Rumbo a L.lamas
Tras las gestiones oportunas para la cita por parte de Collar, quedamos en encontrarnos en Casa Farruco, en Cangas, a partir de las cuatro y cuarto de la tarde. De camino, coincidiendo con mi paso por delante de la panadería Manín, una repentina hipoglucemia me hizo salivar, y considerando que tenía tiempo suficiente, entré y me dispuse a reponer con un carajto take away los niveles de azúcar en sangre.
Creyendo, no sé por qué, que sería el primero en llegar al punto de encuentro, al abrir la puerta pude comprobar que ya se encontraban allí Collar, Jorge, Mercedes y Sandra. A medida que la camarera iba despachando infusiones y cafés al gusto, y con la llegada de Elena y de Benito, pertrechado éste con sus cámaras y resto de equipo, el grupo se fue completando, entre comentarios diversos que incluían la planificación de la jornada. En la última reunión de El Payar habíamos acordado para este año 2025, año del centenario, entre otras cosas, la organización de una exposición en torno a la cerámica negra de L.lamas del Mouro. Era, por tanto, necesario desplazarse al lugar para recabar información y comenzar a organizar la actividad. Saludos varios, más cafés y, en cuestión de minutos ya nos íbamos distribuyendo en los dos coches que nos iban a llevar a destino: Collar, Sandra, Elena y Benito por un lado y Jorge, Mercedes y yo por el otro.
Carretera abajo, disfrutando de un relativo buen tiempo, al llegar a Xavita, Jorge, gran conocedor del terreno que pisamos y aún mejor conductor, enfoca la pendiente con el debido cuidado y respeto que impone la blanca y helada superficie del avesíu puente que cruza el Narcea.
— Con este cambio de tiempo, y en cuanto caigan cuatro gotas, la carretera se va a poner criminal. Xelada negra, la más peligrosa, porque no se ve.
— ¡Cómo se nota que aún no has desconectado!
— Son solo cuatro meses los que llevo retirado- responde nuestro experto en carreteras.
— Bueno, ahora sí que vas a disponer de más tiempo para el «Tous pa Tous».
Superado el tramo inicial, y a medida que vamos dejando atrás Xarceléi y Pambléi, el valle se va abriendo y las vistas se van haciendo cada vez más espectaculares. Tibios rayos de sol nos obligan a bajar a regañadientes los tornasoles, reduciendo así la visión de tan magnífico panorama. Los Remedios, un verdadero oasis para los habitantes de la zona, nos muestra cómo una pequeña empresa de fabricación de madreñas, complementa la actividad agrícola y hostelera de la familia que la regenta.
Más arriba Bruel.les, con su centro de concentración escolar cada vez más menguado, nos recuerda cómo la despoblación sigue haciendo mella en la comarca.
Y, finalmente, L.lamas. Acercándonos al lugar, nos fijamos en el terreno l.lamuergosu y poblado de xuncleiros y en la superficie del terreno, y cómo las hondonadas circundantes revelan espacios en los que antaño se extrajo la materia prima para la elaboración de los xarros prietos.
— ¿Cuál será la casa Celista?
— Podría ser aquella de allí, pero no estoy segura. Tenemos que preguntarles luego cuál de ellas es.
La familia nos espera al pie de la vivienda, y pronto Manuel Rodríguez, el patriarca, nos conduce a través de una escalera, en la parte trasera de la tienda, al taller. Al abrir la puerta, un agradable golpe de calor nos recibe y nos da también la bienvenida. Una vieja estufa de leña en el centro de la estancia se encarga de aclimatarla, al tiempo que reduce la sensación y olor a humedad.
— Sin ésta, aquí no se vive.
Poco a poco, todos los miembros de la expedición vamos distribuyéndonos en el interior de la pequeña habitación, un habitáculo de unos 20 metros cuadrados, salpicado de manchas de barro y en el que se amontonan piezas en distintos momentos del proceso de secado y pulido. Intentando no molestar mucho, vamos ocupando espacios que nos permitan ver y oír, atentos a recoger toda la información que nos sea posible, mientras el maestro alfarero ocupa su lugar, a bordo del torno tradicional.
Mercedes, cuaderno y bolígrafo en mano, comienza a desgranar el cuestionario, que previamente había preparado, y una tras otra surgen las primeras preguntas programadas al coro de otras más improvisadas por parte del resto de los presentes.
Al mismo tiempo, en una esquina, junto a la entrada, sentada ante un moderno torno eléctrico, Verónica se afana en el continuo despiece y amasado de una pella de barro. Un golpeo rítmico de manotazos certeros a la pella, con sus correspondientes troceados en dos, acompaña las explicaciones del maestro: «Cuanto más se trabaje, mejor». Tras varios minutos de amasado, coloca la pella sobre el torno, acciona el mecanismo, remoja las manos en un recipiente con agua y, poco a poco, se va produciendo la magia.
Contemplamos el espectáculo creativo mientras escuchamos atentamente todas las explicaciones que el maestro nos va dando: «la extracción del material es mejor hacerla en los meses de septiembre y octubre, cuando el terreno está más seco; en ocasiones, cuando estamos extrayendo barro nos encontramos con otro barrero del que ya se sacó material; hay que retirar primero la capa de tierra vegetal; secamos al sol y cribamos con la piñera lo mejor posible el material para quitarle los gorbizos, las impurezas; lo mezclamos en proporciones de barro rojo y barro blanco amarillento; 25 % rojo, 75 % blanco; ponemos el barro a remojo en la duerna para su amasado a mano y para frayalu con el porru; ahora eso lo hacemos con el molino; se coloca la pella en el torno y se le va dando forma con la caña y la espeta; se le da altura sacando del fondo, del culo para que este no quede muy gordo; acabada la pieza , se corta con el filo, mientras el torno sigue girando para que quede perfecto; con un canto rodado se procede a bruñir la pieza; pegamos las asas y otros complementos; con el espetu hacemos los agujeros que correspondan; preparamos la fornada, colocando las piezas y cerrando herméticamente con tapines; años atrás, se cerraba el fornu con unas tapas metálicas; «ahora usamos un horno de gas; el horneado lleva unas 16 horas; los tonos metálicos los da la proximidad y el contacto de las piezas y su ubicación en el fornu; las piezas tradicionales eran casi exclusivamente para uso doméstico…»
Nos cuenta también la presencia en el pueblo y por temporadas de teyeros procedentes de la zona de Llanes, y cómo estos se dedicaban a la fabricación de tejas en el lugar. Nos muestra una teja en la que aparece, a modo de registro, el nombre de su abuelo (el teyeru) y el número de piezas fabricadas.
Benito, cámara en ristre, va recogiendo también de forma precisa toda la información posible con sus medios audiovisuales.
Más tarde, y ya en la tienda, nos muestran una colección de piezas clásicas, de gran antigüedad y gran valor, por lo que nos recuerdan la necesidad de poner esmero en el transporte de las mismas para llevar a la exposición y nos recomiendan la posibilidad de asegurarlas de alguna forma:
- Olla / Tarreña.
- Vedríu: utilizada para lavar las patatas y como palangana.
- Xarra: para el vino o la leche.
- Pixulín / botijo: para el agua fresca.
- Xarru (prietu) o penada.
- Feridera o botía: utilizada para elaborar manteca a partir de la nata de la leche. Tiene un orificio en la parte inferior, con un tapón hecho de un palo de madera, para extraer el suero.
- Ol.la: para la miel o la conservación de chorizos en grasa de cerdo.
- Quesera o Barreña: para la elaboración de los requesones.
- Puchero: para el café.
- Escudiel.la o concu: para servir la comida.
Nos muestran también un recipiente compuesto por 3 piezas para colocar una planta, a modo de macetero, y también dos piezas de conducción de unos 50 cm de longitud cada una de ellas: una pieza que forma parte de una chimenea y otra que forma parte de una cañería para el agua. No nos resistimos a salir de la tienda sin antes mercar alguna pieza que engrose nuestras colecciones particulares.
Por último, y ya para finalizar, nos conducen al antiguo horno (fornu) en un edificio anejo. El horno consta de tres partes: la parte inferior (hogar o fogón), en la que se enciende el fuego; una parte intermedia llamada treme o parrilla, de barro y con forma de cúpula, con diferentes agujeros que permiten el ascenso del calor y del humo, y la parte superior o cámara, de ladrillo refractario, en la que se colocan las piezas para su cocción. Encima se coloca la cobertura, de forma que permanezca herméticamente cerrada. Esta cobertura se hacía de forma tradicional con tapines (terrones de tierra vueltos hacia abajo y con las raíces hacia el exterior) y más tarde con unas tapas metálicas.
Una serie de restos de vasijas desechadas o rotas, cubiertas de una pátina de añejo polvo y depositadas de cualquier forma y manera en la zona superior del horno conforman una especie de bodegón, con un encanto particular, acentuado por la luz de la estancia.
Nos despedimos y agradecemos a toda la familia su amabilidad y su atención, y con una línea dorada que separa la oscura silueta de la sierra del azul oscuro del cielo que anuncia ya un frío anochecer, encaramos la vuelta a Cangas, no sin antes acercarnos al lugar en el que nos habían indicado la situación de Casa Celista. El imponente palacio asoma y parece navegar entre verdes olas de pasto y rulos de plástico blanco. Sin embargo, la caída de la luz hace que desistamos de acercarnos a la casa. Lo dejamos para otro día.
Un café final en Los Remedios, saludo a los parroquianos y damos por finalizada una buena y fructífera tarde por L.lamas del Mouro.
FOTOGRAFÍAS
(autor: Benito Sierra)