Besullo: Fuentes Poéticas de Alejandro Casona

Vista de Besullo desde la capilla de la Magdalena hacia 1960. Fotografía de Paco Berlín. Colección de Javier Berlín.

En mayo de 1966, los jóvenes periodistas asturianos Guillermo García-Alcalde y Fernando Gutiérrez visitaron Besullo, un pintoresco pueblo del concejo de Cangas del Narcea, conocido por ser la cuna de Alejandro Casona. Siguiendo la senda del célebre dramaturgo, ocho meses después de su muerte, escribieron el artículo «Besullo: Fuentes Poéticas de Alejandro Casona», que captura la esencia del pueblo y su influencia en la obra del autor.

Un pueblo bajo el número «siete»

Los autores narran cómo este lugar, cargado de simbolismo y tradición, fue una fuente inagotable de inspiración para Casona. En Besullo, todo parecía girar en torno al número siete: había siete herreros, siete fieles protestantes, siete caminos, siete colinas y una casa con siete balcones. Este entorno mágico y lleno de historias nutrió la imaginación de Casona, quien plasmó en sus obras la esencia de su tierra natal.

En la escuela rural se tiene por un libro de lecturas el de las leyendas recopiladas por el dramaturgo

En aquellos años, en la escuela rural de Besullo, los niños crecían leyendo las leyendas recopiladas por Alejandro Casona. Estas historias, llenas de fantasía y enseñanzas, forman parte del patrimonio cultural del pueblo y son un testimonio del legado literario del autor.

Proyecto: una placa y un busto de Casona en la Casa de los Siete Balcones

Los autores insinúan que el propósito municipal de honrar la memoria de Alejandro Casona con una placa y un busto en la emblemática Casa de los Siete Balcones no lograba satisfacer plenamente a los vecinos. Esta iniciativa, aunque bien intencionada, parecía insuficiente para aquellos que deseaban perpetuar el vínculo entre el dramaturgo y su pueblo natal. Para ellos, era esencial recordar a las futuras generaciones la importancia de sus raíces y la valiosa contribución de Casona a la literatura española.

He aquí la última carta familiar del escritor: “Dile a Adelina que llegaron en espíritu sus frisuelos”

En una de sus últimas cartas familiares, Casona escribe con cariño: “Dile a Adelina que llegaron en espíritu sus frisuelos”. Estas palabras reflejan la profunda conexión emocional del autor con su familia y su tierra, un vínculo que siempre mantuvo vivo a pesar de la distancia.

 

Guillermo García-Alcalde y Fernando Gutiérrez compartían una relación profesional y personal muy cercana. Ambos formaban parte de un grupo de jóvenes periodistas asturianos que, por aquel entonces, trabajaban juntos en diversos proyectos periodísticos. Eran jóvenes periodistas, con el cuello desabrochado y la corbata colgando, que aporreaban barrigudas máquinas Olivetti verdioliva y las más modernas y tostadas Adler.

Su colaboración en el artículo sobre Alejandro Casona en 1966 es un ejemplo de su trabajo conjunto, donde combinaron sus talentos y conocimientos para rendir homenaje al célebre dramaturgo cangués. Esta colaboración refleja no solo su profesionalismo, sino también su amistad y el respeto mutuo que se tenían.

A continuación, reproducimos el artículo completo que fue publicado en el periódico murciano Línea. Diario Regional del Movimiento, el domingo 12 de junio de 1966.


 

BESULLO: FUENTES POÉTICAS DE ALEJANDRO CASONA

ALEJANDRO CASONA

Mayo, 1966

Hace ocho meses que murió Alejandro Casona. Aún es pronto para necrológicas de aniversario es el momento de la exaltación del homenaje, de la biografía; el momento de zambullirse en su estela vital y poética, de hacer frases y elogios, poner gastos y corregir disidencias.

Cuando llegue el día 17 de septiembre se hará balance de un año de recuerdos, y el resultado que arroje será índice de perpetuidad para el escritor. Hemos pasado por Besullo, de camino hacia un objetivo periodístico muy concreto. Las antenas de nuestra sensibilidad, por cortas, por oscuras que sean, no dejaron de anunciarnos que en el pueblo palpitaba una esencia neta, distinta, absorbente. Que aquellos caminos duros, más propicios para los cascos ligeros de un asturcón que para las ruedas de nuestro Citroën, nos habían conducido a un lugar extraño,  donde la magia, la leyenda, las órdenes astrales o simplemente la humana poesía, precipitan coincidencias misteriosas. El 7, número teológico, célula ordenadora de la creación, se prolonga en Besullo machaconamente: hay siete herreros, siete fieles protestantes, siete caminos, siete colinas y una casa con siete balcones…

EN BUSCA DEL HOMENAJE

Aquella presencia dominante, casi palpable, era la memoria, el rastro, la vida de Casona. Y fuimos en su seguimiento.

Queríamos saber de qué forma permanecía en Besullo el recuerdo de su hijo prócer. Supimos de inmediato que, a raíz de su muerte, se celebraron funerales en la parroquia católica del pueblo. Nos pareció poco. Preguntábamos por iniciativas más brillantes, más generosas y mundanas; sólo encontrábamos perplejidad en nuestros informadores. Don Alejandro Rodríguez Álvarez, primo carnal homónimo de Casona y, además, maestro como él, nos decía con cierta confusión que en la escuela tenían como libro de lecturas la recopilación de leyendas del escritor. No es poco homenaje —comentamos—, educar a los escolares de Besullo en la poética casoniana.

Pero algo más, otra cosa.

—El alcalde de Cangas —acabó diciendo el maestro— tenía el propósito de poner una placa en la casa natal de Alejandro, y encargar un busto para el monumento.

Esta declaración hecha con poca gana nos descubrió que habíamos buscado la noticia con los ojos y los oídos cerrados. Advertimos en seguida que el homenaje de Besullo a Casona está en todo el pueblo, que cada vecino puede darles la mejor, la más encendida, la más documentada conferencia sobre él, la personalidad y la vida del gran hombre, que el paisaje ha adquirido para todos una significación casoniana, de forma que el recodo, la cumbre, el camino que él visitaba, o recorría o mencionaba, han perdido sus nombres y se citan con las palabras o con los hechos de su cantor.

— Había vivido los caminos polvorientos —dice el maestro.

Es una frase inefable, hecha, pero tremendamente sentida.

—Aquella cumbre —añade señalando un risco— me parece que es la que sale en el decorado de fondo de «La casa de los siete balcones», iba a meditar a aquel castañedo. Allí pensó sus primeros libros de poemas: «La flauta del sapo», «El peregrino de la barba florida»…

DEL BAR DE GRATO A LA CASONA

Grato Rodríguez, hermano del maestro y primo de Casona, tiene un bar. En una esquina hay una mesa donde, se sentaba el dramaturgo para madurar alguna idea, pero, sobre todo, para echar la partida, charlar con los amigos, o hacer conocer a los que llegaban con él a Besullo, el misterio, la poética superchería de aquellos paisajes. Cerca, está la casa natal, blanca y esquinada, la de su tía y madrina, doña Jovita —cuyo carácter le inspiró la idea de «Los árboles mueren de pie»— y aún hay otra, también blanca y con un poco de balaustrada, donde Casona tecleó sin descanso en su máquina de creador.

Pero hay un polo magnético encaramado en la colina de Besullo, catalizador de miradas y atenciones: es la «casona», la de los siete balcones, con blasón entre los cuatro de la fachada principal.

Nos acompaña el maestro, componiendo a su modo un itinerario sentimental, expresándose difícilmente con emoción buscando las palabras de Casona.

—-Aquí se educó, porque aquí estaba la escuela. Doña Jovita, su madrina, era la maestra. También yo pasé por sus aulas. Era muy severa, todo un carácter. La llamábamos «Bismark» cariñosamente.

Don Alejandro se deja llevar del recuerdo, y traza una semblanza expresiva y tierna de aquellas personas y aquellos años.

—¿Cómo está ahora doña Jovita?

—Bastante enferma. Tiene 86 años. Pero podemos ir a verla.

LA ÚLTIMA CARTA FAMILIAR

Efectivamente, doña Jovita está enferma. En cama. Ella crió a Casona, le educó. Lloró mucho la muerte, y ha sido penosa la recuperación. Su hijo guarda montones de recuerdos personales y periodísticos. Nos muestra una carta, encajada en el marco de un retrato del autor de «La dama del alba” . Es la última recibida. Tiene esta fecha: Madrid, 26 de agosto de 1965. Habla en ella de su operación del 13 de julio, en estos términos: «Me encuentro maravillosamente; el resultado ha sido perfecto».

Está convaleciente, y escribe por él un amigo. Se manifiesta encantado porque han hecho sus obras en Cangas: «¡Ojalá se den también en Besullo!», añade Casona, como experiencia gratísima «después del hábito de las grandes ciudades».

«El día 24 de septiembre tengo que estar en Venecia para el estreno de mi versión de «La Celestina» que es el éxito de Festivales. Ojalá que me sea posible». Siete días antes de esa fecha deseada, el 17 de septiembre, moría Casona en Madrid. Lleno de entusiasmo, esperanzado, y creyendo firmemente en la recuperación.

Al final de la carta aparece su entrañable sentido de la familia, en unas frases sencillas asturianas:

«Dile a Adelina que llegaron en espíritu sus frisuelos; supongo que a Marta le habrán llegado a Navia también los arándanos».

Y concluye con una firma temblorosa.

EVOCACIÓN A DIOS

No podemos detenernos más en Besullo, ni seguir pasando sus caminos polvorientos —ahora suaves y pastosos con la lluvia— en el seguimiento material de Casona.

Al salir del pueblo cantan los árboles verticales, conmocionados de una manera casi sentimental por ese viento fecundante, que dejaba grávidas a las yeguas cuando lo inhalaban de cara al cielo veraniego, y engendraba en la mente de aquel caballero milagroso la fábula y la leyenda del paisaje asturiano.

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GUILLERMO G. ALCALDE y FERNANDO GUTIÉRREZ

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