Detener el tiempo

Un artículo de Alfonso López Alfonso en la revista de literatura Clarín está dedicado a Benito Correa, vecino de Pousada de Rengos, que fue guardia civil, emigrante en Venezuela, Francia y Australia, dueño del Bar Correa en Cangas del Narcea, y aficionado a la pintura y la fotografía. Hoy, después de una existencia llena de sobresaltos, aventuras y viajes, lleva una apacible vida en el Río de Rengos. Todas las imágenes que acompañan el texto fueron realizadas por él en los años cuarenta y cincuenta del siglo XX.

Arando en el Cortinal, Posada de Rengos, hacia 1949

DETENER EL TIEMPO

Alfonso López Alfonso

El deseo de detener el tiempo únicamente podemos verlo cumplido en las fotografías. Las viejas fotografías nos fascinan porque en ellas se produce el milagro de poder contemplar la carcasa de un mundo que ha desaparecido. Con los años se deja de ser joven y, como en el poema de Gil de Biedma, también se comienza a comprender que envejecer, morir, es el único argumento de la obra. Con el tiempo, de nosotros únicamente quedan los restos del naufragio, entre ellos unas cuantas imágenes anónimas y destartaladas colocadas en montoncitos por los rastrillos dominicales. Las viejas fotos son un reloj parado justo cuando quien las realizó activó el obturador de la cámara para atrapar ese instante, algo que seguramente nadie podría lograr nunca escribiendo, aunque pusiera muchas cuartillas en el empeño. No sé si una imagen vale más que mil palabras, aunque supongo que todo depende de qué imagen estemos hablando y también de qué palabras, pero lo que sí sé es que por muy bueno que sea un escritor no podrá llegar nunca a describir con entereza y precisión lo que cabe en una imagen.

El Cortinal, Posada de Rengos hacia 1950

Las fotografías presentan seres y objetos congelados y tienen por ello una clara ventaja para el espectador respecto a la literatura, y es que venga de donde venga el que contempla puede absorber directamente lo que está viendo y ponerlo en contacto con sus emociones y experiencias sin necesidad de intermediarios, algo que lógicamente la fotografía comparte con la pintura. Una fotografía de Diane Arbus o un cuadro de Vermeer dirán algo a un espectador que los contemple en un pueblo perdido de Oklahoma o a quien lo haga en París, en Lisboa o El Cairo; Shakespeare, sin traductores, no podría hacerlo. Esto es una observación de Perogrullo que nos conviene tener presente a quienes escribimos porque, más allá de consideraciones artísticas, es doloroso saber que cualquiera con una cámara o unos pinceles en la mano ha de sacarte ventaja.

El Cortinal, Posada de Rengos, hacia 1950

Las fotos antiguas, como documentos que hablan de la sociedad a la que pertenecieron, no necesitan parabienes estéticos, sencillamente se acercan a nosotros poniéndonos en contacto con lo que fuimos y nos interesan más cuanto más cerca nos tocan. La foto del abuelo en la guerra, la de papá en la mili, la del tío afortunado que disfrutó unas vacaciones en Canarias hace veinte o treinta años, puede revolver más el corazón de quien la tiene en la mano que todas las que hizo en su vida Cartier-Bresson. Hay algo evanescente y emocionante en todos los fotógrafos anónimos que desempeñan algún papel en nuestra vida. Lo comprendo al conocer a Benito Correa, que durante muchos años se ocupó meticulosamente de disparar su cámara allá por donde iba. Fue un niño de la guerra nacido en la localidad extremeña de Herrera de Alcántara, en la Raya entre España y Portugal. A finales de los años cuarenta se hizo Guardia Civil y vino destinado a una de las zonas más remotas de una región remota para conocer a Delfina, que se convertiría en su mujer.

El Poulón, Posada de Rengos, hacia 1957

Se afincó en este destino y se casó en Pousada de Rengos (Cangas del Narcea), donde vive hoy apaciblemente en una casa con vistas envidiables. Pero su vida está llena de sobresaltos, aventuras y viajes. Después de casarse dejó la Guardia Civil y anduvo medio mundo para ganarse la vida: Venezuela primero, en solitario, sin la familia, donde estuvo cerca de siete años; Francia después, donde pasó aquel mes de mayo de 1968; tras eso, todavía, más de veinte años en Australia. En los años sesenta, a su regreso de Venezuela y antes de partir hacia Rosult, en Francia, montó en Cangas del Narcea un bar de estilo flamenquista que se llamó Bar Correa. En él hizo con pasodobles y chotis las delicias de los señoritos de la villa a la salida de misa.

Josefa Ramos Rey, hacia 1967

Hoy Benito Correa disfruta de un merecido descanso en una casa que algo tiene en su diseño de híbrido entre rancho y mansión. Quien se acerque hasta la casa La Mata en Pousada de Rengos puede encontrarlo todos los días del año dedicado con empeño oriental a las flores de su jardín y a los ensimismados pensamientos producto de los largos paseos. Es un hombre de aspecto apacible, de voz apacible, de conversación apacible. Si preguntan les hablará de lugares lejanos, de su trabajo como recepcionista de un importante hotel en Caracas, por donde pasaban militares de alta graduación, presidentes y toreros, de las fábricas francesas, de las cocinas de los restaurantes australianos, de las travesías en barco, de los transbordos en avión, de su primera salida, cuando la familia fue a despedirlo al puerto de Vigo;

La Bouba, Posada de Rengos, hacia 1950

y también hablará de una infancia marcada por la crueldad de la guerra y la pérdida de un hermano, de su cariño por Herrera de Alcántara, por el Tajo y por los vecinos portugueses de Castelo Branco, que alcanzaba a ver desde la otra orilla del río; pero sobre todo hablará de la afición que tenía al dibujo, para el que mostraba condiciones, y a hacer fotografías sin parar, con las que sin duda algo salvó de lo que fuimos.

Rectoral de San Luis del Monte, hacia 1950

Benito Correa nunca hizo ni pretendió hacer fotos que valieran más de lo que valen. No es un fotógrafo profesional, pero los momentos de la vida cotidiana que captó los ha convertido el runrún del tiempo en documentos. Sus fotografías, en general, interesan mucho porque dan fe de un mundo cuya realidad se ha ido devanando hasta sumirse en la inexistencia. Hay fotos de gente trabajando en el campo, de los días de fiesta, de comuniones, de escolares, de todo un poco.

Rectoral de San Luis del Monte, hacia 1953

En ellas aparecen edificios que ya no existen, como la casa rectoral de San Luis del Monte, al lado de la ermita del mismo nombre en una montaña cercana a Pousada de Rengos, y también nos damos cuenta al observarlas de que no están cosas que se hicieron después, en especial las instalaciones de los lavaderos y oficinas de las empresas mineras en el entorno de Veiga de Rengos, hoy bien visibles, pero que no aparecen en las fotos tomadas desde el Cortinal por Benito Correa a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta.

Rosult, Departamento del Norte, Francia, hacia 1967

Qué decir de lo que sugieren esas fotos de los escolares y las comuniones, tantas caras cargadas de curiosidad, de incertidumbre, de candidez, de jovialidad. Infantiles, pero también majestuosas, aparecen aquí expectantes, repletas de futuro, las caras de esos dos niños que en el corredor de casa Mario observan al fotógrafo sumergidos en un claroscuro caravaggiesco. Las toscas tablas del suelo, el abrigo colgado, la ropa tendida, la cesta, el balde, la escoba, todos componentes de una casa que, como vemos por la rudimentaria lavadora que aparece en primer plano en el margen derecho de la foto, empieza a modernizarse.

San Luis del Monte, hacia 1953

Muchas de las fotografías de Benito Correa son escenas de la vida campesina, todas son hijas de su tiempo, pero hay una que condensa y llena de significado ese tiempo. Está tomada en el puente de Ventanueva, seguramente con motivo de alguna visita importante, y en ella aparece —fiel metáfora del control moral y físico que se practicaba en los tiempos que corrían— un puñado de curas y guardias civiles. Sotanas y tricornios, símbolos de unos años en que era norma, como enseñan estas fotografías, la segregación por sexos en las escuelas y en los que abundaban las procesiones y las misas concurridas. Estas fotos de Benito Correa nos fascinan por su capacidad de sugestión, por la facilidad que dan a las imaginaciones románticas para lanzarse hacia lo irreversible: el pasado; dan fe de un mundo extinto y tienen por tanto algo de mágicas, pero también son testigos documentales del mundo del que venimos y al que quiera dios —si es que existe— no volvamos.

(Artículo publicado en Clarín. Revista de nueva literatura, nº 90, noviembre-diciembre 2010).

Principio y fin del Partido Republicano en Cangas del Narcea, 1930-1936

Gumersindo Díaz Morodo, Borí y Genaro Flórez, miembros del comité local del Partido Republicano en Cangas del Narcea, y el farmacéutico Joaquín Peñamaría, en 1914.

El republicanismo fue casi una religión para muchos españoles, que estaban convencidos que los males de España solo se curarían con el derrocamiento de la Monarquía y la proclamación de una República. Después del fracaso de la Primera República Española (1873-1874), este movimiento político volvió a tomar auge a fines del siglo XIX y primeras décadas del XX, y a él se sumaron numerosos intelectuales, profesionales liberales, comerciantes e industriales en toda España.

En Cangas del Narcea existía desde los años setenta del siglo XIX un pequeño grupo de republicanos, pertenecientes a unas pocas familias acomodadas de la villa: los Flórez, los García del Valle, etc., que eran maestros, abogados, “propietarios” o comerciantes. Su número fue incrementándose paulatinamente, sobre todo a partir del aumento de la clase media en la villa, y, por fin, tras la caída de la Dictadura de Miguel Primo de Rivera, se fundó el Partido Republicano en Cangas del Narcea en septiembre de 1930. La noticia de su constitución, de los miembros del comité local y de sus primeros acuerdos, la hemos hallado en el diario La Libertad, de Madrid, de 21 de septiembre de 1930, y dice lo siguiente:

Partido Republicano de Cangas del Narcea

Bajo la presidencia de D. Saturnino Martínez Blanco se tomaron los siguientes acuerdos:

Primero. Declarar constituido el Partido Republicano en Cangas del Narcea.

Segundo. Nombrar el siguiente Comité local:

Presidente, D. Mario de Llano González (procurador); vicepresidente, D. Santiago García del Valle (industrial); secretarios, D. Rafael Fernández Uría (médico), don Francisco Fernández Rodríguez (empleado) y D. Grato Gómez del Collado (estudiante); tesorero, don Genaro Flórez González-Reguerín (propietario); contador, D. José María Mayo García (industrial); vocales, D. Gumersindo Díaz Morodo [Borí] (propietario), D. César Menéndez Meléndez (industrial), don Nicolás Álvarez Valledor (obrero), D. Francisco Álvarez Otero [el Astorgano] (industrial), D. Baldomero Álvarez Queipo (obrero) y D. Pedro Vega Tablado (obrero).

Tercero. Comunicar los precedentes acuerdos a la secretaría de la Federación Republicana de la provincia, mandándoles copia literal de la presente acta.

Cuarto. Dar un voto de confianza al presidente y vicepresidente nombrados en este acta para que asistan el día 14 a la asamblea que se celebrará en Oviedo, plaza de San Miguel, 1, para la formación de la Federación Republicana de Asturias, autorizándoles para tomar los acuerdos que crean oportunos.

El Partido Republicano era un partido heterogéneo e interclasista. En el primer comité local de Cangas del Narcea convivían personas de las clases media y alta, que eran la mayoría: tres comerciantes, un procurador de los tribunales, un médico, un estudiante de medicina, un propietario rentista y los dueños de una imprenta y una panadería, junto a tres obreros y un empleado. Algunos de sus miembros pertenecían a viejas familias republicanas de la villa, como Mario de Llano y su primo y cuñado Genaro Flórez, cuyos abuelos, los maestros José María Flórez y Genaro González Reguerín, habían sido fervientes seguidores de estas ideas; Gumersindo Díaz Morodo, cuyo padre, Antonio Díaz González, había sido concejal y teniente alcalde durante la Primera República, etc.

Poco tiempo después de su constitución y con el objeto de darse a conocer, el nuevo partido publicó un manifiesto y organizó un mitin en el que intervinieron el abogado Saturnino Escobedo y el médico Carlos Martínez (Ambas, Carreño, 1899 – Gijón, 1995), miembros del Partido Republicano Radical Socialista. Así lo cuenta la revista La Maniega (nº 28, 1930):

El nuevo partido republicano cangués ha constituido un club y ha publicado un manifiesto en tonos de gran comedimiento y transigencia, llamándose defensores de la justicia, de la libertad, del orden, de la religión y de los tradicionalismos arraigados en el país. A más de este sesudo manifiesto, ha celebrado un mitin en el teatro Toreno, el día de San Andrés [30 de noviembre], para el que trajo dos notables oradores de Oviedo. Fueron presentados, con soltura y muy acertada discreción, por el presidente del club, don Mario Llano, y fue el primero en hablar el señor Escobedo, acreditado ateneísta, quien ponderó, en tonos de conferencia técnica, las excelencias de la República. Cuando cesaron los prolongados aplausos, habló el señor Martínez, orador fogoso y de grandes arrogancias y entusiasta propagandista, que levantó en el público cangués gran entusiasmo. En verdad que el nuevo club puede estar satisfecho de sus primeros pasos.

Mario de Llano (sentado en el sidecar), presidente del Partido Republicano y alcalde de Cangas del Narcea durante la Segunda República, en Corias, hacia 1920

En las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 los republicanos cangueses obtuvieron ocho concejales de un total de 24, el resto fueron: catorce monárquicos o conservadores y dos independientes. A pesar de no ganar las elecciones, la proclamación de la Segunda República Española dos días después, el 14 de abril, trajo consigo que la alcaldía la ocupase uno de los concejales republicanos: Higinio García del Valle Peláez. Su triunfo llegó en las elecciones generales celebradas en junio de 1931, donde la Conjunción Republicano Socialista obtuvo la mayoría de los votos en el concejo de Cangas del Narcea.  En el mes de septiembre de ese año dimite García del Valle para pasar a la Diputación Provincial, ocupando la alcaldía el presidente del partido en Cangas del Narcea: Mario de Llano.

En ese mismo tiempo, en una junta general, se renueva el comité local de Cangas del Narcea y se decide cambiar el nombre de Partido Republicano por el de Partido Republicano Radical Socialista (La Maniega, nº 34, 1931, pág. 22). Esta formación se había fundado en Madrid en 1929 y uno de sus principales dirigentes era el asturiano Álvaro de Albornoz (Luarca, 1879-México, 1954), que ocupó los ministerios de Fomento y de Justicia en los primeros años de la Segunda República, y que el 25 de septiembre de 1932, siendo ministro de Justicia, visita la villa e interviene en un mitin en el Teatro Toreno.

Mario de Llano será alcalde durante casi todo el periodo de la Segunda República Española. Con motivo de la Revolución de Octubre de 1934 fue cesado, como les sucedió a todos los alcaldes de la Conjunción Republicano Socialista de Asturias, pero volverá a ocupar el cargo unos meses después y hasta su muerte repentina, a causa de una angina de pecho, el 26 de febrero de 1936.

Los republicanos cangueses tendrán también una presencia regional, y el mismo Mario de Llano es nombrado en un congreso celebrado en Oviedo, el 24 de octubre de 1933, miembro del Comité Provincial del Partido Republicano Radical Socialista, donde también estaban Leopoldo Alas o José Maldonado (La Prensa, Gijón, 24 de octubre de 1933).

El final del partido republicano en Cangas del Narcea, que desde 1934 se había refundado en el partido Izquierda Republicana, llega con la sublevación militar del 18 de julio de 1936 y la entrada del ejercito franquista en Cangas del Narcea el 22 de agosto de ese año. A partir de este momento, el destino de muchos de sus miembros fue doloroso y trágico. Tomando solo como referencia la suerte que corrieron los miembros de aquel primer comité local, sabemos que unos cuantos fueron encarcelados, deportados o inhabilitados, otros tuvieron que exiliarse y no volvieron nunca más a Cangas del Narcea, en algunos casos sus bienes fueron incautados y sacados a subasta, y otros fueron condenados a la pena de muerte, como el joven Grato Gómez del Collado, de 27 años, estudiante del último curso de medicina, que fue ejecutado en Luarca el 15 de diciembre de 1937. Todos estos hombres, que no habían cometido ningún delito, tuvieron que pagar por sus ideas, por su entusiasmo y por su preocupación hacia el bien público.

Un libro que toca miradas

Redondo, en su estudio de Gijón, pasa páginas de su libro. Foto: Paloma Ucha

El año pasado, durante la octava edición de AlNorte, el asturiano Francisco Redondo (Cangas de Narcea, 1968) presentó en el Palacio de Camposagrado de Avilés su proyecto ‘Tocando la mirada’, fruto del trabajo fin de carrera que realizó para la Escuela Superior de Arte del Principado de Asturias. Un libro ilustrado para ciegos (y también para videntes) concebido bajo la tutoría de la escuela, que fue seleccionado por la Bienal Iberoamericana de Diseño para su exposición en Matadero y acaba de ganar el premio de Diseño Gráfico otorgado por la Asociación de Diseñadores de Madrid.

La idea del libro es «estimular el uso del tacto y ampliar la información visual», según el autor, cuyo objetivo primordial es «ayudar en la familiarización del sistema de lecto-escritura Braille para que puedan disfrutar todos juntos de sus imágenes». La obra consta de 30 ilustraciones, cada una compuesta por dos páginas. La primera es el troquelado en negativo de la silueta, y la segunda es la figura, dibujada mediante textos en Braille y alfabeto para videntes. El libro ha sido proyectado con una cubierta anterior y posterior más 67 páginas, y baraja diversas posibilidades de impresión futura.

Sus pautas se inspiran en los estudios del estadounidense Ergon Ligon, diseñador gráfico de la Universidad de Texas, sobre la posibilidad de compartir la lectura de libros entre niños ciegos y videntes. «El sistema de Ligon», indica Francisco Redondo, «fue rápidamente incorporado porque antes el texto normal se intercalaba entre el Braille, molestando a unos y a otros».

La fusión realizada por Redondo, que propone la interacción de diversas herramientas creativas, nuevas tecnologías y novedosos materiales, es una de las bazas más destacadas de este proyecto, que ha obtenido el aplauso de varios especialistas internacionales. «Basándome en la estética del pictograma y en las imágenes de los libros de aprendizaje de la lecto-escritura tradicional», señala Francisco Redondo, «pretendo que se acostumbren a reconocer símbolos de forma táctil y mental. Una mariposa volando puede ser muy difícil de visualizar en su mente, pero quizás puedan advertir un mensaje codificado en esa forma».

Expositor remiso, Francisco Redondo es un ‘viejo’ conocido del circuito asturiano, donde ha realizado varias exposiciones individuales y colectivas, siendo recientemente seleccionado en algunos certámenes de arte, como el Daniel Martínez Pedrayes. Su trabajo alterna la pintura, la escultura y el análisis de los nuevos medios, con especial dedicación a la disciplina de diseño. Entre sus últimos trabajos destaca la serie ‘Autorretratos en movimiento’, que alterna la presentación bidimensional, la edición y las animaciones digitales.

Planos de la iglesia nueva o colegiata de la villa de Cangas del Narcea, 1642

Fachada principal de la iglesia nueva de Cangas de Tineo, según Diego Ibáñez Pacheco, 20 de abril de 1642

Con motivo del pleito entablado entre la casa de Omaña y la de los Queipo de Llano por el traslado de la parroquialidad de la vieja iglesia de Cangas del Narcea a la nueva construida con el dinero enviado por don Fernando de Llano Valdés (Cangas de Tineo, 1575 – Madrid, 1639), el maestro de obras del nuevo templo, Diego Ibáñez Pacheco, dibujó la planta, sección y alzados de las dos construcciones protagonistas de este enfrentamiento. En el caso de la iglesia nueva, Ibáñez Pacheco envió unas copias de los dibujos del proyecto original realizado por el arquitecto Bartolomé Fernandez Lechuga. El proyecto se modificará durante la construcción del edificio, de modo que en los planos no aparecen la sacristía ni las capillas laterales que se levantaron en 1642 y que hoy conocemos.

Dibujo de la puerta colateral de la iglesia nueva de Cangas de Tineo, según Diego Ibáñez Pacheco, 20 de abril de 1642

Fernandez Lechuga era natural de Baeza (Jaén), trabajó mucho y bien en Galicia y el 31 de diciembre de 1637 fue nombrado por el rey maestro mayor de las obras de La Alhambra de Granada; falleció en 1645. Ibáñez Pacheco era de Noja, en Cantabria, y fue uno de los muchos canteros y maestros de obras de esa provincia que en los siglos XVII y XVIII trabajaron en Asturias y Galicia; murió entre 1666 y 1668. Los dibujos de la iglesia nueva se conservan, junto a los de la iglesia vieja, en el Archivo General de Simancas, Patronato Eclesiástico, legajo 253.

Plantas de las iglesias vieja y nueva de Cangas de Tineo, según Diego Ibáñez Pacheco, 20 de abril de 1642

 

Sección de la nave, cúpula y linterna de la iglesia nueva de Cangas de Tineo, según Diego Ibáñez Pacheco, 20 de abril de 1642

La nueva iglesia empezó a construirse a mediados de 1639 y se consagró el 4 de septiembre de 1642. Es un magnifico edificio de proporciones monumentales, construido con abundante piedra de sillería. En su época, y si excluimos la catedral y algunos templos monásticos, como los de Corias y San Vicente de Oviedo, fue, sin duda, uno de los mejores edificios religiosos asturianos solo superado por la colegiata de Salas.

Alzado exterior de la parte de atrás de la iglesia nueva de Cangas de Tineo, según Diego Ibáñez Pacheco, 20 de abril de 1642

Bartolomé Fernandez Lechuga concibió un templo de orden toscano, con una sola nave y capillas-nicho abiertas entre contrafuertes, crucero muy desarrollado en anchura y triple cabecera de perfiles rectos; las cubiertas, abovedadas en su totalidad, con cúpula cerrando el tramo central del crucero. Sin embargo, las capillas-hornacina de la nave no llegaron a ejecutarse, dejando sitio a autenticas capillas laterales. Para completar esta noticia véase en nuestra Biblioteca Canguesa el documentado artículo de Javier González Santos, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo: “La iglesia de Santa María Magdalena de Cangas del Narcea”.