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Cangas del Narcea, la identidad y el Tous pa Tous

Artículo de Juaco López Álvarez, presidente del Tous Tous, publicado el 22 de enero de 2025 en el diario La Nueva España con motivo del inicio de una edición digital dedicada a Cangas del Narcea.

 

Cangas del Narcea, la identidad y el Tous pa Tous

No soy partidario de reivindicar o ensalzar las identidades colectivas. Me gusta más la memoria que la identidad. La historia y el presente nos dicen que la identidad es un arma que carga el diablo. Hay que tenerla a raya. Pero, también es cierto, que es un sentimiento generalizado en todas las comunidades humanas, porque todas las personas pertenecemos a un lugar. El escritor cangués José Avello solía decir que el mundo es muy grande y cada persona tiene que verlo desde algún sitio. Él, estuviera donde estuviera, lo veía desde Cangas del Narcea. A mí me sucede lo mismo. Es el lugar de donde somos.

Puede suceder que uno no sea muy consciente de su identidad y es, muchas veces, el otro el que te señala o encasilla. En los años setenta del pasado siglo, los jóvenes de Cangas del Narcea que vinimos a estudiar a Oviedo éramos calificados a menudo como «gallegos», dicho con un tono que dejaba claro que no éramos de la ciudad de A Coruña, sino de un pueblo de la atrasada Galicia. Tanto cuando hablábamos como cuando nos preguntaban de dónde éramos, era muy frecuente escuchar nuestra atribución a la región vecina. Por supuesto, los interlocutores no conocían Cangas del Narcea y en la mayoría de los casos eran incapaces de localizar este concejo en un mapa. Nos podrían haber asociado con León, provincia con la que limita Cangas y con la que tenemos una estrecha relación, e incluso llamarnos «cazurros», pero la atribución que nos tocó en el imaginario colectivo de la Asturias central fue la de «gallegos». En consecuencia, no éramos asturianos, pero, claro está, tampoco éramos «gallegos». ¿Entonces?

En aquel tiempo éramos jóvenes de entre 17 y 20 años. A algunos, los menos, les afectaba, y hacían esfuerzos por cambiar o disimular su acento, a otros nos hacía gracia comprobar tanta ignorancia. En mi caso solía poner a prueba a la gente. ¡¡A ver por dónde sale este!! En general, nuestra firme identidad canguesa nos protegía de esta situación que intentaba dejarnos fuera de Asturias.

Los naturales de Cangas del Narcea somos, como escribió en 1802 el autor de una descripción geográfico-histórica, de «índole generalmente pacífica y muy adheridos a su país». Mas de doscientos años después creo que seguimos estando muy arraigados a la tierra y somos poseedores de una elevada autoestima de pertenencia a un territorio montañoso, duro, alejado de grandes urbes y hospitalario. Esa adherencia a lo nuestro se manifiesta de muchas maneras. Un ejemplo: en los años veinte, en Buenos Aires, en el Centro Asturiano fundado en 1913 convivían miles de emigrantes asturianos, pero esa convivencia no era estrecha y los cangueses tuvieron que aguantar las bromas sobre su falta de asturianía y el menosprecio de algunas de sus señas de identidad más estimadas: los bolos, el baile del Son d’arriba, el pandeiro, la lengua, los frisuelos… Se hartaron y en 1925 fundaron un centro propio: el Centro de Cangas del Narcea de Buenos Aires. Por fin eran libres de bailar sus bailes, comer sus frisuelos, jugar a sus bolos, tocar su pandeiro, hablar su lengua…  sin necesidad de oír la perorata de que por hacer todo eso eran «gallegos». En los años cincuenta, en la sede de este centro, en Beruti 4643, barrio de Palermo, se organizaban fiestas multitudinarias que atraían a otros emigrantes del occidente de Asturias, que se sentían mas a gusto aquí que en el Centro Asturiano. Por eso, no es casualidad que los padres del periodista y escritor argentino Jorge Fernández Díaz, reciente ganador del Premio Nadal, se «tropezasen en el Cangas del Narcea», como cuenta en su novela Mamá (2003):  el padre, Marcial, era de Barcia (Valdés) y la madre, Carmen, de Almurfe (Belmonte de Miranda).

La identidad necesita asideros para mantenerse y fortalecerse. Sin ellos corre el peligro de diluirse. Esos asideros pueden ser de variadas formas, pero todos tienen en común el hecho de compartir algo. Puede ser una fiesta, un trabajo, una educación, un pasado, una lengua, un equipo deportivo o un territorio común. Y es necesario mantener esa comunión para que la identidad no se apague.

En 1925, hace cien años, se fundó en Cangas del Narcea una asociación que lo único que pretendía era aunar esfuerzos entre los cangueses, ayudarse mutuamente, tratar de las cosas que les interesaban, mantenerse unidos a través de una revista, etc. El fundador, Mario Gómez, la llamó «Tous pa Tous. Sociedad canguesa de amantes del país». Esta asociación llegó a tener unos mil socios repartidos por Cangas, Madrid, España y América, y publicó la revista La Maniega, que fue el aglutinante de todas esas personas. Solo estuvo activa siete años, en 1932 con la muerte del fundador, que era otro gran aglutinador, se diluyó como un terrón de azúcar en un vaso de agua. Pero el agua quedó impregnada de un singular espíritu de convivencia. Muchos años después de desaparecer, aquella revista seguía recordándose con cariño y nostalgia. Y en 1981, durante el renacer de la democracia española, volvió a publicarse una revista local con aquel espíritu y con su mismo nombre: La Maniega. Había ganas de ella y durante treinta y seis años sirvió para compartir información entre los cangueses. Pero, todavía la cosa fue más lejos, y en 2008 un grupo de jóvenes, nietos de los fundadores, volvió a refundar la sociedad del Tous pa Tous, que en pocos días reunió a cerca de quinientos socios.

Hoy, la web del Tous pa Tous y sus redes sociales, así como los libros que publica, las exposiciones que organiza y las actividades que promueve constituyen otro aglutinante y otro revulsivo de la identidad canguesa. También de su memoria colectiva. Esta sociedad intenta desentrañar y conocer el pasado común, colabora con todo el mundo, mira el difícil presente del concejo de Cangas del Narcea y su futuro con preocupación, pero sin desmoralizarse y sabiendo que la única manera de afrontar el porvenir es trabajando y colaborando «tous pa tous», todos para todos.


 

Rumbo a Siasu

Partído de Sierra, desde la casa-taller de Raúl Rodríguez “Mouro” en Sillaso (Cangas del Narcea). Foto: Sandra Flórez Alonso.

Como segunda ruta para nuestra tarea encomendada, nos dirigimos en esta ocasión al lugar de Siasu, también en el Partíu Sierra, a la residencia de Raúl Rodríguez “Mouro”.

De nuevo la expedición estará formada por los mismos componentes que estuvimos en L.lamas, con la excepción de Collar que por motivos laborales no pudo acompañarnos en el día de hoy. Outramiente, como buen conocedor del paisaje y del paisanaje del concejo, ya nos había hecho una previa en cuanto tuvo ocasión de poner en antecedentes a Marcelino y a su familia de la visita que estábamos programando.

Eso sí, hoy nos acompaña José Ramón Puerto, gran conocedor y entusiasta de la obra y la trayectoria de Raúl “Mouro”, y quien formará parte activa de la puesta en marcha y organización de la exposición, al igual que hizo en anteriores ocasiones colaborando desinteresadamente con el «Tous pa Tous».

Y dos serán de nuevo los coches que formarán la comitiva y en los que nos vamos repartiendo y acomodando.

Otra vez disfrutamos de buen tiempo en esta tarde de febrero mientras nos dirigimos a Purtiel.la. Allí, a mano derecha, nos desviamos y cruzamos el puente que nos llevará a destino, dejando atrás el pueblo de Ounón. El ascenso por la sinuosa carretera nos va ofreciendo maravillosas vistas de nuestra orografía, que van ganando en intensidad a medida que tomamos altura.

Coincidiendo con esa primera hora de la tarde tan española como es la hora de la siesta, nos recibe ante el portón de la casa familiar la matriarca, quien nos comunica que pronto asomarán padre e hijo, que se encuentran reposando tras la hora de la comida, pero que ya están avisados y aviándose.

Tras las oportunas presentaciones, comenzamos la visita en el parreiru, transformado ahora en taller, un espacio que invita de entrada al recogimiento. “El lugar transmite ya una emoción estética”, apunta Mercedes. Un taller en el que imparte cursos para trasmitir sus conocimientos.

Taller de Raúl Mouro en Sillaso, parroquia de Santiago de SIerra (Cangas del Narcea). Foto: Sandra Flórez Alonso.

Un simple lavado de cara en la cubierta, en vigas y ripia, desprovistas ahora de telarañas y del polvo acumulado tras años de cumplir su antigua función, deja a la vista una tosca y a su manera elegante carpintería tradicional; el espacio diáfano y con claroscuros; las paredes de piedra desnuda; el suelo de madera, por el que transpira un agradable y cálido ambiente propiamente agrícola; la luz que se cuela a través de los diferentes huecos; el vacío en el que apenas hay nada y hay lo suficiente: un añejo banco de carpintero de herencia familiar, el contraste entre el torno de pie y una docena de tornos eléctricos, una enorme mesa de factura por encargo y exprofeso, al igual que los tayuelos en los que depositar los cuencos del agua… Reposando sobre cada torno, una pieza de la misma serie en diferentes fases de elaboración. Una decena de piezas que, de inmediato, nos traen a la memoria las fogazas de aún tierna masa de pan sobre la masera, terminando de l.leldar y esperando a ser enfornadas. Todas ellas muy similares y a la vez diferentes, de distintos tamaños, con distintas tonalidades. “A medida que vamos dando textura, se va modificando ligeramente el color”, nos explica atento Raúl. Un matiz que, de primeras y a ojos del profano, no es fácil diferenciar.

Una a una, con cuidado y a la vez con la presteza de quien se siente seguro de sus manos, Raúl va depositando las piezas sobre la enorme mesa de madera dispuesta en una esquina, a la sombra de la luz. Y así, en contraposición, cada una de ellas nos ofrece diferentes lecturas según se van formando distintas composiciones y en función de la incidencia lumínica. La boca, el pequeño orificio de apertura que permite a la pieza respirar y “estrictamente necesario para evitar su rotura durante el proceso de cocción”, cobra sentido (o no) cuando la voltea  y la apertura desaparece, pasando a formar parte de la base.

Por doquier, diferentes piezas, múltiples pruebas de trabajo, con diferentes formas, tamaños y  colores: blanco, marrón “galleta”, rojo pórfido y negro, producto de los diferentes tipos de barro combinados convenientemente con piedra gres. “El rojo da flexibilidad; el blanco, resistencia, y se introduce un tercer elemento para hacer piezas de buena textura”.

Porque sus obras, insiste una y otra vez, son para ver, para oler, incluso para escuchar, pero sobre todo, para tocar. Como quien coge un bebé al cuello, lo mece y lo acaricia. Para sentir las texturas, para diferenciar los grosores y apreciar su fría temperatura, en claro contraste con la calidez que emanan sus colores.

Varias piezas, múltiples pruebas del trabajo de Raúl Mouro, con diferentes formas, tamaños y colores. Foto: Sandra Flórez Alonso.

La cara de Raúl se ilumina al ofrecernos la nueva incorporación a su menú, su nuevo plato fuerte, aún en proceso de experimentación. Ceremoniosamente, desprendiendo con dulzura los paños húmedos que las cubren, nos permite ver sus nuevas criaturas, sus nuevas formas de concebir el espacio, jugando con el equilibrio y con el desequilibrio, con el color y como no, con las siempre presentes texturas. Nuevos caminos a explorar, y quién sabe si a seguir o quizás abandonar. Todo depende.

En un rincón, dispuestas en perfecto orden de a seis, Raúl nos da a probar, pues pruebas son, media docena de deliciosos “profiteroles”. Seis piezas esféricas, de pequeño tamaño, color galleta, con matices en rojo dispuestos como anillos concéntricos en la madera. “Lo conseguimos intercalando diferentes capas a la hora de formar la pella”. Seis piezas que nos dejan un dulce sabor de boca.

Y nos va explicando cómo todo es producto de una evolución, de una experimentación, de un trabajo constante, que ahonda sus raíces en la tradición, en lo mamado en casa de su abuelo, de su padre, de todo lo heredado, de un legado sumado a  su actividad constante con el barro, de mancharse las manos… Es todo un proceso escalonado, desde la base, desde el aprendiz que se pasa un año mezclando y amasando, aprendiendo a mezclar en las proporciones justas, pasos previos y esenciales antes de consentirle sentarse en el torno, ese potro difícil de domar, que “puede llegar a ser muy frustrante, empleando horas, constancia, repetición, perfeccionando la técnica, pero que es una verdadera delicia”. Y ahora buscando nuevas formas de expresión, formas básicas, esenciales, buscando la simplicidad, pero con todo un proceso muy complejo detrás y “que da garantía de verdad” “de honestidad en el resultado”, apunta con acierto Sandra. Intentando mantener una equidistancia entre lo tradicional y lo innovador, no sólo en cuanto a las piezas se refiere, que van perdiendo su carácter meramente funcional y doméstico y se dirigen más hacia lo estético, aunque manteniendo ocasionalmente pequeños guiños que sirven de anclaje con su pasado, sino también en cuanto a materiales, técnicas y procesos.

Y así, pasamos a una nueva dependencia, entre la bodega en la planta baja y la panera. El pequeño cuarto habilitado ahora como estudio, en el que se inicia el proceso imaginativo, con apuntes y diseños en papel que posteriormente tomarán volumen.

Y de ahí, a la panera, en la que se almacenan centenares de piezas, todas ellas de alguna forma desechadas por no llenar lo suficiente el crítico ojo del autor: distintas formas, distintos tamaños, distintos colores y esmaltes que por una razón u otra no pasaron la criba.

Y finalmente, accedemos al santasanctórum, el desván de la casa, en el que se atesora el producto final a la espera de partir quién sabe a dónde: Uviéu, Madrid, Korea…y con próximo destino al otro lado del charco, en Estados Unidos. Allí la Fundación Guess le reclama un total de cien piezas para una exposición en Los Ángeles. Todo un salto que da proyección aún más si cabe a su reciente Premio Nacional de Artesanía.

Miembros del Tous pa Tous con Raúl Rodríguez «Mouro» (dcha.), en su casa-taller de Sillaso, parroquia de Santiago de Sierra (Cangas del Narcea). 6 de febrero de 2025. Foto: Benito Sierra.

Ya cayendo la noche, y tras despachar un trago de vino y unas empanadas en la bodega de la casa, nos despedimos de la familia, agradeciendo el que nos hayan abierto sus espacios de intimidad y su cálida amabilidad, y retornamos a la villa con la sensación plena de haber llenado la tarde no solamente de cantidad, sino también de calidad. Con las cabezas repletas y en ebullición, planeando cómo llevar a cabo de la mejor manera posible nuestra tarea.


FOTOGRAFÍAS
(autores: Sandra Flórez, José Ramón Puerto y Benito Sierra)

Rumbo a Siasu


 

Rumbo a L.lamas

Tras las gestiones oportunas para la cita por parte de Collar, quedamos en encontrarnos en Casa Farruco, en Cangas, a partir de las cuatro y cuarto de la tarde. De camino, coincidiendo con mi paso por delante de la panadería Manín, una repentina hipoglucemia me hizo salivar, y considerando que tenía tiempo suficiente, entré y me dispuse a reponer con un carajto take away los  niveles de azúcar en sangre.

Verónica y su padre Manuel Rodríguez con miembros del Payar del Tous pa Tous, Llamas del Mouro, Cangas del Narcea. Foto: Benito Sierra.

Creyendo,  no sé por qué,  que sería el primero en llegar al punto de encuentro, al abrir la puerta pude comprobar  que ya se encontraban allí Collar,  Jorge, Mercedes y Sandra. A medida que la camarera iba despachando infusiones y cafés al gusto, y con la llegada de Elena y de Benito, pertrechado éste con sus cámaras y resto de equipo, el grupo se fue completando, entre comentarios diversos que incluían la planificación de la jornada.  En la última reunión de El Payar habíamos acordado para este año 2025, año del centenario, entre otras cosas, la organización de una exposición en torno a la cerámica negra de L.lamas del Mouro. Era, por tanto, necesario desplazarse al lugar para recabar información y comenzar a organizar la actividad. Saludos varios, más cafés y, en cuestión de minutos ya nos íbamos distribuyendo en los dos coches que nos iban a llevar a destino: Collar, Sandra, Elena y Benito por un lado y Jorge, Mercedes y yo por el otro.

Carretera abajo, disfrutando de un relativo buen tiempo, al llegar a Xavita, Jorge, gran conocedor del terreno que pisamos y aún mejor conductor, enfoca la pendiente con el debido cuidado y respeto que impone la blanca y helada superficie del avesíu puente que cruza el Narcea.

— Con este cambio de tiempo, y en cuanto caigan cuatro gotas, la carretera se va a poner criminal. Xelada negra, la más peligrosa, porque no se ve.
— ¡Cómo se nota que aún no has desconectado!
— Son solo cuatro meses los que llevo retirado- responde nuestro experto en carreteras.
— Bueno, ahora sí que vas a disponer de más tiempo para el «Tous pa Tous».

Superado el tramo inicial, y a medida que vamos dejando atrás Xarceléi y Pambléi, el valle se va abriendo y las vistas se van haciendo cada vez más espectaculares. Tibios rayos de sol nos obligan a bajar a regañadientes los tornasoles, reduciendo así la visión de tan magnífico panorama. Los Remedios, un verdadero oasis para los habitantes de la zona, nos muestra cómo una pequeña empresa de fabricación de madreñas, complementa la actividad agrícola y hostelera de la familia que la regenta.

Más arriba Bruel.les, con su centro de concentración escolar cada vez más menguado, nos recuerda cómo la despoblación sigue haciendo mella en la comarca.

Y, finalmente, L.lamas. Acercándonos al lugar, nos fijamos en el terreno l.lamuergosu y poblado de xuncleiros y en la superficie del terreno, y cómo las hondonadas circundantes revelan espacios en los que antaño se extrajo la materia prima para la elaboración de los xarros prietos.

— ¿Cuál será la casa Celista?
— Podría ser aquella de allí, pero no estoy segura. Tenemos que preguntarles luego cuál de ellas es.

Manuel Rodríguez, Llamas del Mouro, Cangas del Narcea. Foto: Benito Sierra.

La familia nos espera al pie de la vivienda, y pronto Manuel Rodríguez, el patriarca, nos conduce a través de una escalera, en la parte trasera de la tienda, al taller. Al abrir la puerta, un agradable golpe de calor nos recibe y nos da también la bienvenida. Una vieja estufa de leña en el centro de la estancia se encarga de aclimatarla, al tiempo que reduce la sensación y olor a humedad.

— Sin ésta, aquí no se vive.

Poco a poco, todos los miembros de la expedición vamos distribuyéndonos en el interior de la pequeña habitación, un habitáculo de unos 20 metros cuadrados, salpicado de manchas de barro y en el que se amontonan piezas en distintos momentos del proceso de secado y pulido. Intentando no molestar mucho, vamos ocupando espacios que nos permitan ver y oír, atentos a recoger toda la información que nos sea posible, mientras el maestro alfarero ocupa su lugar, a bordo del torno tradicional.

Mercedes, cuaderno y bolígrafo en mano, comienza a desgranar el cuestionario, que previamente había preparado, y una tras otra surgen las primeras preguntas programadas al coro de otras más improvisadas por parte del resto de los presentes.

Verónica Rodríguez, Llamas del Mouro, Cangas del Narcea. Foto: Benito Sierra.

Al mismo tiempo, en una esquina, junto a la entrada, sentada ante un moderno torno eléctrico, Verónica se afana en el continuo despiece y amasado de una pella de barro. Un golpeo rítmico de manotazos certeros a la pella, con sus correspondientes troceados en dos, acompaña las explicaciones del maestro: «Cuanto más se trabaje, mejor». Tras varios minutos de amasado, coloca la pella sobre el torno, acciona el mecanismo, remoja las manos en un recipiente con agua y, poco a poco, se va produciendo la magia.

Contemplamos el espectáculo creativo mientras escuchamos atentamente todas las explicaciones que el maestro nos va dando: «la extracción del material es mejor hacerla en los meses de septiembre y octubre, cuando el terreno está más seco; en ocasiones, cuando estamos extrayendo barro nos encontramos con otro barrero del que ya se sacó material; hay que retirar primero la capa de tierra vegetal;  secamos al sol y cribamos con la piñera lo mejor posible el material para quitarle los gorbizos, las impurezas; lo mezclamos en proporciones de barro rojo y barro blanco amarillento; 25 % rojo, 75 % blanco; ponemos el barro a remojo en la duerna para su amasado a mano y para frayalu con el porru; ahora eso lo hacemos con el molino; se coloca la pella en el torno y se le va dando forma con la caña y la espeta; se le da altura sacando del fondo, del culo para que este no quede muy gordo; acabada la pieza , se corta con el filo, mientras el torno sigue girando para que quede perfecto; con un canto rodado se procede a bruñir la pieza; pegamos las asas y otros complementos; con el espetu hacemos los agujeros que correspondan; preparamos la fornada, colocando las piezas y cerrando herméticamente con tapines; años atrás, se cerraba el fornu con unas tapas metálicas; «ahora usamos un horno de gas; el horneado lleva unas 16 horas; los tonos metálicos los da la proximidad y el contacto de las piezas y su ubicación en el fornu; las piezas tradicionales eran casi exclusivamente para uso doméstico…»

Nos cuenta también la presencia en el pueblo y por temporadas de teyeros procedentes de la zona de Llanes, y cómo estos se dedicaban a la fabricación de tejas en el lugar. Nos muestra una teja en la que aparece, a modo de registro, el nombre de su abuelo (el teyeru) y el número de piezas fabricadas.

Benito, cámara en ristre, va recogiendo también de forma precisa toda la información posible con sus medios audiovisuales.

Más tarde, y ya en la tienda, nos muestran una colección de piezas clásicas, de gran antigüedad y gran valor, por lo que nos recuerdan la necesidad de poner esmero en el transporte de las mismas para llevar a la exposición y nos recomiendan la posibilidad de asegurarlas de alguna forma:

  • Olla / Tarreña.
  • Vedríu: utilizada para lavar las patatas y como palangana.
  • Xarra: para el vino o la leche.
  • Pixulín / botijo: para el agua fresca.
  • Xarru (prietu) o penada.
  • Feridera o botía: utilizada para elaborar manteca a partir de la nata de la leche. Tiene un orificio en la parte inferior, con un tapón hecho de un palo de madera, para extraer el suero.
  • Ol.la: para la miel o la conservación de chorizos en grasa de cerdo.
  • Quesera o Barreña: para la elaboración de los requesones.
  • Puchero: para el café.
  • Escudiel.la o concu: para servir la comida.

Nos muestran también un recipiente compuesto por 3 piezas para colocar una planta, a modo de macetero, y también dos piezas de conducción de unos 50 cm de longitud cada una de ellas: una pieza que forma parte de una chimenea y otra que forma parte de una cañería para el agua. No nos resistimos a salir de la tienda sin antes mercar alguna pieza que engrose nuestras colecciones particulares.

Fornu de la cerámica negra, Llamas del Mouro, Cangas del Narcea. Foto: Benito Sierra.

Por último, y ya para finalizar, nos conducen al antiguo horno (fornu) en un edificio anejo. El horno consta de tres partes: la parte inferior (hogar o fogón), en la que se enciende el fuego; una parte intermedia llamada treme o parrilla, de barro y con forma de cúpula, con diferentes agujeros que permiten el ascenso del calor y del humo, y la parte superior o cámara, de ladrillo refractario, en la que se colocan las piezas para su cocción. Encima se coloca la cobertura, de forma que permanezca herméticamente cerrada. Esta cobertura se hacía de forma tradicional con tapines (terrones de tierra vueltos hacia abajo y con las raíces hacia el exterior) y más tarde con unas tapas metálicas.

Una serie de restos de vasijas desechadas o rotas, cubiertas de una pátina de añejo polvo y depositadas de cualquier forma y manera en la zona superior del horno conforman una especie de bodegón, con un encanto particular, acentuado por la luz de la estancia.

Nos despedimos y agradecemos a toda la familia su amabilidad y su atención, y con una línea dorada que separa la oscura silueta de la sierra del azul oscuro del cielo que anuncia ya un frío anochecer, encaramos la vuelta a Cangas, no sin antes acercarnos al lugar en el que nos habían indicado la situación de Casa Celista. El imponente palacio asoma y parece navegar entre verdes olas de pasto y rulos de plástico blanco. Sin embargo, la caída de la luz hace que desistamos de acercarnos a la casa. Lo dejamos para otro día.

Un café final en Los Remedios, saludo a los parroquianos y damos por finalizada una buena y fructífera tarde por L.lamas del Mouro.


FOTOGRAFÍAS
(autor: Benito Sierra)

Rumbo a L.lamas


Breve reportaje sobre el Tous pa Tous en LNE

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