Comentarios de un naturalista francés acerca del salmón en Cangas del Narcea en 1835
La noticia de la muerte de miles de alevines de trucha en la estación de Villajur a fines del mes de abril [2010], debido al envenenamiento de las aguas del río Naviego por purines, es muy significativa del estado de cosas en nuestra sociedad. Por una parte, unas personas se afanan en aumentar, revitalizar y mejorar algo, en este caso un ecosistema: el río; un animal: la trucha, y un deporte: la pesca, y por otro, otras personas, por ignorancia o maldad, consiguen con sus actos destruir el trabajo de los anteriores. No sé cuales fueron las intenciones del autor de este desmán, pero el resultado está claro: el trabajo de cuatro años en la repoblación de truchas en el río Narcea se ha perdido irremediablemente. Otra vez más, el bien colectivo se antepone y sacrifica al interés de un particular.
Visité tres veces la estación de alevinaje de Villajur. La última vez fue hace un par de meses, cuando aún estaban vivos alrededor de ochenta mil alevines y muchas truchas madres. Me enseñó la instalación Manuel Fidalgo, que me explicó todo el proceso y me señaló con orgullo la gran ventaja de esta estación de cría con respecto a otras: la pureza del agua. Manuel tomó delante de mí una muestra del agua y me explicó el valor de esa pureza para la cría de truchas. En sus explicaciones, transmitía su apasionado interés por las truchas y el río. El día que leí la noticia de la muerte de los alevines me acordé mucho de él y de sus compañeros de la Sociedad de Pescadores Fuentes del Narcea. Y para ellos escribo esta noticia, para animarles a seguir criando alevines y repoblando el Narcea.
El río Narcea es uno de nuestros mayores tesoros y también uno de los espacios naturales más maltratados del concejo. A él se arroja todo tipo de desperdicios y deshechos: basura, animales muertos, aguas fecales, escombros,… Uno de los mayores varapalos que recibió este río en su curso alto fue la construcción de la presa de Calabazos en 1967, que cortó definitivamente el paso del salmón a la cuenca alta del río. Hasta esas fechas la presencia de este pez en el concejo de Cangas del Narcea suponía para sus habitantes un alimento muy apreciado, una riqueza económica y también un espectáculo para la contemplación. Tenemos un testimonio muy elocuente de esto, escrito por el naturalista francés Michel Carles Durieu de Maisonnove, que en los meses de junio, julio y agosto de 1835 estuvo en la villa de Cangas y recorrió los valles del Narcea y del Naviego.
Durieu de Maisonnove era militar, naturalista, botánico y explorador; había nacido el 7 de dicembre de 1796 en Saint-Eutrope-de-Born, en el Departamento de Lot y Garona, y murió el 20 de febrero de 1878 en Burdeos. Llegó el 18 de mayo de 1835 en barco a Gijón, se trasladó diez días después a Oviedo y el 5 de junio salió para Cangas del Narcea, pasando por Grao, La Espina, Tineo, Arganza, El Puelo y Corias. El objetivo de su viaje era exclusivamente botánico y durante su estancia se dedicó a recoger toda clase de plantas. No obstante, como persona curiosa que era, también dejó escritas algunas descripciones de otros asuntos, normalmente relacionados con la naturaleza, que le llamaron la atención. A fines de agosto marchó de Cangas para dirigirse al norte de Portugal. Las notas de viaje de Durie de Maisonnove las publicó en latín un año después Jacques Gay, en la revista Annnales des Sciences Naturalles (Botanique), editada en París, y fueron traducidas al castellano en 1963 por J. A. Jauregui S. J. en el Boletín del Instituto de Estudios Asturianos (Suplemento de Ciencias).
Una de las descripciones que escribió Durie de Maisonnove trata sobre el salmón a su paso por Cangas del Narcea:
«El río Narcea nace al sur, en las alturas del Pico de Canellas, a unas dieciocho leguas de Grado. Regato alpino en sus comienzos, enseguida se hace torrente de veinticuatro a treinta pies de anchura, vadeable por lo general (después, al recibir las aguas del Naviego, Pigüeña, etc., termina siendo un río no menor que el Nalón, en el cual desemboca muy cerca y por debajo de Grado). Sus cristalinas aguas, al principio, corren por un valle de no mucho declive, más o menos abierto, con abundantes núcleos de población; pero en cuanto queda atrás Corias, se encajona el cauce de súbito en estrechas y profundísimas hoces, por cuyo fondo corren con estrépito las aguas ahora espumosas, durante largo espacio, sin dejar sitio para senda ninguna. Por esa razón, cuando se baja de Cangas siguiendo el río, uno tiene que desviarse aquí, hacia la izquierda, por malos caminos de herradura, para buscar paso transversalmente, por El Puelo, Tineo, etc.
Es notable lo mucho que abundan los salmones en aquellas aguas. Cuando se aproxima el tiempo de la reproducción (es entonces su carne rosada y excelente), comienzan a subir del Cantábrico, Nalón arriba primero, llegando por el Narcea casi hasta el nacimiento del mismo. Y esto a pesar de que el cauce se estrecha más y más, quedando al fin hasta tal punto obstaculizado por las piedras que nadie creería suficiente ni su amplitud ni el agua misma para que puedan remontarle. Superan audazmente, sin embargo, cualquier dificultad: se arrastran con las aletas, casi en seco y vencen los obstáculos mayores apoyándose lateralmente, arqueándose y dando saltos fuera del agua, como en volandas, sin que les detenga otra cosa que la temperatura excesivamente baja de aquélla cuando recibe ya las ultimas torrenteras medio heladas. Hallan tal temperatura un poco por debajo del pueblo llamado Venta de Rengos [Ventanueva], a tres leguas de Cangas y a veinte casi de la desembocadura del Nalón; pero ni siquiera entran, por esa misma causa, en las aguas, más frías, del subafluente Naviego [o río Luiña]. Una vez que se detienen, acostumbran a desovar en los sitios profundos del cauce (que son llamados pozos). Mas tarde, a favor de corriente, regresan al mar con las crías de un año (las nacidas el año anterior en los mismos pozos, que proporcionan a los naturales del país un bocado apetecidísimo, aunque apenas alcanza su tamaño las dos o tres pulgadas). Los adultos, al descender, son de carne blancuzca, mucho menos sabrosa y apenas comestible (entonces se los llama zancados). Tal migración constituye un espectáculo gratísimo para los habitantes de Cangas, que esperan el paso en día calculado previamente.»
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