Ya ta el Carmen en casa

Tano Ramos

Cuando mi madre era una niña de casi diez años, allá por el principio de la década de los treinta del siglo XX, el día del Acebo subía andando muy temprano con su abuelo hasta Veigalapiedra. Allí se apostaban con su negocio. Disponían de uno o dos vasos y de un par de jarros que llenaban en una fuente no muy cercana. Cuando comenzaba a llegar la gente que caminaba hacia el Acebo, mi bisabuelo les ofrecía a todos un vaso de agua que cobraba a un perrón. Cada vez que un jarro quedaba vacío, mi madre corría con él a la fuente a reponerlo. Pasaban así buena parte de la mañana.

Años después, ya casada, mi madre iba con su cuñada Oliva a vender cintas y velas al Acebo. Otro negocio efímero. La mercancía se la proporcionaban fiada en la tienda de Evaristo Morodo. Mi padre les hizo una mesa que usaban como mostrador, con patas plegables para que fuese más cómodo acarrearla montaña arriba, cargadas también con cestas.

Subían andando al Acebo el día antes de la fiesta, siempre preocupadas por el tiempo, temerosas de que la lluvia les estropease el negocio. Una vez, de camino, le pidieron un pronóstico a un paisano. Los paisanos de los pueblos (como yo ahora gracias a la artrosis) eran entonces infalibles hombres del tiempo. El hombre miró al cielo y sentenció: “Ta farruco”. Mi tía Oliva y mi madre reían cuando evocaban cómo las sacó de dudas aquella certera respuesta.

Ya en el Acebo, pasaban la noche con otra gente y dormían en el suelo, en una pequeña casa de piedra cercana a la iglesia. Al día siguiente, muy temprano, empezaban a vender las cintas y las velas. Regresaban a Cangas por la tarde, corriendo monte abajo, y se acercaban a casa Evaristo a hacer cuentas. Recibían un trato muy ventajoso. Pagaban lo que habían vendido y devolvían sin coste alguno lo que no había tenido salida. Mi madre iba después a casa, se cambiaba y corría a coger el Alsa que la llevaba a Pola de Allande. Allí estaba mi padre, en la fiesta del Avellano, trabajando de camarero.

Hubo un tercer negocio, también efímero. En las fiestas del Carmen, mis padres y mis tíos Chali y Oliva ponían un bar en las verbenas. Hay una foto en la que los cuatro (aparece también mi tío Emilio) posan tras la barra, jóvenes y llenos de vida. Parece que están de fiesta en lugar de trabajando mientras los demás se divierten. Sobre este bar siempre evocaban una historia. Ocurrió hacia 1947, en la verbena de La Vega, el día del Carmen. Un vecino, Lache, se acercó a la barra y pidió unas bebidas. Nada extraño, salvo que mi padre observó que se las llevaba detrás de una pila de tablones. Al rato, Lache regresó a por otra ronda y también se la llevó al mismo lugar. Mi padre se lo comentó a mi madre, que era muy amiga de Lola, la mujer de Lache. Pregúntale si vuelve, resolvió mi madre. Y así fue. “Calla, calla”, respondió Lache, “que están ahí mis cuñados celebrando que se los llevan a Francia”. Sus cuñados, hermanos de Lola, eran los Manzaninos, unos cangueses republicanos que andaban escondidos por el pueblo desde el final de la guerra. La Guardia Civil los buscaba sin tregua y ellos se permitían ponerse a beber al lado del cuartel.

Por entonces, los Manzaninos llevaban unos años ocultos en las bodegas de la casa de Lola. También había permanecido allí su padre hasta que murió y lo enterraron una noche en el Monte Chorizo, muy cerca de donde había estado el cementerio de Ambasaguas. Lola le contaba a mi madre cómo cuando su padre enfermó, iba a atenderlo don Rafael el médico, republicano como ellos. Don Rafael se disfrazaba de mujer, se echaba una toquilla por encima, y bajaba desde su casa en la calle de la Fuente, de noche, como si fuese una de las canguesas que acudían a rezar a la puerta de la iglesia del Carmen.

Todas esas historias y muchas más me las contaba mi madre. Con una pasión sin medida, evocaba aquel Cangas de su niñez y su juventud como un verdadero paraíso pese a las penurias y el trabajo duro. Cangas era para ella lo mejor del mundo. Exactamente así lo expresaba. Era una canguesa del club de Carlos Graña, que escribió en 1944: “¿Qué hay superior a Cangas? ¡Solo el cielo!”.

Estos últimos años vivía en Avilés, cómoda y muy bien atendida, con la ilusión de regresar a su pueblo cada verano, donde la cuidaba con mimo su vecina Esther. “Ya ta el Carmen en casa”, decía invariablemente en junio, mientras paladeaba el viaje. Quién te lo iba a decir: a veranear a Cangas, le tomaba el pelo yo entonces, ya eres como el conde de Toreno.

Cuando era una niña, en los años veinte del siglo pasado, mi madre participaba cada verano en el recibimiento al conde de Toreno y su familia. Les aplaudía y vitoreaba cuando se asomaban al balcón del palacio, en el Mercado, y después se ponía a la cola, a recoger unos céntimos que iba dando un propio a los pobres.

El año pasado sólo permaneció en su pueblo unos días, durante el Carmen. Se agotaba enseguida, en cuanto caminaba un poco. Se dio cuenta de que ya no regresaría a su Cangas, de que ya no habría más veranos extraordinarios. Entonces comenzó a apagarse. Pero sin admitir que se había terminado esa etapa. Dos días antes de morir, a un poco más de un mes del Carmen, sorprendió a su nieta Esther con una propuesta. Le planteó hacer un viaje juntas. Pero en ese horizonte no aparecía Ambasaguas ni el Cascarín ni el Narcea ni los Bloques del Carmen ni el Acebo. En una pirueta mental defensiva, mi madre le soltó: “¡Vamos tú y yo solas a Londres!”.

(Nieves García Rodríguez nació en Cangas del Narcea el 13 de octubre de 1921 y murió en Avilés el 14 de junio de 2019)

De izquierda a derecha, Chali, Oliva, Tano, Nieves, un vecino que no tengo identificado y Emilio. En el bar de la verbena del Carmen, en 1946 o 1947

 

Ala norte (fachada principal) del palacio de Ardalí.

Guía de palacios y casonas del concejo de Cangas del Narcea. El Palacio de Ardaliz / L’Ardalí

Después de hacer la Guía artística de Cangas del Narcea. Iglesias, monasterios y capillas, escrita por Pelayo Fernández Fernández, el Tous pa Tous ha emprendido la tarea de realizar una guía de palacios y casonas del concejo de Cangas del Narcea. El encargado de esta tarea es el mismo Pelayo Fernández. Hoy, adelantamos una muestra de su trabajo de documentación. Se trata del Palacio de Ardaliz / L’Ardalí, que perteneció al poderoso linaje de los Queipo de Llano. Gracias a su investigación, Pelayo Fernández nos desvela su fecha exacta de construcción, el nombre del maestro cantero que lo levantó, su procedencia y más cosas de interés.

EL PALACIO DE ARDALIZ / L’ARDALÍ

PELAYO FERNÁNDEZ FERNÁNDEZ

El palacio de Ardaliz y el pueblo de Pixán

El palacio de Ardaliz y el pueblo de Pixán

La casa de los Queipo de Llano de Ardaliz/L’Ardalí, en la parroquia de Limés / L.lumés, fue fundada hacia 1600 por Diego García de Tineo y Llano (nacido en Cangas del Narcea, hacia 1570), colegial de San Pelayo de Salamanca, regidor de la villa de Cangas y miembro de uno de los linajes más poderosos de su tiempo en Asturias y España. Sus padres fueron Juan Queipo de Llano el Mozo, natural de Cangas, y Catalina de Valdés, natural de Salas y sobrina de Fernando de Valdés Salas (Salas, Asturias, 1483 – Madrid, 1568), Inquisidor General, arzobispo de Sevilla, presidente del Consejo de Castilla y fundador de la Universidad de Oviedo. Y su hermano Fernando de Llano y Valdés (Cangas del Narcea, 1575 – Madrid, 1639) fue arzobispo de Granada, presidente del Consejo de Castilla y fundador en 1639 de la colegiata (hoy, iglesia parroquial) de Santa María Magdalena en la villa de Cangas del Narcea.

Ala norte (fachada principal) del palacio de Ardalí.

Ala norte (fachada principal) del palacio de Ardalí.

Diego García de Tineo se casó con Teresa Pérez de Navia y en 1635 crearon un vínculo con la casa y propiedades de Ardaliz. El heredero de este mayorazgo fue su primogénito, Rodrigo Queipo de Llano y Valdés, que ingresó en la prestigiosa orden de Santiago en 1639. También pertenecieron a esta casa otros personajes ilustres, como Juan Queipo de Llano y Navia (1599-1643), provisor eclesiástico de la diócesis de Granada y obispo de las diócesis de Guadix (Granada) y Coria (Cáceres) y cuyo monumento funerario, labrado por Diego Ibáñez Pacheco y la estatua orante por Luis Fernández de la Vega (Llantones, Gijón, 1601-Oviedo, 1675), está en el presbiterio de la iglesia parroquial de Cangas del Narcea.

Capilla del Palacio.

Capilla del Palacio.

Esta rama de los Queipo de Llano de Ardaliz levantó su primera casa en la villa de Cangas del Narcea, capital del concejo y centro administrativo de la comarca. En el año de 1600, el mencionado Diego García de Tineo encargó al cantero Juan de la Fuente, natural de Omoño, municipio de Ribamontán al Monte, merindad de Trasmiera (Cantabria) y residente en la villa de Cangas, la construcción de una casa en la calle Mayor de esta villa (donde actualmente están el Bar Blanco y la Relojería Berlín), y cuatro años más tarde, el 5 de enero de 1604, contrató con el mismo cantero la edificación de su residencia en Ardaliz con una capilla adosada. La carpintería de la casa la contrató el 10 de mayo de ese año con el carpintero Fernando de Ortiz, residente en la villa de Corias desde 1596, para hacer las puertas, marcos, ventanas y demás obra en madera. Este trabajo fue terminado por Juan de la Pediza (documentado entre 1589-1604), residente en la villa de Cangas y cuñado de Fernando de Ortiz. Una vez acabada la construcción del palacio, en 1606, el escultor y pintor Juan de Torres (Oviedo, documentado en 1587-1615) dio carta de pago al dicho Diego García de Tineo por la obra del retablo de la capilla del «licenciado Labio», pudiendo tratarse del retablo de la capilla de este palacio. Hoy día se conservan los vestigios de un retablo manierista con las imágenes de un Apóstol y un Santo Obispo.

Detalle del ala sur.

Detalle del ala sur.

El palacio está construido con mampostería de pizarra ennoblecida con cantería en el recerco de todos sus vanos y portadas. Las cubiertas son de teja árabe y pizarra. Aún mantiene parte de su estructura original con una torre esquinera de planta cuadrangular, destacada en altura (tres plantas y palomar en el bajocubierta) respecto a los cuerpos rectangulares que se le adosan en dos de sus lados (norte y sur) formando una planta en forma de L, habitual en los palacios asturianos desde último cuarto del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII y que se ve en otras construcciones cercanas como el palacio de los Flórez Valdés en Carballo/Carbachu. En el ala sur estaría la cocina y otras dependencias auxiliares en torno a un portal de entrada estructurado con dos únicas columnas de orden toscano dispuestas sobre un alto basamento que sujetan un entramado de madera, muy similar al del citado palacio de Carballo. Desde aquí y a través de sendas portadas adinteladas se accede al interior del palacio y a la capilla, de planta cuadrangular y cubierta con bóveda de arista. En las paredes de este portal hay restos de pinturas murales en deficiente estado de conservación, siendo el motivo mejor conservado la representación de la Cruz de los Ángeles. También se intuye la presencia de un escudo pintado con las armas de los Valdés y que es la primitiva decoración heráldica del palacio ya que el escudo de armas de la fachada principal, como veremos a continuación, es posterior a la edificación del palacio y se hizo, junto a la reforma de su fachada, para conmemorar el ingreso de esta familia en la orden de Santiago en 1639.

Pinturas murales y escudo de armas.

Pinturas murales y escudo de armas.

El ala norte, que mira hacia el río Luiña, es la fachada principal del palacio que fue ennoblecida después de ese año de 1639. En la planta baja se alojarían el vestíbulo y las cuadras y en la superior aún se conserva el gran salón, cubierto con una magnífica armadura de madera, revelado al exterior por un balcón moldurado con antepecho de hierro y dos ventanas con alfeizar también moldurado y mandil de sillería. En esta fachada se aloja el escudo en forma de corazón y con las armas de los Queipo de Llano: tres flores de lis y tres fajas, bordeadas por piñas (en otros escudos de este linaje se usan los racimos de uva). Como se aprecia, el escudo, incorpora la cruz de Santiago de la que solo asoman el extremo superior y los laterales. Los motivos decorativos de este escudo (moldura en forma de corazón, las ovas, las molduras enrolladas y la ménsula inferior en forma de gola) son habituales en la producción del «Taller de Cangas del Narcea» y en los retablos y escudos del escultor Pedro Sánchez de Agrela (San Pedro de Mor, Lugo, hacia 1610-Cudillero, 1661), siendo por tanto una pista importante para atribuir a este maestro la hechura de este escudo. Por la parte norte de esta fachada se adosa otra con la bodega para elaborar vino en su planta baja y en el primer piso más habitaciones y parte del salón principal que se revela al exterior por medio de otro balcón. Este ala es una construcción posterior, del siglo XIX.

Escudo de armas en la fachada principal del palacio de Ardaliz, obra del escultor Pedro Sánchez de Agrela

Escudo de armas en la fachada principal del palacio de Ardaliz, obra del escultor Pedro Sánchez de Agrela

Estilísticamente, estamos ante una arquitectura de sobria concepción volumétrica y ornamental, donde el equilibrio y el ritmo, derivados de la disposición de los vanos, son sus principales características. Esta pureza arquitectónica se ve en los huecos distribuidos con cierta regularidad, formados por dinteles y jambas monolíticas de buena piedra y carentes de decoración.
Junto al palacio se conserva una panera.
Actualmente, una parte del palacio está destinado a alojamiento rural “Casa de aldea Palacio de Ardaliz”.

Mi más sincero agradecimiento a Carmina Rodríguez y José Calvo de la Casa de Ardaliz.

Marcelina, vecina de Sonande, paisana del año 2019 en la feria de La Ascensión

Marcelina González, 94 años [2019], vecina de Sonande en Cibea (Cangas del Narcea).

La Feria de La Ascensión es un certamen ganadero que se celebra anualmente en Oviedo cuyos orígenes se remontan al siglo XVI.

Esta feria de la capital asturiana está declarada fiesta de Interés Turístico Regional y se celebra aproximadamente cuarenta días después de Semana Santa, con motivo del día de La Ascensión. Es un homenaje al campo y a sus gentes realizándose una muestra de ganado, mercado astur, exposiciones de artesanía popular, muestras de folclore, etc.

En homenaje a las mujeres y hombres del campo todos los años se realiza un reconocimiento a través de la figura del “paisano y paisana del año”. En esta edición de 2019 el reconocimiento ha recaído en un madreñeiro del concejo de Piloña y una ganadera que, aunque nacida en el colindante concejo de Somiedo es vecina de Sonande, en la parroquia de Cibea.

Marcelina González nació en Villar de Vildas (Somiedo) hace 97 años, pero se trasladó a Sonande, en Cibea (Cangas del Narcea), cuando «solicitó permiso a su padre» para casarse. Su vida transcurrió a caballo, de forma literal, ya que este animal era el que utilizaba para desplazarse o para subir a las brañas para ordeñar las vacas.

Quienes la conocen aseguran que trabajó todo y más, cuidando el ganado o lavando y planchando ropa. Como curiosidad, fue una de las socias fundadoras de la Central Lechera Asturiana. En la actualidad, según cuenta, sigue controlando todas las faenas y cuentas de la casa porque ella misma reivindica su papel: «Mi marido sabía mucho de tierras, ganado y siembra, pero poco de llevar una casa y de gestionar la economía familiar».

Enhorabuena Marcelina!!!