Los vaqueiros de alzada en Xinestosu (y una súplica de los vaqueiros al rey Carlos III en 1776)

 

 

BRAÑAS DE VAQUEIROS EN CANGAS DEL NARCEA

 

Brañas de Saldepuesto, Cangas del Narcea. Foto: Fernando M. Herrero Azcárate

Las alturas de las montañas del concejo de Cangas del Narcea hoy están completamente deshabitadas. Durante parte del año pastan en ellas muchas vacas, pero no se oye la voz de casi nadie, porque los dueños de ese ganado solo suben a vigilarlo de vez en cuando. Antiguamente no era así y en el verano las brañas y los pastos altos estaban repletos de personas, que pasaban allí varios meses guardando y cuidando el ganado. Además, a los vecinos del concejo se sumaban los vaqueiros de alzada que procedentes de Tineo, Villayón y, sobre todo, Valdés ocupaban brañas en términos de las parroquias de Las Montañas, Xarceléi, Santianes, Teinás, Villacibrán, Gillón, Monesteriu d’Ermu, Xinestosu o Leitariegos.

Brañas de vaqueiros eran Saldepuesto, Oul.ladas, La Feltrosa, Braniego, Xunqueras, Los Cadavales, Chanos o Valdecuélebre. También las de Burramil, Queixeira, Bujuvil, L’Acebal y Pantravieso, que en 1877 eran propiedad de Manuela de Llano y Merás, señora de la casa de Santianes de Porley, y ocupaban vaqueiros de los pueblos de Ablanedo y Candanosa, del concejo de Valdés. Y según Juan Uría Riu algunos pueblos de nuestro concejo habrían sido en su origen brañas de vaqueiros, como Castil del Moure, Brendimiana/Brañameana o El Cabanal, todos en la parroquia de L.linares del Acebo, o La Braña d’Ordial en Xarceléi.

Algunas de estas brañas eran muy grandes, como La Feltrosa y Xunqueras. En 1826, según el Diccionario Geográfico-estadístico de España, de Sebastián Miñano, la primera, situada en términos de Gillón, tenía en verano 60 vecinos y 275 habitantes, y la de Xunqueras, en la parroquia de Teinás, 40 vecinos; sobre esta última escribe lo siguiente:

Brañas de Saldepuesto, Cangas del Narcea. Foto: Fernando M. Herrero Azcárate

Esta braña se halla a la falda del puerto de Serrantina; se compone de varias chozas hechas de tapines, en donde en el verano habitan más de 40 vecinos con sus ganados que se mantienen en sus abundantes pastos, y en el invierno se retiran a la marina. No trabajan ni cultivan cosa alguna, pagan algún diezmo de manteca, queso y jatos, y contribuyen con pagas reales en el tercio de setiembre.

En Cangas del Narcea, los vaqueiros dejaron un folclore muy rico, que cada día está más olvidado. Adolfo García Martínez, que es en la actualidad el mejor conocedor de este grupo, nos ha recitado dos coplas referidas a brañas vaqueras de nuestro concejo:

Las vaqueras de Braniego
dan el l.leite a los galanes
ya van diciendo pa Buseco
que lo maman los tenrales.
 
Vaquerina de Xunqueras
si acabaste la farina
cue la vaca ya’l gochu
ya veite pa la marina.
 

Los vaqueiros son un grupo étnico que se trasladaba desde la marina hasta la cordillera en busca de pasto para su ganado. En invierno ocupaban pueblos bajos, situados en Gijón, Siero, Las Regueras, Llanera, Salas, Cudillero, Valdés, Tineo o Navia, y en verano residían en Somiedo, Cangas del Narcea, Tineo o Torrestío y Lumajo ya en la provincia de León. Además de criar ganado, los vaqueiros se dedicaban a la arriería y con sus caballos o machos transportaban mercancías de León y Castilla a Asturias. Su modo de vida diferente hizo que se convirtieran en un grupo aparte del resto de los campesinos.

Braña La Feltrosa (Gillón, Cangas del Narcea)

Debido a la competencia por el aprovechamiento de los pastos, la convivencia entre los vecinos de los pueblos y los vaqueiros no era siempre amable, y eran frecuentes las quejas de los primeros por el número tan elevado de cabezas que traían los vaqueiros y porque el ganado de estos entraba a pastar en sus tierras. Esto dio pie a numerosos pleitos y también a disputas que a menudo acababan a palos.

Los vaqueiros pasaban en el concejo de Cangas del Narcea unos cuatro o cinco meses al año. Ocupaban terrenos que arrendaban al monasterio de Corias o a grandes terratenientes, como las casas del conde de Toreno, Miramontes, Carballo o Santianes de Porley. En las brañas vivían en unas cabañas muy pobres. En 1752, en las respuestas generales que dan las parroquias del Coto de Cangas al catastro del marqués de La Ensenada sobre las casas y otras construcciones, se dice: “no regulan ninguna [renta] a los vaqueros por las chozas de su residencia, por consistir la fábrica de ellas en la unión de rozo de árgoma o escoba, que aun para la defensa del temporal necesita reedificarse cada mes”.  Y en las respuestas que sobre lo mismo da el concejo de Cangas del Narcea se dice: “sin que incluyan por casa, ni aun de ganado, las que los vaqueros de alzada tienen en las brañas de su residencia, por consistir la fábrica de ellas en la unión de rozo de árgoma o escoba”. Entrado el siglo XIX, las cabañas de estas brañas seguían siendo muy pobres, y en 1826 las de Xunqueras, como señala Miñano, eran “chozas hechas de tapines”.

Con el tiempo, las cabañas de los vaqueiros se fabricarán con piedra. Hasta no hace muchos años todavía existían en pie un par de cabañas en la braña de Saldepuesto, que eran unas construcciones de planta rectangular y cubierta a dos aguas con pequeñas losas. En ese lugar pueden verse las piedras de los restos de las numerosas viviendas que hubo allí, igual que sucede en las brañas de Braniego o La Feltrosa. La única de estas brañas en las que aún se mantienen las viviendas en buen estado es en la de Chanos (parroquia de Teinás), donde hasta hace pocos años todavía traían dos vaqueiros su ganado a pasar el verano, uno de Folgueras del Río (Tineo) y el otro de Argumoso (Valdés).

En 1927 se publicó en La Maniega (nº 6) un artículo titulado “Visitando una braña de vaqueiros” y firmado en Madrid por “Paco”, en el que describe el ambiente del interior de una cabaña de una braña de la que no da el nombre y que el autor había visitado el verano anterior. El mobiliario era de una gran probreza:

Por fin llego, echo pie a tierra, dejando en libertad al pollín para que se fartase bien de la fresca hierba que pisábamos. Me dirigí a una cabana; antes de llamar se abrió la puerta para dar paso a un hombre ya viejo, de baja estatura, pero de recia construcción; me hizo pasar a la pobre habitación, haciéndome sentar en el único asiento que allí tenía, pues todo su mobiliario consistía en un camastro con jergón de fueya, tapado con dos ordinarias mantas de lana y un cobertor; un tayuelo, encima del cual había una escudiecha y una cuchara de madera, utensilio que usaba para sus comidas. 

Conocida es la afabilidad de los vaqueiros, pues éstos no quedan contentos hasta que no fartan a uno de todo aquello que hallan a mano. Ofreciume primero una cazolada de cheite caliente y un trozo de pan más negro que su cogote, que ya es decir; aquello me supo a gloria; no hubiera yo cambiado aquello por el más suculento manjar que me pudieran presentar. Quiso hacerme probar unas papas de maíz que estaban en una mugrienta bolsa colgada de un palo metido en la pared.

 

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