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Los osos que se portan bien

Oso pardo de pie en el concejo de Cangas del Narcea. Foto: Celso Álvarez Martínez

El aumento de la población osera y su cercanía a los pueblos ha abierto un nuevo debate en torno a un animal que simboliza la lucha por la conservación de la naturaleza en Asturias. Ante la expansión de una de las especies más emblemáticas de la región, el Ministerio de Medio Ambiente prepara junto al Principado y otras comunidades un protocolo de intervención que incluye la posibilidad de ahuyentarles usando pelotas de goma. El periódico La Nueva España ha consultado a vecinos que llevan conviviendo con osos toda su vida y se han cruzado con ellos una y otra vez. Todos defienden el comportamiento «pacífico» del animal y ven «muy exagerada» la medida.

 

Mercedes Martínez, de Jalón: «de repente, veo que tengo dos osos en mi jardín»

Mercedes Martínez, en el jardín de su casa de Jalón, en Cangas del Narcea. Foto: Luisma Murias

Mercedes Martínez escuchó un sonido fuerte y seco, pero no le dio más importancia. Estaba en el corral dándole de comer a las gallinas. Era un día nublado de primavera.

Jalón es un pueblo en las alturas de Cangas del Narcea con 30 vecinos, demasiadas casas vacías, exuberantes montañas alrededor, oxígeno que se agradece y el silencio suficiente para escuchar de todo. Por eso ella pensó que aquel ruido podía ser cualquier cosa. Cualquier cosa menos un oso. O dos.

«Me volví y, de repente, veo que tengo dos osos en mi jardín. Aquí estaban, aquí, en el medio», dice.

–¿Y qué hizo?

–Me quedé mirando fijamente para ellos. Y ellos para mí. No tuve miedo, no me asusté, qué va. Estaba al lado de casa y, a una mala, me podía refugiar dentro. Les contemplé. Eran de color castaño oscuro y no muy grandes. Muy guapos. Creo que andaban buscando comida.A los pocos minutos cruzaron la carretera y se perdieron en el monte.

Ocurrió hace ocho años y ella lo recuerda como si fuera hoy. Su nieta, Laura Tosar, escucha la historia con el asombro y la vitalidad de quien estrena la mayoría de edad.

Mercedes tiene 69 años y lleva casi 40 en el pueblo. En todo ese tiempo, «que ya ve que es bastante», no fue testigo de ningún conflicto entre un oso y una persona. «Estamos acostumbrados a la convivencia con ellos. Es una convivencia pacífica. Aquí nadie tiene miedo de que un oso pueda hacerle algo a una persona. Primero porque no es normal que aparezcan por el pueblo y después porque, si lo hacen, vienen tranquilos. Si no te metes con ellos no hacen nada. Sólo si atacas, es normal: son animales y tienen que defenderse».

Su jardín, entonces, no estaba cercado como lo está hoy, con un muro de cemento ni muy alto ni muy bajo, lo suficiente como para impedir que se le escapen los cabritines que tiene en la cuadra y también para que, llegado el caso, puedan otra vez entrar los osos.

Ella era ganadera de las que iba todos los días al monte. Una vez, de la que volvía de dejar las vacas, se tropezó de frente con cuatro osos, nada menos. Una madre y tres crías. Ahí sí le entró el tembleque, omás que eso. «Tenía un cague de la leche», describe. Se escoró y, con cuidado, siguió caminando con cierta tensión hasta que se dio cuenta de que la osa iba más pendiente de sus oseznos que de otra cosa.Y no pasó nada, cada uno a lo suyo.

Ahora cada vez hay más osos en Asturias y ella lo sabe. Hace cuarenta años, cuando se estableció en Jalón, la especie contaba con 60 ejemplares en toda la Cordillera Cantábrica. Hoy hay unos 220 y subiendo.Y si sigue la tendencia la densidad será mucho mayor. Mercedes es consciente de que a mayor número de plantígrados, mayor es el riesgo de que se aproximen a los pueblos. Pero no ve necesario encender alarmas.

Y «de ninguna manera», dice, respalda la posibilidad de espantar a esos animales de los pueblos disparándoles pelotas de goma, como venía establecido en la primera versión del protocolo de intervención para osos problemáticos que quiere impulsar el Ministerio de Medio Ambiente y que analiza el Principado junto al resto de comunidades oseras de España (Galicia, Castilla y León, Cantabria, Aragón, Navarra y Cataluña). «No hace falta eso, no. Es muy exagerado. Precisamente si les disparas es cuando te pueden atacar», señala. «Es demasiado», sentencia.

«Además están muy vigilados ¿eh? Cada dos por tres vemos a los guardas pasar para allí arriba», avisa. En realidad, allí arriba no es tan lejos. Un par de kilómetros, a lo sumo. Mercedes vive al lado de los osos y no se queja. «Tan contenta», acaba.

Carlos García, de Gedrez: «Siempre escapan de ti»

Carlos García, en Gedrez. Foto: Luisma Murias

Cuando Carlos García Fernández se encontró de frente con un oso todavía estaba mal de la pierna. Cojeaba. Fue en la carretera de Gedrez, donde reside este ganadero jubilado de 53 años. Aquel oso, cuenta, era muy grande. Casi más que él. Lo comprobó cuando se puso sobre sus dos piernas traseras y se presentó erguido. «Se quedó quieto mirando para mí fijamente, pero no me asusté. Fue dar con el bastón a una valla que había al lado y echó a correr a toda velocidad. Los osos siempre escapan de ti», explica.

A Carlos, los osos nunca le hicieron ningún daño al ganado y, por eso, reivindica que «no son conflictivos». «Vienen a los frutales, a las colmenas. Eso sí. Pero a las personas nada», dice.

Carlos no cree que sea «muy acertado» dispararles pelotas de goma «salvo en casos realmente excepcionales».

 

Manolo García, de Piedrafita: «Me quedé a dos metros del oso»

Manolo García González posa ante los cerezales que tiene en su casa de Piedrafita. Foto: Luisma Murias

Delante de su casa, Manolo García González tiene varios cerezales. Desde hace unos años, cada vez se aproximan a su casa más osos a comer cerezas. Él los protege con perros. «No pasa nada, no tengo miedo. Baja, come y listo. Quien realmente destroza por aquí es el jabalí», explica.

Manolo es ganadero y es uno de los siete vecinos de Piedrafita, un pueblo a mil metros de altura en Cangas del Narcea. Hace tiempo, se encontró con un oso cara a cara. Él llevaba un perro, que tuvo que coger en brazos para que no ladrase. «Dejé que se acercara. Me quedé a dos metros. Era grande y negro. En el momento que le chillé, se asustó y salió corriendo. No se fiaba de mí», cuenta.

Manolo lleva conviviendo con los osos 55 años.Y nunca le ocurrió nada. Ni a él ni a nadie que sepa. «Estamos seguros. No creo que vaya a pasar nada porque aumente la población», reconoce, y defiende el comportamiento «pacífico» del animal, para quien reclama más comida en el monte. «Si quieren que no baje a los pueblos deberían insistir en que haya más comida en su hábitat», explica.

«Ahora hay más osos y se nota. No sólo en que los puedes ver mejor sino en que cada vez hay más gente que viene por aquí a intentar avistarles», concluye.

 

José Manuel López, de Gedrez: «Que vengan y digan quién teme aquí al oso»

José Manuel López, en su coche por el monte Zengadera, en Gedrez. Foto: Luisma Murias

«Se está dando una imagen del oso que no es. Que vengan y digan quién teme aquí al oso». José Manuel López, ganadero 45 años y residente en Gedrez (Cangas del Narcea), tiene un largo historial de encuentros fortuitos con osos. El último fue la semana pasada. Volvía en coche de dejar una vaca en el matadero y se encontró a uno en medio de la carretera. Estuvo 300 metros detrás de él hasta que se fue. «No hacen nada. Nadie les tiene miedo», dice, y critica la posibilidad planteada de utilizar las pelotas de goma para espantarles de los pueblos. «Eso es un disparate. No se puede hacer. Si se hace aquí acaban con todo». «Se ve que hay más osos, pero no hay ese problema que dicen», concluye.

 

Chema Díaz: «El problema es el ecologismo de ciudad»

Chema Díaz, en Vega de Hórreo. Foto: Luisma Murias

Una tarde, Chema Díaz salió a pasear con su hija Sofía por antigua la carretera que une Cangas de Narcea y San Antolín de Ibias. Era un día de septiembre a media tarde. De repente, escuchó varias zancadas entre los matorrales. Lo supo desde el primer momento: se paró, preparó la cámara y esperó. El oso saltó a la carretera en cuestión de segundos. «Nosotros nos quedamos parados. Lo mejor es eso. Si no te mueves, los osos no te ven. A los 8 ó 10 segundos se dio la vuelta y salió corriendo».

Chema regenta el albergue de Vega de Hórreo, en Cangas del Narcea. Tiene 45 años y lleva allí más de 20. Está acostumbrado a vivir en el entorno de los osos, que de vez en cuando, por las noches, se acercan a las proximidades del pueblo. «Es normal escuchar a las tres de la mañana ruidos. Pero nadie tiene miedo. Los que vivimos aquí estamos habituados a ellos», asegura.

A este hombre de verbo fluido, pelo blanco y ojos azules le molesta lo que está «viendo y leyendo». No da crédito a las medidas que se quieren impulsar ante la expansión de la especie, entre ellas el uso de pelotas de goma para ahuyentarlos. «El problema es ese, el ecologismo de ciudad, el ecologismo de libro. Es no conocer nada de lo que pasa en el medio rural». Sabe que se utiliza en otras zonas de Europa. Pero se justifica: «Allí son agresivos y te matan, aquí no». Es partidario de otro tipo de medidas como el impulso de campañas de educación medio ambiental.

Chema es consciente de que la población osera se expande, pero sólo ve el peligro si llega a pueblos que nunca han tenido contacto con ellos. «El problema es ese, que alcancen sitios y den con una generación de personas que no han convivido con ellos. Pero eso es remoto. Los que estamos aquí no tenemos esos problemas», dice.


Publicado en La Nueva España
Domingo, 11 de mayo de 2014


La miel, Genestoso y el oso

Genestoso, Cangas del Narcea

La siguiente historia transcurre en el pueblo de Genestoso, del concejo de Cangas del Narcea, lugar mítico por su belleza natural. Este pueblo está coronado por el pico del Cabril, de 1.923 m. de altura, montaña desde la que se ve la vertiente de Cangas del Narcea con el pueblo de Genestoso y la vertiente de Somiedo con Villar de Vildas y la braña de La Pornacal.

En Genestoso vive Juan, un chaval joven y emprendedor, que viendo la afluencia de turistas que tiene este pueblo, quiso sacarle partido y se decidió a producir miel para venderla a los visitantes. Para ello compró colmenas modernas que permiten mejorar la producción de miel. Las instaló al lado de la casa familiar, en una era protegida con una pared de mediana altura. Juan, ilusionado, colocó las colmenas, calculó todos los posibles gastos de producción y los futuros beneficios por la venta de la miel. Estos números le salían sobradamente inclinados hacia el lado de los beneficios, ingresos que le permitirían ayudar en los gastos familiares. La miel sería de un sabor dulce y de color oscuro debido a la flora que tienen estos parajes de Genestoso. Pensaba Juan que esta miel se vendería sola y competiría con cualquier otra miel de las que hay en el mercado; por lo cual podría venderla tres o cuatro euros más cara. Si además en el tarro especificaba que era de Genestoso, producida a 1.140 m. de altura, dentro de un paisaje natural protegido, debería subirla todavía un euro más. Él pensaba que los turistas que visitan la zona se la quitarían de las manos.

Resumiendo, Juan estaba cambiando el cuento de la lechera por el de la miel. Digo esto porque no contó con otro socio que estaba echando las mismas cuentas, pero con más ganancia, pues no pensaba invertir ni un euro en colmenas, ni una gota de sudor en trabajo. Este personaje, ladrón y desconsiderado, es un vago que duerme meses enteros, día y noche, en una cueva, y que vigila como Juan coloca las colmenas en la era, escondido enfrente del pueblo, por el camino que sube al Cabril.

Reguero La Posadina

Cuando las colmenas están repletas de miel las visita de noche el socio de Juan: un oso pardo de avanzada edad que baja de la zona denominada La Carrizosa, por el camino que está a la izquierda del reguero de La Posadina; cuando llega al pueblo penetra en la era destrozando las colmenas para darse un buen festín.

La miel debe ser muy buena, como proyectaba el dueño, pues el oso repite la visita a las colmenas una noche si y otra también. Juan, aburrido, intenta asustar al oso poniendo un pastor eléctrico alrededor de las colmenas, pero aunque parezca imposible este oso, que no tuvo acceso a estudios, reaccionó de forma inteligente al latigazo eléctrico del pastor. Una vez que se dio cuenta del cable eléctrico, furó por debajo del mismo hasta abrir un agujero para acceder a la era; otras veces tiraba la pared contra el cable del pastor, permitiéndole pasar a comer la miel sin el menor sobresalto.

A estas alturas de la situación Juan ya se pone nervioso y opta por el sistema directo. Cuando el perro de la casa ladre porque sienta llegar el oso, saldrá con una trompeta y la tocará muy fuerte para asustar al ladrón, y Juan piensa que haciendo esto varios días seguidos el oso no volverá jamás.

Pobre Juan, no se daba cuenta que él tenía que trabajar de día y de noche, tendría que estar de guardián de las colmenas, mientras que el oso por el día estaba folgado sin pegar golpe y podía permitirse estar de juerga toda la noche.

Vino la noche y, como todas, el oso entró en el colmenar, se escuchó el perro ladrar y Juan salió tocando la trompeta. Daba gusto ver aquel panorama, una noche preciosa, un paisaje emblemático, un paisano en calzoncillos tocando la trompeta al oso que estaba robando la miel.

El oso cuando vio a Juan en paños menores tocando la trompeta, ¿qué pensaría?, se asustó tanto que echó a correr por el monte de Esquilón y no paró hasta que llegó al monte de Regla de Cibea, bien lejos de Genestoso. Esto pasó varias noches, hasta que el oso se acostumbró a las sonatas de la trompeta de Juan. El oso bajaba decidido, entraba rápido en la era, cogía una colmena con las patas y la tiraba al camino; cuando Juan reaccionaba y salía con la trompeta, el oso cogía la colmena del camino y la llevaba a comer junto al río, arropado por la oscuridad de la noche.

Enrique Rodríguez con Juan, Perales y otros vecinos de Genestoso

Juan desesperado pidió consejo a su vecino Perales, un minero prejubilado de Castro de Limés que está casado en la casa de Gavilán de Genestoso. Le preguntó que podía hacer con el oso para que no volviera a robarle. Perales, que siempre fue astuto y prefiere negociar antes que enfrentarse, le dijo lo siguiente: «creo vecino, que sólo hay una solución y es que vayáis a medias el oso y tú en el negocio de la miel».

Juan siguió el consejo de Perales y así fue como solucionó el problema permitiendo al oso ir a medias en los beneficios de la miel. Puso la mitad de las colmenas, las más productivas, en el centro de la era y otras, las menos productivas, fuera de la era para que el oso las cogiera sin esforzarse y dejara las buenas. Esto dio resultado, el oso cumplió el contrato y no molestó más a las colmenas que estaban dentro de la era.

Por el verano venían turistas a Genestoso, visitaban el Pico del Cabril y al bajar pasaban por casa de Juan y le compraban miel. En una de esas excursiones, tomando un vino de Cangas en casa de Gavilán, tuve el privilegio de escuchar la siguiente conversación entre Juan y un andaluz que le quería comprar miel. El andaluz era un asiduo de la zona, era alto, desgarbado, con la barba de cinco días. Se presentó con el nombre de David, un abogado de Medina Sidonia (Cádiz) y en tiempo libre aprendiz de torero. Éste con acento andaluz le decía a Juan que quería diez litros de miel de la zona, pero se quejaba de que era el doble de cara que la que compraba en Andalucía. Juan le contestó, un poco desairado, que la miel que le vendía era el doble de buena que cualquier otra del mercado y si era el doble de cara era porque para producirla había que pagar los impuestos normales, más un excedente para mantener «fartos y gordos a los osos que tanto os gustan a los turistas venir a ver a Genestoso».

Así acabó la conversación y el problema de Juan con el oso de Genestoso, y aunque parezca ficción doy fe de que es tal como lo cuento.