Entradas

Un nuevo artículo de Odón: «Dos sangrías» (1909)

Mozas de Cangas del Narcea, hacia 1915. Fotografía de Benjamín R. Membiela.

Siguen apareciendo, gota a gota, algunos ejemplares de periódicos editados en Cangas del Narcea que no conocíamos. En este caso se trata de un ejemplar de El Narcea, núm. 199, de 13 de noviembre de 1909, dirigido por el maestro Ibo Menéndez Solar. En la crónica local de ese número se escribe sobre los proyectos para construir un cementerio, un matadero y un lavadero, tres aspiraciones de los habitantes de la villa de Cangas, que irán llegando poco a poco en ese primer tercio del siglo XX. En la portada aparece un articulo de Odón Meléndez de Arvas (Carballo, 1851-Cibuyo, 1923), que hoy traemos aquí porque no aparece en la colección de artículos de este periodista local que publicó el «Tous pa Tous» en el libro Artículos periodísticos (1903-1917), en edición de Ángeles Martínez Álvarez.

Odón Meléndez de Arvas fue un maestro de Cangas del Narcea que vivió en el pueblo de Cibuyo y ejerció en la escuela de La Regla de Perandones. Pero, además, fue un activo periodista que colaboró en la prensa que se editaba en Cangas del Narcea y en otras localidades asturianas. Publicó en La Verdad, El Narcea, El Distrito Cangués, del que fue jefe de redacción, y La Voz de Cangas, editados en Cangas del Narcea, y en La Justicia de Grado. Odón era una persona de arraigadas ideas republicanas, que escribió numerosos artículos costumbristas sobre la vida rural y de opinión, siempre defendiendo sus dos grandes intereses y preocupaciones: la instrucción pública y los campesinos. Fue presidente de la Asociación de Maestros de Primera Enseñanza de Cangas del Narcea. Nunca rehuyó la polémica.

En este articulo titulado «Dos sangrías» se lamenta de la emigración a América y del servicio militar con destino a la guerra de África, que sangraba a la juventud canguesa de ambos sexos en aquellos años, y reivindica la importancia de la agricultura y la instrucción publica, imprescindibles para tener una sociedad en paz, prospera y feliz. Curiosamente, algunas de las opiniones de Odón siguen vigentes en la actualidad.


 

DOS SANGRÍAS

 

Hace bien pocos días, paseábamos por la carretera que conduce de Cangas a Ventanueva y vi venir en dirección a la villa unas muchachas –creo que eran seis-; parecían todas menores de veinte años; eran hermosas, como son casi todas las hijas de la montaña; sencillas, también como las costumbres de su pueblo, y en el rostro de todas destacábase el sello de la pureza. No iban contentas; conocíase que habían llorado, y en vano trataban de ocultarlo: sus ojos estaban enrojecidos, y el frote de los pañuelos tardaba en borrar las huellas que marcaran las lagrimas que aquella mañana derramaran. ¡Debieron ser hirvientes y amargas! Algunos pasos más atrás, otra media docena de hombres las seguían, cabizbajos, sin hablarse una palabra.

Pasó ante mí aquella extraña comitiva y por el camino que se llama del Coto apareció otra del mismo modo; en esta iban cuatro muchachas. No pude ya contener mi curiosidad y pregunté a uno de los hombres, que también las acompañaban, que adonde iban aquellas muchachas. – Marchan hoy a La Coruña a embarcar para Buenos Aires, me contestó; deben reunirse en Cangas unas veintidós, con algunas que vienen del río de las Montañas y creo que alguna de Sierra.

Más tarde, pasaron también algunos jóvenes, y otros que no eran tan jóvenes, casados, que dejaban su familia y su patria y se marchaban también a América. Y, por último, un anciano a quien conocía, agobiado por el dolor y los años, pasaba por junto a mi llorando.

– ¿Qué te pasa, hombre?

– Se me marchan hoy dos hijas para Buenos Aires.

– ¿Y por qué las mandas? ¿No sabéis a lo que se exponen esas criaturas por el mundo?

– ¿Y qué quieres? Los años van malos; este año no se coge pan para volver a sembrar y para la renta; y para pasar hambre bastamos los viejos, que ya no podemos ir a ninguna parte. Las muchachas quieren vestirse, va llegando el tiempo de colocarlas, y la tierra no produce para comer después de pagar las contribuciones, las rentas, los intereses … y con ganado de a medias.

Ni tuve que le decir, ni él pudo decirme más; arreciaron las lagrimas, de seguro más amargas que la cicuta, y siguió su camino.

Aquel hombre tenía también un hijo en el Ejército. Acaso a la misma hora en que aquel hijo embarcaba en Cádiz para Melilla, gritando como todos «Viva la Patria», sus hermanas salían para La Coruña maldiciéndola. ¡¡Qué contraste!! Maldiciéndola, si; la miseria las había expulsado del hogar paterno; la Patria no les diera siquiera instrucción. Para la lucha que principiaban a sostener por la existencia, para la conquista del pan, no tenían recurso alguno; y como armas defensivas no llevaban mas que la honradez heredada y los consejos de su padre. ¡Era bien poco! Nada grato llevaban de su patria, mas que los besos que su madre les diera al despedirse. ¡Y por esta patria ingrata, que hace verter tantas lagrimas al pobre, vierte su sangre el hijo del pobre, gritando «Viva la Patria»!

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

Cuando los buques cargados de emigrantes españoles llegan a América, otros que emigraron antes burlando las leyes, y que debieran estar en Melilla, preguntarán a los que llegan cómo se baten los tímidos que quedaron (porque es la verdad; los más arrojados y lo más sano de la juventud está en América). Como leones, les dirán; y aquellos jóvenes que huyeron, no del servicio militar, sino también de la miseria, llorarán por no estar en su puesto, porque así es la sangre española.

¡Oh, Patria, por cuantos motivos haces derramar lágrimas! Yo te amo tanto como amé a mi difunta madre; y si algún día tuviera también que dejar el hogar donde nací y renunciar a la hermosura de tu cielo, lo templado de tu clima, la hermosura de tus campos, el canto de tus pájaros, el cristal de tus aguas, o lo que sería peor, que la miseria me hiciese, como a aquel viejo, desprenderme de mis hijas, lanzándolas al mundo, donde acaso la violencia en la bodega de un buque o el hambre en tierra extraña o el engaño perverso, me las llevase a la deshonra, no por eso te maldeciría.

¡Pobre España! Dos sangrías funestas te debilitan: la emigración y la guerra. El pueblo derrama lagrimas junto a los vagones que conducen a los soldados a la guerra. El que piense cuerdamente, las derramará también al ver alejarse un buque cargado de emigrantes, aun cuando en él no vayan sus hijos.

La imprevisión y la ignorancia abrieron esas sangrías. La mayor parte de los emigrantes son hijos de labradores. La agricultura, esa nodriza de la humanidad, va secándose, no se la protege; los impuestos, la agobian; rentas odiosas, la estrujan; la usura, la muerde; los poderes públicos, la abandonan; y por esto, los brazos fuertes huyen de ella. A la misma altura se encuentra la instrucción del pueblo; todo para ella es mezquino. Y mientras la agricultura y la instrucción no sean el eje del Estado, todo está perdido. Habrá que pensarlo mucho para confeccionar una ley que redima los foros, y otras que tiendan a la libertad de la tierra, a fin de que ningún brazo se cruce ante un pedazo de terreno yermo. Habrá que pensarlo mucho también si hemos de gastar más de lo que gastamos en instrucción, para que si alguno emigra a América no le espere la suerte que esperaba en otros tiempos a los hijos de Guinea. Todo esto, que puede vendar casi por completo la sangría de la emigración, y si algo quedase podría ser acaso provechoso, hay que pensarlo mucho. Para ir a la guerra fuimos a escape, lo hemos pensado poco.

Y no convenceréis a nadie de la utilidad de la guerra, aun cuando de ella nos quedásemos con la mitad del imperio de Marruecos. España nunca tuvo más hambre que en los tiempos de Felipe II, cuando el sol no se ponía en sus dominios.

No queremos expansiones coloniales, porque hemos probado al mundo que no servimos para ello. Los que hemos perdido un paraíso en la América y en la Australia, no busquemos compensación en las tostadas arenas del África, dijeran lo que quisieran el Cardenal Cisneros y el apolillado testamento de Isabel I.

Gobernad para el pueblo, y ved lo que el pueblo trabajador, que es la mayoría de ese pueblo que gobernáis, dice por boca de un labrador, a quien se le contaban estos días eso que llaman nuestros recientes triunfos en África: «¿Y qué me importan a mí? Más quisiera tener que comer siendo ciudadano de la República de Andorra o súbdito del príncipe de Mónaco, que vasallo hambriento del Káiser o del rey Eduardo».

La miseria y la falta de instrucción en un pueblo pueden llegar hasta consentir en la desmembración de la patria.

Busquemos el bienestar y la riqueza en la agricultura, en la paz y en la instrucción del pueblo; no lo dudéis, que esta duda no pueden abrigarla los entendimientos medianamente ilustrados. La agricultura y la instrucción solo pueden prosperar cuando enmudezcan los cañones y cuando se enarbole el suspirado estandarte de la paz y la libertad. La prosperidad de la industria agrícola debe ser considerada por el hombre político como una de las bases fundamentales del poder del Estado y del bienestar general.

Este es el único camino que no nos conduce a patrias extrañas, ni en el que se encuentra patria chica ni grande, y desde el cual solo veremos a España rica, feliz e indivisible, madre cariñosa de todos los españoles, los que desde el Estrecho al Cantábrico y desde Portugal al Mediterráneo no tendrán otro canto ni otro grito de amor mas que el de ¡¡VIVA ESPAÑA!!

 

ODÓN

(El Narcea, n.º 199, Cangas de Tineo, 13 de noviembre de 1909)

La tumba de un exiliado cangués en Caulnes (Francia)

Los hijos de Juan Blanco Martínez ante la tumba de su padre en el cementerio de Caulnes (Francia)

Juan Blanco Martínez era un famoso ferreiro de Cangas del Narcea. Vivía en el Barrio Nuevo y a parte de ser un virtuoso en su oficio, era conocido por hacer las mejores trompas del concejo. Era socio de “El Tous pa Tous”. Con 60 años, él, que casi no había salido de Cangas, tuvo que marchar en agosto de 1936 con sus hijos Manuel y Consuelo para escapar de la entrada del ejercito de Franco.

Su hijo Manuel había emigrado con 14 años a la Argentina. Allí trabajó muy duro e hizo un pequeño capital. En aquella república americana, como les sucedió a otros muchos emigrantes asturianos en ultramar, se hizo republicano. A comienzos de 1931, tras la muerte de su madrastra y tía, Engracia Pérez, regresó a España. Le dijo a su padre que con el dinero que él traía podía dejar de trabajar. Al padre aquello le pareció casi un insulto y siguió trabajando en la fragua. Manuel construyó una casa en el Barrio Nuevo, justo enfrente del puente roto, y se metió en política. Se presentó en las elecciones municipales de abril 1931 con el partido republicano y salió elegido concejal. En 1936 tuvo que exiliarse a Francia, y con él se fueron su padre y su hermana Consuelo. Acabaron en Caulnes, un pueblo de la región de Bretaña, situado cerca de las ciudades de Saint Malo y Rennes, en el que vivían unas mil ochocientas personas.

Señalización del pueblo de Caulnes (Francia)

Pero tampoco aquí las cosas fueron fáciles para los tres. En 1939 comenzaba la Segunda Guerra Mundial y la pequeña población de Caulnes estaría ocupada por el ejercito alemán desde junio de 1940 hasta agosto de 1944. En este tiempo, en 1942, moría allí Juan Blanco Martínez.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, los dos hermanos se marcharon para Argentina, donde tenían hermanos y sobrinos, y donde Consuelo ya había estado en 1931 y 1932. En los años sesenta regresaron a Cangas del Narcea a su casa del Barrio Nuevo. La casa estaba habitada por una familia que se había hecho con ella y a la que tuvieron que desalojar. En la vivienda solo quedaba un aparador en la cocina, que estaba encajado en un hueco de la pared, el resto de los muebles y ajuar que ellos habían dejado había desaparecido. En esa casa murieron los dos muy viejos, primero Consuelo, el 28 de abril de 1986, con 85 años y diez días después Manuel, con 95 años. Los dos reposan en el cementerio de Cangas, en Arayón. A él se le conocía como Lin el Ferreiro. En su última estancia en Cangas, Manuel volvió a encender la fragua de su padre y fabricó trompas que regalaba a amigos y conocidos.

En la fotografía que publicamos aparecen los dos hermanos el día del entierro de su padre en el cementerio de Caulnes. En la base de la cruz, escrito en francés, se lee:

Cementerio de Caulnes (Francia). Lugar donde la tumba de Juan Blanco ha desaparecido.

Ici
repose
Juan Blanco Martínez
né en Espagne
1866-1942
offert par tes amis de
Caulnes
Les enfants ne t’oublient
pas

La traducción es: “Aquí reposa Juan Blanco Martínez, nació en España, 1866-1942, ofrecido por sus amigos de Caulnes. Los hijos no te olvidan”.

Una amiga, Consuelo Hernández Valenzuela, que vive en Saint-Ouen-des-Alleux, no muy lejos de Caulnes, ha tenido la amabilidad de ir hasta este pueblo a buscar la tumba de Juan Blanco Martínez. Pero la tumba ya no está. Ha sido levantada. En unas fotos que me envía se ve el lugar vacío. La memoria es perecedera. La del exilio español es todavía más fugaz. Nos queda sólo esta fotografía que perteneció a otros exiliados, los hermanos Joaquín y Gumersindo Díaz Morodo “Borí”; este último también murió en Francia, en Salsigne, cerca de Carcasona, y su tumba tampoco se conserva.


alt

Cangueses en Mauthausen

A la memoria de José Pérez “Pepe Caín” y José Fernández

alt

Presos en el campo de concentración de Mauthausen

El horror y la barbarie del siglo XX también se llevó por delante a muchos cangueses. Este es el caso de dos paisanos nuestros, José Pérez Fernández “Pepe Caín” y José Fernández Martínez, que murieron en 1941 en el campo de concentración de Mauthausen y a los que queremos recordar en nuestra web del Tous pa Tous. Ellos fueron, según la información de que disponemos, los únicos cangueses que padecieron esa inmundicia de la Historia que fueron los campos de trabajo y de exterminio nazis.

El campo de Mauthausen fue construido en Austria  para albergar a “enemigos políticos incorregibles del Reich”. Como el número de deportados fue tan grande, alrededor del primer campo se construyeron varios “kommando” o campos auxiliares, como el de Gusen, situado a cinco kilómetros de Mauthausen. Los presos trabajaban en fábricas de armas y, sobre todo, en canteras de granito, en unas condiciones durísimas y con un régimen de vida inhumano. La consecuencia de tanto maltrato fue la muerte de 154.000 hombres, de un total de 206.000 que ingresaron en estos campos entre 1939 y 1945. Allí murieron algo más de siete mil españoles, entre los cuales había 96 asturianos; todos ellos eran exiliados republicanos que habían sido apresados en Francia.

Ramiro Santisteban Castillo, que fue uno de los dos mil españoles que salió vivo de este campo de concentración, escribió:

“El primer día en que llegaron presos españoles a Mauthausen, el 6 de agosto de 1940, yo me encontraba entre ellos; tenía entonces diecisiete años y entraban también en aquel campo conmigo mi padre y mi hermano mayor. Allí conocimos lo que nunca antes hubiésemos podido imaginar. Los trabajos en la cantera o en otros lugares hasta caer agotados; el hambre; las enfermedades; los castigos crueles. Los hijos veían consumirse a sus padres; muchos iban viendo morir a sus compañeros de lucha, a sus paisanos. Otras veces simplemente desaparecían, enviados a un destino desconocido; entonces sospechábamos lo peor, y esas sospechas un día se revelaron ciertas. Por supuesto, nosotros no éramos allí las únicas víctimas; a nuestro alrededor otros grupos padecían un destino similar e incluso en ocasiones, la eliminación rápida y total”.

En el campo de Mauthausen a los presos españoles se les identificaba con un triangulo azul con la letra S (de “spanier”, español) que llevaban cosido a la ropa. El color azul era el reservado para los apátridas, pues Franco nunca reconoció la existencia de estos compatriotas.

alt

Los hermanos Pérez Fernández: sentado Conrado con Olvido; de pie (de izda. a dcha.): Pepe, Manuel y Mario, 1926. Fotografía de Benjamín R. Membiela. Col. Juaco López Álvarez

José Pérez Fernández “Pepe Caín” ingresó en Mauthausen el 6 de agosto de 1940, con el primer contingente de 392 españoles que llegaron a este campo de concentración. Le asignaron el número 3372. Era natural de la villa de Cangas del Narcea, donde había nacido el 14 de septiembre de 1910. Fue apresado por los alemanes en el norte de Francia en mayo o junio de 1940, durante la ofensiva que trajo consigo la derrota del ejército francés y la toma de gran parte del país vecino por el ejército alemán. Los republicanos españoles que estaban en esta zona pertenecían a Regimientos de Voluntarios Extranjeros o Compañías de Trabajadores Extranjeros organizados por los franceses. Todos los españoles que fueron capturados por los alemanes fueron considerados militares y tratados como prisioneros de guerra. Pepe Caín fue enviado al campo de prisioneros de guerra Stalag VII-A en Moosburg, localizado en el estado de Baviera, en el sureste de Alemania, y el 6 de agosto fue deportado a Mauthausen. Murió el 23 de agosto de 1941 en Gusen, “un kommando o campo auxiliar destinado al exterminio de los presos más débiles”; tenía 31 años de edad.

Pepe Caín pertenecía a una familia muy conocida en la villa de Cangas del Narcea, que tenía su domicilio en la calle El Gallego, y estaba formada por Manuel Pérez Menéndez, de Cangas, y Josefa Fernández Acevedo, de Figueras (Castropol), y sus cinco hijos: Conrado, Manuel, José, Mario y Olvido. El padre era fontanero y el mismo oficio lo continuaron algunos de sus hijos. Conrado, el mayor de los hermanos, nacido en 1900, era en 1929 corresponsal del diario Región.  Manuel era miembro del PSOE. La Guerra Civil fue terrible para esta familia: trajo la muerte de Mario en el frente y la de José en Mauthausen, y el exilio de Manuel a México, de donde no regresó nunca más.

Con la entrada del ejército franquista en Cangas del Narcea el 22 de agosto de 1936, José marcha de Cangas y hace el periplo que hicieron muchos republicanos cangueses: huye a la Asturias republicana y en octubre de 1937, con la caída de Gijón, sale en barco a Francia y pasa a Cataluña. Este recorrido lo hizo con su hermano Manuel y su cuñada Eva Flórez-Valdés Menéndez. Su hermano se incorpora al ejército republicano y se va al Frente de Valencia, y Pepe y su cuñada quedan en Granollers. En febrero de 1939 vuelven a pasar a Francia donde son recluidos en campos de refugiados.

En noviembre y diciembre de 1939 Pepe Caín está en el campo de Septfonds, en el departamento de Tarn y Garona, con Emilio Menéndez Rodríguez “Milio el Pesqueiro” y Manuel Agudín Antón, ambos de Cangas del Narcea. En 1940 se traslada al norte de Francia a trabajar cerca de la frontera con Bélgica, seguramente encuadrado en una Compañía de Trabajadores Extranjeros, y en junio lo hacen prisionero los alemanes durante la invasión de Francia. En una carta de Manuel Agudín escrita desde Lanemazan (Altos Pirineos) a su mujer el 7 de agosto de 1940, le dice: “Pepe Caín estaba trabajando cerca de Bélgica por eso lo cogieron y los consideran militares”.

El resto de este grupo de exiliados cangueses tuvo mejor suerte. Manuel Agudín y Manuel Pérez, el hermano de Pepe Caín, y su mujer y su hija Aida salieron de Marsella a Casablanca y de aquí a México en septiembre de 1942, y Milio el Pesqueiro pudo marchar a Cuba.

alt

En la moto están Mario y detrás Pepe, y en el sidecar: Olvido y Conrado, en Corias (Cangas del Narcea), 1932. Fotografía de Benjamín R. Membiela. Col. Juaco López Álvarez

En cuanto a Pepe Caín, es probable que cuando fue apresado por los alemanes en el norte de Francia estuviese con otros dos cangueses: Moisés Avello Morodo, que sabemos que también estuvo en el campo de Septfonds, y Joaquín Flórez López. Si así fue, es posible que Pepe Caín sea el tercer protagonista de la siguiente historia que nos relata José Avello Flórez.

“Esta historia me la contó hace muchos años, creo que en 1960, mi tío Moisés Avello Morodo, la primera vez que le visité en París, donde vivía, por lo que ya he olvidado muchos detalles y seguramente he añadido otros, pues la memoria tiene esos extraños recovecos de aliarse con el olvido y con la imaginación que la reconstruye a partes iguales. En todo caso, a grandes rasgos, creo que lo sucedido fue lo siguiente.

Mi tío paterno Moisés pasó a Francia con las últimas unidades del ejército republicano al final de la Guerra Civil y junto con tantos otros soldados fue internado en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer o en otro similar (“donde había una gran playa”, según me dijo). Allí se encontró con varios más de Cangas, entre quienes estaba un buen amigo suyo, y hermano de mi madre, Joaquín Flórez López, por tanto, también tío mío. En septiembre de 1939, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, los dos se alistaron voluntarios en el ejército francés, no sé si en una unidad específica de españoles o de otra forma, pero lo cierto es que fueron movilizados y trasladados al frente, en el norte de Francia, donde cayeron prisioneros en medio de la debacle del ejército francés, que perdió la guerra en unas pocas semanas. Estaban pues prisioneros de los alemanes, cuando les comenzaron a trasladar junto con otros muchos españoles hacia campos de concentración en el interior de Alemania. Iban medio hacinados en trenes que viajaban con gran lentitud y, según me relató mi tío Moisés Avello y años más tarde me confirmó mi otro tío Joaquín Flórez, iba con ellos otro cangués, cuyo nombre ya he olvidado, pero que podría ser Pepe Caín, y en un determinado momento, antes de salir de Francia, tuvieron la oportunidad de tirarse del tren y escapar. Mis dos tíos no lo dudaron y se tiraron del tren junto con algunos otros. Según me contaron, también animaron a saltar al otro cangués, pero éste, por alguna razón (quizás miedo, quizás cansancio o esperanza de conseguir mejor trato en el futuro) no se atrevió a saltar.

En los meses siguientes, mis tíos atravesaron Francia a pie, escondiéndose por los montes, hasta el sur, cerca de Toulouse, donde permanecieron escondidos, colaborando con la resistencia francesa durante toda la guerra. Sobrevivían  haciendo carbón vegetal, integrados en un grupo de resistentes y participando ocasionalmente en algunas acciones de guerra y sabotaje. En una de ellas mi tío Moisés fue herido y trasladado de lugar, motivo por el que perdió el contacto con mi tío Joaquín, quien también sería herido y viviría oculto en una casa de Toulouse durante mucho tiempo. No se volvieron a ver nunca más. Moisés viviría en Bretigny sur Orge, cerca de París, empleado en una compañía de conducciones de petróleo y falleció en 1975 en un accidente de tráfico sin haber vuelto nunca a España, pues había jurado no hacerlo mientras viviera Franco, quien irónicamente fallecería un mes después que él. Mi tío Joaquín Flórez se quedó a vivir en Toulouse, donde se casó con la joven que le escondió cuando cayó herido durante la guerra y con la que compartió su vida. Tenía una tienda y él sí volvió a España varias veces y estuvo en Cangas, siempre con unas incontenibles ganas de hablar y rememorar el pasado; falleció en la década de los noventa”.

El otro cangués muerto en Mauthausen fue José Fernández Martínez, nacido el 16 de noviembre de 1909. La información sobre su lugar de nacimiento no está clara: en el libro de M. Razola y M. C. Campo, Triangulo azul: Los republicanos españoles en Mauthausen, 1940-1945, editado en 1969,  se dice que era de Regla de Cibla (que podría ser Regla de Cibea); en la base de datos de la “Fondation pour la memoire de la Deportation”  pone Corias, y en la lista de “Españoles deportados a Campos de Concentración Nazis”, que puede verse en la web del Ministerio de Cultura de España, dice: San Pedro de Corias.

alt

Presos trabajando en Mauthausen

Para saber algo sobre este hombre hemos recurrido al Archivo Municipal de Cangas del Narcea y a su encargada Marta Veiga Fontaniella, así como al Registro Civil. En el Padrón de habitantes del concejo de Cangas del Narcea de 1930 aparece empadronado en la parroquia de Cibea, en el pueblo de Sorrodiles, un José Fernández Martínez, de 18 años, que vivía con sus padres, José y Encarnación, dos hermanos mayores, María de 22 años  y Manuel de 20 años, y un tío, Pedro Fernández. Eran de Casa Manolín del barrio de L’Abichera. Hemos hablado con un sobrino suyo que vive en Sorrodiles y tiene 78 años, y nos dice que su tío José, al que no conoció, murió en África de una pulmonía durante el servicio militar. El joven aparece en la “Lista de Mozos del Reemplazo” de 1934 de Cangas del Narcea y allí consta su fecha de nacimiento: 24 de marzo de 1913. Es decir, no es la persona que estamos buscando.

Por otra parte, en el Padrón de 1930 no aparece ninguna persona con este nombre en Corias ni en San Pedro de Corias, ni tan siquiera que lleve esos mismos apellidos. Sin embargo, en la “Lista de Mozos de Reemplazo” de 1930 aparece un José Fernández Martínez, de Corias, hijo de Gabino y Escolástica. Recurrimos al Registro Civil de nacimientos y allí confirmamos que este mozo es el mismo que estuvo en Mauthausen. Su padre era natural del barrio de Ambasaguas, de Cangas, y su madre del pueblo de Fonceca (parroquia de Limés), y en 1909 eran vecinos de Corias. En 1926, el padre, Gabino Fernández Marcos, era socio del Tous pa Tous y seguía viviendo en Corias, y es probable que en ese año su hijo José también fuese socio de nuestra sociedad. En 1927 la familia se traslada de domicilio y no sabemos nada más de ella.

José Fernández Martínez fue capturado por los alemanes y enviado al campo de prisioneros de guerra Stalag XB en Sandbostel, en el noroeste de Alemania. Fue trasladado al campo de Mauthausen, donde ingresó el 3 de marzo de 1941. Murió en el campo auxiliar de Gusen, conocido como “la antesala de la muerte”, el 9 diciembre de ese mismo año, aunque también con respecto a esta fecha hay datos diferentes, pues algunas fuentes de información, como la del Ministerio de Cultura de España, dan la fecha de 16 de noviembre, que claramente es una confusión con su fecha de nacimiento. Si alguna persona puede aportarnos alguna información sobre la vida de José Fernández Martínez, por favor, no deje de hacerlo.