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Nueite de San Xuan

Con esta actividad se pretende investigar sobre costumbres y tradiciones propias del Concejo de Cangas del Narcea en relación a la festividad de San Juan, dando respuesta de esta manera a uno de los pilares de centro que es la identidad rural, entendiendo ésta, como la realización de actividades que fomenten el valor de nuestras tradiciones culturales y patrimoniales.

En el proyecto participan familiares cercanos al alumnado, y también vecinos del pueblo donde se localizan las diferentes escuelas del CRA Río Cibea. De esta manera, la escuela cumple un papel social, y dinamiza las localidades, haciendo partícipes no solo a la comunidad educativa sino también a toda la población, con el fin de generar comunidad, fomentar el arraigo y favorecer la identidad rural.

Los participantes en este proyecto pertenecen al concejo de Cangas del Narcea, concretamente a los pueblos de:

Genestoso, Tremao de Carballo, Rañeces de Sierra, Puenticiella, Los Eiros, Regueira`l Cabo, El Mato, Linares, Limés, Villarino de Limés, Carballo, Veigapope, La Regla de Perandones, Las Tiendas, Corias, Sonande, Pixán, Cangas del Narcea, Tainás, Villadestre y Olgo. También hay informantes de Castaosa
(Ibias), La Borra (Salas).

Cabe destacar que, por la recogido en esta actividad, el Partido de Sierra conserva en su memoria un mayor número de recuerdos de muchas costumbres y rituales relacionados con esta festividad, en comparación con otras zonas del concejo.



 

Recuerdos del “San Martín”, tiempo de matanzas

Productos de matanza; pueblo de Santulaya.

Ya estamos metidos en noviembre, ya estamos en las fechas de San Martín. Estas fechas son aprovechadas en las zonas rurales para hacer la matanza del año. Este es el momento en que los cerdos pagan la cómoda vida que llevan durante un año, sin ningún tipo de preocupación, comiendo a pierna suelta todo tipo de manjares: pienso, berzas, maíz, castañas, y otros productos que obtienen de forma gratuita de sus dueños. Si tuvieran un poco de inteligencia, tendrían que desconfiar, nada en la vida es gratis, y como muy bien dice el dicho, “a todo gochín le llega su sanmartín”.

Esta matanza, antiguamente era uno de los momentos más importantes que tenían los pueblos para la supervivencia de todo el año. Dependían totalmente de que se hiciera con esmero y se conservara bien. Hay que añadir que, en aquellos tiempos, no había neveras ni congeladores, y la matanza era el principal aporte energético del año.

Una proporción equivocada o deficiente de los conservantes naturales en dicha matanza podía producir que se malograra,  y, cuando llegaba el  invierno, podía haber  muchos problemas si había poca comida en la despensa. Esta responsabilidad de que saliera bien la matanza recaía en las mujeres, verdaderas  conocedoras de las cantidades exactas de condimentos y proporciones de carne necesarias para hacer un buen embutido.

Probando productos de la matanza; pueblo de Santulaya.

Cada casa tenía una receta particular, esto le daba cierta categoría de chef a la mondonguera, que aplicaba su receta para hacer un buen embutido (muchas veces a ojo, sin pesar los ingredientes, sólo con verlos). Estas mezclas particulares hacían que en cada casa fuera diferente el sabor del chorizo. En una casa podía ser más picante o más dulce que en otra, tener diferentes intensidades de sal, perejil, ajo, diferente ahumado, etc.

Paralelamente, el matachín (matarife) también era un especialista en su materia, ya que si era bueno el cerdo moría con poco sufrimiento, sangraba bien y esto era bueno para la curación de la carne. La maestría de este hombre a la hora de salar era fundamental para que ésta no se estropeara. Era importante como cortar las piezas, como colocarlas en el duernu, como echar la sal entre la carne sin que queden huecos entre las piezas, también tiene que controlar los días de salado, para que quede un producto perfecto. Otro punto importante para que la calidad de la matanza fuera buena, es la comida que se daba a los cerdos dos meses antes del sacrificio. En otoño, se recogían las castañas, y éstas venían a hacer la función de las bellotas que se les da a los cerdos en las dehesas de Extremadura. En algunos pueblos, incluso se soltaban los cerdos por los castañales para que ellos mismos las comieran.

Días anteriores a la matanza, se preparan minuciosamente los medios necesarios para poder efectuar todo el proceso. Se prepara el duernu donde se pelarán los cerdos; se prepara el banco donde se matarán; se afilan los cuchillos, se preparan los ganchos de colgar, se compra la sal,  se compra el pimentón natural de la Vera, el bramante para atar los chorizos, las tripas necesarias para enchorizar, etc. También era necesario llamar para estos días a varios familiares y algún vecino para ayudar, ya que, para sujetar los cerdos, se necesita un grupo mínimo de personas. Estas colaboraciones eran recíprocas, primero me ayudas tú a mí y después yo te ayudaré a ti.

Los trabajos ya estaban de mano definidos, los hombres mataban los cerdos, pelaban, descuartizaban y salaban el producto final: buenos jamones, lacones, cabezadas, tocinos, uñinos, zarraus (columna vertebral del cerdo), etc. Los hombres también se encargaban de limpiar el estómago de la vaca para hacer los callos que se comerían el día en que se acababa el proceso de matanza y se celebraba en familia una gran comida. Digo que limpiaban los callos de la vaca porque añadida a la matanza de los cerdos, casi siempre se mataba una vaca, que añadía a esta matanza cecina, costillares y carne que se mezclaba con la de los cerdos. Las mujeres limpiaban las tripas y eran responsables de la producción de todos los embutidos: morcillas, chorizos, choscos, lomos, butiechos y chenguanizas (longanizas). Estas últimas, las longanizas, en tiempos más ancestrales, tenían una utilidad especial ya que se utilizaban para amenizar la comida de las pedidas de mano  de las mozas casaderas en las casas de labranza. Esto no sé cuánto tiene de realidad pero siempre lo escuché y lo cuento de forma breve, pues es llamativo.

Pueblo de Genestoso.

Cuando había un muirazo casadero en un pueblo y se entablaban conversaciones con una moza, era necesario ir a formalizar esta relación con propósitos de boda a casa de la moza. Esto se llamaba ir a la chenguaniza (longaniza). Se llamaba así porque en esa visita, la casa de la moza agasajaba a sus invitados mayoritariamente con buena longaniza y vino de Cangas.

El mozo iba a la casa de la moza acompañado con un personaje que era el embustero; este tenía mucha responsabilidad, ya que dependía mucho de él que el padre de la novia quedara convencido y cediera a que se celebrara la boda. Este embustero, mientras  cenaba buena chenguaniza, ensalzaba las virtudes personales y económicas del novio, esto casi siempre lo hacía de forma exagerada, y, algunas veces, contaba mentiras para aumentar las bondades que el novio aportaba al matrimonio. Por lo general, tendía a describir posesiones y tierras que el novio tenía, las describía mucho más grandes de lo que eran en realidad. Las bondades del novio las ensalzaba de tal forma, que éste parecía un ser lleno de todas las virtudes conocidas. Era serio, buen vecino, de palabra, respetuoso, etc. Si era algo borracho o un elemento de cuidado, por supuesto, lo callaba. Por otra parte, la cuenta corriente que el novio tenía en el banco, siempre se presentaba muy saneada, y, si el mentiroso veía que el padre de la novia tragaba su historia, iba aumentando la bola, añadiendo que el novio era un gran prestamista de cuartos a intereses y que todo el mundo sabía que disponía de un buen capital.

Si el mentiroso hacía bien su función, el padre de la novia quedaba convencido y se le ponía fecha a la boda. Ese mismo día, el padre de la novia marcaba la dote que aportaba la novia al matrimonio. Esta dote se escribía en un documento público para que quedara de forma legal registrado. La dote podían ser aportaciones físicas como una habitación completa, un ajuar, una finca, ropas o también podía ser una dotación económica significativa.

¡Cuántos desengaños debió de traer antiguamente este sistema! ¿Qué pensarían aquellas novias cuando la mayoría de las veces se encontraban con una realidad muy diferente a la que describía el embustero? Se encontraba una casa terriblemente humilde, un marido bastante bruto, y, para rematar, sin cuartos en el banco. Bien, pues ya era tarde, no quedaba otra, había que tirar para adelante acordándose de los muertos del maldito embustero.

Este día de longaniza solía ser para los muirazos, los herederos de las casas. Los otros hermanos lo tenían difícil, no eran buenos pretendientes y no estaban bien vistos para pretender las mozas,  estos desheredados no tenían medios ni futuro. Me contaron una historia real, que ocurrió hace muchos años en la zona, y que demuestra hasta qué punto llegaba esta situación. Evidentemente la contaré, olvidándome de los nombres de los participantes, para no abrir de nuevo heridas cerradas.

Atizando el “caldeiro”.

Por lo visto en un pueblo de la zona se hacía filandón (baile) todos los domingos. Una pareja de hermanos de otro pueblo subía asiduamente a bailar con las mozas. Uno se enamoró perdidamente de una moza del pueblo, pero este chaval tenía la desgracia que no era el muirazo de la casa. Todos los domingos subía a ver la moza y a bailar con ella, digo a bailar con ella porque en aquellos tiempos adentrarse algo más en la relación era casi imposible; desde el cura hasta la anciana más impedida del pueblo estaban pendientes de que no se cometieran pecados que pusieran en peligro las virtudes de las mozas. Con esta vigilancia, la madre de la moza rápido supo con quién andaba la hija, y, como aquí en Cangas nos conocemos todos, también supo de qué familia era. Quedó contenta la madre, el mozo era de buena familia, era de casa pudiente, pero aún faltaba algo para pasar el examen y era saber si aquel mozo iba a ser el heredero, el muirazo de la casa. Rápido empezó aquella madre a enterarse por otras vecinas que el mozo tenía un hermano mayor  y este sería el muirazo y que el que andaba con la fía era un desheredado que tenía que marcharse a buscarse la vida.

Esta madre, cuando supo esto, se convirtió en la mayor pesadilla del mozo, cada vez que subía al filandón para ver a la novia, salía la madre, metía la moza en casa y se dice que incluso le tiraba piedras al rapaz, como si fuera un apestado para que se marchara. Bueno, este mozo lloró por las esquinas o mejor dicho apagó las penas por los bares de Cangas bebiendo buen vino de la época, y no le quedó más remedio que olvidarse de aquella aparición maravillosa con la que bailaba en el filandón. Cada vez que se acordaba de ella, veía la cara de la bruja de la madre despreciándolo y tirándole piedras. La vida sigue y no queda más remedio que levantarse, el mozo marchó para Madrid, y, con mucho esfuerzo  se hizo un nombre en la capital, tenía buenos negocios y venía al pueblo a la casa natal, de vacaciones todos los veranos. Ahora era conocido en el concejo, su hermano —el muirazo— estaba muy orgulloso de él. Todo aquel que necesitaba dinero para arreglar una cuadra, una casa o comprar una finca, esperaba que llegara el verano para pedírselo a intereses al veraneante madrileño que tenía mucho capital y hacía de prestamista.

Preparando el cerdo en el duerno para pelarlo. Casa Eulogio, Genestoso.

En uno de estos veranos, Manuel, le voy a poner un nombre habitual de la zona para poder contar la historia, subió de nuevo al filandón del pueblo de la que fuera su novia, pero llegó tarde, esta moza ya estaba casada con un muirazo. Pero en la casa de la novia aún quedaba una hermana más pequeña, que estaba casadera, y, Manuel, que era un tipo elegante, con dinero, bien vestido y que hablaba muy bien, como los de los madriles, no lo tuvo nada difícil para ennoviarse con esta moza.

La madre cuando lo supo, no sabía si bajar al polvorín a comprar voladores o subir al Acebo para dar unas cuantas misas de agradecimiento. Rápido, invitó a casa a comer la chenguaniza a Manuel. El mozo siguió todo el curso legal de la relación con petición de matrimonio incluida, en la que no faltó un amigo que subió de embustero para ensalzar todas las posesiones que Manuel tenía en Madrid. Se marcó la boda, se dieron las proclamas en la iglesia y llegó el día de la boda. Manuel salió por la puerta de atrás de la casa de su hermano para que no lo vieran, y marchó corriendo para Madrid, dejando a la novia, a la futura suegra y a los invitados esperando en la puerta de la iglesia.

Eso lo llamo yo servir una venganza fría. Está claro que el odio que tenía Manuel a aquella mujer que le tiraba piedras y que no lo dejó casarse con su verdadero amor, era irracional. También está claro que la hija pequeña no tenía ninguna culpa de los errores cometidos por el diablo de su madre.

Vuelvo a la matanza y para esto escojo uno de los lugares más emblemáticos del concejo, el pueblo de Genestoso. Me levanto una mañana fría y desapacible de noviembre; una de esas mañanas en las que sólo apetece estar con amigos en un lugar recogido con ambiente caluroso. A ver si encuentro este ambiente en Genestoso. Esta vez no voy de ruta de montaña hacia el Cabril, esta vez me quedaré en el pueblo, en casa de Eulogio, que va a hacer la matanza del año acompañado de familiares y vecinos.

Salgo en las Mestas por la carretera que sube a Cibea y hacia el frente disfruto del viaje adentrándome en las curvas de la carretera de Cibea. Paso al lado del palacio de Carballo,  que se presenta hoy un con una manta blanca creada por la frialdad de la noche. Sigo por el puente de Valsagra y llego al Puente Nuevo, donde se bifurca la carretera  hacia Vallado y hacia Genestoso. Salgo por la izquierda hacia Genestoso. A la altura de Villar de los Indianos miro hacia  la Gobia de Cibea,  y veo como se asoma la nieve por este pico. Llego a Genestoso, y ya veo la casa de Eulogio. Entro y saludo a los dueños, Modesto, Benita y a su hijo Carlos. En el interior están desayunando todo el equipo de vecinos y familiares que van a ayudar con la matanza. Saludo a Juan de casa Teresín, Perales de casa Gavilán, Roberto de casa Pila, José de casa Laureano, y a las mujeres que harán el embutido, asesoradas por la dueña de la casa. Son Elenita, Mari y Herminia.

Sacando los uños del cerdo. Casa Eulogio, Genestoso.

En el exterior hay un fuego encendido que tiene encima un caldero ennegrecido lleno de agua que se utilizará para pelar los cerdos. En la cuadra están los cerdos gruñendo porque tienen hambre, llevan un día sin darles de comer para que su sistema digestivo esté limpio y sea más fácil lavarles las tripas.

Tras tomar un buen almuerzo y un buen café, todos los hombres se dirigen hacia la cuadra para sacar el primer cerdo. Lo sacan, lo sujetan al banco y proceden a matarlo. Actualmente, para matarlo se dispara con una pistola en la cabeza del animal para evitarle el sufrimiento y después se procede al sangrado. Antiguamente, la solución era más dramática, y, por supuesto, este primer paso es el más desagradable de la matanza, no lo describiré, pero es totalmente inevitable. Sin cerdo muerto, no hay matanza. La intención final es que el cerdo sangre bien, ya que esto es fundamental para que a la carne le entre mejor la sal.

Parte de la sangre se recoge y se utiliza para hacer las morcillas. Antiguamente se hacía con ella también las fixuelas (una especie de fixuelos con sangre).

Pelando el cerdo en el banco. Casa Eulogio, Genestoso.

Después de muerto el gocho, se mete en el duerno, recipiente donde se echa agua hirviendo para poder pelar el cerdo. Este agua hirviendo está en contacto unos minutos por todo el cuerpo del animal. Esto se consigue dándole vueltas al cerdo sin parar en el duerno. A continuación, se saca y se coloca encima del banco de matar, y aquí todos los hombres empiezan un frenético pelado o afeitado del cerdo. Este proceso debe de ser lo más rápido posible, ya que el tiempo de proceso es fundamental, si el cerdo se enfría mucho, pelará muy mal.

Se cuelga el cerdo y se abre en canal, extrayéndole las vísceras para que las mujeres las laven. Estas tripas servirán para hacer los embutidos, el estómago y la vejiga serán los recipientes donde se  meterán los huesos de butiecho. El estómago de la vaca, el morro y las pezuñas serán la base de la pota de callos, que se zamparán el día de la cena de las chuletas.

Después de terminada la mañana de la matanza, se meten las canales de cerdo a buen recaudo, tienen que estar bien colgados y abiertos para que enfríen bien y puedan cortarse al día siguiente.

El primer día de matanza ya finalizó para los hombres y se procede a degustar una buena comida en la que no falta lacón cocido, chosco y todo tipo de carnes de la matanza pasada.

Las mujeres pican la grasa de los cerdos y la cebolla para hacer toda la tarde morcillas. Esta tarde se acaba embutiendo, cociendo y colgando estas morcillas.

El segundo día de matanza toca partir la carne, es el día de partir, y, por la noche, es el día de celebración, el día de las chuletas. El matachín empieza a partir y a separar las distintas piezas del cerdo. Unas piezas irán al sal en la pila de salar de la bodega (recipiente para salar la carne), estas piezas son los jamones, lacones, el zarráu (columna del cerdo), cabezadas, uñinos y tocinos. Las partes restantes se llevan a las mujeres para que las preparen y puedan ser elaboradas en forma de embutidos. Finalmente, se preparan las costillas y las chuletas que se comerán en la cena, donde estarán invitados todos los participantes de la matanza. A esta cena también se le añade los callos de la vaca.

Las piezas que van para la pila de salar deben ser colocadas con mucho esmero por el matachín. Este les saca la sangre que aún está en la carne apretando con las manos las piezas, les echa sal procurando que todas las superficies estén en contacto con ésta e intenta colocar las piezas como si fuera un Tetris, procurando no dejar muchos huecos entre pieza y pieza. Un error aquí, y la carne puede salir mal salada, malogrando las reservas de la familia para todo el año. No todo el mundo es matachín, este trabajo requiere de cierta experiencia.

Como dije, las otras partes del despiece, pasan a la zona de elaboración de las mujeres, las mondongueras. Aquí se despieza y se seleccionan todos los tipos de carne que se agregarán a los embutidos, a los huesos de butiecho, a los lomos y a los choscos.

Pelando el cerdo y recogiendo el agua del duerno. Casa Eulogio, Genestoso.

Después de tener todas las piezas bien seleccionadas, se pasa a picar la carne. Con esta carne picada,  la mondonguera o chef de la casa mezclará de forma secreta las proporciones de carne y  adobo adecuadas para tener un producto especial. Cada casa tiene su fórmula particular. Este adobo está compuesto de conservantes y especias naturales, como son el perejil, ajo, pimiento dulce, pimiento picante, sal, etc.

Como podemos ver, la responsabilidad de esta mondonguera es muy grande, si sale mal el embutido se estropea, si el adobo no es el adecuado el embutido puede salir con un sabor demasiado salado, demasiado picante, o, simplemente, estar incomible. Cuando veo dar estrellas Michelín por comidas hechas con nitrógeno líquido y otras extravagancias, me acuerdo de estas mondongueras que no tienen ningún premio y son las que hacen comida de verdad.

Finalizado todo este proceso de picado y amasado de la carne se procede a llevar los recipientes a una zona fresca, donde se maceran bien las mezclas para ser embutidas el día siguiente. Este es el momento más álgido de la matanza. Finaliza el proceso más complicado y empieza la verdadera celebración, la cena de las chuletas. En esta cena se tira la casa por la ventana, se invita a todos los participantes de la matanza y a algunos familiares, y se inicia la prueba de resistencia a ver quién cena más fuerte esa noche. Se empiezan por los callos, que si están buenos, algunos repiten dos platos, se sigue con las chuletas, para pasar después a las costillas fritas.

Abriendo el cerdo. Casa Correo, Santulaya.

Es algo tradicional que todo esto nunca se acompañe con ensaladitas de verdura y otras zarandajas. Debe de ser solo carnes y buen vino. Antiguamente, si se iba a una cena de estas y aparecía algo de verduras para entretener, esto se tomaba muy mal por los comensales. Eso no era una cena de matanza tradicional, eso solo significaba que el ama de la casa era una tacaña y esta quería fartar a los comensales con verduras para que no comieran lo que realmente era importante, las chuletas, las costillas y los callos.

Una vez que se catan todas estas viandas, se pasa al postre, que ya no lo describo, pues cada casa tiene sus preferencias. Pero una vez más puedo decir que no tenían nada que envidiar a los de las estrellas Michelín. Está claro que con esta cena, alguien tenía que explotar, pero como dato curioso nunca se supo que alguien muriera en todo el contorno del concejo, así que tan malo no puede ser cenar tanto.

Colgando la matanza. Casa Eulogio, Genestoso.

Pero todavía no acaba aquí la historia. Después del postre, se hace una sobremesa hasta altas horas de la noche. Esta sobremesa era amenizada por dos elementos fundamentales. Uno era el río de bebidas, licores, cafés y demás excitantes que se ofrecían a los comensales. El otro elemento eran las historias que se contaban toda la noche. El lector tiene que trasladarse a épocas en las que no había televisión en las casas, y la única diversión era contar o escuchar viejas historias. Recuerdo que aquellos paisanos tenían una capacidad para contar historias impresionante, desarrollaban hasta el más mínimo detalle, te hacían vivir en presente la historia que contaban, y, lo mejor de todo, era que te hacían creer que era real, pues siempre las adornaban con nombres y lugares conocidos.

Era muy común contar historias con temas un tanto paranormales. Todo eran apariciones y situaciones extrañas e inexplicables. Estas historias dejaban intuir la existencia de mundos paralelos, el nuestro y algo más.

Pelando las cebollas.

Recuerdo como los pequeños de la casa callábamos y escuchábamos esas historias sin pestañear. Hasta aquí todo muy bien, pero cuando se acababa todo, había que ir para la cama, y esto se convertía en un suplicio. Aparecía el miedo a los fantasmas de las historias, se miraba debajo de la cama que no hubiera nadie, se ponía una silla detrás de la puerta para que no se pudiera abrir, cualquier ruido era sobrenatural, sacar las piernas de las sabanas podía ser un error mortal. Uno se dormía por inanición, se dormía de cansancio por estar en vigilia toda la noche escuchando los ruidos sobrenaturales que había fuera.

Picando cebolla y grasa para las morcillas.

Estas historias están escritas a fuego en mi subconsciente, nada mejor para no olvidarlas que el miedo que producían después. Como digo, tengo muchas en el recuerdo y describiré a continuación alguna. Llevaban sello de realidad, tenían nombres quienes las vivían, y esto les daba mayor veracidad. Está claro que la mayoría eran mentiras, simples puestas en escena de quien las contaba. Otras aparentaban ser reales, sobre todo desde el punto de vista de quien las interpretaba, otras seguro que eran producidas por los miedos irracionales de quien las vivía, pero da igual, son muy entretenidas e imaginativas. Además, muchas ya pertenecen al folclore de la zona.

A continuación describo algunas de estas historias que se contaban, y, para no extenderme, las simplificaré. No se me ocurre adornarlas con la riqueza de detalles que eran contadas, porque sería muy largo.

La sombra y Juaco de Mingón

Embutiendo las morcillas y colgadero para ahumarlas en la cocina vieja o chariega.

Contaban que un tal Juaco de Mingón, casado en  Santa Eulalia, subía de noche hacia Moral, su pueblo natal. El venía de cortejar de Santa Eulalia y por la carril del Pando, antes de llegar a San Antonio, se le apareció una sombra que lo acompañaba. Esta sombra cada vez se hacía más grande, hasta que llegó un punto a la altura de San Antonio que ocupaba toda la pista. Juaco, impresionado, y no sabiendo a lo que se enfrentaba, se dirigió  a aquel fenómeno preguntándole si lo dejaba pasar. La sombra le contestó con un consejo, “andar de día que la noche es mía”. Juaco contaba que, después de pasar esto, quedó totalmente inconsciente sin saber dónde estaba. Cuando se recuperó, siguió camino de Moral y  la sombra desapareció sin dejar rastro.

La explicación podría ser que en Santa Eulalia siempre tuvimos muy buenas viñas y muy soleadas. Aquel día, Juaco, en Santa Eulalia, pudo empinar demasiado el codo y esto le provoco que viera sombras subiendo hacia Moral.

Pepe, el matachín de casa de Olaya de Arayón

Preparando la carne para picar.

Por lo visto, hace muchos años, un tal Pepe de casa de Olaya de Arayón era el matachín que hacia las matanzas en el pueblo de Santa Eulalia. En una de estas matanzas, se quedó hasta muy tarde en la cena del día de las chuletas, y, finalizada la fiesta, se marchó para su casa de Arayón. Bajando hacia Arayón por el camino que va de Llano a Cangas, se encontró con una anciana vecina del pueblo de Llano que también se dirigía por el mismo camino y en la misma dirección. Pepe la reconoció e intento entablar conversación con ella. Le pareció raro, ésta sólo caminaba y no respondía a la conversación. Pepe consideró que la vejez de la señora y su posible sordera eran la causa de su silencio, así que la acompañó  hasta la zona denominada del Vache. En esta zona se despidió de la anciana, y bajó hacia la presa dirección a Arayón.

Al día siguiente, Pepe volvió a Santa Eulalia a hacer otra matanza y nada más llegar escuchó a los vecinos decir que por la tarde tenían que ir al entierro de una vecina de Llano. Pepe cuando escuchó esto, quedó frío; dijo, ¡hombre, que mala suerte!, todavía ayer a las tres de la madrugada me acompañó, iba dirección a Cangas. Los vecinos le increparon a Pepe que tenía que estar equivocado, ya que la vecina había muerto a las siete de la tarde. Pepe, como nos podemos imaginar, quedó impresionado, y siempre afirmó que quien lo acompañó esa noche era esa vecina de Llano o su espíritu.

El fantasma y Lola la de Lache

Chorizando. Pueblo de Santulaya.

Hubo un tiempo en el que un fantasma tenía atemorizados a todos los que andaban de noche desde Cangas a Llano. La gente veía un fantasma que aparecía y desaparecía y nunca se dejaba ver de cerca. Esto no solo le ocurrió a una persona, sino que lo veía mucha gente de la zona.  Al ser la visión tan pública, era fácil creer que era una realidad aquel fantasma. Si lo veía más de una persona, le daba credibilidad a la aparición, todos los que veían el fantasma no estarían locos. Bien, pues tiempo después, se descubrió cual era el motivo de la aparición del fantasma.

Por lo visto los Manzaninos de Cangas estaban escondidos en un nicho del cementerio para no ser apresados, y Lola, la de Lache, subía la pobre mujer disfrazada de noche a llevarles la cena. Cuando se encontraba de lejos con algún vecino que viajaba de noche, ésta se escondía y cuando pasaba volvía a aparecer. Ese era el motivo del fantasma que nunca daba la cara y aparecía y desaparecía.

La escopeta y el perro sin dientes

Atando chorizos y haciendo lomos.

Decían de un vecino de Rengos que era muy fanfarrón, que un día estaba cenando en una casa de La Viliella después de una jornada de caza, y, tras la cena, se preparó para marchar hacia su casa en Rengos. Para esto tenía que pasar el puerto del Rañadoiro. Fuera hacía una de esas noches malísimas, una de esas noches de invierno oscuras, que dicho sea de paso, son muy propicias para contar este tipo de historias. Bueno, el caso es que los demás comensales de la cena le indicaron que se quedara a dormir, ya que la noche era como mínimo muy desagradable y podía ser peligrosa. El sacó su fanfarronería, dejando ver lo valiente que era, y dijo las siguientes palabras: “yo con esta escopeta  y el perro tan bueno que tengo, no le tengo miedo ni a Dios ni al Diablo”. Se marchó de La Viliella dirigiéndose a la espesa arboleda del Rañadoiro, y los vecinos se quedaron preocupados viendo como las tinieblas del puerto lo engullían. Al día siguiente, no apareció en su casa; la cama estaba sin deshacer. La preocupación empezó a sentirse en los dos pueblos, y se pusieron a buscarlo por el monte del Rañadoiro.  Dieron con él a la media tarde del día siguiente, estaba acurrucado debajo de un xardón, con las ropas rotas, con la escopeta totalmente inutilizada y con el perro sin dientes en la boca. Le preguntaron qué le había pasado, pero estaba ido, nunca más habló y se murió cinco días después. Nunca se pudo saber qué fue lo que vio o lo que le pasó.

El perro de encima de casa de Cueiras

Esto ocurre en tiempos de las guerras carlistas. Se cuenta que había partidas carlistas por esta zona que iban a los pueblos y todos los chavales que valían para la guerra los forzaban a alistarse al ejército.

Subían vecinos de  Santa Eulalia y de Llano por el camino que pasa por casa de Cueiras y por  la plaza de los Moros, en dirección al baile que se hacía en el pueblo de Acio de Caldevilla. Cuando llegaron a la altura de la peña de la Guallina, se les apareció un inmenso perro blanco en el medio del camino impidiéndoles pasar. Cuanto más se enfrentaban al perro, este más fiero se ponía. El caso es que tuvieron que frenarse y en ese momento escucharon subir a lo lejos, por el regueiro de la casiecha, un ruido ensordecedor. Este ruido fue desapareciendo dirección a las Tabladas de San Antonio. Cuando ya no se escuchaba nada, el perro blanco desapareció de repente como una ligera niebla ante los atónitos ojos de los vecinos. Estos prosiguieron hacia el baile de Acio de Caldevilla. Al día siguiente, supieron que aquel ruido que subía por el regueiro de la casiecha, era una partida de carlistas que estaban buscando chavales para alistarlos a su ejército.

La historia cuenta que aquel perro que apareció y desapareció misteriosamente salvó a los chavales de Santa Eulalia y de Llano de ir a enfriar balas a una guerra que no iba con ellos.

Las ánimas andan por el cementerio de Cangas

Colgadero con embutido preparado para ahumar. Casa Eulogio, Genestoso.

Por lo visto, una noche estaban unos chavales de Cangas pescando a la rechumada en el río Narcea, debajo del cementerio de Cangas, cuando escucharon unas voces y unos ruidos de ultratumba que provenían del cementerio. Los chavales, al escuchar semejantes lamentos, se asustaron. Dejaron los bártulos y las truchas que tenían en el río, y se fueron para Cangas, pero estos ruidos de ultratumba siguieron sintiéndose todas las noches de los días siguientes, amedrantando a los vecinos que se trasladaban a esas horas intempestivas y pasaban cerca del cementerio.

Esto creó, como nos podemos imaginar, muchos comentarios, y, sobre todo, mucho miedo, en unos tiempos oscuros donde todas las explicaciones acababan siendo algo sobrenatural. Por lo visto se supo o se culpó después a unos curas de Cangas, que hacían esto para que se dieran misas.

Esto último no hay que cogerlo al pie de la letra, seguro que quien contó lo de los curas, tenía las mismas pruebas que los que achacaban el fenómeno a fuerzas sobrenaturales.

Los serradores y el ovni del Pando

En el pueblo de Llano había dos hermanos que se ganaban la vida serrando a mano la madera para hacer las casas. Un día subían por el Pando en dirección al pueblo de Pixán donde tenían trabajo. Tenían que serrar madera para hacer el tejado de una casa. Para llegar al amanecer a Pixán, salieron de noche de Llano, y, cuando subían por encima de Moral, vieron salir una figura redonda por el perfil de la montaña del Acebo. Esta figura era grandísima y en su centro brillaba un sol, era como si tuviera fuego dentro.

Cuando esta bola redonda se aproximó a la montaña del Pando, cogió dimensiones descomunales y los dos vecinos de Llano quedaron petrificados de miedo viendo aquello. La forma brillante se dirigió hacia Adralés, desapareciendo detrás de la montaña. Nunca se explicaron los dos hermanos que podía ser eso que vieron.

Hoy, desde la distancia, yo me inclino a pensar que era un globo aerostático que venía viajando por esta zona y el fuego brillante interior, era el quemador que tienen para variar la densidad del aire.

Pero claro, yo actualmente tengo esa información, pero en aquellos tiempos remotos, en una zona aislada como esta, ¿quién sabía lo que era un globo aerostático?; era fácil impresionarse.

Juaco de Xipón de Santa Eulalia, el Cristo y las Ánimas de la Santa Compaña

Esta siempre la contaba Juaco de Xipón, que tenía un don especial para narrar este tipo de historias.

Bajaba Juaco de Xipón de Santa Eulalia de cortejar en Veiga, y se le echó la noche encima. A la altura de la casilla de Llano, vio salir del río una figura como un Cristo crucificado, parecía un fantasma, y este andaba con una cruz al hombro y emitía grandes lamentos. Xipón, se paró, pues estaba todo muy oscuro, y, al pararse, también percibió un sonido a lo lejos como una campanilla que sonaba rítmicamente. Xipón, impresionado, no lo dudó: “esto deben de ser las Animas de la Santa Compaña”. Dejó que se alejara aquella figura crucificada, y, de repente, siente un repicar metálico de botas subir por la carretera. Era Juanín de Vegapope, que subía de cazar y calzaba unas botas ferradas con elementos metálicos, a éste le acompañaba su perro de caza. Este perro tenía un cascabel, y el sonido que producía era igual al que Juaco había escuchado de acompañamiento del crucificado. A Juaco ya solo le quedaba saber quién era el crucificado para entender todo lo que había visto. Le preguntó a Juanín si se había cruzado con un fantasma que arrastraba una cruz y Juanín le dijo que sí. Que el fantasma era un vecino de Llano que llevaba una piértiga de madera al hombro para hacer un carro, y, como era tan pesada, se iba lamentando y de vez en cuando se acordaba de todos los santos.

Lo que son estas historias, de noche todos los gatos son pardos. Si Juaco no se cruza con Juanín de Vegapope, le queda el cuento de que vio un ser lamentándose con voces de ultratumba que  llevaba una cruz a cuestas, y, para rematar lo acompañaban Ánimas de la Santa Compaña que al andar hacían sonidos metálicos y tocaban campanillas.

El muerto de Amago que robaba las veceras del agua a los vecinos

Matanza recién sacada de la sal. Casa de Agustina, Moral.

Un vecino de Amago subió a la cena de la matanza con su padre al pueblo de Villar de Adralés, y, a altas horas de la noche, bajando ya para su pueblo, vieron el espíritu de un vecino muerto cambiando la vecera del agua en un prado.

Este vecino, en vida ya había sido muy problemático, pues tenía la mala costumbre de andar de noche robando el agua de riego de otros vecinos para echarla a los prados de su propiedad. Por lo visto, esta manía le quedó después de muerto, y el espíritu no descansaba en el más allá, volvía todas las noches a hacerles la misma faena a los vecinos.

Las pegas (urracas) y los perros huelen la muerte

Se contaban infinidad de casos donde las pegas tenían un protagonismo un tanto misterioso. Por lo visto, estas olían la muerte, o, simplemente, la veían cuando venía a hacer su trabajo con la guadaña. Días ante de morir alguien en una casa, a veces ocurrían sucesos especiales con las pegas. Estas se ponían medio locas y acudían en manada a picar contra las ventanas de la casa. Chocaban repetidamente con los cristales de las ventanas, lo hacían con tanta intensidad que a veces dejaban su propia sangre en los mismos. Esto era un mal presagio, algo le iba a pasar a algún miembro de la casa. Finalizaban la historia relatando varios nombres de varias casas que murieron en los días siguientes del suceso de las pegas.

Los perros también huelen la muerte, estos empezaban a aullar insistentemente en la casa donde en pocos días habría una defunción.

Apariciones

Eran muchas las historias de apariciones. Un vecino de Llamas está en la habitación acostándose, apaga la luz y siente un peso importante a los pies de la cama. Se incorporó y ve la imagen de su hermana muerta mirando para él. Sobresaltado, le preguntó qué quería, y ella dirigiéndole una leve sonrisa desapareció. Evidentemente, el vecino de Llamas tiene nombre y apellidos, esto no dejaba lugar a dudas, la aparición tuvo que ser real.

Otro sentía como todas las noches las vacas en la cuadra se sobresaltaban y cuando bajaba a ver lo que pasaba todo estaba en calma. Una noche bajaron el dueño de la casa y su hijo para coger al ladrón que alteraba las vacas y la sorpresa fue mayúscula, en el centro de la cuadra estaba la imagen del abuelo fallecido. El amo de la casa casi se desmaya. Le preguntó a la imagen que qué quería, y esta no contestó, se giró y desapareció.

 

Podría seguir escribiendo miles de estas historias. Hay que ponerse en la piel de un niño de nueve años que está escuchando todo esto; ahora se puede entender porque yo no quería ir a dormir el día de la cena de la matanza.

En la matanza del año siguiente, mis primos y yo no nos acordábamos del miedo que pasábamos escuchando estas historias, y repetíamos el proceso, callados y sin pestañear volvíamos a escuchar las nuevas historias que se contaban en la sobremesa del día de las chuletas.

Tras estas historias, vuelvo al tema que nos ocupa, que es la matanza, y describo lo que se hacía el ultimo día, que era al día siguiente de la cena de las chuletas. Este día se prepara todo el embutido y se cuelga. Esto es todo un espectáculo. Normalmente estos colgaderos ocupaban toda la superficie del techo de una cocina vieja. Este techo está totalmente ennegrecido por el humo. El contraste de colores es total, de fondo el color negro del techo ahumado, delante todo el embutido de color rojo pimiento. ¡Qué plasticidad, qué expresividad, qué capacidad de combinación de los colores! Ni Van Gogh, ni Picasso, ni nada. No hay lienzo mejor que este colgadero de embutidos.

Las semanas siguientes se empieza a esmesar (sacar) porciones de chorizo para freírlo acompañado de unos huevos. Degustar este plato tan simple se convierte en un momento sublime.

Todo el producto que resulta de esta matanza, la dueña de la casa la va distribuyendo en porciones controladas para que dure todo el año. Si esta mujer era buena administradora, la matanza duraba hasta la siguiente, si por el contrario no lo era, a mitad del año ya no había nada en los colgaderos.

Genestoso. Enrique RG Santolaya probando el embutido en casa Eulogio, con Modesto y su hijo Carlos.

Por Navidad había que mandar paquetes para los familiares de Madrid con la prueba de la matanza, ellos enviaban el turrón.

También había otros momentos de más gasto en los que se tenían que poner más cantidad de comida. Por lo general, esto ocurría siempre en las celebraciones y en la recogida de las cosechas, como la recogida de la hierba, del trigo, del maíz, del vino, etc. A estos trabajos acudían muchos vecinos a ayudar, y tenía que disponerse de más comida. Con el vino pasaba lo mismo.

Alguna vez me contaron que para segar un prado por la zona de las chamas de Llano, había cinco hombres, y el amo del prado subió un garrafón de veinticinco litros de vino y lo metió en un pozo de agua para que estuviera frío. Cada maracho (hilera) de hierba que segaban, paraban y echaban un trago. La anécdota fue que a las doce del mediodía, el dueño del prado tuvo que bajar de nuevo a casa a por más vino porque se acabó todo. Esto demuestra que la comida y la bebida desaparecían muy rápido en esos días de recogida donde se juntaba tanta gente.

Escribiendo este último párrafo, pienso yo, como pudieron acabar el prado aquellos segadores después de beber tanto vino. Si yo bebo cinco litros de vino por la mañana, solo pueden ocurrir dos cosas: o me tumbo debajo de un árbol a dormir la mona, o me tienen que bajar directamente para el hospital de Cangas.

Enrique R.G. Santolaya


Vídeo: Proceso de elaboración de la matanza en el pueblo de Santulaya


Escudos de los Martínez en Cangas del Narcea

Escudos con las armas de los Martínez: un árbol a cuyo tronco está atado con una cadena un león, tres flores de lis, y un sol y una luna.

Estas armas aparecen en Casa Bartuelo de Folgueras de Bergame, Casa Bartuelo de la Veiga’l Tachu, Casa Molineiro de Veigaipope y Casa Campa de Veigaperpera.

VEIGAIPOPE / VEGAPOPE (Parroquia de La Riela / La Regla de Perandones) – Casa Molineiro

VEIGAIPOPE / VEGAPOPE

(Parroquia de La Riela / La Regla de Perandones)

Casa Molineiro

Escudo con las armas de los Martínez: un árbol a cuyo tronco está atado con una cadena un león, tres flores de lis, y un sol y una luna. Debajo aparece la inscripción y la fecha siguientes: “Estas son las armas de Martínez por varón. Las mandó hacer don Juan Martínez. Año de 1797”. Las mismas armas aparecen en Casa Bartuelo de la Veiga’l Tachu, Casa Bartuelo de Folgueras de Bergame y Casa Campa de Veigaperpera. Este escudo de Casa Molineiro de Veigaipope es el más reciente que existe de las armas de los Martínez.

En efecto, en 1787 el dueño de esta casa, como dice la inscripción del escudo labrada una década después, era Juan Martínez, “hijosdalgo”, que vivía con su hijo José y su nieto Miguel. En 1808 y 1815 el propietario era este Miguel Martínez, que en 1815 presenta a los empadronadores del padrón de hidalguía una escritura hecha ante el escribano José Meléndez de Arvas del 20 de enero de 1778 en la que se dice que estos Martínez eran “hijosdalgo notorio de armas pintar”. En 1825 el propietario es José Martínez.

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Breve historia del molinero y el ‘bollu preñáu’ de Cangas del Narcea

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Molino de Veigapope

Si nos adentramos en los valles y riberas de nuestro concejo, vemos que todos tienen algo en común, en todos se escucha el agradable murmullo que produce el agua de algún río que tintinea al trascurrir nerviosa entre las piedras del cauce. Este agua riega las vegas haciéndolas ricas y fértiles, además de darles frescura y verdor. El color verde de estas vegas genera un contraste evidente en los meses de verano, entre el valle y las zonas altas circundantes que están totalmente secas y muestran un color más apagado.

Estos ríos se van escondiendo a medida que avanzamos hacia su guarida, celosos de su intimidad, y en su nacimiento solo dejan ver un pequeño reguero rodeado de una espesa vegetación; un ejemplo lo tenemos en el nacimiento del Narcea en Monasterio de Hermo.

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Molino en Sestorraso

Si uno es observador, también se da cuenta que siguiendo estas riberas, de cuando en cuando, nos asaltan grandes y pequeños molinos de agua. La mayoría de las veces están totalmente desvencijados y abandonados, aunque con sorpresa se ven algunos muy bien conservados. Estos molinos están unidos irremediablemente al río, al sonido del agua, a las peñas tapizadas de musgo, a los árboles de ribera y a los tonos verdes de la hierba regada de los prados. La primera sensación que experimentamos cuando divisamos uno de estos molinos, es que tenemos un encuentro mítico con un mini paisaje, donde los sonidos indescifrables del río nos llevan a creer que realmente existen en estas zonas seres misteriosos y mitológicos, como el Trasgu que se esconde debajo del molino y cambia de sitio objetos y piezas relacionadas con la molienda.

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Piedra francesa, molino de casa Queipo de Monasterio del Couto

Esta proliferación de ingenios hidráulicos es una muestra de la gran importancia que tuvieron en un pasado no muy lejano, ya que algún molino todavía funciona en la actualidad.

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Estacada del molino de Fariñas con una escala salmonera para comunicar la parte inferior y superior del río

Antiguamente, este concejo no se caracterizaba precisamente por estar bien comunicado con la Meseta ni con el centro de la región; esto provocó que durante muchos años fuera difícil el intercambio de productos y el comercio con otros centros de producción, lo que obligó a nuestros antepasados a tener que ingeniárselas para autoabastecerse. Las zonas rurales normalmente cerraban el círculo de sus necesidades produciendo todo lo que necesitaban en la unidad familiar; producían y elaboraban su propia carne, patatas, verdura, vestidos hechos con lana de oveja, herramientas fabricadas con madera de la zona y, como producto base y estrella, sembraban su propio trigo. Pero este último producto no bastaba solo con sembrarlo y recogerlo, ya que para poder elaborarlo en forma de pan, bollu preñáu, frixuelo y otros artículos de consumo, era necesario pasarlo por un proceso intermedio, que es la molienda para convertir el grano en harina (farina).

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Presa y pozo del ‘molín’ de casa Queipo de Monasterio del Couto. La construcción anexa era la minicentral hidroeléctrica del pueblo.

Para moler este trigo era necesario tener molinos en cada zona del concejo y esto explica que haya tantos ingenios hidráulicos al lado de nuestros ríos y regueiros. Para hacer funcionar estos artefactos era imprescindible tener un profesional que conociera perfectamente todo el sistema mecánico e hidráulico del molino; este antiguo profesional era el molinero.

Para escribir este artículo me acompañaré de este personaje, quien me llevará a descubrir todo el proceso que rodeaba su trabajo y la parte humana que lo acompañaba.

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Antiguo molino de uso particular en el río de Corros

Los molinos en Asturias no los mueve el viento, como aquellos que atacaron a nuestro loco y entrañable Don Quijote de la Mancha; los de Asturias los mueve el agua. El funcionamiento del sistema se basa en almacenar una cantidad de agua a una determinada altura respecto de la turbina del molino; esta altura suele ser de dos o tres metros. Esto permite disponer de una energía potencial que se trasformará en energía cinética y mecánica en la parte baja del molino.

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Molino de Agüera de Castanéu. Carro excéntrico para mover la pinera o ‘peneira’

La situación del molino es casi siempre la misma, cerca del río, a cotas superiores se hace una estacada o banzáu para retener y dirigir el agua hacia una presa que la conduce hacia el pozo de acumulación, situado junto al molino. Este pozo tiene dos finalidades, la primera y fundamental es crear una diferencia de altura entre el pozo y la zona baja del molino donde va situado el rodezno, una rueda horizontal que gira impulsada por la energía cinética que le transmite el agua, produciendo un momento de fuerza que hace girar los elementos mecánicos del molino. La segunda finalidad del pozo es acumular agua suficiente para que cuando se soliciten caudales importantes para moler, el molino no se quede sin agua.

El agua incide con cierta presión y velocidad sobre los canjilones del rodezno situado en la parte inferior del molino. Este agua genera un momento de fuerza que hace girar un eje vertical de madera que está unido a la muela superior (volandera o muela de arriba), que gira sobre otra inferior que permanece estática (muela de abajo o barranco); entre estas dos muelas se hace pasar el cereal para triturarlo y convertirlo en harina.

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Parte inferior del ojo del molino o infierno

En general, los molinos ofrecen una estampa de gran belleza, pues siempre están construidos en un entorno donde los árboles de ribera se mezclan con los agradables sonidos del agua; además, estas construcciones poseen una arquitectura poco agresiva con el medio, ya que el molino consta generalmente de dos plantas de dimensiones bastante reducidas. En la segunda planta están todos los utensilios de la molienda con un pequeño almacén y en la planta inferior es donde se produce todo el proceso hidráulico. Esta planta inferior se reconoce muy bien, ya que le da personalidad al molino con los típicos arcos de piedra; se la denomina como los ojos del molino o el infierno.

Los molinos pueden ser de una muela para uso particular o de varias muelas para moler el trigo de otros vecinos a cambio de una compensación económica o en especie, la maquila. Este último molino se convertía en una pequeña y próspera industria familiar, ya que la afluencia de clientes era muy grande porque todos los vecinos tenían que hacer el pan cada quince días aproximadamente; además también tenían que moler el maíz y otros cereales para el ganado.

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Picando la muela

Con esta pequeña industria se creó una nueva profesión artesana, la de molinero. Las tareas más frecuentes de éste eran limpiar periódicamente la presa que comunica el molino con la estacada del río, reparar las fugas de agua, mantenimiento de todos los elementos mecánicos del molino, engrase de cojinetes, picado de las muelas… El picado de las muelas era un trabajo de gran precisión para el que se requería mucha experiencia, pues de él dependía el buen resultado de la molienda. Otros trabajos son los siguientes: arrancar el molino; cargar la tolva o muxega con el grano; regular bien la velocidad de la muela actuando sobre el caudal de agua; conocer exactamente la aproximación que deben de tener las muelas para hacer una harina fina o más gruesa, etc.

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Herramientas de widia (wie diamant) para picar la muela

Aunque el molino en su conjunto parece una máquina simple y sencilla, tiene, como todas las cosas mecánicas, secretos fundamentales que hay que conocer tanto en su construcción como en su explotación, para que el resultado final sea un producto de calidad. La construcción del molino debe ser meticulosa y perfecta, las muelas deben estar bien picadas y equilibradas, el molinero debe tener experiencia y conocer los pequeños detalles para conseguir moler con éxito.

Hasta ahora hemos descrito al molino y al molinero de una forma técnica y objetiva, pero en la tradición popular queda abundante constancia de testimonios donde se describen de otra forma más entretenida.

Los molinos eran lugares en los que se concentraba la gente esperando la molienda de su grano,

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Estacada o ‘banzao’ del molino de Agüera de Castanéu

esto permitía comunicarse entre los pueblos vecinos que se contaban los chismes del momento; además, los mozos y las mozas utilizaban el viaje al molino para cortejar fuera del control de sus padres. Al estar situados en lugares escondidos y agazapados en las orillas fluviales, los molinos se convertían en objeto de murmuraciones y rumores sobre amoríos y otros tejemanejes más pecaminosos. Hay muchos dichos y canciones populares sobre esto:

Los molinos no son casas,
porque están por los regueros,
son cuartitos retirados
para los mozos solteros.
 
Si vienes a mi molino
solita te moleré,
si vienes a mi molino
yo no te maquilaré.
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Moderna turbina con dos salidas de agua del molino de Monasterio del Coto

Estas libertades del molino fueron mal vistas y criticadas por algún clérigo de la época, como Fray Toribio de Pumarada y Toyos (raro para los clérigos), natural de La Riera de Colunga, que en 1712 amenazaba con frases como: ir a dormir al molino, es como ir a la casa del diablo.

El molinero en la tradición popular no sale mejor parado que el molino, ya sea por envidia o por cachondeo, siempre se le consideraba de dudosa reputación a la hora de “maquilar” (cantidad cobrada en especie de cereal). El molinero solía conseguir unos ingresos considerables para la época y evidentemente, en tiempos de poca abundancia, en el único sitio donde no faltaba el pan era en casa del molinero. Esto provocaba la tendencia a pensar que la riqueza del molinero provenía de coger más grano del que le correspondía por la molienda.

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Pozo y presa del molino de Vegapope

El cancionero popular está lleno de cantares y dichos que confirman esta dudosa reputación del molinero:

La molinera trae corales
y el molinero corbatín,
no sé como da pa tanto
la tarabica del molín
 
Gasta la molinera ricos pendientes
del trigo que maquila a los clientes.
 
Cambiarás de molinero pero no de ladrón
 
Una clienta vio al molinero cambiar las ventanas del molino y le hizo la siguiente pregunta:
– Molineiro ¿para qué pones las ventanas, para que no entren los ladrones de afuera o para que no salgan los que hay dentro?.
 
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Pinera manual y pinera de molino

La verdad es que algo habría de cierto, ya que siguiendo con el refranero: cuando el río suena agua lleva… Pero los que conocimos a molineros de la zona podemos decir que lo que ganaban lo tenían bien merecido, ya que estaban de sol a sol moliendo, incluidos sábados y domingos; siempre estaban cubiertos de polvo de harina, que además respiraban provocándoles problemas pulmonares. Por otro lado, al estar constantemente en contacto con el agua, la humedad y el frío de las heladas les producían bastantes enfermedades reumáticas.

Hoy, el oficio de molinero está desapareciendo, pero todavía queda alguno en activo que lo presentaré al final de este artículo.

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Tolva o ‘muxega’ del molino de Veigapope, se puede ver la medida de volumen denominada ‘la cuarta’ es el cajón de madera que esta encima de la muela.

A continuación haré un breve recorrido por el proceso entero del trigo y sus productos, desde la siembra hasta el horno. Para desgranar como era este proceso, desde el cultivo hasta el horneado del pan, me dejaré asesorar por las mejores especialistas que hay en la materia, ya que lo vivieron en primera persona, y son esas abuelas que aún tenemos por los pueblos y que todavía poseen una mente muy brillante. No puedo anotar tantos detalles como me describen, pues si lo hiciera no haría un artículo, haría un libro; por lo tanto, simplificaré lo que me cuentan y lo escribiré con sus palabras de asturiano occidental o asturiano de Cangas, es decir, con asturiano d’aiquí.

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Presa del molino de Fariñas en el río Luiña.

El trigo (Triticum) constituyó la variedad de cereal más apreciado a lo largo de la Edad Media. Mal adaptado al clima de nuestra región, no llegó a alcanzar en esa época la importancia que tuvo la escanda. A partir del siglo XIII aparece sembrado en tierras dispersas en localidades del concejo de Cangas del Narcea: Rubial, Llamera, Carballo y Agüera. En los siglos siguientes su cultivo ya se generaliza por toda la zona.

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Segando el trigo

El trigo posee muchas variedades. Preguntando que variedades se sembraban en la zona, nadie me sabe contestar con rigor cuales eran, pero sí me las describen con el nombre popular con que eran reconocidas. Esencialmente había tres tipos de trigo con diferentes características: el primer tipo lo denominaban trigo “grande”, tenía el grano grande y solo se conseguía en las mejores tierras del pueblo; la harina que producía tenía un color muy blanco y se utilizaba para hacer muy buen pan; este trigo es posible que fuera el denominado Triticum Paledor. Otra variedad era el trigo “pequeno”, este también necesitaba sembrarse en las mejores tierras, la harina que salía de este trigo era la de mejor calidad y se reservaba para hacer productos muy finos, como los frixuelos y los dulces. El peor trigo lo denominaban parrucu y era el de peor calidad, teniendo que ser mezclado con el “grande” para conseguir un pan decente. El trigo parrucu provenía de las chombas de los montes del pueblo. Estas chombas eran trabajadas de forma diferente a las demás tierras de labor.

En los montes mancomunados de los pueblos se marcaba una proporción de terreno para cada vecino que lo denominaban chomba, que era cavada a mano con una azada (xadón); este trabajo se denominaba cavar borrones. Posteriormente, por el verano, todo el rastrojo del monte cavado se amontonaba y se prendía fuego en pequeños montones (borrón o borrones). Se sembraba el trigo dos años en estas zonas y después se dejaba descansar el terreno varios años.  A este sistema de agricultura se le llama barbecho, por eso estas zonas de monte eran conocidas como barbeitos. El trigo que salía del monte era de menor calidad, ya que crecía junto a otras hierbas que competían por los nutrientes del suelo, y esto hacía que el trigo fuera más pequeño, duro y sucio; este trigo del monte era el mencionado anteriormente como parrucu.

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Mayando a mano con ‘manales’ en El Fuejo, Cangas del Narcea, 1927. En la imagen se ven las ‘facinas’ de centeno y de trigo. Fotografía de Fritz Krüger. Col. Museo del Pueblo de Asturias

Bien, ya tenemos los tipos de trigo y de tierra, ya podemos pasar a sembrar. La siembra se hacía en el mes de noviembre y la siega se hacía en agosto. La siega se realizaba a mano, necesitando mucha mano de obra. Una vez más nos encontramos con una actividad agraria que une a los vecinos para ayudarse de forma colectiva; la siega, el acarreo del trigo a la era y la mayada se hacían juntando esfuerzos entre todos los vecinos.

La siega del trigo se hacía a mano haciendo pequeños montones (gabiechas); estos montones se ataban formando los manoyos, y estos manoyos se juntaban haciendo los típicos montones de trigo que había en las tierras, los llamaban medas. Después de secar el trigo unos días en la tierra se acarreaba a las eras de la casa, disponiéndolo en montones de forma triangular que se llamaban facinas; éstas se ven en algunas fotografías antiguas de mayadas. Las eras de trigo marcaban la riqueza de la casa, pues la casa que tenía muchas facinas en la era dejaba claro que disponía de mucha tierra y de mucho pan, por lo tanto era una casa pudiente.

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Mañores (Tineo), 1927.’Facinas’ de trigo en la era. Fotografía de Fritz Krüger. Col. Museo del Pueblo de Asturias.

Cuando el trigo estaba en todas las eras del pueblo se procedía a mayarlo. Esta operación consiste en separar el grano de la paja, generando dos productos: el grano se lleva al hórreo o la panera y con la paja se haci un nuevo montón que se llamaba colmeiro.

La mayada era una fiesta, todos los vecinos participaban de casa en casa, y como es natural en los intermedios y en las comidas no faltaban el jolgorio y buen humor; a esto último ayudaba bastante el que corriera de mano en mano abundantemente el vino de Cangas. (Ver: Una mayada en Rañeces en 1945)

Estando el trigo ya en la panera, el proceso sigue su curso bajando a moler el trigo al molino. Se bajaba cada quince días aproximadamente. El trigo iba metido en un recipiente especial, hecho de piel de oveja, que se denominaba fueche, con capacidad para unos 35 a 40 Kg.

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Mayando a máquina

Al molinero se le pagaba con dinero o en especie, la maquila. Ésta, como ya expliqué, consistía en coger una proporción del grano de trigo que se molía. Cada molinero tenía su norma en la cantidad a maquilar; la competencia hacía que el molinero fuera prudente y no cogiera demasiado porcentaje.

Lo que me siguen contando estas abuelas es la parte más agradable de todo el proceso y, por supuesto, es la merecida recompensa a tanto esfuerzo. Con el trigo molido en casa se procedía a hacer el pan y el bollo preñao, hacer la fornada. El día anterior al amasado se ponía la levadura, mezclada con harina y agua templada en un recipiente (fader el furmiento). Esta mezcla se deja toda la noche para que reaccionen los microorganismos unicelulares de la levadura (cheldar). La levadura no se compraba, se dejaba un poco de masa del horneado anterior y se tenía siempre en casa en un recipiente con sal por encima y tapado con una berza. Preguntando para que se ponía la berza no me dan una explicación muy científica.

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Moviendo la ‘fornada’ con el ‘rodabiel’ en un antiguo ‘forno’ de Bustelo

Al día siguiente se mezcla este furmiento con toda la masa de harina, agua y sal; se va amasando la fornada que se va a hacer y se deja cheldando, es decir, un tiempo tapada para que el CO2 que producen los hongos de la levadura hagan hinchar esta masa, creando los típicos ojos en la miga del pan. Después se corta esta masa en porciones que serán las futuras fogazas.

Lo que sigue es fácil de adivinar, se enciende el forno con leña. Cuando éste está bien caliente se sacan todas las cenizas con una escoba (el bascayo) que estaba hecha de xiniesta. A continuación se metían las fogazas en el forno con dos instrumentos de madera que son la pala y el rodabiel. Estas herramientas también tenían otras funciones, pues había la creencia, poco justificada, de que en los días de tormenta se debía poner en la era de la casa el rodabiel y la pala de madera haciendo una cruz para que alejaran los relámpagos de la casa. Si Benjamín Franklin supiera esto no se molestaría en hacer tantas tonterías para descubrir el pararrayos.

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Horneando las ‘fogazas’ y el bollo

Volviendo al tema, lo mejor de este día de fornada era hacer el bollu preñáu, preñáu del mejor colesterol de la zona, buen chorizo, buen tocino, etc. Desde luego todo este esfuerzo merecía la pena, se conseguía un pan de verdad, sin nada de esos polvitos mágicos que ahora se echan en todos los procesos industriales, además se comía un bollo preñao que nos hacía acercarnos un poco más hacia la muerte en forma de colesterol, pero ¿qué es la vida sin un poco de riesgo?

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Hogazas de pan de verdad (sin polvitos mágicos industriales)

A estas alturas del artículo es cuando me doy cuenta de la cantidad de trabajo, de medios, de profesionales y mano de obra que hacían falta para poder comer un buen pan, un buen bollo preñao o unos frixuelos. Yo recuerdo que aquel pan tenia la corteza y la miga de diferente color que el pan industrial que comemos hoy. Cada fornada de pan eran quince fogazas que duraban quince días; el último día el pan estaba perfecto para comer y eso que no llevaba ningún conservante, excepto la sal que tenía en la masa. Hoy compras esas barras de pan que te dan al precio de 2 por 1 y si lo dejas para la cena ya es chicle, y, por supuesto, ni se nos ocurre comerlo el día siguiente. Observando esto me asalta una pregunta: “¿realmente eso será pan? o ¿será un invento híbrido creado por algún químico de la Universidad de Oviedo?”. Otra pregunta curiosa: “¿por qué hoy tenemos tantos celíacos, tanta intolerancia al gluten?”. ¡Qué mal hizo la ciencia alterando algunos procesos naturales!

Para terminar presentaré algún molino importante del concejo de Cangas del Narcea. Empezaré presentando el que posiblemente fue el mejor molino de la zona, ya que su capacidad y tecnología superaba con creces a los demás. Este molino está en la villa de Cangas en el denominado Prao del Molín, pero su historia aparece en otro artículo de esta web del Tous pa Tous en la que se describe con todo detalle este molino: Historia del molín de la villa de Cangas del Narcea.

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Antonio Fernández Rodríguez enseñando el molino de casa Terrao en Agüera de Castañedo

Otros molinos importantes en la actualidad son el de Agüera de Castanéu, el de Fariñas, el de Monasterio del Couto y el de Veigapope.

El molino de Agüera de Castanéu está situado en la orilla del río Narcea, en el pueblo de su nombre. El edificio es bastante moderno ya que fue reformado hace pocos años. Posee dos piedras de moler francesas y todavía está activo moliendo para clientes de los concejos de Cangas e Ibias. Quien me lo enseña es Jesús Antonio Fernández Rodríguez y quien estaba al frente del molino en los años de esplendor era su suegro: Antonio Menéndez de casa Terrao de Agüera.

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Nilo González García enseñando el molino de Fariñas

Otro molino importante fue el de Fariñas, junto a Cangas y a orillas del río Luiña. Sus clientes eran todos los pueblos de la sierra del Acebo, de Limés y contornos. Este molino y su moderna estacada pueden verse caminando por el Paseo del Vino de Cangas del Narcea. El molino tiene dos muelas francesas y una toma de fuerza para enganchar una aventadora que servía para limpiar de impurezas el trigo. Quien me enseña el molino es Nilo González García, nieto del antiguo molinero Enrique García Tejón; este molinero era hermano del mítico gaitero José García Tejón “Fariñas”. Hoy, este molino está parado, pero me dice Nilo que en sus buenos tiempos a su abuelo no le faltaba el trabajo, moliendo doce horas diarias.

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Aventadora para limpiar el trigo que venía de Castilla; molino de Fariñas

El molino dejaba buenos ingresos y de él se podía vivir cómodamente; como anécdota cuenta Nilo que cuando se arregló la estacada del molino se necesitaron siete trabajadores diarios para construirla y lo que recaudaba diariamente el molino era suficiente para pagar a estos siete jornales.

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Manuel Blanco ,de Casa Queipo de Monasterio del Coto, frente al molino de su propiedad

El molino de Monasterio del Couto está enclavado en un paraje espectacular al lado del río del Couto. En la actualidad este molino está inactivo. Quien me lo presenta es Manuel Blanco de casa Queipo de Monasterio, que en su día fue molinero como su padre Modesto Blanco. El molino fue construido por su abuelo. Consta de tres piedras, dos francesas y una más blanda del país. Tiene una peculiaridad que lo diferencia de los demás, y es que tiene una turbina moderna con dos salidas de agua para darle más fuerza a la muela. Los clientes de este molino eran los pueblos del Río del Couto, parte del concejo de Ibias, algún comerciante como el almacén del Cuco de la villa de Cangas, etc.

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Interior del molino de Monasterio del Coto

En 1933 el molino fue reformado por el abuelo, Manuel Blanco Uría, y en 1950 el padre, Modesto, molía sin interrupción. Era un gran negocio, había grandes colas de caballos esperando por la fornada; dice Manuel que la entrada del molino parecía una feria. El molinero comía, merendaba y cenaba en el molino y a veces era necesario moler de noche con luz artificial. Coincide este molinero en afirmar que el trigo que se producía aquí era mucho mejor que el que venía de Castilla. La forma de pago era como en los demás molinos, en dinero o, lo más habitual, en especie, la maquila; en este molino se quedaban con un kilogramo por cada diez molidos. Otras medidas habituales eran el choupin como unidad de volumen básico y la cuarta que llevaba cuatro choupines.

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José Martínez Fernández actual molinero de Vegapope

El molino tiene anexo una toma de fuerza para enganchar una mini central eléctrica que producía luz para el pueblo. Daba suficiente para tres bombillas por cada casa y cada bombilla era de 25 watios.

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José Martínez Menéndez anterior molinero de Vegapope

El siguiente molinero es el héroe de estos tiempos, pues esta aún al frente del molino y con gran éxito, ya que mucha gente vuelve a los sabores tradicionales. Este molino está enclavado en el pueblo de Veigapope, en un paraje de gran belleza al lado del río Narcea del que coge su agua y su fuerza. La historia de este molino se pierde en el tiempo. Por él pasaron los diferentes dueños (muirazos) de la casa del Molineiro de Veigapope. Nos dice el molinero actual que tiene escritos donde indican que el molino tiene una antigüedad de varios centenares de años. Este molinero se llama José Martínez Fernández y me comenta que la época de mayor funcionamiento del molino fue la de su padre José Martínez Menéndez.

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Molino de Vegapope moliendo

Los clientes de este molino eran de los pueblos colindantes: la Regla, Cibuyo, Llano, Santa Eulalia, Adralés… El molino consta de tres muelas francesas, una de las cuales funciona en la actualidad a pleno rendimiento. Hoy, muele trigo para la panadería Xiepe de Cangas, para la panadería Pan de Ibias, algún horno de Pola de Allande, particulares de Tineo, Valledor y del concejo de Cangas del Narcea. Comenta la mujer del molinero lo contenta que está escuchando de nuevo el ruido que producen las muelas y el agua al moler, ya que hace unos años este molino también estaba abocado a cerrar definitivamente.

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José Martínez moliendo en el molino de Vegapope

Le pregunto a José por qué en esta zona se utilizó mucho el trigo, mientras que en otros lugares de la región se utilizaba mayoritariamente la variedad de escanda, me dice que posiblemente en tiempos remotos se utilizó también la escanda, pero esta variedad se cambió por el trigo que conocemos debido a que es más productivo; además, la escanda tiene mucha piel, es más difícil de recoger y es más dura de moler.

Es muy agradable acabar este artículo acompañado del último mohicano, del último molinero en activo, de la imagen viva de una saga de profesionales que durante muchos años de historia fueron la clave de nuestra alimentación. El pan de pueblo, los frixuelos y el bollo preñáu no serían nada sin la experta mano del molinero.


Vista general de Veigaipope

Parroquia de La Riela de Parandones

La Riela / La Regla

Barrio de El Cascarín:
♦ Casa Abilio ♦ Casa Albino ♦ Casa Benino el Gallego ♦ Casa La Cervecera ♦ Casa Chapas ♦ Casa Fonso de Acio ♦ Casa Machuca ♦ Casa Mirigilda ♦ Casa Porléi ♦ Casa El Relojero ♦ Casa Rosendo ♦ Casa Sierra ♦ Casa El Tesu ♦ Casa Xuna de Pin

Barrio de El Cutrión:
♦ Casa Antonio ♦ Casa Benjamín ♦ Casa Carlinos ♦ Casa Celisto ♦ Casa César ♦ Casa Emilio (antes Casa Pepona) ♦ Casa Félix ♦ Casa Nicanor ♦ Casa La Pachona ♦ Casa Pedro ♦ Casa Pepe de Oliva

Barrio de Los Penidinos:
♦ Casa Emilio Amao (antes Casa Cacholo) ♦ Casa Manín ♦ Casa Montaño ♦ Casa Pascual (antes Casa Manón)

Barrio de La Plaza:
♦ Casa Andrés ♦ Casa Don Julián ♦ Casa Manuel ♦ Casa Martemplao ♦ Casa Miguel ♦ Casa Natalio ♦ Casa Nuncia ♦ Casa Ramona de Tineo

Barrio de El Santu:
♦ Casa Amao ♦ Casa Arsenio ♦ Casa Manón ♦ Casa Marrón ♦ Casa Pepe la Payara ♦ Casa Perico ♦ Casa Ramonzona ♦ Casa Ricardo ♦ Casa Sante

Aciu / Acio

♦ Casa Amáu ♦ Casa Bártalu ♦ Casa Diego ♦ Casa Ferreiro ♦ Casa Fonsu ♦ Casa L.luis ♦ Casa Martín ♦ Casa Regueiro ♦ Casa Xastra

Caldevil.la d’Aciu / Caldevilla de Acio

♦ Casa Cachón ♦ Casa Fuertes ♦ Casa Gamachón ♦ Casa García ♦ Casa Grabiel ♦ Casa Manolona ♦ Casa Mederu ♦ Casa Roque ♦ Casa Sesto ♦ Casa Sierra ♦ Casa Terráu ♦ Casa Xualonso

Parandones / Perandones

♦ Casa Chapona ♦ Casa Chinta ♦ Casa Dionisio ♦ Casa Gaiteiro ♦ Casa Mozón ♦ Casa Pachón ♦ Casa Rollo ♦ Casa Xiepe

Perdiel.lu / Prediello

♦ Casa Farruco ♦ Casa José (desaparecida) ♦ Casa L.luis ♦ Casa Tineo

Pinl.lés / Penlés

♦ Casa Fons ♦ Casa Pachón ♦ Casa Pedrón (cerrada) ♦ Casa Rozas ♦ Casa Xuanón ♦ Casa Xulianín

Rebol.las / Rebollas

♦ Casa Baldo ♦ Casa Farrín ♦ Casa Lorenzo ♦ Casa Maestro ♦ Casa Manín ♦ Casa Ramón

Sebil

♦ Casa Gal.lego ♦ Casa Próspero

Veigaipope / Vega de Pope

♦ Casa Guanín ♦ Casa Laureanu ♦ Casa Matea ♦ Casa Mulineiru ♦ Casa Pepejuán ♦ Casa Serrador ♦ Casa Villaconejo

Veigaperpera / Vegaperpera

♦ Casa Cadenas ♦ Casa Cachón ♦ Casa Casares ♦ Casa Fuertes ♦ Casa La Rubia ♦ Casa Segundo de Carrexu ♦ Casa Tiso ♦ Casa Xuanarias

Yema

♦ Casa Ángel ♦ Casa Faciu ♦ Casa Farruco ♦ Casa Fermín ♦ Casa Laureanu