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Acta del fallo del jurado del Premio Joven 2013

altReunidos el pasado 24 de mayo los miembros de El Payar del Tous pa Tous. Sociedad Canguesa de Amantes del País: Alfonso López Alfonso, Victorino López Mendivil, Mercedes Pérez Rodríguez (que se abstiene en la votación de la categoría de 13 a 17 años), Benito Álvarez Pereda, Jesús Feito Calzón, Dionisio Morodo Magadán, actuando como secretario Manuel Álvarez Pereda y como presidente Juaco López Álvarez, para deliberar sobre los  seis trabajos presentados al Premio Joven Tous pa Tous-Cangas del Narcea 2013 toman el acuerdo siguiente:

  1. Declarar desierto el Premio Joven Tous pa Tous-Cangas del Narcea 2013 para las edades de 18 a 22 años por estimar que no concurren los méritos necesarios para la concesión del mismo en las candidaturas presentadas.
  2. Declarar finalistas del Premio Joven Tous pa Tous-Cangas del Narcea 2013 a:
    • Jairo Burgos Nicieza por el audiovisual «Corto sobre la juventud en Cangas», con el que se propone un acercamiento a la actual juventud canguesa, a sus opiniones, a su visión de la sociedad coetánea y sus aspiraciones.
    • Paula González González y Lorena Rodríguez Álvarez por el audiovisual «Con alma de gigante», que ofrece una emotiva mirada de unos de los ingredientes más queridos de las fiestas del Carmen y La Magdalena: los gigantones, a la vez que un homenaje a las personas que han hecho posible que esta costumbre se haya mantenido en las últimas décadas.
  3. Otorgar el Primer Premio del Premio Joven Tous pa Tous–Cangas del Narcea 2013 a Ignacio Marqués Fernández por el cómic «El retorno de Andrés», una historia del regreso de un emigrante para morir en Cangas del Narcea con un guión y un dibujo bien elaborados.

 

En Cangas del Narcea a 24 de mayo de 2013

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La realidad y el deseo de Venancio García Pereira

El Muséu del Pueblu d’Asturiesalt, en su incansable labor por mantener a buen recaudo nuestro patrimonio cultural y nuestra historia, acaba de publicar Cuadros y escenas criollas de Villaguay (Argentina), escritos por el médico Venancio García Pereira en 1894. Desde el punto de vista intelectual, el libro, inédito hasta ahora, fue el pretexto para el contacto entre las dos orillas de un océano, y por tanto sale a la luz en edición de Juaco López Álvarez, director del Muséu del Pueblu d’Asturies, con la ayuda de Raúl Jaluf, responsable del Museo Histórico Municipal de Santa Rosa de Villaguay, y con textos explicativos del propio Juaco López y de Manuela Chiesa, investigadora, y Miguel Ángel Federik, abogado y poeta, ambos de ese municipio argentino de la provincia de Entre Ríos.

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Página del manuscrito de ‘Cuadros y escenas criollas de Villaguay’ de 1894

Detrás de cada hallazgo suele haber una pequeña novela, a menudo digna de contar. Juaco López visitaba en la infancia la casa de los padrinos de un hermano suyo en el barrio de El Corral, en Cangas del Narcea. Años más tarde, ya adulto y responsable del museo, recibe una llamada de unos anticuarios por un lote procedente de Cangas del Narcea. En el lote descubre unos cuantos papeles de aquellas personas que visitaba en la infancia, ya fallecidas, y entre ellos algo más: «Los documentos que más llamaron mi atención fueron dos novelas manuscritas en unos cuadernos, fechadas en Madrid en 1876, y otros tres cuadernos más pequeños con escritos realizados en Villaguay en 1894, todos ellos firmados por Venancio García Pereira».

¿Y quién fue este hombre? Venancio García Pereira nació en el seno de una familia conservadora y profundamente religiosa en el barrio de El Corral, de la por entonces Cangas de Tineo, en 1857. En 1873, después de cursar los estudios secundarios, marchó a Madrid a estudiar Medicina, carrera que acabaría en Santiago de Compostela en 1879. Aficionado a la literatura, dejó escritas algunas novelas y empezadas otras, todo, salvo lo que se incluye en los apéndices de este libro, rigurosamente inédito. En Galicia casó con Efigenia, y en 1885, con 29 años y sin su mujer, que no lo acompañó y con la que después no tuvo ningún contacto, se fue a la República Argentina, donde durante una década, mientras se lo permitió una salud quebrantada prematuramente, ejerció de médico en Villaguay. Murió en Buenos Aires el 1 de mayo de 1896.

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Venancio García Pereira en Paraná, 1890

A Villaguay, en pleno monte de Montiel, en el corazón de la provincia de Entre Ríos, llegó Venancio para quedarse, algo sumamente extraño entre los emigrantes de su tiempo, a los que más bien movía el deseo de ganar dinero y volver a su patria. Impulsado por cierto idealismo romántico y quizá algo bohemio, un médico español, con posibilidades de ganarse bien la vida cerca de casa, se fue a un pueblo remoto, con una farmacia, un café y poco más de mil habitantes. Uno de esos pueblos que tienen algo de la mítica salvaje del western, con parroquianos procedentes de mil lugares en busca de una nueva vida y a los que nunca se les pregunta por su pasado; un pueblo con calles en construcción, casas a medio hacer y un reducido cuartucho donde se aloja la redacción del periódico local recién inaugurado. Venancio, un tipo bien original, tiene además la peculiaridad de que en este cuaderno habla de lo que le rodea. Por sus correspondencias se puede reconstruir parte de la vida de algunos emigrantes, pero estos Cuadros y escenas criollas son un texto raro para la época en España. Este médico, con la incansable curiosidad del niño, la paciencia del entomólogo y la precisión del buen novelista -Émile Zola es el único escritor que cita- se interesa por el territorio en que se ha instalado y por las gentes que lo habitan. Los observa, muchas veces desde la barrera, porque las cacerías o las domas de caballos son peligrosas para quien no está acostumbrado a ellas; anota lo que hacen, pone especial atención en el lenguaje -el cuaderno está salpicado por una cantidad considerable de palabras argentinas que el autor explica en nota-, viaja con ellos, describe el paisaje, explora el campo, aprende; y con ellos disfruta de alguna farra y asiste a un velatorio que le llama la atención por su carácter festivo. Como buen médico, se desquicia con sus supersticiones, en concreto con aquellas en que entran en juego los curanderos o la higiene poco recomendable -se comen los piojos porque creen que los libra del mal de ojo-, y como buen filántropo atiende a los pobres y aguanta estoicamente que casi todo el mundo le deba dinero por sus servicios: «Hace nueve años que trabajo y mucho; no soy rico, hay muchos que me deben la vida y casi todos dinero, y tengo dos amigos». Como explica Juaco López, en los Cuadros y escenas criollas Venancio «se paseará por todos los distritos rurales de Villaguay, describiendo el monte, el río Gualeguay, las lagunas, los árboles y arbustos, los animales, las aves, los peces, los insectos, así como las costumbres del país: el consumo de mate, la vida en la pulpería con sus juegos y carreras de caballos, los apartes o recogida y selección del ganado, las hierras u operación de señalar y marcar el ganado, la caza y la pesca». Y también la sociedad de Santa Rosa de Villaguay, entre la que se movió cotidianamente y con la que parecía tener una relación ambigua, mezcla de resentimiento y atracción.

La vida de todo hombre es un enorme interrogante, un enigma sin resolver, un cúmulo de contradicciones. La de éste, desde luego, no es ninguna excepción. Un hombre conservador y muy religioso escoge como profesión la medicina. Quiere el tópico decimonónico que en cada pueblo español haya dos bandos enfrentados: el del cura y los conservadores, por un lado, y el del médico o el boticario y los liberales, por otro, pero claro, éste, como todos los tópicos, solamente es verdad a medias, y Venancio tiene algo de los dos bandos. Sus ideas sobre la enseñanza no son las de la Institución Libre de Enseñanza, pero su espíritu responsable y ecuánime no quita su parte de culpa a los sacerdotes: «La caridad evangélica y la humildad cristiana son letra muerta para estos traficantes de conciencias que jamás bautizarán ni casarán a un individuo, por pobre que este sea, si antes no se agenció del dinero suficiente para entregarlo al cura por el sacramento que descarada y cínicamente le vende».

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Placa de bronce dedicada en 1929 a Venancio García (1857 – 1896) en el Hospital de Villaguay

Un médico se fue a un pueblo pequeño y exótico al otro lado del mundo, lejos de casa, dejando en Galicia a la mujer de buena familia con la que se había casado, pero, como se deduce de alguna carta reproducida en la introducción, lo hizo con ciertas aspiraciones. Lo más probable es que esas aspiraciones no fueran profesionales. Puede que más bien fueran literarias, una manera romántica de cargarse de experiencias y tener cosas sobre las que escribir, un poco a lo Lord Byron. Pero cómo saberlo. Además, el cuaderno en el que escribió estos Cuadros y escenas criollas -el título es del editor, tomado del cuaderno- está dedicado a su cuñado, y en esa dedicatoria manifiesta que su único objetivo es procurarle un rato de distracción. Sin embargo, el último capítulo, titulado «Por las Raíces«, donde narra un viaje por el distrito de ese nombre, comienza: «No se alarmen inútilmente mis lectores», lo que indica que en su subconsciente anidaba el deseo de tener algún lector más que su cuñado. Por último, como se deduce de una carta que Gerónima Arteaga de Montiel le envía a Dolores García, hermana de Venancio, tras el fallecimiento de éste, el médico seguramente fue un gran filántropo. Se comportó con profesionalidad y diligencia en su trabajo, atendió a los pobres y en aquel pueblo le están agradecidos -una placa en su honor da fe de ello-. Y también acogió a un niño huérfano. Pero hay una duda en el aire, y la primera en plasmar esa duda es su propia hermana, que lo había acompañado algún tiempo en Villaguay, había estado con él, se había ocupado de sus asuntos tras su muerte y debería conocer bien esos pormenores. No obstante, pregunta, y la pregunta que hace no es muy tranquilizadora: ¿No será ese niño hijo de mi hermano? La respuesta, por el contrario, le permitió vivir tranquila.

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Casa comenzada a construir por Venancio García en Villaguay en 1895, que él no vio terminada

Todos somos hojas arrastradas por el viento, y mientras nos arrastra creemos que siempre lo hará hacía adelante, en una carrera imparable y constante en la que la realidad irá acoplándose como un fino guante de piel a nuestros deseos, pero no es así. Bien contada, cualquier vida es un interesante relato, aunque algunas tienen ingredientes más propicios que otras para captar la atención del lector. La de Venancio García Pereira, con sus certezas y sus incertidumbres, sus búsquedas y sus hallazgos, sus luces y sus sombras, sus inquietudes, su amor por la naturaleza, su atención a los más necesitados, su incesante espíritu aventurero, su casa a medio construir en Villaguay, quizá metáfora de su existencia, y su temprana muerte, es de las que merecen ser contadas. Y en este libro se cuenta con la misma precisión y el mismo garbo con que él explicó las costumbres de los habitantes de «esa exigua parcela del mundo».

Víctor San Juan (Madrid, 1919 – Cangas del Narcea, 1997)

VICTOR SAN JUAN, Memoria viva

[Prólogo del libro Víctor San Juan, Del corazón al lienzo, publicado en 2006]

Víctor San Juan, en una fotografía de estudio de 1951

 Elisa Rodríguez, con la autoridad –penosa- que es la de ser viuda de Víctor San Juan (Madrid, 1919 – Cangas del Narcea, 1997), mandome pergeñar a modo de prólogo para un libro –este libro-, que quiere ser un compendio de la vida profesional del amigo entrañable y del artista excepcional. Elisa debe saber que cumplo su mandato con el gozo y pesadumbre que supone la vida y el recuerdo de quien se nos fue, y debe conocer también el honor que me confiere al entregarme esta suave intervención de la obra.

Hablar –escribir- de arte, en cualquiera de sus facetas, es comprometido y delicado para el profano y hasta puede perjudicar al autor si no se acierta a encontrar el rigor con el que se expresa; y es también una acrobacia para quien –como yo ahora- se atreve a irrumpir en el terreno vedado de la pintura, sin las debidas “acreditaciones”, pero, con todo, me atrevo al encargo.

Conocí a Víctor en una de sus muchas exposiciones, allá en la Asturias del alma hace más de un cuarto de siglo y no me conformé con visitar la exposición atentamente y hablar un poco con su autor lo suficiente para escribir una crónica periodística, no. Tuve que volver una y otra vez para admirar la maestría de unos trazos, la sensibilidad del artista en cada cuadro, las luces halladas entre la niebla, aquellos cielos sin fronteras, las nubes sobre la Cordillera y el pico Naranjo –para mi siempre el Naranjo de Bulnes- en fin, para saborear unos paisajes de ensueño y unos bodegones llenos de vida. Al mismo tiempo, tuve la feliz ocasión de conocer al hombre y desde entonces nuestra amistad fue firme y mi admiración por el hombre y por el artista, sin límites.

 Víctor tuvo ocasión de exponer en Madrid, Santander, La Coruña, Barcelona, León, Badajoz, Bilbao, Zaragoza, todas las ciudades de Asturias, Europa y América. Un rosario de exposiciones y otro de críticas favorables, administrativas y justas.

Víctor San Juan, madrileño de nacencia pero asturiano por voluntad y por amor, envía cual palomas mensajeras, desde las riberas de su Narcea hacia el infinito a sus alados pinceles orientados por la flecha exacta de su intuición, de su arte y de su inteligencia; y del infinito cielo vuelven portando en sus picos la fuerza cromática del macizo central, vértice del Picu Tesoro, que marca el límite entre Asturias, Cantabria y León, del Picu Urriellu o del Pico Moprechu y las nubes sobre la cordillera. No son paisajes exclusivos, no son fotografías de aquellas tierras, no; en cada lienzo vibra el nervio del artista y allí están sus pinceles y sus colores, y sus luces y su voluntad, y su arte y su empeño, en llevar hasta nosotros tanta belleza, la que conocemos y la que él ve en cada rincón que lleva a la tela.

Víctor lleva a sus cuadros la maravilla de la Garganta de Cares, la profundidad del Valle de Somiedo; las delicadas figuras de unos gallos de pelea; el tipismo de los tejados de Tazones, de los hórreos y de las paneras; los puertos pesqueros inconfundibles de Luarca, Cudillero, Lastres, Avilés, Gijón, etc…; el Fontán de Oviedo… y lluvia suave de Almurfe y las brumas marinas acariciando las arenas playeras; y las barcas blancas y azules de los esforzados pescadores con sus redes y con sus ilusiones. Todo ello queda brillantemente expresado en los óleos y las acuarelas de Víctor San Juan, con trazos seguros formando un conjunto poético propio de su extraordinaria sensibilidad, porque Víctor es también un poeta que lleva el enamoramiento de sus pinceles a sus lienzos transformándolos en ventanales para disfrutar y sentir profundamente de aquellas figuras, de aquellos objetos y de aquellos paisajes, sus montes, sus puertos, sus valles, las calles recoletas y antañosas que nos transportan justo hasta el corazón de tanta poesía y tanta belleza. Así es la transparencia y la luminosidad que nos ofrece en cada una de sus obras, porque Víctor veía la realidad de cada cosa y la asimilaba, le daba vida y movimiento y la ofrecía a la contemplación callada admirativa, expresados con su tónica prodigiosa.

Perspectiva en Corias (Cangas del Narcea) Apunte, óleo sobre tabla. 1981 41 x 34 cm

Víctor quedó prendado de Asturias desde que llegó al Principado de la mano de su madre y luego sería Elisa quien le enamoraría, junto con todo el hermosísimo astur, para siempre. Vivió y murió entre los claroscuros de su Cangas del Narcea y supo atrapar la luz del sol, tantas veces tibio y huidizo y la vitalidad del espíritu, plasmándolas en sus lienzos, con plenitud, serenidad y equilibrio propios de esa incomparable Asturias, donde España comenzó a ser y donde aun puede saborearse la quietud de los siglos, contemplando el tipismo de su cielo y de su mar, de sus rincones urbanos y rurales, llenos de misticismo y de misterio.

Víctor San Juan –velazqueño- pudo quizá sentirse algo influido por Sorolla, que busca con pasión los distintos matices de los verdes astures; Víctor los encontró y los aprehendió para ofrecerlos restallantes.

“Si un pintor desea ver la belleza que le cautiva, tiene la facultad de crearla…” dijo Da Vinci. Víctor no sólo deseó ver el color entre las brumas asturianas, cántabras o gallegas, sino que una vez visto se dejó llevar por tanta emoción y ayudado de su imaginación, inteligencia y deseos de trabajar sin fatiga y sin descanso consiguió llevar esa emoción y sensibilidad a cada una de sus obras, que sorprenden por sus perspectivas, por la luz hábilmente distribuida, y por el “verdor” húmedo de sus campos, el azul fundiendo cielo y mar y las nubes protegiendo amorosamente esos pinchazos que hablan con el cielo. Y siluetas humanas, bodegones y retratos, que todo forma parte del magnífico equipaje de este singular y cautivador pintor.

Creo que, sobre todo, Víctor nos regala Asturias, una Asturias que supone una permanente tentación y que nos hechiza…

Y así fue desde 1949 en que expuso por primera vez en una galería de la Gran Vía madrileña hasta…  1997 en que se nos fue con sus pinceles, sus lienzos, su saber y su sonrisa… y con el amor que le empujaba, que le empujo siempre, al arte, al trabajo, a la familia, a Asturias, un amor leal que le atrapó e inundó de dicha su corazón.

Muchos años, muchos –pocos para él y para el arte- de asturianía, de expresividad, de remansada sensibilidad, le debemos a quien fue un gran artista y un gran hombre que, seguro, ahora estará pintando ángeles y arcángeles para agradecer a Dios las luces que en un día lejano puso en su mente y en su alma, proyectándole hacia las claras esferas del arte supremo.

¡Gracias por todo, Víctor!

Ramiro García de Ledesma
 La Coruña, Octubre 2004

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Portada del libro recopilación de parte de las obras que el pintor cangués Victor San Juan ha realizado a lo largo de su vida.

Elisa Rodríguez, la viuda de Víctor San Juan, posee una amplia colección de obras del pintor, la cual está conservando con la idea de hacer una exposición permanente en el Centro Cultural o en el Parador de Cangas del Narcea. Vive con la esperanza de que finalmente ésta pueda llevarse a cabo con la colaboración de la Consejería de Cultura del Principado de Asturias y el Ayuntamiento de Cangas del Narcea. Dicha exposición permanente servirá al pueblo como bien cultural de la villa y promoción turística de la zona.

Ver enlace: www.victorsanjuanpintor.es

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Federico Granell muestra su diversidad creativa en Gijón

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Love is blue, Oleo s/ lienzo 162 x 195 cm

Un conjunto de 27 cuadros, 5 esculturas y un vídeo del artista Federico Granell, se ha instalado en la galería Gema Llamazares manifestando la diversidad conceptual de una obra que del dibujo y la pintura ha pasado a la tridimensionalidad, al objeto, y el vídeo, conjugando colores y descripciones con la voz y el movimiento en un espectáculo que alcanza los sentidos.

Es la muestra más completa de las ofrecidas hasta ahora desde que, tras licenciarse en Bellas Artes en la Universidad de Salamanca, en 1999, especialidad de Diseño y Audiovisuales, iniciase su actividad expositiva, primero en Cangas del Narcea, Asturias, donde nació el año 1974, y después en espacios españoles, también en París, México, República Dominicana y Roma, con pintura y fotografía; una pintura en la que la luz suele ser protagonista, tanto en espacios de la naturaleza como en ámbitos urbanos, con una técnica exquisita.

Federico Granell ha sido becario en Roma y Milán, y ha ampliado estudios en Londres donde profundizó en las técnicas del grabado, en el dibujo y el modelado, para después abrirse al audiovisual. Esta voluntad de seguir aprendiendo, de experimentar y explorar se manifiesta en la exposición que, con el título de ‘Love is blue’ muestra en la galería Gema Llamazares, de Gijón, hasta el 15 de junio de 2013.