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Rumbo a Siasu

Partído de Sierra, desde la casa-taller de Raúl Rodríguez “Mouro” en Sillaso (Cangas del Narcea). Foto: Sandra Flórez Alonso.

Como segunda ruta para nuestra tarea encomendada, nos dirigimos en esta ocasión al lugar de Siasu, también en el Partíu Sierra, a la residencia de Raúl Rodríguez “Mouro”.

De nuevo la expedición estará formada por los mismos componentes que estuvimos en L.lamas, con la excepción de Collar que por motivos laborales no pudo acompañarnos en el día de hoy. Outramiente, como buen conocedor del paisaje y del paisanaje del concejo, ya nos había hecho una previa en cuanto tuvo ocasión de poner en antecedentes a Marcelino y a su familia de la visita que estábamos programando.

Eso sí, hoy nos acompaña José Ramón Puerto, gran conocedor y entusiasta de la obra y la trayectoria de Raúl “Mouro”, y quien formará parte activa de la puesta en marcha y organización de la exposición, al igual que hizo en anteriores ocasiones colaborando desinteresadamente con el «Tous pa Tous».

Y dos serán de nuevo los coches que formarán la comitiva y en los que nos vamos repartiendo y acomodando.

Otra vez disfrutamos de buen tiempo en esta tarde de febrero mientras nos dirigimos a Purtiel.la. Allí, a mano derecha, nos desviamos y cruzamos el puente que nos llevará a destino, dejando atrás el pueblo de Ounón. El ascenso por la sinuosa carretera nos va ofreciendo maravillosas vistas de nuestra orografía, que van ganando en intensidad a medida que tomamos altura.

Coincidiendo con esa primera hora de la tarde tan española como es la hora de la siesta, nos recibe ante el portón de la casa familiar la matriarca, quien nos comunica que pronto asomarán padre e hijo, que se encuentran reposando tras la hora de la comida, pero que ya están avisados y aviándose.

Tras las oportunas presentaciones, comenzamos la visita en el parreiru, transformado ahora en taller, un espacio que invita de entrada al recogimiento. “El lugar transmite ya una emoción estética”, apunta Mercedes. Un taller en el que imparte cursos para trasmitir sus conocimientos.

Taller de Raúl Mouro en Sillaso, parroquia de Santiago de SIerra (Cangas del Narcea). Foto: Sandra Flórez Alonso.

Un simple lavado de cara en la cubierta, en vigas y ripia, desprovistas ahora de telarañas y del polvo acumulado tras años de cumplir su antigua función, deja a la vista una tosca y a su manera elegante carpintería tradicional; el espacio diáfano y con claroscuros; las paredes de piedra desnuda; el suelo de madera, por el que transpira un agradable y cálido ambiente propiamente agrícola; la luz que se cuela a través de los diferentes huecos; el vacío en el que apenas hay nada y hay lo suficiente: un añejo banco de carpintero de herencia familiar, el contraste entre el torno de pie y una docena de tornos eléctricos, una enorme mesa de factura por encargo y exprofeso, al igual que los tayuelos en los que depositar los cuencos del agua… Reposando sobre cada torno, una pieza de la misma serie en diferentes fases de elaboración. Una decena de piezas que, de inmediato, nos traen a la memoria las fogazas de aún tierna masa de pan sobre la masera, terminando de l.leldar y esperando a ser enfornadas. Todas ellas muy similares y a la vez diferentes, de distintos tamaños, con distintas tonalidades. “A medida que vamos dando textura, se va modificando ligeramente el color”, nos explica atento Raúl. Un matiz que, de primeras y a ojos del profano, no es fácil diferenciar.

Una a una, con cuidado y a la vez con la presteza de quien se siente seguro de sus manos, Raúl va depositando las piezas sobre la enorme mesa de madera dispuesta en una esquina, a la sombra de la luz. Y así, en contraposición, cada una de ellas nos ofrece diferentes lecturas según se van formando distintas composiciones y en función de la incidencia lumínica. La boca, el pequeño orificio de apertura que permite a la pieza respirar y “estrictamente necesario para evitar su rotura durante el proceso de cocción”, cobra sentido (o no) cuando la voltea  y la apertura desaparece, pasando a formar parte de la base.

Por doquier, diferentes piezas, múltiples pruebas de trabajo, con diferentes formas, tamaños y  colores: blanco, marrón “galleta”, rojo pórfido y negro, producto de los diferentes tipos de barro combinados convenientemente con piedra gres. “El rojo da flexibilidad; el blanco, resistencia, y se introduce un tercer elemento para hacer piezas de buena textura”.

Porque sus obras, insiste una y otra vez, son para ver, para oler, incluso para escuchar, pero sobre todo, para tocar. Como quien coge un bebé al cuello, lo mece y lo acaricia. Para sentir las texturas, para diferenciar los grosores y apreciar su fría temperatura, en claro contraste con la calidez que emanan sus colores.

Varias piezas, múltiples pruebas del trabajo de Raúl Mouro, con diferentes formas, tamaños y colores. Foto: Sandra Flórez Alonso.

La cara de Raúl se ilumina al ofrecernos la nueva incorporación a su menú, su nuevo plato fuerte, aún en proceso de experimentación. Ceremoniosamente, desprendiendo con dulzura los paños húmedos que las cubren, nos permite ver sus nuevas criaturas, sus nuevas formas de concebir el espacio, jugando con el equilibrio y con el desequilibrio, con el color y como no, con las siempre presentes texturas. Nuevos caminos a explorar, y quién sabe si a seguir o quizás abandonar. Todo depende.

En un rincón, dispuestas en perfecto orden de a seis, Raúl nos da a probar, pues pruebas son, media docena de deliciosos “profiteroles”. Seis piezas esféricas, de pequeño tamaño, color galleta, con matices en rojo dispuestos como anillos concéntricos en la madera. “Lo conseguimos intercalando diferentes capas a la hora de formar la pella”. Seis piezas que nos dejan un dulce sabor de boca.

Y nos va explicando cómo todo es producto de una evolución, de una experimentación, de un trabajo constante, que ahonda sus raíces en la tradición, en lo mamado en casa de su abuelo, de su padre, de todo lo heredado, de un legado sumado a  su actividad constante con el barro, de mancharse las manos… Es todo un proceso escalonado, desde la base, desde el aprendiz que se pasa un año mezclando y amasando, aprendiendo a mezclar en las proporciones justas, pasos previos y esenciales antes de consentirle sentarse en el torno, ese potro difícil de domar, que “puede llegar a ser muy frustrante, empleando horas, constancia, repetición, perfeccionando la técnica, pero que es una verdadera delicia”. Y ahora buscando nuevas formas de expresión, formas básicas, esenciales, buscando la simplicidad, pero con todo un proceso muy complejo detrás y “que da garantía de verdad” “de honestidad en el resultado”, apunta con acierto Sandra. Intentando mantener una equidistancia entre lo tradicional y lo innovador, no sólo en cuanto a las piezas se refiere, que van perdiendo su carácter meramente funcional y doméstico y se dirigen más hacia lo estético, aunque manteniendo ocasionalmente pequeños guiños que sirven de anclaje con su pasado, sino también en cuanto a materiales, técnicas y procesos.

Y así, pasamos a una nueva dependencia, entre la bodega en la planta baja y la panera. El pequeño cuarto habilitado ahora como estudio, en el que se inicia el proceso imaginativo, con apuntes y diseños en papel que posteriormente tomarán volumen.

Y de ahí, a la panera, en la que se almacenan centenares de piezas, todas ellas de alguna forma desechadas por no llenar lo suficiente el crítico ojo del autor: distintas formas, distintos tamaños, distintos colores y esmaltes que por una razón u otra no pasaron la criba.

Y finalmente, accedemos al santasanctórum, el desván de la casa, en el que se atesora el producto final a la espera de partir quién sabe a dónde: Uviéu, Madrid, Korea…y con próximo destino al otro lado del charco, en Estados Unidos. Allí la Fundación Guess le reclama un total de cien piezas para una exposición en Los Ángeles. Todo un salto que da proyección aún más si cabe a su reciente Premio Nacional de Artesanía.

Miembros del Tous pa Tous con Raúl Rodríguez «Mouro» (dcha.), en su casa-taller de Sillaso, parroquia de Santiago de Sierra (Cangas del Narcea). 6 de febrero de 2025. Foto: Benito Sierra.

Ya cayendo la noche, y tras despachar un trago de vino y unas empanadas en la bodega de la casa, nos despedimos de la familia, agradeciendo el que nos hayan abierto sus espacios de intimidad y su cálida amabilidad, y retornamos a la villa con la sensación plena de haber llenado la tarde no solamente de cantidad, sino también de calidad. Con las cabezas repletas y en ebullición, planeando cómo llevar a cabo de la mejor manera posible nuestra tarea.


FOTOGRAFÍAS
(autores: Sandra Flórez, José Ramón Puerto y Benito Sierra)

Rumbo a Siasu


 

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Lagares de vino en Cangas del Narcea en 1752

Fuso y contrapeso del lagar de la bodega del Museo del Vino de Cangas

Los lagares son las máquinas de madera que se empleaban en las bodegas para apretar el magayu o bagazo y extraer el último mosto de la uva, que en Cangas del Narcea llamamos pía o pie. La pía se mezclaba con el primer vino que salía de la tina. No todos los vinicultores cangueses tenían lagar, porque era un artefacto caro, de cierto tamaño y que necesita un espacio amplio y propio; en consecuencia, los pequeños cosecheros de vino no se lo podían permitir y tenían que exprimir su magayu en lagares que no eran suyos. En las últimas décadas del siglo XIX y, sobre todo, en el siglo XX estas máquinas se sustituyeron por prensas de jaula y hierro fundido, más pequeñas y manejables que los viejos lagares, que fueron destruyéndose hasta casi desaparecer.

Detalle del fuso y el contrapeso del lagar de la bodega del Museo del Vino de Cangas

En 1752 había en el concejo de Cangas del Narcea 68 lagares para hacer vino. Lo sabemos gracias a un catastro que se hizo ese año con el fin de establecer la Única Contribución, que estaba dentro de una reforma fiscal que puso en marcha el rey Fernando VI (1713-1759) y su ministro el marqués de la Ensenada (por eso a este catastro se le llama Catastro del Marqués de la Ensenada). Para cumplir el mandato del rey todos los vecinos tenían que presentar una relación de bienes (inmuebles, tierras, ganado) y de ingresos por su producción, oficio, industria, etc. Había unas respuestas particulares de cada vecino y unas respuestas generales a un interrogatorio de 40 preguntas que tenían que responder los concejos o cotos señoriales sobre el número de habitantes, clases de cultivos y ganado, la producción, actividades comerciales e industriales, profesiones, ingresos, etc. Las respuestas particulares de los vecinos de Cangas del Narcea se destruyeron en 1809 con el incendio del archivo municipal provocado por los franceses durante la Guerra de la Independencia. Solo se conservaron en el Archivo General de Simancas las generales, que son las que utilizamos nosotros y que pueden consultarse por internet.

Prensa de jaula para vino tomada del catálogo de ‘La Maquinaria Agrícola’ de José del Río y Hesles, gran almacén de venta de instrumentos y máquinas agrícolas, Madrid, 1871

Los propietarios de esos lagares eran señores, propietarios de muchas tierras y viñas, que vivían de sus rentas, y también campesinos acomodados. El conde de Toreno tenía tres lagares: dos en la villa de Cangas y uno en Limés. El monasterio de Corias también poseía tres, pero uno estaba “arruinado”. Además, había seis personas que eran dueñas de dos lagares: Teresa de Peón, Pedro Velarde, Lorenzo Flórez de Sierra, Narciso de Sierra Pambley, Rodrigo de Sierra Jarceley y Nicolás Alfonso, y dos lagares que eran propiedad de varios vecinos.

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Lagar del Museo del Vino de Cangas

Gracias al catastro de 1752 sabemos que estos lagares estaban hechos íntegramente con madera y se componían de “una sola viga”. En el extremo de la viga llevaban un contrapeso de piedra sujeto con un fuso o tornillo con el que se elevaba el contrapeso. Eran, sin lugar a duda, similares a los que hoy pueden verse en la bodega del Museo del Vino de Cangas o en el Museo Etnográfico de Grandas de Salime, y a otros que todavía existen en Asturias y que se empleaban para exprimir la manzana y hacer sidra, como uno que ese expone en el Museo del Pueblo de Asturias, en Gijón. Este tipo de lagar, conocido como “prensa de tornillo móvil y contrapeso”, estuvo muy extendido y está perfectamente documentado por la arqueología en época romana; los ejemplares más antiguos datan del siglo I d. C. Según Yolanda Peña Cervantes “es el tipo de prensa más extendido en el mundo romano” para elaborar aceite y vino (Torcularia. 
La producción de vino y aceite en Hispania, Tarragona, 2010).

Prensa de jaula y hierro fundido, que sustituyó a fines del siglo XIX y en el siglo XX a lo lagares de viga. Museo del Vino de Cangas.

En Cangas del Narcea en 1752, los lagares los utilizaban tanto sus propietarios para “sacar” su vino como el resto de los pequeños cosecheros que había en el concejo y que no tenían lagar. En las respuestas al Catastro del Marqués de la Ensenada se mencionan dos relaciones entre propietarios y no propietarios. Una, era el alquiler del lagar por el cual los dueños cobraban en vino; de este modo, en el coto de Corias se declara que cada uno de los lagares produce al año para sus dueños una “cuepa” de vino (31 litros) y en el coto de Cangas regulan su ganancia en ocho cañadas (31 litros) anuales, que es lo mismo que una “cuepa”.

Otra relación era la de dar gratuitamente el servicio en función de la buena vecindad y la reciprocidad, y así en las parroquias de Carballo, Bimeda, Villategil y Limés se dice lo siguiente: “atendiendo a que estos artefactos solo los tienen [sus propietarios] para pisar la uva de su cosecha, y aunque los vecinos y más interesados en la cosecha de vino no los tengan propios y usen de estos, es sin interés y por la buena correspondencia que entre sí tienen. Y no obstante para satisfacer a la intención de la pregunta, después de varias consideraciones regulan la utilidad de cada lagar en una cántara [15,64 litros] de vino, que su valor son seis reales de vellón”. Joaquín Coque Fuertes, de Obanca, todavía se acordaba a fines del siglo pasado que en su casa se apretaba el magayu de muchos vecinos y que a cambio estos ayudaban un día a cavar las viñas.

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Lagar del Museo del Vino de Cangas

No sabemos con exactitud los pueblos donde estaban los lagares en el concejo de Cangas del Narcea en 1752. Las respuestas generales del catastro mencionado solo dan el nombre de sus propietarios y en el mejor de los casos el de la parroquia donde estaban ubicados, pero no el del pueblo. Con la información disponible tenemos que destacar la existencia de dieciséis lagares en la parroquia de Tebongo, que era la mayor concentración de todo el concejo, superior a la villa, donde había siete. Asimismo, llama la atención la existencia de lagares, y en consecuencia de viñedos, en parroquias donde hoy no queda ningún rastro de su presencia, como Jarceley, San Martín de Sierra, Santiago de Sierra, Maganes, San Pedro de Culiema y Carceda.

La existencia de estos 68 lagares, así como su localización, son otro testimonio más de la extensión geográfica que llegó a tener el viñedo en el concejo de Cangas del Narcea y de su importancia económica.

Parroquia de Cangas del Narcea (7 lagares)

  • D. Fernando Queipo de Llano, conde de Toreno (2 lagares)
  • D. Pedro Velarde y Prada
  • D. José López Cañedo
  • D. José García de Quirós
  • D. José Gamoneda [y Rojas]
  • D. José Miramontes

Parroquia de San Cristóbal de Entreviñas (3 lagares)

  • D. José de Llano
  • D. Lope de Uría
  • D. José Fernández

Parroquia de Jarceley (1 lagar)

  • D. Diego de Sierra [y Salcedo, dueño de la Casa de Llamas del Mouro]

Parroquia de San Martín de Sierra (2 lagares)

  • Francisco Martínez
  • Domingo Fernández

Parroquia de Santiago de Sierra (2 lagares)

  • D. Lorenzo Flórez [de Sierra, dueño de la Casa de Nando]
  • Juan García

Parroquia de Onón (5 lagares)

  • D. Lorenzo Flórez [de Sierra, dueño de la Casa de Nando]
  • D. Francisco Caballero [y Flórez, dueño de la Casa de Fontaniella]
  • D. José Rodríguez
  • D. Antonio Queipo
  • D. Juan Menéndez

Parroquia de Maganes (1 lagar)

  • D. Francisco de Uría y Llano

Parroquia de San Pedro de Culiema (1 lagar)

  • Antonio Rodríguez

Parroquia de Tebongo (16 lagares)

  • D. Rodrigo de Sierra [y Jarceley, dueño de la Casa de Jarceley] (2 lagares)
  • D. Narciso de Sierra [Pambley, dueño de la Casa de Pambley] (2 lagares)
  • D.ª Micaela del Riego
  • D. Alonso del Llano
  • Juan Menéndez
  • Juan Rodríguez
  • Pedro Menéndez
  • Francisco Rodríguez
  • Francisco Meléndez
  • Toribio Meléndez
  • José Rodríguez
  • Bartolomé García
  • Juan de la Linde
  • Teresa de Flórez

Parroquia de Carceda (2 lagares)

  • Monasterio de San Juan de Corias (arruinado)
  • Domingo González

Parroquia de Santa Eulalia (2 lagares)

  • D. José Nicolás de Uría [Valdés]
  • D. Pedro Velarde y Prada

Parroquia de La Regla de Perandones (3 lagares)

  • Francisco Cachón (arruinado)
  • Domingo Menéndez
  • José Menéndez

Parroquia de Carballo (1 lagar)

  • D.ª Teresa de Peón, viuda de D. Manuel Flórez [Valdés, dueño de la Casa de Carballo]

Parroquia de Bimeda (2 lagares)

  • D. Ignacio Flórez
  • D. Nicolás Alfonso

Parroquia de Villategil (1 lagar)

  • D. Nicolás Alfonso

Parroquia de Limés (5 lagares)

  • D. Fernando Queipo de Llano, conde de Toreno
  • D. Miguel de Uría
  • D.ª Teresa de Peón, viuda de D. Manuel Flórez [Valdés, dueño de la Casa de Carballo]
  • D. Juan Meléndez Valdés
  • María Álvarez

Coto de Cangas (11 lagares)

Coto integrado por siete parroquias completas: Entrambasaguas, Santa Marina de Obanca, Augüera del Coto, Bergame, San Damías, Vegalagar y Las Montañas, y algunos lugares de otras cinco parroquias: Carceda, Corias (fuera de la villa), Besullo, San Cristobal y La Regla de Perandones.

  • Monasterio de San Juan de Corias (2 lagares)
  • D. Francisco de Llano y Rojas, de Santa Marina de Obanca (2 lagares)
  • D. Fernando Rodríguez, vecino de la provincia del Bierzo
  • D. Pedro Menéndez, vecino de la villa de Madrid
  • Pedro Rodríguez, vecino de San Pedro de Corias, y cinco vecinos más
  • Inocenta Coque, vecina de San Pedro de Corias
  • Hospital de San Lázaro, malatería de Retuertas
  • D. Manuel Rodríguez, cura de Orallo en el concejo de Laciana [León]
  • D. Juan Rodríguez Francos, presbítero de Bergame, y otros cuatro vecinos

Coto de Corias (3 lagares)

Este coto solo abarcaba la villa o pueblo de Corias.

  • D. Ignacio Queipo, vecino de la villa de Madrid
  • D. Salvador Fuertes, vecino del concejo de Boal
  • D. Diego Fuertes

Marcelino Peláez Barreiro (Ounón, 1869 – Mar del Plata, Argentina, 1953)

Chafán de la plazoleta entre las calles Don Ibo y Las Huertas, con la placa a la memoria de Marcelino Peláez

Publicamos aquí una breve biografía escrita por nuestra compañera Mercedes Pérez Rodríguez con motivo del homenaje a Marcelino Peláez y leída por ella misma en el acto a la memoria de este emigrante cangués. En una de las esquinas de la plazoleta existente en Cangas del Narcea, entre las calles maestro Don Ibo y Las Huertas, el Tous pa Tous descubrió una placa de bronce a su memoria. Días después, hemos sabido que el Ayuntamiento de Cangas del Narcea, a petición del Tous pa Tous y por decreto de alcaldía de 24 de septiembre de 2015, acordó incoar expediente para dar el nombre de “Marcelino Peláez Barreiro” a la citada plazoleta.


Marcelino Peláez Barreiro (Ounón, 1869 – Mar del Plata, Argentina, 1953)

Desde mediados del siglo XIX y hasta 1930, cincuenta millones de europeos emigraron a ultramar. Unos 350.000 eran jóvenes asturianos, la mayoría entre 15 y 17 años.

Unos pocos se enriquecieron y algunos de ellos favorecieron a su tierra natal bien por altruismo bien por interés social o económico.

Marcelino Peláez emigró a Argentina donde sus comienzos debieron de ser muy duros. Por Amalia Fernández, hija de un administrador suyo, sabemos que tenía un almacén de Ramos Generales en San Agustín, a unos 100 Km de Mar de Plata. Estos comercios vendían de todo, generaban mucho dinero y no estaban exentos de peligros porque tanto los gauchos como los indígenas eran “gente muy brava». Marcelino Peláez invirtió en tierras sobre las que gestionó la fundación de núcleos de población como Mechongué.

Los indianos o “americanos”, edificaron palacetes y panteones para uso propio y financiaron obras públicas como traídas de agua, casinos, iglesias, hospitales, asilos, boleras, lavaderos, y favorecieron especialmente la educación de los jóvenes, construyendo escuelas, dotándolas de materiales didácticos y comedores escolares, incentivando a los maestros y premiando a los mejores estudiantes.

La construcción de una escuela era una tarea que implicaba al Estado, al Ayuntamiento, a los vecinos y a los emigrantes. La intervención de los emigrantes adoptó varias fórmulas:

  • Las sociedades de instrucción, cuyo ejemplo es la Sociedad de los Naturales de Boal, nacida en La Habana en 1911, que construyó a sus expensas más de veinte escuelas en el concejo de Boal.
  • La colecta, en la que además de participar los emigrantes enriquecidos lo pudieron hacer otros menos favorecidos por la fortuna.
  • La individual, en la que un «americano» financiaba la escuela; destaco a Pepín Rodríguez, uno de los propietarios de la fábrica de tabaco «Romeo y Julieta», de La Habana, quien constituyó una fundación que no solo construyó el edificio sino que también se preocupó del proyecto didáctico, de la dotación de materiales y profesorado.

Se calcula que unas doscientas noventa y cuatro escuelas asturianas se beneficiaron del capital de los emigrantes.

Pese a lo dicho, encontrar capital para estos fines no era tarea fácil, como señalaba Carlos Graña Valdés en carta abierta en La Maniega en diciembre de 1928, “el número de personas que se desprenden de cantidades de dinero para ayudar a sus aldeas a construir sus edificios se cuenta por los dedos”.

¿Qué hace tan peculiar el caso de Marcelino Peláez? El hecho de que no solo costeó la escuela de su pueblo natal, Ounón, como hicieron muchos «americanos», sino que también colaboró en la construcción de la escuela de otros pueblos, donando 1.000 pesetas para todas las escuelas que se construyesen en cualquier pueblo del concejo y 25.000 para las escuelas graduadas de la villa. Es el único caso en Asturias.

Apreciemos la importancia de esa cantidad si la comparamos con otras, así para la construcción de la escuela de Naviego el Ayuntamiento puso 1.975 pesetas, la Sociedad Cangas del Narcea de Buenos Aires 1.250 pesetas y la mayoría de las donaciones solía ser de 50 pesetas.

Los pueblos beneficiados por Marcelino Peláez fueron Porley, Villar de Lantero, Santa Marina, San Pedro de Culiema, Bergame, Naviego, Linares del Acebo, Agüera del Couto, Carballo, Bimeda, Llano (con 2.000 pesetas), Santa Marina, San Cristóbal, Araniego, Carballedo, Acio y Caldevilla de Acio, etc. Disponía el concejo de Cangas del Narcea en 1931 de cincuenta y cinco escuelas, más once que estaban en construcción y esperaban llegar a las noventa en cuatro años.

Marcelino Peláez Barreiro detectó el problema de la escasa instrucción, del analfabetismo; según La Maniega en abril de 1929 en Ounón de 34 habitantes, 21 eran analfabetos, y quiso remediar esta penosa situación favoreciendo la construcción de escuelas. ¿Qué pensaría de la situación actual, cuando la despoblación aboca a muchas de estas escuelas rurales al cierre y aún presentan dificultades para impartir una enseñanza de calidad en igualdad de condiciones para todos los alumnos?

La generosidad de Marcelino Peláez no se limitó al terreno educativo, también donó importantes cantidades al Hospital Asilo de Cangas, a los pobres de Ounón y contribuyó a pagar el plano de la villa en 1930. Y sin alardear de ello, numerosos testimonios lo califican de hombre modesto; el médico Manuel Gómez en 1930 alaba su discreción: “su mano izquierda no sabe lo que la derecha hace”.

Podemos preguntarnos si tanto altruismo fue correspondido por los cangueses. Desde el Ayuntamiento de Cangas del Narcea parten dos muestras de agradecimiento:

  • Una el 9 de julio de 1930, la Corporación presidida por Joaquín Rodríguez-Arango, acordó ofrecer a Marcelino Peláez Barreiro un álbum artístico como expresión de agradecimiento de todo el concejo. Firman en él el alcalde, los concejales, y muchos maestros y escolares. Este entrañable y sencillo homenaje, costeado por suscripción popular y conservado por sus descendientes, puede verse reproducido en la Web del Tous pa Tous.
  • El otro tuvo lugar durante el pleno del 14 de mayo de 1932, cuando se hace público el agradecimiento y se acuerda dar el nombre de Marcelino Peláez a la mejor de las calles que se abran en el centro de la villa tras el derribo del convento de dominicas. Este acuerdo nunca se llevó a cabo porque la memoria de los pueblos y de sus representantes suele ser débil.

El Tous pa Tous. Sociedad Canguesa de Amantes del País descubre hoy esta placa, un monumento público que refresca la memoria del pueblo mostrando sus valores, y ha solicitado al Ayuntamiento que a esta pequeña plaza se le dé el nombre del “benefactor de las escuelas de Cangas del Narcea”, del apodado por Gumersindo Díaz Morodo «Borí» como “sembrador de cultura”, de Marcelino Peláez Barreiro.

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La placa del Tous pa Tous a Marcelino Peláez se colocará en la villa de Cangas

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Ounón / Onón, 1920

El paisaje del concejo de Cangas del Narcea de hoy no tiene nada que ver con el de hace noventa años. Un ejemplo lo tenemos en Ounón / Onón. Mientras en el año 1920 era un pueblo habitado y cultivado, hoy es un territorio deshabitado y selvático. La fotografía de 1920 pertenece al fondo de “El Progreso de Asturias”, de La Habana, que se conserva en el Museo del Pueblo de Asturias. De todas las construcciones que se ven detrás de la escuela, solo queda en pie la panera que está junto a ella.

El pasado mes de junio, se desplazaron a Onón algunos socios del Tous pa Tous con la finalidad de ver el mejor sitio para colocar la placa de Marcelino Peláez. Allí el único sitio posible es la escuela. El pueblo de Onón antiguo, que es donde se levanta la escuela, está completamente abandonado y solo viven vecinos en la carretera, en el nuevo Onón que se hizo a partir de 1950 con la apertura de esta vía.

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Ounón / Onón, 2015

La escuela se construyó enfrente de Casa Peláez, de la que hoy solo queda en pie una panera, el resto de los edificios: casa, lagarón y hórreo, están todos en ruinas y cubiertos por la vegetación.

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Escuela de Ounón / Onón, 2015

Está claro que la placa allí no la va a ver mucha gente, casi podríamos decir que ni poca gente. No obstante, desde el primer momento y para ser consecuentes con los principios de nuestra asociación, seguimos pensando que deberíamos colocarla allí, considerando que podría ser una manera de revalorizar aquel sitio. Un modo muy modesto, pero que no deja de tener un alto valor simbólico.

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Ounón / Onón, 2015

Durante el verano le estuvimos dando vueltas a este asunto y valorando otros lugares donde colocar la placa. Entre otras opciones, se pensó que en la calle Maestro don Ibo, en la villa Cangas, no sería un disparate, porque en 1932 el Ayuntamiento tomó el acuerdo de dedicar a Marcelino Peláez una de las calles que se abrirían en el solar del convento de dominicas que se iba a derribar poco después. Sin embargo, ese acuerdo nunca se llevó a la práctica y Marcelino Peláez se quedó sin calle. En ese solar se hicieron dos calles: la Alcalde Díaz Penedela y la Maestro don Ibo. Por eso colocar la placa ahí tendría sentido. Además, Marcelino Peláez pagó la construcción de la escuela de Onón y dio dinero para otras muchas más en el concejo, y todo eso se hizo en la época del maestro don Ibo Menéndez Solar.

Finalmente, no sólo se ha decidido colocar la placa en este lugar, sino que además desde el Tous pa Tous se ha pedido al Ayuntamiento de Cangas del Narcea lo siguiente:

AL AYUNTAMIENTO DE CANGAS DEL NARCEA

La asociación “El Tous pa Tous”, de Cangas del Narcea, inscrita en el Registro de Asociaciones del Principado de Asturias con el nº 2.989 de la Sección Primera por Resolución de fecha 12 de mayo de 2009, tiene entre sus fines la promoción de la cultura y los intereses del concejo de Cangas del Narcea.

Una de las actividades de ésta asociación es la colocación de placas dedicadas a la memoria de personas relevantes relacionadas con el mencionado concejo; y así, en los últimos años, ya ha colocado cinco placas, en otros tanto edificios de la villa de Cangas del Narcea y del pueblo de Limés, dedicadas al padre Luis Alfonso de Carballo, Gaspar Melchor de Jovellanos, Åke W:son Munthe, Gumersindo Díaz Morodo “Borí” y Mario Gómez Gómez.

La próxima placa estará dedicada a don Marcelino Peláez Barreiro (Onón, 1869 – Mar del Plata, Argentina, 1953), emigrante a Argentina que construyó y dotó a sus expensas la escuela de Onón en 1920, y ofreció mil pesetas o más (que en aquel tiempo era mucho dinero) a todos los pueblos del concejo que levantasen una casa escuela. Este ofrecimiento lo cumplió repetidas veces y donó dinero para las escuelas de Porley, Villar de Lantero, Santa Marina, San Pedro de Culiema, Bergame, Naviego, Linares del Acebo, Agüera del Couto, Carballo, Bimeda, Llano, Santa Marina, San Cristóbal, Araniego, Carballedo, Acio y Caldevilla de Acio, etc…

Para darse cuenta de la verdadera dimensión de este extraordinario personaje cangués nada mejor que remitirnos a un artículo publicado en el año 1921 por el citado Gumersindo Díaz Morodo “Borí” en la revista “Asturias” de La Habana (Cuba):

“Voy a remediar una injusticia; que injusticia y muy grande implicaría silenciar determinados actos dignos del mayor encomio. Voy a hablaros de un “americano” como vosotros, de un alma altruista que desde hace años está haciendo en beneficio del concejo más, mucho más que hicieron en un siglo todos los politicastros que padecimos. Voy, en fin, a descubriros a un sembrador de cultura: don Marcelino Peláez, nacido en el pueblo de Onón.
¿No os suena ese nombre, verdad? No es extraño que para la mayor parte de vosotros sea desconocido. Muy niño emigró a la Argentina don Marcelino, lanzado a la ventura sin más bagaje que sus arrestos de luchador. Y en lucha estuvo años y más años; e indudablemente en el largo período de emigración palparía miserias y más miserias, presenciaría incontables tragedias y padecería no poco, aleccionándose diariamente en los propios dolores y en los dolores ajenos.
Venció a la adversidad, y derrochando energías consiguió labrarse una regular fortuna. Y hastiado de tanto bregar, buscando algo del merecido descanso, retornó al nativo solar, sin suponer que aquí también tendría mucho que luchar, lucha acaso peor que en las pampas argentinas; lucha contra el abandono, la rutina y la incultura. Vio que en su pueblo continuaba todo igual, en estancamiento mortal; que si hacía cuarenta años, cuando emigró, la escuela en que aprendió las primeras letras se hallaba instalada en infecta cuadra, en el mismo o aun peor local continuaba. Tendió la vista en derredor, y en todos los pueblos del concejo se le presentó el mismo cuadro de desolación: el mismo abandono y la misma incultura. Los niños de hoy, los emigrantes de mañana, continuarían la triste historia de rodar por las Américas sin conocer las más rudimentarias nociones de instrucción, condenados así a una vida de esclavos, como si sobre todos pesase una maldición.
Vio claramente la causa del mal, y no vaciló. Se dirigió al Ayuntamiento y expuso su proyecto, un bello proyecto suyo. Anunció que se proponía construir en su pueblo un edificio para escuela, y que daría una subvención de mil o más pesetas a cada uno de los pueblos del concejo que quisieran levantar casa escolar.
El caciquismo que entonces padecíamos acogió con indiferencia los proyectos del señor Peláez. No les convenía a estos politicastros que se construyesen escuelas. La escuela implica instrucción, cultura, y de terminarse con el analfabetismo, se terminaba también con el reinado del caciquismo.
Ante esta hipócrita y encubierta oposición caciquil -oposición que más tarde quedó vergonzosamente demostrada-, tampoco se arredró don Marcelino, que tiene temple de acero, como buen serrano. En su pueblo, y al lado de su humilde hogar, empezó la construcción de un elegante y adecuado edificio para escuela, inaugurado recientemente, y de cuya obra podéis formar idea por las fotografías que acompañan a esta crónica. Al mismo tiempo concedía importantes subvenciones a los pueblos que se comprometían a levantar edificio escolar, gastándose en todo esto no pocos miles de duros.
Así es don Marcelino: un apóstol de la instrucción, un sembrador de cultura. Vosotros, los cangueses que por las Américas os halláis, ¿no os creéis en el deber de solidarizaros con esta obra del señor Peláez? Nadie mejor que vosotros sabe -pues la experiencia os lo enseñó- que sólo en la instrucción se hallan las armas capaces de vencer en la lucha por la vida. Si por las actuales circunstancias de crisis económica no podéis por el momento demostrar vuestra solidaridad en forma material, es decir, contribuyendo a extender el apostolado de don Marcelino, podéis, sí, demostrarle vuestra adhesión espiritual, con el alma y el corazón. Que dondequiera que exista una agrupación canguesa figure en cuadro de honor el nombre de don Marcelino Peláez.”

La opinión de Gumersindo Díaz Morodo “Borí” era compartida por otros muchas personalidades canguesas de su tiempo, como el reputado maestro don Ibo Menéndez Solar.

Hasta tal punto que el Pleno del Ayuntamiento de Cangas del Narcea, en su sesión del día 14 de mayo de 1932, acordó por unanimidad poner el nombre de Marcelino Peláez Barreiro a la mejor de las calles que se abriese en el ensanche originado con la entonces reciente demolición del antiguo convento de las Dominicas situado en la calle Mayor. El acuerdo dice literalmente lo siguiente:

«El Sr. Alcalde leyó la siguiente mención: “Al Ayuntamiento de Cangas del Narcea. Mario de Llano González, alcalde presidente de este Ilustrísimo Ayuntamiento, al dar cuenta a la Corporación de una carta recibida por D. José Villa Suárez, de Don Marcelino Peláez Barreiro en la que ofrece 25.000 pesetas para la construcción de las escuelas graduadas de esta villa, así como otras varias subvenciones para otras nuevas escuelas del concejo, siguiendo en su cariño por el mismo y con amor a la instrucción, se cree en el deber, lo que hace con sumo gusto, de proponer a la misma lo siguiente:
1º. Que conste en acta la gratitud de este concejo, representado por su Ayuntamiento, a D. Marcelino Peláez Barreiro, mandándole oficio en que conste este acuerdo.
2º. Que siendo merecedor a que figure su nombre en el rotulo de una calle, como recuerdo a su buena obra y ejemplo de ella, se cambie el que hoy tiene la Plaza del Mercado o Toreno por el de D. Marcelino Peláez, dándole también cuenta de ello.
Cangas del Narcea, 13 de mayo de 1932. Mario de Llano”.
Conformes todos los presente con el fondo de la proposición leída, se discutió el punto de cual había de ser la calle dedicada al Sr. Peláez, acordándose por unanimidad que lo sea la mejor de las que se abran en el ensanche originado con la demolición del antiguo convento.»

Este acuerdo, tomado hace ya más de ochenta y tres años, nunca se ejecutó, y en la actualidad don Marcelino Peláez Barreiro no tiene ninguna calle ni plaza con su nombre. Desde “El Tous pa Tous” seguimos pensando que esta persona es merecedora de ella para recordar su generosidad a favor de la educación y la instrucción pública de los habitantes del concejo de Cangas del Narcea en los años veinte y treinta del siglo pasado, periodo en el que se construyeron gran número de escuelas, debiendo sumarse a este fomento de la enseñanza las importantes donaciones que también hizo al Hospital Asilo de Cangas del Narcea.

Por ello, para remediar el olvido que cayó sobre don Marcelino Peláez Barreiro, así como la injusticia que se cometió con este filántropo, “El Tous pa Tous” va a colocar el próximo 10 de octubre una placa de bronce a su memoria en la fachada lateral derecha del edificio de la calle Maestro Don Ibo, en cuya planta baja se ubica el negocio “La Cabaña”, siendo dicha calle la vía más importante de las que se hicieron en el solar del antiguo convento de las Dominicas.

Pero considerando que ese Ayuntamiento también debería de hacer algo para remediar su desmemoria, cumpliendo así con el referido acuerdo plenario adoptado por unanimidad de todos los miembros de la Corporación municipal de 1932, es por lo que “El Tous pa Tous” interesa que a la plazoleta existente entre las calles Maestro Don Ibo y Las Huertas (precisamente en la que se colocará la placa en su recuerdo, cuya plazoleta también está en terrenos en su día ocupados por el convento de las Dominicas y además siempre ha sido un espacio público innominado) se le dé el nombre de Marcelino Peláez Barreiro.

Por todo lo cual SOLICITA de ese Ayuntamiento que, teniendo por presentado éste escrito, se sirva admitirlo y, en su virtud, dicte Resolución otorgando el nombre de “Marcelino Peláez Barreiro” a la plazoleta existente entre las calles Maestro Don Ibo y Las Huertas de la villa de Cangas del Narcea.


A la memoria de Marcelino Peláez Barreiro (Ounón, 1869 – Mar del Plata, Argentina, 1953)

Retrato de Marcelino Peláez Barreiro hacia 1920

La próxima placa del Tous pa Tous destinada a recordar a alguna persona relevante se dedicará a Marcelino Peláez Barreiro y se colocará en el pueblo de Ounón.

¿Quiénes recuerdan hoy a este señor? La respuesta, sin dudarlo, es: muy pocos, casi nadie. ¡Terrible, el problema de memoria que tenemos en este país!

Marcelino Peláez fue un emigrante a Argentina que en los años veinte y treinta del siglo XX promovió la mejora de la educación en el concejo de Cangas del Narcea. Construyó y dotó a sus expensas la escuela de Ounón en 1920, y ofreció mil pesetas o más (que en aquel tiempo era mucho dinero) a todos los pueblos del concejo que levantasen una casa escuela. Este ofrecimiento lo cumplió repetidas veces y donó dinero para las escuelas de Porley, Villar de Lantero, Santa Marina, San Pedru Culiema, Bergame, Naviego, Linares del Acebo, Agüera del Couto, Carballo, Bimeda, Llano, etc.

El Ayuntamiento de Cangas del Narcea acordó ponerle su nombre a una calle de la villa, pero ese acuerdo nunca se llevó a efecto. Nuestro hombre había nacido en Ounón en 1869, emigró muy joven a la Argentina, donde le fueron bien las cosas, y murió allá, en la ciudad de Mar del Plata, en 1953. En 1921, Gumersindo Díaz Morodo, “Borí”, en un artículo publicado en la revista Asturias, de La Habana, lo calificó como “sembrador de cultura” y escribió sobre él lo siguiente:

CRÓNICA CANGUESA: SEMBRADOR DE CULTURA

Innumerables veces me lo tienen reprochado, en incontables ocasiones me tienen repetido que “no sirvo” para dedicar loas; que de mi pluma, que dicen mojarse en hiel, siempre sale la crítica lacerante y punzante, con intenciones de destruir lo que toque; que si en alguna ocasión tengo que aplaudir algún acto que aplauso merezca, salgo del paso con cuatro líneas, refiriendo escuetamente el acto aplaudible, sin meterme en comentarios.

Así hablan mis censores: ¿Tienen o no razón en sus censuras? Acaso la tengan y acaso no la tengan. Porque, más que en mí, ¿no estará la culpa en el ambiente que me rodea, o, mejor dicho, en los actos de las personas de quienes me veo precisado a hablar una y otra vez? ¡Qué mayor satisfacción para el cronista si pudiese llenar continuamente cuartillas y más cuartillas repletas de loas! Pero de loas merecidas, porque para “las otras”, para las de bombo y platillos, para esas… no sirvo.

¿Qué adónde voy con este raro exordio? Voy a remediar una injusticia; que injusticia y muy grande implicaría silenciar determinados actos dignos del mayor encomio. Voy a hablaros de un “americano” como vosotros, de un alma altruista que desde hace años está haciendo en beneficio del concejo más, mucho más que hicieron en un siglo todos los politicastros que padecimos. Voy, en fin, a descubriros a un sembrador de cultura: don Marcelino Peláez, nacido en el pueblo de Onón.

¿No os suena ese nombre, verdad? No es extraño que para la mayor parte de vosotros sea desconocido. Muy niño emigró a la Argentina don Marcelino, lanzado a la ventura sin más bagaje que sus arrestos de luchador. Y en lucha estuvo años y más años; e indudablemente en el largo período de emigración palparía miserias y más miserias, presenciaría incontables tragedias y padecería no poco, aleccionándose diariamente en los propios dolores y en los dolores ajenos.

Venció a la adversidad, y derrochando energías consiguió labrarse una regular fortuna. Y hastiado de tanto bregar, buscando algo del merecido descanso, retornó al nativo solar, sin suponer que aquí también tendría mucho que luchar, lucha acaso peor que en las pampas argentinas; lucha contra el abandono, la rutina y la incultura. Vio que en su pueblo continuaba todo igual, en estancamiento mortal; que si hacía cuarenta años, cuando emigró, la escuela en que aprendió las primeras letras se hallaba instalada en infecta cuadra, en el mismo o aun peor local continuaba. Tendió la vista en derredor, y en todos los pueblos del concejo se le presentó el mismo cuadro de desolación: el mismo abandono y la misma incultura. Los niños de hoy, los emigrantes de mañana, continuarían la triste historia de rodar por las Américas sin conocer las más rudimentarias nociones de instrucción, condenados así a una vida de esclavos, como si sobre todos pesase una maldición.

Vio claramente la causa del mal, y no vaciló. Se dirigió al Ayuntamiento y expuso su proyecto, un bello proyecto suyo. Anunció que se proponía construir en su pueblo un edificio para escuela, y que daría una subvención de mil o más pesetas a cada uno de los pueblos del concejo que quisieran levantar casa escolar.

El caciquismo que entonces padecíamos acogió con indiferencia los proyectos del señor Peláez. No les convenía a estos politicastros que se construyesen escuelas. La escuela implica instrucción, cultura, y de terminarse con el analfabetismo, se terminaba también con el reinado del caciquismo.

Onón / Ounón, Cangas del Narcea hacia 1920. Inauguración de la Escuela Pública construida a expensas de Marcelino Peláez que también dotó a la escuela del material y menaje necesario para su funcionamiento. Foto: Benjamín R. Membiela.

Ante esta hipócrita y encubierta oposición caciquil –oposición que más tarde quedó vergonzosamente demostrada—, tampoco se arredró don Marcelino, que tiene temple de acero, como buen serrano. En su pueblo, y al lado de su humilde hogar, empezó la construcción de un elegante y adecuado edificio para escuela, inaugurado recientemente, y de cuya obra podéis formar idea por las fotografías que acompañan a esta crónica. Al mismo tiempo concedía importantes subvenciones a los pueblos que se comprometían a levantar edificio escolar, gastándose en todo esto no pocos miles de duros.

Así es don Marcelino: un apóstol de la instrucción, un sembrador de cultura. Vosotros, los cangueses que por las Américas os halláis, ¿no os creéis en el deber de solidarizaros con esta obra del señor Peláez? Nadie mejor que vosotros sabe –pues la experiencia os lo enseñó— que sólo en la instrucción se hallan las armas capaces de vencer en la lucha por la vida. Si por las actuales circunstancias de crisis económica no podéis por el momento demostrar vuestra solidaridad en forma material, es decir, contribuyendo a extender el apostolado de don Marcelino, podéis, sí, demostrarle vuestra adhesión espiritual, con el alma y el corazón. Que dondequiera que exista una agrupación canguesa figure en cuadro de honor el nombre de don Marcelino Peláez.

Julio, 1921.


(Asturias, nº 365, 14 de agosto de 1921)


Parroquia de Ounón

Ounón / Onón

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