ENTRE LA NIEVE. La vida invernal en El Puerto de Leitariegos (1903)
Hoy nieva mucho menos que antes. Esto lo puede asegurar cualquiera que tenga más de cuarenta años. Antes las nevadas eran más copiosas y la nieve duraba mucho más tiempo.
El Puerto de Leitariegos es el pueblo más alto del concejo de Cangas del Narcea y de toda Asturias. Está a 1.525 metros de altitud. Allí, en la actualidad, la nieve se ve como algo beneficioso para la práctica del esquí, pero no siempre fue así.
La existencia de este pueblo se explica por el privilegio real que tuvieron sus vecinos desde 1326 a 1879, que los eximía de impuestos y los libraba de servir al ejército con la condición de vivir allí, mantener abierto el paso y ayudar a los viajeros durante el invierno. La razón de este privilegio fue que Leitariegos era una de las rutas más transitadas entre Asturias y León.
Si no hubiera sido por este privilegio, el pueblo de El Puerto no existiría. La vida a esa altura, con inviernos muy largos y sepultados bajo la nieve, era muy dura. Son varios los testimonios de los siglos XIX y XX que mencionan como la nieve cubría totalmente las casas de este lugar, y sus moradores tenían que hacer túneles en la nieve para comunicarse entre ellos. Para subsistir, en un lugar donde la agricultura era casi imposible, los hombres del pueblo se dedicaban a la arriería y las mujeres permanecían en casa cuidando a la familia.
Conozcamos un testimonio escrito por un vecino de El Puerto, que firma D. O., en diciembre de 1903, y publicado en el diario El Noroeste, de Gijón, el 12 de enero de 1904, en el que relata esta vida “entre la nieve”:
ENTRE LA NIEVE
Pueblo sepultado
A continuación publicamos una interesantísima correspondencia que desde Leitariegos nos dirige un suscriptor de El Noroeste.
Llamamos la atención de las autoridades, y especialmente de aquéllas directamente aludidas en la carta, para que vean la manera de remediar lo que nuestro comunicante denuncia.
He aquí ahora las noticias que en ¡diciembre! enviaba nuestro suscriptor:
Leitariegos, Diciembre 1903.
En las ciudades y en las villas, allí donde la humanidad vive con más ó menos confort pero amparada y protegida por leyes de policía urbana, no hay idea aproximada de nuestra virtud y de nuestros sacrificios. Leitariegos, pueblo de 80 vecinos, á 1.500 metros de altura sobre el nivel del mar, lleva dos meses de incomunicación con el resto del mundo. No somos ni personas, porque se nos trata como á bestias. Hace 19 años que comenzó un expediente para la construcción de un modesto templo y todavía no se ha resuelto. Por humanidad debiera el señor arquitecto diocesano enviar al ministerio el proyecto que reiteradamente se le ha pedido y que es de suponer no requiera un estudio muy profundo.
Desde el día 20 de Noviembre vivimos aquí, si esto es vivir, sepultados entre la nieve, cuya altura alcanza 5 metros. La Jefatura de Obras Públicas de la provincia no refuerza, en esta época del año, el personal de peones camineros; de donde resulta que para establecer, cuando es posible, la comunicación entre algunas casas nos pasamos el día los vecinos perforando túneles y no siempre logramos nuestro objeto.
En el mes de Agosto ó Septiembre pasa la autoridad requisa de víveres á todas las casas en previsión del forzoso aislamiento del invierno. Los vecinos pobres almacenan patatas, harina, leña y velas de sebo; los más acomodados cuelgan en la cocina algunos jamones, cecina y chorizos. En cuanto empieza á nevar, cada familia se encierra en su habitación, en la agradable compañía de los animales domésticos. Y digo compañía agradable, porque el que tiene la suerte de poseer una vaca de leche y algunas gallinas, ya no se muere de hambre. Pero puede morirse de otras enfermedades y entonces son las escenas trágicas.
Un vecino que falleció el año pasado, durante la incomunicación por la nevada, no pudo ser trasladado al exterior para darle sepultura y el cadáver quedó durante once días acompañando á la viuda y á los huérfanos. ¡Triste compañía ó inhumano espectáculo!
Una vecina, cuyo marido estaba ausente, quedó encerrada en su casa con una niña de dos años y una vaca. Hallábase en estado interesante y dio á luz, sin ningún auxilio, viéndose obligada, durante un mes, á cuidar de sus hijos y de la vaca, no descuidando los quehaceres domésticos ni su salud. ¡En Madrid se reirán de esto!
Una de las cosas que causan extrañeza á los pocos viajeros que se dignan visitarnos, y que admiraron mucho dos gijoneses y un avilesino que aquí estuvieron el año pasado, es la ilustración de nuestras jóvenes. Estas pobres aldeanas tienen, entre otras, la desgracia de no casarse, porque los mozos emigran apenas cumplen con las obligaciones del servicio militar y las dejan solas. ¡Pobres chicas! Pero son de un carácter tan bondadoso, que no exhalan una queja. Ellas cuidan del ganado; ellas trabajan la tierra; ellas atienden solícitamente á todos los deberes de la familia. Y por único esparcimiento y recreo, organizan todos los domingos y fiestas un baile en la casa del pueblo. Pero llega el invierno; llega la nieve y como inmediata consecuencia la encerrona, y entonces, tanto como de los víveres, como del alimento corporal, se preocupan del pasto espiritual: hacen acopio de libros. Lecturas sanas: de geografía; de historia; de viajes.
Esto parecerá una exageración, pero es el evangelio. Lo han comprobado cuantas personas cultas nos han visitado y pongo por testigos de mayor excepción á los gijoneses y al avilesino. ¡Qué sorpresa! Creer hablar con una pobre aldeana y encontrarse con una señorita, instruida, inteligente y modesta.
Si el Sr. Bellido[1] nos hiciera pronto el proyecto para la iglesia y el señor ingeniero jefe nos ayudase á salir del entierro en vida, seriamos dichosos.
Poco pedimos.
D. O.
[1] Se refiere a Luis Bellido González (Logroño, 1869-1955), arquitecto de la Diócesis de Oviedo a fines del siglo XIX e inicios del XX, que construyó las iglesias de Santo Tomás de Cantorbery, de Sabugo (Avilés), y de San Lorenzo, de Gijón. Fue el arquitecto que también hizo el proyecto del Matadero de Madrid (1910).
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