De cuando Cangas del Narcea era un mar, el mar de las fusulinas

La niebla se disipa lentamente, revelando un vasto y silencioso mar que se extiende hasta donde alcanza la vista. Estamos en lo que hoy se conoce como Cangas del Narcea, pero retrocedemos millones de años, a un tiempo en que esta tierra, ahora verde y montañosa, era un mar cálido y poco profundo, habitado por criaturas diminutas llamadas fusulinas.

Los orígenes

En esos días antiguos, la tierra estaba en constante cambio. Las masas de agua y los continentes se desplazaban lentamente, y las capas de sedimentos se acumulaban en el fondo de estos mares primitivos. En medio de este escenario, las fusulinas, con sus conchas calcáreas, dejaron sus huellas en los sedimentos, proporcionando un testimonio fósil que los geólogos futuros encontrarían invaluable.

El carbón, que hasta hace muy poco tiempo extraíamos de estas tierras, comenzó su formación en estos mares. Los sedimentos, blandos y plásticos en su origen, se depositaron en capas horizontales, encapsulando restos de plantas y animales. Con el tiempo, estos sedimentos se endurecieron y se transformaron en las rocas y el carbón que hoy conocemos.

El ciclo del tiempo

La geología nos enseña que los movimientos de la tierra y el agua son cíclicos. Las transgresiones, cuando el mar avanza sobre la tierra, y las regresiones, cuando se retira, dejaron su marca en el paisaje. Las diferentes capas de sedimentos nos cuentan historias de épocas en las que las aguas cubrían todo, seguidas de tiempos en que se retiraban, dejando atrás marismas y tierras pantanosas.

Las rocas que se formaron en estos ciclos sucesivos contienen fósiles que permiten a los científicos establecer sincronismos entre lugares distantes, conectando las historias geológicas de regiones separadas por miles de kilómetros.

El papel de los geólogos

En el siglo XX, el geólogo asturiano Ignacio Patac dedicó su vida a estudiar estas formaciones. En su obra «La formación Uraliense asturiana. Estudios de cuencas carboníferas», publicada en Gijón en 1920, detalló cómo el mar Uraliense se extendía desde Villablino y Cerredo, cubriendo los estratos cambrianos del Narcea, y cómo los depósitos de este brazo de mar eran relativamente delgados debido a su escasa profundidad.

Patac también mencionó el trabajo de otros ingenieros, como Celso Rodríguez-Arango, natural de Cangas del Narcea, cuya memoria sobre el «Coto Cortés» aportó valiosos conocimientos sobre los manchones carboníferos de la región. Estos estudios han sido fundamentales para entender la complejidad geológica y la riqueza mineral de Asturias.

Un legado duradero

Hoy, al recorrer los paisajes de Cangas del Narcea, podemos imaginar un antiguo mar lleno de vida, cuyas aguas tranquilas albergaron a las fusulinas. Los estratos sedimentarios que se formaron entonces han dejado una impronta duradera, proporcionando tanto fósiles valiosos para los geólogos como recursos de carbón para la industria.

El mar de las fusulinas puede haber desaparecido hace mucho tiempo, pero su legado sigue vivo en la geología y la historia económica de la región. Así, mientras caminamos por estos valles y montañas, podemos sentirnos conectados con un pasado remoto, un tiempo en que Cangas del Narcea era un mar, el mar de las fusulinas.

Fuentes:

Para los curiosos o interesados en la materia, aporto a la Biblioteca Digital del «Tous pa Tous» las publicaciones cuya instructiva y entretenida lectura me inspiró a escribir esta breve entrada.


 

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