El espíritu de un gran hombre

El sacerdote de Posada de Rengos P. José Pérez Álvarez con un niño en Colombia

Toda una vida dedicada a quienes más lo necesitan

Estamos hablando del sacerdote asturiano José Pérez Álvarez, nacido en Moncó, parroquia de Vega de Rengos, Cangas del Narcea, en el año 1926.

El padre Pérez cursó sus estudios en los Seminarios de Tapia, Valdediós y Oviedo, en Asturias, y se ordenó en el año 1952. Fue tres años párroco de las localidades asturianas de Bayo y Báscones en el concejo de Grao y dos años capellán del Hospital Militar de Las Palmas de Gran Canaria, adonde llegaban miles de legionarios heridos en combate a consecuencia de la guerra de Ifni, librada entre fuerzas españolas y marroquíes en el Sahara Occidental durante 1957 y 1958, y en donde conoció al actual rey de España, D. Juan Carlos I.

A continuación trabajó un año en La gran misión Buenos Aires dentro del Equipo Pontificio Misionero Americano y veinticinco años, desde junio de 1960, como capellán y director de Relaciones Humanas, tras graduarse como psicólogo industrial, en Ingenio Providencia, un importante consorcio azucarero de Cali, Colombia, el país más hispanófilo del mundo.

 EL CENTRO DE FORMACIÓN INTEGRAL PROVIDENCIA

Su amor por el prójimo y su devoción por Asturias los ha ido plasmando en grandes obras de desarrollo social y humano como el Centro de Formación Integral Providencia, en Cali, ahora ya con categoría de universidad. El padre Pérez lo erigió tras conseguir la cesión altruista de los terrenos por parte del grupo empresarial en que prestaba sus servicios, la ayuda de diversas instituciones y el trabajo gratuito de los propios empleados de la empresa, casi todos analfabetos, que querían para sus hijos un futuro mejor.

El centro, inaugurado en 1965, es el mayor del país con estas características y tiene capacidad para 3.500 alumnos. Fue declarado centro piloto a imitar en otros enclaves colombianos y diversos países latinoamericanos. Más de 35.000 alumnos se han formado en él a lo largo de casi 40 años, convirtiéndose de este modo en agentes dinámicos de su propio desarrollo.

La gran particularidad es que los jóvenes, tan pronto como terminan sus estudios, comienzan a trabajar en empresas del Valle del Cauca como mandos intermedios.

Por esta obra el Gobierno Colombiano lo condecoró, en 1982, con la Medalla Cívica “Camilo Torres”, un galardón creado para reconocer y enaltecer los servicios eminentes del educador que incorpora en su trabajo educativo prácticas de convivencia al interior de la institución, que involucra a la comunidad educativa en el quehacer de la educación, que trabaja por la promoción y defensa de los derechos del niño y que promueve en los alumnos el interés por el conocimiento científico y tecnológico.

EL BARRIO OVIEDO DE COLOMBIA

Otra obra de indudables prestaciones fue la construcción del Barrio Oviedo, en el municipio de El Cerrito, muy cerca de la ciudad de Palmira, en 1972. Edificado el centro formativo para los hijos de los trabajadores de Ingenio Providencia ideó, acto seguido, está barriada de 70 viviendas unifamiliares con huerto para los obreros más necesitados, inspirándose en las normas de habitabilidad que ya en 1927 empezaban a imperar en Europa para este tipo de equipamientos.

EL CENTRO ASISTENCIAL OVIEDO

El padre Pérez rodeado de niños y jóvenes en Colombia

De la misma forma levantó, en terrenos colindantes al barrio y con la colaboración del consistorio ovetense, el Centro Asistencial Oviedo, un equipamiento que dispone de sala de reuniones, consultorio médico y odontológico gratuito (gracias a la colaboración de especialistas en prácticas), guardería infantil, talleres-escuela de corte y confección y culinario, biblioteca y zona recreativa para niños.

A este magno proyecto le seguiría el Barrio El Carmen, de 200 viviendas, y otros más.

EL CENTRO ASISTENCIAL PARA MADRES SOLTERAS

Con la colaboración de Vivian Idreos, traductora y escritora nacida en El Cairo y afincada en Madrid a quien se debe la obra Los últimos hijos de Constantinopla, se involucró también en el Centro Asistencial para Madres Solteras, en la localidad de Pasto, con capacidad para 70 mujeres, a través de un grupo de colaboradoras de la institución en la capital de España.

LA FUERZA DE LOS HECHOS

Una vez jubilado fundó Padrinos Asturianos y su último empeño es poner en marcha un nuevo Centro Asistencial y Cultural en una de las barriadas más pobres y de más alta peligrosidad de Cali, para promover el desarrollo humano de 70.000 personas que viven en él en condiciones infrahumanas y prestar asistencia a 300 niños que la institución tiene apadrinados en dicha zona.

En la actualidad [junio 2010] mantiene la sede central en Oviedo (en las oficinas de la iglesia parroquial de San Juan el Real, cedidas gratuitamente), y posee delegaciones en Cali (Colombia) y en Orlando, Miami (EE.UU.), igualmente gratuitas.

Cinco años en Australia

Antiguo Ford de la familia Lago Villar en Corryong (Australia) hacia 1967

Por Alfonso López Alfonso

Viajar es ampliar horizontes y desde los lugares más cómodos de la tierra la gente se puede mover con ese espíritu heredado del Romanticismo que busca arrimar a los propios los mitos ajenos, acercar lo desconocido. Pero para millones de personas a lo largo de la historia y hasta hoy mismo hay una manera distinta de viajar en la que las aventuras surgidas durante el trayecto no se buscan, sencillamente se encuentran. A esa manera de viajar, forzada por la necesidad, la llamamos emigración. Si viajar, como dice Antonio Muñoz Molina, sirve sobre todo para aprender sobre el país del que nos hemos marchado, emigrar obliga además a aprender algo sobre el país al que se llega. Después de la Segunda Guerra Mundial

Corryong (Australia). Compañeros de colegio de Olga Lago Villar en 1967

Australia necesitaba mano de obra para las plantaciones de caña de azúcar, de tabaco, frutas y cereales, para la industria, para todo, y hasta allá, en las antípodas, fueron llegando italianos y griegos durante los primeros años cincuenta. Entre 1958 y 1963, en lo que se conoció como Operación Canguro, llegaron también unos pocos miles de españoles con  pasajes subsidiados y programas de reunificación familiar. Aquel país del confín del mundo era un vasto continente joven y de mayoría aplastantemente anglosajona en el que imperaban políticas manifiestamente descabelladas para con los aborígenes, y allí, como nos hace saber Jorge Carrión en su libro Australia, un viaje, a estos inmigrantes morenos y más bien bajitos que llegaban del sur de Europa se les llamaba despreciativamente wogs, que venía a ser, para entendernos, un poco el equivalente australiano al desprecio que por esos mismos años despertaban entre los asturianos los trabajadores llegados desde otros puntos de la geografía española atraídos por ENSIDESA, a los que se les llamaba con poco cariño, recordemos, “coreanos”.

Que la principal barrera con la que tropieza el que emigra es el idioma cuando no coincide con el propio lo saben muy bien los españoles que se fueron a Australia. Entre los miles de españoles que llegaron a aquel país continente, extremo en su naturaleza y hasta el siglo XVIII poblado con convictos británicos, hubo también asturianos. Engracia, una de las protagonistas de esta historia, no tenía el oído acostumbrado al galimatías extraño que era para ella el inglés, así que para poder trabajar en un restaurante de la ciudad de Corryong, en el estado de Victoria, al sureste del país, se aprendió de memoria los menús y a su manera, también de memoria, porque la gramática es un lujo que a menudo no pueden permitirse quienes viven para trabajar, aprendió a anotar aquello que oía en su libreta de camarera para entregarlo en la cocina. Era una camarera parca en palabras, pero muy eficiente.

Boda de Engracia Villar y Alberto Lago en Combo (Cangas del Narcea) en 1958

Engracia Villar y Alberto Lago, ambos naturales del concejo de Cangas del Narcea, se casaron en 1958. Por aquel tiempo, en Granda (Gijón), compraron una casa con negocio -un chigre de pueblo- donde vivieron hasta que partieron a su aventura australiana en febrero de 1963. En Granda nació Olga, su hija mayor, que con ellos avistaría tierras lejanas. ¿Qué les impulsó a marcharse? Los subsaharianos que intentan alcanzar Europa denominan su travesía por el desierto como la Aventura. Cualquiera puede intuir que esa Aventura entre tuaregs y bereberes, impulsada y propiciada muchas veces por traficantes de toda laya, no es precisamente una película de Antonioni. A la mayor parte de los españoles que se fueron a Australia, como a casi todo el que se aventura, los movió la necesidad y el ansia de mejorar. Engracia y Alberto no fueron ninguna excepción. Tenían deudas por la compra del bar, estaban pagando bastantes intereses y con el funcionamiento del negocio no eran capaces de amortizar el capital, así que decidieron cambiar de vida.

Poblado de Corryong en Australia donde residía la familia Lago Villar. En la imagen Olga la hija del matrimonio en 1966

—En Granda -cuenta Engracia-, teníamos un bar a medias con mi hermano Segundino, pero no producía. No daba dinero. Mi hermano se fue entonces a Australia y un día, medio en broma, Alberto no sé qué me dijo y yo le contesté, “pues me voy a ir a Australia con mi hermano”. Todo en broma. Eso fue una broma, pero entonces me dice él: “Coño, pues ahí sí que estábamos bien los dos”. A los pocos días se encontró en Gijón con un conocido de San Antolín de Ibias que tenía tres hijos en Australia y le dijo que iba a salir una emigración nueva, que pagabas muy poco y llevabas intérprete cuidando de ti y no era como si fueras por cuenta tuya. Entonces había un paro en España más que ahora. Bueno, más que ahora no sé si lo habría, lo que pasa que ahora hay más comodidades. Y mira, la ignorancia hace el valor. El caso es que aquel señor quedó en avisarnos. Y justo el día que viene a decirnos que empezaba el plazo para apuntarse, Alberto se había ido con la niña a Cangas a pagar los intereses.

—Sí –interviene Alberto-, pero al hombre se le ocurrió llamar al cuartel de la Guardia Civil de Cangas para que me avisaran y cuando estaba montado en el autobús para ir hasta La Viña, la aldea donde nací, se suben dos guardias civiles, con sus tricornios y sus capas, que ya sabes cómo se las gastaban en aquellos tiempos. Menuda impresión. La línea llena y yo con la niña. Preguntan por Alberto Lago, y yo, sorprendido y atemorizado, me levanto y contesto que soy yo. Entonces me dicen que me presente en Gijón inmediatamente. Menudo susto, pero así fue como vine a apuntarme.

Compañeros de colegio de Olga Lago Villar en Corryong (Australia) en 1965

—Al día siguiente nos pasaron un reconocimiento. En pelotina: “Desvístanse ahí en pelota”, nos dijo una chica que había allí de intérprete, que para nosotros aquello era una cosa casi de escándalo, porque los médicos eran australianos. Te hacían un reconocimiento y los que estaban bien pasaban, y los que no se quedaban. Alberto no pasó la primera vez por culpa del estómago, pero volvieron a llamarlo y luego ya pasó. Embarcamos en febrero del año 63 y la niña cogió tifus porque el barco no estaba bien desinfectado. Cuando llegamos allí todavía se pasó mes y medio en el hospital.

En abril de 1963 llegan a Melbourne, desde allí los llevan en tren a un campamento de emigración donde estuvieron algo más de un mes.

Alberto y Engracia con su hija Olga Lago Villar y un amigo en Griffith hacia 1964

—Mi hermano estaba en Wologon y nos reclamó porque allí había trabajo y nos había buscado casa. Cogimos el tren a Sydney y de allí a Wologon, donde mi hermano estaba esperándonos. Allí estuvimos en un pueblo que se llamaba Greenhill. Alberto empezó a trabajar en la fábrica en que trabajaba mi hermano, que era una especie de acería. Allí el gobierno ya no estaba pendiente de nosotros y vivíamos en una casa prefabricada muy grande con un italiano y otra familia con tres hijos. Yo cocinaba para dos primos míos que estaban con nosotros, para Alberto, la niña, mi hermano y para mí. Mis primos y mi hermano dormían en una habitación y nosotros en otra, la otra familia en otra y el dueño en otra. Compartíamos el retrete, que eran unos cubos que pasaba a recogerlos un hombre al que llamaban el hombre sit, para que lo entiendas, el hombre mierda. Allí estuvimos sobre un año y de ahí nos fuimos a una farma en Griffith, donde Alberto sulfataba, regaba, podaba los árboles, y yo, en la época de recogida de manzana y uva ayudaba. Allí estábamos muy bien, pero por ese tiempo había llegado otro hermano mío, Antonio, y hacia 1965 decidimos marchar a Corryong, un pueblo que tenía hospital, comercios y colegio, porque cerca de allí estaban trabajando mis hermanos.

Familia Lago Villar en Cancova, Snow Montain, cerca de Corryong en 1965

Alberto se colocó a trabajar como soldador haciendo tubos para las canalizaciones de agua en las Montañas Nevadas, las Snow Mountains. Entonces teníamos un coche, un Ford algo destartalado, y Alberto se desplazaba en él unos cuantos kilómetros a trabajar. En Corryong yo comencé a trabajar en una cafetería que era de unos griegos. Como teníamos el bar de Granda pues aquello me sirvió para defenderme con el trabajo, servía las mesas y recogía, pero los menús, las cartas, tuve que aprendérmelas de memoria porque no sabía hablar. Iba a la mesa, me decían lo que querían y yo lo anotaba de memoria y se lo llevaba al cocinero. Allí no se vendía nada de alcohol. Refrescos, té y eso sí, pero bebidas alcohólicas nada. Pero al segundo o tercer año la fábrica donde trabajaba Alberto cerró y nos fuimos a Melbourne, donde estuvimos unos

Olga Lago Villar en su colegio de Melbourne en 1968

meses. Allí me coloqué a trabajar en el Hospital de San Vicente y él de friegaplatos en un restaurante, pero yo estaba en estado del niño, de Ángel, y entre unas cosas y otras decidimos regresar. Embarcamos en octubre de 1968 para volver porque al marchar habíamos dejado el bar de Granda alquilado con un contrato de cinco años por muy poco dinero. Como se cumplía el contrato y además habíamos ahorrado algo y pagado todas las deudas decidimos que era hora de volver. En noviembre llegamos a Lisboa, de Lisboa, en tren, a Madrid a casa de los hermanos de Alberto, y de Madrid a Oviedo. Y esa es la historia nuestra. No te la cuento con más detalle porque no tengo mucha memoria.

Familia Lago Villar en Corryong en 1966

En Australia, un viaje, Jorge Carrión menciona que uno de los parientes con los que se encuentra allí, José, le confiesa que se fue hasta ese extremo del mundo cuando era joven “porque no sabía lo que hacía”. No parece el caso de Engracia y Alberto. Ella afirma: “Yo estuve muy contenta en Australia porque empecé a trabajar, a ganar dinero para pagar las deudas, que eso a mi no me dejaba descansar. Allí siempre estuve muy bien. Trabajé mucho pero estuve muy contenta”, y él asiente. Cuando regresaron de Australia vendieron la casa de Granda y compraron un local en la calle Valentín Masip de Oviedo, donde montaron una tintorería que con los años acabaron reconvirtiendo en quiosco. Ambos se habían criado en aldeas aisladas del occidente asturiano, en casas muy corrientes, de esas que acumulaban hijos para echarlos cuanto antes al mundo a ganarse el pan. Estaban acostumbrados a las fatigas, al trabajo duro y la desdicha. Querían una vida mejor y salieron a buscarla.

Un proyecto de tranvía de vapor de Muniellos a Cornellana de 1903, en la Biblioteca digital del Tous pa Tous

Desde 1883 a los años cincuenta del siglo XX, es decir durante más de setenta años, una de las mayores aspiraciones de los cangueses fue llegar a escuchar el ruido de la locomotora del ferrocarril por el valle del río Narcea. No lo consiguieron, ni ellos ni varias de las empresas que acometieron la explotación del monte de Muniellos, que en todo este tiempo fueron, junto a los ayuntamientos del occidente de Asturias, las que llevaron la iniciativa para construir una vía férrea.

Una de las empresas que más luchó por conseguir el ansiado ferrocarril fue la Sociedad General de Explotaciones Forestales y Mineras “Bosna Asturiana”, constituida en Gijón en 1902, con capital asturiano, vasco y francés. El presidente era el banquero gijonés Manuel Velasco Heredia. La Bosna, como era conocida comúnmente, tenía entre sus objetivos la explotación de minerales y madera en la cuenca alta del río Narcea. Para ello compró al conde de Toreno el monte de Muniellos y adquirió los derechos de explotación de otros montes próximos.

El proyecto de explotación de la Bosna incluía la construcción de un tranvía de vapor de Muniellos a Cornellana, con un ramal a Salas, que se uniría a la concesión de Cornellana a San Esteban de Pravia que tenía la Sociedad Vasco Asturiana. El objetivo principal de la Bosna con este tranvía era transportar madera y minerales desde el concejo de Cangas del Narcea al puerto de mar de San Esteban. El proyecto de esta línea lo redactó en 1903 el ingeniero Ruperto Velasco Heredia, director gerente de la Bosna. En él se analizan las características del territorio por el que transcurría la línea; se describe su trazado, que tendría 82,782 km. y las estaciones siguientes: Bosna (Muniellos), Ventanueva, La Regla, Cangas del Narcea, La Florida, Bebares, Arbodas, Soto de los Infantes y Cornellana; se presenta una estimación del trafico de la línea, tanto del movimiento de mercancías como de pasajeros, y al final incluye un mapa con todo el trazado.

El mencionado proyecto se publicó con el título de “Concesión del tranvía de vapor de Muniellos (Bosna) a Cornellana por el valle del Narcea, con ramal de Cornellana á Salas” (Gijón, 1903). Es una publicación muy rara, que a partir de ahora podrá consultarse en la Biblioteca digital del Tous pa Tous. El ejemplar digitalizado pertenece a Tomás del Campo Díaz-Laviada, de Gijón, descendiente de Manuel Velasco Heredia.

Azulejos para numerar las casas y rotular los pueblos en 1860

Un humilde testigo de la modernización de España en el siglo XIX:

Azulejos para numerar las casas y rotular los pueblos en 1860

Fotografía de Celso Álvarez Martínez

Los azulejos de color blanco con letras y números azul cobalto en los que aparecen el nombre de los pueblos y parroquias, así como el número de las casas, y que hoy, los que se fijen en ellos, consideraran una antigualla, se colocaron en 1859 y 1860, y fueron un signo de la modernidad del país.

Rosendo Mª López Castrillón, un campesino del pueblo de Riodecoba, en el concejo de Allande (que hoy pertenece a Eilao / Illano) escribió en 1859:

“Número 435, púsolo mi hermano Francisco sobre la puerta principal de esta casa de La Fuente de Riodecoba día de Nuestra Señora de las Candelas, 25 de marzo de este año, por nueva orden real y así se puso en todas las del concejo y otros; cosa nueva y nunca vista hasta ahora de numerar todas las casas como si todo fuese una calle o ciudad”

Fotografía de Celso Álvarez Martínez

Este campesino estaba cumpliendo una Real Orden de 31 de diciembre de 1858 en la que se ordenaba que en el plazo de dos meses se reparara la numeración de las casas en las poblaciones que ya la tenían y se pusiera en aquellas que no la tuvieran. A esta orden siguió otra de 24 de febrero de 1860, en la que se establecía, además de la obligatoriedad de la numeración de las casas, la necesidad de tener una buena rotulación de las calles, barrios y pueblos. En cumplimiento de estas órdenes se colocaron los azulejos mencionados con los números de las casas y los nombres de calles, pueblos y parroquias, en los que se nombraba el concejo y el partido judicial al que pertenecían. Asimismo, en todos los edificios de uso público se colocaron también azulejos con el nombre del edificio (iglesia, escuela, etc.). Los rótulos de los pueblos y las parroquias se colocaban en la entrada de las poblaciones, incrustados en la fachada de la primera casa y mirando al camino.

La última real orden disponía todas las reglas que había que seguir para la colocación de los azulejos. Uno de los puntos decía: “Se procurará que en las capitales y poblaciones donde se conserve todavía el uso de algunos dialectos, se reduzcan todos los nombres de las calles a lengua castellana”. Por lo tanto, que nadie utilice nunca el nombre que aparece escrito en ellos como garante de la toponimia del país.

Detrás de la colocación de todos estos azulejos estaba una política de reorganización del Estado promovida por la burguesía liberal, que había comenzado en 1833 con la división de España en provincias y que buscaba una nueva Administración centralizada y ordenada. Sin embargo, la Administración española desconocía el país que tenía que administrar: no había estadísticas, ni mapas y faltaba la más mínima información. Para favorecer el conocimiento de la realidad de España y de su población se tomaron varias medidas: se crea la Comisión de Estadística en 1856; se regula la realización de censos de población cada cinco años, así como el recuento de casas y demás edificios, etc. El fin último de toda esta política era mejorar la recaudación de impuestos, el servicio militar, las comunicaciones, la enseñanza, etc.

Fotografía de Celso Álvarez Martínez

En el concejo de Cangas del Narcea aún se conserva alguno de aquellos azulejos. Las fotografías de Celso Álvarez Martínez nos muestran los de los pueblos de Limés (L.lumés) y Siero (Sieiru), y el de la parroquia de San Juan de Vega (San Xuan de Veiga de Rengos). En la villa se conservaba uno de estos azulejos indicadores. Estaba en el barrio de El Corral, en la casa donde estaba la Panadería de Silvela. En aquel año de 1860 esta casa era la primera de la villa viniendo desde Oviedo. El azulejo no estaba en muy buen estado. La casa se derribó hace tres años, junto a gran parte de El Corral. ¿Que sucedió con este azulejo?  No lo sabemos, pero es muy probable que nadie haya hecho nada por él, ni el que derribó la casa ni el que la mandó derribar, y que aquel primer indicador de la villa que recibía a los viajeros, aquel signo de modernidad decimonónica, haya ido a la escombrera. Esperemos que los que todavía se mantienen duren muchos años más.

Alfredo Flórez González (1853-1924), filántropo, artista y republicano

Los cementerios son lugares repletos de historia. Por una parte, nos permiten conocer bien la sociedad que los utiliza, porque en ellos, del mismo modo que sucede en las poblaciones, se reflejan las clases sociales,  las creencias, la especulación del suelo, los gustos y las modas, etc. Por otra parte, en los cementerios está el último testimonio de la historia de las personas que están enterrados en ellos.

Sepultura de don Alfredo Flórez en el Cementerio Civil de Madrid.

En el cementerio civil de Madrid, a la derecha de la calle principal, detrás de los mausoleos de los políticos republicanos Ramón Chíes y Francisco Pi y Margall, hay una hilera de tumbas pequeñas, una de éstas es la de don Alfredo Flórez González. Su presencia en este cementerio, tan lejos de Cangas del Narcea, que es el lugar donde falleció, no es una casualidad. Es casi seguro que a los cangueses de hoy este nombre no les diga nada, pero a fines del siglo XIX y comienzos del XX, el nombre de Alfredo Flórez era en Cangas del Narcea y en otros ámbitos geográficos y políticos, sinónimo de republicanismo, librepensamiento y generosidad, y también de rectitud, sensibilidad y sobriedad. Su abuelo José María Flórez Rodríguez y su padre, ambos maestros, ejercieron una gran influencia sobre él, y en cierto aspecto su vida fue una continuación de la de estos dos. Como les sucedió a otras muchas personas de su tiempo, las ideas políticas determinaron y guiaron toda su vida, y puede decirse que fue nieto de la España liberal de la Constitución de Cádiz de 1812 e hijo de la Primera República Española. Como vamos a ver a continuación, fue consecuente con estas ideas hasta más allá de la muerte.

UN CANGUÉS EN EL CEMENTERIO CIVIL DE MADRID

DON ALFREDO FLÓREZ GONZÁLEZ (1853-1924),  FILANTROPO, ARTISTA Y REPUBLICANO. 

 
por Juaco López Álvarez

Medallón de bronce con el retrato de don Alfredo Flórez en la lápida de su sepultura.

Nació en 1853 en Bujalence (Córdoba) donde su padre estaba de maestro. Fue el primogénito de María Teresa González del Reguerín Avello  y José María Flórez Gonzalez (1830 – 1890), ambos naturales de Cangas del Narcea. Mas tarde, el padre se trasladó a Oviedo donde ejerció como director de la Escuela Normal del Magisterio entre 1879 a 1890. Aún hoy es conocido por ser el autor de las Composiciones en dialecto vaquero (1883) y uno de los primeros estudioso de la arqueología y el arte de Asturias. Su abuelo, Flórez Rodríguez (1809 – 1876), también nacido en Cangas del Narcea, trabajó en la Escuela Normal de Madrid, tuvo aficiones pictóricas y participó en política con los liberales.

Alfredo estudió en Oviedo y en Madrid, donde hizo la carrera de Medicina, actividad que no ejerció nunca. En estas dos ciudades transcurrió gran parte de su vida dedicado a la política, el arte, la escritura y el altruismo.

Trasera de la sepultura de don Alfredo Flórez; al fondo, a la derecha, las tumbas de Francisco Pi y Margall (1824-1901), “maestro de los federales”, y Nicolas Salmerón (1837-1908).

En política siempre fue republicano, en concreto republicano federal. En esto siguió fielmente a su padre, que en 1869 fue vocal del primer Comité Provincial Republicano-Federal de Asturias en representación de Cangas del Narcea y el 6 de julio de ese año fue uno de los firmantes de un manifiesto a favor de la proclamación de la República Española (La República Española, Gijón, 16 de julio de 1869). Don Alfredo fue seguidor, correligionario y amigo del líder nacional de esta corriente política don Francisco Pi y Margall, que fue presidente de la Primera Republica Española, y de su hijo Francisco Pi y Arsuaga. Asimismo, mantuvo en Madrid mucha amistad con otros destacados federalistas, como Eduardo Benot y el radical Nicolás Estévanez. Hasta 1910, tuvo una vida política muy activa dentro del Partido Republicano Democrático Federal y se presentó como candidato en varias elecciones, aunque nunca salió elegido.

Aficionado a la pintura y a la escultura, recibió clases de Alejandro Ferrant (1843- 1917), un pintor madrileño de temas religiosos e históricos muy admirado en su época. También fue aficionado a la fotografía, que practicó en Cangas del Narcea. Lamentablemente, de toda esta labor como pintor, escultor y fotógrafo casi no se conservan obras. Una, que podemos ver todos, es el bajo relieve en bronce dedicado al maestro don Jenaro González Reguerín, que actualmente está colocado en las Escuelas Públicas de El Mercao, y cuyo diseño hizo él en 1914. Asimismo, se dedicó a la literatura. Escribió artículos para la prensa de Asturias y Madrid, y sobre todo poesía.

Su relación con Cangas del Narcea siempre fue muy estrecha. Aquí pasó casi todos los veranos de su vida y en 1909 se trasladó definitivamente para vivir con su madre, su hermano Roberto y varios sobrinos. Es probable que este traslado lo realizase por motivos de salud.

A fines del siglo XIX, la llegada de los Flórez a la villa en los meses de verano era todo un acontecimiento para la burguesía local. Enseguida se comenzaban a organizar veladas musicales y literarias en el Casino Recreativo, en las que los miembros de esta familia eran unos de sus principales protagonistas: el padre tocaba el piano y recitaba composiciones en “dialecto vaquero”; su hermano Roberto tocaba el violín y  leía obras literarias, y Alfredo declamaba poemas escritos por él mismo. Los dos hermanos actuaban también en representaciones de teatro. En septiembre de 1885 participaron en una velada en la que Alfredo leyó un largo poema titulado “A España”, que trata sobre el conflicto que enfrentó en agosto de ese mismo año a España y Alemania sobre las islas Carolinas, y que conocemos porque se publicó en El Occidente de Asturias el 8 de septiembre de ese año: A ESPAÑA por Alfredo Flórez (Cangas de Tineo, 30 de agosto de 1885)

La situación económica desahogada que disfrutó Alfredo Flórez  le permitió llevar una vida diletante, que dedicó a ayudar a los demás, especialmente a sus correligionarios y a la clase trabajadora. En Cangas del Narcea, él se encargaba de pintar los telones del teatro para las funciones de los aficionados, él hizo el proyecto del matadero… y todo ello gratuitamente. No eran raras en la prensa local noticias como las siguientes. En el programa de las fiestas del Carmen de 1883 puede leerse:

“A las 6 de la tarde [del 17 de julio], tendrá lugar en el paseo de la Vega la rifa de la preciosa acuarela pintada por D. Alfredo Flórez con objeto de allegar fondos para hacer frente á los gastos de los festejos. El cuadro, que representa un bonito paisaje de las inmediaciones de esta villa, debe excitar verdadero interés y se cree que las papeletas ó billetes, que se expenderán al módico precio de una peseta, serán buscados con afán” (El Occidente de Asturias, 13 de julio de 1883).

Y el 20 de noviembre de 1894 se publica en El Eco de Occidente, la noticia siguiente:

“Nuestro estimado amigo  D. Alfredo Flórez, con objeto de agregar algunos recursos para el hospital de esta villa, que de ellos se encuentra necesitado, pintó un hermoso cuadro, copia de una cabeza de estudio de Ferrant, y habiéndose rifado en el día de anteayer, dio por resultado la suma de 60 pesetas, las mismas que entregó a D. Félix Mª Villa, administrador de dicho establecimiento. Muy bien por el Sr. Flórez, y celebramos que sus aficiones a la pintura sean tan beneficiosas para los pobres”.

Lavadero construido y donado al pueblo de Cangas del Narcea en 1914 por don Alfredo Flórez, 1930. Fotografía de Ubaldo Menéndez Morodo. Colección de Juaco López Álvarez.

Su mayor regalo al pueblo de Cangas fue la construcción en 1914 de un lavadero que pagó íntegramente. Estaba junto al puente de Ambasaguas y tenía cabida para unas setenta lavanderas. Hasta entonces nunca había existido en esta villa un lavadero cubierto, y las lavanderas tenían que lavar la ropa en el río. Según Gumersindo Díaz Morodo, Borí, gracias a este espléndido lavadero “las mujeres del pueblo pueden entregarse a la penosa tarea de lavado de ropa libres de los rayos solares en el verano y del agua y de la nieve en el invierno”. El lavadero fue derribado hacia 1963.

La inauguración de este lavadero, el domingo 25 de octubre de 1914, según El Distrito Cangués (31 de octubre de 1914), “revistió una solemnidad jamás vista en Cangas. ¡Y cómo no había de ser solemne si este fue el primer acto de altruismo que en esta villa se ha presenciado!”. Intervinieron en el acto el propio don Alfredo, que con lágrimas en los ojo recordó a su padre, en cuya memoria había levantado el lavadero, y el médico José Gómez que mencionó la dicha que suponía esta obra para la villa de Cangas, que “ponía a las pobres lavanderas al abrigo de las intemperies, ya fuesen viejas, escuálidas, que apenas podían consigo, ya jóvenes y hermosas, que bajaban al río con dos rosas por mejillas y al poco rato se tornaban pálidas, tiritando de frío […]. Que él, como médico, había podido apreciar bien la salud que el río robaba y los estragos que causaba en las lavanderas”.

El acto concluyó con unas coplas dedicadas al donante:

  Ya no me asustan las nieves,
ni al cierzo le tengo miedo;
aquí lavaré cantando
endechas a don Alfredo.
                  &
  Vengan ardores de sol,
venga inclemente aguacero,
que yo ya lavo abechugo:
ya tenemos lavadero.
                  &
   ¡Viva don Alfredo Flórez!
¡Viva un corazón de veras!
¡Viva el que brindó refugio
a las pobres lavanderas!

Alfredo Flórez expresó de palabra y por escrito su deseo de ser enterrado en el Cementerio Civil de Madrid, junto a la tumba de Pi y Margall, “maestro de los federales”. En Cangas no había un cementerio de esta clase y el de Madrid, inaugurado en 1884, era un auténtico “camposanto” para los librepensadores y republicanos de toda España. En él estaban enterrados tres presidentes de la Primera República Española y otras muchas personalidades de esas mismas ideas.

Detalle de la sepultura de don Alfredo Flórez en el Cementerio Civil de Madrid.

Don Alfredo murió en Cangas del Narcea el 29 de septiembre de 1924, y su cadáver fue embalsamado y trasladado a Madrid. La tumba donde fue sepultado la diseñó él mismo. Esta presidida por una alegoría de las artes, que es una figura femenina vestida con una túnica y que sujeta unos papeles en las manos. En la lápida hay un medallón de bronce con su rostro. Junto a su nombre y las fechas de nacimiento y muerte, se leen las siguientes inscripciones: “Su religión fue la caridad” y “Sus devociones la poesía y el arte”.

El diario El Noroeste, de Gijón, publicó en su portada del 5 de octubre de 1924 una necrológica sobre él escrita por su amigo, el periodista y político republicano, Roberto Castrovido Sanz (Madrid, 1864 – México, 1941). Castrovido había sido director de varios periódicos: La Voz Montañesa, de Santander; El País, de Madrid, etc. y fue durante muchos años diputado del Partido Republicano Democrático Federal. La semblanza es muy emotiva y merece la pena leerla para saber quien fue don Alfredo Flórez González.

DON ALFREDO FLÓREZ, por Roberto Castrovido

 (Publicado en El Noroeste, Gijón, 5 de octubre de 1924)

Un telegrama de su hermano don Roberto me dice que ha muerto. Me conmueve la triste noticia. Adiós, buen amigo, noble amigo, bondadoso amigo, espejo de republicanos, dechado de caballeros!

De Asturias venían a las Asambleas federales dos hombres recios y buenos: Felipe Valdés, de Gijón, y Alfredo Flórez, de Cangas de Tineo. Valdés era comerciante de rápida comprensión, bonísimo sentido, palabra corta y cortante. Flórez era delicado, suave, artista, su pensamiento rico en matices era fluctuante; reflexionaba, soñaba, más bien, hablaba poco. Ambos tenían de común lo firme de sus ideas políticas, y lo natural, espontáneo, sencillo de la virtud.

Recuerdo perfectamente al Flórez de hace treinta años, al que era un hombre viril, cuando yo era un joven. Estaba en lo mejor de su edad, como dice el vulgo, no sin acierto. Era de aventajada estatura. Erguido. De finas maneras. Arrogante. Vestía de negro. Su traje era limpio y señoril. Sus gustos de artista se exteriorizaban en el lazo de su chalina, en el chambergo con que se tocaba, y en la media melena de su negra cabellera. Una barba a lo español del siglo XVII encuadraba su correcto y expresivo rostro. Era un Rubens asturiano. Le placía hablar de arte, de pintura principalmente, y era competentísimo en la materia. Buen gusto, sensibilidad, idealismo eran en este orden sus calidades.

En filosofía y en política pensó y procedió acorde con sus grandes amigos Francisco Pi y Margall, Eduardo Benot y Nicolás Estévanez.

A las Asambleas generales anteriores a la República y en las tres siguientes á la Restauración representaron á Asturias Alegre, Carreño, Calvo. Calzada, etc., etc. Valdés y Flórez representaron la región asturiana en las Asambleas sucesivas. Don Alfredo fue elegido miembro del Consejo federal, cargo que dimitió á la muerte de Pi y Arsuaga.

Hace años, muchos, doce ó catorce, que se fue á Cangas de Tineo. Hasta luego, hasta muy pronto, nos dijo al despedirse. Volveré el año que viene, nos escribía al principio. Ya no volveré, nos escribió hace un año. No ha vuelto hasta después de muerto.

Desde su casa solariega seguía con alma el movimiento político de su país. Comentaba en sus cartas privadas los sucesos políticos con sagaz acierto y honda emoción. Lloraba a los amigos que morían, socorría á los desgraciados, ayudaba a los periódicos y no había, en fin, movimiento público, cuita privada que no repercutiera en Cangas de Tineo y que no encontrara allí, en el gran ánimo de don Alfredo Flórez, una reflexión, un consejo, una lágrima, un donativo.

Flórez se enteraba de todo y a todo atendía. La huelga general de 1917, los presos, la desaparición de ‘»El País», la demencia y muerte del ilustre cervantista y escritor federal Ramón León Mainez, la ancianidad desvalida del revolucionario del 48 Patricio Calleja, la estatua a Galdós, la corona para los defensores de Verdum (Flórez no fue troglodita), el extraordinario de «El Motín», las acciones ideadas para conservar la obra de don José Nakens, el centenario de Pí y Margall… La primera adhesión, el primer concurso, el donativo que antes que ningún otro enviaba eran los de Alfredo Flórez. Me honró haciéndome, a veces, su limosnero y me favoreció a la desaparición de «El País» con su generoso auxilio. No se pedía una vez socorro para este o aquel correligionario que no acudiera Alfredo Flórez, no se abría una suscripción sin que él fuera uno de los suscriptores, no lanzaban el alerta las izquierdas sin que de Cangas de Tineo nos llegara el ¡alerta está! del federal modelo de consecuencia y virtudes cívicas.

Lo único que le molestaba era el elogio en los periódicos, a lo que se negaba con energía era a que se diera pública noticia de sus socorros. Obediente á sus deseos hube muchas veces de rogar a las familias socorridas que le significaran por carta su agradecimiento.

Recluido en su pueblo natal con su hermano, la esposa de éste y varios de sus ocho sobrinos, ha vivido practicando el bien, pensando en los demás.

Su exquisita sensibilidad le hacía sufrir intensamente no ya desgracias familiares y sinsabores propios, sino los ajenos y los públicos acontecimientos. La condena del Comité de huelga fue para él otra condena; la guerra que empezó en 1914 fue un tormento para él, y le han martirizado las desdichas patrias.

La enfermedad no debilitó su espíritu. Fuerte siempre y consecuente siempre con sus ideas, testó en vísperas de morir y dibujó la lápida que ha de cubrir su tumba, en la cual lápida consigna que la poesía y la pintura alegraron su vida y que lo mejor de ella fue la caridad. Así es. El arte lo tuvo por suyo, hizo el bien y ha muerto como vivió.

En su testamento dispuso, que se embalsamara su cadáver y se le enterrara en el Cementerio Civil de Madrid en el sitio más cercano a las tumbas en que yacen Pi y Margall y Benot, sus gloriosos amigos.

Hermanos y sobrinos han respetado el último deseo y en este Cementerio Civil ha sido inhumado el cadáver del artista del bien, del filósofo de la verdad, muerto en su tierra natal á los 71 años de una vida consagrada a lo bueno y a lo bello.

Vivió este insigne federal asturiano como un justo: ha muerto como un estoico.

El día 2, el jueves, enterramos en el Cementerio Civil el cuerpo de Flórez.

Dos sobrinos, don Luis y don Genaro, el asturiano Corujo, embajador de Asturias en Madrid, á titulo de paisanos, don Joaquín Pí y Arsuaga, don Manuel Hilario Ayuso, Cantana, Menéndez Pallares, Gallego, Nácar y otros muchos amigos de Alfredo Flórez. Después de muerto ha ganado una victoria para la secularización de los cementerios, la libertad de conciencia y el librepensamiento.