El retablo de Nuestra Señora del Rosario en la colegiata de Santa María Magdalena de la villa de Cangas del Narcea

Detalle imagen de Nuestra Señora del Rosario del retablo de la iglesia colegiata de Cangas del Narcea, por Sebastián García Alas, 1676-1678.

Lectores del Tous pa Tous, queremos poner en vuestro conocimiento una de las obras más importantes de la retablería en Cangas del Narcea, realizada en el último tercio del siglo XVII, y una muestra significativa del taller del mejor escultor asturiano del periodo barroco (siglos XVII-XVIII): Luis Fernández de la Vega, nacido en la aldea de Llantones, parroquia de Santa María de Leorio (Gijón), en 1601, y sepultado en Oviedo (parroquia de San Isidoro), en 1675. Se trata del retablo de Nuestra Señora del Rosario, en la iglesia colegiata de Cangas del Narcea, realizado entre 1676-1678 por Sebastián García Alas (doc. 1656-1679), natural de Avilés, y uno de los colaboradores de mayor prestigio de Fernández de la Vega.

García Alas fue un artista que trabajó en algunos de los focos más destacados del barroco regional, buscando los encargos necesarios que le permitiesen el sustento suyo y de su familia. Residió en Gijón, Oviedo, Avilés, Cangas del Narcea y, finalmente, en Ponferrada, a donde se trasladó junto a los maestros bercianos (Francisco González y Pedro del Valle) que en 1677 se habían asentado en el monasterio de Corias para realizar varios retablos de su iglesia (ver el artículo sobre el retablo mayor en esta misma web del Tous pa Tous). De su trayectoria artística sabemos que realizó el desaparecido retablo mayor de la iglesia de San Nicolás de Avilés que se ajustó con el escultor avilesino Marcos de Álvarez (doc. 1645-1662), por 13.500 reales, pero que en 1662 debido a su fallecimiento se traspasó a Sebastián García Alas. Seguidamente, labró el desaparecido retablo de Nuestra Señora de la Concepción de la capilla de doña Catalina de Basco en el puerto de Lastres (Colunga), cuya tasación la hizo Luis Fernández de la Vega y Santiago González. En 1667 pactó con doña Ana de la Villa Hevia, abadesa del monasterio benedictino de San Pelayo de Oviedo, y demás congregación, la parte arquitectónica de los retablos colaterales del templo de este monasterio (desaparecidos), por 3.000 reales, para acoger las imágenes de Nuestra Señora y San Benito, y cuya escultura la realizó Fernández de la Vega. Finalmente, en 1673, éste le traspasó junto al escultor Diego Lobo (doc. 1649-1694) el retablo que se había comprometido a realizar para el obispo fray Alonso de Salizanes, en la Catedral de Oviedo (Ramallo, Escultura barroca, Oviedo, 1985, págs. 154, 165, 167, 180, 182, 212, 213, 225, 226, 228, 240, 242 y 277).

El prestigio adquirido por Sebastián García Alas propició que don Manuel Queipo de Llano, caballero de la orden de Santiago, vecino y regidor de la villa de Cangas del Narcea y mayordomo de la cofradía de Nuestra Señora del Rosario, y don Fernando Queipo de Llano y Valdés, II conde de Toreno y patrono de la iglesia colegial, le reclamasen para realizar un retablo en una de las capillas abiertas a la nave de la iglesia. La escritura se firmó en la villa de Cangas el 15 de setiembre de 1676 (Rosalía Pérez Suárez, Las empresas arquitectónicas, promovidas por los condes de Toreno, Memoria de Investigación inédita, 1999, pág. 59).

La causa que propició la realización de este retablo fue que la imagen de Nuestra Señora del Rosario no estaba con la decencia debida, por encontrarse desplazada en el cuerpo de la iglesia. En 1676, se dice que estaría con más devoción si se trasladase a una capilla independiente, de las que poseía el conde de Toreno. Don Manuel Queipo de Llano, patrono de la cofradía del Rosario, donó la imagen para colocar en una capilla cerrada, al lado de la sacristía, donde está la sepultura de don Miguel de Valcarce. La sepultura de Francisco de Pambley se trasladaría dentro de la capilla, con una lápida frente a dicho altar y acompañado de la siguiente inscripción: «Esta capilla donó a Nuestra Señora del Rosario el señor conde de Toreno, patrono desta iglesia, y en ella un nicho al lado del ebangelio a don Miguel de Cangas y Valcarce y una sepultura al lado de la epístola a don Francisco de Pambley, con prohibición que ninguna otra persona se pueda enterrar dentro de dicha capilla sino son los susodichos o los sucesores de sus cassas». Se acordó que cualquier persona podría donar las cantidades que pudiesen para acoger la imagen de Nuestra Señora del Rosario, donar lámparas, hacer unas rejas o cualquier tipo de ornamento para la decencia de la capilla. Asimismo, se convino que no se autorizase a ninguna persona a colocar los escudos de armas en el nuevo retablo, en contra del primitivo retablo donde estaban los escudos de armas de don Miguel de Cangas.

El retablo de Nuestra Señora del Rosario supuso la irrupción del retablo salomónico en el área suroccidental de Asturias. Hasta ahora, debido al tipo de ménsula (elemento donde apoyan las columnas), la forma de la tarjeta (cartela o florón) y el modelo de angelitos desnudos del remate, se venía considerando este retablo como una obra realizada por maestros locales, que repetían las formas desprendidas del taller de Oviedo tras la muerte Luis Fernández de La Vega. De este modo, Javier González Santos lo había propuesto como obra del escultor Manuel de Ron (Pixán, Cangas del Narcea, h. 1645 – Cangas del Narcea, 1732), el artista que diseñó el retablo mayor del santuario de Nuestra Señora de El Acebo (estudiado junto a su biografía en el Tous pa Tous). Hoy sabemos que su autor fue Sebastián García Alas.

García Alas se comprometió a iniciar la obra del retablo a principios de abril de 1677 y ponerlo en la capilla para finales de agosto del mismo año. Todos los materiales eran por cuenta de los patronos, que a su vez pagarían al escultor 2.000 reales: 500 reales al comienzo de la obra y otros 500 reales una vez concluida. Los 1.000 reales restantes se le darían en el plazo de un año, a partir del día que se concluyese la obra. Junto a estas cantidades se le proporcionaría una vaca en cecina, dos lechones, veinte éminas de trigo y dos cargas de vino tinto (su producción era muy habitual en la villa de Cangas durante esta época). A comienzos de 1678 ya estaba terminado y asentado, ya que el 24 de enero de ese año García Alas otorgó a don Miguel Queipo de Llano carta de pago de 2.000 reales y de las especies de alimentos y bebidas dichas.

Retablo de Nuestra Señora del Rosario de la iglesia colegial de Cangas del Narcea, por Sebastián García Alas, 1676-1678.

Se trata de un retablo sencillo, de hornacina única y ático. Los elementos estructurales son cuatro columnas pareadas, de orden salomónico, que enmarcan el cuerpo de gloria en forma de arco de medio punto en donde se venera la imagen de Nuestra Señora del Rosario, titular de la capilla. La decoración es bastante sencilla y toda ella, sin excepción, está vinculada con las formas del taller de Luis Fernández de la Vega: dos ángeles desnudos y jarrones de azucenas de panza con molduras entorchadas, que también aparecen en los retablos del monasterio de San Juan Bautista de Corias, donde el propio artista pudo haber actuado como oficial; el tarjetón del ático, del centro del friso, y las ménsulas de perfil cactiforme muy relacionadas con las del retablo de la capilla de Santa Bárbara de la Catedral de Oviedo, ajustado con Fernández de la Vega en 1660 y con las del tabernáculo de Santa Eulalia de la misma Catedral, obra de los artistas Juan García de Ascucha (doc. 1669-1717/1722) y Domingo Suárez de la Puente (La Rebollada, Laviana, 1648 – Llantones, 6 de abril de 1724), entre 1694-1697.

El dorado del retablo es a pleno oro, sin policromía alguna. No se realizó hasta finales de 1678. Fue obra del artista ovetense Nicolás del Rosal (doc. 1667-1688). El contrato para su realización se firmó en Cangas del Narcea el 16 de octubre (Rosalía Pérez Suárez, Las empresas arquitectónicas, promovidas por los condes de Toreno, Memoria de Investigación inédita, 1999, pág. 60). En la escritura el pintor se comprometía a realizar el dorado para finales del mes de diciembre, por la cantidad de 2.200 reales. Nicolás del Rosal fue el dorador más cualificado del foco ovetense en el último tercio del siglo XVII. Trabajó para el monasterio de San Vicente de Oviedo (hoy día, parroquia de La Corte); en la Catedral de Oviedo; en el retablo mayor de la iglesia de Candás (Carreño); en el retablo mayor de San Julián de Arbás (Cangas del Narcea), y en el mayor y colaterales de la iglesia de San Juan de Vega de Rengos, que junto a Santa Eulalia de Larón y Santa María de Gedrez, estaba bajo el patronato del conde de Toreno. Manuel Queipo de Llano se comprometió a darle todo el oro necesario para finales del mes de diciembre de 1678. Todos los demás materiales, pinturas, trabajo y manos de obra fueron por cuenta de Nicolás el Rosal.

Llegados aquí, ponemos el punto final a esta breve reseña sobre una de las muestras más significativas de la escultura barroca del siglo XVII en el concejo de Cangas del Narcea, esperamos que tras leer este artículo a nadie se le pase por alto acudir durante un instante a la colegiata y observarlo en todo su esplendor.

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El vino de Cangas en la Exposición Provincial Asturiana de 1875

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Cachu de vino de Cangas. Foto: Celso Álvarez Martínez.

En el año 1875 se celebró en Oviedo la primera Exposición Provincial Asturiana. En el espíritu de este certamen estaba el convertirse en la genuina y verdadera expresión de nuestras minas, de nuestras fábricas, de nuestra agricultura, y de cuanto era capaz de hacer y crear el talento y la acción de los hijos del fecundo suelo asturiano. La Exposición se celebró durante las fiestas de San Mateo, entre el 20 y el 30 de septiembre, ambos inclusive, en la planta baja del Hospicio Provincial (hoy, Hotel de La Reconquista).

Eran admitidos en la misma todos los productos de la agricultura, artes e industria procedentes de la provincia de Oviedo, que se presentasen en tiempo oportuno, y fuesen considerados dignos de exhibirse en el concurso, a juicio de una Comisión Calificadora.

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Retrato de Nicolás Suárez Cantón y Álvarez (Burgos, 1815 – Cangas de Tineo, 1878)

Nicolás Suárez Cantón, desde Cangas de Tineo, presentó «Vinos de su cosecha de 1873». La Junta Provincial de Agricultura, Industria y Comercio en la Memoria Narrativa, formada con las actas del jurado, las suyas y los trabajos de la Comisión Calificadora, indicaba que: “el artículo exhibido por el Sr. Cantón merecería que de él se escribiese extensamente, a no tener la Sección que reducirse a los estrechos límites de un informe”. Según se indica en la mencionada Memoria, apenas nadie ignoraba en Asturias que los vinos de Cangas de Tineo reemplazaban en muchas mesas de lujo a los extremadamente famosos de Burdeos, y entendía que no se les concedía tal valor, ni mucho menos, entre nosotros, tal vez por las dos razones siguientes:

Porque es achaque ya viejo, y muy general en España, que no se dé importancia a lo que procede de nuestro favorecido territorio y porque, sin duda, la fabricación del vino en Cangas de Tineo no se hace con todo el esmero y limpieza que debiera.

Por esta segunda razón, la Comisión recomendaba al Sr. Cantón y a otros productores del concejo, elevasen esta industria al alto grado de perfección que merece. No obstante, concretándose la Comisión a los vinos exhibidos, no podía menos que recomendar sus facultades tónicas, su excelente gusto, para que agradasen sobre manera al paladar en las comidas, y ese exceso de tártaro, que indudablemente contenían, en comparación con los vinos ordinarios, circunstancias higiénicas que aconsejaban su uso a las personas debilitadas y enfermas.

Este vino de Suárez Cantón de la cosecha de 1873 era un vino tinto de pasto, procedente de la viña llamada «Santa Catalina y Tercias», que estaba en las inmediaciones de Cangas del Narcea, y obtuvo diploma de primera clase en esta Exposición Provincial Asturiana de 1875. Además, también fue premiado un vino tinto, de la finca denominada «La Zonina» de Domingo Bueno y Canal, con domicilio en la Plaza Mayor núm. 2 de Cangas de Tineo.

Las clases de uva que más se empleaban por aquel entonces son las denominadas moscatel, que era la menos abundante, verdejo, albarín negro, o sea gataperdiz, agudiello, albarín blanco a la que llamaban albulo, negrín y carrasquín.

Un intento para introducir el vino de Cangas en Madrid en 1870

Las cartas son una fuente de información muy importante para conocer los entresijos del pasado. Gracias a una breve correspondencia, mantenida entre abril y diciembre de 1870, entre unos comerciantes de vinos de Madrid y Severiano Rodríguez-Peláez Riego, vamos a poder conocer algunas cosas relacionadas con el vino de Cangas en el siglo XIX y, sobre todo, los problemas que tenía este vino para comercializarse en Madrid. Tenemos la suerte de contar con las cartas escritas por los comerciantes y con los borradores de las cartas que les envió Severiano Rodríguez-Peláez desde la villa de Cangas del Narcea.

Anuncio tomado de El Imparcial, Madrid, 6 de junio de 1869

Los comerciantes eran Pérez y Casariego Hermanos, oriundos de Asturias, probablemente de Tapia de Casariego, que tenían dos tiendas en Madrid: una en el nº 10 de la Puerta del Sol y otra en el nº 1 de la calle Preciados. Comerciaban con “tabacos habanos”, y con vinos y licores nacionales y extranjeros. Se anunciaban en el diario El Imparcial con el reclamo de “abundante surtido de vinos y licores de todas clases […] recomendables por su pureza y esmerada elaboración”. El hecho de anunciarse en este periódico, que se subtitula “Diario liberal de la mañana”, es un signo claro que los hermanos Pérez y Casariego eran liberales, circunstancia que se corrobora con la donación de media pipa de vino que hacen a la “Suscripción para el socorro de los heridos del Ejercito de la Nación en la Guerra contra los carlistas”. Su socio José Pérez y Casariego era miembro en 1874 del Círculo de la Unión Mercantil.

Severiano Rodríguez-Peláez (1830 – 1905) era el administrador de los bienes del conde de Toreno en Cangas del Narcea, y como tal llevaba las viñas del conde y vendía su vino; el conde era uno de los mayores cosecheros de vino del concejo. Fue alcalde en varios mandatos y una persona muy influyente durante toda la segunda mitad del siglo XIX en el concejo de Cangas del Narcea.

Tanto los vinateros de Madrid como el administrador del conde estaban muy interesados en vender este vino en la capital de España, sin embargo el asunto no era facil. Por una parte, estaban los inconvenientes relacionados con el transporte del vino: la escasez de envases (barriles y pipas); el efecto negativo del calor sobre el vino y la lejanía del punto de destino, lo que encarecía considerablemente el porte. El transporte del vino en 1870 tenía que realizarse en carro hasta el puerto de Luarca, aquí se embarcaba el vino hasta Santander y desde esta ciudad se enviaba por tren hasta Madrid; otra alternativa era sacarlo por el puerto de Leitariegos (donde todavía no estaba terminada la carretera) hasta la estación de ferrocarril de Astorga, que se había inaugurado en 1866. Por otra parte, estaban los problemas relacionados con el gusto: los vinateros madrileños querían un vino de Cangas más añejo que el que se consumía habitualmente, con un color más claro y un sabor menos áspero; conseguir esto era difícil, porque los cangueses solo consumían vino del año y sus preferencias se inclinaban por vinos tintos de color muy fuerte. Por último, a los comerciantes madrileños, el precio del vino les resultaba caro ya en origen.

Para solventar alguno de estos problemas, los comerciantes llegaron a sugerir a Rodríguez-Peláez cambios en el modo de elaborar el vino, que consistían en “pisar la uva sin el palo ó escobajo y echar poca parte de casca en la tinaja o cocedero”, para que el color del vino fuese “más claro y cristalino”.

Conozcamos, carta a carta, la historia de este intento de vender vino de Cangas en Madrid en 1870.

En el mes de abril de 1870 Ricardo M. Piedra, de Luarca, primo de los hermanos Pérez y Casariego, escribe a Severiano Peláez y Riego:

Muy Sr. mío: habiendo estado en esta su casa D. José Mª Pérez y Casariego con intención de pasar a Cangas y no habiendo podido detenerse por llamarle con urgencia a Madrid, me dejó el encargo de que yo o persona de mi confianza viese el vino y le mandase una cantidad para conocerlo. He creído mejor dirigirme a Usted para que del mejor haga el favor de llenar y cerrar bien el adjunto barril, ponerme la cuenta al precio que Usted pueda arreglarlo y mandare satisfacer a Usted. Como yo no tengo otro envase a propósito, si Usted tuviese y quisiese, puede llenarlo también y bien cerrado remitirlo a La Espina o Bodenaya [Salas] por el portador.        

23 de abril de 1870, Severiano Peláez le contesta desde Cangas del Narcea lo siguiente:

Muy Sr. mío: por el carretero portador del barril se lo devuelvo lleno de vino de la bodega del Sr. Conde [de Toreno]. No le remito mayor cantidad porque los envases o pipotes que tenía están por Madrid, de donde aún no los devolvieron.

Siento que al Sr. Pérez Casariego no le hayan permitido sus ocupaciones llegar aquí, donde podría enterarse con más exactitud de la calidad y circunstancia del vino de este país, que ya debe conocer porque le remití al Sr. Ibargoitia [administrador del conde de Toreno en Madrid] otros dos […] que se recogió con objeto de que lo ensayase dicho Sr. Esta ya [es] estación poco a propósito para trasladarlo, porque a este vino, se advierte, le desmejora mucho el calor.

Dicho barril llevó 15 canadas y tres cuartillos [60 litros], que al precio de 6 céntimos cuartillo [0,434 litros] que se esta vendiendo, importa 97 reales 14 maravedíes.

 13 de mayo, carta de Pérez y Casariego Hermanos desde Madrid a Severiano Peláez:

Carta de Pérez y Casariego Hermanos fechada en Madrid el 13 de mayo de 1870.

Muy Sr. nuestro: hoy recibimos el barrilito de vino que por mediación de nuestro primo D. Ricardo nos remitió y respecto a su clase nada podemos decirle por ser lo que deseábamos. Lo único, si le diremos, es que su precio es algo exagerado, pues no es lo mismo la venta por arrobas a la venta al detalle y sobre todo cuando el objeto a que se dedique es para la reventa. Por esta razón estimaríamos a Usted nos dijera el precio a que podrá arreglarse lo más bajo, para que en su vista ordenáramos las arrobas que debía remitirnos. Por de pronto, e ínterin Usted se sirve contestarnos, salvando la conveniencia del precio, puede separar unas 60 arrobas [753 litros], pues tan luego como tengamos conocimiento de su precio ordenaremos manden dos pipas para que sea envasado.

[…]

PD. Sírvase Usted decirnos como se llama el terreno que produce el vino o la propiedad.

19 de mayo, carta de Severiano Peláez desde Cangas del Narcea:

Muy señor mío: celebro que el vino de este país les haya gustado y mucho me alegraría se consiguiera buena aceptación. Respecto al precio, no puedo menos de convenir en que no es nada arreglado a los 6 cuartos, atendido lo corto de la medida ordinaria de este país, pero lo cierto es que a este mismo [precio] se esta expendiendo, pudiendo únicamente rebajárselo, llevándolo por mayor, dos maravedíes en cuartillo, que acaso baje más adelante, pero por ahora no me es posible hacerle otra rebaja, pudiendo en todo caso entenderse con el Sr. Ibargoitia de quien depende como administrador subalterno del Exmo. Sr. conde de Toreno.

Siento mucho, que en el caso de convenirles este vino, no hubiesen pasado por aquí, porque hubiéramos hablado de su fabricación, en la que se pudieran introducir muchas mejoras, empezando por dejarle sazonar más, y cuidar en la vendimia y apartar en ella alguno [racimo] verde y podrido, que en algunos años […] mucho. Por lo demás [el vino] no tiene preparación alguna, siendo pura y simplemente el jugo del racimo.

Si la cosecha del próximo año es regular y el tiempo es favorable, merece hacer un viaje, pudiendo asegurarle que generalmente agrada mucho a todos los forasteros como vino de mesa.

No les apruebo el que se hubiesen demorado para la traslación [del vino] para época tan avanzada, pues el calor no lo sufre mucho y fácilmente se les podía perder, siendo en mi concepto la mejor [época para el traslado del vino] luego que se hace o cuando más en marzo.

Las viñas en que se coge se llaman Montesa y S. Tirso (Cangas de Tineo).

Caso de que ustedes se decidan llevar la cantidad que indican, espero me avisen luego para escoger el mejor [vino] y no tocar en él.

19 de agosto, carta de Severiano Peláez a Manuel de Ibargoitia, administrador del conde de Toreno en Madrid:

   Muy Sr. mío y de todo mi aprecio: en mayo pasado recibí una carta de los Hermanos Pérez y Casariego en la que al mismo tiempo que me indicaban haber recibido una pequeña cantidad de vino que les había remitido su primo D. Ricardo Piedra, tomado en esta bodega, me encargaban les separase como unas sesenta arrobas, arreglándoles el precio. Como en aquella ocasión se vendía a seis cuartos, la rebaja que les hacía era la de dos maravedises en cuartillo, más después, en 28 de junio, fue preciso bajarlo en 5 cuartos, a causa de que los demás lo bajaran, y para que continuase la venta se puso también en los 5. Recientemente se ha vuelto a poner a seis cuartos y es posible se sostenga el precio.

   Al contestarles a la dicha carta les indicaba que la época para su traslación no era muy apropósito, a causa de los calores, lo que afectaba mucho a este vino y que fácilmente se les podría perder. Nada me volvieron a escribir sobre el particular y así quisiera se viese Usted con ellos a fin de que digan si se les ha de reservar alguno o si optan a esperar a la próxima cosecha, en cuyo caso sería conveniente lo trasladaran luego que se hiciese.

30 de septiembre, carta de Pérez y Casariego Hermanos, desde Madrid:

   Muy Sr. nuestro: hace ya muchos días encargamos a nuestro primo D. Ricardo pidiese a Usted una pipa de vino como el que nos mandará de muestra. Como vemos que nada dice, suplicamos a Usted compre una pipa de 30 arrobas [376 litros] y la mande llenar, remitiéndola por el próximo carretero que haya. El importe le será entregado a D. Manuel Ibargoita o a quien Usted ordene.

   Si en la presente vendimia pudiese preparar unas 60 o 100 arrobas del modo que le indicamos, desde luego quedarían por nuestra cuenta. El método es pisar la uva sin el palo ó escobajo y echar poca parte de casca en la tinaja o cocedero, para que el color sea más claro y cristalino.

3 de octubre, carta de Severiano Peláez desde Cangas del Narcea:

  

Borrador de una carta de Severiano Peláez fechado en Cangas del Narcea el 3 de octubre de 1870.

Muy Srs. míos: ya no me es posible remitirles la cantidad de vino que me piden de la calidad que desean, pues, en la inseguridad de si Ustedes lo llevarían, puse a la venta el de mejor calidad, mediante a que el más inferior no corría y del que aún me resta que vender bastante cantidad, y en tal caso remitirles cosa que no les servirá sería engañarles.

   Su señor primo D. Ricardo me pidió habrá como cosa de quince días, por medio de otra persona, un barril de unas seis arrobas [75 litros] para remitirles, pero como no se hubiese remitido vasija a propósito, ni se hubiese encontrado aquí, dejé de mandárselo y fue lo que me decidió a despachar el que tenía de buen despacho.

   El vino de la última cosecha está ya recogido hace ya más de doce días y en la semana próxima se trasladará de las tinas donde fermenta a las cubas. Si Ustedes quieren que prepare dos pipas para remitir, lo haré en la seguridad de que el que destine para Ustedes será mejor que el del año anterior, pues de no ser así tampoco lo mandaría, porque yo quiero que se acredite y consiga aceptación fuera de aquí.

   Ya se que cuanto menos escobajo y pellejo lleve a la tina, [el vino] sale más decolorado, cosa que aquí no agrada a los consumidores, pero si Ustedes me lo avisaran oportunamente y aun, a pesar del mayor trabajo que esta operación motiva, habría preparado unas 100 arrobas [1.256 litros] en esta forma.

   Sin más aviso, voy a llenar dos pipas del mejor. Si Ustedes me avisan para que les remita una o las dos lo haré, sino nada se pierde. Caso de que lleven el casco, les advierto que costaron a […] reales, y lo mismo que me costará adquirir otra de igual calidad, para [que] si les parecen caros que lo remitan.

6 de octubre, carta de Pérez y Casariego Hermanos, desde Madrid:

   Muy señor nuestro: a la vista su grata 3 de octubre por la que vemos concluyó el vino añejo bueno, lo que sentimos. Como el vino de este año no podríamos venderlo hasta pasados 6 u ocho meses, quisiéramos suplicarle tratase de proporcionarnos, comprando a algún cosechero de esa, una pipa de buen vino del año anterior, sin perjuicio de que pueda mandar las dos pipas que habla en su citada.

   El vino de esa nos prometemos adquirirá un buen nombre, pero para ello es preciso que sean elaborados en buenas condiciones y que sean vinos hechos. Si, para que un vino sea hecho es preciso que por lo menos tenga dos años. El pequeño barril que mandó se puso a la venta antes de tiempo y sin embargo no dejo de gustar.

   Si el vino añejo lo hallase puede mandarlo por el carretero, pero las dos pipas mándelas a Luarca para que sean embarcadas en dicho puerto para Santander. Si hubiese carros que pudiesen llevar las pipas a la estación más inmediata, por la línea de Astorga a Ponferrada, podrían mandarse por este punto, por el que seria probable se obtuviera alguna ventaja en el transporte.

   Las pipas, si tienen la cabida de 28 a 30 cántaras [por la cántara castellana equivalen de 451 a 484 litros], no son baratas, pero tampoco son caras.

   Creemos que con lo dicho podría hacer lo necesario sin más consulta.

11 de octubre, carta de Severiano Peláez desde Cangas del Narcea:

   Muy señores nuestros: no es posible adquirir pipa alguna de vino viejo, o sea del año anterior, porque no hay ninguno, pues aquí si alguno queda de un año a otro es a causa de no haberlo podido vender (como me sucede a mi) por su mala calidad, y algunos otros con parte del vino de la cosecha del 68 al que no podemos darle salida.

   Únicamente descubrí una pipa que [su propietario] no la cederá por entero y el dueño de ella, según se me explicó, no dará la mitad bajo de ocho cuartos cuartillo [0,434 litros], lo que Ustedes resolverán.

   Este año es muy bueno el vino y si a Ustedes les conviene no tendrán [otro] remedio sino añejarlo por su cuenta, aquí o en esa, porque de otro modo difícilmente pueden contar con hallarlo cuando les convenga, no siendo dentro del año, tropezándose además con el inconveniente de que si la mudanza se efectúa en época de calor se puede fácilmente perder.

14 de octubre, carta de Pérez y Casariego Hermanos desde Madrid:

   Muy Sr. nuestro: contestando a su grata 11 del corriente, le diremos que, si bien es muy caro el vino de que nos habla, como carecemos por completo de él, bueno será que compre la media pipa y la remita por tierra por el punto donde pueda hallarse más economía.

   El vino que debe mandarnos para enero, sería bueno no lo tuviese mucho tiempo con la casca ó pellejo, pues de este modo se conseguirían dos cosas: la 1ª que no fuera tan cubierto de color y la 2ª que sería menos áspero.

Esta carta no tuvo contestación por parte de Severiano Pélaez y el 7 de noviembre de 1870 vuelven a escribirle Pérez y Casariego Hermanos para decirle que como no habían tenido respuesta a su última carta, volvían a reproducírsela por si acaso se había extraviado.

1 de diciembre, carta de Severiano Peláez desde Cangas del Narcea:

   Muy Señores míos: el 24 del último mes salió de aquí para esa la media pipa, que, según aviso de Ustedes, estaba preparada y contenía 22 cantaras próximamente, y por un ordinario de los de aquí, una botella llena del mismo vino que contenía la otra vasija que salió, según me informaron, el 26, pues como haya tenido que ausentarme por algunos días lo dejé todo arreglado a mi salida. Espero, pues, me avisen el haberlas recibido para yo satisfacer su conducción y ponerles la cuenta de su costo.

No sabemos más de esta operación, porque no tenemos más cartas. Es probable que la relación entre el administrador del conde de Toreno y los comerciantes de vino de Madrid no continuase, porque en 1870 las circunstancias del vino de Cangas todavía no favorecían su comercialización tan lejos de su lugar de origen.

A la buena memoria del Padre Carballo y su obra

Para la benemérita Sociedad “Tous pa Tous”, de Cangas del Narcea

Retrato de Nicolás Castor de Caunedo y Suárez de Moscoso. Fuente: Biblioteca Digital Hispánica.

Se lamentaba Constantino Suárez del “escaso y deficiente fruto” que había logrado en sus investigaciones para arrojar luz sobre la peripecia vital e historiográfica de Nicolás Cástor de Caunedo y Suárez de Moscoso, una de las personalidades que definieron la reivindicación de Asturias durante el fértil periodo de nuestro Romanticismo.

Décadas después, Caunedo sigue sin tener una biografía que haga justicia a la singularidad de su trayectoria y aportaciones, que se nos muestran más ricas y de matices más variados que los que le atribuyen las fuentes al uso, plagadas de silencios y errores.

Su expresa querencia por Gozón y su capital Luanco, hicieron que se le diese por nacido en ese concejo o en la villa, pero lo cierto es que, quizás por la oriundez gallega de su madre, como delata su apellido, vio la primera luz en 1819 en la parroquia de San Andrés de Cabañas, provincia de La Coruña. Su padre era uno de aquéllos “cristinos” e “isabelinos” de primera hora que, como capitán, empuñó las armas en la Primera Guerra Carlista, siendo escenario las tierras de Burón y Suarna de algunas de sus heroicas acciones, pasmándose algunos vecinos testigos de las refriegas de que por su valentía “no hubiese perecido mil veces”.

De ese progenitor heredó Caunedo la profesión de las armas, a la que unió la pasión por las letras y por la historia, que nunca le abandonaría. En plena juventud, en el Madrid efervescente del reinado de Isabel II, sería cuando fructificasen esas inquietudes en la década de los cuarenta, cuando se vincula a la Real Academia de Arqueología y Geografía, fundada en 1837 por el investigador y erudito Basilio Sebastián Castellanos de Losada. La Academia pasaría en 1863 a denominarse del “Príncipe Alfonso”, para desaparecer en 1868 con la revolución que arrojó del trono a Isabel II.

Para Caunedo, la personalidad de Basilio Sebastián Castellanos fue un referente de primer orden, consagrándole como ejemplo a seguir de intelectual y arqueólogo, como viene a demostrar la biografía que le dedica y que dio a las prensas en Madrid en 1848. Además, la Real Academia fue la institución que le amparó y reconoció en sus saberes, y en donde estuvo acompañado por otros relevantes asturianos como el conde de Toreno, Agustín Arguelles, Evaristo San Miguel o Antonio Posada y Rubín de Celis. Sin embargo, será su contemporáneo Antonio Balbín de Unquera quien desarrolle en ella una gran actividad investigadora y divulgativa. Caunedo sería recibido como académico de número en 1868 con un discurso sobre la Arquitectura Asturiana, siendo contestado por Mariano Nogués y Secall.

Aunque formalmente su ingreso como académico de número se produzca en ese año, a pocos meses de la desaparición de la Real Academia, lo cierto es que a mediados de la década anterior Caunedo ya se presentaba como “académico de mérito de las de Arqueología de España y Bélgica”. Residía entonces Caunedo en Oviedo, aprovechando este periodo para profundizar en sus estudios históricos referidos a Asturias y en continuar una interesante labor editorial, no siempre culminada como veremos.

En 1855, cuando era segundo comandante de Infantería, Nicolás Cástor de Caunedo es nombrado Fiscal del Consejo de Guerra Permanente de la Provincia de Oviedo, y sumará a estos méritos arqueológicos y militares el ser caballero de la ínclita orden de San Juan de Jerusalén, de las militares de San Fernando y San Hermenegildo, Benemérito de la Patria, y haber sido condecorado con la medalla de Sufrimiento por la Patria y otras cinco medallas más por acciones distinguidas de guerra.

Como fiscal del Consejo de Guerra se encargará, entre otras labores, de la apertura del sumario a Restituto Mata, comandante de Infantería y subinspector de la Milicia Nacional, y al capitán de Infantería Faustino García Fontela, ayudante del Batallón Provincial de Oviedo, por la conducta que observaron ambos durante la vigencia de la Junta Revolucionaria instalada en Oviedo el 17 de julio de 1856.

El proyecto de edición de las Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias, del padre Carballo, en 1856

Placa a la memoria del Padre Carballo en su barrio natal de Ambasaguas (Cangas del Narcea)

Que la carrera militar no era obstáculo para que Caunedo dedicase también esfuerzos a conocer y difundir la historia de Asturias con una pasión digna de elogio, lo certifica el proyecto editorial en el que se embarca en ese año de 1856 junto a Evaristo Vigil Escalera, y que supone la empresa más ambiciosa en este campo en Asturias a lo largo del periodo isabelino, y que de haberse materializado, hubiese supuesto un hito en nuestra historia contemporánea. La nueva edición de la trascendental obra del Padre Luis Alfonso de Carballo Antigüedades y cosas memorables del Principado de Asturias proyectada por Caunedo y Evaristo Vigil no se limitaría a una simple trascripción de la original, sino que se presentaría “anotada y adicionada” por los editores, enriqueciéndola además gráficamente con láminas litografiadas por un artista nativo como Ignacio León y Escosura que, pese a su juventud, ya gozaba de contrastada calidad en sus trabajos. De este modo se modernizaba la obra, poniéndola en consonancia con el ya implantado gusto por las ediciones ilustradas con las que la corriente romántica fijaría una nueva interpretación del paisaje y la arquitectura monumental del país. Esa identificación plenamente romántica es la motivación original como medio para una reivindicación de la singularidad de la historia de Asturias y su primigenia aportación a la identidad de España, tal como revela el texto del Prospecto publicitario de la obra, que se transcribe al final.

Técnicamente, la obra se presentaría por entregas en número de ochenta a cien, conformando un tomo en 4º. mayor con un total de 800 a 1000 páginas. Con cada entrega, recibirían los suscriptores las láminas correspondientes “lujosamente litografiadas”, llegando por vez primera a los interesados el 1 de enero de 1857. Desde esta fecha, las entregas serían sin interrupción semanales.

El precio de suscripción para la península sería de real y medio por entrega, mientras que en ultramar sería de dos reales y medio. Animosos, los promotores avisaban que concluida la obra, ésta aumentaría su precio. Una amplia red regional y nacional de puntos de suscripción de la obra parecía asegurar su éxito. En Cangas del Narcea el encargado de recibir las suscripciones era Domingo Joaquín Álvarez Arenas.

Estas optimistas perspectivas no se cumplieron, y, que sepamos, la obra no tuvo inicio, frustrándose por causas que es difícil desentrañar. Habría que esperar a 1862 para que Matías Sangrador y Vítores retomase el proyecto con su Gran Biblioteca Histórica Asturiana, que inició su colección denominada “Sección de historia civil o política” con la obra de Carballo, pero sin los ambiciosos objetivos y calidades que aventuraban Caunedo y Vigil.

PROSPECTO

“Recordar las antiguas y modernas glorias de Asturias y dar a conocer los monumentos artísticos e históricos que tanto embellecen su pintoresco suelo, es el único objeto de la publicación que hoy anunciamos. El país cuyo celebrado nombre va unido a los más grandes acontecimientos que registran los anales, el que opuso una resistencia inaudita a los romanos, a la sazón dominadores del mundo; el que fue la tumba y el oprobio de los soberbios sarracenos; el país cuna de la libertad, de la monarquía y de la nacionalidad española, en fin, de donde partió el terrible grito de guerra que derribó al coloso de nuestro siglo y en que vieron la luz Pelayo y Campomanes, Alfonso el Casto y Jovellanos, y cien otros grandes hombres que son el orgullo de España, es digno de una memoria en los días que alcanzamos de civilización y progreso.

Los que tal pensamiento concebimos, más ricos de entusiasmo por nuestra amada patria que de fuerzas para labrarle una corona tal cual merece, creemos el mejor medio reproducir el muy notable escrito, tan raro hoy como apreciado por los eruditos, que nos legó en el siglo XVII el digno asturiano Luis Carballo, y en el que recopiló las pasadas glorias y grandezas de Asturias. Por más que seamos los primeros en tributar sinceros elogios al laborioso cronista, no podemos menos de reconocer que, su obra que contentaba todas las exigencias de la época en que vio la luz pública, debe hoy sufrir el dominio que tan justamente ejerce la crítica sobre la historia de los tiempos lejanos. Sin embargo, lejos de nosotros la idea de borrar las romancescas tradiciones que derraman tanta poesía en la historia de Asturias; pues no olvidamos que de muy antiguo, las leyendas populares envolvieron con el gracioso manto de la fábula los más graves y verdaderos sucesos. Nuestro propósito es tan solo esclarecer, en cuanto alcancemos, los que como dudosos figuran en las crónicas nacionales y que acontecieron en Asturias, rectificando los errores en que pudo incurrir Carballo. De aquí la necesidad de ilustrar el primitivo texto con algunos fragmentos tomados de los escritores árabes, con privilegios y donaciones reales, cartas pueblas, inscripciones, etc., etc. Incompletos quedarían nuestros trabajos si no presentáramos también la historia del Principado en los tres últimos siglos, no menos dignos de interés y fecundos en acontecimientos memorables que los anteriores, y les daremos fin consignando el heroico y gloriosísimo alzamiento contra los franceses, en el que nuestros padres mostraron ser dignos herederos de los esforzados soldados de Covadonga conquistando innumerables laureles y devolviendo su perdida libertad e independencia a la madre patria. Finalmente, aparecerán con profusión en el nuevo Carballo litografías que reproduzcan los monumentos, sucesos y personajes de más nombradía, debidas al joven y aventajado pintor don Ignacio León y Escosura.

No haremos, cual es de costumbre, pomposos ofrecimientos rara vez cumplidos; tan solo prometemos aquí que la edición que vamos a dar será todo lo esmerada posible, y en todas sus partes producto de artistas del país”.