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El puerto de Leitariegos

Carretera AS-213: Cangas del Narcea – El Puerto de Leitariegos, a la altura de La Chabola de Vallado

Leitariegos es un puerto suave. La carretera asciende por un terreno que se eleva a partir de Cangas del Narcea. Sin estridencias. Sin embargo, no es un puerto libre de dificultades, pero como no hay mal que no se compense con un bien, a una de esas dificultades, probablemente a una nevada, debe Leitariegos el más antiguo de sus privilegios, concedido por la reina Urraca en el año 1112 en agradecimiento al auxilio recibido por sus vecinos. Pocos años más tarde, en 1131, consta el paso de quince caballerías que transportaban trigo desde León hasta el monasterio de Corias, con lo que se documenta la primera arriería por este puerto del que surgen los arrieros más antiguos de España: la familia Cosmen, que desde el siglo XVII lleva ejerciendo esa ocupación sin haberla abandonado en ningún momento, ya que los autobuses del Alsa son, a su modo, arriería motorizada, y no se detuvo al otro lado de los montes, sino que trasladó sus transportes a las grandes urbes y a las inmensidades de China. Algo deben tener los aires de Leitariegos que impulsan a sus nativos a buscar nuevos horizontes sin perder de vista el terruño. En una Asturias que por desgracia no cuenta con tantos empresarios como gaiteros, los dos empresarios más imaginativos e internacionales, Pepe Cosmen y Francisco Rodríguez, que han extendido la arriería motorizada de Alsa y la exquisitez láctea de Reny Picot por todo el mundo, son originarios de esta aldea.

El Puerto de Leitariegos, feb. 2009. Foto: Patrick Zimmerman

Pero el puerto de Leitariegos, por ser lugar de mucho paso, no fue lugar aislado, aunque lo aislaran las nevadas durante muchos meses del año. Gracias a las nieves, los vecinos de este puerto, como los de Pajares y Arbás, obtuvieron beneficios diversos por trabajar como paleadores, duro oficio pero indispensable cuando cae la nieve y el viajero perdido ha de dejarse guiar por el sonido lejano de la campana salvadora. Ya en el siglo XII había en el puerto cuatro alberguerías, las de Ferrera y Cafrenal en la parte de León y las de San Juan del Puerto de Leitariegos y de Santa María de Brañas en la asturiana. Ésta es la historia antigua de Leitariegos. A partir de Cangas del Narcea, se suceden los pueblos en la carretera del puerto: Limés, Puenticiella, Las Mestas en la ribera del río Naviego y La Pena de San Martín. ¿Por qué se habrá apenado tanto San Martín, que es el santo que más pueblos bautiza a lo largo y ancho de Asturias, precisamente en este lugar que queda constancia de tanta pena en el topónimo? Y entonces caigo en la cuenta, bobo de mí: no se trata de que el santo de Tours estuviera apenado, sino que por aquí debe haber una peña que se llama San Martín. De manera que deduzca que en la «llingua» de la «Academia llariega», «peña» significa «pena»: ¡ay, pena, penita, pena!

Brañas de Arriba, mayo 2010. Foto: Dani Montero

Y la carretera se eleva en un escenario de gran amplitud. Va quedando abajo, a nuestra derecha, el valle del río Naviego, y en La Mata, donde hay una bolera, la subida es más perceptible. Luego está Villacibrán, pueblo de piedra gris y tejados de pizarra, y San Pedro de Arbas, que repite un topónimo del puerto de Pajares.

Después está La Linde, y una desviación a la derecha conduce a Rubial. Y se suceden Caldevilla de Arbas, El Otero (solano en la ladera), La Pachalina, Vallado (con lo que me acuerdo de Jesús López del Vallado, compañero del colegio); La Venta la Farruquita, en una curva que vuela sobre el valle, y, finalmente, Las Brañas. Y, pasadas Las Brañas, vemos en el alto las primeras casas de Leitariegos, rodeadas de pastos y ganados. El pueblo, en suave cuesta arriba, se extiende a lo largo de la carretera. En la parte de Asturias tiene un aspecto rural, de alta montaña, y en la de León se ven las telesillas que conducen a las pistas de esquí. Las nevadas que caían en este puerto por el invierno debían de ser de órdago. En las «Tablas», libros de cuentas y crónica familiar de los Cosmen, donde se relata, al tiempo, la historia de Leitariegos, un Cosmen anotó hacia 1825 que intentó abrir la ventana de su casa y no pudo hacerlo porque la obstruía la nieve; afuera había «siete varas de nieve bien medidas». Avanzado el otoño, el aire del puerto es frío y transparente como el cristal. En cierta ocasión que vinimos a comer aquí, Arturo Cortina exclamó: «Ser vaca en Leitariegos es más importante que ser notario en Madrid».

La Nueva España

, 1/2/2009.

Vista del valle de Laciana, julio 2009, desde el descenso de Leitariegos a Caboalles. Foto: Héctor HHH

En esta ocasión nos detenemos a comer en el Bar de Agosto, un establecimiento de montaña con la cocina de carbón detrás de la barra y que llama la atención por su rótulo, que tal vez pretende conjurar el lento y largo invierno. Nos parten cecina y jamón con un pan de hogaza y nos sirven un guiso de patatas con carne muy sabroso. Una comida muy apropiada al escenario.

A diferencia de puertos como Tarna, en los que se entra directamente en la Meseta, el descenso desde Leitariegos es importante. En el valle está Caboalles de Abajo, con su disposición urbana, sus casas de tejados de pizarra, el castillete de una mina y un buen puente de piedra de tres ojos.


Publicado en La Nueva España, 1 de febrero de 2009.

El legado de los arrieros

La Chabola de Val.láu, hacia 1920

Valentín Flórez y María Sierra, un matrimonio de comerciantes, fundaron en 1898 «La Chabola de Vallado», la venta más conocida del Camino Real de Leitariegos

Valentín Flórez y María Sierra, un matrimonio de arrieros natural de El Puerto de Leitariegos, decidieron cambiar, en 1898, los polvorientos caminos de la España decimonónica por los cuatro muros de una venta situada a medio trayecto entre la entonces conocida como Cangas de Tineo y Villablino. Era el año de «El Desastre», el punto y final de la presencia colonial española en ultramar. Una época en la que Flórez cimentó las bases de su particular imperio familiar. Un negocio que, 113 años después, sigue a caballo entre Asturias y León gracias al trabajo de una cuarta generación de comerciantes.

Al igual que el resto de los pobladores de Leitariegos, Valentín Flórez pertenecía a una familia de arrieros. Su recua, llamada la del «Tío Xipín», cubría con cierta frecuencia el camino hacía Madrid. «Eran populares la ruta del mazapán y la de la cera, realizadas en Navidad y Semana Santa, respectivamente», comenta Valentín Flórez, biznieto del arriero.

Tras contraer matrimonio con María Sierra, el avispado arriero no tardó en percatarse de las grandes oportunidades que ofrecía la creación de una venta en la que dar servicio a todos los caminantes y muleros que se abrían paso hacía la Meseta a través del puerto cangués. Fue así como, en 1898, inauguró su comercio: «La Chabola» de Vallado. Sin embargo, su inesperado fallecimiento dejó a su viuda al frente del comercio y al cargo de seis hijos. «Mi bisabuela trabajó muy duro. Era capaz de levantarse a las tres de la madrugada para servir una copa de aguardiente a un cliente», subraya su biznieto.

Años después, su hijo, Francisco Flórez, y su nuera, Victoria Rodríguez, tomaron el testigo de «La Chabola». Con ellos, la venta se adaptó al nuevo siglo. «Vendían todo tipo de cosas. Aquí había un bar, una tienda de ultramarinos, ferretería, ropa, calzado, librería, panadería, materiales de construcción, farmacia, almacén de piensos, camionetas de reparto, despacho de correos e incluso autobús de viajeros», precisa Valentín Flórez. Además, la familia era propietaria de la «Mantequería Rodríguez», que distribuía sus productos en las tiendas de Madrid.

Antigua cocina, hoy utilizada como comedor y en la época del Samartino para curar el embutido al estilo tradicional

Su fama alcanzó tales cotas que son numerosas las publicaciones de la época en las que se menciona a la venta. Tal es el caso del etnógrafo alemán Fritz Krüger, que en agosto de 1927 llegó a Vallado junto a su esposa. Francisco Flórez, responsable, en gran medida, de este prestigio, falleció en 1975 dejando al frente del negocio a su hijo Valentín y a la esposa de éste, Carmen Pérez. «Cuando fallecieron los patriarcas, cada hijo adoptó diferentes caminos. Nosotros seguimos con la venta», señala Carmen, artífice de las recetas caseras y de los licores de frutas que aún hoy día pueden degustarse en «La Chabola».

El bagaje de la venta canguesa es palpable en todos sus rincones. Objetos como una vieja cafetera empleada por los arrieros o las esquilas de los machos de la recua del «Tío Xipín» adornan las estancias de «La Chabola», en cuyo comedor el tiempo se ha detenido. Ya no hay tanto trabajo como antes. «Por semana apenas tenemos clientes», comenta Valentín Flórez, el cual prosigue añadiendo que «el mal estado de la minería también se hace notar». Y es que, el destino al final del camino parece no ser tan claro como antaño.


Publicado en LNE por Ignacio Pulido (27/01/2011)