La Sociedad Industrial de Besullo, una Cooperativa de Ferreiros en 1872
A la memoria de Lulo Benino, Manuel Álvarez Faidiel, uno de los últimos de aquellos inquietos, curiosos y cultos ferreiros de Besullo.
Desde el siglo XVIII, Besullo / Bisuyu, en el concejo de Cangas del Narcea, es un pueblo en el que numerosos vecinos se dedicaban a la industria del hierro, compaginando esta actividad con el cultivo de la tierra y la ganadería. En 1736 había un mazo en Pontones para estirar, ensanchar o adelgazar el hierro, propiedad de Pedro de Llano Flórez, vecino de Besullo, que lo tenía arrendado a dos vecinos de aquel sitio; en 1752, según el catastro de Ensenada, en todo el concejo de Cangas del Narcea solo existía ese mazo que estaba arrendado “a diferentes herreros, vecinos del concejo de Allande”. Cien años más tarde eran cuatro los mazos que funcionaban en las inmediaciones de Besullo, que aprovechaban el agua del río de las Veigas para mover sus máquinas hidráulicas (el mazo y la barquinera): el mazo del L.leirón en El Pumar (parroquia de Las Montañas), el mazo de Pontones, el mazo d’Abaxu en Besullo y el mazo de L’Otriello. Alguno era de un solo dueño, que lo arrendaba, pero lo habitual es que la propiedad fuese compartida entre varios ferreiros o herreros; tanto los arrendatarios como los propietarios trabajaban en el mazo por rigurosa vecera o turno y por el tiempo que les correspondiese: dos días, uno o medio día. Su trabajo era intenso. Lorenzo Rodríguez-Castellano escribe en 1954: “hace unos 40 o 50 años la actividad de la industria del hierro en Pontones y Besullo era tal que los tres mazos del río de la Veigas apenas tenían un minuto de descanso” (“La industria popular del hierro: el mazo”, en Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 22). El trabajo del hierro se acababa en unas veinte fraguas instaladas en las casas de estos cuatro lugares. En ellas se fabricaban todo tipo de aperos (fesorias, hachas, reas o rejas de arado, etc.), piezas de cocina (caldeiros, tambores de castañas, cazos o sartenes, preganzas o llares, trébedes, etc.), clavos de diferentes clases y ruedas de carro.
Esta industria permitió a algunos ferreiros llevar una vida acomodada y a una minoría de ellos formar parte a fines del siglo XIX de las listas de electores como mayores contribuyentes del concejo de Cangas del Narcea. En general, los ferreiros eran personas alfabetizadas, formadas y de ideas avanzadas, los cuales, a partir de la Revolución de septiembre de 1868, que supuso el fin del reinado de Isabel II, y de la Constitución de 1869, se manifestarían política y religiosamente en consonancia con esas ideas.
La Constitución de 1869, aprobada el 1 de junio, permitía por primera vez en España el derecho de reunión y de asociación. Un mes más tarde de su aprobación, en julio de 1869, se constituía el Comité Republicano Federal de Besullo. La noticia se publicó en varios diarios republicanos de Madrid, como La Igualdad (29 de julio de 1869) y La Discusión (30 de julio de 1869), con los nombres de los integrantes de la junta directiva:
Presidente: Estanislao Rodríguez [vecino de Besullo].
Vicepresidente: Casto Rodríguez Castellano [de Besullo].
Secretarios: Pedro Méndez y Antonio Rodríguez de Alba [de Pontones].
Vocales: Francisco Rodríguez Castellano [de Besullo], Manuel Rodríguez de Alba [de Besullo], Ramón Rodríguez de Alba [de Besullo], Manuel García, Celestino Díaz y Antonio Marcos [de Cupuertu].
Al menos, el vicepresidente, un secretario y tres vocales, que llevaban los apellidos Rodríguez Castellano y Rodríguez de Alba, eran ferreiros, y el presidente también estaba vinculado a la industria del hierro.
Por otra parte, gracias también a la Constitución de 1869, España alcanzaba por primera vez la libertad de cultos religiosos, una de las grandes aspiraciones de los progresistas y republicanos españoles del siglo XIX, y en Besullo se constituyó hacia 1871 la primera iglesia evangélica de Asturias. La principal actividad de esta nueva congregación será el establecimiento de una escuela para niños y niñas, y el apoyo a los alumnos más aventajados para continuar fuera sus estudios.
El republicanismo y el protestantismo tuvieron entre los trabajadores del hierro de Besullo muchos partidarios y devotos. La población de este pueblo era pequeña. En 1866, según el padrón municipal, Besullo tenía 150 habitantes repartidos en 49 casas, y en sus inmediaciones estaban los lugares de Pontones (11 habitantes y 4 casas), L’Outriello (34 habitantes y 8 casas), Faidiel (13 habitantes y 4 casas), y Cupuertu (10 habitantes y 3 casas), que eran como barrios de aquel.
El republicanismo del siglo XIX promovió la fundación de cooperativas de producción y de distribución, inspiradas en el reformista galés Robert Owen (1771 – 1858), así como de sindicatos agrarios, con el fin de mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Estas iniciativas llegaron hasta Besullo y en 1872 los republicanos, encabezados por el presidente de su comité, promovieron la constitución de la Sociedad Industrial de Besullo con el fin de organizar y racionalizar la industria local del hierro, favoreciendo la cooperación, la formación, la eficacia y la riqueza de sus integrantes y buscando, en definitiva, el beneficio del país y de toda la sociedad:
Los comparecientes, animados por el justo deseo de instruirse y perfeccionarse más y más en el arte a que desde su respectiva infancia vienen dedicándose, por el de proteger y aumentar sus recíprocos intereses y los de sus familias, amparando al mismo tiempo los del país y de la sociedad en general, que en más dilatada esfera y con seguridad más cierta se desarrollaran por este medio.
La sociedad la constituyeron trece personas: doce hombres y una mujer, todos dedicados “al oficio de herreros”. La mayoría de los socios y sus esposas se apellidaban Rodríguez, Rodríguez-Castellano y Rodríguez de Alba; así, Domingo Gayo estaba casado con Ramona Rodríguez-Castellano (Padrón de Cangas del Narcea de 1866). Cuatro de ellos eran miembros de la junta directiva del Comité Republicano local: Estanislao Rodríguez (presidente del comité y gerente de la Sociedad Industrial), Antonio Rodríguez de Alba (secretario del comité) y Francisco Rodríguez Castellano y Ramón Rodríguez de Alba (vocales del comité). La única mujer de la sociedad era Josefa Gómez, viuda, que en 1866 tenía 40 años y vivía en Besullo con dos hijos menores y un criado.
Toda la información que tenemos sobre la sociedad procede de la escritura de constitución, hecha en Cangas del Narcea el 13 de marzo de 1872, en la que se establecían los fines, secciones y reparto de las acciones, funcionamiento y reglamento, así como la creación de un tribunal arbitrador (véase en el apéndice la transcripción íntegra de esta escritura de constitución).
Sus objetivos eran los siguientes: 1. Acabar la competencia entre los herreros que les perjudicaba enormemente; 2. Comprar con mayor ventaja el hierro que necesitaban para trabajar; 3. “Auxiliarse recíprocamente en los casos de enfermedad, crisis monetaria” o cualquier otra vicisitud; 4. Premiar “el genio y aplicación del que progresa”, y 5. “Castigar el descuido o apatía del indiferente” y “las faltas o delitos de los que a sabiendas perjudican a tercero”.
La sociedad se organizaba en tres secciones: El Otriello, Besullo y Pontones, en cada una de las cuales había un mazo. Cada sección tenía sus accionistas que eran propietarios o arrendatarios de los mazos. El número total de acciones era de quince y media, que se repartían entre los trece socios fundadores, que poseían catorce y media, y el gerente, que tenía una.
El gerente era el encargado de la administración, compra de materia prima, venta de obra, correspondencia y contabilidad. El cargo lo ocupaba el mencionado Estanislao Rodríguez Montaño, vecino de Besullo y presidente del Comité Republicano Federal, que aportó dos mil pesetas de su bolsillo “para las perentorias atenciones de la misma”. La sociedad disponía de un almacén en este pueblo, cabecera de la parroquia, para guardar el hierro en bruto y las piezas elaboradas. Todas estas piezas tenían que ser supervisadas por el gerente y una comisión de tres herreros elegidos en junta general; si se consideraba que una pieza estaba mal hecha se devolvía a la sección correspondiente para su “recomposición”. Las ventas se efectuaban en su mayor parte en las ferias y mercados de Cangas del Narcea.
Las secciones gozaban de cierta independencia. En cada una trabajaba un maestro o director, que era el responsable de la sección, así como también oficiales y braceros o jornaleros. Se establecía una flexibilidad laboral en el sentido de que si era necesario los trabajadores tenían que moverse de sección. Todos los asociados se comprometían a no trabajar en el oficio o arte de herrería mientras la sociedad estuviese viva. Los accionistas trabajaban en la sociedad y en caso de fallecimiento o incapacidad debían ser sustituidos por un heredero o una persona capaz.
El sueldo del personal se fijaba según categorías, pero podía modificarse en función del compromiso del trabajador con la sociedad y con su tarea:
“[…] después de conocido el resultado de los trabajos, la disposición y [la] voluntad de cada uno, estos sueldos o jornales se modificarán por la comisión atrás señalada o por otra especial que al efecto y en la misma forma se nombre”.
Se trabajaba todos los días del año que no fueran festivos. La jornada laboral era de doce horas y media en verano (de 1 de marzo a 1 de octubre) y de doce horas en invierno (de 1 de octubre a 1 de marzo). El horario era el siguiente:
Verano: de 5 a 12 h (descanso de 7.30 a 8 h) y de 14.30 a 20 h (descanso de 17 a 17.30 h).
Invierno: de 7 a 12 h (descanso de 8.30 a 9 h) y de 13 a 20 h (descanso de 17 a 18 h).
El horario establecido era el habitual en la industria de aquel tiempo, como puede comprobarse en las respuestas enviadas por las provincias al cuestionario remitido en 1883 por la “Comisión para el estudio de las cuestiones que interesan a la mejora o bienestar de las clases obreras, tanto agrícolas como industriales, y que afectan a las relaciones entre el capital y el trabajo”, para conocer las condiciones de los trabajadores españoles:
De La Coruña se responde que “en la industria salazonera se trabaja desde las cinco de la mañana hasta las ocho de la noche”; en El Ferrol: “trabaja el obrero en verano desde las cinco de la mañana hasta las ocho de la noche, sin más descanso que el de una hora para almorzar y dos para comer”, y en invierno “desde que amanece hasta que anochece, con el solo descanso de una hora para comer. […]. En la fábrica de fósforos de Cascante, en Navarra: “las obreras entran en verano a las cinco, y en invierno de seis a siete de la mañana; salen para comer de doce a una de la tarde, vuelven a esta hora y se marchan cuando concluyen la tarea, y lo efectúan antes o después, según su aplicación o ligereza”. En Oviedo: “Trabajase ordinariamente durante doce horas, descansando media para almorzar y una en el invierno y dos en el verano para comer. Los ebanistas, tallistas, sastres y zapateros emplean más tiempo, porque velan o trabajan dos o tres horas por la noche durante la cruda estación. En algunas industrias suelen trabajar medio día el domingo.” (Carmen Sarasúa, “Trabajo y trabajadores en la España del siglo XIX”, en Working Papers, 7, 2005).
En la Sociedad Industrial de Besullo la impuntualidad en el trabajo, llegar tarde de seis a diez minutos, se penalizaba rebajando el jornal del trabajador. También se castigaba el extravío o venta de pertenencias.
Una de las grandes novedades y ventajas de esta sociedad cooperativa fue el amparo que ofrecía a los trabajadores por enfermedad o accidente laboral, algo desconocido en los oficios de la sociedad rural de aquella época:
Treinta y dos
El socio que por razón de enfermedad justificada no pudiese trabajar una semana hasta el completo de un mes, tendrá el derecho a percibir la mitad de su sueldo; y si pasase de este tiempo, sea el que fuere, percibirá la cuarta parte.Treinta y tres
El socio que en servicio de la sociedad se inutilizase para el trabajo, temporal o perpetuamente, percibirá, mientras la sociedad dure, la mitad de su sueldo.
La sociedad se regía democráticamente mediante juntas generales ordinarias, que debían celebrarse cada mes, además de “las extraordinarias que sean precisas”. En ellas solo gozaban de voz y voto los accionistas, que tenían tantos votos como acciones.
Por último, para la interpretación de las bases de la sociedad y resolución de dudas o conflictos se nombraba un jurado o tribunal “arbitrador y amigable componedor”, integrado por tres vecinos de la villa de Cangas del Narcea: el abogado y juez Ceferino Gamoneda y González del Barreiro; el maestro Genaro González Reguerín, que llevaba desde 1840 impartiendo escuela en la villa de Cangas, y el propietario Ceferino del Valle y Nera. Los dos últimos eran activos republicanos y, por tanto, personas afines y de confianza de los fundadores de esta Sociedad Industrial de Besullo.
La escritura de constitución de la sociedad fue firmada por todos los socios, con excepción de dos, Josefa Gómez Álvarez y Domingo Gayo Barrero, que no sabían escribir.
La fundación de esta sociedad de artesanos del hierro fue una iniciativa completamente novedosa en el medio rural asturiano de fines del siglo XIX. No conocemos nada de su devenir. Es probable que no haya funcionado muchos años, a tenor de la falta de información que existe sobre ella. Tal vez el final de la Primera República Española, el 29 de diciembre de 1874, trajo también su fin. No lo sabemos. Habrá que seguir investigando para saber que pasó con estos inquietos y cultos ferreiros de Besullo que en 1872 intentaron poner en marcha una cooperativa de producción para poder llevar una vida mejor.