertura superior y 20 cm de ancho de la base de la misma.

En el centro, el apoyo en sí del fuso, de sección circular y 16 cm Ø interior y 26 cm Ø exterior.

Fotografías


  • Ficha elaborada por Dávid Flórez de la Sierra, marzo de 2016.

[1939-1943] Manuel Arias Menéndez

Manuel Arias Menéndez
(Chanu / Llano, Cangas del Narcea, )

18 de diciembre de 1939 – 31 de agosto de 1943

Propietario de un café en Madrid. En 1940 se presenta un proyecto de reforma interior de la villa en el solar que ocupaban el convento y huerta de las monjas dominicas.

Inauguración de la luz eléctrica en Cangas del Narcea, 1899

Construcción de la presa de la central de la Sociedad Eléctrica de Cangas en el río Narcea, junto al puente de Chanu / Llano, 1898

El siglo XIX es la época de la industrialización y de los grandes inventos que van a comenzar a cambiar el mundo. El ferrocarril, el telégrafo, la fotografía, el teléfono, la electricidad… son inventos de esa centuria que irán llegando poco a poco a Cangas del Narcea y cambiando (y mejorando) la vida de los vecinos. Las primeras fotografías que se tomaron en el concejo debieron hacerse hacia 1880, el telégrafo se instaló en 1886, la luz eléctrica se vio por primera vez en 1899 y el teléfono se inauguró en 1925. El ferrocarril, en cambio, nunca atravesó estas tierras, aunque muchas personas lo intentaron denodadamente. ¿Qué hubiera sido de nuestro concejo si se hubiese construido la línea de ferrocarril Pravia-Cangas-Villablino-Ponferrada?

La primera central eléctrica del mundo funcionó en Nueva York el 2 de septiembre de 1882, fue un invento de Thomas Edison. Este invento llegó a Cangas del Narcea diecisiete años más tarde, en 1899.

El 18 de julio de 1897 se lee en un pleno del Ayuntamiento de Cangas del Narcea una carta de la casa de comercio de los Sres. Caunedo, de Luarca, con una propuesta para establecer el alumbrado eléctrico en la villa. El asunto se valoró muy favorablemente, primero, por las ventajas de este alumbrado con respecto al de petróleo, “tan escaso e imperfecto, que apenas merece la pena de sostenerlo”, y segundo, porque el coste del nuevo alumbrado no era excesivamente caro: el alumbrado de petróleo costaba al Ayuntamiento 1.500 pesetas anuales y el presupuesto del eléctrico era de 2.250 pesetas. En consecuencia, nuestros regidores actuaron con gran celeridad y un mes después, el 17 de agosto de 1897, aprueban las condiciones para sacar a subasta pública el suministro de luz eléctrica para el alumbrado de la villa. El servicio se convoca por un periodo de treinta años e incluye “mil bujías de luz eléctrica distribuidas en cien focos o lámparas, que se han de colocar en los puntos que designe el Ayuntamiento”. Durante el transcurso de estos treinta años “el Ayuntamiento se compromete a no autorizar a ninguna otra empresa ni particular para tender cables, alambres ni tuberías por las calles y plazas de la villa con objeto de facilitar luz eléctrica, siendo por lo tanto privilegio del contratista”. Las horas de alumbrado con todos los focos o lámparas encendidos se establecen desde el anochecer hasta las doce de la noche en los meses de noviembre a abril, y desde el anochecer a la una de la madrugada en los seis meses restantes; pasadas las doce y la una, según los meses, el adjudicatario tenía que dar “medio alumbrado hasta el amanecer”, es decir, se apagaban la mitad de los focos.  Los gastos de instalación de la maquinaria y de toda clase de aparatos corrían a cuenta del contratista, que quedaba también autorizado para facilitar alumbrado a casas particulares y empresas. En 1899, como la energía eléctrica solo se empleaba para alumbrar y no para mover máquinas, el suministro que se ofrecía a los particulares comprendía solamente “desde media hora antes de la puesta del sol, hasta media hora después de su salida”.

Contrato de abonado de la Sociedad Eléctrica de Cangas de Tineo, 1900.

A la subasta del Ayuntamiento de Cangas del Narcea se presentaron dos ofertas: una de Porfirio Ordás Sanmarful, vecino de Ambasaguas, por 2.250 pesetas al año, que pretendía convertir en central eléctrica un molino que tenía en el barrio de Santiso, y otra de Claudio Alfonso Gómez, de Morzó, por 2.249 pesetas. Se le da el servicio de alumbrado al segundo, por ser la oferta más económica. Claudio Alfonso traspasa unos días después dicha contrata a Marcial Rodríguez-Arango González-Regueral, de Cangas del Narcea, que constituye el 12 de noviembre de 1897 la sociedad “La Eléctrica de Cangas”. Esta sociedad girará bajo la razón social de Arango, Suárez y Cosmen, y estará integrada por tres socios: Francisco Suárez Díaz (también conocido como Francisco Suárez Dóriga, que eran los apellidos del padre), vecino de Cangas del Narcea; Cándido Cosmen Cosmen, de El Puerto de Leitariegos, y el mencionado Marcial Rodríguez-Arango.

Estado actual de la central de la Sociedad Eléctrica de Cangas, en Arayón.

“La Eléctrica de Cangas” construye una central hidroeléctrica en el lugar de Arayón, a orillas del río Narcea, cuyas aguas aprovecha a partir de una presa construida junto al puente de Llano. Esta central comenzará a funcionar el 30 de junio de 1899 y ese mismo día se alumbran por primera vez las calles de la villa con luz eléctrica.

Estado actual de la presa y la entrada del canal de la central de la Sociedad Eléctrica de Cangas, en el puente de Chanu / Llano.

La central la había montado el técnico Augusto Gresnert, y su explotación en los años 1901 y 1902 estará en manos del ingeniero gijonés Victoriano Alvargonzález, que estaba especializado en esta clase de fábricas. El edificio todavía se conserva en la actualidad, aunque muy modificado, así como la presa que desde Llano conducía el agua por la margen derecha del río.

Estado actual de la central de la Sociedad Eléctrica de Cangas, en Arayón.

La central hidroeléctrica de Arayón fue la primera y la única que existió en Cangas del Narcea hasta bien entrado el siglo XX. El contrato por treinta años entre el Ayuntamiento y “La Eléctrica de Cangas” era un freno muy importante para la instalación de otros empresarios. No obstante, en 1906 los hermanos Roberto y Alfredo Flórez González solicitan al Gobierno Civil autorización “para cambiar el aprovechamiento de aguas que disfrutan del río Naviego, para fuerza motriz de un molino y destinarlo en lo sucesivo a la producción de energía eléctrica para alumbrado”. El  molino es el que aún está en la villa de Cangas, al lado del puente de piedra, y que habían comprado, junto a José Mª Díaz López Penedela, a Anselmo Gonzalez del Valle. A esta solicitud se opuso la Sociedad Arango, Suárez y Cosmen, pero el Gobierno Civil desestimó esta oposición y  autorizó a los hermanos Flórez Gonzalez a producir energía eléctrica. De todos modos, la “Hidro Eléctrica del Luiña”, que se estableció en este molino, no comenzó a funcionar hasta 1924. A  estas dos centrales se sumarán en los años veinte y treinta la “Hidro Electra de Villacibrán”, cuyo propietario era Victorino Bardal Puente, vecino de Val.lau / Vallado, y otra central en la parroquia de Cibea, así como dos más en la villa: una en el barrio de Santiso  y otra en Ambasaguas, donde la  “Eléctrica de Cangas del Narcea” inaugura el 2 de mayo de 1932 una nueva hidroeléctrica que aprovecha la estacada y la presa de la vieja central de Arayón.

El suministro de luz eléctrica ira extendiéndose muy poco a poco por todo el concejo, y no llegará a los pueblos más apartados hasta los años ochenta del siglo XX, en que puede darse por concluida la expansión de este servicio.

Recibo de la Sociedad Eléctrica de Cangas de Tineo, 1900.

Desde hace varias décadas, todas aquellas centrales hidroeléctricas canguesas están cerradas y las empresas que las sustentaban han desaparecido. La energía eléctrica que se consume en Cangas del Narcea, debido a la mejora de las redes de distribución y a la concentración de la producción en grandes empresas, procede en su totalidad de fuera del concejo. La última fábrica que funcionó fue la de Ambasaguas, propiedad de la sociedad ELCANASA, dirigida por Alfonso Rueda Rodríguez-Arango, que fue adquirida por UNION FENOSA a principios de los años ochenta del siglo XX.

Pero volvamos al siglo XIX, al viernes 30 de junio de 1899, al día aquel en el que se inauguró la luz eléctrica en la villa de Cangas del Narcea y conozcamos a través de la crónica que publicó el diario El Correo de Asturias, de Oviedo, como se vivió esa jornada:

Bendición de las máquinas de la luz eléctrica e inauguración de ésta en Cangas de Tineo

Días pasados anunciamos en nuestro periódico que en Cangas de Tineo se habían hecho con éxito satisfactorio las pruebas del alumbrado eléctrico.

Terminados los trabajos de instalación de dicha luz, los socios D. Marcial Arango, D. Francisco Suárez Dóriga y D. Cándido Cosmen, invitaron a los señores alcalde y varios concejales del ayuntamiento de la expresada villa, al señor juez de instrucción y a otros para que tuvieran la amabilidad  de concurrir al acto de la bendición de las máquinas.

Hízose ésta con toda solemnidad por el R. P. Dominico Fray Lesmes Alcalde, acompañado de los de la misma Orden y Colegio de Corias PP. Alfredo Fanjúl y Matías García, ante un concurso selecto de personas, a las seis de la tarde del día 30 de junio próximo pasado.

Terminada la bendición, trasladáronse los invitados a un hermoso campo contiguo a la fábrica del alumbrado, campo en el cual tenían los Sres. Arango, Suárez y Cosmen preparado a los invitados un suntuoso banquete, en el que abundó, entre otros suculentos y distintos platos, el incomparable jamón cangués, no escaseando los excelentes vinos -incluso el espumoso Champagne- y licores, el aromático café y buenos cigarros habanos.

Entre otros de los invitados, hallábanse los tres RR. PP. ya citados, el Sr. Juez de instrucción D. Ángel Rancaño, el municipal D. Claudio Díaz Argüelles, el abogado D. Fernando Graña Ordóñez, el exalcalde D. Manuel Rodríguez, el concejal D. Joaquín Martínez, el capitalista D. José Suárez Dóriga, D. José Alfonso, de Orallo, en Laciana, D. José Cosmen conocido por el Provisor, la señora de éste, D. Secundino Izquierdo y el inteligente práctico encargado de la instalación de la luz eléctrica D. Augusto Gresnert.

Los Sres. D. Marcial Arango, D. Francisco Suárez y D. Cándido Cosmen hicieron con exquisita amabilidad, delicada y fina atención, los honores del banquete.

Levantado éste, pasaron las relacionadas personas y otras a la fábrica del alumbrado, en la que D. Augusto puso seguidamente en movimiento las máquinas, y se vio en ella una inmejorable luz, cuya inauguración se realizó entonces, prestando desde ese momento a los particulares que la tienen instalada y al publico cangués muchos y valiosos servicios.

Después trasladóse la comitiva -excepto los PP. Dominicos que regresaron a su Colegio de Corias- a la villa de Cangas, recorriendo las plazas, calles y varios establecimientos públicos, y admirando entusiasmada, los excelentes efectos de la luz y lo muchísimo que esta hermosea y realza a la población.

Hay, pues, en Cangas de Tineo un alumbrado eléctrico de lo mejor, para cuya instalación no escatimó cosa alguna la sociedad “Sres. Arango, Suárez y Cosmen”, a quienes enviamos nuestra cordial enhorabuena, y les deseamos pingües rendimientos respecto del capital que animosos y decididos invirtieron en obra tan sumamente útil para dicha localidad.

Ahora solo falta que esa comarca vea, dentro de breve plazo, confundirse en sus hermosos valles y cañadas el ruido monótono del Narcea, con el eco civilizador del silbido de la locomotora; el día que tal suceda señalará el comienzo de una era de prosperidad y engrandecimiento de esa zona, olvidada desde hace tiempo casi por completo de nuestros gobernantes.

La pequeña playa de Cangas: El río de Llano

Llano y el arenal

El pozo de Chanu / Llano es para varias generaciones de cangueses algo más que un lugar de baños. Es la representación por excelencia del verano. Enrique Rodríguez García (Santolaya) recuerda, en compañía de su vecino y amigo José Luis Ordás, aquellas tardes de verano de sol, agua, amigos y fiestas, en las que el río de Llano se llenaba de chavales y chavalas, y se pregunta a que esta esperando el Ayuntamiento de Cangas del Narcea para adecentar el camino de El Cascarín a Llano, y para acondicionar el río y hacer en Llano la playa fluvial que reclaman cangueses y turistas.


LA PEQUEÑA PLAYA DE CANGAS: EL RÍO DE LLANO

Por Enrique Rodríguez García (Santolaya). Mayo 2010
 

Capilla de San Antonio del Pando

Subiendo desde El Cascarín hacia el pueblo de Trasmonte por la sierra, nos encontramos con la capilla de San Antonio del Pando. Un poco antes de llegar a esta capilla, sale un camino hacia la derecha que cruza los prados denominados de Las Bragadas de Santa Eulalia, y al final de estos hay un pequeño promontorio que se llama La Cuesta.

Desde aquí se divisan de forma privilegiada los pueblos de Adralés, Amago, Penlés y Llano, así como el río Narcea.

Vista del río de Llano desde la cuesta (el Pando)

Paseando por esta zona del Pando me encontré con mi buen amigo y vecino José Luis Ordás, sentado con la mirada un poco perdida en el horizonte. Supuse que estaba dormitando, debido al calor húmedo que está presentando esta primavera; pero no era así, me dijo que estaba recordando y se quejaba melancólico de que los que nos acercamos a los cincuenta años estamos en terreno de nadie: ni somos ancianos, ni somos desgraciadamente demasiado jóvenes y según él, lo que demuestra esta teoría, es que el cerebro ya está amueblado con muchos recuerdos. No tuve más remedio que darle la razón a mi buen amigo Ordás. Le pregunté qué recuerdos pasaban por su mente y me dijo que se acordaba cuando tenía catorce años y era todavía un chaval imberbe, con un cóctel impresionante de hormonas en la sangre. En esta edad, según él, nada era difícil, si había que jugar un partido de fútbol tres horas seguidas, se hacía y el cuerpo recuperaba en diez minutos.

Vista del arenal del río de Llano

Mi amigo recordaba que cuando se acababan las clases en el colegio de El Reguerón a mediados de junio y empezaba el verano, había varias señales que indicaban claramente que se acercaba esta estación: la primera era que empezaba a oírse por encima de El Cascarín el inconfundible canto del cuco; otra señal era que ya empezaba a haber cerezas tempranas por Llamas, Santa Eulalia y Obanca; pero lo que mejor indicaba la llegada del verano era que ya comenzaba la gente a bañarse en el río de Llano.

Crecida del río Narcea a su paso por Llano

Me sumé a los recuerdos de Ordás y empezamos a hablar de aquellos años, que para nosotros, como es normal, son entrañables. Recordamos la cantidad de chavales y chavalas de Cangas que subían en bicicleta por la carretera y andando por El Cascarín a bañarse al río de Llano. Los dos pozos del río, el que está debajo del puente y el que está enfrente del arenal, estaban algunos días con el aforo lleno. El arenal, que cada año cambiaba de fisonomía debido a las crecidas del invierno, se llenaba de toallas con gente tomando el sol.

Puente de Llano. Por el ojo del puente se ve la zona de la estacada en ruinas

Me recuerda Ordás, como no podía ser de otra forma, lo guapas que estaban las mozas de Cangas estrenando bañador y tomando el sol en Llano. También recordamos lo temerarios que éramos algunos al tirarnos del puente abajo, unos de pies y otros, los más arriesgados o inconscientes, de cabeza. Esto se podía hacer porque un poco más abajo había un muro al que llamábamos “la estacada”, que represaba el agua para conducirla por terrenos de Santa Eulalia y Arayón hacia la central hidráulica que esta en Ambasaguas. Gracias a este muro, el nivel del río debajo del puente estaba más alto y permitía tirarse sin llegar al fondo.

Antiguo muro en ruinas que represaba el agua para la central hidroeléctrica de Cangas

Hoy, al no existir dicha presa, sería una temeridad tirarse desde este puente.

Seguía transcurriendo el verano y entre baño y baño se sentían los primeros voladores de las novenas del Carmen y por los valles de Santa Eulalia los chavales ya nos poníamos nerviosos. Esto indicaba claramente que estábamos a un paso de las fiestas del Carmen y una vez más había una señal inequívoca, era la llegada de los coches de choque. Cuando esto ocurría, el Carmen ya era inminente.

Fiestas del Carmen de Cangas del Narcea

Lo demás ya no hace falta describirlo, lo seguimos viviendo cada año: baile en la verbena, fuegos artificiales, baile por las calles y bares de Cangas, charangas, copas de todos los colores y sabores, descargas de día y de noche y una tremenda afonía al final de las fiestas, afonía que nunca se achaca al alcohol sino al hielo de la bebida. Esto último es curioso, pues es lo más inocuo que se mete uno para el cuerpo esos días de fiesta, aunque algo de realidad habrá al echarle la culpa al hielo; ya lo indica el dicho: “El agua, tanto líquida como sólida, solo es buena para las ranas y no siempre”.

Llegaba la Magdalena y marcaba el final de las fiestas, toda la explosión de bullicio, de vida, volvía a su ritmo normal. Los afortunados que marchaban de vacaciones desaparecían de Cangas y los que se quedaban volvían a tomar el sol y a bañarse en la pequeña playa de Cangas: el río de Llano. Y se seguían disfrutando otras fiestas del concejo, como Las Veigas en Besullo, San Ramón en Llano, la fiesta de La Regla,…

Con todo esto, llegábamos a septiembre y empezaba el calvario de las clases; de nuevo a aguantar a aquellos profesores de los que algo de sus enseñanzas nos ha quedado y les tenemos que agradecer.

Vista del río desde el puente

Nos damos cuenta mi amigo Ordás y yo, que en aquellos veranos de una u otra forma los baños en el río de Llano siempre estaban presentes.

Actualmente, el río de Llano ya no es lo mismo, ya no hay tanta afluencia de gente, hasta hace poco estaba muy sombrío, el sol no entraba debido a la excesiva vegetación que rodeaba el arenal.

El verano pasado se acercó a mí una pareja de turistas que se alojaban en la suntuosa casa de aldea de Cachón de Santa Eulalia. Me preguntaron si les indicaba alguna zona del río Narcea donde pudieran tomar el sol, bañarse y merendar; les indiqué el río de Llano y cuando los volví a ver al día siguiente, me dijeron que estuvieron muy bien, pero que era una lástima que esta zona no estuviera mejor acondicionada.

Es fácil pensar que si apostamos por el turismo, habrá que ofrecer al turista todas las posibilidades de ocio que se pueda. No basta con alojar al turista en una casa de aldea y entretenerlo con los manjares de la zona. Hay que ofrecerle actividades de todo tipo: esquí en Leitariegos, visita a Muniellos y otras zonas, rutas de montaña y en coche, fiestas, museos y, ¿por qué no? una zona para bañarse y tomar el sol en un entorno natural del río Narcea cerca de la villa de Cangas. Esto sería la pequeña playa fluvial de Llano.

A ver si algún político de nuestro Ayuntamiento se decide a convertir en un paseo el viejo camino de El Cascarín a Llano, y acondiciona el río para disfrute de cangueses y turistas.

Pozo debajo del puente de Llano

Para finalizar, ya que nos acercamos a las fiestas del Carmen 2010, mi amigo Ordás y yo deseamos que paséis buenas fiestas a todos los cangueses que se acerquen por estas fechas a disfrutar del Carmen y, por supuesto, después de las mismas, para entonar el cuerpo de la resaca, nada mejor que volver a echar un baño y tomar el sol en la pequeña playa de Cangas, el río de Llano. Un chapuzón en “el pozón”, debajo del puente, es mil veces mejor que el más prestigioso spa o balneario y, por supuesto, más barato, que no viene mal en estos tiempos de crisis.


Parroquia de Santolaya de Cueiras

Santolaya / Santa Eulalia

♦ Casa Cachón ♦ Casa Coque ♦ Casa Correo ♦ Casa Evarista ♦ Casa Farrín ♦ Casa Frutos ♦ Casa Fuertes ♦ Casa García ♦ Casa Garrido ♦ Casa Mingón ♦ Casa Palacio ♦ Casa Simón ♦ Casa Xipón

Arayón

♦ Casa Mourán ♦ Casa Olaya

Cueiras

♦ Casa Cueiras

Chanu / Llano

♦ Casa Agudín ♦ Casa Alberto ♦ Casa Alonso ♦ Casa Anisino ♦ Casa L’Anuca ♦ Casa Avelina ♦ Casa Calita ♦ Casa Campa ♦ Casa Carralo ♦ Casa Cartero ♦ Casa Concha ♦ Casa Chope ♦ Casa Estanqueiro ♦ Casa Fabián ♦ Casa Feito ♦ Casa Garrincha ♦ Casa Gonzalo ♦ Casa Grabiel ♦ Casa Juaco ♦ Casa Juanito ♦ Casa Lola ♦ Casa Lozano ♦ Casa Manolito ♦ Casa Pelayo ♦ Casa Pepe ♦ Casa Periquín ♦ Casa Preciado ♦ Casa Ramón ♦ Casa Román ♦ Casa Sidro ♦ Casa Tacones ♦ Casa Treito ♦ Casa Trones ♦ Casa Xastre ♦ Casa Xastrín ♦ Casa Zancao

Santuyanu /Santullano

♦ Casa Santuyano

La encantada del Pozo la Rinconca

Es creencia común en el concejo de Cangas del Narcea que el día de Santiago (25 de Julio) no deben tomarse baños en el río, porque todos los años, en esa fecha, se ahoga una persona. El porqué de esta creencia se ha olvidado, pero es posible que tenga que ver con una encantada que fue expulsada del río Narcea hace muchos años. Esta leyenda canguesa se documenta en otros lugares de la cornisa cantábrica (País Vasco, Cantabria) y el norte de Portugal, y ha adquirido especial carta de naturaleza en la leyenda del origen del Lago de Sanabria (Zamora). 

Lugar: Chanu / Llano, CANGAS DEL NARCEA.

Informante: Román Fernández Amago, 75 años, de casa Cueiras (1998).

Recopilador: Jesús Suárez López (Archivo de la Tradición Oral-Museo del Pueblo de Asturias).

Yo tengo oído a mi abuelo ya que había una encantada ahí debajo, en el pozo La Rinconca, y pa sacala tenían que criar dos xatinos mellizos, gemelos. Y decían que tenían que sacala con una grade que hay pa eso de las tierras y con una pareja de bueizucos, de xatucos que mamaran toda la leche de la vaca, que nun podían ordeñar la vaca, que tenía que ser la leche toda pa ellos.
 
Y un buen día, pues nun taba el paisano en casa y llegó la encantada, que quería leche pa un niño que tenía o no sé qué. Y la paisana, cosa de mujeres, diole pena, claro, y púsose a ordeñar la vaca de los dos xatinos mellizos, que nun podía ser ordeñada. Y en aquel momento llegó el paisano:
 
—¿Pero tú qué haces?, si yá la encantada, y tal.
 
Y va él ya coge la canada y tiro la leche pol !!ombo de los xatos, y diz él:
 
—¡El que no mamaron pol !!ombo lo llevaron!
 
Y hale, así quedó. Y luego ya fueron a sacala, y fueron con la grade de madera y aquella parejina de xatucos grandes, que ya trabajaban. Echáronlos al pozo y sacáronla. Y cuando la echaron fuera con la grade, echó así mano a la cabeza, arrancó un pelo y tirólo al río, y diz ella:
 
—¡Adiós miou pelo celemín, que to’los años tendrás un pelegrín!
 
Y entonces teníamos algo de astucia nosotros, cuando ibamos a bañanos de chavales, el día de Santiago teníamos algo de astucia sobre eso, de no bañarnos el día Santiago, que hablaban que si fuera ahogáu o nun sé qué decían.
 
Bibliografía: Luis Cortés Vázquez: «La leyenda del Lago de Sanabria», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, 4 (1948), págs. 94-114.