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«El Siglo Futuro. Un diario carlista en tiempos republicanos (1931-1936)» del cangués José Luis Agudín

La editorial «Prensas de la Universidad de Zaragoza» acaba de publicar un nuevo libro de José Luis Agudín Menéndez, natural de Rañeces de San Cristóbal (Cangas del Narcea), doctor en Investigaciones Humanísticas por la Universidad de Oviedo con premio extraordinario y ha disfrutado de un contrato predoctoral a través del Programa de Formación del Profesorado Universitario (FPU) del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades.

Agudín centra sus líneas de investigación en el campo de las culturas políticas tradicionalistas y la historia de la prensa carlista durante la Restauración y la II República. Se ha interesado igualmente por el impacto ideológico de la I Guerra Mundial en España y en Asturias. Ha sido miembro del Grupo de Historia Sociocultural de la Universidad de Oviedo (GRUHSOC). Es autor de las monografías «Una Guerra Civil Incruenta. Germanofilia y aliadofilia en Asturias en torno a la I Guerra Mundial (1914-1920)» (Oviedo, Real Instituto de Estudios Asturianos, 2019) y «A Dios rogando y con el mazo dando. El diario carlista ‘El Siglo Futuro’ en tiempos republicanos (1931-1936)» (Zaragoza, Prensas Universitarias, en prensa) y coordinador, junto a Rubén Cabal, de la monografía colectiva «Estudios Socioculturales. Resultados, experiencias, reflexiones (II)» (Oviedo, AJIES, 2021).

La obra que ahora presenta bajo el título «El Siglo Futuro. Un diario carlista en tiempos republicanos (1931-1936)», deriva de su tesis doctoral, dirigida por Jorge Uría y Víctor Rodríguez Infiesta, sobre el periódico carlista de Madrid «El Siglo Futuro». Su sinopsis es la que sigue:

Durante la II República se asistió a la penúltima resurrección carlista, por la que trabajó una de sus piedras angulares, el rotativo «El Siglo Futuro» (1875-1936). Curtido en polémicas durante más de medio siglo que le valieron para la posteridad una proyección de signos oscurantistas, el diario experimentó entre 1931 y 1936 sucesivas metamorfosis no exentas de contradicciones. En este libro se estudia, además de la evolución de la empresa periodística, el papel del periódico en la construcción de la cultura política tradicionalista, de liderazgos como el de Manuel Fal Conde, las disensiones en el seno del carlismo o el discurso beligerante contra el régimen y su política laicizadora.


Presentación


Accesible en Google Books: Vista previa


 

Cibuyo y los «rumbos» de Mario Gómez

Vista parcial de Cibuyo de mediados de los años 50. Col.: Familia de Jorge Rodríguez Meléndez.

El fundador del «Tous pa Tous», Mario Gómez, describe en su libro Rumbos, Viaje por Cangas del Narcea 1928-1932, su llegada al pueblo de Cibuyo: «Es este un valle feraz, de amplias vegas y exuberantes huertos, de gran pradería, de casas grandes, ricas y bien traídas. En la carretera hay casas de construcción moderna, bien ataviadas y algunas de tres pisos. Cibuyo, en esta barriada, tiene el aspecto de una moderna villa».

En esta fotografía, perteneciente a mi familia, vemos una vista parcial del pueblo de Cibuyo, entorno al año 1955, en ella podemos ver todo lo que describía Mario Gómez, con las veigas sembradas de maíz, las huertas con las patatas, los frejoles, las fabas, tomates y demás productos, los cortinales con el trigo y centeno recién segados y ya en cuelmos, también vemos alguna facina en las eras esperando la mayadora. Por encima de los campos de labranza están los prados, los de regadío y las camperas de secano.

Vemos también las casas que menciona Mario Gómez, la de Don Joaquín al lado de la iglesia y la de Melchora en el pico del pueblo, con su espléndida panera. A la derecha de la espadaña de la iglesia parroquial se observa la desaparecida casa de Barreiro, donde nació el P. Agustín Jesús Barreiro. En la carretera general vemos una casa de tres pisos, casa Antonio, un comercio, tienda y bar, que en la actualidad sigue funcionando, al lado se puede ver un coche, es un Renault 4-4 de un vecino de Cibuyo emigrado en Madrid.

Espero que os guste. Saludos.

Jorge Rodríguez Meléndez
(04/05/2023)

 

Un nuevo artículo de Odón: «Dos sangrías» (1909)

Mozas de Cangas del Narcea, hacia 1915. Fotografía de Benjamín R. Membiela.

Siguen apareciendo, gota a gota, algunos ejemplares de periódicos editados en Cangas del Narcea que no conocíamos. En este caso se trata de un ejemplar de El Narcea, núm. 199, de 13 de noviembre de 1909, dirigido por el maestro Ibo Menéndez Solar. En la crónica local de ese número se escribe sobre los proyectos para construir un cementerio, un matadero y un lavadero, tres aspiraciones de los habitantes de la villa de Cangas, que irán llegando poco a poco en ese primer tercio del siglo XX. En la portada aparece un articulo de Odón Meléndez de Arvas (Carballo, 1851-Cibuyo, 1923), que hoy traemos aquí porque no aparece en la colección de artículos de este periodista local que publicó el «Tous pa Tous» en el libro Artículos periodísticos (1903-1917), en edición de Ángeles Martínez Álvarez.

Odón Meléndez de Arvas fue un maestro de Cangas del Narcea que vivió en el pueblo de Cibuyo y ejerció en la escuela de La Regla de Perandones. Pero, además, fue un activo periodista que colaboró en la prensa que se editaba en Cangas del Narcea y en otras localidades asturianas. Publicó en La Verdad, El Narcea, El Distrito Cangués, del que fue jefe de redacción, y La Voz de Cangas, editados en Cangas del Narcea, y en La Justicia de Grado. Odón era una persona de arraigadas ideas republicanas, que escribió numerosos artículos costumbristas sobre la vida rural y de opinión, siempre defendiendo sus dos grandes intereses y preocupaciones: la instrucción pública y los campesinos. Fue presidente de la Asociación de Maestros de Primera Enseñanza de Cangas del Narcea. Nunca rehuyó la polémica.

En este articulo titulado «Dos sangrías» se lamenta de la emigración a América y del servicio militar con destino a la guerra de África, que sangraba a la juventud canguesa de ambos sexos en aquellos años, y reivindica la importancia de la agricultura y la instrucción publica, imprescindibles para tener una sociedad en paz, prospera y feliz. Curiosamente, algunas de las opiniones de Odón siguen vigentes en la actualidad.


 

DOS SANGRÍAS

 

Hace bien pocos días, paseábamos por la carretera que conduce de Cangas a Ventanueva y vi venir en dirección a la villa unas muchachas –creo que eran seis-; parecían todas menores de veinte años; eran hermosas, como son casi todas las hijas de la montaña; sencillas, también como las costumbres de su pueblo, y en el rostro de todas destacábase el sello de la pureza. No iban contentas; conocíase que habían llorado, y en vano trataban de ocultarlo: sus ojos estaban enrojecidos, y el frote de los pañuelos tardaba en borrar las huellas que marcaran las lagrimas que aquella mañana derramaran. ¡Debieron ser hirvientes y amargas! Algunos pasos más atrás, otra media docena de hombres las seguían, cabizbajos, sin hablarse una palabra.

Pasó ante mí aquella extraña comitiva y por el camino que se llama del Coto apareció otra del mismo modo; en esta iban cuatro muchachas. No pude ya contener mi curiosidad y pregunté a uno de los hombres, que también las acompañaban, que adonde iban aquellas muchachas. – Marchan hoy a La Coruña a embarcar para Buenos Aires, me contestó; deben reunirse en Cangas unas veintidós, con algunas que vienen del río de las Montañas y creo que alguna de Sierra.

Más tarde, pasaron también algunos jóvenes, y otros que no eran tan jóvenes, casados, que dejaban su familia y su patria y se marchaban también a América. Y, por último, un anciano a quien conocía, agobiado por el dolor y los años, pasaba por junto a mi llorando.

– ¿Qué te pasa, hombre?

– Se me marchan hoy dos hijas para Buenos Aires.

– ¿Y por qué las mandas? ¿No sabéis a lo que se exponen esas criaturas por el mundo?

– ¿Y qué quieres? Los años van malos; este año no se coge pan para volver a sembrar y para la renta; y para pasar hambre bastamos los viejos, que ya no podemos ir a ninguna parte. Las muchachas quieren vestirse, va llegando el tiempo de colocarlas, y la tierra no produce para comer después de pagar las contribuciones, las rentas, los intereses … y con ganado de a medias.

Ni tuve que le decir, ni él pudo decirme más; arreciaron las lagrimas, de seguro más amargas que la cicuta, y siguió su camino.

Aquel hombre tenía también un hijo en el Ejército. Acaso a la misma hora en que aquel hijo embarcaba en Cádiz para Melilla, gritando como todos «Viva la Patria», sus hermanas salían para La Coruña maldiciéndola. ¡¡Qué contraste!! Maldiciéndola, si; la miseria las había expulsado del hogar paterno; la Patria no les diera siquiera instrucción. Para la lucha que principiaban a sostener por la existencia, para la conquista del pan, no tenían recurso alguno; y como armas defensivas no llevaban mas que la honradez heredada y los consejos de su padre. ¡Era bien poco! Nada grato llevaban de su patria, mas que los besos que su madre les diera al despedirse. ¡Y por esta patria ingrata, que hace verter tantas lagrimas al pobre, vierte su sangre el hijo del pobre, gritando «Viva la Patria»!

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Cuando los buques cargados de emigrantes españoles llegan a América, otros que emigraron antes burlando las leyes, y que debieran estar en Melilla, preguntarán a los que llegan cómo se baten los tímidos que quedaron (porque es la verdad; los más arrojados y lo más sano de la juventud está en América). Como leones, les dirán; y aquellos jóvenes que huyeron, no del servicio militar, sino también de la miseria, llorarán por no estar en su puesto, porque así es la sangre española.

¡Oh, Patria, por cuantos motivos haces derramar lágrimas! Yo te amo tanto como amé a mi difunta madre; y si algún día tuviera también que dejar el hogar donde nací y renunciar a la hermosura de tu cielo, lo templado de tu clima, la hermosura de tus campos, el canto de tus pájaros, el cristal de tus aguas, o lo que sería peor, que la miseria me hiciese, como a aquel viejo, desprenderme de mis hijas, lanzándolas al mundo, donde acaso la violencia en la bodega de un buque o el hambre en tierra extraña o el engaño perverso, me las llevase a la deshonra, no por eso te maldeciría.

¡Pobre España! Dos sangrías funestas te debilitan: la emigración y la guerra. El pueblo derrama lagrimas junto a los vagones que conducen a los soldados a la guerra. El que piense cuerdamente, las derramará también al ver alejarse un buque cargado de emigrantes, aun cuando en él no vayan sus hijos.

La imprevisión y la ignorancia abrieron esas sangrías. La mayor parte de los emigrantes son hijos de labradores. La agricultura, esa nodriza de la humanidad, va secándose, no se la protege; los impuestos, la agobian; rentas odiosas, la estrujan; la usura, la muerde; los poderes públicos, la abandonan; y por esto, los brazos fuertes huyen de ella. A la misma altura se encuentra la instrucción del pueblo; todo para ella es mezquino. Y mientras la agricultura y la instrucción no sean el eje del Estado, todo está perdido. Habrá que pensarlo mucho para confeccionar una ley que redima los foros, y otras que tiendan a la libertad de la tierra, a fin de que ningún brazo se cruce ante un pedazo de terreno yermo. Habrá que pensarlo mucho también si hemos de gastar más de lo que gastamos en instrucción, para que si alguno emigra a América no le espere la suerte que esperaba en otros tiempos a los hijos de Guinea. Todo esto, que puede vendar casi por completo la sangría de la emigración, y si algo quedase podría ser acaso provechoso, hay que pensarlo mucho. Para ir a la guerra fuimos a escape, lo hemos pensado poco.

Y no convenceréis a nadie de la utilidad de la guerra, aun cuando de ella nos quedásemos con la mitad del imperio de Marruecos. España nunca tuvo más hambre que en los tiempos de Felipe II, cuando el sol no se ponía en sus dominios.

No queremos expansiones coloniales, porque hemos probado al mundo que no servimos para ello. Los que hemos perdido un paraíso en la América y en la Australia, no busquemos compensación en las tostadas arenas del África, dijeran lo que quisieran el Cardenal Cisneros y el apolillado testamento de Isabel I.

Gobernad para el pueblo, y ved lo que el pueblo trabajador, que es la mayoría de ese pueblo que gobernáis, dice por boca de un labrador, a quien se le contaban estos días eso que llaman nuestros recientes triunfos en África: «¿Y qué me importan a mí? Más quisiera tener que comer siendo ciudadano de la República de Andorra o súbdito del príncipe de Mónaco, que vasallo hambriento del Káiser o del rey Eduardo».

La miseria y la falta de instrucción en un pueblo pueden llegar hasta consentir en la desmembración de la patria.

Busquemos el bienestar y la riqueza en la agricultura, en la paz y en la instrucción del pueblo; no lo dudéis, que esta duda no pueden abrigarla los entendimientos medianamente ilustrados. La agricultura y la instrucción solo pueden prosperar cuando enmudezcan los cañones y cuando se enarbole el suspirado estandarte de la paz y la libertad. La prosperidad de la industria agrícola debe ser considerada por el hombre político como una de las bases fundamentales del poder del Estado y del bienestar general.

Este es el único camino que no nos conduce a patrias extrañas, ni en el que se encuentra patria chica ni grande, y desde el cual solo veremos a España rica, feliz e indivisible, madre cariñosa de todos los españoles, los que desde el Estrecho al Cantábrico y desde Portugal al Mediterráneo no tendrán otro canto ni otro grito de amor mas que el de ¡¡VIVA ESPAÑA!!

 

ODÓN

(El Narcea, n.º 199, Cangas de Tineo, 13 de noviembre de 1909)

De La Coruña a Cangas del Narcea, pasando por Ribadeo, en 1933

Era una hermosa mañana de mediados de agosto. Los magníficos autobuses “exprés” que hacen el viaje La Coruña-Oviedo y Gijón, pasaportábanme por una carretera muy familiar.

Puntos conocidos por todos empezaban a desfilar, El Puente del Pasaje, con su Santa Cristina maravillosa e incomprensiblemente inexplotada en forma, era como la puerta tras la cual quedaba oculta la capital gallega.

Fiestas de San Roque en Betanzos (La Coruña), año 1933.

Pronto el auto discurre veloz tras la histórica Betanzos, atravesando, como si volase, esa hermosa autopista “acharolada”, que es digna entrada de La Coruña.

Y en seguida, después de atravesar pequeños pueblecitos, que los excursionistas herculinos se saben como suele decirse al dedillo, Betanzos. La célebre ciudad del Mandeo, en otros tiempos Brigancio, capital de Galicia. (¡No como ahora se titula tan ridícula como pomposamente Santiago…!) La ciudad de las marismas. La villa de las casitas apiñadas y de las calles cuestas a lo “Vigo”.

Pronto la cuesta de la Sal permite al viajero, desde su altura, el último adiós a La Coruña, que se otea a lo lejos, confundida en el brillar de sus cristales, con los rayos solares de aquella típica mañana agosteña.

Los altos de Guitiriz, con su balneario famoso, con sus caras conocidísimas, porque diríase que en Guitiriz no habitan más que coruñeses, ofrécense a nuestra vista.

Y sigue el paisaje árido, monótono, a veces interrumpido por la vía férrea, con sus paralelas simbólicas de un infinito temido.

Abandonamos la carretera general que nos llevaría a la capital de España y emprendemos, dejando a un lado Bahamonde, la llamada de “la Costa”.

Pronto Villalba, con sus dulces populares ofrece al viajero un refrigerio. También Villalba, con su temperatura, más bien fría, calma un poco el calor que Febo y el motor, aliados, trasmiten a los automovilistas.

Catedral de Mondoñedo en una fotografía tomada en 1925 por Ruth Matilda Anderson.

Y en seguida una bajada peligrosa con curvas impresionantes. Y allá en el fondo Mondoñedo. Y rodeándola la más rica vega, el valle más productivo… y estético, que la Naturaleza pudo crear. Tierras de colores, rojizos, verdes, verdes amarillentos. Facetas y tonalidades diversas, evidenciadoras de una riqueza agrícola magnífica.

Vamos acercándonos. El chofer, como si también él quisiese recrear su vista con la contemplación de aquel paisaje sublime, detiene el coche.

Mondoñedo, desde aquella altura, diríase una Compostela, pequeña, con su catedral en miniatura, con su seminario y sus conventos.

Ciudad antigua esta, que hasta tiene un hermoso acueducto milenario. Y rápidamente, tras pasar Villanueva de Lorenzana, con su gran Ayuntamiento, con su convento de frailes, que elaboran un licor análogo al “Benedictino”, surge ya otra vez el mar.

Pero un mar que podíamos denominar propio. Un mar con murallas. Porque murallas y hermosas pueden considerarse a Castropol, Ribadeo y Vegadeo, que cual tres inmensos brazos rodéanlo en un alarde de buen gusto y de maravillosa y perfecta estética, a la que no le falta un bello castillo, el de “Don Piñelo”, para componer el cuadro.

Ribadeo: Plaza de España, Torre de los Moreno y pazo de Ibáñez. 1933 (ca).

Hacemos un alto en Ribadeo. Todavía se habla gallego. Pero un gallego con “gotas” astures.

Hermosa villa esta. Aspecto ya de población. Limpia, con sus buenos hoteles. Con “botones” que hablan francés e inglés a la perfección y que simbolizan con fidelidad pasmosa al más exacto tipo de “botones” pillín. De “botones” que se procura la propina de los modos más inverosímiles.

Por no faltarle nada de población a Ribadeo, hasta es cara la comida…  Pronto reanudada ya la marcha, ofrécese a nuestra vista la “eterna rival” de la villa que abandonamos: Vegadeo. Con su gran plaza, con su comercio pujante, con su Ayuntamiento y su iglesia, de cúpula granate, recién hecha. Con su río Eb…

Acabamos de atravesar el puente internacional. Ya estamos en Asturias.

Paisaje semejante al gallego. Por ahora sigue el mar.

Castropol, Tapia—con su convento de recia piedra—Navia—con su ría, con sus casas blanquísimas y su jardín, marco de la estatua del gran Campoamor—Luarca—con sus 25 curvas a la entrada, que sirven para que se anhele más llegar a ella, con su Casino Teatro, con su playa y su puerto de “casa de muñecas”.

El acento astur óyese ya con fuerza.

—»Quier peres”, señorito—ofrece insistente una vieja vendedora.
—¿Pero estarán “bones»?—le pregunto contagiado ya por la lengua nativa.
—¡»Home”, claro! Mire, por una “perrona” le doy cuatro.
—¿Y por una “perrina”?
—»Home”. Por una “perrina” no le doy más que dos. ¿Paécenle poques”? ¡Oh!

Puente sobre el río Canero a su paso por Luarca. 1933.

Y no tengo más remedio que comprarle aquellas “peres” de “bota”, como les llama a unas peras pequeñas, con abundante jugo. Dejamos atrás Luarca, y después de pasar Canero. el “pueblín” de los puentes, emprendemos la subida a La Espina. La carretera asfaltada permite ahora subirla con comodidad y rapidez, que hace años parecían imposibles.

Llegamos al alto. Nótase frío. En La Espina, si las nieves no son perpetuas, les falta muy poco.

Dejamos el autobús. Este continúa su dirección hacia Oviedo; y un turismo nos transporta hasta Cangas del Narcea, punto de mi residencia veraniega y lugar donde he tenido la suerte de nacer.

Dos kilómetros del final del viaje divisamos el famoso convento de Dominicos de Corias, monumental edificio de piedra de 365 huecos. Tantos como días tiene el año.

Cangas del Narcea. Calle Mayor y plaza de Rafael Rodríguez en julio de hacia 1933. Fotografía de Ubaldo Menéndez Morodo. Colección de Juaco López Álvarez

Comienza ya el abrupto paisaje y los viñedos cargados hasta los topes de verde y pequeña uva, al moverse con el viento caliente de aquella tarde de verano, diríase que se inclinaban para saludar cariñosamente a uno de sus hijos que retorna, tras larga temporada, al solar patrio.

Ya entramos en Cangas de Narcea, y la estrecha y larga calle Mayor nos hace recordar a la calle Real coruñesa.

El hermoso y nuevo teatro Toreno, el Ayuntamiento, el casi derruido convento de monjas dominicas. Palacio del Conde Toreno, con sus severas líneas señoriales… Todo me alegra, me trae recuerdos de años juveniles.

Ya estamos ante nuestra casa.

¡¡El viaje ha terminado!

Ahora a descansar… y a soñar, también, con La Coruña, “sonriente” y hermosa.


FRANCISCO JIMÉNEZ DE LLANO

A.C.G.: revista mensual ilustrada del Auto-Aero Club de Galicia: afiliado al Automóvil Club de España: A.C.G. – Año IV Num. 41 (Octubre, 1933)


La Revolución de Octubre de 1934 en Asturias. Su incidencia en Cangas del Narcea

Este trabajo que ahora reproducimos revisado, fue publicado en la revista La Maniega, nº 41 de julio-agosto de 2004. Su autora, la canguesa Mercedes Pérez Rodríguez, es doctora en Historia por la Universidad de Oviedo, con una tesis sobre José Francisco Uría y las obras públicas en Asturias a mediados del siglo XIX, que leyó en 2005, y profesora del IES de Cangas del Narcea.

NOTA DE LA AUTORA: Este artículo procede de un trabajo universitario realizado en el curso 1983-1984. Entonces conté con la colaboración de tres vecinos de Cangas del Narcea: don Victorino López, entrañable vecino y gran conocedor de la historia canguesa; don José Ríos, que amablemente me recibió en casa de su hija en Gijón y cuyos escritos autobiográficos espero que lleguen a publicarse algún día, y don Luis Pérez Frade, “Luis Camposín”, que conservaba una excelente memoria de los hechos; los tres ya han fallecido. Siempre agradeceré su colaboración y a título póstumo les dedico este artículo, apuntando que los errores que pueda tener son debidos a mí, nunca a ellos.