Lavanderas canguesas
Piense el lector por un momento en el río Narcea a su paso por Cangas tal y como muestra la fotografía que aquí glosamos. En realidad, desde su nacimiento en Monasterio de Hermo, el recorrido hasta la capital del concejo es corto y, sin embargo, su cauce es ya considerable. No hablamos sólo de desniveles que ayudan a su crecimiento, sino también de las aguas que va recibiendo y que, instantáneamente, se le incorporan hasta formar un río de importancia capital en la Asturias del occidente, receptor hasta su entrega al Nalón de tantas y tantas afluencias que, a su vez, irán formando ríos. Designio de ensanchamiento no sólo del propio cauce, sino también de las vegas que, a su paso, se van enriqueciendo, en lo paisajístico y en su fertilidad. Ello por no hablar de la riqueza que en él vino habitando con sus truchas desde los inicios, y sus reos, salmones y anguilas que se internan en su seno contracorriente.
El Narcea, a su paso por Cangas, representa, entre otras muchas cosas, la recepción de una riqueza que mana en sus montañas más cercanas y que, sin detenerse, al modo que nos hizo saber Heráclito, continúa en espera de otras incorporaciones hasta muy cerca del mar.
Cangas del Narcea. Un valle muy estrecho y, sin embargo, un río grande, a cuyo alrededor se vino forjando la historia de una de las villas más importantes de Asturias. Río aún joven que anticipa los designios de los que venimos hablando.
Lavanderas en el Narcea
Cestos de la colada vacíos. Ropas que se están lavando y que esperan su turno sobre las piedras. Muy cerca, el puente, que no es el romano, sino el que se encuentra por debajo de la Iglesia y del palacio de Omaña. Al otro lado del puente, por encima del discurrir del río, pueden atisbarse las viñas, uno de los rasgos verdaderamente distintivos de este concejo asturiano, con un esperanzador potencial vinícola, recurso que se intenta revalorizar, esperemos que con el mayor de los éxitos. En la fotografía, se observan, por decirlo así, dos grupos de lavanderas. Hay un espacio entre las cuatro que comparecen en primer término y las otras dos que se encuentran más alejadas. La mayoría de ellas tienen su cabeza cubierta al modo tradicional. Apenas son perceptibles sus rostros. La que muestra sus brazos más destapados parece la más joven del grupo. El momento que capta la imagen, sobre todo en lo que se refiere al grupo más cercano y numeroso, no parece que sea testigo de una charla entre ellas, sino más bien de ensimismamiento en la tarea, a la vez, común y propia. No cabría decir lo mismo de las otras dos lavanderas que se encuentran más alejadas.
Lavanderas canguesas que, en el desarrollo de su tarea, tenían la posibilidad, seguro que no desperdiciada en la mayor parte de las ocasiones, de socializar en un momento en que las mujeres disponían de menos opciones que los hombres para casi todo, incluso para reunirse sin demasiadas prisas. Un escenario común para un trabajo individual. Un entorno muy cercano a edificios que atestiguan parte fundamental de la historia, también artística y religiosa, de la villa.
Lavanderas canguesas. El río como lavadero. Las aguas que se renuevan de continuo como garantes de la limpieza de la ropa que llevan en sus cestos. Desarrollan su tarea, como hemos apuntado, muy cerca de la basílica de la capital del concejo. En su horizonte más allá del puente, los viñedos. Estamos hablando de un momento, principios del siglo XX, en que la población del Concejo se movía en torno a los 20.000 habitantes: 22.742, en 1900; 23.104, en 1910, 23.668, en 1920. El censo más reciente arroja el dato de 14.796 habitantes. Conviene tener en cuenta que, tras la etapa de mayores explotaciones mineras en las últimas décadas del siglo XX, Cangas busca afianzarse con sus recursos tradicionales y con aquellos otros que puedan contribuir a su desarrollo, frente a las amenazas que son comunes al campo asturiano en general y al occidente de nuestra tierra en particular, fundamentalmente, el envejecimiento de la población, así como la carencia de expectativas profesionales para los más jóvenes. En 1927, dejó de llamarse Cangas de Tineo y pasó a designarse como Cangas del Narcea. La antigua denominación sigue dando pie a conversaciones de rivalidades localistas que, por fortuna, en la mayor parte de los casos, no van más allá de la ironía y de la retranca.
Alto Narcea que discurre, ya poderoso, por Cangas. Lavanderas que dan cuenta, más allá de los avatares personales, de la vida que bullía en esta población a principios del siglo XX. Población que, sin prejuicio de la importancia que vino teniendo y tiene en el suroccidente asturiano, cuenta aún con muchas potencialidades sin explotar, empezando por unas infraestructuras que comunicasen Asturias y la meseta por su entorno, algo de lo que se habló siempre y que cobró actualidad hace tres años en la campaña electoral autonómica y municipal cuando se hablaba de abrir la autovía de los retrasos, es decir, la de la Espina, hacia Ponferrada.
Cangas, ahora como entonces, busca su salida, al mar a través del Narcea y del bajo Nalón, y también hacia Castilla tan cercana pero sin infraestructuras que faciliten ese anhelado tránsito. Capital del alto Narcea, capital minera del occidente durante décadas, que vino esperando una comunicación ferroviaria que nunca llegó, que discurriera más o menos paralela al gran río que la recorre. Lavanderas canguesas de una Asturias de ayer que hoy sigue en busca de su futuro, de un futuro que pasa en no pequeña parte por este río tan poco atendido y cuidado que es el Narcea.
Publicado en A orillas del Narcea. Agosto de 2008
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir