La iglesia parroquial de San Juan Bautista de Vega de Rengos y el patronato de los condes de Toreno

Retablo mayor de la iglesia de San Juan Bautista en Vega de Rengos.

Hace unos días salía en esta web del Tous pa Tous el artículo sobre el retablo de Nuestra Señora del Rosario en la colegiata de Cangas del Narcea, ahora queremos dar a conocer los acomodos (retablos e imágenes) de uno de los templos más ricos del concejo de Cangas del Narcea, merced al patronato que sobre él ejerció una de las casas nobles de mayor prestigio del Principado de Asturias. Se trata de la iglesia de San Juan Bautista de Vega de Rengos y de la familia Queipo de Llano (condes de Toreno), que eran también patronos de la colegiata de Santa María Magdalena en Cangas del Narcea, y de los templos de Santa María de Gedrez y Santa Eulalia de Larón.

La iglesia de Vega de Rengos fue fundada como monasterio («Sancti Ioannis de Veiga») por Rodrigo Alfonso, que vivió en los reinados de Bermudo II (985-999) y Alfonso V (999-1028), y tenía asiento en aquellas zonas de Cangas y en Cerredo (Degaña). Era propietario de grandes haciendas y fundó algunos monasterios e iglesias, entre ellos este de Vega de Rengos (CARBALLO, Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias, 1695, ed. 1988, pág. 295). Esta primera fundación, de la que nada se conserva, dependió del monasterio de San Juan Bautista de Corias hasta 1576, año en el que el patronato pasó a depender de la familia Queipo de Llano, que lo mantuvo hasta finales del siglo XIX (sus armas aparecen en un banco, en el retablo de la Piedad y en las pinturas del presbiterio), con su filial de Santa María de Oballo (construida en 1897, con un retablo de la época y dos imágenes del siglo XIII: San Pablo y la Magdalena). El templo, edificado en el siglo XIV, consta de una nave y presbiterio rectangular, cubiertos con bóveda de cañón apuntado. Al lado de izquierdo de la nave se abre la capilla de Santa Bárbara, edificada en tiempos recientes, y a la izquierda del presbiterio hay una sacristía que comunica con un pórtico cerrado. Aún conserva el pavimento original de pizarra (RAMALLO, «La zona suroccidental asturiana», Liño, n.º 2, 1981, pág. 235). En 1672 se amplió el presbiterio para alojar el retablo mayor, aunque el tipo de cubierta no se alteró, continuando con la característica bóveda de cañón apuntado, como el resto del templo (PÉREZ SUÁREZ, Las empresas arquitectónicas promovidas por los condes de Toreno, 1999, pág. 66).

Retablo de la Piedad.

Consta de cuatro retablos: el mayor y colaterales, de hacia 1677, y el de la Piedad, traído desde la capilla de La Muriella, realizado hacia 1675.

El retablo mayor fue donado por don Fernando Queipo de Llano y Lugo, II conde de Toreno (Caballero de Santiago, corregidor de Burgos y Murcia, y diputado y alférez mayor del Principado de Asturias). La intención de colocar un retablo en la iglesia se expresa en la cesión de un juro de 31.287 maravedíes, otorgado en 1672, en el que se dice: «El tiempo que fuese necesario para hacer un retablo en dicha iglesia en el altar mayor, y dorarle y ponerle con toda forma y después se convierta en la compra de todos los ornamentos que fueren necesarios para el servicio de dicha iglesia, en la forma y como le pareciese al cura que es o fuese della» (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 65). Sin embargo, no fue hasta cinco años más tarde (1677) cuando se empezó a trabajar, con la donación de 4.600 reales que hizo el conde de Toreno para auxiliar a la parroquia (la realización del retablo comenzó ese año ya que en la donación se dice que el dinero es para hacer el retablo, no para proseguirlo ni concluirlo). Lo que se pretendía era modernizar y embellecer el templo por estar indecente e indecoroso. Entre 1677-1679 se vendieron las imágenes de San Roque, San Miguel y la «caja de Nuestra Señora» del antiguo retablo, obteniendo cerca de 420 reales (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 65).

Desconocemos el autor de la traza y el nombre del artista que materializó este retablo, aunque por sus características (estructura y ornamentación) habría que relacionarlo con el arquitecto de retablos lucense Antonio Sánchez de Agrela (doc. 1650-1666), hermano de Pedro Sánchez de Agrela (h. 1610-1661), autor del retablo mayor de la iglesia colegial de Cangas del Narcea y cabeza del denominado «Primer Taller de Cangas del Narcea». Antonio fue uno de los principales colaboradores de su hermano y aunque su maestría estuvo por debajo de la de éste, fue un buen ensamblador y un aceptable imaginero. En 1650 ajustó, junto a su hermano Pedro, el retablo mayor del convento de Santo Domingo de Oviedo (sustituido entre 1758-1761 por otro más moderno, realizado por el arquitecto de la diócesis de Oviedo José Bernardo de la Meana); en 1656 hizo el desaparecido retablo colateral del templo de San Salvador de la villa de Sarria, en Lugo (PÉREZ COSTANTI, Diccionario de artistas que florecieron en Galicia durante los siglos XVI y XVII, 1930, pág. 500); en 1664 el retablo de la capilla de don Tomás Vuelta Lorenzana, en la antigua iglesia de San Miguel de Laciana (hoy día, San Miguel de Villablino); el retablo mayor del santuario de Nuestra Señora en Fonsagrada (Lugo); en 1665 el retablo mayor y un colateral (desaparecido) de la iglesia de Nuestra Señora de Muñalén, en el concejo de Tineo (PÉREZ y PÉREZ, Iglesias, santuarios, capillas y ermitas del cuarto de los Valles, 2007, págs. 69-71.), y en 1666 el retablo mayor de la iglesia de San Juan de Porley (desaparecido). En nuestra opinión también realizó el retablo mayor de la iglesia de Santa María de Borres (Tineo), una imitación del retablo mayor de Muñalén.

Santiago

Este retablo mayor de Vega de Rengos constituye un buen ejemplo de la producción local del último cuarto del siglo XVII. Es un diseño organizado en banco, frontis de cinco hornacinas y ático triple. Los elementos estructurales son columnas corintias de fuste entorchado y pilastras cajeadas de capitel ganchudo (propias del taller de Pedro Sánchez de Agrela). Las columnas apoyan en ménsulas en forma de hoja de alcachofa (similares a las del retablo de Muñalén y Borres). De su ornamentación destacan las rosetas en los paneles del banco (muy similares a las del retablo mayor de Gedrez); los roleos del friso, de talla crespa, ovas y una sucesión cuentas (trasunto de retablos de Muñalén y Borres). Esta estructura fue alterada en 1682 al incorporarle algún elemento del barroco decorativo local (taller de Corias), como el encuadre de la hornacina principal, los colgantes de hojarasca y granadas pinjantes del primer piso, el enmarque de las hornacinas laterales del ático, las ramas de acanto terminadas en cabeza de ave del ático y el remate semicircular. Además se pagaron 100 reales a un «escultor de Corias» por armar el retablo (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 69) que, sin duda, fue el ensamblador Antonio López de la Moneda (Zanfoga, Lugo, doc. 1678-1724) autor del retablo mayor de la iglesia de Nuestra Señora de Regla de Corias, ajustado en 1679 y realizado en 1713. También trabajó el licenciado Antonio Ron (doc. 1685-1704), hermano de Manuel de Ron (ver su biografía en el Tous pa Tous) que «compuso varias piezas del retablo», Juan Collar que compuso los atriles y columnas del retablo, y el pintor local Plácido García de Agüera (1719-1798) que intervino en las columnas del retablo en 1742 (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 69).

Según Ramallo las imágenes son obra de Francisco Quintana Argüelles (doc. 1667-1676), uno de los discípulos más aventajados de Luis Fernández de la Vega (1601-1675). De su obra documentada poco se conoce: cinco imágenes para el retablo mayor de la iglesia de Santa María la Real de Tanes (Caso), que Fernández de la Vega le traspasó en 1670 (desaparecidas), y el retablo mayor de la iglesia de San Juliano de Arbás (Cangas del Narcea), realizado entre 1673-1674 según la traza suministrada por el propio Fernández de la Vega (RAMALLO, Escultura barroca, 1985, pág. 243).

San Juan Bautista.

Las imágenes se comenzaron hacia 1677. Por entonces, Quintana Argüelles ya había concluido su trabajo en el retablo de Arbás y el conde de Toreno le encargó las imágenes, seguramente por la muerte o el traslado de Antonio Sánchez de Agrela a otro centro en donde podría conseguir encargos de mayor prestigio y dotación. Esto propicio que incluso dejase parte del retablo por terminar como lo atestiguan los añadidos que se le hicieron a finales del siglo XVII. De todas las imágenes sólo tres se pueden relacionar con la producción del propio Quintana Argüelles: San Juan Bautista, titular de la parroquia; Santiago el Mayor y San Roque. Para representar a San Juan Bautista empleó el modelo del que Fernández de la Vega se valió para esculpir la imagen de San Juan de la iglesia de San Vicente (hoy, de la Corte) de Oviedo, entre 1638-1641: un hombre joven, en posición de avance y envuelto en unos ropajes trabajados de manera profunda y aristosa. Francisco Quintana talló un San Juan inexpresivo y con un rostro enmarcado por unos cabellos largos y filamentosos de clara reminiscencia naturalista. El tratamiento de los pliegues es un trasunto de los del San Juan de la Corte: en la parte de la izquierda se multiplican y se tallan de manera rígida, formando grandes aristas, mientras que los de la derecha son más suaves y transversales.

San Roque.

San Roque repite el modelo que Luis Fernández de la Vega empleó para la imagen de la Catedral de Oviedo y que fue ejecutada junto a los retablos de Santa Teresa y Nuestra Señora de la Concepción, encargados por el obispo don Bernardo Caballero de Paredes en 1658 (este prelado financió grandes proyectos, como el desaparecido retablo mayor de la ermita de Nuestra Señora de Carrasconte, los retablos colaterales del convento de Agustinas Recoletas en Medina del Campo, ambos realizados por Pedro Sánchez de Agrela y Luis Fernández de la Vega, y la construcción de la capilla de Santa Bárbara en la Catedral de Oviedo). Quintana Argüelles hizo una copia de la imagen de la Catedral, sin la expresividad de aquella (de este mismo modelo también se valió Pedro Sánchez de Agrela, a mediados del siglo XVII, en la imagen de San Roque del monasterio de Corias). Santiago el Mayor se representa como peregrino, con el bordón y el sombrero de ala ancha.

El resto de imágenes del retablo mayor de Vega de Rengos: Inmaculada Concepción, San Fernando, San Antonio de Padua y San Antonio Abad, así como el relieve de La Resurrección, no pertenecen a la producción de Quintana Argüelles, y la Virgen con el Niño, de la calle de la izquierda del piso superior, es de finales del siglo XVI y su modelo y policromía son característicos del gusto renacentista.

Retablo colateral de la Virgen del Rosario

El dorado del retablo es obra de Nicolás del Rosal, vecino de Oviedo, el mismo que policromó el retablo, con sus imágenes, de la iglesia de San Juliano de Arbás y el retablo de Nuestra Señora del Rosario en la colegiata de Cangas del Narcea. En 1682 el conde de Toreno donó algunos panes de oro para sufragar la obra. En las cuentas de 1682 se dice: «[…] Los mas de trece mil panes de oro que dio el señor conde de Toreno que están en el cielo, se gastó en tres mil reales en dinero que los gastos todos de pan y vino y carne que hicieron los maestros mientras lo pintaron […], más trescientos treinta y seis reales que costó el oro que falto para el retablo además del que vino de Madrid que se envió a buscar a Valladolid y a León [….]» (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 69). La policromía es de buena calidad, no solo el oro del retablo sino las estofas y los detalles de las vestimentas de las imágenes efectuados, todos ellos, a punta de pincel. Al propio Nicolás del Rosal se podría deber el escudo pintado sobre la bóveda de la capilla mayor con las armas de la familia Queipo de Llano.

Retablo colateral del apóstol San Bartolomé.

Los retablos colaterales de la iglesia son de la misma época y estilo que el retablo mayor. Se organizan en banco, frontis de única hornacina entre dos pares de columnas corintias de fuste estriado y dos pilastras cajeadas de capitel ganchudo decoradas con medias lunas. En el de la izquierda se venera la imagen del apóstol San Bartolomé, cuya factura también tenemos que relacionar con el propio Francisco Quintana Argüelles, y en el de la derecha una Virgen del Rosario de posterior factura. Fueron dorados por Nicolás del Rosal.

Adosado al muro derecho de la nave se aloja el retablo de la Piedad o Quinta Angustia, trasladado desde la capilla del palacio de La Muriella, próxima a la parroquia y primera residencia de la familia Queipo de Llano (hoy día, nada queda de ella). En el inventario de los ornamentos del 24 de marzo de 1855 se describe el retablo: «un retablo de madera de nogal, de dos cuerpos pintado y en su mayor parte dorado, bastante deteriorado, el cual tiene unas tres varas de alto por otras tantas de ancho. Se hallan colocadas en el mismo cuatro imágenes. En el centro la de la Señora de las Angustias y en el cuerpo o departamento superior la de San Lorenzo, en el medio, y colaterales a éste San Antonio de Padua y San Adriano, todas cuatro imágenes de bulto y de madera bastante carcomida» (PÉREZ SUÁREZ, Ob. cit., pág. 85).

Al igual que el resto de acomodos fue pagado por don Fernando Queipo de Llano y Lugo, II conde de Toreno (en el banco se representa el escudo de armas de los condes y un alto relieve de San Fernando en alusión al patrono). Es un retablo organizado en banco, frontis de única hornacina y ático simple rematado por un frontón triangular. La transición entre ambos cuerpos se realiza por dos aletones curvos. Este diseño nos habla de un retablo realizado con anterioridad a 1677, ya que en ese año se introdujeron en el suroccidente los diseños barrocos del ensamblador madrileño Pedro de la Torre (h. 1596-1677), con la realización del retablo mayor del monasterio benedictino de San Juan Bautista de Corias (ático simple entre machones, coronado por un florón, y remate semicircular). Se estructura con columnas salomónicas decoradas con los motivos propios de su orden: hojas de vid y racimos de uva, que apoyan en unas ménsulas de acentuado carácter vegetal (de alcachofa, en relación con las del primer taller de Cangas del Narcea).

San Juan Bautista.

De su ornamentación destacan las cabezas de hojarasca y granadas de los intercolumnios, y las cartelas con hojarasca y frutilla del ático. Precisamente, estos motivos recuerdan a los empleados por los discípulos de Luis Fernández de la Vega (1601-1675), como Juan García de Ascucha Galán (natural de Gijón, doc. 1669-1717/1722. Ejerció los oficios de ensamblador, escultor y maestro relojero de la Catedral de Oviedo) y Sebastián García Alas. Precisamente las cabezas con colgantes aparecen en el retablo mayor de la capilla del palacio de La Rozadiella (Tineo), realizado por García de Ascucha en 1678. Asimismo, las cartelas con colgantes del ático son una imitación de las del retablo de Nuestra Señora del Rosario de la iglesia colegial de Cangas del Narcea, ensamblado por García Alas entre 1676-1678.

San Blas.

En él se venera la imagen de la Piedad, una de las pocas representaciones de esta iconografía en el suroccidente de Asturias (también destaca la de la iglesia de Santa María de Carballo y la del santuario del Ecce Homo en Regla de Perandones, en relación con los modelos del escultor ovetense Antonio Borja). La de Vega de Rengos recuerda enormemente el relieve de la misma advocación del retablo mayor de la iglesia de San Pedro de Jomezana, en el concejo de Lena, realizado por García de Ascucha en 1690 (RAMALLO, Escultura barroca, 1985, pág. 246). Es un grupo frío cuyos rostros no reflejen la excitación, el dolor y el patetismo propio de este tipo de representaciones. Los pliegues son acartonados, de clara tradición naturalista. El resto de imágenes son de menor calidad (San Lorenzo en el ático, titular de la capilla de la Muriella, y a sus lados Santiago y San Antonio).

En la capilla de Santa Bárbara se hallan algunas imágenes de marcado carácter popular, entre las que destacan San Juan Bautista, de pequeño tamaño, que sigue el modelo reflexivo de tradición gallega; un San Blas del primer cuarto del siglo XVIII, en relación con los modelos de Antonio López de la Moneda (doc. 1678-1724), caracterizado por unos pliegues duros, de tradición naturalista, y un Santo Obispo de la misma época aunque de concepción más tosca.

Finalmente, otros ornamentos, alhajas y libros donados a la iglesia de Vega de Rengos por lo condes de Toreno, y de los que no conocemos su paradero, son ricos misales, frontales de altar de importación, candelabros, lámparas, y una cruz de plata, que fue donada por don Fernando Queipo de Llano y Lugo, II conde de Toreno, y que costo más de 100 ducados (1.100 reales), realizada en Madrid por Matías Vallejo (Yayoi KAWAMURA, Arte de la platería en Asturias, Oviedo, 1994, págs. 123-124).

Con esto ponemos punto final a este breve artículo sobre el patrocinio de los condes de Toreno en la iglesia de San Juan Bautista en Vega de Rengos, y abrimos la vía a futuros artículos sobre otros templos de su patronato: las iglesias de Santa María de Gedrez y Santa Eulalia de Larón.

El cangués Tano Ramos gana el premio Comillas de historia, biografía y memorias

Tano Ramos (Cangas del Narcea, 1958). Foto: Ed. Tusquets

El escritor asturiano Tano Ramos ha ganado este viernes el XXIV Premio Comillas de historia, biografía y memorias por su libro El caso Casas Viejas que relata el levantamiento anarquista que tuvo lugar en 1933 en la localidad gaditana de Casas Viejas (Cádiz).

El jurado, formado por Miguel Ángel Aguilar, Emilio La Parra, Josep Ramoneda y Josep Maria Ventosa –en representación de la editorial Tusquets, que impulsa el premio–, ha decidido premiar esta historia que recuerda el levantamiento anarquista y la respuesta militar que provocó, y que trajo consigo la muerte de 14 campesinos y puso en serios aprietos al gobierno del entonces presidente Manuel Añaza.

Según ha informado el jurado en un comunicado el relato construido por Ramos «invita a reflexionar sobre la patológica relación existente en España entre los tribunales y los medios de comunicación, tanto en los convulsos años treinta como en casos más recientes de nuestra historia».

Ramos (Cangas del Narcea, Asturias, 1958) recibirá como premio una estatuilla de bronce diseñada por Joaquín Camps y un anticipo sobre derechos de autor de 20.000 euros.

Elisa García López premio «Next Generation» 2011 Europe

La canguesa Elisa de los Reyes García López con el 2º premio Holcim “Next Generation” 2011 Europe

El 15 de septiembre desde Milán, Italia, fueron anunciados los ganadores europeos de la tercera convocatoria de los Holcim Awards for Sustainable Construction (Premios Holcim para la Construcción Sostenible).

Desde aquí queremos felicitar a nuestra socia, Elisa de los Reyes García López (Cangas del Narcea, 1981), ganadora del 2º premio Holcim “Nueva generación” dotado con 15.000 $. La arquitecta canguesa participó en esta edición con su proyecto: Reutilización de material y esquema de transformación regional en Gijón, España.

Elisa estudió la carrera de arquitectura en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, Universidad Politécnica de Madrid y el premio obtenido precisamente se refiere a proyectos realizados en el ámbito académico, estudios de grado, master, o doctorado.

Fiestas del Carmen de 1984 en Cangas del Narcea

Ernesto Gomez García del comercio «Electrodomésticos ER.GO-GAR», calle Mayor, 35 de Cangas del Narcea, elaboró este vídeo en los formatos de la época: 2.000, Beta y VHS, para obsequiar a sus clientes.



 

Cervero o Pico Tunón (1.475 m)

Esta montaña situada en el concejo de Cangas del Narcea, en el suroccidente de Asturias, forma parte del calendario anual de actividades del Grupo de Montaña Ensidesa de Gijón. El vértice geodésico, que se ve en las imágenes, está situado en el extremo norte de la loma alargada del Cervero, sobre una cresta rocosa conocida por Pico Tunón, rodeada de monte bajo.

Desde Monasterio del Coto, por la carretera, en dirección al puerto del Pozo de las Mujeres Muertas, recorridos 2,2 Km. se llega al Km. 19,2 y aquí se sigue a la derecha por una pista que a 1,2 Km. pasa por Braña Nueva, luego por Colmenar de Gamonal y a los 3,2 Km. por Braña de Silla, se continúa por esta pista hasta llegar el collado del Pozo, 4,2 Km., donde se deja el vehículo. A pie, hacia el N.E., se sigue por una senda que va por la falda norte de la cordillera, pasando por Las Chagunas, por el collado de La Forquina y luego hasta la señal, tardándose 1 hora en llegar.

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Víctor Bernardino de Sierra y Abello, (Jarceley, Cangas de Tineo 1791) – (Madrid 1877)

Victor de Sierra y Abello (1791-1877), teniente general de los ejercitos nacionales

El teniente general D. Víctor Bernardino de Sierra y Abello pertenecía a esa generación ilustre que tomó parte en los sucesos que conmovieron al mundo a causa de la revolución francesa, y que combatiendo al invasor de nuestro país, formó a la vez el primer Código Constitucional de España. Hijo del diputado constituyente de las Cortes de Cádiz, D. Francisco de Sierra y Llanes, y de Dª María Abello Fuertes de Castrillón, nació D. Víctor en Jarceley, parroquia de San Martín de Sierra, concejo de Cangas de Tineo, provincia de Oviedo, el 6 de Marzo de 1791, de ese año que preparó las sangrientas convulsiones de Francia.

Siguió una carrera literaria en la Universidad de Oviedo; pero en 1807, vencido por su decidida vocación a la milicia, abandonó las aulas que frecuentaron Campomanes y Jovellanos, y con quince años cambió los estudios de teología por la espada de soldado, ingresando como cadete del regimiento de caballería del Rey, a la sazón en Valladolid, e inmediatamente formó parte de la expedición a Dinamarca, mandada por el Marqués de la Romana, tomando parte en los hechos de armas que ocurrieron.

Dos años después, en 1809 cuando la Guerra de la Independencia llamaba en torno de la bandera de la patria a todos sus hijos, el joven oficial combatió denodadamente en Almaraz y Talavera de la Reina recibiendo en esta última batalla, a las órdenes del general Cuesta, gloriosas pero gravísimas heridas al cargar su regimiento a la caballería de M. Villatte que quedó completamente destruida por las lanzas castellanas pero, que a Victor Sierra le obligaron a dejar por breve tiempo los campos de batalla.

Aquel bautismo de sangre, lejos de apagar los bríos del oficial Sierra, que sólo contaba entonces diecisiete años, sirvió por el contrario para enardecerlos más, si esto era posible. Restablecido ya, en 1810 tomó parte en las acciones de Trigueros, Gibraleón y Villarrasa, en la provincia de Huelva a las órdenes de los generales Copons y Ballesteros.

En 1812 alcanzó el grado de teniente de los Húsares de Cantabria, unidad de caballería ligera surgida en el verano de 1808, concurriendo al año siguiente a las batallas de Vitoria y San Marcial, a la toma de Irún, paso del Bidasoa, y conquista de las célebres líneas de Viriato.

En 1814 estuvo en la batalla de Tolosa, y mereció por su conducta y valor ser citado por el general Freire en el parte oficial del combate.

Concluida ya la Guerra de la Independencia Española, en 1816 fue nombrado capitán del depósito de Ultramar, y participó en las guerras de emancipación de Venezuela, Panamá, Nueva Granada y Perú con el brigadier José de Canterac, militar español de origen francés. Allí ardía también el fuego de la guerra y en 1817, capitán ya de la 2ª compañía de lanceros del Rey y mandando un escuadrón, asistió a las acciones de la Asunción (Paraguay), Portachuelo de San Juan y toma del fuerte de Juan Griego (Isla Margarita).

En 1818 participó en el reñido combate de «La Puerta» (tercera batalla de «La Puerta» de la Guerra de Independencia de Venezuela), en el cual, dispersada la vanguardia española, resistió heroicamente con su escuadrón el choque de las fuerzas enemigas, dando lugar a la salvación de tres batallones que ya estaban precticamente hechos prisioneros por los americanos rebeldes. En este combate perdió su caballo y recibió un golpe de lanza, siendo nombrado teniente coronel sobre el campo de batalla.

El 7 de agosto de 1819 sostuvo la retirada de Boyacá (batalla del puente de Boyacá de la Guerra de Independencia de Colombia), siendo la fuerza de su mando la última que abandonó el campo de batalla en aquella desdichadísima jornada que terminó con la derrota del ejercito realista. Hasta 1820, año que regresa a la península ibérica, estuvo presente en la mayor parte de las acciones que se libraron en el Nuevo Reino de Granada.

En 1822 obtuvo la comisión de perseguir a la facción de la Pola de Siero (Provincia de Oviedo), consiguiendo en breve tiempo exterminarla, y en ocho días desempeñó la de pacificar los concejos de Cangas y Tineo, que se habían levantado en masa.

En 1823, destruyó las facciones de Collar y Batanero, copando toda su gente; en Valdearenas (Guadalajara) hizo prisioneros a los jefes de otros dos partidas importantes; persiguió y derrotó en Serón (Almería) y Monteagudo (Murcia) al francés Jorge Bessières, aniquilando su partida; hizo levantar el sitio de Cuenca; destrozó la facción de los García atacándolos en las proximidades de Quintanar de la Orden (Toledo), cogió 70 prisioneros, y dejó tendidos en el campo de batalla a los dos jefes de la partida.

Después de otros heroicos hechos, la entrada de los franceses en Cádiz y el alzamiento de Riego, al que se adhirió, fueron las causas de que le declarasen indefinido. En esta situación, impurificado en 1ª y 2ª instancia, y sin derecho a pensión alimenticia, se retiró a su país (Asturias) hasta el año de 1834.

En Asturias permaneció hasta la muerte de Fernando VII (San Lorenzo de El Escorial, 14 de octubre de 1784 – Madrid, 29 de septiembre de 1833); y cuando estalló la guerra civil en la península, Sierra ofreció sus servicios a la Reina Gobernadora, y dio inicio otra época de penalidades y de glorias.

Victor Bernardino de Sierra y Abello fue ascendido a tenienete general por antigüedad

Mandando el regimiento de caballería del Príncipe, 3º de línea, se incorporó al ejército del Norte en 1835, y formó parte de la expedición del general Peón contra el faccioso general Sanz. Relatar los hechos hasta 1838, que obtuvo el grado de Mariscal de Campo, sería referir la historia de la guerra civil de aquellos años. Destacable de esa época es la memorable acción que le llevó junto al general Iriarte, a atacar con tres escuadrones al rebelde teniente coronel Ignacio de Negri y Mendizábal, conde de Negri, en las inmediaciones de Saelices del Río (León), donde envolvió y arrolló toda la caballería enemiga, aniquilándola por completo cogiéndole tres compañías de cazadores con 16 oficiales, sin contar los muertos y heridos.

Hay que tener en cuenta que nuestro bravo, inteligente y modesto soldado obtuvo todos sus ascensos por acciones de guerra. Fue nombrado brigadier por el paso del vado del Narcea, en Cornellana, y en Mayo de 1938 recibió el nombramiento de ayudante general de Guardias de Corps. Desde este mismo año disfrutaba de la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo. En diciembre de este año pasó del cuartel a su país, hasta 1843, en que recibió el mando de una división en el sitio de Barcelona.

En 1844 obtuvo la credencial de ministro del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, cuyo puesto ocupó hasta 1851, año en el que logró, a petición propia, salir de cuartel para Oviedo y Madrid.

En 1871 por su antigüedad y por sus grandes servicios prestados durante una larga vida de abnegación y trabajos sin cuento, a las nobles causas de la independencia patria, de la integridad nacional y de las instituciones liberales, le fue concedido el grado de teniente general.

Nuestro anciano teniente general falleció en Madrid el 16 de noviembre de 1877, con sentimiento profundo de cuantos tuvieron la fortuna de cultivar su ameno y agradable trato, y de conocer a fondo la sólida instrucción literaria, de la que no hizo jamás alarde alguno, pero que revelaba, sin pretenderlo, hasta en sus más familiares conversaciones.


 Fuentes:

La Ilustración española y americana – Año XV. Núm. 33.- Madrid, 25 de noviembre de 1871
La Ilustración española y americana – Año XXI. Núm. 45.- Madrid, 8 de diciembre de 1877


María Luisa y su lubina al champagne

María Luisa García era natural de Besullo (Cangas del Narcea)

Por una esquela en el periódico nos enteramos de la muerte de la cocinera avilesina María Luisa García (a quien no se debe confundir, pese a la coincidencia de nombre y ocupación, con María Luisa García, la excelente cocinera de Mieres, autora de grandes «best-sellers» de la literatura coquinaria y recetaria, entre las que destaca «El arte de la cocina», uno de los libros más reeditados en Asturias de toda su historia editorial, y que continúa felizmente entre nosotros, en compañía de su Manolo, su marido y jefe de ventas; y que sea por muchos años). María Luisa García, de Avilés, que acaba de dejarnos con poco más de ochenta años, fundó con su marido Félix Loya, una de las instituciones de la alta gastronomía asturiana, el restaurante San Félix, de Avilés, situado en la antigua avenida de Lugo más tarde rebautizada como Los Telares, que alcanzó su momento de máximo esplendor en los años ochenta del pasado siglo.

Decía Brillat-Savarin, autor al que últimamente me resisto a citar, dándole la razón a Baudelaire, que lo consideraba un necio y un «fanfarrón de la abstinencia», pues a lo largo de las muchas páginas de «la fisiología del gusto», sólo le dedica al vino una frase rutinaria y absurda, de pasada (y yo desconfío de los «fanfarrones de la templanza» desde que en unas declaraciones a este periódico leí, en pleno ejercicio de precorrección política, que alguien sólo bebía agua fresca de la fuente, y, si acaso, y siempre por «imperativo social», un «culín de sidra»), algo que, sin embargo, merece ser citado: que el descubrimiento de un nuevo plato es más importante que el de una estrella. No puede decirse, con rigor, que María Luisa García haya descubierto un nuevo plato, pero sí que renovó, mantuvo y mejoró muchas muestras muy características de la cocina regional; por ejemplo, la lubina al champagne, que se hace troceando la lubina antes de cocerla en un caldo corto. Limpia de espinas y piel, se le añaden sal y una salsa de champagne, y se gratina al horno. El resultado es delicioso. Pues bien: si la aparición de un nuevo plato es más importante que la de una estrella la desaparición de una gran cocinera tiene que afectarnos más que la de toda una galaxia en la inmensidad de los espacios infinitos.

Por esto motivo, nos trasladaremos a Avilés para recordar el emporio hostelero que María Luisa García y Félix Loya crearon en la Villa del Adelantado, en una época en que La Serrana, la Cantina de Renfe y San Félix eran referencias inevitables no sólo en Asturias, sino en el norte de España. Y hasta en Madrid. Recuerdo una ocasión en que, después de haber pasado un par de meses en la Villa y Corte, tomé el tren para regresar a Asturias y continué hasta Avilés para repostar en la Cantina de la Renfe, con una sopa de marisco de primero (la hacían excelente) y un cachopo de merluza de remate. Si venimos considerando como «territorios perdidos» los de antaño, ¿no es la muerte de una persona otro territorio más perdido, sólo que más amplio, más rico, más variado, más irremediable? Además, la muerte de María Luisa García permite recordar buenos momentos del paladar.

María Luisa García era natural de Besullo, el pueblo de Alejandro Casona, en una zona recóndita de montes, en el concejo de Cangas del Narcea. Esta zona es de viandas poderosas; no sé cómo, alimentándose con ellas, pudo salir Alejandro Casona tan cursi. Se formó como cocinera en Casa Migio, de Madrid, plaza a la que fueron nativos de Cangas del Narcea, bien como serenos y como cocineros, como en este caso, y allí conoció a Félix Loya, natural de Villafrichós, el pueblo de las almendras garrapiñadas, próximo a Medina de Rioseco, donde Conrado Antón y Jesusa Pertierra establecieron el bar Asturias, que todavía continua abierto, aunque con otros dueños. Después de casarse, María Luisa regresa a Asturias, trayendo consigo a Félix, que trabaja como camarero en el restaurante Santarúa, y dos más tarde, el matrimonio realiza su primera aventura empresarial haciéndose cargo de El Barín. En 1967 se trasladan a las instalaciones del antiguo Félix, con lo que llamándose también Félix el nuevo propietario, no hubo necesidad de rebautizarlo. Eran los años dorados de Ensidesa y San Félix subió como la espuma: se convirtió en uno de los restaurantes punteros de Asturias.

San Félix, situado al borde de una carretera de mucha actividad, que hoy es sólo recuerdo, ya que el tráfico hacia Galicia ha sido sacado de la población, en los bajos de un edificio de pisos, tenía dos entradas en la fachada principal: una conducía directamente al comedor y al bar, y ambas se comunicaban por dentro. La cocina se encontraba a la izquierda, y era grande y muy bien acondicionada. El establecimiento se extendía hacia atrás, con salón de baile y salones para la celebración de bodas y banquetes. También se celebraban otro tipo de actos: por ejemplo, un concurso de cócteles, del que Armando Alvares y yo éramos miembros del jurado y estábamos sentados en la misma mesa, una mesita redonda al lado de la puerta por la que salían los camareros con sus bandejas en alto. Armando estaba elegantísimo, con un traje de muchos brillos, como los que se veían en las películas americanas de la época, y uno de los camareros, todavía no alcanzó a comprender por qué motivo, cada vez que se acercaba, dejaba caer la bandeja sobre nosotros. Nos acabó poniendo perdidos, hechos unas sopas, y oliendo a alcohol como si lo hubiéramos bebido por hectolitros. Pero no lo habíamos bebido. Lo habíamos tomado por afuera, externamente, que es lo peor manera y la menos placentera de tomar alcohol. Aclaremos, por si hay alguien mal pensado, que el camarero torpe no pertenecía al personal de San Félix, sino que procedía de uno de los establecimientos que participaban en el concurso.

El comedor era grande, fresco en verano, caldeado en invierno, libre de ruidos, con veinticuatro mesas (lo que da idea de su tamaño y dos grandes columnas, que lo dividía en dos zonas diferentes, y en esa frontera se encontraba un piano histórico, pues fue con el que se inauguró el teatro Palacio Valdés. La decoración era a base de maderas y mármoles, con cuadros de Zaldívar, una vista de San Esteban de Pravia de Nicieza y un mural de asunto marinero de Favila.

Como Félix tenía vivero propio, ofrecía marisco de quitarse el sombrero. Entre los platos destacaba el rape a la armoricana, el mero a la naranja y el lenguado San Félix, variante del «meunière». Y, naturalmente, la lubina al champagne. De las carnes, el lechazo, el solomillo al Borgoña y el rosbif con salsa Périgord. Félix Loya fue uno de los adelantados de los vinos de Valladolid en Asturias.

El tiempo pasa, y el negocio pasa a los hijos y se prolonga y extiende a los nietos. En San Félix, la casa madre, continuaron Julio, muerto el año pasado, y José, buen cocinero, buen discípulo de su madre. Miguel Loya consiguió al frente del comedor del Balneario de Salinas uno de los logros absolutos de la cocina asturiana de esta época. Su hijo Javier Loya, hijo de Miguel, nieto de María Luisa y Félix, extendió sus actividades y su buen hacer hacia Gijón, en el Piles, y en el hotel Santo Domingo de Oviedo, en cuyo restaurante De Loya mantiene las buenas formas gastronómicas familiares. María Luisa García ha muerto, pero su escuela, su sabiduría, su sangre, permanecen.

De Arayón al Espacio

Sandra Gonzáles, 23 años, ingeniera en telecomunicaciones. Foto de Miki López.

Sandra González vuela alto. En julio se incorporó, con una beca de un año, al centro que la Agencia Espacial Europea tiene en Noordwijk (Holanda), el European Space Research and Technology Centre (Estec), y allí trabajará en el campo de la electrónica de potencia, investigando cómo obtener la energía que hace funcionar los satélites y cómo distribuirla de la manera más eficiente por su interior. Hace unas semanas recogió su título de ingeniera superior en Telecomunicaciones en la Universidad de Oviedo.

Cuando ingresó en la escuela,dejó su pequeño pueblo de Arayón, en Cangas de Narcea, para instalarse en Oviedo, desde donde cada día se trasladaba a clase a Gijón. “Pasé de vivir con mi familia a estar sola, pero no me costó. Siempre fui bastante independiente”, dice. Por eso, tal vez, emprende su aventura espacial con confianza y alegría.

Durante estos últimos años, ha colaborado en el proyecto europeo ESMO, que culminará en el 2014 cuando se ponga en órbita el primer satélite diseñado por estudiantes y que girará alrededor de la Luna. “Ingresar en la Agencia Espacial era algo que veía muy distante”, reconoce, y sin embargo, apenas acabada la carrera, ha entrado en la ESA. “Esta experiencia me va a ayudar en mi incorporación a la industria aeronáutica europea”, avanza. Apuesta por imponerse metas y perseguirlas, por inalcanzables que parezcan. “Me decían que Telecomunicaciones era muy duro. Cierto, pero yo lo tenía muy claro. Disfruté la carrera, es difícil, hay que estudiar muchas horas, hacer prácticas… Si es lo que te gusta, aunque te exijan, lo haces contenta”, asegura.