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Emilio Rodríguez: Poeta espiritual, puro y secreto

Fray Emilio Rodríguez González, dibujando, en el convento de los dominicos de Salamanca, en 1964. Fuente: dominicos.org

Emilio Rodríguez (Villar de Adralés, 1938 – León, 2020) fue un poeta con una producción muy extensa, que se recogió completa por primera vez póstumamente, cuando en el año 2022 fray Bernardo Fueyo Suárez se encargó de editar los dos volúmenes que forman Detrás de las palabras, sacados a la luz por la editorial dominicana San Esteban, de Salamanca.

La formación y el ingenio de este autor le permitieron crear una obra de gran profundidad, con un toque espiritual y múltiples referencias a los lugares en los que se formó como dominico, como poeta y como ser humano. La belleza de sus composiciones reside en que son un testimonio de su visión de este mundo, que nos transmiten las emociones e imágenes que el autor plasmó en un instante que no seríamos capaces de imaginarnos de otra manera.

Emilio Rodríguez González nació en Villar de Adralés (Cangas del Narcea) el 9 de julio de 1938. Sus padres, Emilio y Hermenegilda, eran campesinos que poseían una pequeña explotación agrícola y ganadera, como era común en la zona. Sus primeros años de estudio los cursó en su pueblo natal, y a los 15 años ingresó como alumno interno y aspirante dominico en el cercano monasterio de San Juan Bautista de Corias.

Era el menor de diez hermanos y creció en un ambiente rural, rodeado de imágenes naturales, idílicas, que le marcarán como persona y como poeta. Entre los recuerdos de su juventud podría rescatarse una imagen que, aunque triste, tiene gran fuerza en su obra Como árboles que andan, en la que describe a un “picador” de la mina. La minería, y sus consecuencias en el concejo de Cangas del Narcea, fue un tema de gran impacto entre sus paisanos, y no es de extrañar que Emilio Rodríguez recuerde con cierta amargura esta situación: la de un picador regresando de la mina. El poema dice así:

Emilio Rodríguez, retrato digital impreso sobre aluminio, 70×55 cm, del prolífico artista y singular retratista Florencio Maíllo.

Volvía con la fatiga
doblada sobre el hombro
como un cántico.

Solamente el miedo y la canción
le estaban permitidos.

Tenía las manos escritas
con palabras
que nadie había leído,
que nunca serán consideradas
como nuevas.

Subía por los bancales
masticando la niebla
a bocanadas,
por temor a olvidarse
de que el aire
es vida gratuita.

Tenía la voz oscura
como el viento,
y una larga historia
de raíces
en la piel.

No sabía que algunos días amanece
y que el agua también puede
volverse de colores.

Fue en el monasterio de Corias donde Emilio Rodríguez desarrolló las dos pasiones que lo acompañarán el resto de su vida: la literatura y el dibujo. Su profesor de literatura, con el fin de completar el estudio de la métrica, encargaba a los alumnos pequeñas composiciones personales, y las de Emilio eran tan brillantes que le animó a seguir el camino de la poética.

Después de Corias continuó sus estudios en Caleruega (Burgos), localidad que evocará muchos años después, en el año 2002, en su poemario En absorta luz, dejando constancia del impacto que le causaba la inmensidad cargada de Historia del paisaje castellano: “Silencio en los castillos… / Silencio en las orillas / de aquel río / que pudo describir / tantas batallas”. De Caleruega pasó a Las Caldas de Besaya (Cantabria), trasladándose durante los veranos al santuario de Nuestra Señora de Montesclaros, donde los estudiantes seguían cursos de idiomas, música y literatura. Algo de aquellos instantes atrapa en el poema “Montesclaros”, de su libro Fugaz y permanente (2018): “Ahora en ti descubro / que todos los finales / narran, a su modo, / el tiempo y las veredas”.

Entre 1961 y 1966 estudió en Salamanca, en el convento y facultad de Teología de San Esteban, de donde salió licenciado y ordenado sacerdote de manos del célebre Vicente Enrique y Tarancón.

Años clave para Emilio Rodríguez fueron los que pasó en Pamplona, donde, en 1966, decidió cursar Periodismo. Fue durante este período cuando consiguió su primer éxito literario triunfando en los Juegos Florales celebrados por la Universidad de Navarra con un breve poemario titulado Gustando el sabor del Pirineo.  Esta es una de sus primeras composiciones de cierta envergadura, y sus poemas, concordando con el título, evocan paisajes montañosos, nevados, solitarios, impregnados de un aura de misterio y de tenebrosa calma:

Caballos de andar la niebla
van los aires al sendero.
Está el silencio en cuclillas,
está el silencio o el miedo.

Subida de corazones
donde la nieve es acero,
están los pájaros tibios
del encuentro sin encuentro.

 Tras finalizar los estudios de Periodismo, Emilio Rodríguez fue trasladado en 1970 a Guadalajara, con la tarea de gestionar la imprenta y la Editorial OPE. Fue nombrado subdirector de la editorial, y, además, director de la revista Cruzada misionera, en la cual comenzó a publicar artículos con distintos comentarios sobre situaciones sociales o referentes a la Iglesia. En esa revista publicó también varias composiciones de prosa poética.

A pesar de todo este ajetreo intelectual, no terminó nunca de encontrarse satisfecho con sus tareas en Guadalajara y decidió aceptar una oferta para dirigir la emisora local de la cadena radiofónica COPE en Salamanca. Dedicó estos años al trabajo, pero sin abandonar la producción literaria, bastante prolífica en este tiempo. Escribió en Salamanca Pregunto por el silencio y Como árboles que andan, entre otras obras. En estos libros se encuentran algunos de sus poemas más estimables.

En 1980 promovió la creación de una tertulia literaria que provocó a su vez el nacimiento, en 1983, de la revista Papeles del martes, llamada así por el día en el que esta tertulia tenía lugar. En la tertulia y la revista participó con entusiasmo desde su fundación hasta su muerte, publicando gran cantidad de composiciones en Papeles del martes, entre las que, en el número 29, encontramos un bonito homenaje a su tierra natal: un pequeño conjunto de poemas titulado País de Niebla (Narcea). Aquí describe sensaciones y paisajes de su concejo natal, como el correr de los regatos o el palpitar de las gotas de lluvia sobre las ortigas, pero también, haciendo gala de una profunda comunión espiritual con el paisaje, añade un toque de esa profundidad trascendente que a la naturaleza únicamente le puede aportar el intelecto humano:

Edición completa de la poesía de Emilio Rodríguez.

Aquí se queda el tacto
como guardián silente
de los espinos vivos
donde rige la niebla.

Marcamos territorios
invadidos de ausencia
y nos quedamos quietos
vigilando fantasmas.

Las piedras del pasado
son nuestros asideros
para un vado imposible
del río que nos nombra.

Aquí se esconden todos
los sonidos sobrantes
de los días encendidos
con la noche de espaldas.

Emilio Rodríguez fue cangués de nacimiento, pero también fue salmantino de sentimiento, porque allí tuvo lugar la parte más importante de su vida, la que con más cariño recordaba.

Debido a su relevo, en contra de su voluntad, como director de la COPE, se vio forzado a cambiar su lugar de residencia al ser trasladado en 1991 a la localidad de Parquelagos, en La Navata (Madrid). El poeta sintió enormemente la marcha de Salamanca, donde tenía su ambiente literario, debido a todo lo que dejaba atrás. A esto vino a sumarse a una arriesgada operación provocada por un cáncer. Sin embargo, a pesar de los reveses, Emilio Rodríguez no dejó de lado la parte creativa de su vida, siguió escribiendo y pintando, logrando que en Parquelagos se formara una nueva pequeña comunidad que apoyaba y estimaba su obra, lo que le ayudó a seguir adelante.

En 2010 se editó en Salamanca Mar que huye. Antología 1977-2008, que presenta un estudio de la obra de este autor dirigido por el profesor Antonio Sánchez Zamarreño, quien es, hoy en día, el experto con mayor precisión y visión poética sobre la obra de Emilio Rodríguez.

Habiendo visto publicada su primera antología, en 2019 su salud comenzó a deteriorarse, lo que provocó que en 2020 ingresara en la Residencia Virgen del Camino (León) para recibir los cuidados médicos necesarios. Emilio Rodríguez falleció el 15 de noviembre de 2020, dejando atrás una vida espiritualmente rica y laboriosa y una obra valorada únicamente en los círculos literarios del entorno de la Iglesia en que él la dio a conocer y alejada de lo que se consideran los circuitos convencionales de la literatura. Fue, por tanto, un poeta secreto fuera del círculo de las editoriales eclesiásticas, pero quien se asome a Detrás de las palabras, los dos volúmenes de su poesía reunidos con mimo por fray Bernardo Fueyo Suárez y analizados en cuanto a su poética por María del Sagrario Rollán, comprenderá enseguida que se encuentra ante una obra de sumo interés, con una carga metafísica, una capacidad de reflexión y un acierto en la emoción contenida no tan usada entre los grandes poetas y que bebe de las fuentes de la poesía pura que desbrozaron grandes maestros como Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén o Claudio Rodríguez, por lo que la poesía de Emilio Rodríguez merece ser leída y difundida.

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Edición completa de la poesía de Emilio Rodríguez

La Editorial San Esteban-Edibesa, de Salamanca, acaba de editar la obra poética completa de Emilio Rodríguez, Detrás de las palabras. Poesía I y Poesía II (dos tomos de 778 y 770 páginas, ilustrada), en edición de Fr. Bernardo Fueyo Suárez, O. P., y estudio introductorio de María del Sagrario Rollán.

Emilio Rodríguez nació el 9 de julio de 1938 en Villar de Adralés (Cangas del Narcea, Asturias). A los 19 años profesó como dominico, y en 1966 concluyó sus estudios en San Esteban de Salamanca con la Licencia en Teología. Completó su formación en la escuela de periodismo de la Universidad de Navarra (1966-1969) y, a partir de esa fecha, desarrolló su actividad pastoral y profesional en la editorial OPE en Guadalajara, en Salamanca como Director 15 años de Radio Popular y en la comunidad de Parquelagos-Galapagar (Madrid). Falleció el 15 de noviembre de 2020.

Creó y participó en grupos literarios en Madrid, en El Escorial y, sobre todo, en Salamanca, donde animó una tertulia literaria en San Esteban, aún activa, y la revista a ella vinculada Papeles del martes. Es autor de una extensa e importante obra poética, que ahora se edita en dos tomos. El primero reúne veinticuatro poemarios publicados en vida del autor, sus entregas en Papeles del martes, y algunas de las colaboraciones en revistas y obras colectivas. A su muerte, Emilio Rodríguez mantenía aún inédita una parte de su creación literaria, parcialmente conocida por lecturas públicas, por difusión en la red o por dedicatorias personales. Queda toda ella reunida en el segundo volumen. La edición se completa con una selección de sus dibujos, actividad también destacada del autor, y con diversas fotografías de su vida.

Bernardo Fueyo Suárez, responsable de la edición, fue compañero de curso de Emilio Rodríguez y dominico como él, psicólogo profesional y profesor durante años, fue director de la Editorial San Esteban (1987-2007) y en la actualidad es responsable de la Biblioteca Histórica, anexa a la Facultad de Teología San Esteban, de Salamanca.

María del Sagrario Rollán, autora del estudio introductorio sobre la poética de Emilio Rodríguez, es doctora en Psicología, y Profesora de Filosofía. Perteneció al grupo fundacional de poetas en torno a Papeles del martes y, desde los años 80, ha asistido de cerca al nacimiento de casi todos los versos del autor y ha prologado y presentado varios de sus libros.

A continuación se muestra la invitación a la presentación de la edición completa de la poesía de Emilio Rodríguez.

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Pepe Avello. Donde viven los amigos

Pepe Avello conversando con Alfonso López Alfonso

Pepe Avello conversando con Alfonso López Alfonso

18 Feb de 2015.- El pasado lunes fallecía en Madrid, el socio fundador del Tous pa Tous, Pepe Avello, autor de la letra del himno de nuestra asociación y el mejor escritor de Cangas del Narcea del último tercio del siglo XX. Sus familiares y gran cantidad de amigos acudieron a despedir sus restos que desde esta misma tarde descansan en su última morada en el cementerio cangués de Arayón.

Para rendir homenaje a su memoria publicamos a continuación un escrito de nuestro socio, el también escritor cangués, Alfonso López Alfonso.

Descanse en paz Pin Estela.


Pepe Avello. Donde viven los amigos

Todos sabemos que la vida, en el mejor de los casos, es un estado transitorio que no presagia nada bueno. “Mi vida es ligera, esperando el viento de la muerte, / como una pluma en el dorso de mi mano”, escribió T. S. Eliot. Sí, es la muerte tan avariciosa que vivir es ir muriendo un poco, y, en cambio, morir es no vivir en absoluto. Sin embargo, hay una frase que le gusta mucho repetir a Javier Cercas y sirve de consuelo a todo escritor: la realidad mata y la ficción salva. A José Avello Flórez, Pepe Avello, o Pin Estela, como le llamaban los que más le conocían, le ha llegado la muerte tan callando que quienes esperábamos volver a verle nos sentimos como si nos hubieran disparado por la espalda. Juega sucio la muerte, y nunca da explicaciones. «Vale más desaparecer sin huella. Desconocer el propio origen es un don precioso del que muy pocos hombres gozan”. Son palabras del personaje José Manuel Río en la novela La subversión de Beti García. Bellas palabras, cargadas de poesía y verdad literaria, esa clase de verdad que suele resultar mentira en la vida. Son palabras que escribió Pepe Avello, pero que no sirven para retratarle, porque siempre tuvo muy claro su origen y porque ha desaparecido dejando el legado literario más valioso que cangués alguno haya sido capaz de amasar de Alejandro Casona a esta parte.

Narrador ambicioso, para conseguir esto le han bastado dos novelas, publicadas con un intervalo de diecisiete años entre ambas: La subversión de Beti García, con la que fue finalista del Premio Nadal en 1983 y que se publicó en la editorial Destino al año siguiente, y Jugadores de billar, premio Villa de Madrid, editada por Alfaguara en 2001. Nacido en Cangas del Narcea en 1943, Pepe Avello fue uno de esos hombres que “hacen país”. Lo hizo desde las páginas de La subversión de Beti García, donde no cuesta identificar a la villa de Ambasaguas con Cangas y en la que aparecen, entreverados en la ficción, topónimos como el partido de Sierra, Onón, Ambres, Genestoso o Leitariegos. Para hacer país escribió la letra del himno del refundado Tous pa Tous, a la que puso música Gerardo Menéndez y cantó Joaquín Pixán. Y haciendo país nos dio a conocer a todos un puñado más de letras de canciones al publicarlas en La Maniega -en el número de septiembre-octubre de 2014-. Letras  que tenían que ver con ese mismo espíritu entre nostálgico y festivo que le llevó a escribir el himno del Tous pa Tous. “Al cruzar el Puente Roto / rompióseme el corazón, / ella bailaba con otro / abrazada en la verbena / y a mi me abrazó la pena”, comienza, evocadora e irónica, la titulada “El Puente Roto”.

Pepe Avello bajo la sombra del tejo de Regla de Cibea, marzo de 2014

Pepe Avello bajo la sombra del tejo de Regla de Cibea, marzo de 2014

Licenciado en Derecho, trabajó para una empresa francesa de obras públicas en Guinea Ecuatorial y allí le tocó vivir el proceso de independencia de esta antigua colonia española en 1968. Durante los primeros años setenta se instala definitivamente en Madrid, donde, mientras trabaja como directivo para una empresa de producción industrial, establece relación con gente de las letras y del cine, entre otros Marcos Ricardo Barnatán, Álvaro del Amo, Marisa Paredes o Javier Maqua. En 1973 publica el cuento “La confesión” en Papeles de Son Armadans, la revista que dirigía Camilo José Cela, y unos años más tarde, en 1978, aparece su cuento “Cómo vencer al reúma” en el libro colectivo Sueños de la razón. Cuentos y dibujos, en el que también participan algunos nombres que pronto alcanzarían notoriedad, como Luis Antonio de Villena o Pedro Almodóvar. Y en la revista venezolana Zona franca publica en 1983 el relato titulado “La violación”. Eran ensayos previos a esa gran novela totalizadora que pretendía con La subversión de Beti García –el primer borrador llegó a alcanzar las mil páginas-, que terminaría por dejarlo exhausto y desencantado durante algunos años. En los primeros ochenta también dirigió con los argentinos Santiago Sylvester y Héctor Tizón una revista literaria de vida efímera (1980-1981), como casi toda quimera de este orden. Estaciones, se titulaba, y en sus cuatro números unió la literatura latinoamericana con la que se hacía en España en esos momentos. Y es también en este tiempo cuando se vincula a la Universidad Complutense de Madrid, primero como profesor de Teoría de la Comunicación, en la Facultad de Ciencias de la Información, y después de Sociología de la Cultura, en la de Bellas Artes, hasta su jubilación en el año 2010.

A Pepe Avello, amante de la vida, sociable, amable, entrañable, no le podría pasar nunca lo que le pasa a Álvaro, ese personaje que comienza siendo el más raro y esquinado de Jugadores de billar y que acaba siendo de los pocos que se salvan. Álvaro es un hombre con esa “edad en que ya es tarde para hacer lo que antes no se hizo, ni se intentó, ni se pudo, la edad en que los anhelos y los sueños pierden verosimilitud ante la conciencia y, si se persiste ciegamente en ellos, comienzan a convertirse en torpes delirios». Pepe Avello soñó un tipo de literatura y la llevó a cabo con ambición y sosiego, con la ambición de quien cree que ha llegado para decir algo nuevo, para establecer un discurso, y con la calma que dan la sabiduría, la experiencia y la ecuanimidad de haber vivido de manera lo bastante intensa y con la suficiente diversidad como para alcanzar a comprender buena parte de esos conflictos que azotan eternamente el alma humana.

Conocí a Pepe Avello, como tantas otras cosas que merecen la pena, a través de Juaco López Álvarez, y a finales de 2013 Cristóbal Ruitiña y yo nos reunimos con él en un hotel de Oviedo para hacerle una entrevista que se publicó en la revista Clarín a principios de 2014. Para terminar aquella entrevista le preguntamos en qué proyectos literarios ocupaba su jubilación, y nos decía que tenía una novela empezada desde hacía mucho tiempo. La novela estaba ambientada en África y el título provisional que nos dio fue La distancia. “En Guinea, si queréis que os lo resuma mucho –nos decía-, lo primero que se percibe es la distancia. Primero el país es fascinante, pero la gente es impenetrable para un europeo. Yo esa distancia cultural no la conseguí traspasar nunca”. Y en relación a ese proyecto, añadía: “Pero ya veremos, porque ya soy muy viejo, y o lo hago ahora o ya nunca”. No sé si le habrá dado tiempo a terminar aquella novela. Ojalá sí, porque me gustaría leerla.

No me resisto a meter en esta especie de improvisada elegía una escena de La subversión de Beti García, porque esa escena también tiene un tono elegiaco y porque nos hace entender que la ficción puede salvar incluso cuando mata. En esta novela aparece brevemente Conrado, un viejo limpiabotas que cuando llega la Revolución de Octubre de 1934 cree vislumbrar una nueva aurora y participa activamente en los acontecimientos de aquellos quince días que conmovieron al mundo. Derrotado, acabará huyendo junto a Beti y otros revolucionarios hacia la braña del Acebal. El cansancio y el frío terminarán por dar muerte al viejo Conrado antes de que alcancen la braña, y entre sus cosas, los compañeros encuentran un cuaderno en el que hay anotados unos versos: «Yo sé que no hay en la vida / ni amores ni amigos ciertos / así que cómo ha de haberlos / cuando uno ya está muerto». Son palabras desengañadas, que cuadran a la perfección con el personaje de Conrado, cargadas por tanto de verdad literaria, pero que, de nuevo, no nos servirían en absoluto en esa verdad de la vida si se las quisiéramos aplicar a quien las escribió, porque si algo tuvo Pepe Avello en vida y sigue teniendo cuando ya está muerto es una inacabable ristra de amigos ciertos. Y tuvo además el valor y la elegancia de dejarnos a todos una muy valiosa lista de amigos inciertos, ficticios -José Manuel Río, Beti García, Álvaro Atienza, Floro Santerbás, Rodrigo de Almar o Manolo Arbeyo-, amigos que nos ayudan a salvarnos. Son amigos que se levantan del papel, que salen de la ficción y toman la realidad, caminan a nuestro lado y nos acompañan. Están ahí para hacernos reír, como Floro, o para hacernos temblar, como Álvaro. Están ahí, algunos orondos y risueños, otros esquinados y cortantes. Todos tan creíbles como si fueran de carne y hueso, como si por sus venas circulara la sangre que nos mantiene de pie, vivos.

Pepe Avello supo, como todo auténtico escritor, ser un fingidor, meterse en la piel de éste y aquél, auscultar la sociedad, capturar la realidad, condensarla, pasarla por su tamiz y convertirla en verdad a través de la ficción, que no otra cosa hace un novelista. En la triste verdad de la realidad, Pepe Avello está muerto, pero la verdad de sus ficciones permanece viva entre nosotros para alumbrarnos el camino, para ayudarnos a conocernos, para poner el foco sobre nuestros defectos y virtudes y hacernos algo más llevadero el enigma de vivir, para, en definitiva, hacernos mejores. A Pepe Avello le ha matado la cruel realidad, pero supo construir una obra literaria lo suficientemente consistente como para que la ficción lo salve. Ya se sabe, lo dice Javier Cercas, que la realidad mata y la ficción salva.