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Jugadores de billar de José Avello, por Miguel Martinón

José Avello es el autor de una de las mejores novelas de la literatura española contemporánea.

En el número 159, de mayo-junio de 2022, la revista literaria Clarín, editada en Oviedo, dedica un artículo a la novela Jugadores de billar, del ínclito escritor José Avello Flórez (1943-2015), el literato más importante que dio el concejo de Cangas del Narcea desde Alejandro Casona hasta el presente.

De profundizar en la obra de Pepe Avello se ha encargado el profesor Miguel Martinón, quien nos ha cedido amablemente su trabajo para poder reproducirlo en esta página web.

Miguel Martinón (Islas Canarias, 1945) cursó estudios de Filología Románica en la Universidad de La Laguna, y de Filosofía en la Complutense de Madrid. Hasta 2011 fue profesor de Literatura Española en la Universidad de La Laguna. Su larga trayectoria poética, representada en la antología La casa sobre el mar, se ha continuado luego con los poemarios Estación sucesiva (2018) y Esta es la hora (2020). Entre sus últimos estudios publicados figuran los libros Ciudadano del viento y de los mares (Poesía y poética de Pedro García Cabrera) (2014) y Era obra de su tiempo (Texto y contexto de «La Regenta») (2016).



Presentación de la novela «El cerezo del cementerio» de Tito Casado Agudín

Presentación en la Librería Treito de la novela «El cerezo del cementerio» de Tito Casado Agudín.

El pasado día 1 de junio se presentó en el Espacio Cultural de la Librería Treito esta novela del autor cangués Tito Casado Agudín. La presentación corrió a cargo de Miguel Ángel Pérez, locutor de Onda Cero, Inés Gómez, maestra y compañera de trabajo del autor y del autor mismo. El local se llenó de gente y acabó con una serie de preguntas sobre el contenido de esta obra.

Portada de la novela de Tito Casado Agudín.

«El cerezo del cementerio es la historia de un emigrante de Posada de Rengos, que vivió la experiencia de tener que emigrar siendo apenas un niño intentando escapar de la miseria atroz en que vivía la mayoría de la gente, que en 1912 habitaba los pueblos del entonces Cangas de Tineo. Un día al amanecer, Elías Agudín bajó andando a Cangas, compró unas alpargatas y en la plaza de la Refierta cogió el coche de caballos que en dos días lo llevaría a Oviedo, de ahí a Gijón y desde este puerto, con un billete de tercera, en algo más de 20 días de navegación a La Habana…. Cuenta las penurias y vivencias de un niño analfabeto que hizo de todo por ganar dinero, que años después regresó y vivió la Guerra Civil y los años posteriores a la contienda, años de miedo y persecución a los vencidos. Tiempos duros y convulsos de una vida cargada de momentos de gran intensidad.»

Presentación en la Librería Treito de la novela «El cerezo del cementerio» de Tito Casado Agudín.

Así resumen la contraportada esta novela, el relato de la cruda realidad de los que tuvieron que emigrar, de aquellos que cuando se marcharon se vieron obligados a abandonar su familia de aquí, aquellos que formaron otra allí, de los que nunca más se supo o de aquellos que, pasado un tiempo, regresaron sin apenas nada: los «maletas vacías»…

La historia transcurre entre 1912 hasta los años 90 entre Posada y Vega de Rengos, La Habana y Llanes y mezcla hechos y personajes reales con otros que surgen de la imaginación del autor.


 

Eugenia Astur, una mujer entre dos mundos

Enriqueta García Infanzón, conocida por el seudónimo Eugenia Astur nació en la villa Tineo el 10 de marzo de 1888, y allí falleció el 10 de enero de 1947

Enriqueta García Infanzón (Tineo, 1888-1947), que firmaba con el seudónimo de Eugenia Astur, escribió siempre desde una orilla propia que a un tiempo la mantenía al margen de los entresijos del mundo y le permitía calibrarlos e interactuar con ellos. Criada en el seno de una familia hidalga entre Tineo y Luarca, dos importantes villas del occidente asturiano, su ocupación fundamental fue la de cualquier muchacha con las mismas circunstancias en aquel tiempo: imbuirse de una buena educación católica y prepararse para el matrimonio. Enriqueta, que mostró interés por las artes plásticas y la literatura desde la infancia —en su estudio sobre el general Riego, confiesa que desde los tiempos en que era una chiquilla “con la imaginación presa aún en la quimera de hadas y dragones”, se nutría de las lecturas de la biblioteca de su abuelo—, pertenecía a la misma generación que autores como José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón o Ramón Pérez de Ayala, y, lo que seguramente es más importante, que autoras como Elena Fortún, Carmen Baroja o Matilde Ras.

Durante los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, cuando Enriqueta G. Infanzón empieza a tener cierta proyección pública con sus primeras novelas, comienzan también a vislumbrarse las demandas largamente postergadas de los movimientos en favor de la emancipación femenina. Los peinados a lo garzón, los vestidos ceñidos o la sustitución del corsé por el sujetador eran conquistas estéticas que traslucían un cambio de mentalidad en una parte de la sociedad. En España, un grupo de escritoras que amalgamaba varias generaciones, desde las que como Isabel Oyarzábal Smith eran más o menos coetáneas de la Generación del 98 hasta las más jóvenes Concha Méndez, Magda Donato, María Teresa León o Constancia de la Mora, pertenecientes a la del 27, publicaban en los periódicos y participaban en las actividades del Lyceum Club de Madrid, alumbrado y  presidido por María de Maeztu en aquellos años veinte. Sin duda, por sensibilidad, Enriqueta García Infanzón podía haber pertenecido a ese mundo, un mundo que, sin embargo, miró desde su apartada orilla en la villa de Tineo y con el que no llegó a estar de acuerdo al no sentirlo propio, pero un mundo también hacia el que se sentiría atraída, como deja entrever la lectura de su entrada biográfica en Escritores y artistas asturianos, obra que pergeñó el destajista de la cultura Constantino Suárez, Españolito. En esta entrada, como muchas otras escrita por la propia interesada —José Maldonado, quien fuera el último presidente de la Segunda República en el exilio, buen conocedor de Enriqueta por ser también tinetense, indica que la entrada sobre ella en Españolito es “inconfundiblemente autobiográfica” —, se dice que había una enconada “resistencia familiar” a que Enriqueta escribiera para el público, lo que la llevaría a editar sus obras cuando ya había sobrepasado los 30 años y bajo el seudónimo de Eugenia Astur.

Publica su primer cuento en 1917, en La lectura dominical, y su primera novela corta, significativamente titulada Memorias de una solterona, en 1919. Su firma se puede encontrar poco después en revistas de la emigración, como Asturias, de La Habana, y en periódicos como el ovetense Región o el gijonés La Prensa, pero no será hasta finales de los años veinte y principios de los treinta, coincidiendo con ese momento de esplendor intelectual que cuaja en la Segunda República, cuando su proyección intelectual llegue al máximo reconocimiento que alcanzó. Durante esta etapa publica en los diarios madrileños del tándem progresista José María Urgoiti — José Ortega y Gasset, tanto en el matinal El Sol como en el vespertino La Voz, pero en un momento en que esa impronta progresista había dado un giro tras perder Urgoiti la propiedad de ambos. Será también durante estos años cuando al fin saque a la luz una obra que llevaba realizando desde mediada la década de 1920, pero que no se publicará, debido a la situación política, hasta 1933. Esta obra se hizo realidad gracias a los papeles y cartas personales de Rafael del Riego encontrados en un archivo familiar, fue sufragada por la Diputación de Oviedo  y alabada mucho antes de su publicación por personajes de la talla intelectual de Fermín Canella o Álvaro de Albornoz. Se tituló Riego (Estudio histórico-político de la Revolución del año veinte), y por el aporte de fuentes primarias sigue siendo un libro de referencia para el análisis de ese periodo histórico. El 12 de octubre de 1935, durante la Fiesta de la Raza recibe en Oviedo el premio asignado al tema “Fermín Canella, su vida y sus obras”, que ganó junto con Benito Álvarez Buylla. Sin embargo, el leve refulgir pasa pronto, porque llegaron luego la guerra civil y los tristes años de posguerra, que supusieron para Enriqueta un largo silencio. Desde entonces, publica poco y cuando le ofrecen colaboraciones —lo hace por amistad Jesús Evaristo Casariego, durante los años de posguerra director del diario El Alcázar en Madrid— da largas o declina amablemente.

No publicará ninguna otra obra en vida. Póstumamente, en 1949 aparece editado por La Nueva España y bajo el impulso de la hermana de la autora, Milagros García Infanzón, el drama teatral La Roca Tarpeya, que ya desde el título —hace referencia al lugar que en la Roma republicana se utilizaba para ajusticiar a asesinos y traidores— tiene una clara intención política. Se trata de una obra en tres actos, bien estructurada y que se lee actualmente como curiosidad histórica por la carga anticomunista que contiene. La acción se desarrolla en su parte fundamental en un país llamado Eslavia, fácilmente identificable con la Unión Soviética estalinista. La trama consiste en el viaje que una joven, llamada Alejandra, pretende realizar a ese país en compañía de su maestro Segismundo. Un viaje al que se opone Román, el pretendiente de Alejandra. El viaje se lleva a cabo, pero únicamente en el sueño que Alejandra tiene la misma tarde en que debe partir. En aquel país, Alejandra se desencanta por completo del sistema político-social del que estaba prendada. Y será víctima de los excesos del estalinismo, que la encasilla como una española “que con sus coqueterías de mujer meridional consigue excitar a estudiantes y profesores”. Además, en 1991 la editorial Azucel reúne, con prólogo de Jesús Evaristo Casariego y un ilustrativo epílogo de Rafael Lorenzo sobre el entorno familiar y social que rodeó a Eugenia Astur en Tineo, lo esencial de su obra breve: el cuento Rosina y las novelas cortas Memorias de una sol­terona y La mancha de la mora —recopiladas por primera vez en volumen en 1921—. En el año 1998, con una presentación de Cecilia Meléndez de Arvas, se editó el trabajo que le habían premiado en Oviedo en 1935: Fermín Canella, su vida y sus obras. Y en el año 2000, de nuevo Cecilia Meléndez de Arvas, edita Epistolario de Eugenia Astur. Por otra parte, en la Biblioteca de Astu­rias, adquirida al médico luarqués Fernando Landeira, se conserva parte de la correspondencia de Enriqueta García Infanzón, entre los años 1921 y 1938, que con­tiene cartas del egregio Armando Palacio Valdés, del li­terato valdesano Casimiro Cienfuegos, del político José Maldonado o de Carlos Canella Muñiz. De esta correspondencia merecen especial atención las cartas entre Casimiro Cienfuegos y Eugenia Astur, que desvelan un amor clandestino en el que lo literario y lo personal se fueron mezclando para terminar en ruptura. Y en las últimas décadas se han ocupado de glosar la figura de Enriqueta G. Infanzón autores como Senén González Ramírez o Manuel Fernández de la Cera.

Portada de la novela de Eugenia Astur, «Dos mujeres»

Pero habíamos dejado a Enriqueta G. Infanzón escuchando desde su orilla, con cierto distanciamiento, el rumor de ese riachuelo del feminismo que comenzó a asomar en España tras la Primera Guerra Mundial. Pertenece por edad a una generación que sale a Europa y tiene en Ortega su vigía intelectual, que introduce las vanguardias y comienza, por tanto, a remozar la literatura y el arte de las generaciones anteriores, aquellos ya viejos estandartes del Modernismo y el Noventayocho. Sin embargo, Eugenia Astur, tanto a nivel estético como estilístico parece más próxima a esas generaciones precedentes que a la suya. El lector de la novela Dos mujeres, se verá al punto envuelto por un estilo en ocasiones un tanto arcaizante, que bebe de los clásicos españoles —con ese uso y abuso de la posposición del pronombre personal a la forma verbal, como “hacíale”, “servíale”, de los reflexivos, etc.— y también bebe de la sonoridad propia de la lengua asturiana e, ineludiblemente, de la fuente de la novela galante al más puro estilo Eduardo Zamacois. Pero no solo, porque en la novela Dos mujeres, más allá de la carcasa puramente argumental, en la que el joven ingeniero Javier Nadal se debate entre dos amores —excitante, inteligente, oscuro y felino el uno; candoroso, tierno y virginal el otro—, en la reconstrucción del trasfondo histórico, que abarca desde la Dictadura de Miguel Primo de Rivera hasta la Revolución de Octubre de 1934, la autora se muestra muy informada de lo que sucedía en cada uno de aquellos momentos que vivió directamente. Era muy consciente de lo que se hablaba en las tertulias de los cafés madrileños, de lo que pensaban algunos destacados políticos y de por dónde iban las tendencias artísticas. Y todo lo ve con ese distanciamiento un tanto british, una pizca altanero y tendente al conservadurismo, que le proporciona la mirada desde su orilla. En este sentido hay una mezcla de personajes, reales unos —el dibujante Bagaría, el periodista Félix Lorenzo, el escritor Gabriel Alomar—, imaginarios otros y ocultos bajo nombres en clave algunos que son claramente identificables —como ese Pepe Ruiz Pérez que es sin duda José Díaz Fernández, autor de las novelas El blocao y La venus mecánica, al que muy probablemente conocía la autora; o Alvarado, tras el que se encuentra Álvaro de Albornoz, ministro de Fomento durante la Segunda República y fundador junto a Marcelino Domingo del Partido Republicano Radical Socialista—. A estos últimos se los muestra con distanciado cariño y hay para con ellos como una reconvención de maestra enfurruñada con lo que están haciendo sus alumnos. Una impresión que seguramente se hace palpable porque la novela está escrita una vez pasados los acontecimientos.

Tan contradictoria como todo ser humano, Enriqueta G. Infanzón fue una mujer moderna y de su tiempo, que luchó por su independencia intelectual y consiguió tenerla, pero a la vez, su educación sentimental la ancló a un mundo en que la mujer que tenía un fracaso amoroso se quedaba para vestir santos o solterona, según las expresiones que un tanto despectivamente se utilizaban entonces para designar esa situación civil. El fracaso amoroso se trasluce en una de sus primeras novelas cortas: Memorias de una solterona, en cuyo aviso “al lector” Eugenia Astur confiesa no ser capaz de enfrentarse al público con su propio nombre, seguramente, entre otras razones que arguye, por la carga autobiográfica de la novela, en la que entre los amoríos de una rica señorita de la villa de Arganda (sin duda, Tineo) y un sentimental joven madrileño, se interpone la hija, a la sazón mas bien fea, de un indiano con posibles. Al decir de quien la conoció bien, es decir, de nuevo José Maldonado, que le escribe al editor José Antonio Mases en 1984 para excusarse de no hacer el prólogo solicitado para la reedición facsímil del libro sobre Riego, algo así pudo ocurrirle a Enriqueta: “Podría haber contado que un fracaso sentimental —que no hay por qué ocultar a estas alturas— cambió brusca y radicalmente el rumbo de quien había centrado sus aspiraciones en la plácida o monótona existencia de un matrimonio burgués; porque, en efecto, esa peripecia no sólo no amilanó a quien sufría sus consecuencias, sino que hizo surgir de ella un derivativo que le dio un nuevo sentido a su vida, el de dedicarse en serio a la creación literaria, actividad que, hasta entonces, sólo había constituido para ella un pasatiempo”.

Estamos ante una autora que desde su orilla se debatió entre el conservadurismo propio de su entorno familiar y un liberalismo de corte democrático que acabaría por desencantarla. Alguien que desde su orilla consiguió independencia intelectual sin dejar nunca atrás el mundo familiar que la marcó desde la cuna, que escribió alejada del bullicio y el éxito rotundo, inmersa en su vida de pequeña villa interior, con sus cotilleos, sus convenciones y su figurar socialmente, pero siempre con un ojo puesto en aquello que la llevaba mas allá de esas constreñidas fronteras y la conectaba con la ancha realidad exterior, dedicándole esfuerzos a algo para lo que estaba indudablemente dotada y le ayudaba a ver el mundo de otra manera: la literatura. Estamos ante una autora entre dos mundos que, inmóvil, observó siempre la realidad desde la orilla del río, haciéndose cargo del discurrir imparable del torrente de aguas que renuevan incansablemente el mundo para que jamás se bañe nadie dos veces en el mismo río. Estamos ante una autora muy consciente de que la escritura es ese sentir solitario, ese estar solos en la orilla contemplando un universo propio que nadie mas puede ver. Estamos, en fin, ante una autora que comenzó a publicar tardíamente, no puso demasiado empeño en una carrera que pudo ser más exitosa y dejó varias obras inéditas —entre ellas, al parecer, las novelas La cruz de la victoria, Casamolín y El último hidalgo; las obras de teatro El secreto de Budha y Amoríos reales; o el ensayo Palacio Valdés y las mujeres de sus novelas—. Una de esas obras inéditas, no mencionada ni por la información editorial que solían traer los libros sobre la obra de los autores en esos años veinte y treinta, ni por quienes se han ocupado hasta el momento de Enriqueta G. Infanzón, es la novela Dos mujeres, que acaba de ver la luz.

El cangués Cristóbal Ruitiña gana el premio ‘Bellvei Negro’ de novela

Cristóbal Ruitiña, en la librería Treito de Cangas presentando su libro ‘Asturias Semanal’ en enero de 2013.

Nuestro socio, el periodista, escritor y profesor universitario Cristóbal Ruitiña Testa (Cangas del Narcea, 1977) ha ganado el premio «Bellvei Negro» de novela con «Rececho», una obra ambientada en el bosque de Muniellos. El galardón consiste en la publicación de la narración en soporte papel y una gratificación por importe de mil euros.

Este premio literario está promovido desde el Ayuntamiento de Bellvei, municipio de la comarca del Bajo Penedés en la provincia de Tarragona. Su organización corre a cargo de la emisora Bellvei Radio, y junto con el Ayuntamiento de Bellvei lo patrocinan varias entidades, entre ellas Célebre Editorial de Badalona, una editorial que nació de la imperiosa necesidad de desempolvar aquellos manuscritos que aún no han visto la luz.

La temática de las novelas participantes en este concurso literario debe ser de género negro o policial, entendiendo por tal el que ha de ilustrar la ambigüedad moral de la sociedad en que se desarrollan los personajes, entre los que están el investigador o policía, el delincuente, la víctima y otros secundarios.

«La hipótesis de partida», relata Ruitiña, en conversación con La Nueva España, «es la aparición del cadáver de un empresario minero, el último gran empresario de la zona, en un bosque». A partir de ahí, Ruitiña teje una trama en la que, siguiendo las pesquisas de una agente del medio natural, va retratando «las tensiones sociales y económicas de la España vacía».

Todo el escenario resulta profundamente cercano para el lector cangués y el asturiano en general. El bosque está integrado en la Reserva de la Biosfera de Muniellos y el empresario aparece calcinado, con una lanza clavada en el pecho y sin lengua. Estas dos últimas prácticas se asocian a la caza del oso, que lleva décadas prohibida. En paralelo, están apareciendo por la zona plantígrados muertos, «en un territorio», explica Ruitiña, «que sin embargo busca desesperadamente en la naturaleza salidas a la alarmante despoblación y que vive asimismo bajo la amenaza permanente de los incendios».

La elección de una agente del medio natural como protagonista de la novela se deriva de una meditación por parte del autor sobre cómo quería enfocar la investigación en su novela. «La creación de un detective era crucial. No quería un policía o un guardia civil, porque no me interesaba tanto retratar los procedimientos. Pensé en un periodista, pero me encontraba incómodo. Al final, una agente del medio rural me permitía explorar todo aquello que quería trabajar en la novela», concluye.

Desde aquí nuestra enhorabuena a nuestro socio y miembro de El Payar del Tous pa Tous.

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José Avello Flórez, Cangas del Narcea y la identidad

Pepe Avello

Pepe Avello a la sombra del tejo de Regla de Cibea en 2014

En la vida, las personas nos movemos en dominios culturales donde actuamos de manera diferente y nos relacionamos con personas también diferentes. José Avello Flórez (Cangas del Narcea, 1943-Madrid, 2015) tuvo una vida rica en dominios: la universidad, el mundo literario, África, Argentina, Madrid, las amistades de esos lugares, las empresas, la familia,… y Cangas del Narcea, que fue su primer dominio y que va a ser al único al que me voy a referir aquí.

Me cuesta hablar de Pepe, porque todavía no me he hecho a la idea de que no estando aquí, en Cangas, no esté en Madrid, en su casa de la calle General Oráa, o de viaje. Nos veíamos poco, en semana santa o en verano, y tampoco hablábamos mucho por teléfono. Pero siempre que apretaba en los contactos del móvil “Pepe Avello”, siempre salía su voz, siempre estaba ahí para facilitarte cualquier cosa que le pedías, fuera lo que fuera.

Pepe era de esa clase de personas que logra que la vida sea más fácil para los demás y que consigue  que la Tierra sea un lugar agradable en el que vivir. Algunas de sus cualidades: gran lector, espléndido conversador y una de las pocas personas que conozco que todavía recomendaba libros y lecturas, hecho que agradezco mucho. También era un buen escritor. Autor de dos novelas: La subversión de Beti García (1984), que fue finalista del Premio Nadal en 1983, y Jugadores de billar (2001), que obtuvo el Premio de la Crítica de Asturias 2001, el Premio Villa de Madrid de Narrativa “Ramón Gómez de la Serna” 2002 y fue finalista del Premio Nacional de Narrativa 2001.

Fue desde muy joven un tipo despierto y observador. En 1960, a los 17 años, ganó el primer premio del Certamen “La realidad económica de España”, organizado por el Frente de Juventudes y al que habían concurrido un buen número de estudiantes de bachiller. Cursaba sexto de bachillerato en el Colegio del Corazón de María, de Gijón. Y el domingo 5 de junio de ese año apareció en el diario Voluntad, editado en esa ciudad, una entrevista que le hizo Daniel Arbesú. Algunas de las preguntas y respuestas de esa entrevista son las siguientes:

– ¿Cuándo has comenzado a preocuparte por la ciencia económica?

– Este curso, ya que tenemos diversas lecciones de economía en la Formación del Espíritu Nacional.

¿Qué es lo que más te inquieta?

– El bienestar de España. Un lógico afán de superación. Por eso titulé mi trabajo con el nombre de “Ansia”. Me gusta la economía por su gran condición humana.

[…]

¿Lees mucho?

– Mucho. Leer es una de mis aficiones.

– ¿Cuáles son esas aficiones?

– Aparte de la lectura, el estudio, el deporte y viajar.

[…]

¿Serán esos tus estudios universitarios?

– Mi ilusión es cursar las carreras de Derecho y Filosofía y Letras.

¿Qué te incitó a presentarte a este certamen juvenil sobre economía?

– El tema y su interés principalmente, y de manera subsidiaria la importancia del premio que me servirá de ayuda para mi próximo viaje al extranjero.

¿Qué viaje es ese?

– Está condicionado a que apruebe dentro de unos días la reválida. Si es así, iré a pasar tres meses por Inglaterra, a un campo de trabajo, y luego a Bélgica, Alemania, Suiza y Francia, para volver a España a cursar el Preuniversitario.

¿Es éste tu primer viaje largo?

– No. Ya el año pasado estuve por el verano en un campo de trabajo, en el Valle de Arán. Fue magnifico aquello; una estupenda convivencia con jóvenes extranjeros de nuestra misma edad. Aprendí mucho allí. El valor del trabajo y de la diversión, el esparcimiento.

[…]

Como economista en ciernes ¿qué crees tú que le falta a esa ciencia?

– Un poco de filosofía en su aplicación humana. Para mí, economía individual, más economía social, dan la perfecta amalgama de lo económico.

– ¿Cómo ves la economía española?

– Al año de la estabilización, ya se están dando los primeros beneficios. La economía actual es como una cuesta empinada, casi vertical, que todos los pueblos tratan de superar.

En esta entrevista ya están esbozados algunos de los intereses que mantendrá durante toda su vida: la lectura, el estudio, el viaje, las relaciones de amistad… Por otro lado, al inicio de la entrevista queda claro que él es natural de Cangas del Narcea.

Pepe, además, era pariente mío. Su padre, Nino, y mi padre, Pepe, eran primos carnales. Sus madres, Mercedes y Flora, eran hermanas e hijas de Manuel Morodo González, natural de Tremao del Couto, y Ramona Álvarez Antón, del Barrio Nuevo y oriunda de Adralés. Él era carpintero y comerciante, y hacia 1870 se estableció en el barrio de El Corral, formando parte de los nuevos pobladores que llegaron a esta villa de Cangas del Narcea a fines del siglo XIX procedentes de pueblos del entorno, de otros concejos próximos o de otras provincias españolas. Eran comerciantes, farmacéuticos, confiteros, médicos, funcionarios, emigrantes retornados de América, fondistas, relojeros, sastres, ebanistas, mamposteros, impresores, herreros, pirotécnicos, etc.

Todas estas personas formaron una sociedad nueva y variada, en una villa que era cabeza de distrito electoral y que estaba más relacionada con Madrid y Laciana que con Oviedo. Una población que tenía una fuerte personalidad, basada, entre otras muchas cosas, en su distancia de la capital de Asturias.

Cuando nació Pepe en 1943 aquella sociedad de sus abuelos ya languidecía. La guerra civil había supuesto un golpe muy duro, sobre todo para algunas familias, y se imponía el silencio. En aquel tiempo, la villa se preparaba para recibir otra nueva oleada de inmigrantes que llegaría a partir de los años cincuenta con la expansión de la minería.

En la villa de Cangas existía una numerosa clase popular en la que sobresalían personajes con una gran personalidad e inteligencia natural. Todavía no había llegado la televisión y predominaba una cultura oral que se desarrollaba en bodegas, tahonas, zapaterías…

“En esos años cincuenta y sesenta –escribe Pepe- aún perduraba en Cangas una cultura oral muy viva y en las barberías, en los talleres de zapatero, en las reboticas y, por supuesto, en las bodegas y en los cafés, se organizaban tertulias espontáneas en las que se cultivaba el arte de la conversación, el sentido del humor y el ingenio. Solían narrarse “historias de Cangas”, anécdotas y “cuentiquinos”, con sus personajes célebres y celebrados, y con sus dichos y expresiones peculiares que quedaban luego en la memoria colectiva durante años”.

En aquellas tertulias se expresaban razonamientos y comentarios, y se contaban historias y situaciones, a veces “inventadas o exageradas”, verdaderamente curiosas e ingeniosas. Como aquella que le ocurrió a una moza de Cangas, que había tenido durante la guerra un novio moro y pasado un tiempo recibió una carta suya. Abrió la carta y no entendió aquello. Se la enseñó a Lito Paneiro, uno de aquellos personajes sobresalientes, y le dijo: -“Esto es música, hay que llevársela a don Lorenzo”. Fueron en comitiva a casa de don Lorenzo, director de la banda de música, y éste les dijo: -“Esto no es música, es árabe”, y la carta nunca se leyó.

Muchas veces oí de pequeño a mi tía Matilde referirse a la “mona de Paneiro”, y siempre pensé que era una leyenda o una exageración. Hasta que leí en El Progreso de Asturias, de La Habana, una “Crónica canguesa” escrita por Gumersindo Díaz Morodo, Borí, en la que daba la noticia de que:

“Pasados doce años en la Argentina, se encuentra nuevamente entre nosotros el popular cangués Pepe Paneiro, siendo portador de una auténtica mona que hace las delicias de la tropa menuda canguesa” (10 de julio de 1923).

Así era Cangas. Una villa no solo peculiar en sus tertulias de bodega, sino en sus manifestaciones más públicas y conocidas, como La Descarga del 16 de julio, que es una de nuestras señas de identidad ¿Puede haber algo más estrambótico que la Descarga? La misma asociación que la organiza era bastante peculiar: una Sociedad de Artesanos de Nuestra Señora del Carmen, fundada en 1903, en la que no había ningún artesano, y que hasta hace unas décadas era una simbiosis entre asociación profana y cofradía religiosa.

A Pepe le fascinaba La Descarga. En su primera novela, La subversión de Beti García (1984), aparece mencionada en las primeras páginas y en 2013, refiriéndose a esta novela, declaraba en una entrevista: “La Descarga era una cosa mítica. Entonces yo dije, pues nada, le doy yo el origen. Y el origen es la celebración de uno mismo”. En la novela se cuenta como un emigrante en Argentina, Baltasar García, envía anónimamente a su pueblo (que es un imaginario Cangas) una cantidad elevada de dinero para invertir en varias cosas. Una de ellas es comprar diez mil pesetas “en cohetería de explosión” y lanzarla al aire el día 16 de julio a las ocho de la tarde y en “un lapso no mayor de seis minutos”. El Ayuntamiento así lo hizo:

“En las ferias, en las romerías de junio, en las bodegas, se murmuraba con asombro de lo que sería la descarga. Muchos decían que se incendiaría el cielo, otros que saltarían todos los cristales de Ambasaguas, que enloquecería el ganado, que se romperían las nubes y llovería a cántaros, que era imposible. Pero lo que fascinaba a todos por igual era que se quemasen diez mil pesetas sin motivo. Aquel dispendio innecesario de casi el valor de una aldea con todas sus fincas, excitaba a la gentes y las hacía participar por primera vez en sus vidas de un sentimiento nuevo y no identificado: el del lujo. Quemar diez mil pesetas les provocaba una sensación contradictoria de congoja y libertad: lo que más les abrumaba era que no servía para nada”.

Con este donativo de Baltasar García –se dice en La subversión de Beti García– “se iniciaba una larga tradición de despilfarro que llega hasta nuestros días, cada vez con más magnificencia, logrando ser en el transcurso de los años la más emocionante y autentica señal de identidad de nuestro pueblo”.

Sobre La Descarga volvió a escribir Pepe, no como escritor de ficción, sino como sociólogo de la cultura. Según él, el ruido y la embriaguez tienen en la fiesta la función de unir a los participantes y superar la segregación social y generacional que caracteriza a la fiesta tradicional: “El paroxismo del ruido es, desde luego, la Descarga del Carmen, que asume todas las emociones individuales y privadas en una sola emoción compartida y resume en esa emoción el sentimiento de pertenencia de toda la comunidad canguesa”.

En ese mundo de Cangas, rodeado de amigos, pasando más tiempo en la calle que en casa, escuchando a tipos curiosos y observando La Descarga todos los 16 de julio, pasó su infancia y primera juventud Pepe Avello. Como era un joven despierto y observador, se impregnó de ese ambiente y supo disfrutar de él enormemente. Con esa sociedad se sentirá estrechamente identificado hasta el final de su vida y esa sociedad aparecerá (imaginada, idealizada, tergiversada) en su literatura, especialmente en La subversión de Beti García. La infancia canguesa era uno de sus referentes vitales y a ella achacaba muchos de sus sentimientos.

En 1990 participó en el jurado del Premio “Memorial Benito Álvarez Castelao”, convocado por la Sociedad de Artesanos para estudios sobre la descarga y las fiestas del Carmen. El premio lo obtuvimos José María González Azcárate y yo. Creo que fuimos los únicos que nos presentamos. Para el libro, que titulamos “La explosión de la fiesta. Los festejos del Carmen en la villa de Cangas del Narcea” le pedimos a Pepe un prólogo. Nos dijo que sí y nos envió uno que no era precisamente una faena de alivio: 17 folios, cargados de ideas, que tituló “El contenido de la fiesta: el ruido y la embriaguez”. Como el libro tardó cinco años en publicarse, volvió a retomar el asunto y a rehacer el prólogo, centrándose en un tema que le interesaba especialmente en ese momento: la identidad. El prólogo definitivo se tituló: “Identidad cultural y fiestas populares”. Pepe se sentía muy identificado con Cangas, pero esa identidad había que matizarla. Su identidad no era excluyente. Cuando él estaba escribiendo esas páginas, en 1991 y 1992, otra vez Europa estaba en guerra y otra vez más la identidad excluyente asesinaba a miles de personas, esta vez en Yugoslavia.

“El fantasma de la identidad social y cultural recorre España (y Europa) en este final de siglo, sustituyendo como problema colectivo a aquel otro fantasma anunciado por Marx y Engels, ahora viejo y decrépito. Son fantasmas opuestos. El fantasma de Marx era universalista y pretendía acabar con todas las diferencias. El fantasma de la identidad nacional, por el contrario, trata de mantenerlas, cuando no de instituirlas. Ambos degeneran con facilidad en el horror y tienen la propensión histórica de convertirse en graves enfermedades”.

A Pepe le horrorizaban la división de “nosotros” y “ellos”, los “fanáticos cultivadores de las diferencias, que ensombrecen cuanto tocan” o “las colectividades que a toda costa se quieren a sí mismas diferentes”, pero no negaba, lógicamente, el sentimiento de identidad, porque él mismo padecía de ese sentimiento en alto grado. Pepe sabía que la identidad cultural, como las generaciones, se renueva continuamente e incorpora materiales y formas incesantes que con el tiempo adquirirán, en la memoria futura de la gente, nueva dignidad y nobleza. “Porque la nobleza no reside en los objetos ni en los usos, sino en los sentimientos de las personas”.

Para Pepe la identidad se afianzaba en dos hechos: el primero, un territorio, que es lo verdaderamente estable y quizás lo que, en última instancia, más contribuye a modelar el carácter de una comunidad, y el segundo, la pertenencia a un grupo en el que se establecen los límites de su individualidad, es decir, lo que cada uno debe al grupo (porque es el grupo el que le da su identidad) y lo que se debe a sí mismo como persona singular. Esto es lo que marca el carácter de la gente y configura su mentalidad: la visión compartida de la realidad, el sistema de creencias y saberes que la dota de sentido, la jerarquía de valores. Todo ello configura una mentalidad colectiva, una cultura, y es ahí donde se alberga la identidad. La identidad de Pepe, como él mismo expresó, se forjó en su infancia en Cangas del Narcea:

“Creo que el lugar que realmente determina de dónde eres es el lugar donde tienes los amigos de la infancia, tus iguales, los pares, y eso a mí me sucedió en Cangas. Y es en esa convivencia, con los amigos más o menos de tu edad, donde se aprenden las cosas más importantes de la vida, todo lo que son las emociones y los sentimientos sociales, es decir, qué es la lealtad, qué es la codicia, qué es la amistad, qué es la ambición, la dignidad…”.

Esta idea la expresó repetidas veces. El prólogo a Glosario cangués termina:

“Nuestra identidad y nuestros nombres no provienen de un documento oficial, sino de una memoria comunitaria, familiar e infantil que nos abarca”.

Pepe solía decir que el mundo es muy grande y que todos lo teníamos que ver desde algún sitio. Él, estuviera donde estuviera, lo veía desde Cangas, su amigo argentino Héctor Tizón desde Jujuy y el gallego Álvaro Cunqueiro desde Mondoñedo.

Uno de los últimos libros que me recomendó fue Los días en ‘La Noche’ (2012), una recopilación de todos los artículos que Cunqueiro publicó en el diario La Noche, de Santiago de Compostela, entre 1959 y 1962. Estaba entusiasmado con la lectura de estos artículos cortos, y creo que estaba entusiasmado porque se veía muy identificado con esos textos en los que Cunqueiro, desde Mondoñedo y rodeado por sus vecinos, habla de todo el mundo, de todos los escritores, de todas las situaciones y de todos los sentimientos humanos. Solo un ejemplo de lo que digo, cogido al azar. En el artículo “Las hoces y el pan” comienza hablando de una novela del escritor alemán Teodoro Storm, pasa a hablar del mercado de hoces para la siega que se hacía en la plaza de Mondoñedo y de los ferreiros de Ferreira Vella que las fabricaban en un mazo. Y dice: “En mi casa de Riotorto tuvimos una criada de Ferreira Vella, una rapaceta quieta, los ojos verdes quietos, una sombra quieta. A los diez días se despidió: – ¡Non me acostumbro! Non sei dormir sin oír los golpes del mazo!”, y acaba el artículo mencionando al escritor francés Louis Aragon.

Cunqueiro, como Pepe, querían comprender su mundo inmediato y el mundo entero, y para eso ascendían hasta las alturas para ver desde lo más alto. Su afán, su objetivo, era entenderlo todo. Así termina la autobiografía que escribió para La Nueva España en 2011:

Durante los últimos 20 años participo activamente en una tertulia de buenos amigos en la que nos reunimos para leer a los clásicos y comentarlos: Homero, Cervantes, Montaigne, Dante, Herodoto, un autor cada año; ahora estamos leyendo a Plutarco, y resulta fascinante comprobar cómo a los antiguos les preocupaban básicamente los mismos problemas que a nosotros y con qué prudencia y sabiduría los abordaron. Pero también tenían vicios y pasiones; como ahora, la crueldad y la bondad siguen en combate en la vida de los hombres y de las sociedades casi de la misma forma. A menudo suelo recordar lo que tantas veces le oí decir a Rompelosas, de Las Escolinas, en mi juventud canguesa. Cuando alguien le reprochaba lo que bebía, Rompelosas solía contestar: «Todos los paxarinos comen trigo y sólo pagan los gorriones». Describe bastante bien lo que nos pasa. Pero nunca llovió que no escampara.

En los últimos años, por ese ansia por entender, disfrutó mucho con la lectura de las “Crónicas Canguesas” de Gumersindo Díaz Morodo, Borí, escritas en las revistas Asturias y El Progreso de Asturias, de La Habana, entre 1914 y 1928, y que se publicaron en el libro Alrededor de mi casa (2009). En ellas encontró noticias que le sirvieron para conocer (comprender) mejor Cangas e incluso la historia de su propia familia.

Ya me he alargado bastante. Voy a acabar mencionando un texto en el que se resume la relación de Pepe Avello con Cangas: la canción del “Tous pa Tous”, cuya letra escribió él y a la que puso música Gerardo Menéndez, y que se escuchó el día del entierro de Pepe en el cementerio de Cangas del Narcea, en Arayón, como última despedida y homenaje. En esta canción hay nostalgia “por marchar y volver viejo”; hay buenos deseos para los cangueses que están fuera y la esperanza del reencuentro: “que nun nos falte de nada / cuando volvamos a venos”; en ella se hace referencia a la necesaria ayuda mutua que garantiza la supervivencia: “recuerda el tous pa tous…pa tous / los de cangas y el concejo / pa que el yo sea un nosotros / allí donde nos hallemos / que la neblina es muy honda…muy honda / más allá de Leitariegos”, y termina mencionando la infancia en una Cangas protectora, en donde Pepe fue feliz y donde se formó su identidad: “habitantes de la infancia…/que nunca acaba…cantemos/ la canción del tous pa tous/en donde quiera que estemos,/si necesitas ayuda…ayuda/si tas solo, si tas lejos…”. El mismo Pepe en una de sus entrevistas dijo: “La infancia es un mundo más o menos ordenado. Lo otro es el salvaje oeste, donde cada uno hace lo que quiere”.

Todos estos sentimientos, por supuesto, no son exclusivos de los cangueses, ni de nadie, son comunes a todos los seres humanos y a todos los tiempos. Lo que pasa es que Cangas, como dijo Pepe en una de sus entrevistas, “es el lugar de donde yo soy”.

Juaco López Álvarez


Texto preparado para leer el día 23 de abril de 2015 en la Librería Treito, de Cangas del Narcea, en un homenaje a Pepe Avello.

Las fuentes de información para escribir este artículo han sido las siguiente: la entrevista “José Avello, escritor” por Javier Morán en La Nueva España, 2011; la entrevista “José Avello: la ambición y el sosiego” por Cristóbal Ruitiña y Alfonso López Alfonso en Clarín, n º 109, enero-febrero de 2014, págs. 33-39, y la entrevista realizada por estos mismos en La Maniega, nº 197, payares-avientu de 2013. Los prólogos escritos por Pepe Avello en Juaco López Álvarez y José Mª González Azcárate, La explosión de la fiesta. Los festejos del Carmen en la villa de Cangas del Narcea, 1997 y Paco Chichapán, Glosario cangués, 2003.


José Avello, la ambición y el sosiego

El escritor cangués José Avello Flórez

En el último número de la revista Clarín (nº 109, enero-febrero 2014) se publica una entrevista al escritor José Avello Flórez (Cangas del Narcea, 1943 – Madrid, 2015) realizada por Cristóbal Ruitiña y Alfonso López Alfonso; los tres son cangueses.

En dicha entrevista, José Avello repasa su trayectoria literaria y ofrece datos para la historia de la independencia de Guinea y su conflictiva relación con la antigua metrópoli.

Podéis leerla y descargarla aquí:

José Avello, la ambición y el sosiego

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José María García Aznar (Cangas del Narcea, 1882 – La Arena, 1942), sacerdote y novelista

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El presbítero cangués José María García Aznar hacia 1932.

Nace en Cangas del Narcea el 29 de mayo de 1882. Su padre, don Higinio García González-Regueral era militar, y su madre, doña Rosita Aznar Martínez procedía de una familia de Luarca y era prima de la mujer de don Severo Ochoa, el Premio Nobel de Medicina. Parece ser que su primera vocación era la castrense, tal como aparece en algunas biografías, y que no pudo seguir debido a una ligera cojera ocasionada por un disparo en la rodilla de un sobrino a quien se le disparó un arma.

Estudia la carrera eclesiástica y parece ser que también hizo estudios de magisterio. Se ordena sacerdote con otros cincuenta y ocho en 1906 (Antonio Viñayo, El Seminario de Oviedo, pág. 235).

En 1907 es destinado como capellán en El Pito (Cudillero) y coadjutor «ad nutum», es decir sin que hubiera plaza. Tres años después, en 1910, es nombrado por el marqués de Muros, de quien su madre era pariente, párroco de Ranón y de su filial de La Arena (Soto del Barco), puesto que era una parroquia de Patronato. Con él vivía una muchacha de servicio llamada Lucinda. Recorría a caballo las parroquias de Naveces, La Corrada y Ranón. Vivía en Ranón en una casa del marqués que él adaptó para rectoral, hoy completamente restaurada, y el coadjutor residía en La Arena, donde está hoy la rectoral. En ella se hacía el samartín o matanza, que curaban en el bajo. Para llevarlo a cabo venía gente de Cangas del Narcea a ayudarles. También colgaban de los pontones, atadas con un hilo, las manzanas de mingán. Tenían una vaca llamada «Perla». Parece ser que durante algún tiempo estuvo encargado de la parroquia de La Corrada. Uno de sus coadjutores fue don Porfirio Gutiérrez, párroco durante muchos años de Pillarno (Castrillón), dos temperamentos que no se llevaban, pero poco antes de morir Aznar lo trasladaron para Escoredo, de modo que ya no estaba allí cuando murió Aznar. Creo que fue poco antes de 1910 cuando la iglesia de La Arena estuvo en entredicho por mala avenencia entre cura y coadjutor, aunque desconozco las razones ni quienes eran éstos.

Fue el promotor del Sanatorio Quirúrgico de San Juan Bautista de La Arena, al frente del cual estuvo el especialista de corazón y pulmón, a la vez que cirujano, don Francisco Torrado, de Oviedo. Había dos ayudantes médicos, uno fue don Francisco Combarro. En este Sanatorio se atendía a los pescadores de Cudillero, San Esteban de Pravia y La Arena, dependiendo del Pósito o Rula de Pescadores de esta localidad del que don José fue durante un tiempo Presidente.

Sobre su odisea durante la persecución religiosa de 1936 da fe el testimonio de su coadjutor don Manuel Fanjul de la Roza, recogido por A. Garralda:

“El párroco de Ranón, don José María García Aznar, y un servidor habíamos estado presos dos meses antes del 18 de julio, seguido del triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero. Primero en la cárcel de Soto del Barco, en donde querían entrar con barras a matarnos; ante el peligro, nos trasladaron a la de Avilés, coincidiendo con don José Arenas, párroco de Riberas de Pravia, donde también nos quiso asaltar la chusma; y finalmente a Gijón, en varios autocares, porque la autoridad preveía el peligro y buscaba nuestra mayor seguridad. Sólo estuvimos diez días en la cárcel. Pero fue una buena experiencia.

Por eso, en cuanto me di cuenta de que en San Esteban de Pravia había huelga general por el levantamiento de África, levanté el vuelo. A sabiendas de lo que nos esperaba huimos por el monte el párroco (J. M. G. Aznar) y yo a Pravia. Si me quedo un día más, me enganchan y me hubieran matado. Oí decir que habían ido hacia los límites con Galicia en busca de ambos, cuando nos tenían bien cerca en Pravia.

Una vez en Pravia nos reunimos José Arenas, Luis Muñiz y Ramón García González, sacerdotes. Les propuse coger un coche y marchar a Portugal. No hubo manera de ponerse de acuerdo. Cada uno fue por su lado…”(Ängel Garralda, La persecución religiosa del clero en Asturias. II. Odiseas, Avilés 1978. págs. 270-271).

Al habla con don Manuel Fanjul me dijo que don José Mª García Aznar quedó escondido en Pravia con el párroco de dicha villa hasta que, meses después, fue liberada la zona, regresando de nuevo a su antigua parroquia de Ranón.

La Iglesia parroquial, de la que aún quedan unos muros, está en ruinas en una pequeña campa propiedad del Obispado.

Acaso debido a la presión psicológica que sufrió durante los años de persecución de la Guerra Civil y el fuerte temperamento que tenía, su carácter se fue haciendo más duro siendo al mismo tiempo víctima de una especie de manía persecutoria que le hizo poner casa en La Arena. Luego no cesó hasta que le nombraron presidente de la Rula de Pescadores. Había en La Arena un médico, apellidado Arana, que influía enormemente sobre la juventud y con quien estaba seriamente enfrentado. Pero el problema que le llevó a la muerte el 18 de junio de 1942, pocos días antes de la fiesta patronal de La Arena, fue que, debiendo enfrentarse por cuestiones de un paso frente a la iglesia, con el alcalde de La Arena, don Nicanor Suárez, no encontró respaldo ni por parte de compañeros, al parecer aquella noche había acudido a la rectoral a ver a don Maximiliano, ni de la jerarquía quienes juzgaban que la cosa no era para tanto. Por lo visto sí lo era…

De su vocación literaria dan fe las diversas colaboraciones en diversos periódicos y revistas, como Las Libertades, de Oviedo, en su primera etapa, Región (Oviedo) y la revista Covadonga. Publicó tres novelas de ambiente asturiano: ¡Allá… junto al mar!, Oviedo 1930; En medio del mar (con portada del pintor García Sampedro), Oviedo 1932 y Confinado, Oviedo 1934. Pero nos consta que dejó inéditas otras: Garras del Vilano -posiblemente la misma que aparece como «Vilanos inmorales (en preparación)» en la novela En medio del mar- y El señor de Muros, en la que atacaba por lo visto a su propia familia. Cerca del mar y Garras de Vilano, que aparecen anunciadas como obras en preparación en las contraportadas de En medio del mar y Confinado, son obras que posiblemente echó al fuego la noche de su muerte, pues su hermana Maruja me dijo que la víspera de su trágico final se había pasado toda la noche quemando papeles en la cocina.

De sus primeras obras hace el escritor Armando Palacio Valdés el siguiente comentario:

«… un léxico escogido y rico, de un selecto y correcto castellano. Una dicción suelta, galana, gaya, elegante; unas escenas donde palpitan llenas de vida, las virtudes y pasiones, querencias odios y amores expuestos con muy finos recatos, sin desparpajos, pero sin ñoñerías. Una trama llevada siempre con acierto… con ingenio, con interés, sin que los protagonistas se salgan ni un instante de su carácter, sin forzar las situaciones…».


Por José Manuel Feito Álvarez


José Avello Flórez (Cangas del Narcea, 1943 – Madrid, 2015), escritor

Pepe Avello, en su domicilio de Madrid, durante la entrevista con La Nueva España

Nacido en Cangas del Narcea en 1943, el escritor y profesor José Avello Flórez, «Pepe Avello» o «Pin Estela», descubrió en Oviedo a comienzos de los años sesenta un mundo universitario y cultural propio de «una ciudad muy atractiva y abierta a las iniciativas de cualquiera». Antes de llegar a la capital del Principado, Avello había pasado su infancia y adolescencia en Cangas y Gijón, donde estudió en el Colegio Corazón de María bajo un intenso programa religioso que lo conduciría, mediante discusiones con sus amigos cangueses, al «interés por entender». Con ese ánimo, aunque cursó Derecho, asistió en Oviedo a las clases del filósofo Gustavo Bueno, a la vez que realizaba numerosas actividades de teatro o poesía. También militó en la FUDE (Federación Universitaria Democrática Española), un sindicato clandestino de estudiantes, e ingresó después en el Partido Comunista. Sin embargo, algunas decepciones y la percepción de que «la política no solucionaba los problemas de la gente» lo llevaron a abandonar el partido. «La dictadura no podía tragarse, pero dejé la militancia», evoca Pepe Avello en estas «Memorias» para La Nueva España.

Antes del abandono de la militancia, un aviso del Gobierno Civil de que iba a ser detenido lo obliga a marchar a Madrid, donde continúa Derecho en la Complutense. Después, «entró África en mi vida de un modo en principio colateral». Avello hizo la mili «en el desierto, en El Aaiún», y al volver en 1968 a Madrid tiene la oportunidad de incorporarse como gerente en Guinea Ecuatorial de una empresa francesa de obras públicas. Guinea acaba de obtener la independencia de España y el asturiano vive los conflictos de la época: «La locura de Macías o la huida de los españoles después de que la Guardia Civil ocupase el país por un conflicto con la bandera española». Avello recuerda de aquella etapa que «fue el resultado de la peor política que podía haber llevado España, que estaba en la inopia».

A principios de 1971, Avello, su mujer, Matilde Gonzalvo, y su hijo Jasón regresan a España. Él trabaja entonces de directivo en una empresa de producción industrial, pero «me veía a mí mismo como escritor y hacia 1975 decidí que me iba a dedicar a la literatura; me despedí y me senté a escribir, pero no escribía nada». Desarrolla entonces otras actividades en las editoriales Alianza y Akal y frecuenta la vida cultural madrileña. «Hice muchos amigos, gente del cine, sobre todo, como Marisa Paredes, Carlos Rodríguez Sanz, Álvaro del Amo o Augusto Martínez Torres». Al mismo tiempo, «tenía una idea confusa de lo que quería escribir, pero pensaba que tenía que ser la mejor obra; me salieron más de 1.000 páginas».

Pasaron después «ocho o nueve años, hasta que renuncié a hacer una obra maestra». Una vez depurada, la novela se tituló «La subversión de Beti García» y fue finalista del premio «Nadal» de novela en 1983.

Una «casualidad completa» lo condujo entre tanto a la Universidad. «Ramón Akal me dio un libro para que lo corrigiera, y era «La mediación social», de Manuel Martín Serrano, al que yo ya conocía porque había sido compañero de colegio de mi primo José Manuel Álvarez Flórez». Martín Serrano acababa de obtener la plaza de agregado universitario y le ofrece a Avello «venir de profesor a Ciencias de la Información en la Universidad Complutense». El escritor asturiano será durante diez años profesor de Teoría de la Comunicación y, después, de Sociología de la Cultura en la Facultad de Bellas Artes. Por el medio funda la revista literaria «Estaciones», en la que comparecen numerosos autores argentinos que había tratado durante un viaje a ese país en 1973. De la docencia se retiró el pasado septiembre, pero con la condición de emérito sigue dirigiendo tesis doctorales en la Complutense. En 2002 obtuvo el premio «Villa de Madrid» de narrativa con la novela «Jugadores de billar», ambientada en los años noventa en un ficticio café Mercurio de la calle Mon de Oviedo, la ciudad que tanto lo marcó de joven.

Entre el Juzgado y América

Pepe Avello, en su domicilio de Madrid, durante la entrevista con La Nueva España

«Nací en Cangas del Narcea en 1943. No conocí a ninguno de mis cuatro abuelos, que habían muerto antes, pero sí a una bisabuela, Concha Azcárate. Mi abuelo Manuel Avello fue secretario del Juzgado municipal de Cangas. Hace poco que pude consultar una crónica de un periódico de la época, el «Asturias», que se editaba en La Habana. En él el periodista Gumersindo Morodo, que firmaba como «Borí», escribe en 1917 que mi abuelo había aprobado las oposiciones en Madrid. Los Avello son una familia de Cangas desde hace muchos años. En una ocasión, el periodista Manuel Avello, que no tenía parentesco conmigo, me explicó que los Avello de Asturias provenían de una misma zona, entre Barcia y Luarca, y que él había localizado una casa solariega antigua de donde provenía el apellido. Mis abuelos maternos, los Flórez López-Azcárate también son nacidos en algunos pueblos del entorno de Cangas. Estos Flórez fueron emigrantes, como tantísimos asturianos emigrantes. Se fueron a América y, de hecho, mi madre nació en Santo Domingo. Mi tío Gil estuvo en México y a mi tío Pepe, por el que yo llevo el nombre, lo llamaban «El Habanero», aunque no había nacido en La Habana, sino también en Santo Domingo. Mi abuelo materno, Joaquín Flórez, parece que fue un hombre que se enriqueció y arruinó varias veces con negocios en América, y de él también hay una noticia en estas crónicas del periódico «Asturias» en la que se cuenta que en 1917 o 1918 hace un embarque de frutos secos, castañas, avellanas, desde el puerto de Gijón con destino a La Habana. Un cargamento que le debió de salir muy mal porque parece que los frutos secos se estropearon y pudrieron en el barco. La familia se estableció más tarde en México, donde todavía se vivía el final de la revolución mexicana. Mi abuelo se dedicaba a viajar y en la familia cuentan una historia, quizás idealizada, de que él estaba fuera, en Veracruz. Mientras, su esposa, mi abuela, Mercedes López Azcárate, estaba acompañada por una hermana suya, de 19 años, que la ayudaba, y por sus cinco o seis hijos pequeños. Mi abuela se pinchó con una planta y contrajo una septicemia, de la que murió con 27 años. Entonces aquella chica de 19 años, mi tía abuela Lola, tuvo que pedir la repatriación con toda la familia y vuelve a Cangas, donde mi madre y todos sus hermanos son criados por la bisabuela Concha, que los acoge como huérfanos en su casa. De mi abuelo apenas se volvió a tener noticia: volvió del viaje, se encontró con que su esposa había muerto y la familia estaba de regreso en España. Parece que escribió algunas cartas y murió al poco tiempo».

Cangas: protección y aventura

«La bisabuela Concha era la dueña de la casa y de las fincas porque con el dinero que mandaba la familia desde América había comprado bienes, entre ellos esa casa de Cangas, al lado del Ayuntamiento, donde después pusieron una fonda. El edificio todavía existe. Pasé en Cangas toda la infancia, hasta los 12 años. Mis padres eran Benigno Avello y Estela Flórez, y a mí me conocía mucha gente como Pin de Estela. Ella tenía un estanco en el centro del pueblo, en la calle Mayor. Una de las cosas que me marcó el carácter son esos años infantiles, en los que aprendes lo que es la lealtad, la amistad con tus iguales, que son todos los del pueblo. En esos años cuarenta, primeros cincuenta, el pueblo entero era una especie de extensión de la casa, es decir, que andabas con una cierta seguridad por el pueblo o por los montes de alrededor. Los juegos infantiles eran a veces las batallas a pedradas, pero sobre todo eran juegos de competición, cuando tocaba la época de las chapas, de las bolas o de jugar a las espadas. Todo ello producía una sensación de universo completo, de que ahí se acababa el mundo. Por otro lado, era una experiencia muy enriquecedora y toda la gente de mi generación, los que fueron a la escuela pública conmigo, los amigos de la primera infancia, siguieron siendo amigos toda la vida. Los amigos eran una especie de extensión de la familia, que en sí misma era muy grande. Tenía montones de primos, tanto por los Avello, que eran nueve o diez hermanos de mi padre, como por los Flórez, siete u ocho hermanos, de modo que yo tenía 30 o 40 primos de mi edad más o menos. Yo, que era el pequeño, tenía además a mis dos hermanos mayores y una hermana. El clan familiar te daba una sensación de protección, de seguridad y, al mismo tiempo, de aventura; y la aventura eran los otros, era que había que jugar a las bolas y ganar y aprender los valores fundamentales. De mi infancia puedo decir que fue muy feliz, pero más que feliz yo diría que la infancia es ese período de intensidad emocional en el que los amigos, sean por los aprecios o los menosprecios, tienen un grandísimo valor».

No transmitir el trauma

«La Guerra Civil había dejado huella en la familia. La parte de mi padre quedó muy machacada. Mi padre, como mi abuelo, era secretario del Juzgado de Cangas, y sus hermanos César y Noé también eran oficiales del Juzgado, el primero en Oviedo y el segundo en la misma Cangas. En la guerra, a otro tío mío, Manolín, lo fusilaron en los primeros meses sólo por ser funcionario. Otros dos hermanos de mi padre, Abel y Moisés, fueron a la guerra. Abel se mató en el frente, en una moto, y Moisés estuvo exiliado en Francia toda la vida. Por los Flórez, mis tíos Joaquín y Pepe «El Habanero» estuvieron en la cárcel y salieron después de la guerra. Era gente más o menos liberal. Sin embargo, la guerra no era algo de lo que se hablase en casa, es decir, que mi padre nunca la mencionó. Creo que eso fue muy general en toda España y en Asturias: no transmitir ese trauma fortísimo que fue la Guerra Civil a las otras generaciones, pero luego te vas enterando de ello a medida que pasan los años. El silencio sobre la guerra se nota sobre todo en los pueblos, porque queda muy marcada la gente: quiénes estuvieron, quiénes denunciaron, quiénes hicieron qué».

Gasóleo y malas carreteras

«En Cangas no había instituto de enseñanza, pero sí una academia que llevaba un maestro, don Alberto Andreoloti, junto con sus hijas María Isabel y Finita, que estaban recién tituladas como maestras. Los pocos chavales que continuábamos con los estudios éramos los de esta academia o los que se habían ido al Colegio de los Dominicos o a los Jesuitas de Gijón. Estudié así los dos primeros años de Bachillerato e íbamos a examinarnos al Instituto de Oviedo, en aquellos Alsas que empleaban en el viaje cuatro horas y media o cinco. El viaje era terrible y te mareabas por aquellas carreteras, con el olor a gasóleo además. Recuerdo la primera vez que fui a Oviedo, que debió de ser a una boda o algo así, y luego me llevaron a Gijón, a ver el mar. Debía de tener yo unos 7 años y lo que me impactó de Oviedo al llegar fue el olor, un olor que yo no sabía cómo identificar, como de hollín. Tal vez todavía existía el alumbrado de gas, que dejaba un olor que la gente de la ciudad no distinguía y que, sin embargo, al llegar de un pueblo de fuera, del aire limpio, era muy impactante. Me impresionó tanto aquello que después tuve identificado a Oviedo por ese olor. Cuando acabé segundo curso de Bachillerato en Cangas fui a examinarme en septiembre de una asignatura que me quedaba y en ese momento nos dieron la noticia de que se había muerto el pobre de don Alberto, el profesor de la academia. Entonces me buscaron colegio y fui al Corazón de María en Gijón, porque una prima mía mayor vivía allí cerca del Colegio de los Claretianos. A esta prima, Zita Avello, la quise muchísimo y es una especie de matriarca de los Avello, la mayor que queda de aquella generación».

Discusiones sobre religión

«En el Corazón de María pasé la adolescencia, hasta sexto de Bachillerato, durante cuatro cursos. También es una época que toda la vida he recordado y hasta hace poco podía reproducir los nombres de mis compañeros de clase y cómo estábamos sentados en el aula. Es un sentimiento emocionalmente muy gratificante y muy fuerte, pese a que no volví a coincidir después con ellos, excepto con Mariano Antolín Rato o algún otro compañero que estudió Químicas en Oviedo. Fueron años muy intensos de adolescencia, con la crisis religiosa que se iba mezclando con las vacaciones en Cangas, donde tenía discusiones sobre religión con los amigos y, sobre todo, con mi primo Cote Álvarez Flórez, dos años mayor que yo. A mi primo siempre lo he admirado, pero en esos años lo hice con una intensidad especial porque a sus 13 o 14 años ya era un artista completo: era un dibujante magnífico, hacía tallas de madera o dibujaba cómics con una gran facilidad. Y además era un extraordinario poeta. De hecho, yo siempre supe de memoria más poemas suyos que míos. José Manuel Álvarez Flórez vive en Barcelona y ha publicado libros que son una combinación entre novela y relato fantástico, en una prosa con mucha fuerza. Y también publicó relatos sobre lo que denominó los «astures celestes», muy interesantes. Leíamos los Evangelios y discutía sobre religión con Cote, con Umberto o con otros amigos. El poso que quedaba de aquellas discusiones era el interés por entender, algo que se produjo un poco antes de que llegara yo a la Universidad. En el Corazón de María de Gijón había tenido mucha presión religiosa, en el sentido de presencia única de la religión, sobre todo durante los dos primeros años, en los que yo fui muy místico, de comunión diaria. Recuerdo haber hecho cálculos en un diario que llevaba en aquella época de colegio y muchísimos días los internos escuchábamos dos misas, más el rosario. Comíamos y cenábamos en silencio y se leían libros sagrados o alguna novela en el refectorio. O sea, que teníamos una especie de disciplina monacal. Ya digo que era interno, y en una época en la que había que llevar el colchón de casa, con las sábanas, y los cubiertos. La situación era penosa, aunque luego el colegio fue mejorando y ya ponía los colchones. Fueron tiempos de mucha disciplina, de cantar el «Prietas la filas», de acudir al izado de la bandera y de la imagen de un cura con el brazo levantado, que a mí se me hizo chocante. Y la religiosidad estaba muy cosificada, muy ritualizada, de forma que en seguida, con un poco de espíritu que tuvieras, te ibas a rebelar contra aquello. Eran años inquietos y ya digo que discutíamos sobre religión en Cangas, con Cote o con Paco «Chichapan», Francisco Prieto, amigo de toda la vida. Chichapan era el apodo de la familia por ser panaderos desde su bisabuelo. También discutíamos de política y de poesía. Paco era un gran lector de Neruda y yo pasaba mucho tiempo escribiendo poemas, muchos ripios, y casi me salía el pensamiento en sonetos. Más tarde, en el primer o segundo año en la Universidad de Oviedo gané un premio de poesía».

Derecho y Filosofía

«Había estudiado el Bachillerato de Letras, pero cuando llegué al Preuniversitario en el Corazón de María no había profesor de Griego, asignatura que hasta entonces nos había dado el profesor de Latín, más o menos a trancas y a barrancas. Y como sólo éramos tres de Letras suprimieron el PREU de Letras y ese curso me fui a estudiar a los Dominicos de Oviedo, donde estaba el padre Basilio, que era de Cangas y me facilitó poder entrar allí. Por las Letras me había inclinado desde cuarto de Bachillerato, pero decidí hacer Derecho, sobre todo, por entender un poco el mundo de la política y el mundo de la sociedad. De todas formas, asistí por libre durante dos cursos a las asignaturas de Filosofía de Gustavo Bueno. Mariano Antolín Rato estudiaba Filosofía y como éramos muy amigos yo hice los cursos con Bueno, con quien entablamos una cierta relación y entramos en un mundo de pensamiento distinto. En la Universidad también tuve desde muy pronto mucha actividad.

Poesía pura contra social

«En aquellos comienzos de los años sesenta había también inquietud política, que era verdaderamente una inquietud crítica a causa de un sentimiento de falta de libertad. A mí lo que verdaderamente me interesaba era la literatura, el teatro, la poesía, pero lo político estaba presente en todo el ambiente cultural, de manera que la poesía o era poesía social o parecía que no era nada. Le teníamos manía a Juan Ramón Jiménez, pero a la vez había otros que estaban más en ese lado de la defensa de la poesía por sí misma, de la poesía pura. Yo no sabía quién era Borges y hay una conversación con Andrés de la Fuente que no se me olvida. Discutíamos en una ocasión en el patio de la Universidad acerca de poesía y de poesía social y me dijo: «El verdadero poeta es Borges», cosa que yo apunté muy bien para enterarme. Andrés de la Fuente se hizo abogado y se casó con la escritora Carmen Gómez Ojea, y era un buen poeta entonces; escribía y no sé si siguió haciéndolo porque yo le perdí la pista. Era un buen poeta y desde luego no estaba para nada con los de la poesía social, mientras que en eso yo era bastante militante. Pero, aunque esto de la política era bastante ingenuo, me dediqué mucho a ello en medio de todas las actividades que realizaba».

Bienvenida en el teatro

«Empecé haciendo teatro y recitales de poesía y conocí a gente entonces muy interesante para mí. Fue el descubrimiento de todo un mundo. En aquellos años la Universidad de Oviedo tenía aquel espacio que compartíamos Derecho y Filosofía, en el edificio de la calle de San Francisco. Un espacio impagable en que te encontrabas también con gente de otros cursos. Allí conocimos a Juan Cueto, con quien entramos en contacto y creamos la FUDE en Oviedo, la Federación Universitaria Democrática Española, que era una especie de sindicato de estudiantes. En una ocasión vino a vernos a Oviedo Nacho Quintana, que era íntimo amigo de Juan y estudiaba en Madrid, donde ya estaba militando en la FUDE y en el «Felipe» (Frente de Liberación Popular). Juan Cueto me lo presentó y fue el contacto para fundar la FUDE en Oviedo. Después del «Felipe», Nacho Quintana estuvo en el Partido Comunista y en el movimiento de barrios de Madrid. Pero en la Universidad había mucho más. Estaba Carlos Álvarez Novoa, el actor, que era director del TEU (Teatro Español Universitario); o Luis Fernando Amor, el pintor, que ahora vive en Santo Domingo. A Mariano y a mí en seguida nos dan la bienvenida al TEU. Allí estaba Chus Quirós, o Celso García. Lo recuerdo porque en el primer año de Universidad fui al Colegio Mayor San Gregorio, del que era director Zulayca, con el que tenía una relación porque él estaba casado en Cangas. En el colegio traté de hacer una revista que se iba a llamar «Novilunio», Luna nueva. Luego la cosa no fue adelante, pero me acuerdo de que entré en contacto con Celso García, que era de Navelgas y un magnífico escritor de cuentos. Al escribir él solía decir: «Es que se me sube la fiebre». También andábamos con Juan Cueto, su esposa, Rosa Corugedo, y el hermano de ésta, Fernando Corugedo. Desde el punto de vista literario, yo creo que Fernando era el más preparado. Igualmente, con los años siempre me he dado cuenta, aunque ya entonces lo percibía, que de aquella época el que tenía más fundamento, el que más había leído era Juan Cueto, y también Vidal Peña, que era un pelín mayor. Quedé admirado cuando Juan y Rosa volvieron de Argelia y estuve viendo en su casa la biblioteca, que tenía precisamente aquello que yo trataba de buscar para leerlo. Era lo más al día que se podía estar en semiótica, en análisis del cine, etcétera».

Recitales llenos

«Oviedo en sí misma era una ciudad muy atractiva, con actividad cultural intensa y, sobre todo, porque estaba abierta a iniciativas que cualquiera pudiera emprender. Por ejemplo, algo que me pregunto es cómo pude llegar a ser vicesecretario del Ateneo de Oviedo. Y fue porque tenía iniciativas y quería hacer teatro. En el Ateneo organizamos un aula de teatro, un aula de cine, que la llevaba Juan Cueto, y un aula de poesía, que la llevaba yo para hacer recitales, y teníamos unos llenos impresionantes, por ejemplo, en un recital sobre Lorca y Miguel Hernández. En el Ateneo hubo unas personas a las que yo no volví a ver, pero que me parecen dignas de encomio: el secretario era Ricardo Balbín, que creo que era funcionario del Ayuntamiento de Oviedo, y el presidente era el doctor Estrada. También era vocal de la junta directiva y venía a las reuniones don Pedro Masaveu, siempre vestido de una manera impecable. Yo tenía 20 años y asistía a esas reuniones; te aceptaban las propuestas y así me nombraron vicesecretario. Hacíamos teatro y recorríamos Asturias. Estaba Linos Fidalgo, locutora de Radio Asturias y entonces novia de Carlos Álvarez Novoa; y con Carlos Rodríguez, también locutor, y Mari Carmen Manzanal. Y actuaba Pedro Civera, el actor que ahora tiene una compañía de teatro».

Artes de enredo

«La mucha actividad daba lugar a que tenías muchos contactos y de ellos siempre salían cosas muy gratificantes. Recuerdo algunas noches en las que estábamos en el Tívoli un rato, jugando a los dados, y luego subíamos hasta La Nueva España, para pasar un rato de tertulia en la redacción. Allí estaba Juan Ramón Pérez Las Clotas, que respaldaba a todos los que tuvieran alguna iniciativa cultural. Y también estaba Chano García, uno de los periodistas de la generación joven de la época. Y, además de todo aquello, estaba la actividad política en la FUDE. Pero llevé una enorme decepción porque terminé entrando en el Partido Comunista. No había leído a Marx, ni tenía idea de la teoría de plusvalía, ni nada semejante, y la entrada en el PC era sólo por un sentimiento de libertad, porque uno sentía un poco el régimen como humillante: todo estaba prohibido. Mariano Antolín Rato vino a estudiar a Madrid en tercer curso y yo me quedé estudiando en Oviedo. En una ocasión me llamó: «Ven a Madrid que queremos decirte algo». Me vine y me presentó a Santiago González Noriega, una de las personas más brillantes que he conocido, muy culto, un filósofo. Noriega me enredó literalmente para entrar en el PC, y digo que me enredó porque lo hizo utilizando artes como la de preguntarme: «¿Tú lo que quieres es ser notario?». Así, mi entrada en el PC fue una cosa más personal que ideológica. Yo no era marxista en absoluto; es más, a las pocas semanas, Santiago González Noriega se salió del PC escindiéndose con una facción todavía más de extrema izquierda».

Desconexión humillante

Pepe Avello, en su domicilio de Madrid, durante la entrevista con La Nueva España

«Después del viaje a Madrid volví a Oviedo y le conté a Juan Cueto o a Roberto Merino que había entrado en el PCE. En Madrid me había dicho que un enlace se pondría en contacto conmigo y ese enlace resultó ser Feito. Seguimos en la FUDE, pero éramos también del PCE. Y sucedió una cosa muy decepcionante: hubo una de las huelgas de mineros e hicimos una recolecta de dinero en la Universidad, pero el partido nos desconectó completamente a los estudiantes de todo lo que estaba pasando. Nos dijeron que entregásemos el dinero a alguien de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) o de la JOC (Juventud Obrera Católica), porque parece que el PCE había entrado en esas organizaciones. A mí me pareció bastante humillante porque desconectarnos significaba que nosotros con la rama obrera y con el tronco principal del partido no teníamos ningún tipo de relación. Un buen día de 1964, hacia marzo, se presentan de repente mi padre y mi hermano Jorge en Oviedo, sin avisar (mi padre nunca se movía de Cangas), y me dicen que algún conocido del Gobierno Civil les había dado un aviso: que me iban a detener. Al saberlo, mi padre se había comprometido con quien le había contado aquello a que yo dejaba Oviedo. «Vas a Salamanca o Madrid», me dijo. No sé muy bien por qué podían detenerme y mi padre ni sabía si yo militaba o no militaba, aunque sospechaba. Pero ésa fue la razón de venirme a Madrid a continuar la carrera de Derecho».

En el sorteo de África

«Mientras tanto, todos los veranos salía al extranjero. En sexto de Bachillerato ya había ido a un campo de trabajo en Inglaterra y después pasé varios veranos en París y en Suecia. Hacía autoestop por toda Europa, de manera que me movía bastante, veía a gente, y en París, sobre todo, a gente de izquierdas o del PCE. En Madrid ya estaba mi amigo Mariano Antolín Rato, que había venido el año anterior, y nos fuimos a vivir a una pensión. Para mí fue un cambio importante con el estilo de vida de la gran ciudad. La Universidad la frecuentaba más bien poco, nada más que para exámenes. Fueron años de conocer a gente, de entrar en otro tipo de valores y, sobre todo, de abandono completo de la política. Hubo un momento en el que me pareció que la acción política no solucionaba los problemas vitales de la gente y entonces yo ya no era un adolescente, sino que tenía 21 años. Salí del partido. Por supuesto, la dictadura no se podía tragar, pero dejé la militancia. Traté más con Santiago Noriega y con Mariano Antolín, y con viejos amigos de Cangas que vivían en Madrid. Fueron dos años de transición hasta que me pasó una cosa: que entró África en mi vida de una manera, en principio, colateral. Había renunciado a las milicias universitarias porque me habían informado mal: que no me admitirían debido a las fichas policiales. Luego resultó que personas muchísimo más comprometidas que yo hizo las milicias e incluso salieron de oficiales. Entré en el sorteo puro de la mili y me tocó el Sahara, en el desierto del Aaiún, durante año y medio. Regresé en 1968 a Madrid y un amigo, Francisco Cortina, nos consiguió a Mariano y a mí un trabajo en Salvat, de tres o cuatro horas por las tardes. Sacaba un dinero y la verdad es que la cosa del dinero siempre la tuve bastante resuelta. Cortina me volvería a ayudar tiempo después. Quico Cortina siempre fue una solución».

La peor política

«Ese año, por una pura casualidad, una conocida de una amiga me puso en contacto con una empresa francesa de obras públicas que iba a construir el puerto de Guinea Ecuatorial. El país había obtenido la independencia de España y al gerente de esa empresa, un español, lo habían expulsado. Vi aquello como una nueva aventura en África y me presenté a una entrevista con el director francés. Buscaban a un español que supiera bien francés, y el Derecho también ayudaba al perfil. Yo no había llevado nunca una gerencia, pero aquel francés debió de confiar más bien en el aplomo personal. Un mes después, en noviembre, estaba en Guinea. Al llegar, reclamé que mi novia, Milagros Gonzalvo, que acababa de terminar Económicas, se viniera conmigo; pero las leyes de la colonia prohibían la entrada de mujeres solteras, así que nos tuvimos que casar por poderes y ella llegó a Guinea en enero. Nos tocó todo el problema de Macías, la ruptura con Madrid y la huida de los españoles. No podía haber sido peor la política del Gobierno franquista con Guinea. Estaba en la inopia. Al ser independiente, Guinea tenía que pasar a depender de Asuntos Exteriores, pero Carrero Blanco, que tenía intereses personales, la mantuvo también en Presidencia, en plazas y provincias africanas… o sea, que dependía de Carrero y de Castiella. Primero organizan partidos políticos, que en España estaban prohibidos; después una Constitución, que aquí no había. Todo de cara a la ONU, pero encima les sale mal porque organizan unas elecciones y las gana el candidato que les es contrario, Macías, que era un hombre medio loco. Nada más había que escucharle en los discursos que daba en la plaza: repetía y repetía las frases; hablaba contra los madereros, luego de los madereros españoles y a continuación de los madereros españoles y blancos. Era una tensión brutal».

Pánico en Bata

«Y hubo el incidente estúpido de la bandera que Macías quiso retirar del consulado, de las dos de España que había. El cónsul, un poco zoquete, dijo que era una cuestión de honor de la patria y Macías mandó unos soldados y la quitaron, así que la Guardia Civil salió del cuartel y tomó la ciudad de Bata dejando a la Guardia Nacional guineana encerrada en su propio cuartel. A las dos horas llaman de Madrid y preguntan qué es aquello, porque se suponía que la Guardia Civil estaba allí para enseñar a los guardias locales y proteger la población. Entonces la Guardia Civil se retira, pero se produce una oleada de pánico en la ciudad y los blancos, los españoles, huyen a refugiarse en el cuartel de la Guardia Civil, por miedo a las represalias. Estaba todavía fresco lo del Congo belga y los mau mau, con los cadáveres de occidentales bajando por el río Congo. Pero en Guinea no sucedió eso, aunque la gente pasó muchísimo miedo. De 3.000 blancos permanecimos sólo 37 en Bata, y Milagros fue la única mujer blanca que se quedó. Así estuvimos dos o tres meses y la flota española vino a recoger a los huidos, que permanecieron cercados en la playa de Bata. Los sacaron con barcazas. Mientras, a los que habíamos quedado, Macías nos garantizaba que no nos pasaría nada. Pero fue una ruina y el país se quedó sin comercio. De repente, uno ve que una colonia es un lugar en el que no hay cerillas, donde no hay jabón, donde se acaban las aspirinas?, es dependiente en todo. De hecho, por no producir, no producían ni café; de los secaderos pasaba el café en bruto al exterior y en los bares se tomaba Nescafé. En esos dos años, uno de los trabajos que tuve que hacer como director de una sucursal de obras públicas fue buscar canteras en la selva para los rellenos del puerto. Las localizábamos y venía un ingeniero de París para hacer los sondeos. La selva es un lugar verdaderamente inhóspito, más aún que el desierto. Un lugar espeluznante, una selva tropical densísima donde apenas se puede respirar, donde casi no hay luz porque es muy sombría, y donde es todo igual. Das un paso mal y te pierdes. Llevábamos un guía y un machetero. «Si le pasa algo al guía, aquí nos quedamos», pensaba yo. Era la idea de naturaleza, que es por otro lado un concepto inventado en el siglo XVIII, que se hizo casi sinónimo de lo sagrado, del ello; es terrorífica».

Ejecutivo o escritor

«Volvimos a España a comienzos de 1971. En Guinea habíamos tenido a nuestro hijo Jasón. Aquella etapa fue para mí una experiencia personal muy importante y además tuve bastantes ingresos y tenía mucha capacidad de ahorro. Nada más llegar a España nos fuimos a vivir unos meses a Torremolinos, para la aclimatación del calor del que veníamos, y luego estuvimos por Cangas otro tiempo. Eran unos años completamente diferentes de éstos de la tragedia del paro. Nos dijimos: «En enero nos ponemos a trabajar» y así fue. Mandabas currículum o ponías un anuncio en la prensa y lo encontrabas. Estuve los años siguientes trabajando en una empresa de producción industrial, de adjunto al director general. Ganaba también mucho dinero, pero tuve que empezar a replantearme qué quería hacer. Siempre me había visto a mí mismo como escritor y estaba malgastando el dinero como ejecutivo y llevando un tipo de vida que no conducía a ningún sitio. Para colmo, después de madrugar durante la semana, llegaba el sábado y me dolía la cabeza, o sea, el justo castigo a mi perversidad».

Una novela con ambición

Portada de la novela «La subversión de Beti García», de José Avello Flórez, finalista Premio Nadal 1983

«Hacia 1975 decidí que me iba a dedicar a la literatura. Me despedí de la empresa y me senté a escribir. Y no escribía. Aunque la constancia es fundamental, no sirve de tanto la voluntad. A través de Quico Cortina empecé a hacer trabajos para Alianza, de corrector de estilo, y también para Ramón Akal. Aquello no estaba mal, pero hice otros muchos trabajos. También veía a mucha gente y me hice con amigos que conservo, gente del cine, sobre todo: Marisa Paredes, Carlos Rodríguez Sanz, Álvaro del Amo, Augusto Martínez Torres. Salía todas las noches e íbamos al Dickens, al Libertad, a la Fábrica de Pan, locales de la época donde se reunían escritores o gente de la cultura y del cine. La novela «La subversión de Beti García» empiezo a pergeñarla en esos años. Fue finalista del «Nadal» en 1983 y se publicó en 1984. Era una enorme ambición la que tenía; lo que yo pensaba es que, o haces la mejor obra o no vale la pena. Beti García llegó a tener más de 1.000 páginas. Por esos años le dejé una de esas versiones a Ignacio Gracia Noriega porque me comentó un día, o lo escribió en algún sitio, que yo había imaginado una ciudad subterránea debajo de Oviedo, que conectaba Gijón, Avilés y Oviedo, y a la que se accedía a través de los estancos, que como su propio nombre indica tenían puertas estancas. Había una doble realidad que era la que estaba sustentando todo lo que ocurría encima. Bueno, era una cosa bastante paranoica, con un detective y todo eso, y lo quité de hecho de la novela definitiva. Estuve ocho o nueve años con esa novela hasta que renuncié a hacer una obra maestra y me dije: «Esto es lo que puedo hacer y esto es lo que voy a publicar»».

Pop cross y Universidad

«Mientras tanto, hice muchas otras cosas. Por ejemplo, tuve un negocio de vacas, como socio de José Luis Somoano, que era de Cangas de Onís, pero había sido alcalde de Cangas del Narcea cuando estuvo allí de director de la Caja Rural. Me propuso invertir un dinero en comprar 60 vacas en primavera, cuando bajaban de la sierra de la ribera a Somao, al lado de Cangas de Onís, y alquilar una vega cerca de Leitariegos, una sierra de verano, para engordarlas y venderlas en otoño. Funcionó bien el primer año, pero el segundo, menos, porque nevó muy pronto, en septiembre. Tuve otro negocio curioso, que fue la concesión con dos amigos de Cangas del servicio de bares para las carreras de pop cross de Citroën. Íbamos por toda España y había que montar grandes toldos con las neveras de refrescos y bocadillos. Estuvimos en Oviedo, Granada, Barcelona, Valencia, por todo el país. Lo que me ocurrió después fue una casualidad completa. Ramón Akal me dio un libro, «La mediación social», el primero de Manuel Martín Serrano, a quien yo conocía por haber sido compañero de colegio de mi primo José Manuel Álvarez Flórez. Hice la corrección del libro y con tal motivo me encontré con Martín Serrano. Ese año él había sacado la oposición de agregado en la Facultad de Ciencias de la Información. «¿Quieres venir de profesor?», me preguntó. «Encantado». Tuve que hacer el examen de grado y empezar a pensar en la tesis doctoral. Estuve 10 años en Ciencias de la Información, de 1977 a 1986, como profesor de Teoría de la Comunicación. Al comenzar en la Universidad hice un curso de semiótica en Italia y empecé a leer ciertas materias de una manera más sistemática. Hice la tesis sobre «Comunicación y sociabilidad en Rousseau». Como yo era licenciado en Derecho tuve que buscar una tesis que tuviese que ver con la sociología de la comunicación y, al mismo tiempo, leerla en la Facultad de Derecho. Lo hice en 1985 y a continuación saqué la plaza en Bellas Artes y elaboré el programa de Sociología de la Cultura».

Revista y novela

Portada de la novela «Jugadores de billar», de José Avello, Premio «Villa de Madrid» de Narrativa 2002 y Premio de la Crítica de Asturias

«Por el medio fundamos una revista de literatura, «Estaciones», que financiaba un amigo mío, Carlos Benítez. La hacíamos con dos escritores argentinos, Héctor Tizón y Santiago Sylvester, maravillosos escritores a los que yo había conocido en 1973, cuando Milagros y yo hicimos un viaje a Argentina. Conocimos a muchos escritores y me echó una mano Marcos Ricardo Barnatán, amigo ya en Madrid, que me proporcionó direcciones. Estuvimos viajando de ciudad en ciudad, de escritor en escritor, de poeta en poeta. Muchos de esos escritores se tuvieron que venir a España cuando comienza la dictadura en Argentina, y con ellos ya en Madrid es cuando nace «Estaciones». La Universidad significó para mí un paréntesis de seis o siete años sin escribir literatura, dedicado a la tesis o a los artículos y publicaciones académicas. Pero después escribí «Jugadores de billar» que es por así decirlo un cierre de lo que había comenzado con Beti García, que comienza a finales del siglo XIX con un emigrante que retorna de Argentina y termina con la Revolución de Asturias y la Guerra Civil. El presente de «Jugadores de billar» transcurre en los años 90 en Oviedo, con unos personajes que también sufren las consecuencias de esa Guerra Civil. Me gustan las novelas de personajes, pero yo creo que en ésta el protagonista central es la ciudad de Oviedo, el estilo de vida de la ciudad, las distintas clases sociales, que están todas entremezcladas y van apareciendo con sus personajes. Además del premio «Villa de Madrid» de 2002, la novela gano el Premio de la Crítica de Asturias, que agradecí especialmente».

Contradicciones culturales

«Respecto a la labor de investigación académica, en Bellas Artes vi que los estudiantes tenían que proyectar una mirada sobre los valores, los argumentos, que hay detrás de la cultura. Por eso orienté la materia hacia el análisis cultural: ¿por qué hay épocas culturales? ¿Qué es una actitud ilustrada frente a la cultura popular, frente a la superstición? ¿Qué es una creencia? Realizamos una investigación en la que sirvió de base mi experiencia de Guinea, sobre el lenguaje político. La lengua política en Guinea es el español, ya que con las lenguas autóctonas no se entienden entre ellos. Ahora bien, el problema es cómo funcionan las categorías políticas (Estado, democracia, libertad, etcétera) de una lengua moderna y desarrollada, como el español, al ser traducidas desde unos esquemas lingüísticos de pensamiento autóctono que carecen por completo de esos términos. Por ejemplo no tienen la palabra libertad, sólo «hombre libre». Tomamos los discursos políticos generados en el país desde antes de la independencia y descubrimos que a los pobres guineanos se les había caído el Estado encima, un Estado que para ellos eran coches, edificios, pero no instituciones en el sentido de cómo funciona un Estado moderno y un sistema de leyes. Y el problema cultural en África en general es que el valor superior de un africano es la solidaridad tribal, la solidaridad clánica: eres algo en tanto que perteneces a un clan, a una familia o a una tribu. Si tú eres ministro, ¿cómo no nombrar a un hermanito funcionario del Ministerio? ¿Qué significa la palabra corrupción? De este tipo de contradicciones procede una enorme cantidad de conflictos en África».

Crueldad y bondad

«En septiembre de 2010 me acogí a la posibilidad de la jubilación a los 65 en la Complutense y a continuar como profesor emérito hasta los 70. Tras entrar de profesor en la Universidad casi por casualidad, descubrí que la docencia me resultaba una actividad apasionante, pues básicamente consiste en investigar sobre la realidad social y cultural, leer y reunir información de forma sistemática y transmitirla luego a los estudiantes bajo un orden que facilite su entendimiento, es decir, consistía en leer y narrar, cosas que he hecho durante toda mi vida de forma espontánea. Así, en los años ochenta y noventa participé en la fundación, como profesor, del Centro Superior de Diseño de Moda de Madrid, cuya área teórica diseñé junto a los arquitectos y profesores Javier Seguí y Juanjo Torrenova. También, más tarde, fui profesor en la Universidad de Nueva York en Madrid, donde sustituí a José Hierro cuando se jubiló, impartiendo cursos sobre cultura española y literatura. Mi vida universitaria ha sido bastante apacible y muy gratificante. Durante los últimos 20 años participo activamente en una tertulia de buenos amigos en la que nos reunimos para leer a los clásicos y comentarlos: Homero, Cervantes, Montaigne, Dante, Heródoto, un autor cada año; ahora estamos leyendo a Plutarco, y resulta fascinante comprobar cómo a los antiguos les preocupaban básicamente los mismos problemas que a nosotros y con qué prudencia y sabiduría los abordaron. Pero también tenían vicios y pasiones: como ahora, la crueldad y la bondad siguen en combate en la vida de los hombres y de las sociedades casi de la misma forma. A menudo suelo recordar lo que tantas veces le oí decir a Rompelosas, de las Escolinas, en mi juventud canguesa. Cuando alguien le reprochaba lo que bebía, Rompelosas solía contestar: «Todos los pajarinos comen trigo y sólo pagan los gorriones». Describe bastante bien lo que nos pasa. Pero nunca llovió que no escampara».


Por Javier Morán


Alejandro Casona (Besullo, Cangas del Narcea, 1903 – Madrid, 1965)

Alejandro Casona en 1962. Colección del Museo del Pueblo de Asturias.

Alfonso López Alfonso ha escrito para el Tous pa Tous una breve y muy personal biografía de Alejandro Rodríguez Álvarez (Bisuyu / Besullo, Cangas del Narcea, 1903 – Madrid, 1965), conocido para el mundo como Alejandro Casona. Casona es, sin duda, el escritor más universal que dio esta tierra. A partir de ahora su vida podrá leerse en nuestra sección de Biografías.

 

Gabino Rodríguez con sus hijos Matutina y Alejandro, 1908. Col. Luis Rodríguez.

ALEJANDRO CASONA

Alfonso López Alfonso

Alejandro Rodríguez Álvarez nació el 23 de marzo de 1903 en Besullo (Cangas del Narcea, Asturias), era hijo de maestros. Su madre, Faustina Álvarez, natural de León, ejercía en Besullo y Alejandro nació allí un poco por casualidad. Sus hermanas mayores, Teresa y Matutina, habían nacido en Canales (León), pero él asomó al mundo en el pueblo de su padre, Gabino Rodríguez, que por entonces estaba destinado en Barcia (Valdés). El trabajo de sus padres le hará patear desde muy pronto las tierras que alcanzó a imaginar desde la castañalona donde jugó durante sus primeros cinco años de vida, que transcurrieron al abrigo de La Casona donde estaba la escuela y que años después tomaría como apellido. Su siguiente destino es Villaviciosa –con visitas a Miranda, donde había llevado la profesión a su madre- y el próximo, con unos diez años, Gijón, donde vio su primera obra de teatro. Vendrán luego Palencia y sobre todo Murcia. Allí nace como escritor al publicar en 1920 el romance “La empresa del Ave María” en la revista Polytechnicum, premiado en los Juegos Florales de Zamora. En Murcia se forma poética y teatralmente y conoce también el trabajo manual en una carpintería; allí es joven, y vive, como le recuerda en carta escrita desde Buenos Aires en 1947 a su amigo de aquellos años Antonio Martínez Ferrer -que extraigo de José Rodríguez Richart en las Actas del homenaje que con motivo del centenario de su nacimiento la Universidad de Oviedo le rindió a Casona en 2003-: “Fui actor contigo. ¿Recuerdas aquellas giras de domingo a Espinardo, Jabalí Viejo, La Ñora, Zaraiche? ¿Y aquella escapatoria con dos actrices gordas con flemones, y aquel hambre con calor y sin techo en San Pedro del Pinatar? ¡Era la educación para poner a prueba una vocación, “la legua”, donde empieza la historia del teatro español!” También amigo de Murcia es Julio Reyes, con el que retomará relación epistolar ya en el exilio –se pueden ver todas sus cartas a Reyes en la recopilación de artículos casonianos Un asturiano universal, de Rodríguez Richart-. Significativas de la importancia de los años de Murcia son estas declaraciones de Casona extraídas de una entrevista que le hizo Ernesto Nieto con motivo de la obtención del Premio Lope de Vega y que se publicó el 12 de diciembre de 1933 en el periódico Luz:

“Despertó en mí [la afición por el teatro] estando en Murcia. Acompañaba yo todas las tardes a algunos amigos al Conservatorio de aquella ciudad, donde, a manera de ejercicios se daban representaciones teatrales, y un día, faltando intérpretes sin duda, al verme llegar con mis habituales contertulios, me ofrecieron un papel en una obra de los hermanos Quintero, papel que yo acepté y que tras él vinieron otros y la afición a mí, al punto de que me matriculé en una clase de Declamación durante tres años consecutivos… Y de este regusto que sacaba al teatro nació mi primera obra escrita para la escena”.

En 1922 ingresa en la Escuela Superior de Magisterio de Madrid, termina la carrera en 1926 y obtiene el título de Inspector de Primera Enseñanza, presentando la memoria de trabajo El Diablo (su valor literario, principalmente en España). Ese mismo año de 1926 publica en la editorial Mundo Latino, que dirige su amigo Alfonso Hernández-Catá, su primer libro, El peregrino de la barba florida, “leyenda milagrosa” con reconocible influencia valleinclanesca que lleva un laude de Eduardo Marquina y una salmodia final del citado Hernández-Catá. En Madrid entrará Alejandro Rodríguez Álvarez en contacto con la vida literaria de la capital, con autores reconocidos, y siempre tendrá por determinante la influencia de Antonio Machado y Valle-Inclán. En Madrid, en una pensión de la calle Toledo escribiría en colaboración con Salvador Ferrer Colubert su primera pieza teatral –de la que no se tiene más noticia que el testimonio del coautor recogido por Rodríguez Richart en 1961-. La obra en cuestión, de un solo acto, se titulaba El otro crimen. Asiste el joven Alejandro a las tertulias del Pombo y Platerías, se relaciona con otros escritores y frecuenta las sesiones de teatro organizadas por los Baroja –“El mirlo blanco”- o Valle –“El cántaro roto”-. También empieza en este momento su labor como traductor del francés, vertiendo autores como Thomas de Quincey o Voltaire. En agosto de 1928 lo destinan al pueblo de Lés, del Valle de Arán, en los Pirineos, y en octubre de ese año se casa en San Sebastián con Rosalía Martín Bravo, compañera de estudios en Madrid. En Lés permanece hasta febrero de 1931. Durante este tiempo adapta El crimen de Lord Arturo, estrenado en 1929 en Zaragoza por la compañía de Rafael Rivelles y María Fernanda Ladrón de Guevara, primera vez que aparece en cartel el seudónimo A. Casona; escribe la biografía Vida de Francisco Pizarro, y en 1930 nace en Lés su única hija, Marta Isabel, casi al tiempo que autoedita el libro de poemas La flauta del sapo, estreno en libro del seudónimo Alejandro Casona. También este año aparecerá en el número del 7 de octubre de 1930 de la revista Estampa su cuento Bernadetto; y desde Lés enviará al empresario teatral Adrià Gual su primera obra realmente importante: La sirena varada; éste se la pondrá en las manos a Margarita Xirgu, quien la estrenará, aunque años más tarde y después de que Casona gane el prestigiosos premio teatral Lope de Vega en diciembre de 1933. La obra no se dará al público hasta la temporada de 1934.

Cerrada en falso la dictadura de Miguel Primo de Rivera con la dictablanda de Berenguer, llega el 14 de abril de 1931 y para Alejandro Casona, como para muchos otros españoles ilusionados con la II República, se abre una época de trabajo febril al ser nombrado director del Teatro del Pueblo de las Misiones Pedagógicas creadas por Manuel Bartolomé Cossío. Saldrá entonces a los pueblos recónditos de España portando en carros y coches mucho teatro, cine, bibliotecas y lo que haga falta, como se deja ver en sus actuaciones en las aldeas de Sanabria o las del occidente asturiano. “A semejanza de la Carreta de Angulo el Malo –dejó escrito en la “Nota preliminar” a su Retablo jovial-, que atraviesa con su bullicio colorista las páginas del Quijote, el teatro estudiantil de las Misiones era una farándula ambulante, sobria de decorados y ropajes, saludable de aire libre, primitiva y jovial de repertorio. Formado por estudiantes y consagrado a auditorios sin letras, no podía ser de otra manera […] Durante los cinco años en que tuve la fortuna de dirigir aquella muchachada estudiante, más de trescientos pueblos- en aspa desde Sanabria a la Mancha y desde Aragón a Extremadura, con su centro en la paramera castellana- nos vieron llegar a sus ejidos, sus plazas o sus porches, levantar nuestros bártulos al aire libre y representar el sazonado repertorio ante el feliz asombro de la aldea. Si alguna obra bella puedo enorgullecerme de haber hecho en mi vida, fue aquella; si algo serio he aprendido sobre pueblo y teatro, fue allí donde lo aprendí. Trescientas actuaciones al frente de un cuadro estudiantil y ante públicos de sabiduría, emoción y lenguaje primitivos son una educadora experiencia”.

En 1932, Alejandro Casona se alza con el Premio Nacional de Literatura por su compendio de lecturas para jóvenes Flor de leyendas, libro ilustrado por Rivero Gil, quien estuvo después de la guerra exiliado en México y aparece retratado en uno de los libros más repletos de jovialidad y rico en anécdotas que ha dado el exilio español en México: La librería de Arana, de Otaola. Desde entonces empezó para Casona una época dorada que, como dramaturgo, ya no le abandonaría y le llevó a estrenar La sirena varada, saltando con esta obra a la primera fila de dramaturgos renovadores del teatro nacional. El 12 de enero de 1935 estrena sin mucho éxito en el Teatro Ruzafa de Valencia la adaptación del cuento de Hernández-Catá El misterio de María Celeste. En abril la Xirgu pone en escena Otra vez el diablo. Para noviembre de ese mismo año la compañía de Pepita Díaz y Manuel Collado estrenará en Barcelona la obra que hará de Casona un abanderado de la II República: Nuestra Natacha, ni por asomo su mejor obra, pero sí la más moralizante –otros dirán pedagógica- y la más a tono con los tiempos. En febrero del año siguiente, el emblemático 1936, la misma compañía estrena Nuestra Natacha en Madrid. Ese mes se celebran las elecciones generales a las que las izquierdas, habiendo escarmentado del fiasco de 1933, llevan bien aprendidas las ventajas de la ley electoral y concurren unidas, por lo que triunfa el Frente Popular.

Para cubrir estas elecciones el diario argentino Noticias Gráficas envió a Madrid a Pablo Suero, un periodista nacido en Gijón y emigrado de niño. Suero, tras su regreso a Buenos Aires da a la estampa el libro España levanta el puño, en el que reúne todas las entrevistas que durante esos días de febrero hizo en España y por las que pasa toda la plana mayor de la política y la cultura nacional: Azaña, Gil Robles, Calvo-Sotelo, José Antonio Primo de Rivera, Dolores Ibárruri, Largo Caballero o Indalecio Prieto; Jacinto Benavente, Carlos Arniches, Pío Baroja, los hermanos Machado, Antonio de Hoyos y Vinent, Juan Ramón Jiménez, Eduardo Zamacois, Ramón Gómez de la Serna, o los más jóvenes Federico García Lorca, Rafael Alberti y Alejandro Casona. El domingo 16 de febrero de 1936 Suero y Casona coinciden en la redacción del periódico La Voz, que dirigía Paulino Masip, y, nos cuenta Suero, ambos deseaban el triunfo del Frente Popular. Pocos días después de las elecciones Suero entrevista a Casona en el café La Granja del Henar –que había sido centro de operaciones del ceceante Valle-Inclán-. Hablan de teatro, del reciente estreno de Nuestra Natacha y del éxito que ya había tenido el dramaturgo en Buenos Aires un par de temporadas atrás con La sirena varada. Casona expone el respeto que siente por autores como Benavente, los Quintero o Arniches, sin que esto impida ciertas críticas por la verdadera necesidad que existe de renovar la escena española, de potenciar la cantera de actores y dejar de lado el divismo femenino de Benavente, que tanto favorece los papeles para heroínas. Preguntado Casona acerca de la nueva generación de autores teatrales, contesta: “Desde luego, a la cabeza García Lorca, que está haciendo cosas muy interesantes; Valentín Andrés Álvarez, autor de Tararí, que es una pena esté hoy ausente del teatro; López Rubio y Ugarte, autores de De la noche a la mañana, bellísima comedia. El primero se prepara a estrenar ahora Celos del aire, que conozco y es admirable”. Y con olfato muy fino añade a los citados a Jardiel Poncela. Habla finalmente de sus ilusionados proyectos, unos proyectos que, como bien se sabe, truncará la guerra alejándolo de España durante un cuarto de siglo.

De la salida de España de Alejandro Casona se han ocupado diversos autores, entre ellos, sin ir más lejos, Federico Carlos Sáinz de Robles en su prólogo a las Obras Completas publicadas en Aguilar –a las que se fueron añadiendo piezas en las sucesivas ediciones, siendo la más completa la de 1966- o el egregio casonista Rodríguez Richart; también lo hizo, de manera algo despistada y aplicándole el prisma deformante del chiste cruel que tan bien sabe utilizar, Andrés Trapiello en Las armas y las letras –libro, por encima de las imprecisiones objetivas, de envidiable estilo literario, inusual soltura ensayística y no demasiado frecuente acumulación de conocimientos-, a cuyas salidas de tono contestó con la minuciosidad, seriedad y rigor propios del ejemplar profesor universitario Antonio Fernández Insuela en el artículo “A propósito de Alejandro Casona y la Guerra Civil”, trabajo en el que rebate el siguiente párrafo de la obra de Trapiello:

“Peor fortuna [que Benavente] como autor teatral, tuvo Alejandro Casona, que antes de la guerra se había revelado como renovador del teatro social. Le sorprendió la sublevación en Oviedo, donde tenía en cartel su revolucionaria Nuestra Natacha. El ruido de las bombas y el silbido de las balas, sin embargo, según testimonios fidedignos, le asustaron de tal manera, que huyó de la ciudad y pasó a Santander, donde tomó el primer barco que pudo, camino de Villadiego, en América del Sur”.

Matiza con razón Fernández Insuela que Casona fue un renovador del teatro, sí, pero nunca hizo teatro esencialmente social, es decir, ese tipo de teatro que busca un punto de encuentro dramático en la confrontación de clases. Saca a Trapiello del error de bulto que supone confundir Oviedo con Gijón, puesto que Nuestra Natacha se estaba representando en el por entonces Teatro Dindurra de Gijón y no en Oviedo, e ilustra con entrevistas en revistas, investigaciones de los especialistas en Casona y testimonios de éste y amigos próximos que conocieron su trayectoria, el periplo que siguió el dramaturgo hasta su salida de España en febrero de 1937, vía Francia, con la compañía de Pepita Díaz y Manuel Collado. Así que ni salió Casona desde Santander ni cogió el primer barco que pudo, pues aún estuvo en un hospital de Madrid montando representaciones para heridos de guerra con el Teatro del Pueblo y dando alguna conferencia sobre teatro en Valencia antes de dejar definitivamente España. Asustado, claro, estaría como el que más.

Alejandro Casona (segundo por la izquierda en la primera fila) junto a un grupo de escritores venezolanos, en Caracas, abril de 1938. Foto de L. F. Toro. Col. Luis Rodríguez.

Desde su salida de España comienza un periplo americano que se extenderá largos años. Le lleva a fondear por un día en La Habana, donde pasa escasas horas, pero deja algún rastro en la prensa. Vendrá después un largo peregrinar que incluye México, Costa Rica, Venezuela, Perú, Colombia, México y Cuba de nuevo, hasta que se asienta finalmente en Buenos Aires en 1939. En el exilio irá tejiendo lo más maduro y mejor de su producción teatral: Prohibido suicidarse en primavera, La dama del alba, La barca sin pescador, Los árboles mueren de pie, La tercera palabra o La casa de los siete balcones, por citar sólo las mejores de una larga lista.

Durante estos años de exilio daría pruebas de su firme compromiso con la II República y, por extensión, con causas que consideraba justas o progresistas, dignas de su actitud comedida, alejada siempre del panfleto, pero sólida, como han dejado claro Fernández Insuela e Isabel Jardón en sus respectivos trabajos “Sobre política y periodismo en Alejandro Casona” y “Una mirada a la figura de Alejandro Casona a través de su correspondencia con Joaquín Maurín Juliá”. Durante mucho tiempo no dejó estrenar sus obras en España y puso por escrito, en la íntima confidencialidad que acompaña a la carta privada -que no se escribe pensando en el público, aunque sí se puede escribir pensando en la posteridad-, las impresiones que le producían el desarrollo de la guerra civil española y la política internacional. Buen ejemplo de esto es toda la correspondencia del autor que ha ido saliendo a la luz, y muy especialmente la que mantuvo con otro escritor asturiano exiliado: Luis Amado Blanco, que conocemos gracias al trabajo de Roger González Martell recogido en las citadas Actas del congreso de 2003.

El 1 de junio de 1937 le escribe Casona a Amado Blanco desde México:

“De España no sé que decirte; tengo fe en el triunfo final sí, a pesar de esta bárbara actitud alemana, que indica cómo el fascismo está dispuesto a todo. De todos modos, nuestra amable vida de allá ha terminado; me imagino un futuro Madrid de vida dura, áspera; un Madrid de volver a empezar. Y nosotros, jóvenes para nuestra vida de entonces somos ya viejos para eso. Nos han destrozado irremediablemente. Pero otra vida; la nuestra, ya pasó. ¡Y qué bonita era!, ¿te acuerdas? Para el futuro, teatro de combate, cine de combate, organización en masa, disciplina. Para los hijos, todo el horizonte; para nosotros, recordar un poco ¡ya! Y esfuerzo de adaptación. Sólo el consuelo de pensar que lo otro sería tan cien veces peor que ni podríamos respirarlo. Desde que empezó esto dedico media hora diaria a cagarme en Dios, y no me basta. ¿Con cuántas vidas podría pagarnos Franco lo que nos ha hecho? El resto de las horas se lo dedico a él”.

En esta correspondencia se ve al intelectual de altura y al hombre abatido, superado por la locura colectiva, al Casona más de a pie, para entendernos, que dedica algún espacio a los rumores que le llegan y a examinar la conducta de sus compañeros de oficio, que no siempre salen bien parados, aunque en su momento hayan sido maestros admirados como Marquina. El 18 de julio de 1937, justo un año después del inicio de la guerra le escribe a Amado Blanco, otra vez desde México, lo que sigue:

“Se ha vuelto loco el padre de García Lorca en Bruselas y ha muerto allí mismo la madre. ¡Trágico destino de una familia! Los hermanos han retirado su repertorio a Lola Membrives, que lo utilizaba para hacer homenaje a las tropas “salvadoras de la civilización y el catolicismo”. –Marquina cerdea en Buenos Aires: no ha visitado siquiera a la Xirgu, que ha estrenado la mitad de su producción. –Arniches, no tanto, pero nada a dos aguas. –Baroja escribe contra el Gobierno, insultando de paso a los otros: anarquismo mental muy pasado y desde luego imperdonable. –Azorín juega a “la tercera bandera”; no está del todo mal, pero tiene compromisos económicos con March. –La Heredia y los Guerrero-Mendoza, fascistas. Casimiro Ortas también, pero eso lo tienen merecido. –Benavente, cada vez más antifachista y útil. –Los Quintero, discretamente bien. –Por aquí, haciendo buena campaña, Pijoan y Moreno Villa. ¿Qué tal en La Habana Menéndez Pidal?”.

El 7 de agosto de 1938, esta vez desde Bogotá, enseña su irreductible optimismo, su desasosegante interés por lo que pasaba en España y su generosidad y desprendimiento para con los amigos, entre ellos los asturianos Constantino Suárez o Eduardo Martínez Torner:

“[En tu carta me das] una descripción terrible de la represión en Asturias, que he leído a varios amigos, y que me espanta siempre que la releo como una pesadilla imposible de sevicia, de sadismo monstruoso, de borrachera criminal enraizada en un profundo miedo a la justicia que indudablemente ha de venir un día. ¿Está ya en camino? Las últimas noticias de España me tienen nerviosamente ilusionado; no puedo dormir esperando cada día los periódicos del siguiente. La ofensiva del Ebro no parece una cosa inorgánica, de osadía desesperada; creo que inicia un golpe seguro y decisivo sobre la retaguardia franquista. Gandesa, Albarracín, carretera de Teruel, pueden ser una magnifica tumba inesperada para esos lobos de Asturias. […]

A nuestros amigos les escribo a menudo y les voy ayudando en cuanto puedo. Desde Caracas empecé el envío sistemático de víveres, por conducto de la Cámara de Comercio, en paquetes de quince y veinte kilos; ya he tenido aviso de la llegada de cuatro envíos. ¡Y con qué ilusión los reciben! Tienen hambre, Luis; así, sencillamente: hambre”.

Por momentos duros pasa Casona a lo largo de estos años de guerra en los que está fuera y las cosas de la compañía de Pepita Díaz y Manuel Collado empiezan a andar no muy bien, hasta el punto de que prescinde de él y se ve ahogado económicamente, como le hace saber a Luis Amado Blanco en carta del 26 de enero de 1939. El 11 de abril de ese año, recién terminada la guerra, Casona escribe de nuevo a Amado Blanco, seriamente preocupado por la suerte de los amigos que ha dejado en España:

“Por Constantino sufro como tú. Estoy seguro que ha aguardado impávidamente su suerte en Madrid, acaso sin buscar refugio alguno. Tiene una fe extraordinaria en la limpieza de su conciencia y de su conducta; y no se da cuenta de que en esto, como en el automovilismo, el peligro no está en el que conduce sino en le que viene contra nosotros. ¡Ojalá esté tranquilo, aunque tenga el alma deshecha!”.

Poco a poco las cosas se van calmando y, tras asentarse en Buenos Aires, Casona entra en una dinámica de trabajo que lo va acomodando en una vida de sosiego más o menos burgués retomada después de un largo peregrinar por los teatros latinoamericanos. Sin embargo, como se ve en la correspondencia con Maurín mencionada más arriba, no porque su vida sea más cómoda, disponga de casa de verano en Uruguay y viva más tranquilo se olvida de los problemas del mundo. La relación con Joaquín Maurín Juliá se dilata una década, desde 1955 hasta 1965, y es más profesional que personal. En realidad las cartas son entre Alejandro Casona y J. M. Juliá, director de la agencia literaria ALA (American Literary Agency, luego llamada Agencia Latinoamericana) afincada en Nueva York y encargada de colocar en los más diversos periódicos –fundamentalmente latinoamericanos, pero también de Nueva York, de Miami o de España- los artículos de Casona, quien enviaba lo escrito y a vuelta de correo recibía de Maurín una carta y un cheque. Esa era su relación, porque parece que Casona nunca llegó a saber que J. M. Juliá era en realidad Joaquín Maurín Juliá, el mismo que en 1930 había fundado el BOC (Bloque Obrero y Campesino), fusionado años después con otro partido de izquierdas dirigido por Andreu Nin, unión que daría como resultado la formación de corte trotskista Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), sobre cuya aniquilación durante la guerra –encarnada muy gráficamente en el martirio de su máximo dirigente, Andreu Nin- todavía tiene mucho que explicar el Partido Comunista de España. Maurín se había pasado once años en las cárceles franquistas –de 1936 a 1947- pero nunca se identificó con claridad ante Casona, lo que quizá influyera algo en la polémica decisión del dramaturgo de no firmar un Manifiesto en apoyo a Hungría que Maurín le envía a finales de 1956. Casona se niega a incluir su firma en el Manifiesto aduciendo una cuestión semántica, pues le parece que la petición de justicia y libertad que se hace para Hungría debe ser extensiva a todos los “Gobiernos totalitarios que, en el Viejo y el Nuevo Mundo, niegan a sus ciudadanos las libertades básicas.” –Cito por el artículo de Fernández Insuela en las Actas del centenario-. Esta negativa hace enfadar bastante a Ramón J. Sender, que situado en una posición trotskista, en su correspondencia con Maurín carga contra Casona y le acusa de stalinista.

En Buenos Aires trabaja Casona escribiendo teatro, guiones de cine y televisión, programas de radio y artículos de prensa. Trabaja, viaja por América y Europa, tiene éxito. En su obra el compromiso no está tan vinculado a la realidad como en su vida. Su obra es un espacio reservado para el amor y la dignidad humana. Gran parte de su producción gira en torno a una idea fundamental: evadirse o salvarse a través del arte. En el teatro de Casona la realidad suele vencer a la postre, pero es tan bella la fantasía mientras dura… En teatro, a esa idea pueden dársele muy buenas soluciones dramáticas, como en La sirena varada o como en Prohibido suicidarse en primavera, pero en la vida es más difícil.

Alejandro Casona en Oviedo, 1963. Col. Museo del Pueblo de Asturias.

En 1962 Alejandro Casona vino a España para asistir al estreno en el Teatro Bellas Artes de Madrid de su obra La dama del alba. José Tamayo lo había invitado y él aceptó que por primera vez desde 1936 se estrenara una obra suya en los escenarios españoles. En 1963, tras un periodo de gestiones y dudas, volvió a España. Como les hizo ver a dos asturianos que lo entrevistaron largamente, Juan José Plans y Marino Gómez Santos, la nostalgia de España ya no le dejaba vivir fuera. Además estaban los problemas de salud y la necesidad de estar cerca de la familia. La crítica, como es sobradamente conocido, lo recibió con una de cal y otra de arena. Su arte, como había sucedido en 1936, se politizó y mientras para unos tenía un valor incuestionable para otros –como Ricardo Doménech o Ángel Fernández Santos- el teatro de Casona era anestesia edulcorante, un lenitivo amansador que estaba muy lejos del teatro comprometido socialmente que ya se estaba haciendo en España. ¿Quién tenía razón? Puede que a su manera todos. ¿Claudicó Casona? Sí, claro que claudicó. Permitió que sus obras se estrenaran bajo un régimen personificado en quien durante las horas difíciles de la Guerra Civil se había cagado casi tanto como en Dios. Casona, el hombre, claudicó, ¿y qué? ¿Quién puede juzgarlo? ¿Quién tiene derecho? ¿Quién ha aguantado 25 años fuera de casa en una impecable actitud de dignidad, de decencia? Casona no era un político. Era un escritor y no se representaba más que a sí mismo y a su obra, una obra, por cierto, que como todas las grandes obras estará siempre ahí, ajena a la vida de su autor, por encima del hombre que fue, por encima, y sin embargo al alcance, de todos nosotros. ¿Claudicó Casona? Bueno, pero no olvidemos que para juzgar a un hombre hay que caminar siete lunas con sus zapatillas. Casona claudicó y supo hacerlo como lo hacía todo, con elegancia y dignidad. Murió en Madrid el 17 de septiembre de 1965. Vino a morir a casa, que es donde queremos morir todos los que al abrir por primera vez los ojos a este mundo vimos las hayas, los robles y los castaños, las montañas altas y los prados verdes; y escuchamos su lenguaje como una cadencia dulce que se fue alojando en la conciencia para grabarnos en la memoria la profecía de que antes de morir tenemos que ovillarnos como un feto y volver al origen, porque la vida es más de quien sabe morir arropado por el manto caliente de la tierra que le enseñó el primer lenguaje, el del paisaje, que entra por los ojos y los oídos y no entiende de significantes y significados y es tan universal que cada hombre tiene el suyo propio, que de quienes viven peligrosamente y mueren como héroes, porque ya sabemos que los héroes gastan almas de poetas e inician siempre todas las guerras, pero quienes las sufren son los que no tienen más que su condición de hombres.