José Francisco Uría y Riego (Cangas del Narcea, 1819 – Alicante, 1862)

José Francisco de Uría y Riego, por José Gragera y Herboso, 1862

José Francisco de Uría y Riego (1819-1862) da nombre a la calle más comercial de Oviedo y a otras principales en Gijón, Luarca y Cangas del Narcea. Nació en el seno de de una importante familia de la nobleza rural asturiana con solar en Santa Eulalia de Cueras (Cangas del Narcea).

Partícipe del ideal ilustrado del desarrollo económico como medio para conseguir el bienestar, se interesó por implantar nuevos cultivos, por el estudio de las enfermedades de las plantas, fue miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País de Asturias y participó en la Exposición de Productos Agrícolas de 1857 donde obtuvo medalla de bronce por “cecinas de jamones” de su tierra natal.

Como político se adscribe al liberalismo moderado y es elegido Diputado a Cortes por el distrito de Cangas de Tineo en 1857. Nombrado Director General de Obras Públicas en 3 de julio de 1858, recibió respeto y consideración por su incansable trabajo en pro de modernizar las infraestructuras del Estado. Aprovecha un momento de estabilidad política, desarrollo económico e impulso de las obras públicas como fue el gobierno de O’Donnell y, sin olvidar su compromiso estatal, favoreció a Asturias y al distrito que representaba como diputado. Es el momento del ensanche de Barcelona y Madrid, de la construcción del Canal de Isabel II, del trazado de la red viaria y del ferrocarril, de los faros y los puertos.

Enfermo de tuberculosis se traslada a Alicante donde fallece lejos del solar familiar. La correspondencia privada, los homenajes póstumos, además de ser entrañables reflejan el reconocimiento a su trabajo desde todas las facciones políticas, el carácter de Uría y de su época.

Texto: Mercedes Pérez Rodríguez

Mercedes Pérez, socia del Tous pa Tous, ha tenido la generosidad de realizar un extracto de su tesis doctoral, “El patrimonio de las obras públicas en Asturias a mediados del S. XIX en relación con José Francisco de Uría y Riego”, para la web del Tous pa Tous. Desde estas líneas queremos envíar a Mercedes nuestro agradecimiento. El mencionado e interesante trabajo se puede consultar a continuación:


Las casas del concejo de Cangas del Narcea

Barrios y casas de L.larón

El día de Reyes publicó Antonio Ochoa, socio del Tous pa Tous, un artículo en su blog Cosas del Suroccidente titulado “Cuando la casa era una saga”, en el que habla de la importancia y el valor de la “casa” en el mundo rural asturiano y en concreto en los concejos del occidente de Asturias. Este artículo, que reproducimos a continuación, nos sirve para informar a nuestros socios y lectores que el Tous pa Tous esta llevando a cabo desde diciembre de 2009 una recogida de todos los nombres de las casas del concejo de Cangas del Narcea, parroquia a parroquia y pueblo a pueblo. En este trabajo están colaborando muchas personas y ya quedan pocos pueblos por recoger. Nuestra intención es que antes de finalizar el mes de enero la lista de casas del concejo de Cangas del Narcea esté disponible en nuestra página web.

 

 

 Cuando la casa era una saga

Por Antonio Ochoa (6 de Enero, 2010)

Explicaba a alguien que la razón por la que no me veía el pelo últimamente no era un súbito incremento de mi alopecia, sino que estaba pasando estos días en mi casa y, de repente, me di cuenta de que lo que yo quería realmente decir y lo que el otro entendió era «en casa de mis padres, en el pueblo». Porque, en el fondo del corazón, ambos sabíamos que «mi casa» no es, en realidad, «la casa que me pertenece», sino «la casa a la que pertenezco».

Para los que nos criamos en una aldea, nuestra casa era bastante más que el lugar donde vivíamos. Era un concepto mucho más amplio que abarcaba, además del edificio, la gente que lo habitaba y los que habían habitado, su historia y sus historias, sus costumbres, sus normas y sus tradiciones. Era un todo del que tú formabas parte y que formaba parte de ti, que te definía e identificaba. Cuando hablabas, por ejemplo, de Pepe Colás, todos sabían que te referías a Pepe, el de casa Colás, del que, posiblemente, ni siquiera conocías su apellido.

Uno podía plantearse vender el piso donde vivía, especialmente si era para mudarse a otro mejor, sin demasiados ataques de nostalgia, pero nadie se desprendía de «su casa» sin una extrema necesidad. Supongo que hace falta ser dueño de la tierra bajo tus pies, que tu vivienda hunda firmemente sus cimientos en terreno propio, para que puedas echar raíces allí. Es necesaria esa vocación de permanencia, de atemporalidad, casi de eternidad, para que te sientas parte de una saga que te ha precedido en el tiempo, que seguirá después de ti y de la que sólo escribirás un capítulo, que seguramente pretendes que sea digno o, incluso, importante, pero que sabes que, al final, será también efímero.

Cada casa era, hasta cierto punto, un estado independiente con su territorio y sus fronteras, con sus leyes y su sistema económico. Tenía, además, cada una su patriarca y su matriarca, no necesariamente en este orden de importancia. Cuando uno de éstos llegaba a reinar durante un tiempo prolongado y poseía una personalidad lo suficientemente acusada, podía acabar reemplazando el anterior nombre de la casa por el suyo propio. Este era, probablemente, el honor más grande al que se podía aspirar. Resulta, por cierto, curioso comprobar que entre esos nombres casi legendarios abundaban casi tanto los femeninos como los masculinos.

No había, en cambio, (afortunadamente) ni ejércitos ni banderas, pero ello no impedía que algunos eventos se transformasen en demostraciones de poder, aunque de lo que se trataba era de demostrar la capacidad para preservar la vida y no para destruirla. Los principales eran la mayada y la matanza en los que el tamaño de las «facinas» y el número de los animales sacrificados establecían el estatus de cada casa. Era, eso sí, una rivalidad festiva en la que todos los vecinos colaboraban en un ambiente alegre, regado de risas, bromas y bebidas y que finalizaba en una comida de hermandad cuyo menú se repetía invariable en todos sitios sin que llegara nunca a cansarnos.

Aunque las mayadas hayan pasado ya a la historia y las matanzas acaben pasando pronto, todos los que nacimos en uno de nuestros pueblos hasta mediados del siglo pasado sentimos dentro de nosotros ese legado y la necesidad de preservarlo mientras vivamos. Lo que sucederá después no lo sé y, quizá, por suerte, no lo sabré nunca.

 

Como muestra del trabajo realizado vamos a presentar hoy la relación de las casas de la parroquia de L.larón, formada solamente por los pueblos de L.larón y La Viliel.la. Los nombres los ha facilitado Manuel Álvarez Rodríguez, de casa El Xastre de La Viliel.la, que vive en Madrid y es socio del Tous pa Tous. Manuel acompañó la información enviada al Tous pa Tous con una fotografía aérea de estos dos pueblos en los que él mismo ha señalado la situación de las casas, de la que publicamos la de L.larón. 

PARROQUIA DE L.LARÓN

L.larón

La Viliel.la

Barrio de El Casoiru

  • Casa Donisio
  • Casa Josepillo
  • Casa Florenta (desaparecida)
  • Casa Pacho (desaparecida)

Barrio de El Picu´l L.lugar

  • Casa Casín
  • Casa El Ferreiro
  • Casa Montero
  • Casa Xipitín
  • Casa El Pardo (desaparecida)

Barrio de El Carreiru

  • Casa Carrilo
  • Casa Jarana
  • Casa El Santo
  • Casa Toribo

Barrio de Los L.lagos

  • Casa Barreiro
  • Casa Castel.lano
  • Casa El Chispero
  • Casa El Coxo
  • Casa L’Haredeiro
  • Casa Mourín

Barrio de El Vareal

  • Casa El Caminero
  • Casa Casanueva
  • Casa Colinas
  • Casa El Curioso (desaparecida)
  • Casa Farruco
  • Casa Macera
  • Casa Pepito (desaparecida)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Barrio de La Pedrera

  • Casa Castaño (desaparecida)
  • Casa Corbella
  • Casa Fonsón (desaparecida)
  • Casa Marcones
  • Casa El Xastre

Barrio de El Picu’l L.lugar

  • Casa La Casera (también Serafín)
  • Casa Mingarrín
  • Casa El Paisano
  • Casa El Poyo
  • Casa Xuanón
  • Casa El Gal.lego (desaparecida)
  • Casa El Manteigueiro (desaparecida)
  • Casa Lario (desaparecida)
  • Casa Rápala (desaparecida)
  • Casa Ricardo
Esta última existió hasta el incendio del
17 de febrero de 1918, aunque todavía no
sabemos su ubicación exacta.

Barrio de El Chanu

  • Casa Angelito
  • Casa Campillo
  • Casa Enrique
  • Casa José de Campillo
  • Casa El Marqués
  • Casa Pachalín
  • Casa El Roxo
  • Casa Xacinto
  • Casa Clara (desaparecida)
  • Casa El Cura (desaparecida)
  • Casa La Cestera (desaparecida)
  • Casa Manunga (desaparecida)

Barrio de La Fonte

  • Casa Castelao
  • Casa El Ferreiro
  • Casa Fuentes
  • Casa Gorrullo
  • Casa Juanito
  • Casa Lama
  • Casa Rosendo (también Costanta)
  • Casa Rita (desaparecida)

Barrio de La Capilla

  • Casa El Campo
  • Casa Felipón
  • Casa Minguchón
  • Casa El Pequeno
  • Casa El Romo
  • Casa Xuacón
  • Casa Xuan Blanco
  • Casa Benito (desaparecida)
  • Casa Farruquillo (desaparecida)

Barrio de La Baldosa

  • Casa L’Estudiante
  • Casa Fastio
  • Casa Manolón
  • Casa Pachón
  • Casa Mañas (desaparecida)
  • Casa Quisquilla (desaparecida)

Entrambasaguas. Papeles de un concejo, 1980-1981

Portada del nº 1 editado en la primavera de 1980

Entrambasaguas, unas hojas con pretensión de revista seria, fue creada a comienzos de 1980, época de cambios en el aire, por cinco universitarios de la villa de Cangas del Narcea con mucho entusiasmo y pocos medios. Sus intenciones e ideas de lo que tenía que ser esta empresa aparecen en la portada del número 0. No había en Cangas en aquel tiempo una imprenta apropiada para tirar un periódico de estas características y además, todos aquellos universitarios estudiaban en Oviedo, por lo que la revista se imprimía en esta ciudad.

Entrambasaguas duró año y medio y se acogía al paso de las estaciones. Fueron seis números, desde el invierno de 1980 a la primavera de 1981, que se vendían en los quioscos y tiendas colaboradoras y, sobre todo, en la calle, abordando a los paseantes, en especial los sábados y días de feria, que son jornadas en las que afluye mucha gente a la villa. Así se agotaban los mil ejemplares de su tirada, una cifra alta para una población ya en declive demográfico. En sus mismas páginas pueden verse las cifras de ventas y su vida económica.

En Entrambasguas se trataron asuntos de actualidad, que siguen despertando hoy el mismo interés que en aquel tiempo: el futuro de la minería y del campo; el vino; el urbanismo, que ya desde los 70 sufría los despropósitos y arbitrariedades de los poderes públicos; la sanidad -eran los tiempos de la inquietud popular por la creación de un hospital comarcal- y la educación. En ella se denunció vivamente el derribo de la casa de María Angustias.

También se escribía de historia local (el cambio de nombre del concejo, la Descarga, una historia de la prensa canguesa, el castro de Larón, el privilegio de Leitariegos), lengua asturiana y naturaleza. En sus páginas publicaron algunos de nuestros escritores actuales más conocidos: José Manuel Álvarez Flórez y José Avello Flórez, y en asturiano Xusé Mª Rodríguez (Chema). También colaboró Neto, sacando una tira cómica en casi todos los números.

Entrambasaguas cerró su ciclo con el nacimiento de la segunda época de la revista La Maniega, editada por la Asociación Cultural “Pintor Luis Alvarez”. Los responsables de Entrambasaguas vieron en la nueva revista su relevo y el final de su andadura.

La digitalización de esta revista ha sido patrocinada por ABOJ y está a disposición de todos vosotros en la Biblioteca Canguesa:

 icon Entrambasaguas (1980-1981)

El palacio de los Sierra en Xarceléi en 1820

Fachada principal del palacio de los Sierra, Xarceléi

En el lugar de Xarceléi, a escasos metros de la iglesia parroquial, se encuentra el palacio de los Sierra. A principios del siglo XIX su propietario era Francisco José de Sierra y Llanes, regidor perpetuo del concejo de Cangas y personaje que tuvo cierto protagonismo durante la Guerra de la Independencia: fue comandante de la Alarma de la división de La Cerezal, enfrentándose en Navia a las tropas francesas del mariscal Ney, y fue uno de los siete diputados que representaron a Asturias en las Cortes de Cádiz y que redactaron la Constitución de 1812.

Detalle del inventario de bienes del palacio de los Sierra de Xarceléi, 1820

Francisco José falleció en 1820 en Avilés, donde residía con su mujer María del Carmen Abello Fuertes de Castrillón. Su primogénito Francisco Julián, como nuevo «dueño y poseedor» de la casa de Xarceléi, encargó entonces a su administrador José Rodríguez que efectuara el «competente inventario» de todos los bienes, alhajas y efectos que había en la casa. Este documento, formalizado ante el escribano Francisco Alonso Fernández y depositado actualmente en el Archivo Histórico de Asturias, entre los protocolos notariales del distrito de Cangas, permite conocer los edificios que formaban el conjunto palaciego de Xarceléi, así como su distribución interior y los muebles y enseres que se hallaban en él en 1820.

Trasera del palacio de los Sierra donde se ven el corral, el “cuarto pajar” y la torre que se mencionan en 1820, Xarceléi

El palacio, además de la «casa principal» propiamente dicha, contaba con un «quarto pajar» dentro del corral, una panera «vastante derrotada» y tres hórreos. Además, tenía dos bodegas fuera de Xarceléi, una de ellas, con un lagar, en el pueblo de L.lanteiru, a orillas del río Narcea. El interior de la casa se organizaba en numerosas estancias, que el documento describe de manera pormenorizada: la cocina, la solana o corredor, el salón, los diferentes cuartos, la torre y la bodega, agrupando aparte las ropas y la plata.

Detalle del corral y la solana del palacio de los Sierra, Xarceléi

La cocina del palacio concentraba la mayoría de los bienes inventariados. Alrededor del fuego había un «escaño con dos cajones». Allí se cocinaba utilizando unos «yerros muy usados» (las gamaeras o pregancias) y un «caballete» para apoyar la leña. Los recipientes para preparar la comida eran potes, calderas de cobre y de latón, calderos y cazos de hierro, además de ollas y pucheros, un tambor de asar castañas y un par de chocolateras. Para comer y beber había dos vajillas, una de madera y otra de loza, formadas por escudillas, platos y fuentes, y vasos de cristal y un par de jícaras para tomar chocolate. Para el agua había una «herrada de madera con arcos de yerro» y un cangilón de cobre. Los cubiertos se reducían a unas pocas cucharas de madera y unos cuchillos con el mango de hueso, pero también había, en un lugar no especificado de la casa, más de una docena de cubiertos de plata, con «dos cucharas y tres pedazos de tenedores». En la cocina se amasaba el pan en una «masera de tablas», se colaba la ropa en un «coladero de piedra con su cesta» y se destilaba aguardiente en una «alquitara vieja y rota».

Salón del palacio de los Sierra, Xarceléi

La estancia de mayor prestigio del palacio era el salón, donde se encontraban dos escritorios, un par de bancos y mesas «ya muy usadas», así como cortinas y cuadros de diferentes tamaños. El resto del palacio se distribuía entre la solana o corredor; la torre, que se utilizaba de despacho, conforme a los muebles que había en ella: una mesa «con sus cajones y remates dorados», una silla de madera «aforrada con badana» y un estante para libros con rejado de alambre; siete cuartos destinados a dormir y a guardar la ropa, entre los que destacaban el de las amas de cría y el de la señora, y finalmente la bodega en la que se almacenaba el vino en una pipa.


Por Xuán F. Bas Costales


El retablo mayor del santuario de Nuestra Señora de El Acebo, 1687-1709

Retablo mayor del Santuario del Acebo, 1687-1709. Fotografía de Pelayo Fernández

El retablo mayor del santuario de Nuestra Señora de El Acebo no ha pasado inadvertido a los historiadores del arte regional que han estudiado las manifestaciones artísticas del suroccidente de Asturias.

El diseño del retablo fue obra del ensamblador Manuel de Ron (fallecido en 1732), natural de Pixán / Peján (parroquia de L.lumés / Limés) y vecino de la villa de Cangas del Narcea, según datos publicados por el padre fray Alberto Colunga en su “Historia del santuario de Ntra. Sra. del Acebo” (Madrid, 1909). Y el encargado de su ejecución fue el escultor Francisco Arias, natural del concejo de Valdés y vecino de Oviedo desde, por lo menos, 1674. La participación de este escultor era desconocida hasta ahora y este dato lo hemos encontrado nosotros en el Archivo Histórico de Asturias. Francisco Arias murió en Oviedo hacia 1692, poco después de terminar la construcción de este retablo de El Acebo.

Los administradores del santuario encargaron a Manuel de Ron que diseñase un retablo “que llenase toda la pared del altar mayor” y que fuese “la obra más primorosa que hacerse pueda”. En el retablo van aparecer todas las novedades del estilo barroco impuesto en Cangas del Narcea después de la construcción de los retablos del monasterio benedictino de Corias: la columna de orden salomónico, las ménsulas formadas por hojas de acanto entrecruzadas y los florones o cartelas en el ático, asimismo formadas por hojas de acanto y recorridas por una sucesión de bolas o cuentas.

Tras una nueva revisión de los Libros de Santuario, amablemente facilitados por don Jesús Bayón Rodríguez y don Reinerio Rodríguez Fernández, párroco y vicario de Cangas del Narcea respectivamente, se han obtenido más datos sobre esta interesante obra: sabemos que se comenzó en 1687, aunque los pagos se extendieron hasta 1691, cuando el escultor ovetense Tomás de Solís realizó su valoración. El precio de la obra ascendió a la importante cantidad de 10.410 reales de vellón. Para sufragar estos gastos se vendieron joyas de la Virgen y se emplearon muchas de las limosnas del santuario.

Aunque en su sagrario se lee actualmente la inscripción de que «se pintó este retablo año de 1828 siendo capellán don José Flórez de Sierra y Castiello», sabemos que hubo una policromía anterior (la original), de 1700, realizada por el dorador Juan Menéndez Arcillana, vecino del barrio de El Corral, en la villa de Cangas del Narcea, que costó 13.500 reales de vellón; este precio tan elevado era debido al empleo de pan de oro para dorar, que era muy caro. El dorado del retablo, a causa de su elevado precio y la escasez de fondos del santuario, se terminó en 1709.

El retablo mayor del santuario de Nuestra Señora de El Acebo, 1687-1709

Retablo mayor del Santuario del Acebo, 1687-1709. Fotografía de Pelayo Fernández

El retablo mayor del santuario de Nuestra Señora de El Acebo no ha pasado inadvertido a los historiadores del arte regional que han estudiado las manifestaciones artísticas del suroccidente de Asturias.

El diseño del retablo fue obra del ensamblador Manuel de Ron (fallecido en 1732), natural de Pixán / Peján (parroquia de L.lumés / Limés) y vecino de la villa de Cangas del Narcea, según datos publicados por el padre fray Alberto Colunga en su “Historia del santuario de Ntra. Sra. del Acebo” (Madrid, 1909). Y el encargado de su ejecución fue el escultor Francisco Arias, natural del concejo de Valdés y vecino de Oviedo desde, por lo menos, 1674. La participación de este escultor era desconocida hasta ahora y este dato lo hemos encontrado nosotros en el Archivo Histórico de Asturias. Francisco Arias murió en Oviedo hacia 1692, poco después de terminar la construcción de este retablo de El Acebo.

Los administradores del santuario encargaron a Manuel de Ron que diseñase un retablo “que llenase toda la pared del altar mayor” y que fuese “la obra más primorosa que hacerse pueda”. En el retablo van aparecer todas las novedades del estilo barroco impuesto en Cangas del Narcea después de la construcción de los retablos del monasterio benedictino de Corias: la columna de orden salomónico, las ménsulas formadas por hojas de acanto entrecruzadas y los florones o cartelas en el ático, asimismo formadas por hojas de acanto y recorridas por una sucesión de bolas o cuentas.

Tras una nueva revisión de los Libros de Santuario, amablemente facilitados por don Jesús Bayón Rodríguez y don Reinerio Rodríguez Fernández, párroco y vicario de Cangas del Narcea respectivamente, se han obtenido más datos sobre esta interesante obra: sabemos que se comenzó en 1687, aunque los pagos se extendieron hasta 1691, cuando el escultor ovetense Tomás de Solís realizó su valoración. El precio de la obra ascendió a la importante cantidad de 10.410 reales de vellón. Para sufragar estos gastos se vendieron joyas de la Virgen y se emplearon muchas de las limosnas del santuario.

Aunque en su sagrario se lee actualmente la inscripción de que «se pintó este retablo año de 1828 siendo capellán don José Flórez de Sierra y Castiello», sabemos que hubo una policromía anterior (la original), de 1700, realizada por el dorador Juan Menéndez Arcillana, vecino del barrio de El Corral, en la villa de Cangas del Narcea, que costó 13.500 reales de vellón; este precio tan elevado era debido al empleo de pan de oro para dorar, que era muy caro. El dorado del retablo, a causa de su elevado precio y la escasez de fondos del santuario, se terminó en 1709.