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Cuevas en Cangas del Narcea, 1. El descubrimiento de una cueva en L.larón / Larón en 1786

A Manolín de casa El Xastre de La Viliel.la y a José de casa Montero de L.larón, los dos emigrantes en Madrid, para que investiguen sobre esta cueva.

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Detalle de la hoja 100 del mapa 1:50000 del Instituto Geográfico y Catastral de 1951 en el que aparece el ‘Camino de la Vega de la Casa’ que unía el pueblo de Larón con su braña.

El concejo de Cangas del Narcea tiene un patrimonio natural muy rico, que en muchos casos sigue siendo un desconocido para vecinos y forasteros. Si esto sucede con parajes que están en la superficie, qué diremos de los que se esconden en las profundidades de la tierra. Nunca se ha favorecido la visita a las cuevas de Sequeras, situada en terrenos de Xedré, y Campoaviao, en el Pueblo de Rengos, descritas en 1785 y 1928, respectivamente. En 1928, el médico Florentino Molás Basanta ya se lamentaba en un artículo dedicado a la cueva de Campoaviao, que «si Cangas constituyese parte de algún Estado extranjero […] las grutas de Sequeras y Campoaviao eran conocidas de todos y por todos admiradas. Con mucho menos motivo he visto en Suiza anunciar en todos los hoteles y estaciones de ferrocarril: picos, desfiladeros, vertientes, que a cualquiera que haya recorrido este concejo le defraudan y se da uno cuenta de que en el turismo, la palanca principal está en una buena y bien llevada propaganda» (La Maniega, nº 17, diciembre de 1928, pág. 6).

En el Tous pa Tous vamos a refrescar la memoria de los cangueses volviendo a publicar las descripciones de estas dos cuevas, que escribieron personas que penetraron en ellas y las exploraron. Vamos a iniciar esta serie dedicada a las cuevas canguesas con una gruta más desconocida, situada en términos del pueblo de L.larón / Larón, y que es probable que haya desaparecido con la explotación de la cantera de este lugar que se llevó a cabo en la segunda mitad del siglo XX. Las tres cuevas mencionadas están muy próximas y en la misma área geológica, dominada por las calizas cámbricas o mármol blanco de Rengos.

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El 1 de agosto de 1786 se publicaba en la Gaceta de Madrid, en las páginas 502 y 503, una noticia que daba cuenta del descubrimiento de una cueva en términos del pueblo de Larón (Cangas del Narcea), en el «paraje llamado la Vega de la Casa» que está junto al camino que conduce a la braña de este pueblo.

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Fachada principal de La Casita de El Príncipe, en el Real Sitio de El Pardo, Madrid.

La cueva apareció cuando se explotaba una cantera de mármol con destino a un pabellón que los Príncipes de Asturias, los futuros reyes Carlos IV y María Luisa de Parma, estaban construyendo en el Real Sitio de El Pardo, en la provincia de Madrid. El proyecto era del arquitecto Juan de Villanueva. La obra se inició en 1784 y concluyó en 1788, y es la conocida como Casita del Príncipe.

Detrás del empleo de materiales procedentes del concejo de Cangas del Narcea para obras propiciadas por la casa real estaba el conde de Toreno, Joaquín José Queipo de Llano (1728 – 1805), que desde años atrás estaba empeñado en descubrir las riquezas minerales de Asturias y en darlas a conocer en Madrid, para que su explotación se convirtiera en un medio de riqueza para los habitantes de esta tierra. Las minas y canteras que localizó durante muchos años de trabajo y esfuerzo las publicó en sus Discursos pronunciados en la Real Sociedad de Oviedo en los años de 1781 y 1783 (Madrid, 1785)*.

La cueva que apareció en la cantera de Larón tenía 22 metros de largo y 10 de ancho, y su altura era de cuatro metros y en algunos trechos de hasta más de seis metros. Lo que impresionó a sus descubridores y al conde de Toreno no fue su tamaño, sino sus materiales, sus cristalizaciones, sus extraños dibujos… pero, lo mejor, es que los lectores de la web del Tous pa Tous conozcan por el mismo conde de Toreno lo que él vio en esa cueva aquel martes 11 de julio de 1786:

Cangas de Tineo, en Asturias, 15 de julio de 1786

El Conde de Toreno, Alférez mayor de este Principado, ha hecho la siguiente descripción de una cueva descubierta el 11 del corriente rompiendo una cantera de mármol blanco (de la cual se está sacando el necesario para adornos de la casa que el Príncipe nuestro Señor ha mandado construir en el Real Sitio del Pardo) y sita en términos del lugar de Larón, en el paraje llamado la Vega de la Casa, en este concejo.

«Tiene esta cueva 78 pies [22 m] de largo y 37 [10 m] de ancho, siendo muy sólido y llano el pavimento. De este a la bóveda (semejante a una media naranja) habrá a trechos hasta 5 varas [4 m], y en otros más de 7 [6 m]. Rodéanla 11 columnas o pilares como de cristal, que forman un medio círculo, las cuales separadas entre sí a algunas distancias, y a 3 pies [83 cm] de las paredes, sostienen el techo, como si se hubiesen colocado artificialmente. Su materia es agua congelada. Estas cristalizaciones figuran diferentes y extraños dibujos tan petrificados y duros que admiten pulimento. La media naranja, que sirve de cubierta, iguala en blancura a la nieve, dividiéndose en diversos rollos o pelotones a manera de nubes que parecen espuma o nata de leche. Las paredes y toda la circunferencia son de mármol blanco finísimo; y habiendo quedado muy clara la gruta con la luz que la entra por el boquerón, representa una sala teatral de hermosa y agradable perspectiva. Podrían pulimentarse muchos trozos así de la cubierta como de los pilares. Llegando al fin de la cueva se halla cerrada por todas partes con la misma cantera de mármol, la cual es abundantísima y casi inagotable.»

 

*Descarga los discursos del Conde Toreno:

Semblanza de Francisco Rodríguez García (1914 – 1990)

Francisco Rodríguez García, hacia 1985. Fotografía de Gil Barrero.

Francisco Rodríguez García (1914 – 1990), de casa Felipón de La Viliel.la, parroquia de L.larón (Cangas del Narcea), fue durante casi toda su vida el tamboriteiru de la danza de palo que se bailaba en las fiestas patronales de varios pueblos de los concejos de Cangas del Narcea, Degaña e Ibias, así como del valle de Fornela, en el norte de la provincia de León. Aprendió a tocar la Danza con la xipla y el tambor cuando tenía once años; su maestro fue Francisco Rellán, el Tío Vitán, de Tormaleo (Ibias). En 2008 el Museo del Pueblo de Asturias editó un CD con una selección de su repertorio musical, en el que destaca la música de la danza de palos. El mencionado CD lleva un cuaderno con dos artículos dedicados a Francisco, uno de Fernando Ornosa  y Naciu’i Riguilón, y otro de Juaco López Álvarez, que es el que ahora publicamos aquí.

 

SEMBLANZA DE FRANCISCO

Juaco López Álvarez

Conocí a Francisco, el tamboriteiru de la Danza, en la Semana Santa de 1976, en la taberna de casa Macera, en L.larón. Él tenía 62 años y yo 15. Aquella noche nos contó a otros amigos y a mí sus vicisitudes durante la Guerra Civil, la represión en la postguerra, su encarcelamiento en la Vidriera de Avilés, etcétera. Cuando la noche ya iba larga y la confianza se había afianzado, Francisco nos enseñó su carné de militante del Partido Comunista de España. Él, emocionado, con aquella cartulina roja en la mano, y nosotros, estupefactos. El partido comunista todavía era ilegal y mis amigos y yo éramos muy sensibles, como casi todos los jóvenes en aquel tiempo, a la política.

Francisco con danzantes de Degaña, hacia 1955.

No recuerdo si en ese primer encuentro nos habló de la Danza, ni tan siquiera si llegamos a saber que él era músico, pero yo, un año después, en septiembre de 1977, estaba de vuelta en L.larón, en casa de mi compañero de estudios José Gabela Rodríguez (de casa Montero), para ver y grabar la danza de palos con un voluminoso magnetófono. La Danza hacía varios años que no se bailaba y creo que ese fue el último año que se bailó en el pueblo de L.larón.

A partir de entonces traté mucho con Francisco. Lo veía en sus pueblos de La Viliel.la y L.larón o en Cangas del Narcea, cuando iba o venía de ver a unas sobrinas que vivían en Gijón. Fui un par de veces con él a Chano y Trascastro, en el valle de Fornela, y también visité en su compañía algunos pueblos de los alrededores de La Viliel.la: Astierna, Trabáu, etc.

En la sociedad rural, como en cualquier otra, hay muchas clases de personas. El campesinado no es un mundo homogéneo. En ese ámbito existe un tipo de persona curiosa que sabe un poco de todo, hábil con las manos y de gran inteligencia natural, que hace cosas que la mayoría no es capaz de hacer. Son los que suelen llamarse “curiosos”. Francisco era uno de estos tipos. No tenía afición al trabajo del campo. Era carpintero y tamburiteiru. A causa de estos oficios debía trasladarse a los pueblos a reparar casas y a las fiestas a tocar, y allí conversaba y trataba con todo el mundo. Era un tremendo animal social. El verano, hasta bien entrado el otoño, lo reservaba para la danza. Iba a los pueblos, pero no solo el día de la fiesta, como es corriente en los músicos populares, sino varios días antes porque la danza es necesario ensayarla.

En este ambiente vivía Francisco. Más tiempo fuera de casa que en ella, hablando con la gente y escuchando. Era un gran conversador y, también, un gran bebedor de vino, de grandes vasos de vino que él tomaba para saciar la sed que le producía la xipla y el sol del estío. Muchas veces le vi alegre y con unos ojos chispeantes muy característicos suyos, pero nunca le vi perder la compostura, ni oí que la hubiera perdido nunca. A veces también bebía agua. Era muy especial para el agua, no todas le servían. Distinguía las fuentes buenas y beneficiosas de las frías y “catarrosas”. Detestaba el agua corriente de las ciudades.

Francisco en El Rebol.lal (Degaña), 1974. Fotografía de Gil Barrero.

De los trabajos del campo solo tenía interés por la apicultura. La relación de los campesinos con las abejas es complicada, es de amor o de odio. Por una parte, están los que les tienen pánico y las consideran un “ganado” pésimo, y, por otro, están los apasionados que te dan múltiples razones para convencerte que es el mejor “ganado” que existe. Estos últimos son los abeyeiros y entre ellos estaba Francisco.

El abeyeiro es por lo común un gran observador del entorno. Está pendiente de los desplazamientos de las abejas, dónde van a pastar, dónde cogen el agua, hacia donde van los enjambres y también por donde anda el oso. Francisco no solo estaba atento a sus abejas, sino también a los restos arqueológicos de su entorno más cercano. El valle del río Ibias, en el tramo que rodea la parroquia de L.larón, está plagado de yacimientos de época romana relacionados con la explotación de oro. Él conocía a su manera todos los lugares donde hay un yacimiento: el castro de L.larón, las explotaciones auríferas de La Muracal, los canales o antiguas que recorren el valle, las arrugias o fanas, etcétera. Su abuelo había descubierto en el lugar de L’Arnosa la lapida funeraria de Lucio Valerio Postumo, un romano de 50 años natural de Uxama (la actual villa de El Burgo de Osma en la provincia de Soria), que estuvo durante muchos años colocada delante de su casa y hoy pertenece al Museo Arqueológico de Asturias.

A pesar de su afición a la “arqueología”, es necesario advertir que Francisco no era un buscador de tesoros. Sabía de varias casas donde tenían gacetas en las que se señalan sitios donde, supuestamente, se esconden estos, pero nunca le interesaron, él solo aspiraba a conocer aquellos restos, a satisfacer una curiosidad real y mítica. Una vez me dijo que había oído que “junto a una uz rubia y un rebollo albar había una arca de oro y otra de veneno, el que destapara la de veneno infestaría el mundo. Sé que estuvieron andando sobre ello y algo tien que haber. ¿Te imaginas que pasaría si alguien abriera el arca de veneno?”.

Le gustaba mucho caminar por esos lugares del monte, buscando y removiendo piedras, y en la estación propicia llevaba los bolsos llenos de castañas que iba sembrando en aquellos sitios que él consideraba adecuados. Que la maleza se apoderase de los castañedos, los viejos caminos y las tierras le desesperaba: era el síntoma más claro del final del mundo en el que él se había criado.

Francisco era una persona muy generosa. Cuando a fines de los años setenta del siglo pasado, y sobre todo en los ochenta, renació el interés por el estudio de la cultura popular, siempre estuvo disponible para todo el que pasó por su casa. Acompañaba sin reparos a los jóvenes folcloristas, informaba, contaba y les abría las puertas de sus muchos conocidos. Era muy buen informante para muchos asuntos relacionados con la vida rural y si él no sabía acerca de un asunto concreto enseguida te indicaba quien te podía informar.

Uno de sus dichos preferidos era: “Donde hay música hay alegría”. Este CD, que edita el Museo del Pueblo de Asturias, permitirá que su música y su alegría sigan vivas.