La miel, Genestoso y el oso
La siguiente historia transcurre en el pueblo de Genestoso, del concejo de Cangas del Narcea, lugar mítico por su belleza natural. Este pueblo está coronado por el pico del Cabril, de 1.923 m. de altura, montaña desde la que se ve la vertiente de Cangas del Narcea con el pueblo de Genestoso y la vertiente de Somiedo con Villar de Vildas y la braña de La Pornacal.
En Genestoso vive Juan, un chaval joven y emprendedor, que viendo la afluencia de turistas que tiene este pueblo, quiso sacarle partido y se decidió a producir miel para venderla a los visitantes. Para ello compró colmenas modernas que permiten mejorar la producción de miel. Las instaló al lado de la casa familiar, en una era protegida con una pared de mediana altura. Juan, ilusionado, colocó las colmenas, calculó todos los posibles gastos de producción y los futuros beneficios por la venta de la miel. Estos números le salían sobradamente inclinados hacia el lado de los beneficios, ingresos que le permitirían ayudar en los gastos familiares. La miel sería de un sabor dulce y de color oscuro debido a la flora que tienen estos parajes de Genestoso. Pensaba Juan que esta miel se vendería sola y competiría con cualquier otra miel de las que hay en el mercado; por lo cual podría venderla tres o cuatro euros más cara. Si además en el tarro especificaba que era de Genestoso, producida a 1.140 m. de altura, dentro de un paisaje natural protegido, debería subirla todavía un euro más. Él pensaba que los turistas que visitan la zona se la quitarían de las manos.
Resumiendo, Juan estaba cambiando el cuento de la lechera por el de la miel. Digo esto porque no contó con otro socio que estaba echando las mismas cuentas, pero con más ganancia, pues no pensaba invertir ni un euro en colmenas, ni una gota de sudor en trabajo. Este personaje, ladrón y desconsiderado, es un vago que duerme meses enteros, día y noche, en una cueva, y que vigila como Juan coloca las colmenas en la era, escondido enfrente del pueblo, por el camino que sube al Cabril.
Cuando las colmenas están repletas de miel las visita de noche el socio de Juan: un oso pardo de avanzada edad que baja de la zona denominada La Carrizosa, por el camino que está a la izquierda del reguero de La Posadina; cuando llega al pueblo penetra en la era destrozando las colmenas para darse un buen festín.
La miel debe ser muy buena, como proyectaba el dueño, pues el oso repite la visita a las colmenas una noche si y otra también. Juan, aburrido, intenta asustar al oso poniendo un pastor eléctrico alrededor de las colmenas, pero aunque parezca imposible este oso, que no tuvo acceso a estudios, reaccionó de forma inteligente al latigazo eléctrico del pastor. Una vez que se dio cuenta del cable eléctrico, furó por debajo del mismo hasta abrir un agujero para acceder a la era; otras veces tiraba la pared contra el cable del pastor, permitiéndole pasar a comer la miel sin el menor sobresalto.
A estas alturas de la situación Juan ya se pone nervioso y opta por el sistema directo. Cuando el perro de la casa ladre porque sienta llegar el oso, saldrá con una trompeta y la tocará muy fuerte para asustar al ladrón, y Juan piensa que haciendo esto varios días seguidos el oso no volverá jamás.
Pobre Juan, no se daba cuenta que él tenía que trabajar de día y de noche, tendría que estar de guardián de las colmenas, mientras que el oso por el día estaba folgado sin pegar golpe y podía permitirse estar de juerga toda la noche.
Vino la noche y, como todas, el oso entró en el colmenar, se escuchó el perro ladrar y Juan salió tocando la trompeta. Daba gusto ver aquel panorama, una noche preciosa, un paisaje emblemático, un paisano en calzoncillos tocando la trompeta al oso que estaba robando la miel.
El oso cuando vio a Juan en paños menores tocando la trompeta, ¿qué pensaría?, se asustó tanto que echó a correr por el monte de Esquilón y no paró hasta que llegó al monte de Regla de Cibea, bien lejos de Genestoso. Esto pasó varias noches, hasta que el oso se acostumbró a las sonatas de la trompeta de Juan. El oso bajaba decidido, entraba rápido en la era, cogía una colmena con las patas y la tiraba al camino; cuando Juan reaccionaba y salía con la trompeta, el oso cogía la colmena del camino y la llevaba a comer junto al río, arropado por la oscuridad de la noche.
Juan desesperado pidió consejo a su vecino Perales, un minero prejubilado de Castro de Limés que está casado en la casa de Gavilán de Genestoso. Le preguntó que podía hacer con el oso para que no volviera a robarle. Perales, que siempre fue astuto y prefiere negociar antes que enfrentarse, le dijo lo siguiente: «creo vecino, que sólo hay una solución y es que vayáis a medias el oso y tú en el negocio de la miel».
Juan siguió el consejo de Perales y así fue como solucionó el problema permitiendo al oso ir a medias en los beneficios de la miel. Puso la mitad de las colmenas, las más productivas, en el centro de la era y otras, las menos productivas, fuera de la era para que el oso las cogiera sin esforzarse y dejara las buenas. Esto dio resultado, el oso cumplió el contrato y no molestó más a las colmenas que estaban dentro de la era.
Por el verano venían turistas a Genestoso, visitaban el Pico del Cabril y al bajar pasaban por casa de Juan y le compraban miel. En una de esas excursiones, tomando un vino de Cangas en casa de Gavilán, tuve el privilegio de escuchar la siguiente conversación entre Juan y un andaluz que le quería comprar miel. El andaluz era un asiduo de la zona, era alto, desgarbado, con la barba de cinco días. Se presentó con el nombre de David, un abogado de Medina Sidonia (Cádiz) y en tiempo libre aprendiz de torero. Éste con acento andaluz le decía a Juan que quería diez litros de miel de la zona, pero se quejaba de que era el doble de cara que la que compraba en Andalucía. Juan le contestó, un poco desairado, que la miel que le vendía era el doble de buena que cualquier otra del mercado y si era el doble de cara era porque para producirla había que pagar los impuestos normales, más un excedente para mantener «fartos y gordos a los osos que tanto os gustan a los turistas venir a ver a Genestoso».
Así acabó la conversación y el problema de Juan con el oso de Genestoso, y aunque parezca ficción doy fe de que es tal como lo cuento.
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